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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

versión impresa ISSN 1657-8953

Civilizar vol.18 no.35 Bogotá jul./dic. 2018

https://doi.org/10.22518/usergioa/jour/ccsh/2018.2/a05 

Artículos

La reconfiguración del mapa de la pobreza multidimensional en Chile: Un análisis comparativo de las carencias y brechas en los hogares rurales1

The reconfiguration of the multidimensional poverty map in Chile: A comparative analysis of deprivation and gaps in rural households

Carlos Rodríguez Garcés2 

Johana Muñoz Soto3 

Geraldo Padilla Fuentes4 

2 Doctor en Multimedia Educativa por la Universidad de Barcelona, España. Director del centro de investigación CIDCIE de la Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile Correo electrónico: carlosro@ubiobio.cl https://orcid.org/0000-0002-9346-0780

3 Licenciada en Trabajo Social por la Universidad del Bío-Bío. Investigadora Adjunta del Centro de Investigación CIDCIE de la Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile. Correo electrónico:jmunoz@alumnos.ubiobio.cl https://orcid.org/0000-0003-1858-7500

4 Investigador del Centro de Investigación CIDCIE de la Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile. Correo electrónico:gpadilla@ubiobio.cl https://orcid.org/0000-0003-0882-1818


Resumen

El objetivo de este artículo es caracterizar la situación de pobreza en Chile según la métrica de la perspectiva multidimensional. Como resultados se obtuvieron que a nivel general las carencias están más acentuadas en zonas rurales y que se agudizan al utilizar indicadores multinivel. Desde este enfoque, los indicadores de mayor precariedad y relevancia son educación, trabajo y vivienda. Se plantea que pese a la precariedad económica y el acceso restringido de bienes y servicios en los medios rurales, estos continúan siendo un espacio donde las manifestaciones de solidaridad y de bienestar subjetiva alcanzan mayor intensidad respecto a la ciudad. Se concluye que, no obstante las reconocidas limitaciones de la incipiente perspectiva multidimensional, este nuevo enfoque diversifica analíticamente y aporta mayor densidad a la comprensión y abordaje de la pobreza en Chile.

Palabras claves: Pobreza multidimensional; ruralidad; vulnerabilidad; desarrollo social; ingresos económicos; capital social

Abstract

The objective of this article is to characterize their situation of poverty according to the metric of the Multidimensional perspective. Within the results, found that deficiencies are more pronounced in rural areas, and they become more acute when using multilevel indicators. From this focus, the indicators that showed the greatest precariousness and relevance in the configuration of rural poverty are education, work and housing. It is posed that despite economic precariousness and restricted access to goods and services, rural areas are a space where manifestations of solidarity and subjective well-being reach greater intensity with respect to the city. To conclude, notwithstanding the acknowledged limitations of the incipient multidimensional perspective, this new approach analytically diversifies and significantly contributes to the understanding and approach to poverty in Chile.

Keywords: Multidimensional poverty; rurality; vulnerability; social development; economic income; social capital

Introducción

En los últimos 25 años Chile ha demostrado tener una política social particularmente exitosa en su objetivo de reducir los niveles de pobreza en la población, especialmente la de tipo “extrema”, aunque su impacto se ha ralentizado paulatinamente como resultado de las características mismas del fenómeno (Ruiz-Tagle, 2011). En su tratamiento, la pobreza no solo es difícil de combatir sino también de definir. A la denominada “pobreza extrema” o “dura” se adiciona la pobreza encubierta de una parte significativa de la población, que aun contando con ingresos mínimos que los sitúan sobre el umbral de pobreza económica son altamente vulnerables.

Si bien existe un sin número de aproximaciones teóricas que permiten identificar qué hace pobre a una persona, habría un amplio consenso sobre la naturaleza multidimensional de este fenómeno. Así se reconoce que los elementos que toda persona necesita para alcanzar un desarrollo social adecuado, decidir de manera informada y con igualdad de derechos sociales no pueden limitarse a una sola de las dimensiones de su existencia, como ha sido históricamente el componente de ingresos económicos (Alkire y Foster, 2008; Kakwani y Silber, 2008; O’Neil, 2006).

En las sociedades de consumo existiría una relación entre ingreso y satisfacción de necesidades (Moulian, 1998; Larraín, 2005; Bauman y Lyon, 2015). En la medida que los recursos económicos de un hogar se constituyen en medio de compra de bienes y servicios para satisfacer necesidades básicas, estos adquieren un rol predominante en el desarrollo teórico de la medición de la pobreza (Cepal, 2007). No obstante, los recursos económicos de los que dispone un hogar no son función lineal de la pobreza entendida en su integralidad, existiendo un contingente significativo de personas y hogares que obteniendo ingresos suficientes que lo posicionan sobre el umbral de la pobreza, sobreviven igualmente en una cotidianidad de carencia y riesgo.

La pobreza se expresa en múltiples dimensiones por lo que el ingreso no podría cuantificarla en su totalidad (López y Ortiz, 2009). Por ende, un paradigma que margina de su rango de competencia dimensiones esenciales del bienestar como salud, educación, trabajo, seguridad social u otras de composición más subjetiva como la participación comunitaria, redes de apoyo y/o cohesión social, resulta insuficiente y reduccionista para dar cuenta de un fenómeno complejo y dinámico como el de la pobreza.

Amparado en esta discusión, el Ministerio de Desarrollo Social de Chile desde el 2013 comenzó a implementar una nueva metodología de medición de la pobreza, la cual complementa la tradicional estimación basada en los ingresos económicos del hogar. Esta nueva aproximación teórico-metodológica denominada Pobreza Multidimensional (PM) busca cuantificar el estado de carencia de un hogar en las distintas dimensiones del bienestar. Para cada dimensión se definen indicadores con sus respectivos umbrales, y cuando una persona u hogar no cubre dicho nivel se le considera carenciado (Ministerio de Desarrollo Social, 2013). Así se redefiniría el mapa de la pobreza en Chile, en especial su abordaje y definición en los entornos rurales, donde el paradigma tradicional basado en los ingresos (Income Poverty Paradigm) ocasionaba distorsiones y deficiencias.

El enfoque clásico tiende a subestimar los ingresos rurales en razón de la informalidad en el empleo, la mayor presencia del trabajo no asalariado, los cuenta propia y pequeños agricultores; así como la nula consideración a la contribución económica no monetaria que hacen familiares no remunerados o amas de casa al sustento familiar, como es la crianza de animales de granja, la mantención de pequeños huertos para el autoconsumo y la participación en la siembra y/o cosecha. Así mismo, es en el sector rural donde las carencias adquieren un perfil y densidad distinta al de la ciudad. A las privaciones de dotación personal, como insuficiencia de ingresos, salud y educación, los pobres rurales adicionan limitaciones de acceso a la dotación de infraestructura ambiental y pública. Conjunto de privaciones tradicionalmente no cuantificadas que también vulneran los prerrequisitos para vivir dignamente y alcanzar la movilidad sostenida de los ingresos.

Los habitantes rurales acceden a empleos menos regulados y calificados, y por ende de menor renta. En Chile, uno de cada dos trabajadores rurales por cuenta propia que labora en la agricultura tiene ingresos menores al salario mínimo, proporción que es significativamente más elevada que la registrada en el comercio urbano en trabajadores de igual condición (Bertranou y Vásquez, 2007). Así mismo, las oportunidades educativas y laborales son más reducidas y de menor calidad, mostrando una profunda desigualdad respecto de los promedios urbanos (Williamson, 2004), lo que suscita la migración en especial de los más jóvenes, empobreciendo el capital social y educativo instalado en el campo (Perfetti, 2004). Por último, los habitantes rurales registran un mayor aislamiento y distancia respecto de carreteras pavimentadas (FUSADES, 2004), medios de movilización y acceso a servicios públicos, situación que limita sus oportunidades de desarrollo y tiene un efecto directo en el aumento de los costos y tiempo de desplazamiento.

En consecuencia, con base en estas especificidades que tiene el sector rural y la aportación teórico-metodológica que hace el enfoque de la multidimensionalidad de la pobreza, resulta de interés para efectos de este artículo caracterizar cómo se configura el nuevo mapa de la pobreza rural en Chile, ahora desde la definición de los estados de privación y carencia que proporciona este nuevo enfoque. En este objetivo y haciendo uso de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional CASEN del año 2015, se cuantifican y comparan dimensiones e indicadores de carencia, su incidencia en la configuración de la pobreza multidimensional y las brechas existentes entre el campo y la ciudad. Así, el documento presenta una revisión teórica actualizada y pertinente respecto de la pobreza, sus enfoques y atributos; un apartado metodológico que expone sucintamente el instrumento, las características de la muestra, la operacionalización de las variables y la metodología de trabajo; los resultados y respectivos análisis según dimensiones; para finalizar con las conclusiones más relevantes sobre la pobreza multidimensional y su manifestación comparativa en el medio rural.

Revisión teórica

Transversal a la política social y sus instituciones, la pobreza en Chile se ha instalado como una preocupación cuya reducción en los últimos 25 años ha alcanzado resultados satisfactorios, a pesar de las críticas que su definición y medición tradicional ha presentado. Su delimitación clásica consiste en la estimación de los ingresos familiares declarados en encuestas sociales como indicador hegemónico. Esta normatividad implica la instrumentación de los ingresos para identificar a los pobres con base en puntos de corte que expresan dimensiones del bienestar económico y social traducibles en estándares o niveles de vida por debajo de los cuales un hogar o persona se encontraría en estado de pobreza o vulnerabilidad. En Chile, hasta el 2011 este estándar lo constituía el valor monetario de la Canasta Básica Familiar (CBF), la cual establecía el nivel mínimo requerido bajo el cual no es posible sobrellevar una vida normal en la sociedad en que se vivía, configurando un estado de carencia transitorio o permanente. Así se tipificaba a la población en tres niveles de pobreza: extrema, no extrema y no pobres (Franco, 2013).

En este enfoque unidimensional basado en la exclusividad de los ingresos del hogar, las variaciones en el tiempo y por zona del patrón de consumo, así como el comportamiento de los componentes alimentarios y no alimentarios del gasto del hogar, hacen necesaria una permanente actualización, tanto del valor de la canasta como de los productos que la integran, lo que dificulta no solo la estimación de la pobreza, sino también su erradicación.

En este contexto, y dada la presencia de umbrales con diferenciados niveles de exigencia, es posible que su estimación aumente en escenarios de distribución desigual, a pesar del importante crecimiento económico que se experimente, situación que evidentemente complica a la autoridad política de turno (Sanhueza, 2012). La sensibilidad existente a nivel ciudadano respecto de la preocupación por la pobreza reditúa electoralmente por ser expresión de la eficiencia del quehacer gubernamental, en consecuencia qué medir y cómo medirlo no se traduce únicamente en un problema de operacionalización metodológica, sino también en un cálculo político oportunista. Esto explicaría la dificultad para hacer ajustes metodológicos que deriven en la sobrestimación de los índices de pobreza que antes se tenía; y por otro, cierta tendencia a maquillar los resultados que pudiesen entregar cifras desfavorables. Es así como en el año 2011 se hicieron una serie de cuestionamientos a la estimación de la pobreza en Chile por alteraciones metodológicas poco consistentes y escasamente fundamentadas con el fin de demostrar que la pobreza se había reducido, exprimiendo con ello ventajas políticas determinadas (The New York Times, 2012).

A pesar de las externalidades políticas no deseadas en la estimación de la pobreza, las críticas a su forma de medición y obsolescencia del valor y composición del patrón de estimación acumulan tal densidad que hace inevitable la realización de un conjunto de ajustes al modelo tradicional, así como la irrupción de un enfoque multidimensional que tiene la particularidad de escindirse del paradigma hegemónico de la cuantificación de los ingresos como indicador de pobreza. Esto se tradujo en la actualización del valor de la CBF y los componentes que la integran, tanto alimentarios como no alimentarios, para estar en mayor sintonía con las nuevas pautas de consumo y estilos de vida imperantes, así como la eliminación de la diferenciación por zona geográfica o territorial y modificación del índice para determinar la pobreza extrema.

No obstante a estos ajustes metodológicos, persiste un conjunto de críticas que ponen en cuestión la escasa consistencia de la metodología tradicional de los ingresos y su reduccionista unidimensionalidad (Alkire y Santos, 2009; Larrañaga, 2007). Este paradigma tradicional asume la exclusividad del mercado como proveedor de bienes y servicios, sin considerar las prestaciones públicas no transables en valor monetario disponibles para la población; establece un valor universal para la Canasta Básica Familiar sin discriminar en los diferenciados requerimientos calóricos de los distintos integrantes del hogar; no considera la eficiencia en la gestión del presupuesto que hacen los distintos miembros de un hogar y presupone que los ingresos de los proveedores se destinan únicamente a cubrir necesidades familiares; por último, al considerar la pobreza como un problema monetario de escasez o privación de renta, instrumentaliza la inversión pública en educación, salud, vivienda y seguridad social, haciendo de esta un medio para aumentar ingresos y reducir pobreza, minimizando su rol como garante de derechos básicos en sociedades libres y democráticas.

En suma, lo que se pretende presentar como pobreza en realidad no cubre de manera satisfactoria lo que podemos considerar estados de vulnerabilidad o riesgo en la población contemporánea, direccionando las posibilidades de acción a medidas de liberalización económica y laboral, omitiendo además que el tipo de política social promovido puede caer en la contradicción de reducir la carencia de ingresos aun a costa de deteriorar la calidad de vida de las personas, sus libertades individuales y/o las brechas salariales.

Por ello, rápidamente se ha movilizado en los análisis la pobreza como una condición de vida caracterizada por la falta de hogar, recursos y materiales hacia un estado transitorio e incluso encubierto de vulnerabilidad o riesgo, que interseca impedimentos humanos y sociales con otros políticos, de libertad y felicidad, inhibida por la falta de acceso a la educación, la salud, el empleo, la vivienda y la seguridad social. La pobreza es un flagelo contra esta libertad y felicidad simplemente porque no es elegida, constituyéndose en una privación inaceptable del derecho individual que limita la capacidad de vivir la clase de vida que se desea y valora, de manera soberana y en igualdad de oportunidades (Gajardo, 2014).

Así entendida, la pobreza difícilmente puede ser reducida a una única dimensión de su existencia cuantificable (Kakwani y Silber, 2008), surgiendo la necesidad de nuevos enfoques que puedan actuar de forma complementaria o en sustitución de la tradicional perspectiva de los ingresos, incorporando una perspectiva más integral y con ello nuevas dimensiones relevantes al momento de evaluar el bienestar social (Denis, Gallegos y Sanhueza, 2010; Deaton, 2010).

Es en este contexto que la Metodología Multidimensional en la estimación de la pobreza entregaría un acercamiento más asertivo a las problemáticas y carencias que enfrentan cotidianamente las familias, caracterizando la pobreza en relación al número de privaciones que posean respecto del acceso a bienes y servicios considerados derechos fundamentales. Si bien como constructo teórico-metodológico suscita controversia por subestimar la importancia de los ingresos, lo cierto es que aporta densidad analítica al estudio del complejo fenómeno de la pobreza, ello a pesar de las discrepancias respecto de sus referentes más sustanciales, sus ponderaciones y estructuración de un modelo para estimarla (Denis, Gallegos y Sanhueza, 2010; Larrañaga y Rodríguez, 2015).

Desde esta perspectiva, el enfoque multidimensional aplicado en Chile desde el año 2013 por el Ministerio de Desarrollo Social contempla la estimación de la pobreza con base a la cuantificación de un conjunto de carencias (15) estructurado en 5 dimensiones relevantes para el desarrollo social (Informe de desarrollo social, 2015).

Educación

Se considera que un hogar es carente si al menos uno de sus integrantes menores de 18 años no está asistiendo al sistema educativo (asistencia), o si asistiendo se encuentra con un retraso pedagógico de dos o más años respecto de su edad (rezago escolar), o bien, siendo mayores de edad se han retirado del sistema escolar sin haber alcanzado la escolaridad mínima obligatoria según el cuerpo legal que les regia de acuerdo a la edad en dicho período (escolaridad).

Salud

Un hogar es carente si alguno de sus niños está desnutrido, en riesgo de desnutrición o con obesidad (malnutrición de niños/as), o cuando uno de sus integrantes no está afiliado al sistema previsional de salud (adscripción al sistema de salud), o bien, frente a alguna enfermedad no recibió la atención o tratamiento de salud que le corresponde legalmente (atención).

Trabajo y seguridad social

Se considera que un hogar es carente si uno de sus integrantes en edad de trabajar está desocupado (ocupación), no cotiza en el sistema previsional (seguridad social), o bien no percibe una pensión, sea de carácter contributivo o no contributivo (jubilación).

Vivienda y entorno

Un hogar es carente cuando sus integrantes residen en una vivienda sin los servicios sanitaros básicos (servicios básicos), esta se encuentra en situación de hacinamiento o en condiciones precarias en su materialidad (habitabilidad), o bien, está emplazada en un lugar que expone a sus integrantes a problemas de contaminación medioambiental, cubrir largas distancias en sus traslados al trabajo, escuela o centro de salud, o bien, existe una insuficiencia de equipamiento básico en el espacio comunitario (entorno).

Redes y cohesión social

Son carentes aquellos hogares que presentan una falta de vínculos sociales marginándose de participar en organizaciones sociales o del trabajo y carecen de redes de apoyo externas (apoyo y participación social). también dentro de esta dimensión, se consideran carentes quienes han sido discriminados por su condición física, sexual, religiosa, étnica o económica (trato igualitario), o señalan haber presenciado, dentro del área de residencia, situaciones delictuales, tales como balaceras y/o tráfico de drogas (seguridad).

Metodología

Instrumento

La presente investigación hizo uso de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) año 2015, en particular los indicadores utilizados en la construcción del índice de Pobreza Multidimensional.

La Encuesta CASEN es un instrumento de recolección de datos de carácter oficial diseñado e implementado en forma bianual por el Ministerio de Desarrollo Social de Chile, y tiene por objetivo analizar la realidad socioeconómica y evaluar el impacto de la política social en el país recogiendo información de las personas, los hogares y sus viviendas.

Su rigor métrico y poblacional le constituye en el principal y más relevante instrumento de diagnóstico de la realidad chilena proporcionando información de validez nacional respecto del acceso a servicios, condiciones de habitabilidad, educación, trabajo, ingresos, situación de pobreza, entre otras dimensiones de relevancia.

Muestra

En la Encuesta CASEN la representatividad es garantizada mediante un muestreo probabilístico estratificado, registrando un error absoluto del orden del 0.69 puntos porcentuales a nivel nacional (Ministerio de Desarrollo Social, 2013).

Dado que la Pobreza Multidimensional, objeto de estudio, es medida con base a las características de los miembros que integran el grupo familiar y la vivienda que ocupan, la unidad de análisis es el Hogar.

La muestra estuvo integrada por 83.887 hogares efectivamente encuestados, la cual ponderada por factor de expansión regional conforman un total general de 5.454.914 de hogares. En cuanto a sus características centrales podemos informar que un 13,0% son rurales, tienen un tamaño promedio de 3,2 personas y registran un elevado índice de feminización en su estructura, donde un 39,5% son dirigidos por mujeres.

Variables y procedimiento de análisis

El enfoque de la Pobreza Multidimensional, modelo de estimación que comienza a ser aplicado en Chile a partir del 2013 inspirado en los planteamientos de Alkire y Foster (2008), consiste en la cuantificación de los niveles de carencia distintivos del desarrollo social contemporáneo cuya ausencia o precariedad en el acceso o satisfacción se constituye en un déficit en la calidad de vida y una vulneración de derechos. Contempla cinco dimensiones socialmente relevantes, como son educación, salud, trabajo y seguridad social, vivienda y entorno, redes y cohesión social; con tres indicadores cada una, las cuales en forma aditiva expresan el estado de carencia por el cual atraviesa el hogar. Parte del supuesto que todas las dimensiones son igualmente relevantes asignando igual ponderación a cada una de ella (22,5%), con excepción de redes y cohesión social, dimensión que es ponderada con un 10%. Se considera que un hogar es pobre multidimensional cuando registra un puntaje acumulado del 22,5% o superior, lo que es equivalente a ser carente en al menos tres indicadores o una dimensión subyacente tradicional. Adicionalmente esta misma metodología posibilita cuantificar el número de carencias que reporta el hogar con base en la cantidad de indicadores en déficit, que para efectos de esta investigación hemos denominado umbrales de carencia (K) configurado por la totalidad de los 15 indicadores utilizados para la medición de la pobreza desde un punto multidimensional (Tabla 1).

Tabla 1 Indicadores CASEN para Pobreza multidimensional 

Fuente: Elaboración propia.

Con base a la operacionalización funcional de los parámetros expuestos se procedió a construir para cada hogar un conjunto de indicadores de carencia expresados en código binario, según esté presente (1) o no (0) la situación de vulnerabilidad. Estos indicadores, en términos aditivos, permiten definir un índice con distintos umbrales de privación, estableciéndose como punto de corte para catalogar al hogar como pobre multidimensional a quien traspase el umbral del 22,5 en una escala de máximo 100 puntos, el cual resulta definido con la siguiente ecuación (1).

  • P(k) =Índice de carencia;

  • Ki = Carencia en el indicador correspondiente;

  • Wi = Factor de ponderación para el indicador correspondiente.

Con estos indicadores dicotomizados tanto a nivel general como desagregado por dimensión se realiza un análisis comparativo según zona de residencia (urbano-rural), evidenciando el estado de carencia que registran los hogares especialmente del área rural, configurando por un lado las brechas existentes con la ciudad, y por otro el peso o incidencia que esta privación tiene en la configuración de la Pobreza Multidimensional.

Análisis

La pobreza, medida en su forma tradicional, pone el énfasis en la insuficiencia de los ingresos familiares con base en el valor referencial de un constructo socio-técnico llamado “Canasta Básica Familiar”, distinguiendo tres conglomerados poblacionales. Este indicador, método oficial para medir la vulnerabilidad económica utilizada en Chile, informa que para 2015 un 20,2% de los hogares rurales es clasificado en situación de pobreza, ya sea en condición de extrema pobreza (6,1%) o pobreza no extrema (14,1%). En los últimos 25 años Chile ha sido particularmente exitoso en su política social de superación del flagelo de la pobreza rural, reduciéndola en un 48% respecto de la existente en 1990, no obstante, esta continúa siendo un problema de gran magnitud, duplicando a la existente en la ciudad que es del orden del 8,9% a nivel de hogares en el año 2015.

La significativa prevalencia de la pobreza rural desde la métrica de los ingresos es corroborada desde el enfoque multidimensional que, amparado en la cuantificación de las carencias, identifica a los hogares que son pobres en función de un conjunto de necesidades socialmente consideradas básicas y que son insatisfechas. La Figura 1 muestra, basándose en el enfoque multidimensional, a los hogares carenciados para distintos umbrales de pobreza (k) según zona de residencia, donde el punto de corte k3 corresponde al umbral que clasifica al hogar como pobre multidimensional.

Fuente: Elaboración propia con base en Casen, 2015.

Figura 1 Hogares pobres según umbrales de la pobreza multidimensional (%) 

Esta situación es equivalente a presentar alrededor de 3 de los 15 indicadores contemplados en condición de carencia, los cuales se estructuran con base en las dimensiones de: educación, salud, trabajo/seguridad social, vivienda/entorno y redes/cohesión social. Desde esta métrica multidimensional, a nivel nacional el 16,6% de los hogares son pobres, cifra que excede en un 60% a la cuantificada mediante el enfoque tradicional de insuficiencia de ingresos (10,4%) y registra una mayor prevalencia en las zonas rurales del país. Este enfoque multidimensional reporta para las zonas rurales un 32,4% de los hogares en condición de pobreza.

Independiente de la metodología utilizada, la pobreza es más acentuada en las zonas rurales cualquiera sea el umbral de pobreza analizado. La insuficiencia y estacionalidad de los ingresos con ocasión de una limitada y vulnerable actividad productiva de naturaleza agrícola, unido a la desigual distribución de la tierra y las distorsiones del mercado agropecuario, han profundizado las situaciones de pobreza económica en la población rural respecto de la existente en la ciudad (Echeverría, 2000).

Reconociendo que en los últimos 25 años el desarrollo de la actividad agrícola ha contribuido a la reducción de la pobreza rural en Chile, este mejoramiento de los ingresos familiares estaría más explicado por el impacto de la focalización de subsidios monetarios de la política social hacia la población rural y por procesos de un mercado laboral fuertemente urbanizado, como son la creciente asalarización y diversificación tanto de perceptores como de fuentes de ingresos. En efecto, y tal como lo sugieren Bentancor, Modrego y Berdegué, (2008), la actividad de naturaleza agrícola en cuanto generadora de ingresos en los más pobres no habría tenido un desempeño tan satisfactorio en relación a la expansión del valor agregado sectorial.

Las precarias rentas existentes en el sector rural y desigual distribución de los ingresos profundizan las brechas con las zonas urbanas, acrecienta la pobreza económica y limita, especialmente en el campo, el efecto “pro-pobre” del crecimiento. Por otra parte, si bien el crecimiento económico ha tenido efectos positivos sobre la reducción de la pobreza rural, este se ha ralentizado respecto del espacio urbano y no ha sido suficiente para garantizar convergencia y disminuir la desigualdad económica del país (Contreras, Cooper y Neilson, 2008).

Estos mayores índices de pobreza económica son complementados por la precaria calidad o restringido acceso a servicios, situación que dificulta o imposibilita la satisfacción de necesidades básicas con base estándar. Esta precariedad se acentúa, en consecuencia, al momento de homogenizar los otrora dispares indicadores para medir bienestar social que se establecían para el campo y la ciudad, tal y como se observa en la Figura 2. Es esta estandarización la que devela las diferenciales oportunidades y limitaciones de cada zona, así como los atributos distintivos de los hogares (Gutiérrez, 2013), aumentando la probabilidad de exposición a situaciones de vulnerabilidad y pobreza, entendida como privación a bienes y servicios que la sociedad asume como adecuados para el desarrollo en un momento determinado.

Fuente: Elaboración propia con base en Casen, 2015

Figura 2 Hogares carenciados según dimensión por zona (%) 

En consecuencia, al contemplar estos nuevos indicadores del estado de carencia, el enfoque multidimensional cuantifica una mayor proporción de hogares vulnerables, especialmente para zonas rurales. En esta zona, uno de cada tres hogares es pobre (32,4%), cifra que es un 126% superior a la registrada en la ciudad.

En tanto esta métrica de la pobreza cuantifica las carencias presentes en un hogar, resulta de interés caracterizar a las unidades familiares con base en estos indicadores. Bajo esta perspectiva de análisis descriptivo se observa que en el espacio rural los mayores niveles de carencia se constatan en la dimensión educación (57,8%), particularmente en el indicador escolaridad (56,0%), y en las dimensiones trabajo y seguridad social (48,7%), vivienda y entorno (48,0%), con un patrón descriptivo fuertemente diferenciador respecto de las zonas urbanas, en especial en la dimensiones de educación y trabajo.

Alrededor de 3 de cada 5 hogares rurales (57,8%) presentan alguna carencia en la dimensión educación, siendo particularmente relevante la aportación de los déficits de escolaridad. La carencia educativa estaría presente en el 87,2% de los hogares clasificados como pobres desde la perspectiva multidimensional, situación que da cuenta de la relevancia que tiene este componente no solo como inversión en la generación de ingresos, sino también en la configuración de vulnerabilidad en el presente.

Los habitantes rurales han evidenciado históricamente una mayor tendencia a marginarse tempranamente de los sistemas educativos, no completando los años de escolaridad establecidos por los distintos cuerpos legales de acuerdo a la edad. En efecto, el 56% de los hogares rurales tienen al menos un miembro mayor de edad que no terminó la enseñanza mínima obligatoria, cifra que es significativamente mayor a la registrada en el contexto urbano (26,3%).

Las razones de este comportamiento son de variada índole, atribuibles tanto a valoraciones personales como a restricciones institucionales. La deserción temprana sería consecuencia de una incapacidad histórica y manifiesta de los sistemas educativos para retener al interior de sus aulas a estudiantes de menor capital social, quienes, a su vez, registran una mayor tendencia a ser seducidos tempranamente por el mercado laboral y son conminados por sus familias para generar ingresos. Por otra parte, la persistente migración actúa preferencialmente sobre los más jóvenes y más educados, quienes perciben la ciudad como un espacio de mayores oportunidades de educación y trabajo. En efecto, la prolongación de la permanencia en el sistema educativo se realiza generalmente en contextos urbanos, y es este mismo mayor nivel educativo el que posibilita establecer su residencia permanente en la ciudad, donde encuentra mejores posibilidades de empleo y de mejor calidad (Rodríguez, Fawaz y Muñoz, 2016).

Tabla 2 Carencialidad y pobreza en dimensión educación según zona 

Nota. a: proporción de hogares carenciados según dimensión e indicador; b: proporción de hogares pobres multidimensionales carenciados en dimensión o indicador; c: proporción de hogares carenciados clasificados como pobres multidimensionales.

Fuente: Elaboración propia.

Por otra parte, cabe hacer presente que el déficit educativo familiar en términos de deserción escolar temprana es un fenómeno cuya manifestación se ha ralentizado intergeneracionalmente. El sistema educativo chileno ha aumentado sostenidamente sus tasas de cobertura con independencia de la zona de residencia, en especial en lo que a escolaridad obligatoria se refiere de la población más joven. Este mejoramiento en el acceso ha venido acompañado de una agresiva política pública para reducir el rezago escolar. Diferenciales estrategias evaluativas de los aprendizajes que atienda a las características del contexto escolar han fomentado la reducción de la repitencia con promoción prácticamente automática en los primeros años de enseñanza básica, mejorando significativamente los niveles de eficiencia terminal con independencia relativa a las particularidades de la zona de residencia. Ello explica las leves diferencias observadas en el comportamiento de los indicadores Acceso y Rezago en la configuración de la carencialidad educativa entre el campo y la ciudad.

Las dimensiones tanto de trabajo y seguridad social como de vivienda y entorno adquieren relevancia en la cuantificación de la precariedad rural. Un 48,7% de estos hogares registran algún tipo de carencia en el componente dimensional del trabajo, en particular en seguridad social (39,3%), indicador que se distancia significativamente de jubilación (9,4%) y ocupación (6,6%).

La dimensión del trabajo e indicadores que la componen, siendo siempre más elevado su estado de carencia en zonas rurales, es donde comparativamente se registra una mayor homogeneidad en los perfiles de distribución campo-ciudad. No obstante, el peso que tiene la situación de carencia en esta dimensión resulta más relevante en zonas rurales que urbanas. Mientras en el sector rural uno de cada dos hogares que registran alguna vulnerabilidad en ocupación, seguridad social o jubilación son catalogados como pobres (49,4%), en los hogares urbanos esta situación alcanza el 28,6%.

Tabla 3 Carencialidad y pobreza en dimensión trabajo y seguridad social según zona 

Nota. a: proporción de hogares carenciados según dimensión e indicador; b: proporción de hogares pobres multidimensionales carenciados en dimensión o indicador; c: proporción de hogares carenciados clasificados como pobres multidimensionales.

Fuente: Elaboración propia.

El trabajo por cuenta propia y el asalariado de tipo informal, de mayor prevalencia en el ámbito rural, junto con las bajas remuneraciones inhiben la afiliación a un sistema previsional, estructurando situaciones de pobreza multidimensional tanto en el campo como en la ciudad. El comercio y la agricultura, sectores de alta concentración de mano de obra rural, destacan en este comportamiento (Bertranou y Vásquez, 2007). Fortalecen esta decisión configuradora de vulnerabilidad la falta de incentivos estatales y la baja fiscalización a la obligatoriedad de cumplir con las cotizaciones previsionales (Bertranou, 2007). Ello explicaría la alta prevalencia de hogares que tienen al menos un miembro en edad de trabajar que, generando algún tipo de ingreso, no está afiliado a un sistema previsional.

El indicador jubilación, perteneciente a la dimensión trabajo y seguridad social, registra una escasa proporción de hogares rurales carenciados del orden del 10%, y con similar comportamiento al de la ciudad (9,4%). Los pobres generan ingresos con ocasión del trabajo, encontrándose generalmente ocupados, y cuando abandonan el mercado laboral al alcanzar la tercera edad, acceden a pensiones previsionales o asistenciales, aunque de reducidos montos. Es esta condición de ocupado y/o pensionado la que, dada la métrica de presencia/ausencia en que se cuantifican estos indicadores, hace que el hogar caiga fuera de la zona de carencia, a pesar de la vulnerabilidad e insuficiencia de los ingresos familiares que reporta. Ello explica la baja incidencia de estos indicadores en la cuantificación de la multidimensionalidad de la pobreza y la ausencia de diferencias significativas entre los espacios rurales y urbanos.

En la medida que estos indicadores se limitan a dar cuenta de la existencia del vínculo de ocupado/pensionado, invisibiliza y subvalora las reales problemáticas del empleo y las pensiones. El desarrollo y dinámica del mercado laboral, la focalización de los subsidios monetarios para quienes no pueden trabajar por un problema de salud emergente o de edad, han hecho aumentar las coberturas de los indicadores asociados a la dimensión del trabajo, pero persisten problemas de calidad como resultado de la informalidad, la inestabilidad y precariedad de los ingresos percibidos por una u otra fuente. En esta misma línea, el acto de jubilar supone un punto de inflexión que vulnera doblemente al hogar y al individuo, precarizando por un lado los ingresos, y por otro las relaciones sociales como consecuencia de la desvinculación con el mercado laboral, tal y como lo sostienen Allan, Wachholtz y Valdés (2005).

En la dimensión de vivienda y entorno, los hogares rurales y urbanos muestran una desigual distribución de precariedad, observándose claramente más deteriorados en el sector rural. En esta dimensión alrededor de uno de cada dos hogares rurales (48,0%) presenta algún tipo de carencia en al menos uno de sus indicadores, con un perfil claramente diferenciador respecto de los hogares urbanos, evidenciándose las mayores brechas en el indicador de servicios básicos y entorno. Es así como el 84,2% de los hogares rurales catalogados como pobres multidimensionales es vulnerable en esta dimensión, sea por condiciones de habitabilidad o servicios básicos.

Con base en la desagregación de esta dimensión, un porcentaje significativo de los hogares rurales reside en una vivienda con deficiencias en su habitabilidad, sea por hacinamiento o materialidad inadecuada, tanto a nivel general (22,7%) como dentro de los hogares en situación de pobreza (50,3%). Además, un 21,3% registra algún tipo de carencia en su sistema de dotación de agua, electrificación o eliminación de excretas, siendo particularmente relevante la incidencia de este último componente. En efecto, y contrario a lo que acontece con el sistema de alcantarillado, los otros elementos del saneamiento básico registran amplios niveles de cobertura y escasas diferencia con lo urbano.

Tabla 4. Carencialidady pobreza en dimensión vivienda y entorno según zona 

Nota . a: proporción de hogares carenciados según dimensión e indicador; b: proporción de hogares pobres multidimensionales carenciados en dimensión o indicador; c: proporción de hogares carenciados clasificados como pobres multidimensionales.

Fuente: Elaboración propia

Brechas igualmente relevantes, aunque menos acentuadas se registran en el indicador Entorno. Un 21,9% de los hogares rurales informa haber vivenciado en los últimos 12 meses un problema de contaminación ambiental, accesibilidad y deficiencia de equipamiento básico en su espacio residencial. Las deficiencias medioambientales, sea con ocasión de la presencia de malos olores, acumulación de basura y contaminación del aire o del agua, registran una escasa prevalencia en el medio rural, tan solo un 1,9% de los hogares presentan algún estado de vulnerabilidad a este respecto, siendo siempre inferior a la de la ciudad (4,3%). Si bien la contaminación medioambiental no es exclusividad de entornos urbanos, el desarrollo industrial y la densidad residencial hacen más claros e identificables los puntos focales de contaminación en las ciudades, sea por la acumulación de basuras en calles y barrios o descargas de aguas servidas y residuales. Deterioro medioambiental que en el campo se hace más difuso, en menores concentraciones y a lo largo de áreas más extensas. Componente de presencia difusa que es más difícil de observar y por lo mismo más complejo de regular y controlar (CONAMA, 2006).

Contrario a lo que acontece con el componente medioambiente que precariza en menor medida a los hogares rurales, las dificultades de accesibilidad y deficiencias de equipamiento comunitario serían carencias más acentuadas del espacio rural. En efecto, un 20,4% de los hogares rurales reportan aislamiento relativo en el acceso al transporte público, centros educativos y de salud; así como una insuficiente dotación de equipamiento básico y comunitario, situación que vulnera y empobrece las condiciones del entorno, inhibiendo la capacidad local para acceder a servicios, en especial en eventos de emergencia.

En la dimensión de salud se observa que el 12,9% de los hogares rurales presenta algún tipo de carencia versus un 15,5% de los urbanos, teniendo ambos sectores una distribución relativamente homogénea al desagregar por indicador. A nivel rural uno de cada cuatro hogares pobres multidimensionales (24,8%) presentan carencia en algún indicador de salud, cifra significativamente menor que la observada en zonas urbanas, donde un 44,6% de los pobres registra vulnerabilidad en esta dimensión. Esta situación informaría que el peso que tiene la salud en la configuración de la pobreza rural desde el enfoque multidimensional es menor a la atribuida en la ciudad, por cuanto es educación y trabajo las dimensiones que inciden con mayor intensidad en la determinación de la pobreza rural.

En Chile, las políticas sociales en materia de salud, en especial a partir de los noventa, han contribuido a aumentar la cobertura de atención, elevando considerablemente los indicadores sanitarios. Sin embargo, en lo que a calidad y oportunidad se refiere el sistema de salud continúa registrando ciertos rezagos, deficiencias y restricciones, sobre todo con los grupos más vulnerables (Olavarría, 2005).

Tabla 5 Carencialidad y pobreza en dimensión salud según zona 

Nota. a: proporción de hogares carenciados según dimensión e indicador; b: proporción de hogares pobres multidimensionales carenciados en dimensión o indicador; c: proporción de hogares carenciados clasificados como pobres multidimensionales.

Fuente: Elaboración propia.

La quinta y última dimensión de la Pobreza Multidimensional es la denominada: redes y cohesión social. Su reciente incorporación por el Ministerio de Desarrollo Social en Chile en el 2015 se fundamenta en que la relación entre el sujeto y lo social es un ciclo de intercambios permanentes y relevantes de cuantificar para determinar estados de carencia. Por un lado, las características y situaciones del entorno repercuten en el individuo y en su estado de bienestar, y por otro, las acciones u omisiones del sujeto tienen su manifestación en lo social (Le Fur, 2002). En consecuencia, de los dominios relacionales del sujeto deriva un vínculo emocional, informativo e instrumental con otros por medio de situaciones sociales gratificantes, que, si bien operan con mayor fuerza y habitualidad en contextos de pareja, familia y amigos, su existencia e importancia se extiende deseablemente al mundo del trabajo, el barrio, la ciudad y el país en que se habita. Así, por ejemplo, la estrecha relación entre religión y bienestar subjetivo, más allá de la religiosidad misma, se funda también en el sentimiento de apoyo social entre los practicantes y la pertenencia a una comunidad de intereses comunes (Verdugo, et al., 2013; Moyano y Ramos, 2007).

Con base en los datos analizados, un 16% de los hogares rurales y un 29,1% de los urbanos reporta algún tipo de carencia en la dimensión redes y cohesión social, siendo especialmente significativas en el indicador trato igualitario. Misma dimensión que reporta pesos significativos en la configuración de la pobreza. Mientras un 19,8% de los hogares rurales pobres sufre privación en algún indicador, en el ámbito urbano esta cifra se alza por el orden del 43,4%. En todos los indicadores el sector rural registra un menor nivel de carencia respecto de la informada por las zonas urbanas, siendo especialmente notoria la de seguridad. En efecto, más allá de la transferencia autorreferencial que idealiza la vida en el campo, es en las urbes donde se manifiesta con mayor intensidad y frecuencia la sensación de inseguridad. La presencia de focos de tráfico de droga, balaceras y barrios inseguros es manifestada por el 12,5% de los hogares urbanos en comparación a un escaso 1,8% de los rurales. Reporte de experiencias de inseguridad ciudadanas en el ámbito urbano que aumentan significativamente en razón del tamaño de la urbe.

La segmentación territorial y social de la ciudad conlleva a un escaso contacto interpersonal reduciendo la capacidad de establecer vínculos significativos con los demás, a quienes se percibe como extraños e incluso enemigos (Cepal, 2007; Rodríguez, Padilla y Durán, 2017). Así mismo, a la eventual mayor integración comunitaria de los habitantes rurales como explicación a una menor percepción de vulnerabilidad, se suman factores sociodemográficos, una reducida experiencia de victimización personal o vicaria y una menor exposición a la influencia a los medios de comunicación (García, 2004). Así mismo, es esta segmentación residencial del espacio urbano la que agudiza la vivencia de eventos discriminatorios, por cuanto mientras más diferenciada sea una sociedad, mayor serán las manifestaciones de intolerancia con los otros que se perciben como no significativos y diferentes con base en una determinada condición de contexto u origen (Ñopo, Chong y Moro, 2011).

En esta misma línea, un escaso 4,3% de los hogares rurales reporta algún tipo de carencia en el indicador apoyo y participación social, existiendo diferencias escasamente significativas con el sector urbano. En la generalidad, los miembros de la unidad familiar, en tanto integrantes de una comunidad mayor, participan de organizaciones de diversa tipología y/o construyen redes sociales de apoyo significativo, a las cuales recurren en caso de necesidad o emergencia.

No obstante vivir con otros posibilita el establecimiento de vínculos afectivos, informativos o instrumentales, este espacio relacional no está exento de conflictos ni de la manifestación de actitudes y conductas discriminatorias. En efecto, un 10,8% de los hogares rurales presentan algún tipo de carencia de trato igualitario y se ha sentido discriminado por su condición económica, social o étnica, su lugar de residencia, orientación sexual o religiosa. Aunque estos patrones de comportamiento son menos acentuados que en la ciudad (15,6%), exponen a los individuos que lo padecen a una situación de vulnerabilidad y rechazo precedentes de la exclusión. La intolerancia no siempre es manifiesta y abierta, siendo en algunos casos sutil y ambivalente, como sucede con las mujeres, los niños y los adultos mayores. Expresiones atenuadas de falta de trato igualitario que conviven con otras prácticas de discriminación y rechazo más flagrantes, abiertas y violentas, como lo son el trato hacia los homosexuales y minorías étnicas (Cepal, 2007).

En síntesis, la evidencia informa diferenciales estimaciones en la cuantificación de la pobreza, con independencia del enfoque metodológico implementado. La pobreza es mayor en el ámbito rural, así como lo son los distintos estados de carencia o umbrales medidos por el enfoque multidimensional, con la excepción de los indicadores vinculados a redes y cohesión social. Pese a la mayor vulnerabilidad económica y restricciones para el acceso a bienes y servicios, el campo continúa siendo un espacio donde las manifestaciones de solidaridad, los vínculos afectivos con los demás y el bienestar subjetivo adquieren mayor intensidad.

Tabla 6 Carencialidad y pobreza en dimensión redes y cohesión social según zona 

Nota. a: proporción de hogares carenciados según dimensión e indicador; b: proporción de hogares pobres multidimensionales carenciados en dimensión o indicador; c: proporción de hogares carenciados clasificados como pobres multidimensionales.

Fuente: Elaboración propia.

Conclusiones

La pobreza es un fenómeno dinámico y complejo cuyo abordaje tradicional con base en los ingresos resulta insuficiente, por cuanto deja fuera de su ámbito de referencia una serie de privaciones en la dotación personal y de contexto que tienen los pobres, siendo particularmente deficiente en la estimación de la pobreza rural. En razón a estas limitaciones desde el año 2013 el Ministerio de Desarrollo Social en Chile viene aplicando un enfoque teórico-metodológico que contempla un conjunto de 15 indicadores distribuidos en 5 dimensiones, los cuales abarcan aspectos asociados a la salud, el trabajo, educación, vivienda y entorno, así como la redes y cohesión social. Cuantificación de carencias multidimensionales que viene a complementar a la de los ingresos y es recogida por parte de la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN).

Haciendo uso de esta Encuesta CASEN, para el año 2015, la presente investigación tuvo por objetivo cuantificar y comparar el conjunto de privaciones definidas por la Pobreza Multidimensional, en particular cómo se reconfigura el mapa de la pobreza rural en Chile con base en esta nueva metodología, determinando el peso o incidencia que tienen los distintos umbrales de carencia y las brechas que la separan con la ciudad.

Con independencia de la perspectiva teórico-metodológica utilizada, los datos reportan una mayor pobreza rural que la existente en la ciudad, siendo particularmente elevada la estimada por el enfoque Multidimensional de la Pobreza.

No obstante estas inferencias en torno a su nivel métrico debiesen tomarse con cautela. Si bien el enfoque tradicional con base en la insuficiencia de ingresos puede subestimar la cantidad de pobres al desatender otras carencias relevantes, en particular en el campo, también las limitaciones del código binario de presencia/ausencia con que se mide el estado de carencia desde el punto de vista multidimensional resulta no ser suficientemente sensible para atender las particularidades del contexto rural. Se suma a ello la estandarización metodológica cuya métrica y ponderación no discrimina con base en la zona de residencia.

Entre los hogares rurales el mayor estado de vulnerabilidad viene determinado por la carencialidad en la dimensión de educación, particularmente en su indicador de escolaridad, y en las dimensiones trabajo y seguridad social, vivienda y entorno, siendo sus indicadores particularmente relevantes en la configuración de la pobreza global a nivel multidimensional.

Los niveles de cobertura del sistema educativo son elevados, así mismo se registra un bajo nivel de rezago escolar en la población estudiantil. Indicadores que no registran brechas significativas respecto de lo que acontece en la ciudad. La excepción la constituye el indicador escolaridad, carencia educativa fuertemente presente en contextos rurales de pobreza multidimensional. Aunque ralentizado con ocasión de la política social, los habitantes rurales han evidenciado históricamente una mayor tendencia a marginarse tempranamente del Sistema Educativo.

El trabajo por su parte resultó ser la segunda dimensión en importancia en cuanto a estado de carencia e incidencia en la determinación de la pobreza, siendo particularmente elevada la precariedad asociada a la ausencia de Seguridad Social, carencias que resultaron relativamente similares a las registradas en zonas urbanas, constatándose aquí las menores brechas.

En la dimensión vivienda y entorno, uno de cada cinco hogares rurales registra algún tipo de carencia ya sea en sus condiciones de habitabilidad, dotación de servicios básicos o entorno, carencia que es especialmente relevante entre los pobres rurales y configura un perfil significativamente diferente respecto de los hogares urbanos.

En cuanto a redes y cohesión social, los datos informan una menor incidencia de este componente en la configuración de la pobreza, especialmente en zonas rurales. Contrario a lo que acontece en el medio urbano, la menor segmentación territorial y social en el campo conllevaría, paradójicamente y a pesar del aislamiento relativo, a un mayor contacto interpersonal y capacidad de establecer vínculos significativos con los demás. En consecuencia, pese a la mayor precariedad económica y restringido acceso a servicios, el campo continúa siendo un espacio donde las manifestaciones de solidaridad y el bienestar subjetivo adquieren mayor intensidad.

Por último, el abordaje analítico respecto de la pobreza multidimensional, y a pesar de sus limitaciones dado su estadio de incipiente desarrollo, otorga una mayor densidad a la comprensión y abordaje del fenómeno de la pobreza, enfoque que debiese actuar idealmente en complementariedad con el paradigma tradicional de estimación basado en ingresos. Esta mayor integralidad teórica-metodológica posibilita a la política pública contribuir a la precisión de la gestión que se hace de los proyectos de apoyo y superación de la pobreza en Chile, especialmente si atiende a las particularidades y vicisitudes que este fenómeno alcanza en los sectores rurales del país.

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1Este artículo es producto del proyecto de investigación “El rol contributivo de la mujer en la superación de la pobreza económica y multidimensional” (173224 2/R), financiado por la Dirección de Investigación de la Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile.

Para citar este artículo use: Rodríguez, C., Muñoz, J., y Padilla, G. (2018). La reconfiguración del mapa de la pobreza multidimensional en Chile: Un análisis comparativo de las carencias y brechas en los hogares rurales. Civilizar, 18(35), 53-72.

Recibido: 15 de Mayo de 2017; Revisado: 16 de Septiembre de 2017; Aprobado: 17 de Julio de 2018

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