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Universitas Psychologica

Print version ISSN 1657-9267

Univ. Psychol. vol.6 no.1 Bogotá Jan.(Apr. 2007

 

PRODUCIENDO TRABAJADORES MODERNOS: CONOCIMIENTO PSICOLÓGICO Y EL MUNDO DEL TRABAJO EN EL SUR

 

PRODUCING MODERN WORKERS: PSYCHOLOGICAL KNOWLEDGE AND THE WORLD OF WORK IN THE SOUTH

 

HERNÁN CAMILO PULIDO-MARTÍNEZ*

CARDIFF UNIVERSITY, PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Correo electrónico: pulido-martinezhc@cf.ac.uk

 

Recibido: agosto 31 de 2006 Revisado: octubre 10 de 2006 Aceptado: octubre 27 de 2006

 


ABSTRACT

This article considers the relationship established between psychology and the production of workers as subjects in the “third world”. It is pointed out that the celebratory attitude of psychologists in regards to the dissemination of the psychological knowledge avoids the analysis of its neo-colonial dimensions. Some of these dimensions, when the psychological knowledge contributes to the construction of workers’ subjectivity in developing countries as the “other” in need of being psychologically transformed or “modernized” in order to the achievement of national development, are illustrated and analyzed. Possible paths to continue researching the neo-colonial dimensions of psychology in the world of work are suggested.

Key words: critical psychology, industrial/organizational psychology, subjectivity, modernization, colonialism, national development.

 


RESUMEN

Este artículo considera el interjuego que se establece entre la producción del conocimiento psicológico en las sociedades nor-atlánticas y la construcción de la subjetividad de los trabajadores que se adelanta en los países del “tercer mundo”. Inicialmente, se señala la actitud celebratoria que asumen los psicólogos ante la expansión del conocimiento psicológico industrial/organizacional, la cual evita el análisis de las dimensiones neo-coloniales de la psicología. Se ilustran y analizan algunas de las implicaciones colonizantes que el saber psicológico tiene cuando contribuye a construir la subjetividad de los trabajadores en los países “en desarrollo” como “otros” que requieren ser psicológicamente transformados o “modernizados”, con el objetivo de alcanzar el desarrollo nacional. Se concluye sugiriendo algunos de los posibles caminos para continuar la investigación de las dimensiones neo-coloniales de la psicología en el mundo del trabajo.

Palabras clave: psicología critica, psicología industrial/organizacional, subjetividad, modernización, colonialismo, desarrollo nacional.

 


Introducción

Es sorprendente cómo aun ante la explosión de estudios que se han ocupado de la construcción contemporánea de la subjetividad de los trabajadores (Alvesson & Willmott, 2002; Casey, 1995; Ezzy, 1997; Fonseca, 2000; Lancman & Uchida, 2003; Marín, 2004; Schvarstein & Leopold, 2005; Senett, 1998, Townley, 1994) el papel de la disciplina psicológica en relación con esta construcción no ha sido suficientemente explorado. De hecho, esta carencia de interés por parte de los investigadores es aún más sorprendente si se tiene en cuenta que: a) el saber psicológico se ha convertido en una de las principales fuentes de construcción de la subjetividad en las sociedades contemporáneas, b) gran parte de las teorías organizacionales se basan en algún tipo de saber psicológico sobre los trabajadores y c) el “gobierno” de las empresas y de la sociedad en general se adelanta cada vez más en términos de la construcción-producción de determinados tipos de sujetos (Henriques, Hollway, Urwin, Venn & Walkerdine, 1998; McKinlay & Starkey, 1998; Rose, 1996; Walkerdine, 2001, 2005). Este artículo se propone explorar el rol que la psicología tiene en relación con la construcción de la subjetividad de los trabajadores en el interjuego que se establece entre la producción de este conocimiento en los países nor-atlánticos, y la activa colaboración, traducción, apropiación, adaptación o simplemente réplica de este saber que se lleva a cabo en el sur global. Inicialmente se argumenta que el papel de la disciplina en relación con el mundo del trabajo no ha sido considerado más allá de su pertinencia para los países del “tercer mundo”. La discusión, por lo tanto, se ha concentrado alrededor de las reformas, propuestas, o mejoras que se deben adelantar para hacer una psicología “más” adecuada para estos países. En segundo lugar, se examina el rol de la psicología en términos del sujeto que propone y su relación con la construcción del trabajador como un “otro” que debe ser controlado, educado y civilizado, es decir, se examinan las matrices neo-coloniales del conocimiento psicológico. Finalmente, se concluye que la discusión acerca de la pertinencia del conocimiento psicológico para los países del tercer mundo se debe enriquecer con un análisis de las dimensiones neo-coloniales de este saber. Se sugieren, entonces, posibles vías para continuar la investigación.

El trabajador, el desarrollo nacional y sus preocupaciones psicológicas

La pregunta formulada por Jahoda (1973) acerca de la pertinencia o no de la psicología para los países en desarrollo no ha sido ajena a la relación que esta disciplina ha establecido con el mundo del trabajo. Las dimensiones de esta pregunta, sin embargo, no han sido consideradas en su totalidad, pues se da por hecha la supuesta neutralidad del saber psicológico, el cual antepone una eficacia, siempre en entredicho, a la crítica de sus fundamentos. La promesa tanto del aumento de la productividad, como de mejoras en el bienestar de los trabajadores constituye el centro de la utilidad social del conocimiento psicológico industrial/organizacional. Se da por descontado que este saber ayuda a alcanzar dichos efectos y, en esta medida, se considera pertinente, independientemente del lugar y del contexto cultural donde se aplique. En este sentido la psicología del trabajo, industrial y organizacional, así como la psicología social de las organizaciones reclaman para sí una clara pertinencia, puesto que proporcionan una serie de conceptos y tecnologías sociales para lidiar con la fuerza de trabajo que contribuyen al desarrollo y correcta marcha de las organizaciones y, por ende, también contribuyen al desarrollo nacional.

Bajo este tipo de supuestos una rama de investigadores se ha dirigido a determinar cuáles son los factores que en términos generales facilitan o, por el contrario, obstaculizan el desarrollo de la psicología en el “tercer mundo”. Se considera que determinar estos factores es el primer paso para abrir camino a los efectos “benéficos” que trae consigo la aplicación del conocimiento psicológico. Típicamente el modelo que se establece para determinar el “estado” de la psicología hace referencia a la institución psicológica de los países nor-atlánticos y, especialmente, a la norteamericana. Se han establecido diversas clases de factores. Así, por ejemplo, Díaz-Guerrero (1984) afirma que la psicología en México es prácticamente igual a la que se ejerce en los países industrializados. Sin embargo, señala que si el conocimiento psicológico quiere contribuir más efectivamente al desarrollo nacional, debe dar prioridad a aspectos tales como: mejorar la educación al nivel del postgrado y facilitar el traspaso de los conocimientos psicológicos al público en general. Adair (1995) encuentra que factores tales como los recursos humanos y materiales, la comunicación, las instituciones fuertes, la investigación significativa, y las prácticas académicas de evaluación de calidad facilitan o, en su ausencia, dificultan el avance de la psicología. Salazar (1995) ubica los obstáculos para el avance del conocimiento psicológico en el carácter eminentemente práctico que la disciplina ha asumido en los países no industrializados. Este carácter está relacionado con la urgente respuesta que se requiere para solucionar los graves problemas sociales que afectan a estos países. Según Salazar (1995), una infraestructura adecuada y un ambiente político, económico y social estable, que proporcione apoyo permanente a la investigación psicológica, conducirá a solucionar este tipo de divisiones.

Específicamente con relación al mundo del trabajo, Ortega y Muñoz (1984) encuentran que la falta de interés de los psicólogos industriales, la carencia de leyes que determinen las actividades laborales de estos profesionales y la competencia con otras disciplinas cercanas pueden resultar en trabas para el campo de acción de la psicología. Quizás la mejor descripción de los factores que afectan el avance de la disciplina en relación con el mundo laboral la presenta Acosta (2000), quien establece que el desarrollo tecnológico y productivo, la situación macro-económica, el apoyo político a la investigación e intervención psicológicas, las disposiciones gubernamentales para regular el trabajo y los trabajadores, las condiciones en las que se imparte la educación en la formación avanzada, así como la difusión de la disciplina, detienen o, por el contrario, hacen avanzar la marcha de la psicología académica en el mundo laboral.

Inventarios que describen la expansión de la psicología en general, y de su relación con el trabajo en particular, se encuentran en la literatura en la rama que contemporáneamente se conoce como “psicología internacional”, la cual ha documentado cómo este conocimiento se expande a casi todos los países del planeta, superando las barreras que salen a su paso (Rosenzweig, 1999). Específicamente en relación con el mundo del trabajo, la psicología internacional presenta, por ejemplo, la multitud de asociaciones académicas y profesionales, los abundantes programas de formación en psicología industrial/organizacional, así como el número, siempre creciente, de estudiantes alrededor del mundo interesados en áreas relacionadas con el trabajo (Sexton & Hogan, 1992).

Los estudios llevados a cabo en el campo de la psicología internacional que determinan los factores que entorpecen o facilitan el crecimiento y aplicación del conocimiento psicológico, como también aquellos que documentan su expansión, comparten lo que Staeuble (2005) ha llamado una actitud celebratoria. Esto para hacer referencia a la forma en que los psicólogos consideran, de por sí, benéfica la expansión de la disciplina a lo largo del planeta. Celebración que, a su vez, anota Staueble (2003) de manera enfática, niega dimensiones importantes que están implicadas en el conocimiento psicológico, tales como el “imperialismo” cultural que va de la mano con esta expansión.

Inmersos en esta actitud celebratoria, los psicólogos del “primer mundo” han discutido la centralidad del trabajo para la “modernización” de la sociedad (i.e. Inkeles, 1983; Inkeles & Smith, 1974). Con base en la concepción generalizada de que el desarrollo es una sucesión de cambios en los niveles industrial y económico con el objetivo de garantizar la competitividad internacional, Azuma (1984), por ejemplo, propone que la psicología se debe encargar de ayudar a las personas a enfrentar el shock psico-cultural que los cambios modernizantes implican, especialmente, “la destrucción violenta de la maneras tradicionales de vivir y pensar que constituyen las bases de la identidad”. En esta misma línea, Cherns (1984) afirma que el trabajo en los procesos de modernización desempeña un doble papel pues es la manera en la que el hombre se relaciona con el mundo y, a su vez, se constituye en la marca característica de las sociedades. El trabajo diferencia a las sociedades con altos niveles de desarrollo económico de aquellas con bajos niveles del mismo. En los términos propuestos por Cherns (1984), las sociedades no desarrolladas conservan maneras “tradicionales” de organizar las labores productivas (trabajo), mientras que las sociedades “modernas” organizan las labores productivas alrededor del empleo y sus consecuentes figuras del empleador y del empleado. Desplazarse del trabajo hacia el empleo resulta ser una de las cualificaciones indispensables para que se alcance la completa ciudadanía moderna en las sociedades en desarrollo. Como esta transición también implica un shock que golpea a las personas involucradas, la psicología debe entonces ocuparse de este proceso para hacerlo menos dañino. El conocimiento psicológico debe proporcionar las estrategias para amortiguar los cambios y, de esta manera, demostrar su utilidad social.

El rol que se le asigna a la disciplina no solamente se relaciona con este efecto amortiguador de los cambios modernizantes, por el contrario, complejos modelos que se basan en conocimientos psicológicos han sido propuestos para explicar cómo se puede alcanzar este “estado ideal” de desarrollo siguiendo el camino de los países industrializados. Típicamente las diferencias en el nivel de desarrollo nacional se conciben a partir de diferencias en el “estado de la mente”. Triandis (1984), por ejemplo, relacionó los ambientes físico, cultural y económico, con el individuo concebido como un sistema, las practicas de crianza, y la conducta en un modelo propuesto para que las personas “trabajen duro” y, así, se alcance la deseada meta del desarrollo económico. La teoría de la motivación propuesta por McClelland (1961) alrededor de la necesidades de logro, poder y afiliación se ha constituido también en un manera de entender los problemas del desarrollo nacional. De acuerdo con McClelland (1967), los habitantes de los países del “tercer mundo” tendrían carencias relacionadas con la motivación hacia el logro, lo cual se convierte en una de las razones fundamentales para que los países del sur mantengan y reproduzcan su situación desventajosa. En esta misma línea, Harrison (2000) propone que las diferencias en los grados de desarrollo no se deben a la explotación económica ejercida sobre tales países, sino, por el contrario, la carencia de desarrollo se explica por las diferencias en la tradición cultural que estructuran la mente de manera diferente.

A la par de las propuestas “psicológicas” generadas fundamentalmente en los países nor-atlánticos, las críticas a estos modelos no se han hecho esperar en el sur. De manera general, se argumenta que las intervenciones, herramientas psicológicas o tecnologías blandas, como frecuentemente se le llama al arsenal de instrumentos y teorías psicológicas con las que se cuenta en la actualidad, no corresponden con la realidad cultural y social de los países del tercer mundo, sino que son una creación eurocentrica, están basadas en una visión individualista, privilegian el ajuste a la transformación y, por lo tanto, no son adecuadas o pertinentes para solucionar los problemas particulares de estas sociedades (Sloan, 1990). También se ha puesto de presente que la visión psicologizante de los problemas del desarrollo concentrado en prácticas de crianza, ciertos tipos de personalidades y/o motivaciones hacia el logro, consigue ocultar las “realidades” externas a las personas que están directamente vinculadas con las desigualdades económicas y la explotación (Herman, 1995).

Sin embargo, con relación al mundo laboral, aunque se destaca la centralidad del trabajo en relación con los procesos de modernización –aun cuando se reconoce que la expansión de la psicología alrededor del mundo ha ido de la mano de la validación de conceptos e instrumentos relacionados con las areas de la psicología que se ocupan del trabajo (Anderson, Ones, Sinagil & Viswesvaran, 2002)– la discusión raramente se concentra en la pertinencia de este conocimiento o en las características que debería tener una psicología adecuada para las condiciones particulares en las cuales se organiza el trabajo en los países del sur.

La discusión reconoce las diferencias culturales, sociales y económicas, pero se ha autolimitado a los problemas metodológicos dejando de lado las implicaciones culturales y políticas. En estas condiciones, un afán por encontrar una psicología, del trabajo, laboral, industrial u organizacional, apropiada no ha desembocado, como en otras áreas, en propuestas para construir una psicología autóctona o indigenizada (Moghaddam, 1995; Staeuble, 2005). En su lugar se ha dado como resultado lo que Moghaddam (1990) llama una psicología “modulativa”, es decir, un conocimiento psicológico que no está directamente vinculado con los cambios, sino que se limita a lidiar con los resultados de estos cambios, y, en esta medida, se trata de una psicología fundamentalmente reactiva y acrítica.

Estas características han dado lugar a dos situaciones. Por una parte, los psicólogos que se ocupan de investigar el mundo del trabajo en los países del sur han adelantado investigaciones que básicamente intentan verificar que los resultados obtenidos en las naciones nor-atlánticas tienen validez en sus propias sociedades, y, segundo, a que estas validaciones –las cuales contemporáneamente corresponderían a lo que se conoce como una indigenización de la psicología– sean en cierta manera ignoradas cuando las nuevas condiciones laborales de flexibilización dan paso a que los investigadores de las sociedades nor-atlánticas propongan una psicología industrial/organizacional cross cultural que se encargue de comprobar que sus resultados tienen una validez internacional (Gelfand, Raver & Holcombe Ehrhart, 2004).

La cuestión colonial

El interés de la psicología académica por el desarrollo nacional tiene parte de sus raíces en la estrategia modernizante que fue diseñada en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, y que tenía como objetivo ganar la guerra fría. De acuerdo con Deshpande (2003), se perseguían dos objetivos: primero, prevenir el “desplazamiento” hacia el comunismo de los países de Asia, África y América Latina; y, segundo, establecer unas rutas viables para el crecimiento y desarrollo de estos países. Esta estrategia coincidió con el liderazgo mundial que asumió los Estados Unidos y el fin de colonialismo directo de los países de Europa. La estrategia modernizante y sus derivados dieron lugar a la división entre países del primero, segundo y “tercer mundo”, la cual, según Escobar (1998), es una continuación del proceso de colonización. La estrategia modernizante abrió un espacio para la construcción de conceptos, teorías y prácticas que permitieron y permiten aún describir, localizar e intervenir aquellos países clasificados como del “tercer mundo”. En esta relación entre poder y conocimiento que se abrió, los países “en vías de desarrollo” fueron y son continuamente re-construidos como atrasados, tradicionales o culturalmente retrogrados, no desarrollados, no democráticos, medio civilizados y, por ende, con una “objetiva” necesidad de ser ayudados, orientados e intervenidos para seguir el mismo camino que han recorrido los países que ya disfrutan del desarrollo. Se tiene, entonces, un capítulo más de la “misión civilizatoria” que se emprendió con el colonialismo.

En este sentido, alrededor del desarrollo se construyó una clase de orientalismo (Said, 2004) como una serie de conocimientos y prácticas que permitieron, y permiten, ejercer una autoridad sobre las poblaciones del “tercer mundo” con una coherencia justificada en metas económicas y en el bienestar general que se producirá como resultado. En términos de desarrollo económico se dividió la geografía universal, las culturas y sociedades, al mismo tiempo que emergieron una serie de saberes acerca de esta división. Las ciencias sociales orquestaron y continúan orquestado la implementación de las técnicas, han sugerido los programas, han especificado las áreas de intervención y, así mismo, han determinado las maneras de ser o los tipos de personas que son congruentes con el desarrollo y la modernización. Lo que se puede decir, hacer y pensar acerca del “tercer mundo” se presenta delimitado con anterioridad. Corresponde más a la cultura nor-atlántica que lo produjo que a la realidad de los que son identificados con él. Sin embargo, esto no implica que sea una imposición directa, por el contrario, la estrategia modernizante es un proceso complejo y dinámico en el que participan diversos estamentos tales como instituciones filantrópicas, instituciones gubernamentales y no gubernamentales, universidades, consultores, grupos académicos, etc. (Deshpande, 2003; Said, 2004).

Cada una de las ciencias sociales ha creado su propia contribución al desarrollo y a la modernización. Así, se tienen formulaciones relacionadas con lo económico, con lo social y con lo psicológico. En términos de la contribución de la psicología académica, la lógica del desarrollo plantea la necesidad de una nueva mentalidad en los habitantes del tercer mundo. La modernización de la mente propone unos tipos ideales de lo que los seres humanos deben ser, cómo deben comportarse y qué deben pensar, es decir, se propone una construcción de la subjetividad alrededor del conocimiento psicológico que sea la base para el desarrollo nacional. En términos de la construcción de la subjetividad, la psicología proporciona las herramientas para que, a partir de la “intersección” (Escobar, 1998) que se crea entre las culturas, civilizadas y por civilizar, puedan concebirse las diferencias en la manera en que la gente se ve entre sí. El conocimiento psicológico provee una manera de concebir a los seres humanos que se convierte en factor diferenciador y, a su vez, articulador de las diferencias entre desarrollados y no desarrollados, entre los eficientes e ineficientes, y entre los civilizados y los por civilizar. Es larga la relación que la psicología guarda con los procesos de colonización y la construcción de las diferencias. Si bien éstas se han examinado con detenimiento en lo relacionado con la construcción del “otro” diferente de los europeos occidentales y de los norteamericanos, en términos de raza (Jahoda, 1992; Richards, 1997; Teo, 2005.), recién empiezan a analizarse como estas diferencias tienen implicaciones colonizantes, orientalizantes y occidentalizantes en el mundo del trabajo (Frenkel & Shenhav, 2006).

“Modernizando la mente”, produciendo la diferencia, un caso

En 1974, Alex Inkeles y David Smith publicaron su una y otra vez citado estudio “Becoming Modern. Individual Change in Six Developing Countries”, en el cual se proponía que “no existe nada más relevante y retador para la psicología social que explicar el proceso mediante el cual las personas dejan de ser tradicionales para devenir personalidades modernas”. En la consecución de este objetivo los autores dedican su libro a construir una teoría acerca del “hombre moderno” y a explicar cómo se puede alcanzar este estado por medio de cambios a nivel individual. Inkeles y Smith (1974) señalan que aunque existían muchos estudios que consideran diversos aspectos relacionados con las diferencias entre las naciones industrializadas y las no industrializadas, los investigadores han dejado de lado los problemas del cambio individual como una parte fundamental para explicar las diferencias. La propuesta de Inkeles y Smith (1974) presenta el ideal “moderno” de la subjetividad y lo vincula con un tipo de personalidad que se desarrolla en los ámbitos laborales, específicamente a través del empleo. Inkeles y Smith (1974) sostienen que no han agregado nada nuevo al concepto de ser humano moderno, pues éste era un concepto que ya circulaba en la sociedad. Lo que estos autores se atribuyen es solamente el haber concretado el contenido del sujeto moderno que permanecía vago. Al basar la modernización en una “clase de mentalidad” que se manifiesta en un tipo de personalidad, Inkeles y Smith convierten el “tornarse moderno” en una cuestión de inducir características de personalidad en la “gente común” de los países no industrializados, con la esperanza de que esto se traducirá en crecimiento económico. El centro del problema, entonces, se describe en razón de los factores que pueden o, por el contrario, dificultan la proliferación de ese ideal del “hombre moderno” (Inkeles, 1983).

Inkeles y Smith (1974) reconocen que ésta no es una idea novedosa, pues el mismo argumento ya estaba presente en los trabajos de Max Weber. Sin embargo, al contrario de este último, se desdeña el papel de la cultura en la constitución del tipo de seres humanos que subyace a la sociedad capitalista. Este movimiento hace posible un marco conceptual que conduce a la identificación de las diferencias entre el hombre moderno ideal y la mayoría de lo habitantes de los países no industrializados, gracias a que se asume que los aspectos de tipo cultural, económico, e histórico no son centrales y que el desarrollo económico produce bienestar en donde quiera que aparezca.

El argumento se desarrolla en los siguientes pasos. Primero que todo, se supone que las culturas no alteran los principios básicos que gobiernan la estructuración de la personalidad. En seguida se introducen los patrones “pan-humanos” de respuesta, los cuales “persisten en frente de la variabilidad del contexto cultural”, lo que se supone permite a los seres humanos responder “básicamente en la misma forma” ante “las instituciones y los patrones de interacción personal que son introducidos con el desarrollo económico y la modernización sociopolítica”. De esta forma, el rol fundante de la cultura en relación con la constitución de la subjetividad ha desaparecido, respuestas universales han tomado su lugar y, al mismo tiempo, las instituciones “básicas” de la modernidad, escuela y trabajo, asumen un carácter “neutral” al no ser consideras, ni analizadas, como productos de la cultura. El siguiente paso consiste en afirmar que el trabajo en su forma moderna (industrial) se organiza y funciona de la misma manera, independientemente de las naciones, los lenguajes, los sistemas políticos y, por supuesto, de la cultura en general.

Una vez establecida la universalidad de la forma de organizar el trabajo, se propone que el sujeto trabajador que acompaña este proceso es el ideal del “hombre moderno”. Es decir, “el empleado” resulta ser el tipo de sujeto que se ha constituido con las características particulares que le permiten participar activamente en la vida de las empresas para alcanzar su cometido. De acuerdo con Inkeles y Smith (1974), el conjunto de cualidades psicológicas que definen al trabajador moderno no solamente influyen en la conducta de los empleados en los lugares de trabajo; estas características también tienen incidencia en la conducta de los trabajadores en otros ámbitos sociales alejados de las empresas, habilitándolos para participar en la sociedad como ciudadanos activos. Las características son descritas en la forma siguiente:

Como ciudadano informado y participante el hombre moderno se identifica con las nuevas entidades del estado, toma interés en los asuntos públicos nacionales e internacionales, participa en las organizaciones, se informa acerca de las principales noticias y vota o participa activamente en los procesos políticos. El sentido de eficacia del hombre moderno se refleja en sus creencias, solo o en conjunto con otros toma acciones que pueden afectar el curso de su vida y la de su comunidad, hace esfuerzos activos para mejorar su condición y la de su familia, así como también rechaza la pasividad, la resignación y el fatalismo en relación con el curso de la vida. Su independencia de las tradicionales fuentes de autoridad se manifiesta en los asuntos públicos siguiendo el consejo de los funcionarios públicos o de los líderes sindicales en lugar de los consejos de los sacerdotes o los ancianos del pueblo, en asuntos personales elige su trabajo y la pareja que prefiere aunque sus padres prefieran otro puesto u otra persona. El hombre moderno está abierto a nuevas experiencias lo que se refleja en su interés por la innovación técnica, apoya la exploración científica en temas sagrados o tabú, está listo a conocer extraños y tiene voluntad para permitir a las mujeres que aprovechen las oportunidades afuera del ámbito del hogar. (Inkeles & Smith, 1974, pp. 290-291)

De manera amplia en el “tercer mundo” la relación psicología / modernización fue adoptada con un “sentimiento de que esta disciplina es susceptible de ayudar en los procesos de desarrollo” (Ardila & Castro, 1973). Parecía y parece que las metas del desarrollo nacional generosamente contribuyen a abrir un espacio para la investigación e intervención psicológica. Sin embargo, aunque es cierto que los psicólogos explícitamente han tomado en seria consideración los problemas relacionados con el mundo del trabajo, también es cierto que han contribuido a psicologizar estos problemas y a trivializarlos al apartar soluciones políticas colectivas y proponer en su lugar soluciones individualistas. El marco para estas acciones ha estado determinado por las diferencias “psicológicas” que se construyen entre los habitantes de los países nor-atlánticos y los pobladores del sur global. Se ha propuesto, por ejemplo, “el hombre pobre” como un modelo que describe la subjetividad de la mayoría de los pobladores del “tercer mundo”. Esta construcción, que se hizo y que se re-crea constantemente en las intervenciones psicológicas hasta hoy, encaja perfectamente como la contra-cara del “hombre moderno” o el “empleado” industrioso. Así como Inkeles y Smith concretaron una construcción de la subjetividad alrededor de las características, Rubén Ardila y Leonidas Castro (1973) en su articulo “The Role of Applied Psychology in the National Development Programs”, después de una revisión de los estudios en el campo, proponen una típica definición del “hombre pobre”. Éste es un ser humano con las siguientes características:

Falta de desarrollo personal. El pobre tiene insuficiente entendimiento acerca de las cosas, convicciones, etc. Es una persona no auto-realizada. Contacto cercano con la naturaleza. El pobre acepta el gobierno final de la naturaleza, sigue sus reglas y actúa impulsivamente. Falta de auto-control. Libertad sexual, agresividad, impulsividad, todas están relacionadas con un contacto cercano con la naturaleza y la falta de vida personal. Contradicciones internas. Orgullo y humildad, escepticismo y fe, rudeza y suavidad, etc., presentes al mismo tiempo. Inestabilidad de convicciones. Dependencia y pasividad. Falta de Auto-conciencia. El pobre no posee una visión de su propia vida y conducta. Él vive en el presente, no planea el futuro, no toma cuidado de su dinero, de sus hijos, ni de su trabajo. No aprende de la experiencia, repite los mismos errores una y otra vez. Falta de sentido de realidad. Falta de responsabilidad. Simplificación psicológica. Las cosas para él solamente tienen una cara. Directamente son o blancas o negras. Resentimiento y resignación. El pobre es un ser resentido convertido en un elemento de la producción, en un apéndice de la máquina que tiene que operar; este profundo resentimiento proporciona un sentimiento de impotencia, y de desesperanza aprendida, él cree que nada puede hacerse, que él vivirá pobre por siempre, que la vida es dura e injusta que nada puede ser cambiado . (Ardila & Castro, 1973, pp. 72-73)

Se han construido, entonces, en términos psicológicos, las dos caras de la moneda. Por una parte el “empleado ideal”, con los rasgos de personalidad que parecieran estar presentes en todos los habitantes de las sociedades nor-atlánticas independientemente de su posición en los sistemas políticos y sociales, caracterizado como un ser racional, autónomo, eficaz, participativo, preocupado por los demás y tendiente a la democratización de las relaciones de género. Por otra parte, “el hombre pobre”, que reúne todas las características de lo que el empleado industrioso no es. Es decir, el “hombre pobre” es esencialmente tradicional, heterónomo, ineficaz, supersticioso, irracional, autoritario, no inteligente y machista. Claramente esta construcción que se hace alrededor del desarrollo y del mundo del trabajo va mas allá del ámbito de la psicología académica. Los investigadores enfáticamente establecen que se limitaron a concretar versiones que circulaban tanto en la disciplina psicológica como en el mundo social más amplio. Sin embargo, no por esto la disciplina tiene un papel menos importante, pues la psicología, en un triple movimiento, ha proporcionado una descripción del objeto, ha abierto las posibilidades de regulación y control del mismo y ha sugerido las áreas a las cuales se deben dirigir las intervenciones (Henriques et al., 1998; Rose, 1996). De esta manera, las diferencias psicológicas desplazan otras diferencias fundamentales de las poblaciones relacionadas con la desigualdad de ingresos, la carencia de oportunidades, el acceso a la educación, y los niveles de salud e infraestructura.

Las diferencias establecidas en términos de lo que las personas son no se limitan a los textos de Inkeles y Smith (1974) y de Ardila y Castro (1973); éstos apenas son un pequeño ejemplo de cómo éstas se construyen. La marcha de la disciplina en los ámbitos laborales y en pro del desarrollo nacional ha tenido diversas fases y variados intereses (Fukuyama, 2001; Sánchez, 2001). Subyacentes a éstos se encuentra el mismo “sujeto psicológico” responsable, auto-controlado, capaz de entender y de juzgar su propia psicología (Blackman & Walkerdine, 2001) y su contracara, un sujeto que se podría llamar “pre-psicológico”, incapaz de auto-control, emocional y que requiere de ayuda para juzgar su “propia psicología”. Este proceso de constitución de las diferencias tampoco se detiene en los ámbitos laborales, por el contrario, no cesa de re-crearse y de refinarse en la literatura psicológica y no psicológica relacionada con el trabajo, la pobreza, el desarrollo y, contemporáneamente, con la globalización.

La relación trabajo, psicología y desarrollo que concretan tanto Inkeles y Smith (1974) como Ardila y Castro (1973) emerge en un espacio de tiempo que corresponde con la finalización del colonialismo directo y la aparición de nuevas formas coloniales en las cuales la psicología, en sus innumerables réplicas, adaptaciones y traducciones para ser aplicada en el “tercer mundo”, juega un papel central. A través de una de las características fundamentales que tiene la psicología: la facultad de este conocimiento para concretar y producir sujetos con aquello de lo que habla y de lo que se habla en el mundo social (Richards, 1997), se contribuye al proceso de regulación entre desarrollados y por desarrollar, entre racionales e irracionales, entre civilizados y por civilizar, en términos generales, entre dominadores y subordinados.

El sujeto psicológico que se manifiesta en el empleado ideal y su “otro” que lo constituye son una muestra de la dispuesta cooperación que se adelanta entre los productores del conocimiento psicológico y sus seguidores. Construcción en la que activamente participan los psicólogos en el sur, enmarcados por las reglas que impone la disciplina psicológica del norte. No se trata de una imposición directa o coercitiva, por el contrario, se trata de una respuesta derivada y “lógica o dada por hecho”, inscrita claramente dentro del espacio “neo-colonial” que el conocimiento psicológico ha abierto en su relación con el desarrollo.

Para analizar las dimensiones neo-coloniales

Se ha mostrado cómo, en términos “psicológicos”, se construyen diferentes maneras de ver a los seres humanos, de las cuales se derivan implicaciones a diversos niveles. El caso de la construcción del hombre moderno y su contracara, el “pobre” latinoamericano, asiático o africano, se adelanta con una participación conjunta entre los psicólogos de las sociedades nor-atlánticas y sus seguidores en el sur. Esta participación puede ser concebida como una dimensión neo-colonial de la psicología que sutilmente actúa menos como una imposición y más como una colaboración científica. Los estudios de Ardila y Castro (1973) y de Inkeles y Smith (1974) no corresponden a un debate académico directo, es decir, no son una respuesta recíproca o algo similar. Sin embargo, esto no invalida que se presenten y relacionen de manera conjunta, puesto que ambos sintetizan las propuestas que alrededor de la subjetividad se enmarcan en ese espacio neo-colonial, o de dominación indirecta, que se abrió con el desarrollo nacional y las teorías modernizantes.

La relación neo-colonial que ha establecido el trabajo y la psicología no se limita a los países del tercer mundo. Ya han sido descritos aspectos neo-coloniales de dicha relación en los países de Europa. Por ejemplo, Shymmin y Wallis (1994), Van Elteren (1992) y Van Strien (1997) se han encargado de describir el proceso de norteamericanización o neo-colonización de la psicología en la Europa occidental, así como también han mostrado cómo se ha producido un proceso de-colonización de la disciplina que típicamente se caracteriza por una apropiación del conocimiento psicológico que manifiesta la forma en que se ha “retenido la cultura dominante”. La tarea parece asumir otras particularidades en los países “en desarrollo” debido a factores tales como las condiciones en las cuales el mundo del trabajo ha sido colonizado por esta disciplina. A este respecto, Van Elteren (1992) señala que la psicología del trabajo europea fue colonizada a través de la intervención de expertos norteamericanos que arribaron a estos países para adelantar el plan Marshall para la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Tal como lo ha demostrado Escobar (1998), la situación fue muy distinta en los países del sur. La estrategia modernizante que simultáneamente empezó a aplicarse, y que aún se continúa aplicando, ha implicado una intervención de los expertos, así como una inversión cuantitativamente diferente y, por supuesto, con diferentes objetivos. Estas diferencias cualitativas y cuantitativas, en conjunto con variantes culturales, permiten inferir divergencias en el proceso por medio del cual la psicología ha colonizado el mundo del trabajo en los países del “tercer mundo” que aún están por estudiarse.

Los estudios que han examinado el papel de la psicología en el tercer mundo, por ejemplo aquellos conducidos por Ellen Herman (1995), han mostrado cómo las ciencias sociales, y especialmente la psicología, en los Estados Unidos llegaron a proponer que podían controlar y evitar las insurgencias en los países del “tercer mundo”, a través de la “captura” de las mentes de sus habitantes. El proyecto Camelot, el cual todavía hoy es motivo de análisis y controversia, fue uno de los resultados de esa pretensión de los psicólogos en los Estados Unidos (Solovey, 2001). Los análisis conducidos por Herman (1995) muestran que la psicología y los psicólogos ganaron un primer lugar dentro de las ciencias sociales y que el conocimiento psicológico resulta ser de particular importancia en relación con las políticas y el control que se dirigen hacia los países no industrializados. Sin embargo, dichos análisis continúan enfatizando lo que Said (2004) puntualizó como “la omnipotencia del colonizador” y de la cultura colonizante, la cual concibe que se puede obtener un total control de las sociedades colonizadas. Aunque los estudios como los adelantados por Herman son un valiosísimo aporte para examinar el rol de la psicología en las sociedades contemporáneas, no dejan de concebir las aplicaciones psicológicas como una imposición cultural que se ejerce de manera directa, dejando de lado, quizás, las más sutiles y por lo tanto más efectivas maneras en las cuales el conocimiento psicológico actúa.

El análisis de las dimensiones neo-coloniales de la relación psicología-desarrollo-mundo del trabajo en los países no industrializados no parece una tarea fácil, pues, tal como lo señalan Chua y Bhavnani (2001), aun las tradiciones críticas de la psicología que tienen en cuenta las desigualdades de poder, la historia y la cultura todavía reproducen nociones norteamericanas y eurocéntricas acerca de la conducta humana. Si bien las visiones críticas se apartan de las concepciones de la psicología convencional y constantemente recalcan la crisis del conocimiento psicológico (Parker, 1989), “no siempre ayudan a entender cómo el complejo psi trabaja a nivel global” (Chua & Bhavnani, 2001).

La particularidades del “complejo psi” (Rose, 1985, 1996) parecen caracterizarse por un proceso de hibridación cuando se trata de producir los sujetos en los ámbitos laborales de América Latina, Asia y África (Durojaiye, 1984; Rosales, 1996). Este proceso está relacionado con la mezcla cultural que ocurre entre un conocimiento que se produce en los contextos académicos nor-atlánticos y su consumo-aplicación para solucionar los problemas relacionados con la fuerza laboral en los países del sur. Sobra anotar que la hibridación de la psicología no se manifiesta por igual a lo largo del amplio espectro que este saber ocupa en el mundo del trabajo en las sociedades “en desarrollo”. No obstante, tiene algunas particularidades en común. Por ejemplo, al contrario de los países europeos, en el sur el conocimiento psicológico se caracteriza tanto por la carencia de una tradición investigativa autóctona, como por el transplante de teorías y estrategias, la mayoría de las veces acrítico o crítico dentro de los límites metodológicos y, por supuesto, envuelto en las mejores intenciones humanistas.

Los análisis de este proceso de hibridación del conocimiento psicológico, así como de la producción-regulación de los sujetos de acuerdo con este saber que reclama para sí un conocimiento de las poblaciones de las que habla (Bhabha 1994), recién empiezan a adelantarse con respecto a Latinoamérica (Dias-Duarte 2000; Molinari, 2004). Sin embargo, esta tarea en relación con el mundo del trabajo en el sur está por realizarse. Los llamados que constantemente han hecho los psicólogos para levantar los obstáculos que entorpecen la marcha de la psicología, así como los llamados a constituir una disciplina relevante, pertinente o adecuada para los países del “tercer mundo”, que contribuya a constituir un saber “verdaderamente” universal, quizás serán una manifestación más de la subordinación cultural mientras no cuestionen el lugar de la psicología, el sujeto que la caracteriza y sus “otros” que la acompañan.

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