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Apuntes: Revista de Estudios sobre Patrimonio Cultural - Journal of Cultural Heritage Studies

Print version ISSN 1657-9763

Apuntes vol.23 no.2 Bogotá July/Dec. 2010

 


Araucanía (Chile) y su territorio:
un contraste entre lo etéreo y lo material
*

Cristian Pablo Rodríguez Domínguez**, Andrea Alejandra Saavedra Teigue***

** contacto@intercomuna.cl
Gestión Cultural Intercomuna - Chile
Es arquitecto de la Universidad del Bio Bio, Magíster en Historia de la Universidad de Concepción, Diplomado en Gerencia y Gestión Cultural de la Universidad Santo Tomás. Autor de numerosas publicaciones sobre el patrimonio cultural de la Araucanía entre las que destacan "Cementerios de la Araucanía", "100 años de arquitectura militar en la Araucanía" y "Casas de Trenes, Estaciones".

*** contacto@intercomuna.cl
Gestión Cultural Intercomuna - Chile
Es Profesora de Estado en Historia, Geografía y Educación Cívica, Licenciada en Educación de la Universidad de la Frontera y co-autora de publicaciones sobre el patrimonio cultural de la Araucanía, entre las que destacan "Cementerios de la Araucanía", "Iglesias de la Araucanía". Ocupa el cargo de Secretaria Académica de las Jornadas de Patrimonio Cultural de la Araucanía, encuentro que se ha realizado desde el año 2005 hasta la fecha. Ha sido, además, expositora en diversos congresos internacionales.

Artículo de investigación. Este artículo hace parte de la investigación titulada "Viaje a la eternidad, patrimonio cultural de los cementerios en la Araucanía". Con este se busca dar a conocer la importancia de los ritos funerarios, en una región cargada de simbolismos y encuentro de diferentes culturas que se han desarrollado a lo largo del tiempo y han dejado plasmada su huella en distintas manifestaciones como son los cementerios.

Recepción: 1° de abril de 2010 Aceptación: 25 de septiembre de 2010



Resumen

La Araucanía, ubicada al sur de Chile, es uno de los territorios que posee mayor diversidad cultural como fruto del proceso de colonización que otorgó un sello distintivo a esta zona a fines del siglo XIX, lo que se puede apreciar en diferentes manifestaciones, muchas de las cuales encuentran su máxima expresión a través de la arquitectura, la que materializa una compleja realidad cargada de ritos, emocionalidad y tradiciones tanto europeas, chilenas o mapuche que conviven fundiéndose en un paisaje multiétnico. Antiguas estaciones, barrios históricos, olvidadas haciendas y peculiares cementerios constituyen dichos escenarios, siendo estos últimos los más ricos, capaces de sintetizar las relaciones entre sociedades diversas que logran unirse alcanzando un sincretismo cultural que debiera ser entendido como el sello de la Araucanía. Este vínculo con el espacio, la relación con el medio y la modificación de este, han generado que en estos 127 años de inmigración exista un diálogo permanente que logra trascender el tiempo a través de espacios sociales residuales, que son valiosas fuentes para reconstruir la historia y comprender la construcción de uno de los territorios más heterogéneos de América del Sur.

Palabras claves: Colonización, sincretismo cultural, territorio

Palabras claves descriptor: Colonización, Araucanía, territorio, América del Sur.



Araucanía (Chile) and his territory:
a contrast between the ethereal and the material thing

Abstract

The Araucania, located to the south of Chile, Is one of the territories which owns greater cultural diversity as a result of the colonization process that gave a hallmark to this zone at the end of XIX century. This can be appreciated in different manifestations; most of them find their maximum expression through architecture, which reflect a complex reality full of rites, sentimentalism and traditions as European as Chilean or Mapuche, that mix together in a multiethnic landscape. Old stations, historical neighbourhoods, forgotten country estates and peculiar cemeteries constitute the mentioned sceneries, and these are the richest ones, capable of synthesizing the relationships among several societies which manage to be united reaching a cultural syncretism that should be understood as a the Arauncania's distinctive. This bond with the space, the relationship with the environment and the modification of this, have generated, that in this 127 years of immigration, exist a permanent dialogue that can go beyond the time through social residual spaces, which are valuable sources to rebuild the history and understand the construction of one of the most heterogeneous territories of South America.

Key Words: Colonization, cultural syncretism, territory

key words plus: Colonization, Araucania, territory, South America



Araucanía (Chile) e seu território:
um contraste entre o etéreo eo material

Resumo

Araucanía, ao sul do Chile, é um dos territorios a que tem mais a dlversidade cultural como um resultado do processo de colonização que deu uma imagem de marca desta zona no final do século XIX, que poderia ser visto de várias formas, muitas das que encontrou sua máxima expressão através da arquitetura, que encarna uma realidade complexa, cheia de rituais, emoções e tradições tanto dos vivos europeus e chilenos Mapuche que se fundem em uma paisagem multi-étnica. Estações Velha, os bairros históricos, cemitérios esquecidos são propriedades exclusivas e esses cenários, sendo este último o mais rico, capaz de sintetizar as relações entre diversas sociedades conseguem ficar juntos chegar a um sincretismo cultural que deve ser entendida como a marca registrada da Araucanía. Esta ligação com o espaço, a relação com o meio ambiente ea modificação deste, têm gerado nesses 127 anos da imigração, existe um diálogo permanente que consegue transcender o tempo através residual espaços sociais, que são fontes valiosas para a reconstrução da história e compreender a construção de uma das áreas mais heterogêneas na América do Sul.

Palavras-Chave: Colonização, o sincretismo cultural, territorio

Palavras-chave descriptor: Colonização, Araucanía, um território, a América do Sul.

* Los descriptores y key words plus están normalizados por la Biblioteca General de la Pontificia Universidad Javeriana.



Prefacio

La Araucanía, ubicada al sur de Chile, en el momento de la Independencia en 1810, gozaba de un escenario jurídico particular como consecuencia de los parlamentos1 realizados por los mapuche con las autoridades españolas. Estos reconocían la Frontera2 territorial en el río Bío Bío, logrando mantenerse como un territorio autónomo habitado por el pueblo mapuche, el cual poseía un territorio muy poblado y estaba organizado socialmente viviendo en agrupaciones, cada una de las cuales estaba situada principalmente en los bordes de los ríos (Bengoa, 2003, p. 101). Dicha autonomía establecía, como plantea el historiador Jorge Pinto, que existiera un Estado incrustado en otro, lo cual le representaba al Estado un obstáculo para el desarrollo y fortalecimiento de la naciente República chilena, convirtiéndose en un peligro inclusive para la integridad nacional.

Chile estaba comenzando a configurar las primeras estrategias para alcanzar la consolidación de un Estado nacional, objetivo que a todas luces era entorpecido por las condiciones propias que caracterizaban a la Araucanía, la que se desarrollaba todavía como en los tiempos coloniales, con autonomía y determinada por las relaciones fronterizas entre huincas y mapuche. (Rodríguez y Saavedra, 2007, p. 45)

Sin embargo, la presencia del Estado chileno en esta zona fue mucho más lenta, ya que nuestra elite dirigente consideraba que primero era necesario consolidar la economía del país concentrando sus esfuerzos en otras latitudes capaces de proporcionar los recursos necesarios para alcanzar el ideal nacional.

Ya a mediados del siglo XIX, la producción salitrera del norte y cerealera del Valle Central, dieron sus frutos haciendo crecer las arcas fiscales más de lo presupuestado, por lo que el nivel de exportaciones comenzó a ser tan alto que pronto debieron explorar nuevos territorios para mantener este excelente crecimiento, haciéndose inevitable que comenzaran a centrar la mirada en la Araucanía, territorio virgen, jamás explotado y poseedor de un vasto territorio tremendamente fértil, excelente para el desarrollo de la actividad agrícola.

Sumado a lo anterior, con la promulgación de la Constitución de 1833 se actualizó la necesidad de ocupar íntegramente el territorio de la República, especialmente en las zonas consideradas "desiertos demográficos", entre las que se encontraban la Araucanía. Por ello, el Estado de Chile acelera un proceso de penetración en la Frontera, con la finalidad de anexar definitivamente el territorio mapuche a la jurisdicción nacional. Similar a lo sucedido en otros países latinoamericanos, se inició un debate en torno a qué hacer en relación con los terrenos "baldíos", debate que nació en Argentina, cruzó la frontera y se instaló en nuestro país como un discurso ocupacional que iba a finalizar con la anexión definitiva de la Araucanía. Entre estos teóricos se encuentran los argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, y los chilenos Marcial González, Benjamín Vicuña Mackenna, Vicente Pérez Rosales y Joaquín Villarino, entre otros.

Comprendida la importancia de los territorios de la Araucanía, se crean estrategias para penetrar en ellos, siendo el único impedimento, hasta ese momento, la población mapuche que allí habitaba. La actitud el Estado siempre fue pausada y muy analítica frente a la ocupación, ya que era conocido lo difícil de doblegar a la etnia mapuche. No obstante, a mediados del siglo XIX, una crisis económica precipitó la decisión del Estado de definir su territorio, guiado fuertemente por un espíritu expansionista. Este proceso de integración llevó consigo un cambio en la antigua dinámica del habitar en la Araucanía, cuyo resultado fue dramático para los mapuche.

En este periodo, el Estado, por un lado, no reconoce a los mapuche como un pueblo independiente, sino que busca integrarlo; pero no lo integra como uno más, sino como una especie de ciudadano de segunda clase. De hecho, les niega la calidad de ciudadanos y, en último caso, si llegasen a cumplir con los requisitos para acceder a dicha calidad, se les exige que dejen de ser lo que son, que olviden lo que han sido y adopten los patrones de la nueva sociedad que se está formando. En definitiva, existe un claro no-reconocimiento de los mapuche, en primer lugar como actores políticos distintos, independientes, y, en segundo lugar, como actores culturales también distintos. El Estado está diciendo por medio de ellos: "...ustedes son chilenos, ya no son más mapuches" (Mella, 2007, p. 89).

Se configuró de este modo un discurso de ocupación de marcado anti-indigenismo, lo que legitimó la acción del Estado, proyectando a la opinión pública la idea de un mapuche de barbaridad incorregible, que ultrajaba al país y entorpecía su desarrollo, llegando a la convicción de que en la Araucanía había "indios malos en tierras buenas" (Pinto, 2002, p. 15).

La anexión definitiva se materializa a través de una ocupación militar que consideró la instalación de fuertes de poniente a oriente y de norte a sur siguiendo el cauce de los principales ríos y asegurando de esta manera fajas de contención de los ataques mapuche y espacios para el cultivo. Este proceso culminó el año 1882 con la ocupación de la antigua ciudad de Villarrica.


Araucanía, "Tierra de colonización"

Lograda la ocupación de la Araucanía, al mapuche se le relegó en reducciones, quedando a disposición del Gobierno más de dos millones de hectáreas de terrenos extremadamente fértiles. Esto se comienza a estructurar por parte de la clase dirigente apoyada por una prensa que demanda la necesaria expansión al sur.3 Resolver la cuestión de la Araucanía fue un activo debate, resultado de reflexiones compartidas mucho más allá de nuestras fronteras, que indudablemente obedeció a preceptos centristas dirigidos desde el Estado. En este contexto, las discusiones más interesantes no tuvieron que ver con el territorio propiamente tal, sino con la población que lo ocupaba. Más que el recipiente, importaba el contenido, es decir, la población que daría forma a la nación.

Así, los proyectos conformadores de identidad nacional y de modernización quedaban estrechamente relacionados con el fenómeno de la inmigración europea. La identidad quedaba establecida en función de un referente externo, europeo y moderno, que dividía lo social en una dualidad dicotómica en permanente contradicción: civilización y barbarie.

Dicha dicotomía provocó un cambio de discurso y un vuelco en la mirada hacia el indígena: "el mismo mapuche que medio siglo atrás aparecería como fuente de inspiración de la Independencia y sobre cuyos valores pensábamos construir la nación, se transformó en un bruto indomable, enemigo de la civilización y en un estorbo para el progreso" (Pinto, 2000, p. 119), progreso al que solo accederíamos igualando a Europa, no solo imitándola, sino también poblando nuestros territorios con europeos. Así, la Araucanía es vista como un espacio ideal para traer a Chile un pequeño pedazo del corazón europeo otorgado por su gente. Se va configurando una verdadera ideología inmigratoria colonizadora.

Una vez incorporada la Araucanía, es declarada en 1883 "Tierra de colonización", iniciándose así la segunda parte del plan que consideró la llegada de inmigrantes europeos de todas las nacionalidades. Esto propició la concentración demográfica en los nacientes núcleos urbanos fundados bajo el alero de los fuertes de la Línea del Malleco y posteriormente en las Líneas del Traiguén y del Cautín, permitiendo desarrollar un proceso de urbanización más seguro y estable.

Entre fines de 1883 y principios de 1884 en la parte norte de la región de la Araucanía 500 familias de españoles, franceses, italianos, suizos y alemanes en las colonias inmediatas a Victoria, Quecherehuas, Huequen, Traiguén y Contulmo. Fue el inicio de un ciclo inmigratorio europeo importante hacia áreas rurales de la región, promocionado y planificado por el Estado, que tuvo su momento de auge entre 1883 y 1890, cuando llegaron en total 6880 inmigrantes europeos en calidad de colonos. (Pinto, 2000, p. 119).

Para el Estado, la llegada de inmigrantes no era un hecho fortuito. Muy por el contrario, la admiración que históricamente ha sentido la elite chilena hacia los cánones europeos pesó a la hora de declarar esta tierra para la colonización, soñando de alguna manera alcanzar una espacie de blanqueamiento racial y así eliminar aquel rasgo indígena que pudiera dejar el mapuche en un Chile mestizo para aquel entonces repudiado. Además se creía que los europeos, con su experiencia de "raza superior", harían más fértiles los terrenos de la Araucanía.

Así, la región cuya pertenencia ancestral fue del pueblo mapuche con toda su carga simbólica fue dando paso a miles de ocupantes de distintas nacionalidades como parte de un proceso de colonización agrícola impulsado desde el Estado, cuya definición está trazada en la cantidad de hectáreas asignadas a cada propietario y en el modo como se va agregando parte de estos terrenos a la dinámica de la economía regional, vinculada principalmente al cultivo del trigo.

Se construyó así en Chile un discurso ideológico renegando del pasado español y especialmente en la Araucanía, del pasado mapuche, para volcarse con toda la fuerza y energía de una nación joven teniendo como motor el impulso de la agricultura a gran escala la que permitiría alcanzar el desarrollo social y cultural que rápidamente se imponía en los territorios incorporados. (Rodríguez y Saavedra, 2007, p. 69)

Simultáneamente el ejército, tras la construcción de los primeros fuertes, da vida a pueblos como Traiguén, Collipulli y Victoria. Así, el paisaje agreste se va lentamente modificando. Por un lado, aparecen frágiles viviendas de madera, pero por el otro, toda la impronta del capitalismo sembrado con fuerza en la Araucanía y que latifundistas más tarde cosecharán transformándolo en poder e influencias gracias al trigo.

Al igual que en la zona central, aquí la agricultura originó nuevas elites que reflejaban todo el poder y el control concentrados en las haciendas, las cuales irradiaban su prosperidad desde el sector rural a los sectores urbanos, lo que estuvo ligado fuertemente al impulso del urbanismo y de la arquitectura de fines del siglo XIX, colmada de diversos estilos y expresiones artísticas que se van haciendo parte de la naciente sociedad agrícola.


Arquitectura de la Araucanía

Este hecho dejó su huella en una naciente arquitectura espontánea, de inexplorados colores, habitada por extraños rostros y múltiples lenguas que, en su relación, fueron consolidando un desarrollo económico sin igual, cuyo eje principal fue ser manifestación de una realidad mucho más amplia que afectó a nuestro continente transformando este territorio a fines del siglo XIX.

Esta manera de ocupación, indudablemente, se vio reflejada en una arquitectura heterogénea propia de los habitantes que colonizaron. Tal es el caso de la arquitectura rural de los colonos suizos, alemanes, franceses e italianos, quienes plasmaron en sus construcciones parte de los valores estéticos de su tierra natal.

Brota de este modo una infinidad de expresiones y estilos que recorren cada uno de los más diminutos espacios de la imaginación del hombre moderno para instalarse de manera potente como único agente de dominio del paisaje rural de la Araucanía.

De esta manera, el paisaje de la Araucanía se transforma, las tierras son sembradas de trigo, el que con fuerza se abrió paso en los mercados extranjeros, propiciando la creación de espacios que acogieron esta vasta producción naciendo molinos y bodegas, las que se fueron llenando de aquel dorado grano que iluminó el progreso de esta región durante un importante lapso de tiempo. (Rodríguez y Saavedra, 2007, p. 69)

Nace así una infraestructura que se constituye en nexo entre la actividad agrícola y los mercados externos, surgiendo haciendas, estaciones, molinos, además de casas rurales cuyo fin es albergar los sueños de los colonos, quienes debieron improvisar un primitivo habitar plasmado en la imagen de un galpón que reúne en un primer nivel los animales y el forraje, y en el segundo piso la casa habitación, dando cuenta del contexto social de la época, que requería solo seguridad (Rodríguez, 2002, p. 32).

En el otro extremo de esta sociedad económica estaba la hacienda, réplica de su homóloga de la zona central de Chile, con una casa patronal ejecutada con un cuerpo central y rodeada de un corredor perimetral que la vinculaba con las actividades exteriores. Enormes edificios de una característica única, esbeltos, puros y austeros fueron convirtiéndose en símbolo de un presente glorioso a la luz de la naciente modernidad que se instalaba en los campos de la Araucanía.

Sin duda, la construcción del territorio de la Araucanía es el resultado de la interacción de múltiples factores políticos, sociales, religiosos y económicos que han dejado un testimonio que hoy se manifiesta como el legado necesario para comprender aquella aventura de poblar extensos territorios y reducir a poblaciones indígenas. Esto nos permite acercarnos a la comprensión de la diversidad, recogiendo una estrecha relación entre sujeto y naturaleza.

De este modo, la arquitectura de la Araucanía del periodo "post-ocupacional", respondió a conceptos de funcionalidad, pero incorporando percepciones clave que definen las relaciones sociales, como es la presencia de corredores y galerías. Siendo el corredor un lugar de transición del habitar en territorios indígenas, y la galería, el control sobre el entorno cercano, ambos en conjunto definen un estilo de hacer arquitectura de transición entre distintas zonas geográficas.

Allí, además de los trazos propios del clima, estas expresiones cargaron con aspiraciones y sueños de una sociedad que se levantaba como una referencia certera de los cambios iniciados por los intelectuales de la primera mitad del siglo XIX.


Expresiones funerarias

Recorrer este territorio es distinguir de manera inmutable aquella necesaria convergencia en un espacio reservado solo para iniciar el camino hacia el viaje final, cuya característica es reunir a los habitantes que debieron, para bien o para mal, compartir un mismo territorio.

Los cementerios de la Araucanía presentan una variedad única. Se distingue allí el contraste evidente entre lo terrenal y lo divino en sus diversas formas, aportadas por las distintas culturas que convergieron. Formas que representan conceptos de vanidad, descanso, resguardo, cobijo, entre otros, con un sentido único: dar cuenta de la vida, más que de la muerte.

Así, bajo el inalterable tinte del cielo azul, están sepultados, en un mismo espacio, caciques mapuches, descendientes colonos suizos, franceses o ingleses, o latifundistas agrícolas.

Efectivamente, su expresión va considerablemente más allá de recoger ciertos estilos. Manifiesta con real certeza el marco socio-cultural para comprender un proceso histórico común a diversas naciones, relegando una masa poblacional errante a retazos de terrenos entregados por el Estado y marcando el destino definitivo de uno de los territorios más diversos del país, como lo es la Araucanía.

Para bien o para mal, el proyecto colonizador tuvo diferentes énfasis donde se llevó a cabo, afectando de manera desigual la realidad local, jerarquizando la sociedad rural por sobre la vida urbana, transformando en seres mitológicos a cada uno de sus protagonistas.


Los cementerios como síntesis del sincretismo cultural: sentido de la muerte, la muerte mapuche

Desde la llegada del conquistador español, muchas de las tradiciones del pueblo mapuche fueron objeto de estudio y formaron parte de múltiples relatos, ya que el contraste espiritual y de cosmovisión entre el occidental y este pueblo originario es grande, tan grande que los conquistadores fueron incapaces de comprender dichos elementos de la religiosidad mapuche.

Una de las primeras representaciones mortuorias la constituye el Kuel, que corresponde a una práctica del periodo pre-hispánico e hispánico, ubicada en el valle de Purén-Lumaco, en la Cordillera de Nahuelbuta, sector poniente de la región.

Los kuel son cúmulos de tierra formados sobre el cuerpo de un miembro importante de la comunidad, al que se le superponían capas de tierra cada nueve años, logrando articular una plataforma funeraria de cientos de montículos interconectados y equidistantes unos de otros. Representan una cercanía entre lo terrenal y lo celestial, se constituyen en un "espacio de ofrenda" y reflejan un cierto nivel de desarrollo social y económico que en parte explica por qué la región fue un centro de resistencia a la corona española en los siglos XVI y XVII.

Así, los espacios relacionados con la muerte componen espacios sagrados fuertemente vinculados a su realidad cultural y social. Para el mapuche no existe la muerte. Cuando la vida material termina, su Am se va a otra vida, lo que da cabida a la realización de actos sagrados, entre los que destaca el eluwün, rito fúnebre que tiene como finalidad asegurar que el Am -alma- tenga un viaje sin dificultad a la "tierra de arriba". Este rito representa el cobijo y protección que otorga la comunidad al viajero en tránsito a la Wenu Mapu -tierra de arriba- y concluye con el entierro del cuerpo siempre mirado hacia el Puel Mapu -Este-, el lado bueno según la cosmovisión mapuche.

La concepción que tenían de la muerte era la de un viaje que emprendía el alma de los muertos hacia los campos fríos y solitarios que se hallaban más allá del mar.

Los mapuches están persuadidos de que la muerte no es el término de la existencia y de la personalidad individual. Esta creencia no es, hablando propiamente tal, la de la inmortalidad del alma, sino una vaga noción de un porvenir diferente. La nueva vía no se abre por un juicio sobre la conducta del difunto y no implica ninguna idea de castigo o recompensa. Cualesquiera hayan sido en la Tierra las virtudes o los crímenes del difunto, él continuará viviendo en el más allá en las mismas condiciones de clase en que vivía aquí abajo.

Los jefes de las tribus, los ricos, continúan durante cierto tiempo residiendo en los alrededores de su habitación terrestre bajo la forma de un pájaro o de un moscardón. Esta es la razón por la que, antes de toda liberación, el mapuche jamás deja de lanzar al aire algunas gotas de líquido para calmar la sed de los espíritus (Verniory, 1975, p. 137).

Este tipo de concepción involucra no solo la existencia de la vida más allá de la muerte, sino también la de una vida vivida del mismo modo que acá, con idénticos vicios y necesidades vitales.

Al igual que otras culturas prehispánicas, los mapuche también solían aconsejar a los moribundos acerca de los cuidados que debían tener una vez iniciaran el camino que los conduciría hasta la otra vida. Un ejemplo claro de ello es lo narrado por Francisco Almendras al estar presente cuando un padre daba a su hijo moribundo las respectivas recomendaciones para el viaje:

Ya es llegada la hora de vuestra muerte, hijo mío; esforzaos para que lleguéis a la otra vida con bien, y mirad hijo mío, que llegando a la otra parte del mar, sembréis luego que llegues, muchas habas, maíz, trigo y cebada y todas las legumbres y haced una casa grande para que quepamos todos en ella porque vuestra madre y yo estamos ya más de muerte que de vida, por la mucha edad que tenemos, que presto estaremos con vos por allá, y por esto os digo que sembréis mucho para que entremos comiendo... (Zapater, pp. 68-69)

Los ritos propios de la cultura mapuche comienzan a transformarse en el contacto permanente con los misioneros que estuvieron presentes en esta zona desde mediados del siglo XVII, interacción que se acelera con el proceso de Independencia, cuando se busca convertir a la población mapuche al catolicismo desarrollando misiones que, desde la perspectiva del Estado, constituían un mecanismo de contacto entre las autoridades civiles y el pueblo, acercamiento que la naciente República no estaba dispuesta a descartar.

En un comienzo, los evangelizadores realizaron incipientes recorridos por la región, proporcionando el bautismo y estableciéndose con dificultad en los nacientes fuertes o sectores rurales.

Tras la puesta en marcha del Plan de Ocupación, los misioneros franciscanos y capuchinos se asientan de manera definitiva en el territorio fundando templos que se convirtieron en la génesis de los cementerios cristianos en la Araucanía.

Las relaciones entre evangelizadores y mapuche se basaron en la paz y el buen trato, pero el choque cultural más de una vez dio paso a ocasiones de intolerancia e incomprensión por parte de los sacerdotes, cuestión natural si se considera que el cristianismo no había llegado a las formas ecuménicas que conocemos hoy.

El entierro del cacique Paiñanco, en 1855, no deja dudas al respecto. Producido su deceso, los misioneros quisieron sepultarlo según los ritos católicos, ya que había sido bautizado por los padres capuchinos casi en el momento de su muerte. Según cuenta el padre Constancio:

Sus parientes se opusieron, empeñándose en sepultarlo de acuerdo a sus ritos supersticiosos y con todos los honores que ellos suelen tributar a los grandes de la nación. Al final se tuvo que llegar a un acuerdo. La misa funeraria católica estuvo acompañada de las acostumbradas vueltas a caballo que hacen los mapuche alrededor de sus difuntos, gritando y tocando pitos para ahuyentar a los espíritus malignos. (Coña, en Pinto, 2000, p. 15).

El funeral del cacique Paiñanco se transformó de este modo en una curiosa mezcla de ceremonia cristiana y prácticas indígenas, hecho que de algún modo simboliza el sincretismo cultural que se comenzaba a gestar.

Los mapuches han asimilado muchos elementos "étnicos" del "enemigo" y al mismo tiempo, es uno de los pueblos indios con mayor identidad en el continente. (Mires, 2004, p. 132)

De este modo, las antiguas tradiciones del pueblo mapuche se fueron combinando con las propias del catolicismo, logrando una armonía que se advierte principalmente en lo que respecta a las prácticas funerarias, donde la adopción de la cruz es la evidencia más clara de este fenómeno.

Por otro lado, la ocupación de la Araucanía trajo consigo trasformaciones forzosas de la religiosidad mapuche y los ritos funerarios. Muchas de las reducciones a las cuales fueron relegados los mapuches constituyeron sus propios cementerios, que estaban a cargo del cacique local.

Así, los antiguos centros ceremoniales mapuche existentes antes de la ocupación desaparecieron. Fue necesario crear nuevos lugares para la religiosidad y la despedida de los difuntos, ahora en las reducciones, espacio que desde este momento muestra una notoria influencia cristiana. Las cruces, símbolo máximo del catolicismo, se fueron multiplicando una tras otra. Su emplazamiento se ubicó en terrenos desde los cuales se domina el entorno lejano, como la cordillera de los Andes, los volcanes y, de manera más inmediata, los valles y ríos.

Geográficamente, los cementerios construidos post-ocupación tienen características semejantes entre ellos y rescatan en parte la antigua tradición mortuoria del Kuel. Su emplazamiento responde a la necesidad de controlar el entorno inmediato y lejano, buscando siempre lugares de altura como los cerros. La cercanía con los ríos, los sonidos, la orientación y la vinculación con el cielo generan sensaciones muy similares a lo apreciado en el área de Puren- Lumaco, incorporando un aspecto propio de la cultura occidental dadas las relaciones de contacto que son las sepulturas en madera para cobijar el cadáver, orientadas hacia el Este. Entre tanto, las dimensiones de los cementerios son regulares, generalmente cuadrados, delimitados por árboles que los circundan; constituyen un referente en los caminos locales debido a su trazado regular. El acceso a estos cementerios se realiza desde el centro del cuadrado y generalmente por el sur, situación que define el ritual del viaje, el tener la inmensidad para ver el cielo y el paso del sol. Hay un claro sentido de reconocer en el paisaje el trayecto de oriente a poniente, del nacimiento al fin del día.

Los cementerios indígenas son más que un depósito de cuerpos humanos inertes, es un verdadero archivo de la historia local en cuyos simbolismos se expresan valores que las propias comunidades han construido en el tiempo y que han heredado como cimientos de la memoria cuyas particularidades les permiten expresar sus identidades y sus formas de comprender la vida, es decir, entendiendo la cultura de la muerte podremos comprender la vida. (Millahueque, 2005, p. 26)

Sin duda, los cementerios mapuche son la síntesis de la cosmovisión y manifiestan la profunda religiosidad de su gente, impronta que nos permite adentrarnos en parte de su compleja cultura. Con el tiempo fueron naciendo los sitios funerarios establecidos por las comunidades que los ocupaban dentro de sus propios territorios, emplazándolos en lugares privilegiados, determinados por la altura y el paisaje. Recorrerlos es una sutil síntesis entre la percepción del mundo -su cosmovisión- y los rituales cristianos reflejados en sus austeras sepulturas de madera. El cementerio mapuche se configura así en una interacción entre lo lejano y lo cercano, lo sagrado y lo humano, lo material y lo etéreo, cargado de simbolismos que apelan a su comprensión de lo cotidiano llevado a un plano religioso.

Así concebidos, estos espacios relacionados con la cosmovisión mapuche han adquirido con el tiempo especial significado, transformándose en verdaderos archivos de historia local capaces de expresar las características propias de cada comunidad y de sus antepasados, lo que permite, a través de la comprensión de la muerte, entender la vida, traspasando de generación en generación todos aquellos simbolismos que poseen los cementerios mapuche y que han perpetuado en el tiempo las raíces de las actuales generaciones, alimentando su memoria histórica, transmitiendo su identidad y sus valores religioso-espirituales.

En estos espacios es posible encontrar un epílogo de los valores y símbolos que las comunidades han creado con el fin de preservarse en el tiempo, alimentar la memoria y vestir a las nuevas generaciones con un abanico de conceptos que les permitirán reconocerse a sí mismas como una sociedad inmersa en un universo particular. Por lo tanto, aunque esta aproximación es de carácter descriptivo, a partir de ella damos los primeros pasos hacia la descodificación de una serie de elementos dados a través de la arquitectura, de los diseños, de los colores, de las orientaciones de las tumbas, del emplazamiento de los cementerios, del uso de las materialidades y de su relación con el entorno geográfico.


La muerte occidental, expresión no mapuche

La muerte es para muchos una de las tantas paradojas que envuelven la vida, la cual desde su inicio está condenada a extinguirse, por lo que el hombre consciente de esta característica ha buscado las formas de inmortalizarse, como producto del temor a desaparecer. Nuestros egos nos llevan a ansiar la permanencia terrenal, a trascender en el tiempo y el espacio o a quedar siquiera en el recuerdo, a ocupar un espacio en la historia o simplemente en la memoria.

Esta manifestación occidentalizada de la muerte también llega a la Araucanía, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, periodo en que miles de colonos europeos arriban a este territorio caracterizado por ser un espacio eminentemente rural, marcado por las costumbres del pueblo mapuche y aquel catolicismo impuesto por las misiones.

Su llegada, con el correr del tiempo, generó un sincretismo cultural que fue moldeando a la sociedad y definiendo gran parte de las prácticas sociales que han marcado generaciones de habitantes en la Araucanía. Prácticas que en el plano mortuorio acentúan con mayor fuerza el carácter rural.

La llegada de inmigrantes extranjeros a la Araucanía generó el arribo de prácticas a las que no estaban acostumbrados los mapuche ni los chilenos. De religión protestante, muchos buscaron preservar sus tradiciones funerarias en los propios lugares donde fueron destinados; tal es el caso de la colonia Dulmo, integrada por suizos (Muñoz, 2004, p. 56). Esto trajo graves perjuicios para la comunidad, ya que dichas prácticas en el país eran consideradas ilegales.

Por otro lado, su llegada implicó el brote de enfermedades como el cólera y la viruela a comienzos del siglo XX, cuando decenas de niños y adultos fallecieron a causa de la peste, lo que llevó a la construcción de nuevos espacios funerarios más alejados de las ciudades para evitar la masificación de contagios. Por ello, hoy encontramos cementerios a kilómetros de las ciudades, lo cual hace fuerte presencia en la prensa de la época al manifestar la preocupación por los brotes que están disminuyendo la población tanto de colonos como de mapuche, generando tomar decisiones respecto al entierro que permitan evitar más contagios.

Un informe del Cónsul suizo en Valparaíso sobre las colonias del sur de Chile, señala: "Aproveché la oportunidad para insinuarle la posibilidad de una estadística de los muertos en las distintas colonias. Yo sé que de mayo del 84 a junio del 85 en Angol cuarenta y siete; Victoria doscientos veinte y dos y Traiguén trescientos sesenta y cinco habían enfermos y en Angol treinta y tres y en Traiguén once muertos".

Lo anterior está graficado claramente en los cementerios de cada ciudad de la Araucanía, donde familias completas aparecen sepultadas con fechas coincidentes en las partes más antiguas de los campos santos.

De manera paralela, el desarrollo agrícola de la región permitió un sostenido comercio que se manifestó de manera muy diversa. Muchos fueron los molinos que se asentaron en las colinas de la Araucanía. A su vez, la hacienda como explotación pasa a constituirse en un instrumento eficaz en la producción cerealera (Rodríguez, 2003, p. 23).

Es indudable que esta bonanza económica tuvo sus manifestaciones también en los cementerios. En muchas localidades se ven grandes mausoleos de comerciantes y sus familias. Una de ellas fue la familia Bunster, descendiente de un ciudadano inglés que llegó hasta la Frontera como abastecedor del ejército de pacificación, situación que le permitió mantener un negocio durante varias décadas en las localidades de Angol, Traiguén e Imperial.

En la ciudad de Angol, en el cementerio municipal, se encuentra el mausoleo de Manuel Bunster, político, comerciante y filántropo de la comunidad. Su mausoleo ocupa un lugar especial en el trazado del cementerio. Al ingresar en la avenida de acceso, como articulador entre dos avenidas, se ubica esta estructura cuadrada, cuya particularidad la representa la ausencia de cruz.

Muchos de estos comerciantes eran protestantes, masones o agnósticos, y debían recurrir al cementerio municipal para el descanso eterno de sus restos. Los mausoleos en muchos casos hablan de la vida más que de la muerte, y muestran la vanidad por dar cuenta de quién fue el difunto. Columnas y detalles ejecutados de un modo casi artesanal revelan el cuidado por acoger el descanso final.

De este modo, los cementerios de la Araucanía se tornaron en pruebas concretas de las transformaciones ocurridas en la región. Se aprecian claramente épocas de bonanza económica reflejadas en la majestuosidad de las construcciones. La diversidad cultural se expresa en símbolos decorativos y artísticos que guardan un sentido mayor que el de dar cuenta de una cultura particular, almacenando el paso del tiempo en cada muro de las sepulturas, en los cipreses que decoran el espacio y en las formas que le dan el carácter a los cementerios de la Araucanía.

La Araucanía, debido a su particular proceso de poblamiento surgido tras la incorporación al resto del país, a fines del siglo XIX se constituye en una de las regiones más diversas y cosmopolitas. A tal situación no escapan los cementerios: son un fiel reflejo de esa diversidad cultural, social y económica manifestada en los emplazamientos de los distintos lugares de la región.

Muchos de ellos constituyen una respuesta frente a la naturaleza, marcada por simbolismos propios del pueblo mapuche que recogen volcanes, valles y ríos, en tanto que otros pasan a ser una respuesta a la necesidad sanitaria, que afectó a la región a fines del siglo XIX con epidemias de cólera y viruela.

El auge facilitado por el desarrollo agrícola gracias al cultivo del trigo y estructurado por el sistema hacendal, se vio reflejado en los cementerios. La gran mayoría posee grandes construcciones arquitectónicas que albergan a familias importantes en los aspectos políticos y económicos, cuyo origen está comprendido entre los años 1880 y 1930.

Por otro lado, en los mismos cementerios se recogen historias que han quedado ocultas tras los primitivos muros de albañilería. Son hombres y mujeres anónimos que contribuyeron a la historia de la Araucanía, dejando su huella en una oxidada cruz metálica o derruida por el paso del tiempo.

El análisis de los cementerios es necesario para comprender el valor de una sociedad, sus contrastes y evolución. Pero es una fuente que va mucho más allá: hurga en los sentimientos, frustraciones, miedos y vanidades de un pueblo.


Conclusión

En la Araucanía podemos determinar que los elementos permanentes del espacio territorial -entiéndase planicies, volcanes, ríos y lagos-, sumados a la transición climática de su geografía y a las intervenciones del hombre mediante el proceso de ocupación múltiple, tanto militar como económica y social, han contribuido al desarrollo del sentido colectivo y al fortalecimiento de su identidad. De este modo se cimentó un territorio a fines del siglo XIX, basado en la común unión entre técnica y paisaje, cuya consecuencia final es un paisaje cultural diverso marcado por la presencia de singulares expresiones que recogen valores, anhelos y arrojo del hombre por construir la ansiada modernidad en tierras mapuche.

De igual modo, esa fuerza invisible ha sido el faro bajo el cual el hombre ha buscado trazar un ideal de progreso que muchas veces no ha sido del todo exitoso. Al recorrer la Araucanía se lee y huele el espacio surgido de la necesaria interacción entre la población aborigen, la estructura estatal y la inmigración extranjera.

En este marco, cabe considerar que las expresiones funerarias son el resultado final de una bisagra multicultural que se constituye en un articulador de valores y expresiones de una lenta procesión hacia un sincretismo iniciado de la mano de jesuítas, y que a mediados de siglo XIX se ve doblegada por los fundamentos del progreso en una tierra ignota y bárbara.

Así, la Araucanía, en el sur de Chile, es fruto de la reciprocidad generada tras siglos de convivencia en un crisol de tradiciones que han fortalecido nuestra historia y cuyo norte es siempre ver en los otros una parte de nosotros. Sin embargo, a pesar de esa riqueza evidente, abundante y notable, aún falta una mayor conciencia en relación con la importancia de lo que somos y lo que tenemos.

Mediante esta investigación se ha determinado cómo se construyó la Araucanía a través de sus expresiones funerarias, definidas por los valores y códigos de los diversos componentes humanos que la integraron. Allí las manifestaciones funerarias cobran especial valor, pues lo cotidiano queda alejado y solo el sincretismo religioso se expresa con fuerza.

En el caso particular de Chile, comprender la construcción de un territorio marcado por la epopeya de la valentía del mapuche frente al español -crónicas relatadas por Alonso de Ercilla desde los mismos días de la Conquista y retomadas en el siglo XIX como parte de un impulso de los nacientes Estados por sembrar sin piedad de capitalismo tierras ignotas- se ha tornado un deber, más aun en el año del Bicentenario de muchas repúblicas.

Hace ya varios años, el historiador chileno Mario Góngora expresó que la "Historia era una casa con muchas moradas". Una de esas moradas es la que nos habla de nuestra idea de la muerte y de nuestra forma de representarla en los cementerios. Sin duda, este es un camino distinto para explorar la identidad nacional.



Notas

1 El último parlamento fue desarrollado en Negrete, en el año 1803.

2 La "Frontera" establece el límite del Imperio español y es el muro donde termina la República; separa el territorio mapuche del territorio chileno.

3 Un ejemplo claro de esta postura fue El Mercurio de Valparaíso, con diversos editoriales que reafirmaron la necesidad de ocupar el territorio mapuche. Para ello esboza distintos estereotipos del mapuche. "Muchos observadores que han tratado de comprender su carácter, han creído que estando dotados de sensaciones como todo ente racional, al fin se han de convencer y reducir, aspirando a disfrutar el bien y los placeres que proporciona la vida social ilustrada; pero nada de esto hay que esperar de ellos, como lo enseña la experiencia de siglos; pues no solo se oponen a la civilización, por la fuerza de sus pasiones y costumbres materiales con que están brutalmente halagados, sino por sus ideas morales que tienen bastante malicia y cavilosidad para discernir" (Editorial del 24 de mayo de 1859).



Referencias

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* Cómo citar este artículo: Rodríguez D., C. y Saavedra T., A. (2010). Araucanía (Chile) y su territorio: un contraste entre lo etéreo y lo material. En: Apuntes 23 (2): 150-161.

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