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Apuntes: Revista de Estudios sobre Patrimonio Cultural - Journal of Cultural Heritage Studies
versión impresa ISSN 1657-9763
Apuntes v.20 n.1 Bogotá ene./jun. 2007
Arquitectura del templo misionero en las reducciones
jesuíticas del Casanare, Meta y Orinoco, siglos XVII-XVIII.
Estudio de interpretación espacial basado en fuentes documentales
primarias y publicadas*
Felipe González Mora.
fegonzal@javeriana.edu.co
Arquitecto de la Pontificia Universidad Javeriana. Docente en Historia de la Arquitectura y Urbanismo, siglos XVII-XVIII, desde 1990. Actualmente es profesor asociado e investigador de planta en el Instituto Carlos Arbeláez Camacho para el Patrimonio Arquitectónico y Urbano; Coordinador del área de Historia de la Arquitectura en pregrado y posgrado. Presidente (e) del Comité de Investigación y Ética, cíe de la Facultad de Arquitectura y Diseño.
Ha publicado los productos de sus investigaciones en los libros: Reales fábricas de aguardiente de caña, arquitectura industrial en el Nuevo Reino de Granada, S. XVIII (Bogotá, 2002); Reducciones y haciendas jesuíticas en Casanare, Meta y Orinoco. Arquitectura y urbanismo en la frontera oriental del Nuevo Reino de Granada, ss. XVII-XVIII (Bogotá, 2004).
Autor de artículos en revistas y libros colectivos, entre los cuales se encuentran: Arquitectura en las reducciones jesuitas de los llanos de Casanare, Meta y Orinoquía, SS. XVII-XVIII (Bogotá, 2001); Aspectos arquitectónicos, urbanos y espaciales en las reducciones y haciendas jesuitas en los llanos de Casanare, Meta y Orinoco (Lima, 2005); Tratadistas de arquitectura de origen italiano en la Biblioteca Javeriana Colonial (IILA, 2005); La doctrina jesuítica de Tópaga: antecedente espacial de las capillas posas en las reducciones del Casanare, ss. XVII-XVIII (Caracas, 2005); El Colegio de Honda de la Compañía de Jesús en los planos documentales del Archivo General de la Nación de Bogotá D.C. ("Procesos Históricos", No. 10, Mérida, Venezuela, 2005).
Miembro activo del grupo de investigación Patrimonio Construido Colombiano (Categoría B de Colciencias).
Recepción: 15 de enero de 2007 Evaluación: 14 de mayo de 2007 Aceptación: 22 de mayo de 2007
Resumen
Mediante el detenido estudio de las fuentes primarias manuscritas provenientes de archivos y la información publicada con las descripciones de los misioneros cronistas, fue posible realizar la interpretación y reconstrucción de la arquitectura inherente al templo misionero de las reducciones jesuíticas en el Casanare, Meta y Orinoco en la región oriental del Nuevo Reino de Granada, incluyendo las características espaciales de su planta, el sistema estructural y constructivo, los materiales utilizados, así como los objetos y alhajas propios de su ornamentación. Se destaca la importancia de la fuente primaria como apoyo para la recuperación de un patrimonio arquitectónico hoy desaparecido.
Palabras Clave del Autor: Patrimonio arquitectónico, Llanos orientales, Colombia, misiones - reducciones jesuitas, Colonia, arquitectura templos misioneros, sistemas constructivos.
Descriptores*: Patrimonio arquitectónico - Historia - Llanos Orientales (Colombia) - Siglos XVII-XVII, Misiones jesuíticas - Misiones - Llanos Orientales (Colombia) - Siglos XV-XV, Arquitectura religiosa - Llanos Orientales (Colombia) - Siglos XV-XV
Architecture of Missionary Churches of the Jesuit Missions in Casanare,
Meta and Orinoco (16th, 17th and 18 th centuries).
Abstract
By means of a rigorous study of written primary sources coming from archives and from published information written by the missions' chroniclers, it was possible to reconstruct and reinterpret the architecture of the missionary churches in the Jesuit missions in Casanare, Meta and Orinoco in the Eastern Plains of the 'Nuevo Reino de Granada', including spatial characteristics of the layouts, the structural and construction systems, the materials used, and the objects and jewelry used as part of the decoration. Emphasis is laid on the importance of primary sources for the recovery of architectural heritage that no longer exists.
Key Words: Architectural Heritage, Colombian Eastern Plains, Jesuit Missions, Colonial Period, Architecture of the Missionary Churches, Construction Systems.
Key words plus: Patrimoine Architectural - History - Llanos Orientales (Colombia) - 17th-18th Century, Jesuit Missions - Llanos Orientales (Colombia) - 17th-18th Century, Church Architecture - Orientales (Colombia) - 17th-18th Century
* Los descriptores están normalizados por la Biblioteca General de la Pontificia Universidad Javeriana.
Fuentes
Fuentes documentales manuscritas
Para tener una idea sobre la tradición arquitectónica aplicada a las iglesias misioneras de las extinguidas reducciones jesuíticas establecidas durante los siglos XVII y XVIII, en las regiones bañadas por los ríos Casanare, Meta y Orinoco en el territorio oriental del Nuevo Reino de Granada, fueron de obligada consulta y estudio las fuentes documentales manuscritas -hoy bajo custodia en el Archivo General de la Nación y la Biblioteca Nacional en la ciudad de Bogotá-, en especial la información consignada en los denominados inventarios de bienes y alhajas, localizados en los fondos de Temporalidades, Conventos, Fábrica de iglesias, sección Colonia, para conocer las características arquitectónicas y el estado de los templos de las reducciones en el momento de la expulsión de los jesuitas de la región oriental colombiana en 1767.
Los inventarios fueron uno de los procedimientos reglamentarios a disposición de las autoridades españolas aplicados para la incautación de los bienes de los jesuitas en el momento de su expulsión en 1767. Los llamados inventarios de bienes y alhajas fueron el instrumento aplicado para el registro de los bienes inmuebles, muebles, alhajas y ornamentos existentes en las reducciones. De hecho, los inventarios se constituyen en fuente primaria de información para el estudio de la arquitectura en las reducciones, por las siguientes razones: la ausencia de estudios arqueológicos realizados sobre ruinas o vestigios en los lugares donde se establecieron las reducciones, hace que la información contenida en el inventario pueda convertirse en dato objetivo para la investigación ya que es la única fuente documental manuscrita; en el inventario, se consignan algunas características urbanas de las reducciones y se establece la relación de los bienes inmuebles que formaban parte de una reducción y/o una hacienda; aporta la información necesaria para organizar el programa arquitectónico respectivo; ofrece conocimiento sobre algunas cualidades espaciales de las iglesias misioneras, con el respectivo registro de las piezas y elementos que constituían las alhajas y ornamentos; relaciona los bienes muebles principales que existieron en el interior de los edificios, describe los materiales básicos utilizados en las distintas construcciones; detalla la relación de habitantes por género, así como el número de caneyes que formaban el poblado en la fecha del extrañamiento.
Los inventarios de bienes y alhajas y la descripción de los templos
En las regiones bañadas por los ríos Casanare, Meta y Orinoco, los jesuitas establecieron 15 reducciones, de las cuales se han podido localizar y estudiar siete inventarios correspondientes a cuatro establecimientos misioneros de la Misión de Casanare y tres establecimientos de la Misión del Meta. Respecto a las reducciones de la Misión del Orinoco, los inventarios de bienes y alhajas se encuentran desaparecidos actualmente, generando un vacío documental en cuanto al dato arquitectónico del templo. La detenida lectura de los inventarios permite realizar las siguientes consideraciones: su información hace alusión básicamente a los espacios generales contenidos en el interior de la iglesia, como son la presencia de altar mayor, sacristías, baptisterio y coro; se especifica con claridad el material básico utilizado para la construcción como bahareque, palma, maderas para el coro y rejas, y, en algunos casos, tapiales, piedra, teja, etc. En ciertos templos en proceso de construcción, el inventario describe altura de paredes, presencia de arcos y pilares junto con los materiales para su terminación, y por último, en los casos específicos de los inventarios de los templos de las reducciones de Casimena y Surimena -Misión del Meta-, la información es más completa pues se encuentran las dimensiones en varas castellanas del largo y ancho del edificio, incluyendo el número de pilares estructurales en el interior de la nave. Ahora bien, lo que no aporta ninguno de los inventarios de las iglesias de las reducciones o haciendas, es la información relativa a los elementos y características que componen la armadura de la cubierta; esta situación obliga al investigador a realizar un completo ejercicio de interpretación espacial del sistema de la armadura utilizado en los templos misioneros, teniendo en cuenta el medio geográfico, la correcta utilización de los recursos disponibles para el montaje de una armadura lógica y sencilla, desarrollada con el mínimo de elementos estructurales, que responda adecuadamente a la cubrición de estos edificios de carácter religioso.
Figura 1 Las descripciones de los misioneros-cronistas
Otra clase de fuente documental publicada que ha servido de ayuda para complementar la información requerida, son las descripciones realizadas por los misioneros que fueron testigos o protagonistas de los hechos y que bien supieron consignar una información oral, registrándola y divulgándola posteriormente. Es así como las obras publicadas de los distintos misioneros-cronistas -como Juan Rivero S. J. con su Historia de las misiones de los Llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta, 1729 (1956); José Cassani S. J. con su obra Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino de Granada en la América, 1741 (1967); José Gumilla S. J. con El Orinoco ilustrado y defendido, 1745 (1963); Felipe Salvador Gilij S. J. y su Ensayo de historia americana, 1784 (1965)- dedicaron la mayor parte de su contenido a la descripción física del territorio, de las naciones indígenas y sus costumbres, del contacto y la embajada con los indios, de la manera de captar al indígena para su vida en la reducción, de la organización social y espiritual, y dejaron algún espacio para incluir algunas descripciones sobre los edificios principales de las reducciones. Gracias a las descripciones consignadas por los misioneros Rivero y Cassani sobre el templo de la reducción de San Salvador del Puerto -Misión del Casanare-, construida entre los años 1661 y 1669, se pudo realizar la interpretación gráfica de las características espaciales del templo, evidenciando claramente la organización centralizada del edificio religioso. Sin embargo, estas crónicas, a pesar de que también son consideradas fuentes de primera mano, no poseen las descripciones suficientes referentes a las características materiales o espaciales de la arquitectura y el urbanismo de las reducciones. En realidad, los misioneros estuvieron más preocupados por consignar en sus escritos las vicisitudes sobre la incorporación, formación, consolidación y adaptación del indígena a su nueva vida en la reducción, que por las descripciones detalladas sobre construcción de iglesias.
Bibliografía
Dentro de la extensa bibliografía dedicada a la historia de las misiones jesuíticas en la región llanera -desarrollada en su mayoría por el historiador José del Rey Fajardo S. J.-, no existen referencias bibliográficas que aborden el análisis de la arquitectura misionera en el Nuevo Reino de Granada en contraste con la multiplicidad de trabajos sobre la arquitectura jesuítica en las reducciones guaraníes, chiquitos, maynas y mojos. Para este estudio en particular se han tomado algunas notas de la completa obra de Giovanni Sale, Ignacio y el arte de los jesuitas (2003), y el trabajo publicado de la arquitecta Patricia Rentería, Arquitectura en la iglesia de San Ignacio de Bogotá. Modelos, influjos y artífices (2001), que ayudan a aclarar los conceptos espaciales de cajón, aula o salón aplicados al espacio interior de las iglesias construidas por los jesuitas.
Características espaciales
Localización urbana
El templo se constituía en el volumen jerárquico, centro material y espiritual de toda reducción. Desde el establecimiento del poblado, la elección del lugar y la construcción de la iglesia ocuparon la atención principal del misionero, quien contó siempre con la ayuda de la mano de obra indígena. Se trazaba inicialmente con las dimensiones suficientes para albergar a toda la población en su interior, sin excluir las obras de futura ampliación en caso de aumento del número de habitantes. Por su localización, de manera preferencial en uno de los costados de la plaza, la iglesia se vinculaba directamente a ésta por medio del atrio o altozano, espacio exterior del templo generalmente definido o controlado por un cerramiento construido en tierra o madera. Generalmente situada en uno de los costados del templo, podía estar presente de manera exenta la casa del misionero; ésta constaba de una o dos plantas, varios aposentos, corredor tirado sobre los costados largos, y estaba construida en los mismos materiales que el edificio religioso.
Planta arquitectónica rectangular
El templo en las reducciones llaneras contaba por lo general con una traza de planta rectangular alargada conocida como de cajón, que delimitaba claramente el perímetro de la construcción y mantenía tendencia a la compactación, es decir, se eliminaban por completo los volúmenes arquitectónicos adicionales que no estuvieran paramentados en el interior del rectángulo original. Como bien anota Rentería (2001, p. 112), el término español aplicado a las iglesias con planta de caja o cajón "no expresa fielmente el significado idiomático porque se limita sólo a una definición morfológica que habla de un espacio cerrado, que no explica su función -contener un auditorio de fieles que participan en un acto: en este caso, litúrgico-". Se propone, más bien, dar el término de salón "al tipo de espacio que acoge, que es receptivo, que supone una disposición a escuchar, referido a espacios grandes circulares o cuadrados en las iglesias góticas del siglo XVI" (Rentería, 2001, p. 63). Por otro lado, debido a las características constructivas de la planta rectangular, se aprecia la ausencia de volúmenes adicionados -como las sacristías, capillas, baptisterio y campanario- que puedan modificar el perímetro regular de la iglesia. Cuando existe la torre campanario en la reducción, se localiza como volumen independiente, exento al templo, como sucedió en la reducción de San Miguel de Macuco. En los templos misioneros, se definía un pórtico o alpendio en la fachada principal conformando un atrio en ocasiones delimitado por un muro en tapia o cerca vegetal, donde se resolvía el espacio de transición entre la plaza y el interior de la iglesia, caso característico de las iglesias de Tame, Macaguane y Macuco.
En el espacio interior de la iglesia, la presencia espacial de las tres naves es el resultado de la doble hilera de pilares estructurales. Desde la perspectiva arquitectónica, esta doble hilera de pilares no implica la subdivisión del espacio interior en tres naves, como se puede interpretar, pues la percepción del espacio interno es total y no fragmentado. El efecto espacial es, entonces, de un gran espacio único para dar cabida a los numerosos indígenas de la población, donde los pilares de madera son tecnológicamente necesarios para el sostén de la cubierta. La única nave -o espacio central diseñado para la predicación-era utilizada por los indios con distinción de sexos: hombres separados de las mujeres. Los espacios laterales se utilizaban para la ubicación de confesionarios y la colocación de altares y retablos.1
Gracias a los inventarios, son conocidas las dimensiones de la planta rectangular del templo de la reducción de Casimena, que contaba con 63.5 varas castellanas (53.34 m) por 13 varas (10.92 m), y del templo de Surimena, cuya planta tenía 55 varas castellanas (46.20 m) por 15 varas (12.60 m). Curiosamente, estas dos plantas arquitectónicas de Casimena y Surimena, reducciones vecinas y pertenecientes a la Misión del Meta, poseen características arquitectónicas casi idénticas, además del área total que para cada uno de los templos es de 582 metros cuadrados. Respecto a la reducción de Pauto en la Misión de Casanare, la planta del templo recién construido en 1767 era de 35 varas castellanas (29.40 m) por 9 varas (7.56 m), con un área total de 222.26 metros cuadrados. Se aprecia la diferencia en las áreas totales, pues el templo de Pauto tuvo menos de la mitad de área total que sus homólogas del Meta.2
Altar mayor
Sobre el eje principal de la iglesia, se destaca el altar mayor con cabecera o testero plano "para mayor comodidad de lo eclesiástico".3 De esta manera, la celebración del ritual se concentra en este espacio jerarquizado de manera contundente y decisiva, definido con ayuda de los tapiales laterales que lo separan de las sacristías que lo delimitan. La separación espacial entre la capilla mayor y la nave del templo se da por medio de la barandilla del comulgatorio, construida en madera con balaústres torneados y siempre consignada en los inventarios, elemento espacial que reemplazaría el arco toral de las iglesias. Eventualmente se resalta la importancia espacial de la capilla mayor por la presencia de las gradas que definen claramente el presbiterio.
Sacristías
El estudio de los inventarios realizados a los templos llaneros ha evidenciado tres modalidades de desarrollo espacial de las sacristías que, según su ubicación respecto a la capilla mayor, pueden denominarse: a) sacristías colaterales o sacristía fragmentada, b) sacristía transversal y c) sacristía compuesta, siempre incluidas en la caja muraría básica. En la primera propuesta espacial, se conciben dos espacios separados para uso de sacristía, uno a cada lado de los tapiales que definen el presbiterio o altar mayor. En este caso, los dos espacios que contienen el respectivo ajuar eclesiástico que demanda el culto, poseen su puerta correspondiente que los vincula directamente con el presbiterio. Esta modalidad de sacristías colaterales o sacristía fragmentada, se hace presente en los templos de las reducciones de Nuestra Señora de Tame (1661) y Pauto (1661). La segunda propuesta espacial es la sacristía transversal, que parece corresponder a un desarrollo posterior de ampliación en la búsqueda de mayor área útil para el ajuar eclesiástico que en la primera modalidad de sacristías colaterales. Consiste en la ubicación de un espacio o tramo completo de la planta del templo situado detrás del presbiterio para uso de sacristía. Posee una puerta que la vincula indirectamente con el altar mayor. Las sacristías transversales se evidencian en los templos de San Javier de Macaguane (1662), San Ignacio de los Betoyes (1716), San Miguel de Macuco (1725) y Casimena (1746). Se conoce el caso atípico del templo de Surimena (1721), cuya sacristía transversal posee una división interior en bahareque que fragmenta este espacio formando dos piezas. La llamada sacristía compuesta es el resultado espacial producto de la agregación de las sacristías colaterales y la sacristía transversal. Este tipo espacial de sacristía es evidente en la mayoría de los templos de los colegios jesuíticos coloniales establecidos en las ciudades del Nuevo Reino. Sin ir más lejos, la planta del templo de San Ignacio de Bogotá, perteneciente al Colegio Máximo, tenía su sacristía compuesta, hoy algo transformada en el tiempo al ser usado su espacio transversal como capilla. En las plantas de los templos donde se encuentra sacristía compuesta, la denominación suele cambiar: la sacristía transversal -detrás del presbiterio- se denominará transacristía, con dos puertas de vinculación espacial con las sacristías colaterales que pasan a denominarse contrasacristías y son vinculadas al presbiterio por medio de dos vanos de puerta. En las misiones jesuíticas llaneras, le corresponde a la reducción de San Ignacio de los Betoyes el haber tenido el único ejemplo de planta de templo misionero con el concepto espacial de sacristía compuesta. Esto se explica debido a que en 1767 se estaba construyendo una nueva iglesia más capaz, tanto en la cabida de fieles como en "el área útil para lo eclesiástico".
Coro
En los templos llaneros, este espacio era utilizado por los indios músicos y cantores. Se localizaba a los pies de la iglesia, en el segundo nivel, con una ventana sobre la fachada principal y contaba con su escalerilla y su baranda trabajadas en madera con balaustres torneados. Un ejemplo de las dimensiones del coro se encuentra en la reducción de Casimena que contaba con 5 varas castellanas (4.20 m) por 4 varas (3.36 m), estaba localizado exactamente sobre la nave central utilizando los pilares centrales como apoyo estructural. Se desconoce si el espacio del coro de otras iglesias llaneras ocupaba el ancho total de la planta del templo.
Tabla 1 Baptisterio
Espacio que se localizaba a los pies de la iglesia a uno de los costados de la puerta principal, como sucedió en las reducciones de Macaguane y Pauto, estaba definido gracias a la reja de madera balaustrada con su puerta y candado; ejemplos documentados son las iglesias de Surimena y Casimena. En su interior contaba con la pila fabricada en piedra o madera.
Tabla 2 Fachadas
La fachada principal de los templos presentaba sobre su atrio una sola puerta de acceso, caso presente en las reducciones de Casimena y San Javier de Macaguane. También se observa la modalidad de fachada con una puerta principal centrada, con dos puertas a los costados que correspondían con las naves laterales, caso presente en la reducción de Surimena. Ante la ausencia de torre campanario aislada, las campanas se colgaban en un tirante exterior de la estructura portante de madera situado bajo el portal. En el cuerpo del templo, sobre las fachadas laterales construidas en tapia o bahareque, se abrían los vanos de ventanas cuyo número podía oscilar entre seis, caso de la reducción de Surimena, hasta veinte, como en la reducción de Nuestra Señora de Tame. La fachada trasera del templo era por lo general cerrada.
Planta arquitectónica centralizada
En las reducciones pertenecientes a la Misión del Casanare, se detectó una excepción al tipo de planta rectangular alargada en el templo que se construyó en la reducción de San Salvador del Puerto durante el periodo 1661-1669. Este interesante ejemplo de arquitectura misionera tuvo su origen gracias a la iniciativa del P. Alonso de Neira, quien, según el P. Juan Rivero, "levantó en mes y medio un templo muy capaz y curioso, y de una fabricación muy rara, trazas todas de su fervoroso celo para atraer así a sus Achaguas...". De acuerdo con la descripción del cronista, el templo se componía de:
Cuatro naves en cuadro, largas y anchas, a proporción, en medio de las cuales sobresalía la Capilla Mayor, a manera de media naranja, que estribaba y se mantenía sobre doce vistosas columnas de madera, en el espacio de cincuenta pies de ancho [14 m] y otros tanto de longitud; en lo alto de la media naranja colocó por fuera una bien alta y curiosa cruz la cual daba a la obra mayor realce; adornóla de pinturas y altares, hermoseó las paredes con varios colores y barnices (Rivero, 1956, p. 124).
El misionero P. José Cassani, en su Historia americana, también aporta valiosa información sobre este particular templo al decir que:
Su disposición era ochavada, y con tres naves, en medio de las cuales levantó doce columnas, sobre las cuales estribaba la techumbre, que era de madera, y defendía de las aguas. Tenía ésta como media naranja cincuenta pies de diámetro: toda la obra era de madera, aunque en la parte exterior se vistió de tapias de tierra: en lo interior, así las columnas como las paredes las pintó todas con aquellos sus barnices, que ellos [los indios] usaban para pintarse sus cuerpos... (1967, p. 152).
Según lo arriba expuesto, existió entre los templos jesuíticos llaneros una propuesta espacial de planta arquitectónica diferente a la rectangular comúnmente utilizada, basada en el octógono derivado del cuadrado evidenciando la organización centralizada del edificio, resaltando y jerarquizando la capilla mayor cubierta con una especie de cúpula como centro del proyecto.4
Sistema estructural
La excelente disponibilidad de maderas de buena calidad en la región de los Llanos, sumada al conocimiento que tenía el indígena de la tecnología maderera relacionada con el material, el sistema y el proceso constructivo, generaron en las iglesias misioneras el uso generalizado de la estructura portante en madera. La piedra siempre fue escasa y su utilización en la construcción de edificios en la región se dio apenas a mediados del siglo XVIII, coincidiendo con la fabricación y uso de la teja de barro para los acabados de las cubiertas. Por información proveniente de los inventarios, se conoce que los templos de Surimena y Casimena contaban con dieciocho pilares estructurales cada una, que definían espacialmente las naves. En las iglesias llaneras, independientemente de la estructura o esqueleto de madera, aparece el cerramiento perimetral construido con materiales vegetales y tierra (bahareque). Es una solución práctica, resultado de la inexistencia de materiales como piedra y cal, donde se acusa la ausencia de una tecnología para levantar muros consistentes y capaces de soportar el peso de la cubierta del edificio.5 Sobre este cerramiento que define el cuerpo de la iglesia, aparecen los vanos para iluminación y ventilación. En el momento de la expulsión de los jesuitas en 1767, existieron templos cuyos materiales constructivos perecederos del cerramiento fueron sustituidos por la piedra y la tapia, mientras que la hoja de palma para las cubriciones fue reemplazada por la teja de barro cocido. Es significativa la utilización de materiales mucho más estables y duraderos, evidenciando un claro desarrollo tecnológico en las reducciones llaneras de Pauto, San Salvador del Puerto, San Miguel de Macuco y la de Cabruta, en la Orinoquia.
Arte, objetos muebles y alhajas en los templos
En los núcleos misioneros, además de la instrucción religiosa y del trabajo, los jesuitas se preocupaban por la enseñanza de las artes -arquitectura, escultura en madera, pintura, fabricación de instrumentos de música- a los indígenas. El producto del trabajo en estas escuelas estaba destinado en gran medida a la decoración de las viviendas y, de manera especial, al templo de la reducción. El misionero Gilij comentaba acerca de la facilidad con que los indios aprendían las artes o trabajos de madera o de hierro, consideradas de gran utilidad y bastante necesarias en ocasiones; otros teñían las telas "para embellecer las iglesias coloreándolas con varias tierras y con jugos de algunas plantas" (Gilij, 1965, III, p. 65).
Los inventarios son ricos en información referente a los objetos muebles y alhajas de carácter religioso con los cuales se dotaba el interior del templo ya fuera para uso del sacerdote y los asistentes o para la decoración de altares e imágenes religiosas. Como ejemplo de lo anterior, los templos presentaban altares de madera -aparte del mayor- con retablo de uno o dos cuerpos, columnas y talla, ricamente adornados con telas; se situaban sobre ambos costados o muros laterales del templo, superficies que se decoraban con pinturas de santos cuyos marcos eran de madera dorada. Además de la pila bautismal en piedra o madera del baptisterio, en ocasiones se contaba con otra pila para el agua bendita. Se contaba además con el púlpito, varias imágenes de bulto como Nuestra Señora del Buen Viaje, Nuestra Señora de la Conquista, San Ignacio y San Francisco Javier, entre otras. En cuanto al uso del espacio y el mobiliario para la comunidad, el P. José María Cervellini, misionero de Tame, anotaba que en el templo la misa
Estaba acompañada de ordinario por un centenar entre hombres y mujeres. Separados unos de otros, con sus pintorescos vestidos blancos llevando cirios en las manos y con gran recogimiento. En la iglesia las mujeres más nobles se sientan en el suelo sobre un paño o una alfombra traídos por sus servidores; los hombres en el otro lado sobre pequeños bancos; únicamente al presidente de la comunidad le está reservada una silla, que usa durante la predicación (Del Rey Fajardo, 1974, III, p. 341).
Entre las distintas alhajas se encontraban las fabricadas en plata, bronce, metal, vidrio y loza. Se contaba con lámparas, candelabros, campanas, vasos sagrados de plata, coronas de santos, espejos, ornamentos litúrgicos y de imágenes. Mantos de lino, algodón y lana para la imagen de la Virgen y el Niño, y por último, los objetos para uso del sacerdote como misales, manuales y libros de bautizos, casamientos y entierros. Las denominadas alhajas de música fueron los instrumentos musicales elaborados por los indígenas en sus talleres, entre los cuales se encontraban clarines, oboes, flautas, violines, violas, bajones y naturalmente el arpa, instrumento ampliamente reconocido hoy día en la región llanera. En el espacio del coro situado en segundo nivel a los pies del templo, se encontraban los escaños para los músicos y en algunas ocasiones el órgano, construido con maderas de la región.
Sistema constructivo
Cimentación
La única información disponible acerca del procedimiento de cimentar o hincar los pilares estructurales del esqueleto de madera de las iglesias llaneras, proviene del citado misionero P. José María Cervellini, párroco de reducción de Tame en 1737. Este misionero en correspondencia dirigida al P. Francisco Pepe, al describir la reducción durante su gobierno espiritual y civil, anota:
Tame, tanto el pueblo como también la región de este mismo nombre se expande en amplísima circunscripción y está habitada por 1600 o 1700 almas; los edificios, casa, iglesias, no se construyen con piedra y cal sino con madera según la costumbre del país. Clavan algunos palos, grandes o pequeños, en la tierra, los rodean con diferentes tipos de restos de tierra húmeda, mezclada con paja, hacen cierta clase de argamasa con la que recubren las paredes de los edificios por fuera y por dentro. Para el techado sirven las largas y amplias hojas de un árbol que es semejante al datilero napolitano pero no producen dátiles: de estas hojas hacen fibras, hilos, y cordel y amarras, además fabrican sombreros, ponchos y cobijas tan finas que las podemos utilizar en las iglesias para la decoración de altares. Como estas casas no están construidas sino de madera y matorral y además una muy junta a la otra, vivimos continuamente en peligro de incendio (...) (Del Rey Fajardo, 1974, III, p. 341).
La exigua descripción que hace el P. Cervellini sobre el proceso de cimentar la estructura, debe entenderse y complementarse de la siguiente manera: Como inicialmente se construye el esqueleto o armadura, el primer paso sería abrir -sobre la nave de la planta arquitectónica ya trazada- los hoyos donde se hincarían los pilares, para luego depositar piedra fuerte y enlosar. Se buscarían previamente los árboles fuertes y adecuados para servir de pilares, y una vez situados al lado de la obra con ayuda de bueyes e indígenas, se levantaría uno por uno con auxilio de máquinas y poleas para introducirlos en su hueco correspondiente. El tronco para el pilar no se cortaría del todo; más bien, se dejaría parte de las raíces en el extremo que se introduciría en el hoyo y se quemaría al fuego para que resistiera bien la humedad y se evitaría así su pudrición. La parte de pilar que sobresale del hoyo, o sea el fuste o columna, sería apto para el labrado en redondo o cuadrado. Ya rellenado el hueco del pilar con piedra pequeña, cascajo y tierra, todo se compactaría y nivelaría. De este modo se tendrían listos todos los apoyos estructurales para recibir los elementos de la armadura de la cubierta.
Armadura de la cubierta
Para la mejor descripción de una armadura de cubierta en un templo llanero, se hará la interpretación gráfica aplicada al sistema constructivo de la iglesia de Surimena, de la Misión del Meta. Se sabe, por información de su inventario, que esta iglesia posee las dimensiones generales de 55 varas castellanas (46.2 m) de largo por 15 varas (12.6 m), y de 582.10 m2 para el área total. Los materiales básicos son el bahareque para cerramientos y paredes interiores (sacristía), y la palma para cubrir la techumbre. Contiene en su nave la presencia de dieciocho pilares que ayudan a sostener la armadura de cubierta. En su fachada, una puerta grande y dos colaterales la relacionan con el atrio y la plaza de la reducción. Su coro de tablazón, con medidas de 5 varas castellanas (4.2 m.) de largo por 4 varas (3.36 m.) de ancho, ocupa la nave central. Su sacristía, localizada tras el presbiterio, se compone de dos espacios con dos puertas.
Una vez se encuentren los pilares centrales del templo erguidos y nivelados, se procederá a montar el dintel respectivo configurando un pórtico por cada par de pilares. Seguidamente, y de manera transversal, se montarán sobre los dinteles las vigas de amarre en madera rolliza, las cuales seguirán el sentido longitudinal del templo, desde la cabecera hasta el pórtico o alpendio, en la parte anterior del volumen. De manera paralela, se procede a montar y nivelar las riostras, elementos de madera horizontales que amarran el pilar con algún horcón o apoyo -también de madera- localizado y enterrado por donde después pasará el muro del cerramiento que se construirá después de terminada la armadura. Con el uso de las riostras, se eliminan los movimientos horizontales de la estructura en madera. Sobre las riostras se montarán las vigas perimetrales, elementos horizontales cuya función es sujetar las distintas riostras y recibir los pares, que también se apoyarán en las vigas de amarre.
Las vigas de amarre y las vigas perimetrales soportarán los pares o tijeras que formarán las dos aguas que componen la cubierta del templo. Sobre los pares, que son gran cantidad, se instalará la viga cumbrera, cuya función será el aseguramiento de las tijeras, impidiendo los distintos movimientos horizontales de la estructura. Igualmente, sobre los pares se procederá a instalar el tendido de cañas o guaduas horizontalmente para introducir en ellas los manojos secos de palma, puestos de manera doble y bien apretados, que previamente se habrían dispuesto para recubrir la techumbre. En cuanto al acabado en hojas de palma de la cubierta de los templos, Gilij anotaba que "en verdad que esta clase de techos, en los que anidan las serpientes y murciélagos y mil nocivos insectos está expuesta a incomodidades grandes. Pero por fuera son hermosos" (1965, III, p. 61).
Materiales
Materiales naturales de construcción
La información más detallada sobre los materiales naturales utilizados para la construcción de los edificios en las reducciones de la Misión del Orinoco, proviene del misionero cronista Felipe Salvador Gilij, en su Ensayo de Historia Americana (1965).
Árboles
Adecuados para la construcción de casas y elaboración de vigas: el carimiri, el aravone, el camaracato, entre muchos otros, fáciles de conseguir en los montes y peñas en el Orinoco. Es notable su duración bajo tierra, lo que significa que son aptos para fabricar estructura portante. Otro árbol para construir casas, alabado por el P. Gumilla, es el llamado por los españoles árbol del burro. Los tamanaco lo llaman arara y crece abundantemente en las cercanías de la reducción de La Encaramada. Para trabajos de carpintería como mesas, muebles, tablas, etc., se hace referencia al pardillo, de color castaño claro con venas negras y buen olor. También el cartán, amarillo, de olor semejante al aceite de linaza, fácil de trabajar, bueno para todo uso doméstico. Otros árboles destacados son el márana y el avicú (Gilij, 1965, I, pp. 157-159).
Respecto al cedro dulce, que crece en el Orinoco, es un árbol alto y derecho, no demasiado grueso; y, cuando tiene corte reciente para trabajar en la hechura de tablas, emana un olor no desagradable. El color de su madera es como el de la canela (Gilij, 1965, lI, p. 264).
Por otra parte, Gilij advierte que, dado que el terreno por lo general es arenoso, la madera de que están construidas las iglesias, por fuerte que sea, se pudre fácilmente bajo tierra. Este inconveniente se arregla, en parte, quemando el pie de los apoyos o pilares antes de clavarlos en la tierra (Gilij, 1965, III, p. 62).
Palmeras
Entre las adecuadas para la cubrición de techumbres, está la palma quitebe, la conocida palma moriche, alta y bella, que nace cerca de las corrientes de agua, en lugares húmedos y bajos. Se encuentra en las vecindades del Orinoco y en el interior (Llanos). Su fruto es de gran uso por los orinoquenses. De los brotes de esta palmera, secados al sol, se fabrica el hilo con el que se tejen las redes de dormir (hamacas). Con las hojas colocadas a modo de tejas se cubren los techos de las cabañas. Otra palmera adecuada para cubrir casas es la llamada timiti, que se encuentra en el bajo Orinoco. Tiene las hojas y ramas más largas que cualquier otra palmera de la región, con longitud de dos varas (Gilij, 1965, I, pp. 163-166). Respecto a la cubrición de techumbres, el mismo autor agrega que en La Encaramada, tras darles forma a las cabañas:
Viene después el cuidado de recubrir el techo con ramos secos de palma, y estando puestos dobles y bien apretados, resguardan del sol, impiden la entrada a las lluvias, y hacen una vista nada despreciable. En verdad que esta clase de techos, en los que anidan las serpientes y murciélagos y mil nocivos insectos está expuesta por dentro a incomodidades grandes. Pero por fueran son hermosos. Terminado el techado queda poner las paredes, lo que es muy singular. Como no se cavan antes los cimientos, no se necesita ni cal ni arena ni ningún cemento, sino que basta un poco de tierra con paja (Gilij, 1965, III, p. 61).
La duración de las techumbres con palma es limitada, pues ningún arte es suficiente para conservar largo tiempo los ramos de palma con que estén cubiertas las iglesias. Cada siete años, por lo menos, es necesario renovarlos. En diez y ocho años y medio que yo estuve en el Orinoco tuve tres iglesias (...) (Gilij, 1965, III, p. 62).
Cañas silvestres
También llamadas guaduas por los españoles, se encuentran tanto en el Nuevo Reino como en el Orinoco. Con altura y grueso de un árbol, son excelentes para diversos usos:
Abiertas y divididas por el medio son canales para el agua. Si se dividen en cuatro o más, sirven para hacer travesaños a los que se atan las ramas de palma para cubrir las casas. Cortadas cerca de los nudos, son vasos para guardar el tabaco de fumar y el rapé y lo que a cada uno le plazca. Son si se quiere vasos para alcanzar el agua en los viajes, y para llevar dentro sin romperlas las velas de sebo (Gilij, 1965, I, p. 170).
Bejucos o enredaderas
Se encuentran en las selvas próximas y alejadas del Orinoco. Son útiles para varios usos: "Con ellas se atan los cercados, ellas hacen las veces de clavos para atar un madero con otro, son la fuerza de los tejados y de las paredes" (Gilij, 1965, I, p. 176). En la construcción del techo, este autor comenta que la planta de la vivienda:
Tiene a través palos plantados en tierra para sostener el techo, por una cara, y por la otra se atan cuerdas, o cañas abiertas formando como un cañizo ralo, las cuales están separadas entre sí cuatro o cinco dedos. Para esta hechura no se emplea jamás un clavo. La brionia, o sea, una trepadora americana, con que se cierran las paredes y el techo, hace las veces de clavos (Gilij, 1965, III, p. 61).
El bejuco llamado mamure, es la mejor especie, la más flexible y fuerte de todas:
Su duración es increíble, y en las cabañas cuyas maderas están atadas con él, se puede estar tranquilamente. Tan bien resisten a la furia de los vientos. Es propio de las grandes sabanas. Pero el que puede disponer de él, lo prefiere a todos los demás. Los otros bejucos se rompen fácilmente y no se usan sino después de torcerlos, como hacen con los sauces nuestros campesinos (Gilij, 1965, III, p. 177).
Tierras
Las que existen en el Orinoco son muy variadas:
Hay tierra blanca tan linda que se tomaría por yeso. Las casas blanqueadas con ella son bastante agradables, no se pega a los vestidos, como aquí la cal que no se ha mezclado con cutícula (...) En los lugares donde nacen las palmeras muriches hay tierra negra, y de ella se sirven los españoles para teñir de negro sus vestidos (Gilij, 1965, II, p. 24).
Respecto a la tierra utilizada como material de construcción, Gilij comenta que la última iglesia que se hizo por el difunto P. Ribero en Cabruta, aunque tuviera cubierta con hojas de palma al modo de las chozas, tenía las paredes hechas con formas o, digamos, cajas de madera, dentro de las cuales la tierra que allí se pone se apisona bien con mazos. Los españoles las llaman tapias. Son ordinariamente de dos palmos de ancho, y estando blanqueadas, se parecen mucho a nuestras paredes. En cuanto al modo de hacer el bahareque para cerramiento:
Este vano se llena con tierra apisonada preparada dos o tres días antes por los indios, mezclada con los pies, remojada a menudo con agua, y bien empastada con paja. Pónese por dentro del cañizo apretada con la mano, y llevada hasta lo más alto de la pared, como no hay llanas con que alisarlo, se arregla a mano. La anchura de estos muros no sobrepasa la de un palmo, pero blanqueadas con la tierra que he descrito, son suficientemente bonitas y arregladas. Del mismo modo si se quiere, se divide la cabaña en varias piezas; y si se quiere puédese dar color a las paredes con diferentes tierras, haciendo zócalos o frisos. Todas estas piezas están a piso llano, que no tiene ladrillos; sino que apisonado fuertemente por los indios con mazos se hace bastante sólido (Gilij, 1965, III, p. 61-62).
Acerca de la existencia en algunas reducciones de las ramadas para la fabricación de adobes y el horno de teja para las construcciones, anteriormente se dijo que la teja de barro ofrecía algunas ventajas de impermeabilización y durabilidad respecto a las hojas de palma para acabado de los techos. Pero en las crónicas, los misioneros no dudaban en quejarse de las tejas de barro en las cubiertas, ya que los murciélagos anidaban en mayor número, constituyéndose en una plaga incómoda para los habitantes. Al respecto, Gilij recomendaba la introducción de animales domésticos a las reducciones:
Lo primero que llevan los misioneros es el gato, muy útil para tener la casa limpia de los infinitos insectos que hay, y especialmente de murciélagos (...) Quedé muy halagado con librarme de alguna manera de su multitud con proveerme al menos de un gato. Y aunque esté yo obligado a decir que no me sirvió de nada, o si no de muy poco, para el fin buscado, me sirvió mucho de recreo en mi soledad (Gilij, 1965, III, p. 65).
De esto se desprende lo indispensable del aporte indígena en el conocimiento de los materiales aptos para construcción, durante el proceso de establecimiento y consolidación material de las reducciones, hasta el momento de la expulsión de la Compañía en 1767. Por las propiedades de los materiales naturales empleados -y escasez de otros recursos- en la arquitectura misionera llanera-orinoquense, se generaron volúmenes sencillos y funcionales, de fácil y rápida fabricación, adaptados perfectamente al medio y a los posibles cambios de lugar.
Iluminación
El P. Constantino Bayle, en su trabajo El alumbrado litúrgico en las Indias españolas (1949), nos hace recordar la dificultad que representaba para los misioneros en las regiones bañadas por los ríos Orinoco y Marañón, la obtención del tradicional aceite de olivo para la iluminación del Sagrario que contenía el Santísimo Sacramento en los templos de las reducciones. A continuación se relacionan las principales fuentes naturales utilizadas para conseguir los aceites para iluminación, así como las ceras y gomas para la fabricación de velas.
Aceites
En reemplazo del olivo, bastante escaso y costoso, los misioneros se valieron del aceite de los huevos de tortuga, abundantes en las playas del gran río. El P. Gilij, misionero en el Orinoco, ofrece detalles de la manera como se obtenía este aceite, al separar las partículas oleosas de los huevos rotos que se ven en la superficie del agua donde se están cociendo. Insiste en la importancia de cocer bien el aceite de tortuga y agregarle sal en dosis adecuadas para obtener una duración de más de un año. Pasado este tiempo, se conservan las propiedades combustibles del aceite apropiadas para las luces de los templos y casas de la reducción (Gilij, 1965, I, pp. 110-114). El P. Rivero (1956, pp. 4-5) comenta acerca de una palmera de los Llanos, cuyo fruto parecido al dátil es llamado cunama por los españoles y abay por los indios achaguas. Después de prensar dichos frutos, se destila el aceite que guarda y, una vez envasado en calabacillos pequeños, se vende a otros grupos de indios, que lo utilizan para ungirse el cabello y alumbrarse de noche.
Ceras
Las velas de cera utilizadas durante el culto en los templos también son importantes al tratar el tema del alumbrado litúrgico. Siguiendo a Gilij (1965, I, p. 248), su alto costo ocasionó que en los lugares donde escaseaba se empleara la cera negra, producto de los abundantes panales de las abejas silvestres, en especial la llamada parake.
Gomas
Igualmente, para la fabricación de las velas, se extraía la goma de un árbol llamado pequi. Gilij informa que los indígenas utilizaban esta goma para rellenar cortezas de árbol envueltas en forma cilíndrica, las encendían a modo de velas y ardían tan bien que parecían antorchas de viento; incluso las usaban para la pesca en las noches. Agrega el misionero, sobre la existencia de otra goma abundante en la región del Orinoco llamada por los tamanacos vayavaya-yepucúru, que fue utilizada en reemplazo del incienso en las iglesias. Esta goma de color blanco se condensa sobre la superficie del tronco y las ramas del árbol. Al ser machacada en mortero, hace las veces de incienso, con agradable olor. Al aplicarle fuego con una vela o tizón encendido, toma llama y la conserva por largo rato (Gilij, 1965, pp. 171-173).
A modo de conclusión
Acerca de los aspectos espaciales y constructivos de las iglesias de las reducciones llaneras, se puede concluir que el estudio de los datos provenientes de la información documental manuscrita contenida en los inventarios de bienes y alhajas, en las descripciones ofrecidas por los misioneros-cronistas y en los informes oficiales publicados, permite reconstruir de alguna manera el estado en que se encontraban la arquitectura y el urbanismo jesuítico en el momento de la expulsión de la Compañía de Jesús del territorio del Nuevo Reino de Granada en 1767. Sin embargo, la información suministrada por las distintas fuentes no arroja datos concernientes a los elementos constructivos necesarios para dilucidar la armadura de las cubiertas, situación tal que obliga al investigador de la arquitectura a realizar la interpretación espacial y constructiva de las techumbres de las iglesias llaneras y orinoquenses.
Relevancia y jerarquía del templo como componente arquitectónico y urbano. Se compone de planta rectangular y organización lineal con estructura portante en madera donde los pilares estructurales ayudan a la definición de las naves. El cerramiento que define el perímetro es de construcción posterior e independiente a la estructura que soporta la cubierta.
Detección en la reducción de San Salvador del Puerto de Casanare, de un templo construido durante el periodo 1661-1690 con propuesta espacial diferente a las comúnmente utilizadas en la región llanera, consistente en una organización centralizada que jerarquiza la capilla mayor de planta ochavada (octágono), cuyo perímetro fue construido en tapia con estructura portante en madera y cubierta en hoja de palma. Esta tipología de iglesia con planta centralizada, fue difundida ampliamente desde mediados del siglo XVI a través del Libro Quinto de L'Arohitettura de Sebastiano Serlio.
Presencia en la región de los Llanos y la Orinoquía del denominado esqueleto o armadura de madera como una estructura arquitectónica autoportante e independiente del cerramiento construido en tierra -tapial, bahareque- en todos los templos estudiados. Se confirma así el concepto de la estructura maderera de los templos como un sistema verdaderamente americano, presente en distintas regiones misioneras que se insertan en un medio físico similar con presencia de selvas y abundantes ríos, como en Mojos y Chiquitos (Bolivia), Maynas (Perú) y los primeros templos de las reducciones entre los guaraníes (Paraguay).
Utilización mínima de elementos necesarios para la armadura de la cubierta y la eliminación de elementos superfluos e innecesarios. Es importante resaltar el uso, por parte de los misioneros, de técnicas constructivas indígenas basadas en la utilización de los materiales regionales para la definición de la arquitectura misionera.
Evidencia de una evolución tecnológica en el uso de materiales de construcción. De la arquitectura natural basada en materiales de recolección como el bahareque para cerramientos y palma para las cubiertas de los primeros templos, se observó el cambio a una arquitectura maderera con uso de calicanto, tapia y barro cocido para tejas y ladrillos. Hacia 1767, año de la expulsión de la orden, predominó la tendencia a una arquitectura mixta, compuesta de armadura de cubierta en madera, columnas y arcos estructurales en piedra y ladrillo.
Ausencia de una arquitectura de arquitectos, interpretada como una consecuencia de las siguientes causas: lo efímero de las primeras fundaciones por los diversos traslados; ataques de indígenas y numerosos incendios; los intentos de afianzamiento de los misioneros en la región y la inestabilidad de los grupos indígenas durante los años 1681 a 1691 en el Orinoco y de 1703 a 1715 en los Llanos; las irrupciones del grupo indígena caribe durante los periodos de 1684 a 1693 en los Llanos y de 1730 a 1740 en el Orinoco. Estas circunstancias ocasionaron una discontinuidad cronológica que no permitió la consolidación de una tradición puramente arquitectónica que diera lugar a la continuidad técnica y artesanal.
Fuentes de archivo
Bogotá. Archivo General de la Nación (AGN).
Sección Colonia:
Fondo Conventos, t. 32, 34, 54.
Fondo Fábrica de Iglesias, t. 17.
Fondo Temporalidades, t. 5, 13, 34.
Notas
1 Desde un comienzo, la Compañía de Jesús, así como otras órdenes regulares, aplicaron en la construcción de sus edificios los criterios de funcionalidad, esencialidad y simplicidad, promulgados después de 1527 alrededor de la organización del espacio sagrado. Se hace referencia a la iglesia en aula -propuesta por Antonio de Sangallo el Joven- cuyos elementos espaciales pueden resumirse así: un vasto espacio unitario, dos filas de capillas situadas a los lados y conectadas con el aula, un área destinada a altar mayor formada generalmente por una capilla más importante cubierta con bóveda y que hace las veces de presbiterio (Sale, 2003, p. 36).
2 La diferencia en el área total del templo de Pauto -construido con piedra, barro, ladrillo para arcos, madera, cal y teja- respecto al área de los templos de Casimena y Surimena -construido con bahareque, madera y palma- puede obedecer a dos factores que deben ser tenidos en cuenta: el primero, a la densidad de población en el momento de realizar la construcción del nuevo edificio, y en segundo lugar, a los materiales constitutivos de la construcción. Desde 1678 el P. Juan Fernández Pedroche, cura de Pauto, ya estaba comentando la necesidad de un templo decente y capaz para esta reducción y se da comienzo con la ayuda de los vecinos. El inventario de 1767 informa que este templo se construyó en calicanto, tapia, ladrillo y teja, arcos y dos sacristías. El costo de la fábrica del edificio en estos materiales es bastante considerable sumando los que causan la utilización de alarifes -albañiles y carpinteros-provenientes de los pueblos de españoles de la región.
3 La expresión "para mayor comodidad para lo eclesiástico" haría referencia, en primer lugar, al testero plano -de tradición española- para la colocación del retablo, a diferencia del testero italiano cuyo ábside es cóncavo (Rentería, 2001, p. 113). En segundo lugar, la disposición centrada del altar mayor definido por muros de tapial lateralmente, tiene como consecuencia la disposición regular de las sacristías laterales o la situada detrás de la capilla mayor.
4 Durante el renacimiento, Alberti, en su tratado De re Aedificatoria (1450), expone por primera vez el programa completo de la iglesia ideal renacentista. Para este tratadista, las formas deseables para los templos comienzan por el círculo, recomendando un total de nueve figuras geométricas básicas entre las que se encuentran el cuadrado, el hexágono, el octágono, el decágono y el dodecágono. Igualmente, el tratadista Sebastiano Serlio, en su Libro V (1547) de L'Architettura, sugiere un total de doce formas básicas para las plantas de los templos comenzando por el círculo. Nueve de sus plantas son desarrollos que parten del círculo y el cuadrado, y sólo tres de ellas son plantas longitudinales. Serlio recomienda el pentágono, el hexágono, el octágono, el cuadrado con octágono inscrito y el cuadrado con círculo inscrito, la cruz griega y el óvalo. No se debe olvidar que los libros del tratadista Serlio se encontraban en la sección de Matemáticas de la Biblioteca de la Javeriana colonial, según el inventario realizado en 1767. Lo anterior sirve para evidenciar otro posible aporte de Serlio en la arquitectura de los templos jesuíticos en Colombia, aparte de su conocida influencia en las portaditas de las antesacristías en el templo de San Ignacio de Bogotá y la portada del templo de San Ignacio de Tunja (González, 2004).
5 Hay que recordar que, en la mayoría de las regiones americanas -con excepción de la zona andina-, el sistema constructivo indígena se desarrollaba mediante la utilización de apoyos de madera (horcones) que soportaban el techo y el cerramiento del rancho o bohío construido con muros de cañas y barro para formar el bahareque.
Referencias
Bayle, C., S. J. (1949). "El alumbrado litúrgico en las Indias españolas". Missionalia Hispánica, 18, 573-579. [ Links ]
Cassani, J., S. J. (1967). Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino de Granada en la América, Descripción y Relación exacta de sus gloriosas Misiones en el Reino, llanos, Meta, y Río Orinoco, Almas, y Terreno, que han conquistado sus Misioneros para Dios, Aumento de la Christiandad, y Extensión de los dominio de su Mag. Catholica. Caracas: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. [ Links ]
Del Rey Fajardo, J., S. J. (1974). Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela. Nos. 118-119. Caracas: Biblioteca de la Academia de la Historia. [ Links ]
Gilij, F. S., S. J. (1965). Ensayo de historia americana. Tomos I, II y III. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. [ Links ]
González Mora, F. (2003). Arquitectos y tratados de arquitectura en la Biblioteca Javeriana colonial. Inédito. [ Links ]
González Mora, F. (2004). Reducciones y haciendas jesuíticas en Casanare, Meta y Orinoco SS. XVII-XVIII. Arquitectura y urbanismo en la frontera oriental del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Facultad de Arquitectura y Diseño, Instituto Carlos Arbeláez Camacho, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Colección del Profesional. [ Links ]
Rentería Salazar, P. (2001). Arquitectura en la iglesia de San Ignacio de Bogotá. Modelos, influjos, artífices. Bogotá: Centro Editorial Javeriano CEJA, Colección Biblioteca del Profesional, Pontificia Universidad Javeriana. [ Links ]
Rivero, J., S. J. (1956). Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta. Vol. 23. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República. [ Links ]
Sale, G., S. J. (ed.) (2003). Ignacio y el arte de los jesuitas. Bilbao: Ediciones Mensajero. [ Links ]
* El presente artículo está basado en la Información consignada en el trabajo de Investigación del mismo autor titulado Reducciones y haciendas jesuíticas en Casanare, Meta y Orinoco. Arquitectura y urbanismo en la frontera oriental del Nuevo Reino de Granada, siglos XVII-XVIII. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2004. El material gráfico que no tiene especificada la fuente es propiedad del autor.