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Universitas Psychologica

versión impresa ISSN 1657-9267

Univ. Psychol. v.6 n.2 Bogotá may./ago. 2007

 

EL ANCIANO CONFORMISTA ¿UN OPTIMISTA CON EXPERIENCIA?: RESONANCIAS DE UNA INVESTIGACIÓN SOBRE LO PSICOLÓGICO EN LA CALIDAD DE VIDA CON PERSONAS MAYORES EN SOACHA Y SIBATÉ

THE COMFORMIST ELDER, AN OPTIMISMT WITH EXPERIENCE? RESOUNDINGS OF A STUDY IN AN ELDERLY POPULATION IN SOACHA AND SIBATÉ AND THE PSYCHOLOGICAL ASPECTS OF THEIR QUALITY OF LIFE

 

SERGIO TRUJILLO GARCÍA, CLAUDIA TOVAR GUERRA, MARTHA CECILIA LOZANO ARDILA*

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA, BOGOTÁ, COLOMBIA* Sergio Trujillo García, Investigador principal, e-mail:sergio.trujillo@javeriana.edu.co. Coinvestigadoras: Claudia Tovar Guerra: claudia.tovar@javeriana.edu.co; Martha Cecilia Lozano Ardila. Correo electrónico:marthalo2001@yahoo.com.co. Pontificia Universidad Javeriana, Carrera 5 # 39 – 00. Teléfono: 320 83 20 Ext. 5728, Bogotá, Colombia

 

Recibido: abril 26 de 2006 Revisado: octubre 27 de 2006 Aceptado: abril 18 de 2007

 


ABSTRACT

One of the tensions found in the Interpretation from the psychology of the Quality of Life and Its Dimensions in Old Age Adults from the Soacha and Sibaté Municipalities (Cundinamarca, Colombia) research project is the one between optimism and conformism, or, in other words, that between a positive possible future perception or learned helplessness. This article is about this tension, present in the narratives of the old-age participants.

Key words: old age, quality of life, optimism, conformity.

 


RESUMEN

Una de las tensiones encontradas en el proyecto de investigación Interpretación desde la Psicología de la calidad de la Vida y sus Dimensiones en Adultos Mayores de Soacha y Sibaté (Cundinamarca, Colombia) es aquella entre el optimismo y el conformismo, o, en otras palabras, entre la percepción de un posible futuro aprendida. En este artículo se da cuenta de esta tensión presente en las narrativas de los ancianos participantes.

Palabras claves: ancianidad, calidad de vida, optimismo, conformismo.

 


    El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que, todos los días, habitamos, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.

Italo Calvino

    El más feliz es el que menos penas padece, y el más miserable es el que menos placeres disfruta. (…) La felicidad del hombre en este mundo no es otra cosa que un estado negativo; se la debe medir por la menor cantidad de males que se sufren (…) Todo sentimiento de dolor es inseparable del deseo de librarse del mismo; toda idea de placer va unida al deseo de disfrutarlo; todo deseo supone privación, y todas las privaciones que sentimos son penosas; nuestra miseria consiste, pues, en la desproporción entre nuestros deseos y nuestras facultades.

Jean-Jacques Rousseau

En un artículo anterior (Trujillo, Tovar & Lozano, 2004) presentamos un modelo teórico de los componentes psicológicos de la calidad de la vida (CdeV), a partir del cual se diseñó y realizó una investigación con 122 adultos mayores en Soacha y Sibaté, por medio de la cual se hicieron evidentes algunas tensiones entre polos que caracterizan la CdeV de los participantes.

Sobre una de dichas tensiones, la que surge entre el agenciamiento individual y las condiciones de vida, publicamos un artículo (Trujillo, 2005) en el que se alude con frecuencia a otras tensiones constitutivas de la CdeV. Entre ellas, se resalta la que surge entre una actitud optimista y una actitud conformista, entre una visión positiva del futuro y una perspectiva desesperanzada.

No sobra recordar que algunos autores (Aragó, 1984; Buela-Casal, Carrasco & Fernández-Ríos, 1997; Contreras de Lehr, 1980; Dulcey-Ruiz & Uribe 2000; Fernández- Ballesteros & Maciá 1996, Fernandez-Ballesteros, 1998) han estudiado la potente influencia de las actitudes y de las percepciones de la realidad –factores subjetivos– sobre la valoración de los factores objetivos de la CdeV. Dentro de éstos se encuentran, por ejemplo, la salud, las relaciones sociales, la longevidad, y añadiríamos que incluso influyen en la estimación que se hace con respecto a indicadores objetivos u objetibables de la calidad vital, tales como la vivienda, la educación, el transporte, etc.

Aquí no se asume una postura subjetivista, que afirme que las personas pueden considerar que tienen una excelente CdeV en situaciones de extrema pobreza, siempre y cuando mantengan una actitud positiva, o, por el contrario, una postura objetivista, que supedite el bienestar a un alto nivel de vida. Por el contrario, se asume una opción constitutiva que propone centrarse en la relación entre condición y percepción e interpretación, entre objeto y sujeto, entre lo real y la realidad.

Sin justificar la disminución de esfuerzos por mejorar las condiciones objetivas para todos, se propone reconocer la importancia de las percepciones y las actitudes de los sujetos, lo cual exige, respecto de tales condiciones, considerar además de las condiciones objetivas de vida la satisfacción y el bienestar subjetivos (Max Neef, Elizalde & Openhayn 1986; Nussbaum & Sen, 1993/ 1998; Sen 2001). En otras palabras, este artículo se orienta a dimensionar el papel que el sentir, el pensar y el obrar del sujeto tienen, en interacción con las características objetivas de su entorno, en la configuración de su CdeV.

Dice el refrán popular que el pesimista es un optimista con experiencia. Ello refleja que si queremos conocer las vicisitudes psicológicas que tienen lugar entre el optimismo y el pesimismo hay que atender, en primer lugar, al tipo de experiencias que pueden transformar el primero en el segundo.

Al enfocar algunas características personales de la CdeV en la investigación aludida, se halló que, inmersos en patrones culturales compartidos, cada uno de los adultos mayores participantes ha logrado la constitución de una identidad propia que denota la trayectoria de su propia biografía. Cada uno deja ver su propio yo personal diferenciado, a la vez que su yo social como miembro de un grupo humano (Úriz, 1993). A partir de la interrelación entre biología y cultura emerge “lo psicológico” y se constituye la personalidad del sujeto, proceso que se estructura gracias a la tensión y complementariedad entre lo social (Caravana & Lamo de Espinosa, 1978), lo biológico y lo subjetivamente construido y significado por cada individuo (Berger & Luckman 1968/2003). Esto es coherente con Mead (1934/1993), quien afirma que en la intersubjetividad se construyen las personalidades por medio de procesos de socialización e internalización.

Al asumir que toda actitud humana es, en parte, producto social, se pudo observar que los auto-esquemas (autoestima, autoeficacia, autoconcepto, autoevaluación, autocuidado, autocontrol) de los adultos mayores participantes se han venido construyendo a través de su historia por medio de las percepciones que otros significativos han tenido de ellos: sus familiares, sus amigos, sus vecinos. Por ello, sus auto-esquemas varían en función de las experiencias que han vivido en interacción (Martín-Baró, 1983/1997) y de las decisiones que toman frente a ellas.

De allí que pueda comprenderse cómo algunos adultos mayores, tanto mujeres como hombres, en función de sus experiencias interpersonales, tienen un concepto positivo de sí mismos, en cuanto personas, trabajadores, padres, hijos y ciudadanos. Esto redunda en sus sentimientos de autoestima, autoeficacia y autocuidado, y repercute en su autoevaluación positiva y en el autocontrol de sus vidas, lo cual incide hondamente en la calidad subjetiva de la vida (Dulcey-Ruiz & Uribe, 2000a).

Pero para otros adultos mayores, particularmente mujeres, quienes han sufrido abandonos o maltratos por parte de padres, cónyuges o excepcionalmente de hijos, el concepto sobre sí mismas es negativo. Esto confirma que el autoconcepto positivo es uno de los componentes psicológicos fundamentales de la calidad de la vida durante la adultez mayor, pues se asocia con entornos socio-familiares respetuosos y cálidos en los que se acepta y acompaña al adulto mayor. Así mismo, el autoconcepto negativo puede estar indicando que la dinámica familiar del adulto mayor es o ha sido conflictiva y desmotivadora.

En los adultos mayores participantes, las auto-referencias positivas con respecto a los roles que han asumido a lo largo de sus vidas permiten inferir que han interiorizado actitudes positivas de otras personas hacia ellos. Así, sus propias percepciones como personas honestas, cumplidoras del deber, responsables y de calidad, pueden indicar que así han sido percibidos en su trabajo, su familia, su barrio, o por otras personas. Esto también explica por qué sus principales insatisfacciones no se refieren a sí mismos por lo que son o han hecho, sino a la poca valoración que recibieron en sus lugares de trabajo, o al escaso aprecio por parte de sus hijos, o al descuido de la sociedad hacia ellos, ahora, en la adultez mayor, cuando esperan mejores atenciones, especialmente para su salud.

Como se afirmó en un artículo previo (Trujillo, 2005), el autoconcepto positivo de los adultos mayores participantes también tiene que ver con que consideran importantes ciertos valores positivos que favorecen la convivencia, tales como el respeto, la solidaridad, el amor y la tolerancia, valores que procuran aplicar en la vida diaria y enseñar a sus hijos y nietos. Sin embargo, en las mujeres adultas mayores la baja autoestima puede relacionarse con las condiciones de violencia intrafamiliar experimentadas a lo largo de su vida y, en especial, con sus parejas. Su actitud resignada podría atribuirse a que, desde temprana edad, “naturalizaron” (Martín-Baró 1983/1997) esta situación, es decir, asumieron que ésta era una condición de vida natural en las mujeres, lo cual se ve reforzado por la cultura, a través de la creencia de que las mujeres nacen para sufrir, para hacer la voluntad del esposo y estar al servicio de los hijos. Muy pocas han pensado en sí mismas como personas y mujeres con derechos. Una señora destaca entre las demás, señalando que recuerda cuando las mujeres adquieren el derecho al voto.

Los adultos mayores ven comprometida su autoestima cuando reflexionan acerca de los cambios físicos, psicológicos y sociales que acompañan el proceso de envejecimiento. Por su causa se sienten rechazados y perciben que la valoración que la sociedad hace de ellos es negativa, quizás en función de la juvenilización de la cultura, es decir, del mayor aprecio de los valores asociados a lo juvenil por parte de la sociedad actual y del menor aprecio de la experiencia y de la sabiduría como valores propios de la ancianidad. En este sentido, el llamado “modelo deficitario del envejecimiento”, según el cual envejecer es sinónimo de enfermar y deteriorarse, se constituye en profecía autocumplida en la vida de algunos adultos mayores, impotentes para oponerse a la fuerza de la cultura que valora primordialmente lo juvenil.

Puede, entonces, afirmarse que la autoestima es otro componente psicológico de la calidad de la vida y se percibe que las personas con autoestima negativa tienden más al sufrimiento que quienes poseen una autoestima positiva. De aquí que manifiesten sentirse dolidas con la vida y tener menos proyectos hacia el futuro, e incluso expresen desesperanza tanto frente a su futuro inmediato como al desenlace de sus propias vidas. La autoestima es, por tanto, uno de los componentes psicológicos que requiere especial atención y fortalecimiento en el trabajo con adultos mayores.

Los adultos mayores relacionan su autoeficacia con las actividades que realizan para satisfacer las necesidades de su familia, las cuales están relacionadas con roles aprendidos tempranamente, como cuidar animales, llevar a cabo labores que conocen, ayudar a otras personas necesitadas con los recursos con que cuentan, ejecutar tareas domésticas, realizar diligencias, visitar amigos o familiares. Llama la atención cómo sus principales frustraciones tienen que ver con la escasez de sus recursos para poder compartir con otros. Sin duda, una de las fuentes de autoeficacia más apreciada por ellos es la de poder participar en la solución de conflictos que surgen en la convivencia cotidiana, aportando su sabiduría para la toma de decisiones. En ellos se identifican competencias para el afrontamiento positivo de dificultades, en especial, para la intervención oportuna en la solución de problemas en la medida de sus posibilidades, decisiones que se toman generalmente con criterios de beneficio mutuo. También resalta la capacidad, a lo largo de sus vidas y especialmente ahora en la vejez, para el aprovechamiento de los conflictos como oportunidades de crecimiento personal y colectivo pues son ocasión para que, desde su sabiduría, afronten y colaboren con otros en la superación de las dificultades propias de su vida.

Es posible identificar en algunos de ellos estrategias de comunicación adecuadas y autocontrol como bases para la asertividad, competencia básica para la convivencia, lo cual repercute en una visión positiva de sí mismos y de la vida. Al mismo tiempo, es posible identificar dificultades en muchos de ellos para expresar sus sentimientos o para comunicar oportunamente sus pensamientos. El conocimiento interpretativo de sí mismos que tienen los adultos mayores obedece, en parte, al desempeño en estas competencias (Martín-Baró 1983/ 1997) y a la percepción de la propia autoeficacia que se deriva de tal autoconocimiento. Éste, a su vez, incide en la cantidad de esfuerzo que se invierte y en la persistencia de las personas en la búsqueda de un fin (Bandura, 1995). Por ello, los adultos mayores reconocen que no es adecuado dejarse ganar por los problemas y continuar luchando hasta lograr lo que se proponen.

Para cada adulto mayor, la producción del sentido y el significado que tiene la vida atraviesa por procesos subjetivos que se apropian o que toman distancia de las legitimaciones institucionalizadas que inciden en su desarrollo, desde la socialización primaria, y que continúan con la socialización secundaria (Berger & Luckman, 1997). Ellos cuentan con sus propias redes de definiciones de realidad y de sí mismos (Gleizer, 1997), en las que encuentran lugar la familia, los amigos, la comunidad, la iglesia, y la vida personal y social.

La inscripción en distintas instituciones les ha permitido acceder a espacios de socialización secundaria, en los cuales han actualizado y legitimado acciones aprehendidas desde su socialización primaria, de manera significativa (Berger & Luckman, 1968/2003). Las tradiciones familiares, sociales y culturales de los adultos mayores conforman una totalidad simbólica dentro la cual se puede comprender la singularidad de la identidad personal y de la biografía individual (Gleizer, 1997).

Es posible encontrar que durante la adultez joven de muchos participantes se definió buena parte de su proyecto vital al quedar organizados los vínculos de pareja y familia, y al establecerse lazos laborales relativamente estables. Para algunos, la frustración se hace patente cuando recuerdan que no pudieron realizar sus proyectos laborales debido a que las circunstancias políticas y económicas del país sufrieron profundos cambios que afectaron sus propias metas personales.

Los adultos mayores construyen el sentido de sus vidas en familia, comunidad de sentido (Berger & Luckman, 1968/2003) en virtud de las relaciones que establecen con todos sus integrantes. Si tales relaciones son positivas, el sentido puede concretarse en proyectos de vida, pero si son negativas el sentido se fractura, generando rupturas en la perspectiva temporal de la personalidad. Es así como los maltratos, abusos o abandonos producen profundos sentimientos de soledad, tristeza y abatimiento, que desencadenan procesos depresivos y aceleran procesos demenciales. Esto tiene que ver con la pregunta que se hacen con respecto a los posibles errores que hayan podido cometer a lo largo de sus vidas, en especial los relativos a la educación de sus hijos, y que hayan ocasionado el abandono parcial o total (Trujillo, 2005).

Las generaciones, por tratarse de comunidades de sentido diferentes, son experimentadas como ghetos culturales que producen diferencias y fricciones, que en ocasiones se tramitan adecuadamente, pero que en otros casos son motivo de rupturas de las relaciones. Tal situación genera mucho dolor pero también lleva a la aceptación de las propias limitaciones y de las contradicciones y ambigüedades que caracterizan la sabiduría, según señala Labouvie-Vief (como se cita en Goldhaber, 2000).

En los amigos, que conforman otra comunidad de sentido, los adultos mayores encuentran una forma distinta de relación que le da sentido a su vida. Con ellos comparten experiencias que son comunes en el proceso de envejecimiento y, sobre todo, las respuestas sociales que reciben de sus familias, de personas e instituciones y de la sociedad misma, que también los somete al abandono a través de unas políticas de atención ineficientes.

Los amigos posibilitan espacios de encuentro para conversar sobre aspectos de la vida del país, recuerdos sobre sus tiempos de juventud, experiencias de trabajo y para el esparcimiento y la recreación. Valoran de este mundo social los vínculos, que sin ser muy estrechos en todos los casos se constituyen en una fuente de apoyo social importante. No se elaboran proyectos con ellos, pero se reconstruye la vida desde el pasado y se vive el presente a través de procesos personales y sociales semejantes, lo que alivia cargas y tensiones.

La vida religiosa representa para los adultos mayores un medio para hacer frente a las angustias y dificultades. También, en un espacio permanente para agradecer a Dios los beneficios que reciben en su vida y la de su familia. La vida espiritual es una forma de estructuración de certezas que hacen tolerables el paso de los años y las dificultades personales, familiares y sociales. Esto permite que los participantes puedan seleccionar cursos de acción como el servicio a los otros, la resignación ante las dificultades que han tenido que afrontar y la esperanza en una mejor vida en el más allá (Gleizer, 1997; Martín- Baró 1983/1997).

Ya se habló (Trujillo, 2005) de la relación entre las expectativas y el logro en la realización de los proyectos de vida de los viejos, y de su incidencia en la actitud positiva. Vale la pena remarcar ahora la relación entre el optimismo y la religiosidad.

Los adultos mayores hacen referencia a su fe, tanto en la forma como definen el optimismo, cuando hacen referencia a la confianza en Dios, como en la forma en que definen el pesimismo, desde la racionalidad mágica, aludiendo a predicciones bíblicas de corte fatalista. Igualmente, agradecen a Dios por las ganancias obtenidas y se encomiendan a Él con ocasión de las pérdidas y los episodios difíciles de sus vidas. Incluso, una de las señoras concibe como una pérdida el haberse alejado de Dios y menciona como ganancia “conocer a Dios”. Hay, por tanto, un especial vínculo entre bienestar y religión en la adultez mayor, lo cual puede estar relacionado con la perspectiva cósmica de la vida en la proximidad de la muerte.

Nosotros podríamos añadir que, desde la perspectiva del modelo SOC (selección, optimización y compensación), la fe y la religión son catalizadores de las pérdidas, en tanto pueden otorgarle diferentes significados. Uno de los que aparece con frecuencia se relaciona con el cultivo de actitudes conformistas tales como la paciencia y la resignación. Poder contar con el apoyo de familiares, acceder a espacios de formación académica, mantener un estado de salud que les permita valerse por sí mismos y obtener bienes materiales y reconocimiento económico, son eventos valorados como producto de la providencia divina, es decir, se “presentan gracias a Dios”, mucho más que a sus propias acciones o a las de otros actores sociales.

Sin embargo, algunos de los aspectos en los cuales perciben con mayor definición y expresan un mayor grado de autonomía decisoria, tienen que ver con elegir sus amistades y asumir la consecuencia de sus actos. Lo mismo ocurre a propósito del modo en que entienden el fruto de sus esfuerzos (aciertos o errores). En especial, se sienten orgullosos del ejemplo que dan y dieron a sus hijos y valoran la reciedumbre para afrontar las dificultades de la vida. Por ello resaltan que el sentido de justicia, la autodeterminación, la reciprocidad, el amor, la fidelidad y el servicio a los demás son valores que han pretendido transmitir. Es evidente que las ambivalencias y contradicciones entre autonomía y condiciones restrictivas; entre la religión como práctica liberadora que invita al desarrollo o como práctica dominadora que produce sumisión; entre el optimismo como fruto de la fe en sí mismo y el conformismo como resignación frente al destino cruel, van generando en ellos mismos, y en otros grupos etáreos, resignificaciones de los estereotipos, que riñen con el modelo deficitario del envejecimiento y la visión pesimista de la vejez. Esto confirma la dinámica de la construcción social de las edades y, en general, de los valores que predominan en una cultura, pero también muestra la importancia que el protagonismo personal, grupal y comunitario puede ejercer en el redireccionamiento de la historia con relación a prejuicios negativos y sus nocivas influencias en el establecimiento de las políticas públicas.

En este sentido, llama la atención que el trabajo en equipo haya sido sistemáticamente desestimulado a lo largo de la vida de estos adultos mayores. ¿Será éste, precisamente, el aspecto que más requiere de nuestra atención? ¿Serán el empoderamiento, el foco de control interno, la esperanza construida, los proyectos de autogestión comunitaria, capaces de superar la cultura del foco de control externo, la desesperanza aprendida, la profecía autocumplida, la autoimagen negativa? ¿El optimismo es sólo para ilusos sin experiencia, o, como decía Erikson (1981), la esperanza es la firme convicción en que nuestras necesidades serán satisfechas a pesar de los fracasos?

Así, pues, parece que el conformismo es una estupenda defensa en contra de las circunstancias desfavorables que la historia impone a la biografía de los ancianos, lo cual no nos impide admitir que tal defensa se da precisamente en ausencia de las condiciones de posibilidad para que los viejos se desarrollen por el camino ideal, que sin duda es el optimismo, y tampoco nos ciega para admitir que es una defensa superable. Como dicen los viejos y las viejas: “al mal tiempo buena cara”.

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