Introducción
La educación tradicional parte de creencias que se han dado por ciertas con excesiva ligereza. Una de ellas supone que el conocimiento se transfiere unidireccionalmente desde el profesorado a la mente y la actividad de los alumnos (Ortega, 2015). El docente planifica, orienta y actúa, mientras el alumnado ejecuta, lo que focaliza la acción instruccional de los docentes y restringe el campo de actuación del aprendizaje. Sin embargo, en las últimas décadas, esta visión de la escuela ha ido evolucionando, rompiendo algunos de estos esquemas. De esta forma, resulta cada vez más relevante la consideración de los procesos educativos como parte de un sistema social complejo (Ortega, Rey y Sánchez, 2012). La conceptualización de lo que en el ámbito anglosajón se conoce como aproximación global a la política educativa y el clima social (whole policy), es lo que en el ámbito cultural hispano conocemos como convivencia.
El respeto al otro, la atención al reparto equitativo de bienes y funciones, el diálogo positivo y constructivo, la conciencia sobre normas, principios y valores comunes, así como de ciertas metas y retos, son inherentes al concepto de convivencia. Por tanto, entender el papel de la convivencia en cualquiera de los niveles educativos resulta fundamental, ya que se convierte en una herramienta al servicio de los procesos, siempre desiderativos, que se activan en la educación. De esta manera, el análisis y la comprensión holística de la convivencia se han convertido en un reto educativo de primer orden (García-Raga y López-Martín, 2011), y aprender a vivir juntos (learning to live together), en uno de los cuatro pilares de la educación (Delors, 2013). Por estas razones, el estudio de la convivencia escolar ha adquirido gran relevancia en los últimos años, dada su capacidad para influir en el aprendizaje y el bienestar del alumnado, así como en su desarrollo moral, social y emocional (Gómez-Ortiz, Romera y Ortega-Ruiz, 2017). Sin embargo, no se trata de un constructo unívoco, ni existe actualmente un acuerdo sobre cuáles son sus elementos claves. A pesar de la diversidad de perspectivas en la aproximación conceptual, existe cierto consenso en considerarla un constructo multidisciplinar (García-Raga y López-Martín, 2011), poliédrico (Godás, Santos y Lorenzo, 2008), dinámico (Viguer y Solé, 2011) y colectivo (García-Raga y López-Martín, 2011; Godás et al., 2008; Viguer y Solé, 2011). La convivencia conjuga las relaciones interpersonales, la comunicación, el clima escolar y la interacción social que sustenta la actividad del aprendizaje y la enseñanza en contextos concretos (Córdoba-Alcaide, Romera y Ortega-Ruiz, 2017), e implica la existencia de un orden moral implícito en todos los acontecimientos normativos y convencionales de la vida escolar (Rey, Ortega y Feria, 2009). Desde un punto de vista psicológico, el foco se pone en las dimensiones conductual, emocional y moral. Una mirada psicológica a este constructo exige incluir en él la capacidad para comprender el punto de vista del otro, el respeto hacia uno mismo y hacia los demás, la regulación de las propias emociones y la capacidad para hacer una lectura correcta de las emociones ajenas, así como la actuación siguiendo un criterio moral basado en la tolerancia, la justicia y la solidaridad (Sánchez y Ortega-Rivera, 2004). En otras palabras, bajo el discurso educativo de la convivencia, se encuentra la dimensión psicológica de la competencia social (Rey et al., 2009), que puede ser definida como un constructo que incluye el dominio de habilidades comportamentales, cognitivas y afectivas (Bisquerra y Pérez, 2007; Cummings, Kaminski y Merrell, 2008) que posibilitan el mantenimiento de una adecuada conducta en el contexto social (Oliva et al., 2010).
El constructo de convivencia ha llegado a convertirse en uno de los elementos clave en la conceptualización de la enseñanza y el aprendizaje como procesos complejos que requieren un clima de relaciones interpersonales positivo y adecuado (Ortega et al., 2012). La dimensión normativa de este constructo es la expresión formal de un innovador movimiento que ha puesto en evidencia la necesidad de prestar atención al bienestar de todos los miembros de la comunidad educativa (Elipe et al., 2018). A este respecto, la intervención basada en la evidencia (Evidence-Based Intervention -EBI-) ha demostrado que aquellas iniciativas e intervenciones basadas en un enfoque holístico obtienen los mejores resultados (Ttofi y Farrington, 2011). Este enfoque concibe la convivencia escolar en tres áreas fundamentales: (a) los modelos de intervención educativa de los docentes (Cohen, McCabe, Michelli y Pickeral, 2009); (b) las relaciones interpersonales que establecen los escolares entre sí, es decir, el contexto de iguales (Card y Hodges, 2008); y (c) los elementos perturbadores que amenazan la convivencia (Ortega-Ruiz, Casas y Del Rey, 2014). De esta manera, se distinguen dos sistemas relacionales que construyen la convivencia en la escuela: (a) el sistema vertical entre docentes y estudiantes, y (b) el sistema horizontal que establecen los escolares entre sí (Ortega et al., 2012). El sistema de los iguales ha ganado protagonismo en la comprensión de los fenómenos educativos y ha emergido como contexto social especialmente significativo en relación con la adquisición de diversas competencias y habilidades (Ortega, 2010), siendo uno de los que más impacto tienen en la percepción subjetiva de la convivencia escolar (Ortega et al., 2012). La calidad de las relaciones interpersonales que configuran el sistema de iguales influyen de manera decisiva en el desarrollo psicoevolutivo durante la adolescencia (Córdoba-Alcaide et al., 2017), moldeando la personalidad individual y social (Reyes, Brackett, Rivers, White y Salovey, 2012).
La investigación sobre la convivencia escolar y el sistema de iguales ha sido muy productiva en las últimas décadas, siendo el acoso escolar o bullying es una de las áreas más atendidas. De manera similar, la emergencia de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha propiciado la realización de numerosos trabajos científicos en torno al concepto de ciberconvivencia (Ortega et al., 2012). Sin embargo, un área de especial relevancia para el desarrollo adolescente e igualmente vinculada a la convivencia y las relaciones entre iguales no ha despertado interés empírico real hasta hace pocos años: las relaciones sentimentales ( Connolly y McIsaac, 2009; Furman, 2002).
En el campo específico del valor que se atribuye a la convivencia escolar, además de las dimensiones previamente apuntadas, ha sido identificada la que se establece cuando, en el campo de la vida en común, emergen sentimientos y vínculos muy importantes para la vida de los escolares que se relacionan con una nueva tarea psicoevolutiva: la formación de los primeros vínculos erótico-sentimentales. La red de iguales se transforma tanto con los procesos psicoevolutivos como con el impacto que en ellos tiene la educación (Ortega et al., 2012), y las relaciones sociales que se establecen entre los escolares experimentan cambios a medida que avanzan los años de escolaridad, emergiendo así en la adolescencia las primeras relaciones de pareja. Los adolescentes pasan en estos años de “ser amigos a ser el objeto de deseo de sus iguales” (Ortega-Rivera, Sánchez y Ortega, 2010, p. 212), y muchos de sus encuentros se dirigirán a mostrar su interés y atracción por el otro. Estos acercamientos ejercen, a su vez, una importante influencia en el proceso de desarrollo de sus habilidades sociales y de la comprensión social de los otros (Giménez, 2017). Los adolescentes comenzarán a desenvolverse en un nuevo contexto social en el que la convivencia adquiere, al igual que en otros sistemas relacionales, una importancia capital. El cortejo y las primeras experiencias sentimentales se convierten en procesos de ajuste y negociación continua de deseos, actitudes y comportamientos, entre quien los emite y quien los recibe (Sánchez, 2012). Es así como las habilidades de competencia social que modula la convivencia adquiere nuevos significados (Viejo, Gómez-López y Ortega-Ruiz, 2018a). Estos nuevos matices y escenarios que emergen en la vida social de los escolares suponen una nueva dimensión de la convivencia escolar y juvenil, a la que tradicionalmente se le ha prestado poca atención desde el ámbito educativo.
La literatura especializada define estas relaciones como interacciones mutuamente reconocidas (Collins, 2003), cuya naturaleza diádica e intensidad característica, marcadas por expresiones de afecto específicas, las diferencia de otro tipo de relaciones, como las de amistad (Collins, Welsh y Furman, 2009). Las relaciones sentimentales se convierten, así, en un aspecto central en la vida de los adolescentes y juegan un papel fundamental en el curso general de su desarrollo (Bouchey y Furman, 2003; Furman y Shaffer, 2003), teniendo importantes implicaciones para la salud y el ajuste de chicos y chicas (Viejo, Ortega-Ruiz y Sánchez, 2015). Actualmente son consideradas la base para el mantenimiento de relaciones adultas saludables (Grover y Nangle, 2007), representando de esta manera un tópico esencial no solo para los adolescentes, sino también para los investigadores que estudian la adolescencia y la transición hacia la adultez temprana (Carver, Joyner y Udry, 2003). Investigaciones previas han puesto de manifiesto que, al inicio de la adolescencia, solo el 25 % de los jóvenes afirman tener o haber tenido una relación de pareja, mientras que aproximadamente el 75 % han tenido al menos una pareja sentimental al llegar a la adolescencia tardía (Collins, 2003; Menesini y Nocentini, 2008). Si bien estas relaciones no están exentas de riesgos, no se debe pasar por alto el rol que juegan el desarrollo individual y el bienestar de los adolescentes (Viejo et al., 2015).
En consecuencia, este trabajo se centra en el estudio de un tipo de bienestar concreto: el bienestar subjetivo. La conceptualización más extendida sobre este constructo hace hincapié en las evaluaciones que las personas realizan sobre su vida y las emociones que experimentan (Diener, Oishi y Lucas, 2003). De este modo, cada individuo hace juicios sobre su vida como un todo, pero también sobre los diferentes dominios que la conforman (Diener, 2000), siendo el bienestar subjetivo el término utilizado para describir el nivel de bienestar que las personas experimentan (Diener y Ryan, 2009). Diversas investigaciones sugieren que las personas con un alto grado de satisfacción con la vida tienen mejores relaciones de amistad, participan en más actividades sociales y experimentan mejores relaciones sentimentales (Demir, 2008; Diener y Seligman, 2002); de ahí que durante la adolescencia, mantener relaciones caracterizadas por el cuidado y la conexión emocional son fundamentales tanto para el bienestar como para el desempeño escolar (Kansky, Allen y Diener, 2016; Viejo, Gómez-López y Ortega-Ruiz, 2018b). La forma en que estas relaciones influyen en la convivencia, en particular, y en el bienestar subjetivo o satisfacción con la vida, en general, ha sido estudiada desde diferentes perspectivas. Por un lado, no sólo el hecho de tener pareja podría influir en el bienestar de los involucrados, también el estadio en el que se encuentra la relación y la implicación que esta supone podrían incidir en los resultados (Furman, Low y Ho, 2009). Por otro lado, algunos estudios señalan que para los adolescentes la importancia no reside tanto en la dicotomía de tener o no tener pareja, sino en la calidad de la relación (Grover y Nangle, 2007). Aquellos adolescentes que disfrutan de relaciones sentimentales satisfactorias aportan mayores dosis de humor positivo a la relación y mejoran su percepción general de bienestar personal (Butzer y Kuiper, 2008), mientras que aquellos, cuya relación de pareja les reporta una baja satisfacción, están más próximos a conductas depresivas, de ansiedad o dificultades académicas (Davila, Steinberg, Kachadourian, Cobb y Fincham, 2004).
En base a estas consideraciones, y dado que estas nuevas formas de interacción y construcción de aprendizaje social están muy ligadas al contexto escolar, desde este trabajo se considera que los procesos de cortejo y establecimiento de las primeras relaciones de pareja suponen una dimensión de la convivencia a las que la comunidad educativa debe prestar atención. Para ello, este trabajo cuenta con dos objetivos: (a) analizar la experiencia sentimental durante la adolescencia, a partir del análisis de variables como la duración media de las relaciones, su naturaleza o la cantidad de parejas sentimentales hasta el momento del estudio, considerando la edad y el sexo de los participantes; y (b) realizar una aproximación al impacto que pueden tener estas experiencias en el bienestar de los adolescentes, a través del análisis de la asociación entre las experiencias sentimentales y el bienestar subjetivo.
Método
Participantes
Los centros participantes fueron seleccionados mediante un muestreo probabilístico aleatorio, estratificado por conglomerados, monoetápico con afijación proporcional (Cea D’Ancona, 2004). Los estratos establecidos fueron la zona geográfica (Andalucía Oriental o Andalucía Occidental), la titularidad del centro (privado o público) y la población (menos de 10.000 habitantes, entre 10.001 y 100.000 y más de 100.000 habitantes). Para determinar la cantidad necesaria de centros, se dividió el total de la muestra obtenida mediante la fórmula propuesta por Cea D’Ancona (2004), entre el número medio de alumnos por grupo -según las estadísticas de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía-, y se eligió solo una clase por curso, teniendo en cuenta que los municipios con menos de 3000 habitantes pueden tener solo una línea por curso. Todo ello dio como resultado 28 centros, asumiendo un error muestral del 2.5 % y añadiendo el 15 % para compensar los datos perdidos. Finalmente, los centros fueron seleccionados aleatoriamente.
En este estudio participaron 2512 adolescentes (50.2 % chicos y 49.8 % chicas), escolarizados en centros públicos y privados de la Comunidad Autónoma de Andalucía (España), con edades comprendidas entre los 11 y los 18 años (edad media = 14.33; DT = 1.68).
Instrumentos
Experiencia sentimental.
La experiencia sentimental de los participantes fue medida a través de una adaptación del Dating Questionnaire (Connolly, Pepler, Craig y Taradash, 2000). Este instrumento ha sido previamente validado con muestras de adolescentes españoles e italianos (Ortega, Del Rey y Mora-Merchán, 2008; Sánchez, Ortega-Rivera, Ortega-Ruiz, y Viejo, 2008; Viejo et al., 2015), y evalúa dimensiones cuantitativas (p. ej.: número de relaciones de pareja y duración de las mismas), y cualitativas de la experiencia sentimental actual o pasada (p. ej.: Estamos empezando; estamos saliendo, aunque no es nada serio; es mi novio/a, ahora no tengo pareja, pero he tenido pareja en los dos últimos meses), así como la ausencia de experiencia sentimental (p. ej.: Nunca he salido con nadie).
Bienestar subjetivo.
El bienestar subjetivo durante la adolescencia se midió mediante el Personal Well-Being Index (PWI-7) (Cummins, Eckersley, Pallant, Vugt y Misajon, 2003) en su versión adaptada al español para adolescentes (Casas et al., 2013). La escala consta de siete ítems que evalúan la satisfacción con un ámbito de la vida (salud, nivel de vida, logros personales, seguridad personal, grupos de pertenencia, seguridad con respecto al futuro y relaciones interpersonales), con valores que van de completamente insatisfecho a completamente satisfecho, con puntuaciones de 1 a 10. La media de las puntuaciones derivadas del PWI-7 constituye una medida de bienestar subjetivo (( = 0.88). Para el cálculo y la interpretación del índice global de bienestar subjetivo, se estandarizan las puntuaciones, encontrándose el rango normativo para personas occidentales entre los 70 y los 80 puntos (International Wellbeing Group, 2013).
Procedimiento
Una vez obtenida la muestra, se procedió a contactar a cada uno de los centros para solicitar los permisos correspondientes. La recolección de datos la efectuó personal entrenado y ajeno a los centros, en horario escolar con previa autorización y consentimiento de las familias y del propio centro. La administración de los cuestionarios realizó de manera colectiva y tuvo una duración aproximada de 30 minutos, informando previamente a todos los participantes la confidencialidad, voluntariedad y anonimato de la información recogida. El estudio fue llevado a cabo de acuerdo con la Declaración de Helsinki, con la aprobación del Comité de Ética de la Universidad de Córdoba, España.
Análisis de datos
Para responder a los objetivos de investigación, se realizaron análisis descriptivos y de comparación de medias con el software SPSS 20.0, atendiendo al sexo y la edad de los participantes. Para ello se utilizaron análisis de varianza (Anova) unidireccionales, pruebas t para muestras independientes y tablas de contingencia para obtener el estadístico Chi cuadrado. Los tamaños del efecto fueron controlados utilizando los estadísticos d de Cohen (d) y eta cuadrado ( (2 ).
Resultados
Las relaciones sentimentales durante la adolescencia
El primer objetivo de este trabajo fue analizar la experiencia sentimental de los adolescentes, profundizando en las características de estas relaciones. Los resultados mostraron que el 27.9 % de los y las participantes afirmaron tener pareja en el momento de administración del cuestionario, el 36.9 % haberla tenido en el pasado y el 35.2 % no haber tenido ninguna experiencia sentimental. La tabla 1 recoge los datos correspondientes a la experiencia sentimental en las diferentes edades.
Como puede observarse, la experiencia sentimental aumentó significativamente conforme la edad avanzaba (F [7, 2321] = 25.58; p = 0.000; (2 = 0.72), de tal forma que a la edad de 11 años, el 32.6 % de los y las participantes reportaron tener experiencia sentimental, mientras que a los 18 años este porcentaje aumentó al 89.7 %, encontrando diferencias significativas entre chicos y chicas (t [2323] = 2.04, p = 0.041, d = 0.08). Asimismo, se identificaron diferencias en cuanto a la edad de inicio de las relaciones. En relación a las experiencias sentimentales actuales y pasadas, las diferencias resultaron estadísticamente significativas por sexo ( (2 [5] = 25.90; p = 0.000; V = 0.131; λ = 0.027), como también en relación con la edad (F [7, 1502] = 5.34; p < 0.05; (2 = 0.12). Esto es, a la edad de 11 años un mayor porcentaje de chicos afirmaron tener pareja en el presente, mientras que de los 12 años en adelante, fueron las chicas quienes señalaron con mayor frecuencia tener pareja en la actualidad.
Profundizando en el análisis de la naturaleza de la relación, referida a la seriedad o categorización que los y las participantes hicieron de sus experiencias sentimentales actuales, se analizaron los datos correspondientes a cuatro categorías: (a) estamos empezando a salir o tenemos un rollito (relación incipiente), (b) tenemos una relación pero no es algo serio (relación informal); (c) tenemos una relación seria; y (d) tenemos una relación formal de pareja o nos sentimos sentimentalmente comprometidos. Los datos mostraron que, de los chicos y las chicas que afirmaron tener pareja en la actualidad (27.9 %), el 8.5 % la calificó como una relación incipiente, el 4.6 % como una relación informal, el 13.8 % como una relación seria y el 0.9 % como una relación formal. Por otra parte, conforme la edad aumentaba lo hacía también la seriedad otorgada a las relaciones (F [7, 1502] = 5.34; p < 0.05; (2 = 0.12), siendo las chicas las que hacia los últimos años de la adolescencia afirmaron tener relaciones más comprometidas sentimentalmente ( (2 [5] = 25.90; p = 0.000; V = 0.131; λ = 0.027). En cuanto a las experiencias sentimentales anteriores a la realización del estudio, los y las participantes informaron sobre la presencia o ausencia de las mismas, y si se trataba de una experiencia reciente (“He tenido pareja en los dos últimos meses”) o más alejada en el tiempo (“He tenido pareja hace más de dos meses”).
Para profundizar en las características definitorias de estas relaciones, se analizaron datos relativos a la cantidad y duración media de las mismas. Los resultados revelaron que los chicos afirmaban haber tenido entre 3 y 4 experiencias sentimentales (M = 3.68; DT = 3.36), mientras que en las chicas esta cifra descendía a entre 2 y 3 (M = 2.54; DT = 2.13), siendo estadísticamente significativas esas diferencias (t [1137,980] = 7.55, p= 0.000; r= -0.20). Analizando estos datos por edad, se encontró que los y las participantes de 14 años reportaron la mayor media de parejas sentimentales (M = 3.53; DT = 3.20), mientras que la menor la obtuvieron los y las estudiantes de 18 años (M = 2.24; DT = 1.86) (F [7, 1439] = 3.94, p = 0.000; (2 = 0.19). Referente a la duración media (meses) de las relaciones sentimentales actuales, los resultados pueden observarse en la tabla 2.
Como se observa en la tabla 2, las chicas afirmaron tener relaciones más duraderas en las categorías relación informal, relación seria y relación formal, mientras que los chicos manifestaron que eran más duraderas las relaciones incipientes. Se hallaron diferencias significativas únicamente en la categoría relación seria. Con respecto a la edad, se obtuvieron resultados similares entre los chicos y las chicas de 12 y 18 años. En este sentido, la duración media de las relaciones serias reportada por los primeros fue de 6.94 meses (DT = 6.40), mientras que para los segundos esta cifra aumentó a 23.64 meses (DT = 14.82) (F [6, 313] = 9.74, p = 0.000; (2 = 0.16). El análisis post-hoc realizado utilizando el test de Games-Howell mostró la significatividad estadística de las diferencias entre ambos grupos (p = 0.008).
Las relaciones sentimentales durante la adolescencia y su asociación con el bienestar subjetivo
El segundo objetivo de este trabajo fue realizar una aproximación al impacto que pueden tener las experiencias sentimentales de los y las adolescentes en su bienestar subjetivo, no sólo en cuanto a la presencia o ausencia de relación sentimental, sino a las características de ésta en el bienestar adolescente. Para ello se analizaron, en primer lugar, los índices generales de bienestar subjetivo y las puntuaciones de satisfacción obtenidas por los participantes en los diferentes ámbitos de la vida medidos. En segundo lugar, se analizaron dichas puntuaciones en relación con la experiencia sentimental.
En la tabla 3 puede observarse que tanto chicos como chicas obtuvieron un índice global de bienestar subjetivo por encima del rango establecido como normativo, particularmente en la subescala satisfacción con los grupos de pertenencia, a nivel general y en relación con el sexo. En contraposición, se obtuvieron las menores puntuaciones medias en la subescala seguridad personal. La comparación entre sexos mostró que los chicos obtuvieron mayores puntuaciones medias tanto en el índice global de bienestar subjetivo como en la satisfacción con los diferentes ámbitos medidos, encontrando diferencias significativas en la satisfacción con el nivel de vida, la seguridad personal, la seguridad sobre el futuro, las relaciones interpersonales y el índice de bienestar global.
En la tabla 4 se presentan las puntuaciones medias obtenidas por chicos y chicas en el índice global de bienestar subjetivo y en cada ámbito de satisfacción medido en función de la experiencia sentimental y la naturaleza de las relaciones. Con respecto al primero, si bien todas las puntuaciones se encuentran dentro del rango promedio, la puntuación más alta la obtuvieron los y las participantes que afirmaron mantener una relación formal o sentirse sentimentalmente comprometidos en el momento de realización del estudio, y la más baja, aquellos y aquellas que manifestaron mantener una relación seria, siendo significativas estas diferencias (F [6, 2271] = 3.26; p < 0.05; (2 = 0.03). En relación con los diferentes ámbitos de satisfacción, las puntuaciones obtenidas también se encontraron dentro del rango promedio. Analizando los resultados en cuanto a la experiencia sentimental y la naturaleza de la relación, los y las participantes que mantenían una relación formal fueron los más satisfechos con sus logros vitales (F [6, 2292] = 3.36; p < 0.05; (2 = 0.01), con lo seguros que se sentían (F [6, 2290] = 3.01; p < 0.05; (2 = 0.05), con la seguridad sobre su futuro (F[6, 2293] = 5.83; p < 0.05; (2 = 0.02) y con sus relaciones con otras personas (F [6, 2295] = 2.74; p < 0.05; (2 = 0.02). Los y las participantes que estaban comenzando una relación resultaron ser los más satisfechos con los grupos de los que formaban parte (F [6, 2291] = 3.08; p < 0.05; (2 = 0.02), mientras que los y las participantes sin experiencia sentimental revelaron ser los más satisfechos con su nivel de vida (F [6, 2295] = 4.24; p < 0.05; (2 = 0.02).
Discusión
A la luz de los resultados obtenidos, se puede afirmar que el cortejo y el proceso de formación de parejas durante la adolescencia es un fenómeno que se relaciona con el bienestar de los y las adolescentes. La presencia mayoritaria de jóvenes que afirmaron estar implicados en estas relaciones sugiere la importancia que tienen estas experiencias durante la adolescencia a nivel afectivo y social, así como la posición central que ocupan en las vidas de chicos y chicas (Furman y Shaffer, 2003). Por otro lado, estos resultados apuntan a que el sistema educativo debería tener en cuenta, además de la atención, la motivación y el interés por el aprendizaje por parte del alumnado, el interés y la motivación social que el joven tiene, subjetivamente, hacia otras personas de su entorno, en especial hacia sus iguales. La alta implicación sentimental hallada en este estudio revela que existe un foco de atención significativo, de carácter erótico-sentimental, de unos escolares hacia otros, es decir, hacia personas que forman parte de su círculo social. Esto podría estar relacionado con los postulados previamente establecidos sobre los sentimientos de intimidad, apoyo y búsqueda de compañía que caracterizan las relaciones sentimentales (Sternberg, 1997). Asimismo, sugiere, al igual que estudios previos, que durante la adolescencia estas experiencias cada vez son más importantes para sus protagonistas, pudiendo ser una fuente de bienestar y ajuste (Kansky et al., 2016; Viejo et al., 2015 ).
El análisis de la influencia de la edad en la presencia y categorización realizada de las relaciones sentimentales por los adolescentes participantes, mostró resultados en línea con otras investigaciones (Carver et al., 2003; Shulman y Scharf, 2000; Viejo, Sánchez y Ortega-Ruiz, 2013), encontrando que a medida que la edad aumenta, lo hace la experiencia sentimental y la naturaleza y duración de las relaciones, consolidándose estas como serias y duraderas hacia los últimos años de la adolescencia. Los hallazgos revelaron que existen matices diferenciadores en estas relaciones entre chicos y chicas: los chicos afirmaron haber tenido más relaciones sentimentales, mientras que las chicas aseguraron tener relaciones más duraderas y estables. Investigaciones desarrolladas en otros países no han encontrado diferencias a este respecto (Connolly, Craig, Goldberg y Pepler, 2004; Menesini y Nocentini, 2008); sin embargo, en España diversos estudios apuntan en la misma dirección (Sánchez et al., 2008).
La relación entre estos primeros acercamientos y experiencias erótico-sentimentales y bienestar subjetivo, entendido en este trabajo como la satisfacción con la vida en general y diversos ámbitos de la misma en particular, ha sido escasamente estudiada en la literatura científica. En sentido general, los resultados obtenidos sobre el bienestar sugieren que los chicos se sienten más satisfechos que las chicas con diferentes dominios o ámbitos de su vida social, así como en lo referente al índice global de bienestar subjetivo, encontrándose estos datos en la línea de otras investigaciones (Viñas, González, Malo, García y Casas, 2014). En cuanto al vínculo entre bienestar y experiencia sentimental, los resultados no permiten establecer una relación robusta entre ambos, aunque sugieren que la experiencia sentimental y la naturaleza o seriedad otorgada a las relaciones puede estar ejerciendo un efecto en el bienestar subjetivo de los y las adolescentes. Por un lado, chicos y chicas sin experiencia sentimental manifestaron estar más satisfechos con su nivel de vida, en comparación con los participantes con experiencia sentimental; sin embargo, son los menos satisfechos con respecto a sus relaciones interpersonales. Por otro lado, chicos y chicas con experiencia sentimental expresaron que se sienten más satisfechos con sus logros vitales, su seguridad personal, los grupos de los que forman parte, la seguridad sobre su futuro y sus relaciones interpersonales. Es necesario destacar que las puntuaciones obtenidas por los y las participantes, tanto en el índice de bienestar subjetivo global como en la satisfacción con los diferentes ámbitos medidos, se encuentran por encima del promedio reportado por los autores del instrumento utilizado (International Wellbeing Group, 2013), por lo que se puede afirmar que tanto los chicos como las chicas con y sin experiencia sentimental poseen buenos índices de bienestar. De esta manera, los resultados obtenidos sugieren que, de acuerdo con estudios previos, los cuales asocian las relaciones sentimentales durante la adolescencia a procesos como el desarrollo de la identidad (Furman y Shaffer, 2003), el logro de habilidades de expresión y regulación de emociones (Collins, 2003; O'Sullivan y Thompson, 2013) o la implicación en conductas de riesgo (Braithwaite, Delevi y Fincham, 2010), el no tener experiencia sentimental no tiene porqué impactar negativamente en el bienestar de los adolescentes, pero tenerla puede influir positivamente en la satisfacción percibida con la vida en general.
Finalmente, dada la importancia que adquieren las relaciones interpersonales para los y las adolescentes, y que esas relaciones surgen, se configuran y proliferan en gran medida dentro del contexto escolar, estos resultados confirman la necesidad de atender los procesos de cortejo y formación de las primeras parejas desde el ámbito educativo, a la luz del impacto que pueden tener en el desarrollo y en el bienestar de sus protagonistas. Conocer cuándo comienza este proceso psicoevolutivo y cómo evoluciona, resultará imprescindible para conocer el foco de interés del joven y la manera como ello repercute en su interés hacia otros procesos, como los instruccionales y, en general, hacia el mantenimiento de un clima de convivencia positivo. Por ello, saber que en gran medida los adolescentes centran su bienestar en conocer y comunicarse con otro para satisfacer sus necesidades sentimentales, nos obliga a incluir el cortejo y las primeras relaciones erótico-sentimentales en la trama relacional a la que llamamos convivencia.