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Civilizar Ciencias Sociales y Humanas

Print version ISSN 1657-8953On-line version ISSN 2619-189X

Civilizar vol.20 no.39 Bogotá July/Dec. 2020  Epub Oct 17, 2021

https://doi.org/10.22518/jour.ccsh/2020.2a07 

Artículos

Deconstruyendo el yo disciplinar: el vínculo entre ciencia política y teoría política en América Latina*

Deconstructing the disciplinary self: the relationship between political science and political theory in Latin America

1Doctor en Ciencia Política por York University. Autor de The Politics of Political Science: Re-Writing Latin American Ex­periences (Routledge, 2019) y editor del Journal of Narrative Politics. Toronto, Canada Email: paulo.ravecca@cienciassociales.edu.uy

2Doctor en Ciencia Política por Northwestern University. Profesor Asociado del Departamento de Filosofía de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile) y co-editor de la revista Economía y Política. Email: diego.rossello@uai.cl


Resumen

Este artículo reflexiona sobre el vínculo entre ciencia política y teoría política en América Latina. Por un lado, argumentamos que, en el modo en que trata a ‘la teoría’, la ciencia política dominante revela algunos de sus ‘rasgos de personalidad’ más problemáticos. Por otro lado, proponemos que la teoría política -siempre y cuando se le permita- puede contribuir a custodiar y cultivar el pluralismo de la disciplina y, por ende, a potenciar su imaginación democrática. En otras palabras, hay mucho en juego en el vínculo en cuestión. El texto se nutre de nuestras agendas de investigación en teoría crítica y sobre la relación entre poder y conocimiento en la ciencia política. Pero el trabajo tiene asimismo una dimensión experiencial y subjetiva que no solo no pretendemos disimular, sino que queremos subrayar. Nuestro objetivo es incitar al debate y contribuir a generar las condiciones para que la teoría política latinoamericana sea escuchada sin que tenga que alzar la voz.

Palabras clave: Teoría política; ciencia política; yo disciplinar; relaciones de poder; pluralismo profundo; imaginación democrática.

Abstract

This article reflects on the relationship between political science and political theory in Latin America. On the one hand, we argue that the way political theory is treated by mainstream political science reveals some of the most problematic ‘personality traits’ of the latter. On the other hand, we suggest that - if allowed - political theory can contribute to maintain and cultivate pluralism in the discipline, thus strengthening its democratic imagination. Hence, we contend that there is much at stake in the relationship between political science and political theory in the region. Although the article draws on research agendas focused on critical theory and on the study of power and knowledge dynamics within political science, we also offer an experiential and subjective perspective that we deem necessary to underscore. We aim to foster debate and to generate the conditions for political theory to be heard.

Keywords: Political theory; political science; disciplinary self; power relations; deep pluralism; democratic imagination.

Introducción

La historia, el desarrollo y las dinámicas de la ciencia política no se perciben de forma homogénea desde sus diferentes áreas de especialización. Desde el punto de vista de la teoría política hay un dato evidente: el de su marginalidad. Y, al igual que ocurre en la sociedad, las miradas desde los márgenes arrojan luz sobre problemas invisibles a quienes habitan el centro y sus privilegios1. Vale la pena preguntarse entonces qué se ve cuando se mira la ciencia política desde la posición de quienes se dedican ‘a la teoría’.

La identidad es un asunto relacional. Los vínculos que entablamos con los y las demás expresan y condicionan quiénes y cómo somos y lo que podemos ser. El modo en que la mayoría trata a una minoría revela mucho de la mayoría. Por lo tanto, la manera como la ciencia política trata a la teoría brinda pistas para entender mejor a la primera. Para empezar, el hecho de que podamos hablar de la relación entre ciencia política y teoría política sin tener que explicarnos demasiado es, en sí mismo, el resultado de la condición liminal y curiosa de la segunda. La teoría política está adentro y afuera de la disciplina: es ciencia política, pero es ‘menos ciencia política’ que, digamos, los estudios electorales. Sería impensable escribir un trabajo sobre la relación entre estos y la ciencia política (¿qué sentido tendría compararse consigo mismo?). Esta condición accesoria se expresa en el tono incómodo de la frase “ah, usted hace teoría” que frecuentemente le sigue al encuentro con los colegas ‘empíricos’2.

En este trabajo volvemos sobre la metáfora del yo disciplinar (Ravecca, 2019a; Ravecca, 2019b; Rossello, 2019) y argumentamos que la subalternidad de la teoría política es reveladora de ‘rasgos de personalidad’ problemáticos de la ciencia política dominante. Algunos de estos son: inseguridad y fijación en torno a su independencia como disciplina; un anti-intelectualismo creciente; una ansiedad poco saludable con relación a su estatus científico; sensibilidades conservadoras de género, raza y orientación sexual; y puntos ciegos epistemológicos (el positivismo como zona de confort) e incluso ideológicos (el liberalismo como zona de confort). Descrito de este modo, el yo disciplinar de la ciencia política latinoamericana se ve más rígido que flexible, más propenso al control fronterizo que a la hospitalidad y la apertura creativa. ¿Será apropiado, entonces, describirlo así?

Alguien podría afirmar que esta descripción es pesimista, o incluso injusta, porque no reconoce rasgos positivos en la disciplina. El punto es atendible y amerita una doble aclaración. En primer lugar, los dos autores del presente trabajo inscribimos nuestro quehacer académico en el yo disciplinar bajo análisis. Somos conscientes, por cierto, de que algunas aseveraciones pueden y deben ser matizadas3, pero nuestro objetivo ha sido provocar reflexión y, en lo grueso, creemos que nuestro diagnóstico se sostiene. En segundo lugar, no entendemos la crítica como negación o ataque (Butler et al., 2003; Ravecca y Dauphinee, 2018; Ravecca, 2019a; Rossello, 2019; Stahl, 2013). Al contrario, ubicados en la intersección y fricción entre insights provenientes de distintas teorías críticas4, concebimos la deconstrucción del yo disciplinar como un intento de desarticulación de sus tendencias autoritarias actuales o potenciales. Este es un ejercicio de reflexividad (Amoureux y Steele, 2016) que apunta a imaginar una ciencia política flexible y abierta y, por lo tanto, fuerte.

En lo que sigue discutimos la marginalidad de la teoría política latinoamericana y sus implicaciones. La sospecha que atraviesa todo nuestro esfuerzo es que, si se le permite, la teoría puede contribuir a custodiar y cultivar el pluralismo de la disciplina y, por lo tanto, a potenciar su imaginación democrática. Prestamos también atención a su rol en la educación de las nuevas generaciones y al tipo de praxis reflexiva que ofrece tanto en las aulas como al gran público. Como suele decirse, las malas relaciones no se construyen de a uno. Por ello, cerramos el trabajo preguntándonos sobre lo que los teóricos y las teóricas pueden hacer para avanzar la causa de la teoría en la disciplina.

El yo disciplinar de la ciencia política latinoamericana

Existe consenso acerca de que Thomas Hobbes fue uno de los iniciadores del estudio científico de la política (Wolin, 2004, p. 219; Sartori, 1996, pp. 209-210). Lo que se advierte con menor frecuencia es que, si bien Hobbes apuesta a construir una ciencia civil modelada a partir de la matemática y basada en el carácter deductivo de la geometría, también indica que la mejor estrategia para explorar los asuntos políticos es tener un conocimiento profundo de las personas y, en particular, de uno mismo. En la introducción al Leviatán el filósofo inglés invoca el famoso dicho nosce te ipsum, al que traduce como “léete a ti mismo” (read thyself) (Hobbes, 1996, p. 10). En los últimos años algunos/as politólogos/as latinoamericanos/as han comenzado a llevar a cabo esos esfuerzos de introspección (Bulcourf et al., 2018). Nuestro trabajo, entonces, se inscribe en el contexto de una disciplina que aspira a conocer a la política científicamente pero que todavía está en proceso de conocerse a sí misma.

La conversación regional sobre la ciencia política y su desarrollo ha estado centrada en su institucionalización. Invariablemente el tema deriva en un racconto de los orígenes de la disciplina y de su gradual e irrefrenable profesionalización. El foco luminoso de la institucionalización deja a la teoría en penumbras, en parte porque rara vez se refiere a ella -o adopta su perspectiva- y en parte porque invisibiliza los aportes de los saberes con los que la ciencia política debió ‘romper’ para forjar un ego autónomo. Si bien los y las colegas especializados/as en reflexionar sobre la historia y el desarrollo de la disciplina en la región problematizan estos sesgos5, el sentido común dominante en la ciencia política latinoamericana no tiende a habilitar el ejercicio introspectivo propuesto por Hobbes, sino que lo reemplaza por una epopeya en la cual el héroe -el politólogo latinoamericano- logra dejar atrás el ensayismo (su ‘estado de naturaleza’ disciplinario) para arribar a los portales de la cientificidad institucionalmente garantizada. En otras palabras, la pregunta por la institucionalización tal como la plantea Altman (2005) tiende a ser más instituida que instituyente.

De este modo, la narrativa dominante sobre la ciencia política se centra en una gesta épica compuesta de desprendimientos múltiples. Una gesta independentista así concebida no puede sino implicar pérdidas conceptuales (Bulcourf y Jolias, 2020). Por ejemplo, al menos en el Cono Sur, el muro simbólico que la ciencia política levantó para protegerse de la sociología dejó del lado de esta última teorías y fenómenos que combinan ‘lo político’ y ‘lo social’. Costos similares se han pagado al evitar la riqueza contextual que aporta la historia, la dirección hacia las preguntas fundamentales propia de la filosofía, y los nuevos desarrollos en el ámbito del constitucionalismo y los estudios legales críticos, sin mencionar la exploración de la diversidad cultural que continúa ofreciendo la antropología.

La ciencia política latinoamericana fue concebida como el saber de la poliarquía y, por extensión, de los regímenes políticos, los partidos y los sistemas electorales (Lesgart, 2003; Ravecca, 2010, 2019a). El atrincheramiento del yo politológico en el ‘sistema político’ fomentó una engañosa vivencia de seguridad y le hizo perder flexibilidad y espacio donde moverse. Este estrechamiento de lo político, muy propio de los 90, estuvo además cargado de politicidad. El anudamiento entre un cierto modo de entender el liberalismo y la objetividad científica sigue vigente y es una operación eficaz que disciplina ideológicamente el campo politológico en nombre de la neutralidad valorativa. Hay además otra serie de operaciones que han ido reduciendo más y más el territorio de lo teórica y metodológicamente aceptable como objeto de análisis: la subjetividad, por ejemplo, resulta expulsada violentamente por un cientificismo rudimentario.

El rechazo a la filosofía, en particular, tiene implicaciones significativas dado que apunta al descarte de la actividad reflexiva en sí misma. Herbert Marcuse (1991) escribió que en el empirismo el estudio de los hechos termina reproduciendo la ideología que sostiene los hechos6. Por supuesto que la concepción de ideología que opera en el argumento de Marcuse también puede ser criticada y, obviamente, en su época y hoy, hay excepciones a esta tendencia, pero dicha ‘ideología’ existe y es preciso registrarla -y, desde nuestro punto de vista, también confrontarla-. La teoría lo hace y allí radica su (en principio, saludable) incomodidad. En efecto, la reflexión teórica explora críticamente lo que la ciencia positivista tiende a naturalizar. Ese nudo reflexivo y la resistencia a la simplificación hacen de la teoría una suerte de alteridad interna, una parte de sí que ‘traiciona’ lo más propio7. La regulación del ego politológico, y su constante reificación por iteración, choca violentamente con este componente anómalo de dicho yo que, además, por su carácter introspectivo, le puede recordar su propia participación en las relaciones de poder, lo cual exacerba aún más la incomodidad transformándola por momentos en intolerable.

La tendencia es a mirarnos en un espejo idealizado que devuelve la doble -y oximorónica- imagen de paladines de la poliarquía, por un lado, y de investigadores neutros y meritocráticos por fuera de las relaciones de poder, por el otro. La definición dominante de política permite la despolitización de la academia, su discurso e instituciones8. Esto sigue operando hoy en día cuando en congresos regionales se ignoran las inequidades raciales (mientras la realidad circundante estalla por estos temas) o cuando el clivaje de género todavía no termina de consolidarse como una cuestión relevante (antes, durante o después de los movimientos “ni una menos” y “me too”). Recientemente la subrepresentación de las mujeres en la disciplina ha sido puesta literalmente en evidencia (Breuning y Sanders, 2007; Rocha, 2016; Teele y Thelen, 2017). ¿Pero qué hacer además con la experiencia vivida de transitar distintos escenarios y lugares del yo politológico que revelan sensibilidades, cuando no francamente conservadoras, al menos con una clara tendencia hacia la normalización (Ravecca, 2016)? Es preciso poder decir lo que no se puede medir: la ciencia política parece a veces actuar como un saber para las élites (hacia afuera) y para la ‘gente de bien’ (hacia adentro) y, como en todos los círculos de la gente de bien, la transgresión permitida es la de la masculinidad hegemónica9. Respetabilidad científica y conservadurismo social moderado forman un matrimonio feliz para algunos politólogos y uno muy tortuoso para otres...

El disciplinamiento del yo politológico en el terreno conceptual implica una lectura reductiva de sus propias fuentes. El caso de Joseph Schumpeter es ilustrativo a este respecto. Todo politólogo que se precie de tal ha utilizado su famosa ‘definición mínima’ en que la democracia es equiparada a la competencia entre líderes por el voto popular. Junto a la poliarquía de Dahl, la perspectiva schumpeteriana constituye el 101 de la teoría democrática convencional. Menos conocido es que Schumpeter llega a su definición basándose en una perspectiva pesimista de la psicología de las masas que extrae de Sigmund Freud y de otros psicólogos sociales de la época10. En efecto, Freud y Gustave Le Bon son citados y discutidos por el autor para concluir que el votante promedio en el capitalismo es influenciable, manipulable e ignorante. Estos rasgos de la ciudadanía moderna fundamentan la necesidad de adoptar una visión de la democracia sin expectativas de participación racional. Curiosamente nuestro (no tan) hipotético politólogo podría alabar la genialidad de Schumpeter y al mismo tiempo pronunciarse airadamente en contra de incluir a Freud en los programas de estudio, señalando que el de inconsciente es un concepto esotérico que no puede ser operacionalizado. Así, una y otra vez citará la definición mínima de democracia ignorando su relación con el fundador del psicoanálisis. Asimismo, asumirá que al citar al economista Schumpeter está haciendo ciencia política, no interdisciplina, pero condenará por ensayista y charlatán a quien eche mano explícita a Freud. Entendemos que el vínculo íntimo con la teoría, o incluso con el afuera disciplinar, no debería ser motivo de tanta ansiedad.

La marginalidad de la teoría política denuncia esta voluntad de disciplinar el campo politológico y de cerrarlo sobre sí mismo. Pero, al mismo tiempo, su persistencia sintomatiza la imposibilidad de completar dicho cerramiento (Dryzek et al., 2008, pp. 4-5; Rossello, 2017, p. 490). Desde nuestro punto de vista, por ser su instancia más reflexiva y filosófica, la teoría puede ejercer la crítica inmanente del yo disciplinar (Stahl, 2013); esto es, contribuir a custodiar y cultivar el pluralismo de la disciplina (Levine y McCourt, 2018). A veces se trata simplemente de redescubrir una pluralidad que ya existe y espera ser reconocida, recogida, y, por qué no, celebrada. El ejemplo del rol crucial que el psicoanálisis tuvo en el forjamiento de la teoría democrática convencional y, por ende, del sentido común politológico latinoamericano, es revelador a este respecto. Consideramos que en la dinámica de cierre y apertura al otro, y a la otredad que ya está dentro de sí, se juega la imaginación democrática del yo politológico. Por todo lo antedicho, los estudios disciplinares informados por teoría pueden funcionar como una voz crítica vis-à-vis la tentación de cancelar debates y de dar respuestas rápidas a problemas complejos y profundos, tales como los de la democracia, el poder, la ciudadanía, el socialismo o la libertad.

No sos vos, soy yo... signos de una relación tóxica

Marxismo y feminismo no han tenido una relación fácil. De hecho, pareciera haber cierto paralelismo con el vínculo entre ciencia política y teoría política en América Latina hoy. Para autoras feministas como Hartmann (1979), el marxismo pretendía ocupar el lugar de un universal alternativo al capitalismo basándose en la visión de un proletariado sin género. Esto no le permitía advertir que las mujeres eran -como dijo Flora Tristán- el proletariado del proletariado, ya que ocupaban un lugar subordinado frente a los hombres trabajadores que, en última instancia, se convertían en el punto arquimédico del proyecto emancipador. Dada esta dimensión patriarcal del marxismo, no sorprenden las tensiones y el mutuo cuestionamiento entre este y el feminismo. Sin embargo, su relación ha estado asimismo marcada por la pasión, el crecimiento mutuo y el cambio: el feminismo impide que el marxismo se vuelva neutral frente al género y que logre invisibilizar la especificidad de la subordinación de la mujer, no solo en el capitalismo, sino también al interior del movimiento revolucionario y en una eventual sociedad postcapitalista o comunista. Complementariamente, podría decirse que el marxismo tensa al feminismo desde la dimensión de clase, advirtiéndole del peligro permanente de ser cooptado por la lógica de reproducción del sistema capitalista. El resultado puede ser visto como una fértil intersección e hibridación de estas teorías que todavía está lejos de haber culminado.

La teoría política parece lidiar con un interlocutor menos receptivo a sus cuestionamientos y búsquedas de reciprocidad. Ella trata de impedir que la ciencia política se vuelva rígida en sus métodos, estándares y perspectivas, pero el fracaso parece rotundo. Quizá esto se deba a que, en tanto principal -aunque nunca único- vocabulario en que se formuló el problema de la injusticia (Keucheyan, 2016, p. 51) el marxismo no podía ignorar -al menos no tan ligeramente- la queja de ningún/a oprimido/a. La explicitación de un punto de vista político y el compromiso con la emancipación son características de todas las teorías críticas que abren el diálogo político entre ellas, desde el poscolonialismo a la teoría queer (Ravecca, 2019a; Ravecca y Upadhyay, 2013). En contraste, el positivismo cientificista que caracteriza y regula al yo politológico en la región parece inconmovible. La totalización del principio de objetividad científica actúa como un cerrojo que impide cualquier posibilidad de diálogo crítico sobre las propias tendencias opresivas.

En consecuencia, la dinámica se asemeja a la de una pareja heterosexual tradicional (o sea patriarcal) en la que la ciencia política reivindica para sí la neutralidad, el realismo y la autonomía, mientras que la teoría se queda con los territorios subordinados y desvalorizados de la subjetividad, la imaginería utópica, los afectos e identidades políticas y la indefinición disciplinar11. En un contexto de marcado cientificismo dentro y fuera de la universidad, ‘la teoría’ se ve como un ornamento humanístico. Y, en tiempos de desvalorización de la enseñanza, en que se la piensa en términos de “cantidad de horas dictadas” o “carga docente”, la dimensión pedagógica de la teoría política parece ser reconocida solo como vocacional y accesoria, o sea no como aporte al conocimiento sistemático de lo político, y mucho menos como praxis intelectual que posibilita el encuentro con el distinto.

La desigualdad entre hombres y mujeres nos sirve como metáfora para dar cuenta de otro elemento central en la relación asimétrica entre teoría política y ciencia política en tanto géneros de escritura y pensamiento: la condescendencia. Judith Skhlar (1989, p. 12) se refiere al hombre que se deshace en alabanzas a su colega mujer porque, en el fondo, le parece un milagro que ella sea competente. Paralelamente, es común que colegas ‘empíricos’ declaren que no entienden la teoría porque es demasiado complicada y culta para ellos12. La adulación encubre desvalorización y ubica a la teoría política en la categoría de los ítems intelectuales barrocos, esotéricos y prescindibles. Se la piensa como “un lujo” (Brown, 2011). Esta perspectiva olvida que la densidad cultural y antropológica de la teoría política es significativamente mayor que la de la ciencia política ‘normal’. Dicha densidad deriva, entre otras cosas, en un vínculo más respetuoso y grave con el tiempo que coloca a la reflexión teórica lejos de la ornamentalidad que se le adjudica.

Mientras que la ciencia política se desplaza con ligereza, la teoría política requiere de tiempos elongados para su desarrollo. En efecto, en los últimos setenta años la ciencia política ha cambiado de abordaje cada diez o quince años y, al hacerlo, ha puesto en cuestión su norte principal: la acumulación de conocimiento y la predicción de fenómenos políticos relevantes. De este modo, ha pasado de la teoría sistémica al rational choice, transitando por el neo-institucionalismo, los métodos mixtos, DART (data access and research transparency) y, en este momento, se halla en una fase de enamoramiento con las grandes concentraciones de datos o big data (Rossello, 2018; Panagia, 2020). Si bien cada uno de estos desplazamientos abre posibilidades significativas, vista desde la perspectiva de la teoría política, la ciencia política parece ensimismada en un constante speed dating: va demasiado rápido sin llegar a registrar y procesar los cambios de abordaje y metodología a los que se autosomete. En suma, su desarrollo parece cuasi espasmódico. Puesto que el canon de la teoría política cubre desde Tucídides o Sófocles hasta la actualidad, los últimos setenta años (cruciales para la ciencia política) son desde su punto de vista más bien anecdóticos. Por ejemplo, en ninguna narrativa plausible sobre el desarrollo de la teoría política puede aparecer el positivismo como acontecimiento intelectual fundamental, pero para la ciencia política no hay historia disciplinar posible sin ese hito certificador de la propia cientificidad. Si desde el punto de vista dominante la teoría a veces es vista como un lujo, desde el punto de vista de la reflexión teórica la ciencia política convencional se ve un tanto antojadiza y superficial.

Además, y quizá antiintuitivamente, la velocidad de los cambios en los abordajes y técnicas de investigación no ha implicado flexibilidad a la hora de interrogar un mundo político cambiante: la tendencia a preguntar solo aquello que se puede responder con los instrumentos metodológicos circunstancialmente legitimados hacen que “lo nuevo” se cuele por las hendiduras de la academia (Buck-Morss, 2010; Ravecca y Dauphinee, 2018). Esto ha inspirado debates sobre las limitaciones que la orientación al método impone a la investigación (Sartori, 2004; Green y Shapiro, 1994; 1996). En este sentido, la teoría política, junto a una concepción más hermenéutica y amplia de análisis (Geertz, 1997, Dauphinee, 2013) parecen mejor pertrechadas para habitar fenómenos cuya definición misma está en proceso y para ejercer modos de aprehensión del mundo que reflexionan sobre sí mientras se despliegan. En tiempos de incertidumbre y en que las preguntas se multiplican, estos rasgos son fortalezas13. La teoría política es un saber fundamental para poder interpretar el futuro.

Aulas, debate público y pluralismo profundo

Pocos/as politólogos/as cuestionarían el rol formativo que tiene leer a ‘los clásicos’ de la teoría política (europea, por supuesto)14 en el pregrado. Es más, estos autores suelen comparecer como el ‘fundamento último de la civilización occidental’ y lectura imprescindible para todo/a estudiante. La contracara de esta idealización es que los vuelve irrelevantes para la práctica profesional, e incluso académica, de quienes no ‘hacen teoría’. Además, el gesto ignora activamente que cada uno de esos autores (de Platón a Weber) es un campo de debate abierto, con un estado del arte cambiante y contencioso. Por último, la fijación en ‘los clásicos’ expulsa la teoría al pasado y la circunscribe al ‘norte’, lo cual trae aparejado una cadena de bloqueos violentos y despotenciadores. Sin embargo, el rol que juega la teoría en las aulas dista mucho del de solo ofrecer un panorama de la prehistoria de la ciencia política a quienes están en la prehistoria de sus existencias como politólogos/as.

Nuestra experiencia como profesores en la materia nos indica que los y las estudiantes encuentran en esas clases un oasis reflexivo (Dorzweiler, 2020). La teoría conecta con sus experiencias ciudadanas y personales de un modo existencial y relevante, dándoles instrumentos para pensar y vivir el mundo contemporáneo (para ejercer la crítica contemporánea que puede, por qué no, incluir la predicción)15. Esto para nosotros es esencial porque concebimos al aula como ágora y, quizá, como uno de los pocos espacios públicos donde se puede seguir reflexionando entre distintos. Esa tarea reflexiva y crítica se sitúa a distancia del llamado análisis político16, del trending topic de Twitter y de las luces de neón de las charlas TED; bien al contrario: es colectiva, micro, cotidiana, generosa y, en cierto sentido, invisible -o invisibilizada-. El aula como ágora, y la vieja tarea de reflexionar en ella, parecen fundamentales para proyectar horizontes democráticos que incluyan la formación de politólogos/as profesionales pero que la excedan de manera abierta y creativa17.

Modestos o no, los aportes de la teoría política al debate público son bienvenidos en este tiempo de crispación política, polarización e incertidumbre que nos atraviesa de norte a sur. Si bien ‘la ciencia’ es imprescindible para el desarrollo de políticas y de decisiones informadas, más que nunca se precisa de la filosofía en general y del pensamiento político reflexivo en particular. En este sentido parece imprescindible problematizar qué se entiende por aportes al debate público. En muchas conversaciones y contextos institucionales se reducen a intervenciones útiles o polémicas al compás de los ritmos de los medios de comunicación. En lugar de resistir el ‘presentismo’ y las fuerzas que empujan hacia la superficialidad del pensamiento (Menéndez-Carrión, 2015; Gioscia, 2002; Bourdieu, 1997; Marcuse, 1991), la academia cede ante ellas. La relación con lo público termina siendo equiparada a la mera inserción profesional. En contraste, si pensamos por ejemplo en Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt, o en el trabajo de Michel Foucault en el Grupo de Información sobre las Prisiones encontramos, además de respuestas a problemas urgentes de su tiempo, ejercicios modélicos de cómo pensar un mundo complejo, generando nuevos públicos y contra-públicos (Arendt, 2006; Zurn y Dilts, 2016; Warner, 2005). Ejercer el pensamiento en su profundidad —y desde las entrañas— parece en sí mismo una forma de resistencia a la banalidad neoliberalizada en que la vida personal, colectiva y académica está inmersa hoy (expresada en la obsesión por el aplauso, la aprobación externa, la popularidad en TikTok o Google Scholar, el número de likes o los índices de impacto).

Independientemente de lo que digan las teorías políticas de autores específicos, la teoría como campo de estudio enseña que es preciso reflexionar mucho para poder hacer sentido de cualquier fragmento del mundo político18. También y, más fundamentalmente, enseña que se puede disentir porque hay diferentes respuestas legítimas a una misma pregunta, sea ésta política, epistémica o moral (o, como suelen ser las preguntas importantes, una combinación de todo eso). Ese pluralismo profundo envuelve también la investigación y la forma (o las formas, debemos decir) de concebir y practicar la ciencia política. Esta perspectiva trasciende al “hecho del pluralismo” del que habla Rawls y se compromete con un ethos de la pluralización que hace lugar a cada vez más formas de abordar los fenómenos políticos, radicalmente plurales ellos mismos (Connolly, 1995 y 2005; Levine y McCourt, 2018; Ravecca y Dauphinee, 2018).

Conclusión: más allá del resentimiento

Los estudios disciplinares informados por teoría pueden dar cuenta de la pluralidad del campo politológico y, así, contribuir a proteger y cultivar su imaginación democrática; es decir, su capacidad para revisitar los términos de conversación y debate. Sin duda, el apego dogmático al positivismo y a una perspectiva estrecha de institucionalización constituyen bloqueos que es preciso destrabar (Ravecca, 2019a; Bulcourf et al., 2015; Fernández y Ramírez, 2010; Baquero et al., 2019). Así como muchos hombres latinoamericanos han trabajado sus inseguridades y tratado de ‘deconstruirse’, la ciencia de la política precisa superar ‘la envidia del pene’ de la economía neoclásica y hacer una labor de introspección que pase de la letra escrita a empapar las dinámicas de sus asociaciones, instituciones, publicaciones y discurso académico y público.

La voz de la teoría, provisoria, reflexiva y -en cierto sentido un tanto paradojal- más experimental que la de la ciencia política dominante, precisa espacio y tiempo para poder desenvolverse. Eso supone la generación colectiva de un ambiente intelectual generoso donde la duda, la ambigüedad, la complejidad y la multidimensionalidad de la política y de la existencia humana sean abrazadas en lugar de negadas. Desde nuestro punto de vista, esto puede lograrse si la teoría también muestra apertura a su propia diversidad. En lugar de ser circunscrita al estudio de autores como Platón o Locke, como suele hacerse en ocasiones, proponemos que la concepción misma de qué es teoría sea complejizada y expandida19. Esto, no es solo sustantivamente conveniente, también lo es desde el punto de vista estratégico, pues la delineación de un yo disciplinar más hospitalario requiere colaboración y aliados/as que vengan de los más diversos rincones de la ciencia política. Esto es posible porque la subordinación de la teoría se multiplica al interior de cada subárea disciplinar. Así, quienes trabajan teoría de las relaciones internacionales están en desventaja frente a sus colegas internacionalistas ‘empíricos’; los comparatistas ‘cualitativos’ son percibidos como menos rigurosos que sus colegas ‘cuantitativos’20, y así sucesivamente. Desde esta perspectiva, surgen nuevas posibilidades de crear interseccionalidad y cadenas de equivalencias entre quienes ocupan lugares de subordinación epistémica al interior de cada subárea de la disciplina.

Con Carlos Real de Azúa (1973) queremos resistir el impulso hacia la simplificación, venga de donde venga, y eso nos incluye (Ravecca, 2019a y 2019b; Rossello, 2019). También queremos resistir el apego a la inocencia, que limita severamente las posibilidades de la reflexividad (Dauphinee, 2013; 2016). La arrogancia ética de los oprimidos, de dentro y fuera de la academia, es peligrosa porque puede reinsertar dogmatismo y dominación en nombre de la resistencia (Ravecca, 2019a, 2019b). Concretamente, no consideramos que la teoría política sea más virtuosa o mejor que otras formas de saber; solamente sabemos que amamos estudiarla, enseñarla y escribirla, y que próximas generaciones también lo harán, siempre y cuando tengan la oportunidad de conocerla, explorarla y criticarla. Nuestra preocupación es que efectivamente tengan esa oportunidad. Por todo esto, no nos alistamos en las huestes de la bronca o el resentimiento, dos experiencias subjetivas comunes (y comprensibles) en ámbitos institucionales e intelectuales atravesados por la subordinación. Bien al contrario, apuntamos a la transformación de dichas experiencias en algo reparador y generador. En ese sentido, concebimos y experimentamos este ejercicio de crítica inmanente como un gesto de pertenencia y, a nuestro modo, de gratitud al yo disciplinar que aloja nuestros esfuerzos por entender. La invitación es a seguir “poniendo la duda en los estados de fe, aventurando la crítica en los estados de unanimidad, asumiendo la resistencia en las situaciones de compulsión” (Real de Azúa, 1973, p. 10).

Bibliografía

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*Los comentarios de dos árbitros anónimos nos permitieron mejorar el texto significativamente. Errores u omisiones deben ser atribuidos únicamente a los autores.

1La experiencia de la marginalidad y la subordinación parecerían generar un tipo conocimiento al que, por definición, no pueden acceder quienes ocupan las posiciones dominantes (Toole, 2019).

2Un término equívoco que oscurece el hecho de que varias vertientes de la teoría política lidian con lo empírico de formas diversas, y que refleja muchos de los malentendidos que atraviesan la relación en cuestión.

3Si hablar de la ciencia política en singular tiene visos de reduccionismo, la misma observación aplica a la teoría. Al fin y al cabo, Rawls y Deleuze, por ejemplo, tienen poco en común. Sin embargo, la reducción que implica referirse a la teoría política como un espacio homogéneo enfrenta menos resistencias. Volvemos sobre esto en la conclusión del artículo.

4Particularmente el marxismo, el psicoanálisis, la deconstrucción, los estudios poscoloniales, la teoría feminista, la teoría queer y el pensamiento de Nietzsche y Foucault.

5Nos referimos en particular al grupo de “Historia de la Ciencia Política en América Latina” de ALACIP (para una introducción a este campo de estudio, ver la entrevista a Pablo Bulcourf en Cigales, 2017). Por ejemplo, Bulcourf y Jolias (2020, p. 95) señalan que “los conceptos de autonomización, institucionalización, profesionalización y especialización son ‘útiles’ de manera interpretativa para construir un marco evolutivo, pero ellos mismos deben ser puestos en cuestionamiento y revisados en un sentido crítico e histórico”. Por su parte, Ángel Baquero, Rico Noguera y Caicedo Ortiz (2019, p. 520) subrayan que “investigar el desarrollo de la Ciencia Política en América Latina desde el concepto de institucionalización promueve una agenda política sobre la disciplina (deseable o no), pero no facilita el entendimiento de los procesos que la han constituido”.

6En sus palabras, “the descriptive analysis of facts blocks the apprehension of facts and becomes an element of the ideology that sustains the facts” (Marcuse, 1991, p. 119).

7En un texto titulado “La teoría política latinoamericana: una actividad cuestionada”, el intelectual uruguayo Carlos Real de Azúa —considerado por muchos como el fundador de la ciencia política uruguaya— vincula la teoría a la resistencia a la simplificación. Por ello, para el autor la teoría “es arma para la liberación del hombre y aún liberadora de sus parciales liberaciones” (Real de Azúa, 1973, p. 10). El texto (escrito en 1973) apunta a la necesidad de no reducir el análisis a “arma arrojadiza”, especialmente en tiempos de polarización política, revoluciones y dictaduras. Judith Butler plantea algunas ideas similares en su conocido debate con Slavoj Zizek y Ernesto Laclau (2003).

8Capitalismo, patriarcado y racismo quedan alojados por fuera de la noción convencional de política. Este potente gesto conceptual y político queda invisibilizado en la medida en que la definición académica de política es deliberadamente situada por fuera de la política. Como la academia no es parte del sistema político, el poder propio no es captado por el lenguaje disponible, naturalizando las relaciones de poder vigentes.

9Este contexto da cuenta del reciente surgimiento de asociaciones como Red de Politólogas Freidenberg y Suárez Cao, 2020). Estos colectivos buscan, por un lado, visibilizar las contribuciones intelectuales de las politólogas y, por otro, modificar el ethos masculinizado de la disciplina.

10Schumpeter cita a Freud en dos oportunidades en Capitalismo, Socialismo y Democracia (2008, p. 122; 256). Asimismo, en su Historia del Análisis Económico afirma: “The old idea of a subconscious personality and its struggles with the conscious ego was elaborated and made operational with unsurpassable effectiveness by Freud. Again, I cannot —and perhaps need not— do more than point to the vast possibilities of application to sociology —political sociology, especially— and economics that seem to me to loom in the future” (2009, p. 798).

11Sobre este punto cabe señalar que en la ciencia política tiende a predominar una percepción curiosa de la interdisciplinariedad. Por ejemplo, cuando se llevan a cabo estudios politológicos que incorporan herramientas (conceptuales y/o metodológicas) de la economía, estos son percibidos como teniendo lugar en el centro de la disciplina. En contraste, cuando un estudio incorpora conceptos que provienen, por ejemplo, de la filosofía o de la antropología se los identifica como interdisciplinares y, por lo tanto, se los ubica en los márgenes del yo politológico.

12Esta mirada paternalista proyecta ‘profundidad’ y ‘complejidad’ sobre la teoría política desde una posición de superioridad científica auto-percibida, que se basa en cierto modo de entender el análisis político-institucional y en la predilección por la simplicidad explicativa importada acríticamente de las ciencias duras.

13Al respecto, ver Peter Levine (2016) . Why political science dismissed Trump and political theory predicted him http://peterlevine.ws/?p=16484 y Martin Lodge y Will Jennings (2016) , The flawed analysis of recent events raises fundamental questions about the direction political science is taking http://policyoptions. irpp.org/magazines/november-2016/trump-brexit-and-political-sciences-failures/

14Angel Baquero, Caicedo Ortiz y Rico Noguera (2015) analizan el eurocentrismo de la teoría política colombiana. Es muy probable que esta situación se repita en otros países de la región.

15Tomamos la expresión del título de una de las pocas revistas de teoría política de la región, Crítica Contemporánea. Revista de Teoría Política:http://www.criticacontemporanea.org/p/primer-numero.html

16Este género híbrido, que incluye desde la columna editorial al comentario televisivo, genera en la ciencia política inseguridades disciplinares de nuevo tipo, porque en la arena del análisis político compite codo a codo con profesiones liberales -como el periodismo- a las que de manera soterrada tiende a despreciar. Desde el punto de vista de la teoría política, periodismo político y análisis político mantienen más afinidades de lo que en círculos de politólogos/as se tiende a reconocer.

17Reivindicar la idea del aula como ágora no implica, en nuestro caso, invisibilizar la discriminación de género que caracterizaba a las instituciones de la polis griega y la filosofía que las sustentaba. Por el contrario, asumimos que el aula y la teoría están atravesadas por la opresión. Apostamos a que la (auto) crítica las constituya en espacios donde el poder, todo poder, se pueda nombrar y cuestionar.

18Como decía Nietzsche, es preciso tener una cualidad bovina: la de rumiar con el pensamiento.

19Esto implica dialogar críticamente con mapeos como el que ofrece Duque Daza (2019) .

20Utilizamos estas categorías, que pueden ser simplificadoras desde el punto de vista epistemológico e incluso metodológico, solo con fines expositivos.

Cómo citar: Ravecca, P., y Rossello, D. (2020). Deconstruyendo el yo disciplinar: el vínculo entre ciencia política y teoría política en América Latina. Civilizar: Ciencias Sociales y Humanas, 20(39), 115-126

Recibido: 10 de Diciembre de 2020; Revisado: 25 de Diciembre de 2020; Aprobado: 28 de Diciembre de 2020

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