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Anagramas -Rumbos y sentidos de la comunicación-

Print version ISSN 1692-2522On-line version ISSN 2248-4086

anagramas rumbos sentidos comun. vol.18 no.35 Medellín July/Dec. 2019

https://doi.org/10.22395/angr.v18n35a11 

Artículos

Ocio digital y agenciamiento del bien-estar: incertidumbre en hogares de clase media*

Digital Leisure and Agency of Well-being: Uncertainty in Middle Class Households

Lazer digital e agenciamento do bem-estar: incerteza em lares de classe média

** Comunicadora social y magíster en Sociología de la Universidad del Valle, Cali, Colombia. Doctoranda en Ocio, Cultura y Comunicación de la Universidad de Deusto, Bilbao, España. Profesora investigadora de tiempo completo de la Escuela de Ciencias de la Educación, Universidad Icesi, Cali, Colombia. Correo electrónico: vsunas@icesi.edu.co. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-3375-5413


Resumen

En este artículo se realiza un análisis de la relación entre ocio digital y condición de clase. Para ello, se sintetizan e interpretan los resultados de una investigación que estudió la vida cotidiana de un grupo de hogares de clase media en Cali, Colombia. La investigación pretendía comprender la emergencia de experiencias de ocio en ámbitos domésticos, así como caracterizar el modo en que agentes humanos y no humanos se ensamblan en casa para producir culturas hogareñas diferenciadas. Con este fin y bajo un enfoque cualitativo, se efectuaron 69 entrevistas estructuradas, 26 entrevistas comprensivas no estructuradas, 10 visitas etnográficas y 10 cartografías de ámbitos domésticos. Dos hallazgos, en apariencia inconexos, se identificaron en la investigación: por un lado, la experiencia cotidiana de la incertidumbre, expresada en una suerte de inconsistencia posicional que atraviesa la condición de clase media en el país; y por otro, la centralidad que el ocio digital tiene en las rutinas de los hogares estudiados. A modo de conclusión, este artículo aspira a integrar estos hallazgos. Se sugerirá para ello que prácticas comunes a estos hogares, como la renovación frecuente de tecnologías y la asiduidad del ocio digital se pueden entender como dispositivos marcadores de distinción de clase y, también, como mecanismos de control sobre el presente y modos de compensar, por la vía de ampliar las condiciones de abundancia, el malestar que genera un futuro incierto. Se espera así develar las tensiones que las capas medias experimentan y las prácticas compensatorias que agencian en tanto estrategias para su bienestar.

Palabras clave: ocio; entretenimiento; tiempo libre; TIC; hogar; clase media; vida cotidiana; movilidad social

Abstract

This article analyzes the relationship between digital leisure time and social class. To do so, it synthesizes and interprets the results of a research that studied everyday life in a group of middle-class households in Cali (Colombia). The objective of the research was to understand the emergence of leisure experiences at home, and to characterize the way in which human and non- human agents connect to produce differentiated home cultures. With this purpose, and following a qualitative approach, 69 structured interviews, 26 non-structured comprehensive interviews, 10 ethnographic visits and 10 cartographies were carried out in different households. Two seemingly unrelated findings were identified in this research: On the one hand, there is an everyday experience of uncertainty, expressed in a positional inconsistency that characterizes the condition of middle class in the country; and on the other, digital leisure has a central position as part of the routines in the homes studied. This article intends to integrate these two concepts. It will be suggested that common practices in these households, such as frequent technology updates and high levels of digital leisure, can be understood as markers of social class and, as control mechanisms over the present, and as ways to compensate the uneasiness produced by an uncertain future, by increasing their conditions of abundance. It is expected to shed light over the tensions experienced by middle classes, and the compensatory practices that emerge to improve their wellbeing.

Keywords: leisure; entertainment; spare time; ICT; household; middle class; everyday life; social mobility

Resumo

Neste artigo realiza-se uma análise da relação entre lazer digital e condição de classe. Para isso, os resultados de uma pesquisa que estudou a vida cotidiana de um grupo de lares de classe média em Cali, na Colômbia, foram sintetizados e interpretados. A pesquisa pretendia compreender a emergência de experiências de lazer em âmbitos domésticos, assim como caracterizar o modo em que agentes humanos e não humanos se reúnem em casa para produzir culturas domésticas diferenciadas. Com esse fim, sob uma abordagem qualitativa, foram efetuadas 69 entrevistas estruturadas, 26 entrevistas compreensivas não estruturadas, 10 visitas etnográficas e 10 cartografias de âmbitos domésticos. Duas descobertas, aparentemente desconexas, foram identificadas na pesquisa: por um lado, a experiência cotidiana da incerteza, expressada em um tipo de inconsistência posicional que atravessa a condição de classe média no país; e, por outro lado, a centralidade que o lazer digital tem nas rotinas dos lares estudados. Como conclusão, este artigo busca integrar essas descobertas. Para isso, sugere-se que práticas comuns a esses lares, como a renovação frequente de tecnologias e a assiduidade do lazer digital, possam ser entendidas como dispositivos marcadores de distinção de classe e, também, como mecanismos de controle sobre o presente e os modos de compensar, por meio da ampliação das condições de abundância, o mal-estar que gera um futuro incerto. Espera-se assim revelar as tensões que as camadas médias experimentam e as práticas compensatórias que agenciam com respeito às estratégias para seu bem-estar.

Palavras-chave: ócio; entretenimento; tempo livre; TIC; lar; classe média; vida cotidiana; mobilidade social

Introducción

Este artículo ofrece una perspectiva cultural, más que economicista, de la relación entre clases medias y ocio digital. Con este fin es necesario examinar, y en esa vía aceptar, el concepto de clase. Esto es, según Portes y Hoffman (2003), asumir, por un lado, la noción de clase en tanto artefacto sociológico, destinado a la comprensión de las diferencias de poder estructural en una sociedad y, por otro, entender que estas diferencias se expresan en desigualdades de estatus, ocupación y formas variadas de distinción (Bourdieu, 1998). La noción de clase supone entonces -al acudir a un modelo piramidal o a una estructura de campo- reconocer que las sociedades son desiguales en lo que respecta a su distribución de recursos (económicos, de prestigio y poder), y que esta desigualdad se transforma en el tiempo. Las clases medias son, si se quiere, la expresión más novedosa de esta dinámica histórica de distribución desigual de recursos.

Como categoría, la clase media tiene antecedentes difusos en las ciencias sociales. La sociología crítica intenta asimilarla, no sin dificultad, con la pequeña e irrelevante burguesía de la que hablaba Marx (1976). Weber (1964), por su parte, quien desarrolla un modelo de clases menos economicista y más complejo que el marxista, describa ciertas posiciones intermedias, distinguidas por su mayor estatus, que se podrían acercar a lo que hoy reconocemos como clase media. Ninguna de estas versiones, por supuesto, alcanza a dar cuenta de este grupo social heterogéneo, propietario en pequeña escala, consumidor de gran alcance y protagonista político, que representa las promesas del sistema en lo que respecta a la movilidad social y conquista del confort y, al mismo tiempo, exhibe sus malestares: la vulnerabilidad acechante, la incertidumbre frente al futuro y la brecha aspiracional, como reconocen Franco, Hopenhayn y León (2011), al abordar la distancia que existe entre las aspiraciones de abundancia y las condiciones reales para conquistarla.

Para Franco, Hopenhayn y León (2010), estas condiciones se agudizan en el caso latinoamericano. Sugieren que el estudio de las capas medias ha ocupado un lugar secundario en las investigaciones sobre estratificación social en el continente, tradicionalmente más preocupado por el problema de la pobreza y la marginalidad. No obstante, en los últimos años el fenómeno de las clases medias ha cobrado importancia. En su opinión habría que reconocer el papel de las “porfiadas desigualdades sociales, las nuevas formas de vulnerabilidad y la expansión del consumo”, en la reactivación de “esta preocupación secular” (Franco et al., 2010, p. 7). Varios autores coinciden en afirmar que, en este sentido, las clases medias se tornan relevantes para las ciencias sociales en tanto que en ellas se pueden apreciar las consecuencias directas de las crisis económicas, terciarización de la economía, fragmentación de las trayectorias laborales y feminización de los mercados de trabajo. Así, sugieren que el estudio de las clases medias puede dar cuenta de las crisis y movimientos que experimentan los procesos de movilidad social en América Latina; pero también indican que estamos ante un sector social atravesado por sus propias crisis y movimientos internos.

En otra vía, los estudios sobre la relación entre ocio mediado tecnológicamente, ámbito doméstico y clase social se han desplegado en diversas perspectivas. Con frecuencia, la dotación tecnológica del hogar se toma como indicador económico y de distinción de clase. Asimismo, los procesos de penetración de las tecnologías en el ámbito doméstico han constituido una puerta de entrada -incluso sin proponérselo, como ocurrió con las investigaciones del consumo de tv en los hogares en la década del 901- para el estudio cultural y cualitativo de las clases sociales. En esta vía, un trabajo central para el tema en América Latina lo constituye la investigación histórica realizada por Inés Pérez (2012) publicada bajo el título El hogar tecnificado: familias, género y vida cotidiana 1940-1970. En ese trabajo, Pérez se pregunta por las transformaciones que experimentó la casa y la vida familiar en Argentina durante esta época, ante la irrupción de repertorios tecnológicos destinados al entretenimiento familiar. Pérez (2012) se ocupa en particular, del televisor como dispositivo que reinvierte los crecientes procesos de individuación de los miembros del hogar, favorece la integración de los distintos grupos etarios y de género que pueblan a la familia e impulsa la emergencia de nuevas estrategias de regulación de la autoridad. Así mismo la autora asegura que las tecnologías se agregaron al conjunto de elementos que definen la distinción de clase entre los hogares argentinos (Pérez, 2012). Esta preocupación por las prácticas de integración o individuación, que el ocio mediado tecnológicamente dispone en la vida familiar, se mantiene en estudios más contemporáneos. Desde la perspectiva de Livingston (2007) y Van Rompaey y Roe (2001) el ocio individualizado, que tiene su asiento en el dormitorio y no en la sala comunal, contribuye a la depreciación de categorías gregarias que, como la de clase, homogeneizaban a los miembros del hogar y sugerían que los comportamientos y la cultura familiar respondían a una condición socioeconómica colectivamente compartida. Tras esta idea late la sospecha de que, ante la proliferación de pantallas domésticas y prácticas de ocio altamente individualizadas, la clase ha perdido vigor como elemento que define las opciones de ocio que las personas eligen en su vida doméstica.

No obstante, las posibilidades materiales que devienen y constituyen la condición de clase aparecen en diversos estudios como variables significativas para comprender el ocio digital. Rosalía Winocur y Rosario Sánchez (2016), por ejemplo, examinan las transformaciones en el ámbito doméstico de hogares empobrecidos uruguayos que han sido beneficiarios de un sistema de distribución de computadoras portátiles. Así mismo, numerosas investigaciones se concentran en el estudio de hogares de capas medias, incluso cuando la variable de clase no es explícitamente descrita. Ello se puede deber a que los sectores medios, además de contar con recursos para la adquisición y renovación de tecnologías, también enfrentan muchos fenómenos que hipertrofian o complejizan el papel que el ocio digital tiene en la vida doméstica: incremento exponencial del tiempo libre, dificultades en la distribución del trabajo de cuidado, transformaciones en los patrones de autoridad parental.

En esta vía, Mesch (2006) examina, a partir de entrevistas realizadas a 754 niños norteamericanos entre 12 y 17 años, los conflictos intergeneracionales que se presentan en la vida familiar por el control y la regulación del internet. Lydia Buswell, Ramon Zabriskie, Neil Lundberg y Alan Hawkins (2012) se ocupan del modo en el que los modelos familiares median la participación de tecnologías en el ámbito doméstico de hogares de clase media. Margaret Beck y Jeanne Arnold (2009), por su parte, exploran a través de un estudio etnográfico en 32 hogares de clase media, las cualidades y frecuencia del ocio paterno y materno en una zona muy diversa culturalmente de Los Ángeles. Sus conclusiones son demoledoras: padres y madres disponen de experiencias de ocio fragmentarias, insuficientes y empobrecidas. Jordi López-Sintas, Laura Rojas de Francisco y Ercilia García-Álvarez (2015) se concentran en el estudio de las prácticas de ocio doméstico de 30 sujetos de clase media que experimentaron el advenimiento del entretenimiento digital. En el plano local, Rocío Gómez y Julián González (2005) aproximan la relación de menores en edad preescolar con las pantallas en 16 hogares de clase media de la ciudad de Cali, los resultados de su estudio se emplearon para el diseño de un manual de convivencia con las pantallas orientado a adultos criadores.

En todos estos casos la clase social opera como una suerte de escenario en el que las prácticas de ocio se experimentan, o bien como una explicación objetiva de las condiciones de dotación tecnológica de los hogares que se estudian. La clase social, a diferencia del género y la edad, no se presenta como una variable que participa, impulsa o explica el ocio digital. Se ha de decir al respecto que los estudios sobre clase tienen, por lo menos en América Latina, una evidente tendencia economicista y cuantitativa -“no se recurre a métodos cualitativos para estudiar la estratificación social”, sostienen Kathya Araújo y Danilo Martuccelli (2011, p. 116) -, y los trabajos de orden cualitativo se suelen concentrar más en los padecimientos de los individuos de clase media, derivados del mercado de trabajo, la vulnerabilidad y la incertidumbre, que en los estilos de vida de los hogares. Así, Cecilia Arizaga (2017) estudia las condiciones de vulnerabilidad social y psicológica de competitivos sujetos de clase media en Argentina y el modo en que en estos la elección de vivienda se convierte, tanto en un mecanismo de distinción de clase como en un esfuerzo por buscar refugio, bienestar y una particular idea del confort. La misma autora había abordado este asunto en un trabajo cualitativo (Arizaga, 2006) en el que, a partir de entrevistas a sujetos pertenecientes a las “nuevas clases medias porteñas”, indagó la interpretación que estos hacen del discurso publicitario de la vivienda en Argentina. En el conjunto de estos estudios que abordan la dimensión más subjetiva de los individuos de clase media, se ubica el trabajo de Luisa Méndez (2008), quien explora el modo en que las clases medias se individualizan e individualizan también sus estéticas y opciones de consumo, bajo el contexto neoliberal en Chile del siglo XXI. En esta misma vía, Catalina Arteaga (2017), en un ejercicio cualitativo que involucra entrevistas en profundidad, grupos de discusión y reconstrucción de trayectorias vitales, nombradas por ella como “experiencias posicionales”, rastrea los significados y narrativas desde los que las personas dan sentido a su lugar en la estructura social.

Estos trabajos comparten con la investigación que aquí se presenta una preocupación por las cualidades que la condición de clase adquiere cuando se cristaliza en individuos y hogares concretos y el modo en que esta experiencia de clase, para el caso de las capas medias, se relaciona con el ocio digital. Ambas inquietudes aluden a un interés cualitativo por la vida hogareña, la condición de clase y las prácticas autotélicas2 de consumo, uso y apropiación de repertorios tecnológicos.

Metodología

Como se ha señalado con anterioridad, este artículo interpreta los resultados de una investigación que se preguntó por la relación entre hogares, clases medias y ocio digital en la ciudad de Cali (Colombia). La investigación acudió a un enfoque cualitativo que privilegió la densidad de la experiencia por encima de la representatividad de la muestra. Así, se concentró en examinar las narrativas a través de las cuales los hogares estudiados daban sentido a su vida cotidiana, su condición de clase y sus prácticas de ocio. El universo de la investigación estuvo compuesto por 26 hogares, que cumplieron con las siguientes características para su selección: 1) hogares pertenecientes a capas medias, de acuerdo con algunas variables que se describen más adelante y que se confirmaron mediante un cuestionario inicial; y 2) hogares con niños y niñas en edades preescolar y escolar, entre 3 y 10 años de edad. No se consideraron variables étnico/ raciales, religiosas, ni de tipo de composición familiar. De hecho, se seleccionaron hogares con composiciones hogareñas muy diversas: 8 familias extensas, 2 hogares de madre y padre soltero y 16 hogares nucleares. Entre estos últimos, solo uno corresponde a una pareja del mismo sexo. Pese a que no era condición ineludible, en todos los hogares los niños viven con, por lo menos, uno de sus padres.

El criterio de clase, que reguló la selección de la muestra estudiada, fue el de más difícil definición. Pese a la renovada preocupación por este grupo social, lo cierto es que en Latinoamérica en general, y en Colombia en particular, no existen grandes consensos sobre cómo determinar a los sectores medios. Al respecto las polémicas son muchas. Las más recientes se despertaron en Colombia en el 2015, cuando un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicitado por varios medios de comunicación, determinó que el 55 % de las personas en Colombia eran de clase media (De la Cruz, Andrián y Loterszpil, 2015). Ese dato, en uno de los países más desiguales del mundo, estalló en un debate mediático y académico. Surgieron entonces propuestas que planteaban medir a las capas medias por su capital cultural, potencial de ascenso social, estabilidad en el régimen de estratificación, ocupación. Todas estas alternativas parecieron, a su vez, exhibir fisuras y objeciones para las que, a su vez, emergieron nuevas posibilidades. Justo en medio de este debate sin fin este proyecto se propuso estudiar las prácticas de ocio doméstico de las capas medias. Las preguntas que asaltaron al estudio fueron entonces inevitables ¿Qué hogares se pueden clasificar como de clase media? ¿Qué criterios emplear para su definición?

Con esto en mente se establecieron tres criterios de entrada para la identificación de los hogares a estudiar. El primero de ellos tiene que ver con los ingresos. La controvertida propuesta del BID, antes mencionada, sugiere que las personas de clase media devengan en Colombia entre 10 y 50 dólares por día. Este rango cubre a las clases medias-bajas, que han escapado de la pobreza pero que distan de las clases medias-medias y medias-altas, con ingresos promedios de entre 40 y 85 dólares diarios. Por otro lado, el Departamento Nacional de Planeación distingue entre la clase media vulnerable y la clase media consolidada. Las personas adultas adscritas a esta última devengarían entre 290 y 1.045 dólares mensuales. Finalmente, mediando entre diversas propuestas (Ferreira, Messina, Rigolini, López-Calva y Vakis, 2013), se optó por comprender en el estudio a hogares con ingresos per cápita (por adulto) de 30 a 85 dólares diarios. El resultado es una muestra de hogares muy heterogénea, lo que probablemente revela las desigualdades internas que componen eso que conocemos como clases medias en Colombia: la muestra incluye hogares que se pueden reconocer como de clase media-media, con ingresos de hasta 32.000 dólares per cápita anuales y otros que llegan con dificultad a los 5.000 anuales. En todo caso se trata de hogares que distan mucho de obtener los ingresos de las élites y que están lejos del salario mínimo, calculado en 3.500 dólares anuales aproximadamente.

El segundo criterio para la selección de hogares de clase media fue la ubicación por estrato de la vivienda. El estrato es un sistema de clasificación fijado por la Ley 142 de 1994, que se emplea en Colombia para adjudicar la tarifa de pago de servicios públicos. Los estratos 1 y 2 los subsidia el Estado y los demás contribuyentes, pues pertenecen a sectores empobrecidos. El estrato 6 pertenece a las élites. Se presume entonces que los estratos 3, 4 y 5 corresponden a clases medias. De esta forma, se comprendieron dentro de la muestra hogares que habitan viviendas ubicadas en los estratos 3, 4 y 5.

Para el último criterio se acudió a una categoría más subjetiva: el autorreconocimiento. Los hogares estudiados afirmaron pertenecer a la clase media, aunque con frecuencia esta afirmación estuvo acompañada de notas al pie, salvedades y explicaciones, cuya riqueza empírica no deja de resultar inquietante.

Para efectos del contacto y captura de hogares a estudiar se empleó la técnica de bola de nieve hasta alcanzar un punto de saturación, como lo sugieren Lincoln y Guba (1985), y Glaser y Strauss (1967). Con respecto a las técnicas empleadas, se acudió a cuatro instrumentos cualitativos de indagación3:

  1. Entrevistas estructuradas a una muestra de 69 hogares.

  2. 26 entrevistas en profundidad, articuladas en un guion semiestructurado, a hombres y mujeres pertenecientes a los 26 hogares de clase media estudiados. Las entrevistas se realizaron a un individuo en particular, aunque en algunas ocasiones participaron otros miembros del hogar. Así mismo, cada persona entrevistada firmó el consentimiento informado respectivo y se establecieron acuerdos de confidencialidad. La duración de la entrevista fue de entre 4 y 6 horas en promedio, realizada en dos o tres sesiones. Las entrevistas abordaron tres grandes asuntos:

  1. La vida económica de los hogares entrevistados.

  2. Las rutinas y vida cotidiana que en estos se despliega, con atención especial a las prácticas de ocio.

  3. Asuntos referidos a la cultura y estilos de vida hogareños.

  1. 10 visitas etnográficas a las viviendas, registradas audiovisualmente, en las que participaron varios miembros del hogar, destinadas a examinar:

  1. Las condiciones materiales, estéticas y de dotación tecnológica de la casa.

  2. Las distinciones de género y etarias que atraviesan la vida hogareña.

  3. El lugar que el ocio ocupa en la disposición espacial de la vivienda.

  1. 10 cartografías sociales de la casa, elaboradas por integrantes de 10 de los hogares estudiados, destinadas a identificar procesos de cohesión e individuación de la vida hogareña, modos en que esta se modifica debido a los ritmos de la cotidianidad y participación de tecnologías para el ocio digital en el espacio doméstico.

Resultados: ocio, tecnología, clase media y la casa hipertrofiada

La exploración realizada en hogares de capas medias de Cali (Colombia) permitió identificar dos asuntos gruesos que constituyen el núcleo de análisis de este artículo: el primero, la manera en que la noción de clase, y en concreto de clase media, tan escurridiza académicamente, se concreta en estos hogares en la experiencia: la experiencia de no ser pobre, de acceder ocasionalmente al lujo y la opulencia, la experiencia de habitar una cierta zona de juegos de la vida social, con abismos que conducen a la caída y escaleras que bien podrían llevar a zonas más cómodas y estables. En resumen, el primer aspecto que llama la atención es la incidencia que la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, el capital aspiracional (Yosso, 2005) -como la capacidad para alimentar esperanzas, en este caso de ascenso social y consumo-, tienen sobre el modo en que estos hogares organizan su economía y vida cotidiana. Así, convive un miedo de perder el lugar ganado en la estructura social con la idea de que, dado el abaratamiento de los bienes de consumo y su diversificación, pero, sobre todo, el estatus, los ingresos y la condición de no pobre, se puede aspirar a mucho4.

El segundo aspecto constituye una evidencia empírica concreta: las enormes inversiones de tiempo y dinero que estos hogares de clase media hacen para proveerse de recursos y servicios tecnológicos no instrumentales. Esto es, recursos cuya función en casa es difusa y autotélica. Recursos para una actividad que “busca la realización de algo sin pretender otra cosa a cambio de la acción” (Cuenca, 2000, p. 68): el ocio digital. Para el caso de este documento se asumen como ocio digital las actividades de ocio mediadas por tecnologías digitales y puestas en juego a través y en repertorios tecnológicos. Así, se reconocen en esta categoría tanto navegar en diversas plataformas de información como videojugar; tanto la producción de blogs como la recreación biográfica en redes sociales, tanto fotografiar(se) como navegar sin rumbo por el ciberespacio. La centralidad que el ocio digital tiene en los hogares estudiados se refleja en la cantidad y diversidad de repertorios tecnológicos que las casas de estos hogares exhiben, la importancia que el rubro de entretenimiento doméstico tiene en la economía familiar y el tiempo que se destina al consumo y habituación de pantallas en casa. Ambos aspectos -por un lado, la vulnerabilidad, y por otro, la intensa relación con la tecnología para el ocio y el entretenimiento- se presentaron en su momento en la investigación como datos aislados e inconexos. Luego, de forma paulatina, estos rasgos se empezaron a entrecruzar y a explicar mutuamente. Los temores y expectativas que estos hogares tienen sobre su condición de clase aparecieron entonces como telón de fondo de sus prácticas de ocio. Emergieron, a su vez, las prácticas de ocio mediado tecnológicamente como tácticas para lidiar con los avatares, incertidumbres y ambiciones que las capas medias enfrentan.

La noción de nuevos repertorios tecnológicos (NRT) (Gómez y González, 2008) pretende superar la dimensión instrumental que sugiere el concepto de tecnologías de información y comunicación (TIC). Con NRT se nombra un conjunto de tecnologías que sirven para comunicarse e informarse, así como para producir, crear, coordinar acciones en tiempo real y, sobre todo, entrar. Al respecto, Gómez y González (2008) advierten el carácter ambiental de estas tecnologías. En su opinión, más que ante artefactos estamos ante lugares. El habla común refuerza esta idea: salimos del computador, colgamos mensajes en la red, los bajamos, navegamos, nos movemos. De ahí el efecto de inmersión y arropamiento que estas pantallas producen: no solo se hacen cosas con ellas, sino, y sobre todo, en ellas. Se podría decir entonces que los NRT, sólidamente integrados entre sí, constituyen en su dimensión digital un entramado de compuertas y vehículos para el viaje y colonización de un nuevo territorio: el ciberespacio.

Si se acepta esta idea, se tendría que advertir que los hogares de clase media estudiados son, a la que vez que espacios para el despliegue de la privacidad territorialmente situada, auténticas bases espaciales destinadas a la vida en línea. Los datos parecen confirmar esta hipótesis. Se trata de 26 hogares bien dotados tecnológicamente, en particular si se les compara con la media nacional registrada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Según datos de esta entidad (DANE, 2016a) en Colombia solo el 45,2 % de los hogares tiene computador. En contraste, de los 26 hogares estudiados, 26 tienen televisor; y en todos conviven pantallas de diverso tipo (para el total de hogares hay 60 ordenadores, 20 tabletas digitales y 73 teléfonos móviles). El ocio digital -representado en pagos de servicios de internet, TV, telefonía móvil y adquisición de tecnologías- constituye entre el 13 % y el 20 % del presupuesto de los hogares estudiados, y es la actividad de ocio que más tiempo ocupa en la vida doméstica. Por otro lado, mientras el 46,3 % de los hogares colombianos (DANE, 2016a) no tiene acceso a internet, todos los hogares estudiados cuentan con servicio de internet vía módem y telefonía móvil. Es posible afirmar que estamos frente a viviendas en las que las pantallas han contribuido a trazar la cartografía hogareña. Estas se ubican en espacios de culto y encuentro familiar, se capilarizan en la vida cotidiana y se convierten en prótesis del control y afecto parental. Domesticación, llaman Winocur y Sánchez (2010) a este proceso de anclaje de los NRT a la vida en casa, que convierten la vivienda en “un entramado de rutinas domésticas y conexiones mediáticas, de vínculos familiares y redes virtuales, de cierres y aperturas online y offline” (Winocur y Sánchez, 2011, p. 17).

La vivienda es, pues, escenario único para comprender estos procesos de domesticación de las pantallas en el país, no solo por su filia tecnológica, sino también por un hecho alarmante que justifica la centralidad ganada por el ocio doméstico entre estos sectores sociales: la criminalidad urbana. Cali ha experimentado diversas formas de violencia en las últimas décadas, que van desde la delincuencia común y la criminalidad atizada por el narcotráfico hasta los efectos nefastos del conflicto armado. Pese a que ha habido un evidente descenso en la tasa de homicidios -para el 2018 se obtuvo una tasa de 47,2 homicidios por 100.000 habitantes, la más baja en los últimos 25 años (Observatorio de Seguridad, 2019)-, Cali ha sido con frecuencia incluida entre las ciudades más violentas del mundo. No es extraño entonces que entre los caleños haya una alta tasa de percepción de inseguridad, lo que sí resulta curioso es que la tasa más alta, según la encuesta de percepción ciudadana 2016, se encuentre entre los estratos medios, en los cuales un 29 % consideró la ciudad como insegura, contra un 26 % de los estratos bajos y un 16 % de los estratos altos (Cali cómo vamos, 2016). En contraste, pese a ser los estratos bajos los que concentran en sus barrios la mayor cantidad de delitos denunciados y la más alta tasa de homicidios, su percepción de seguridad urbana es ligeramente mayor que la de sus vecinos de clase media. Esto remite a unas clases medias cuando menos cautelosas de la vida en la ciudad, con menos recursos que las élites para escaparse a las afueras o habitar nichos seguros, en un país en el que, según el DANE (2016b), solo el 19 % de los habitantes urbanos acude a centros culturales como bibliotecas, museos o eventos públicos. Se trata entonces de unos hogares de clase media temerosos de la delincuencia urbana, débilmente seducidos por las ofertas de ocio que promete la ciudad y refugiados en viviendas crecientemente vaciadas de trabajo (en 22 de los 27 hogares, por ejemplo, las tareas domésticas han sido tercerizadas). No es extraño entonces que, ante el debilitamiento de lo público, estos sectores hayan concentrado, puertas para adentro, buena parte de sus inversiones:

Yo a ella (hija) no la dejo salir sola, ni al niño tampoco, no me gustan que salgan, yo prefiero que por los peligros, pues ahora mucha inseguridad, prefiero mejor que estén aquí en la casa y sí, pues entonces para tenerlos en casa toca tenerles Netflix, computador, que no se aburran. (J. Rosas5, comunicación personal, 5 de enero de 2017).

De acuerdo con Livingstone (2007), algo similar les ocurre a los hogares londinenses de su estudio: la sensación de riesgo exterior, por razones distintas de las colombianas, pareciera intensificar la relación de los niños con sus dormitorios como lugares de ocio e identidad, en lo que se reconoce como bedroom culture.

Así, estos repertorios tecnológicos parecen haberse instalado muy rápidamente en el conjunto de necesidades básicas para la subsistencia hogareña. Su integración, como lo asegura Piscitelli (2002), es tan eficaz que no solo resultan irreversibles (es decir, parece impensable la vida sin ellos) sino que, además, parecen mimetizarse con el mobiliario, las necesidades básicas, el pago del agua y de la luz, los enseres de la cocina, y los electrodomésticos que resuelven la comida hogareña. Han sido tan poderosamente in-corporados al hogar que se han naturalizado y tornado invisibles. Un dato empírico apoya esta idea: si bien la mayor parte de los hogares entrevistados subraya el ocio digital como una actividad cotidiana y persistente en la organización de la vida hogareña, también es cierto que este se ha rutinizado al punto de que, cuando se preguntó a las familias a cuál gasto renunciarían en caso de crisis económica, la mayor parte de ellas señalaron que al entretenimiento. No obstante, ninguna de ellas se refería a renunciar al cable, el Wifi, el plan del móvil o a la adquisición de películas y videojuegos. Sin excepción, bajo la idea de entretenimiento, estaban aludiendo a las comidas fuera de casa, el turismo o el cine. Los servicios de internet, televisión por cable o compra en línea de películas y videojuegos ya se han integrado a la canasta básica y una vez establecidos, se les reconoce como indispensables.

El papel que los NRT y el ocio digital tienen en la vida hogareña emergió también como elemento central cuando se les pidió a los participantes que reconstruyeran la vida cotidiana de sus familias. En estas narrativas se observó cómo el ocio es distribuido de manera desigual entre los miembros de cada familia en virtud de su género, edad y ocupaciones. Así mismo, en todas las familias el entorno tecnológico se tornó relevante en la disposición del descanso, la determinación de los ritmos del mundo de la vida, la socialización con los íntimos y la culminación de la jornada. Más que una práctica o un dispositivo, el ocio digital se muestra como telón de fondo de las relaciones que en la vida familiar se producen. Esto es, como un escenario de luchas intergeneracionales y de sexos, en el que jóvenes y adultos, hombres y mujeres se disputan y negocian el poder y en el que la familia experimenta los conflictos que derivan de las discrepancias entre las culturas hogareñas, los modelos de crianza y los avatares de la vida diaria: entre la familia que se quisiera ser y la que, efectivamente, se termina siendo. Así, se regula el ocio digital al tiempo que se sucumbe deliciosamente ante él; se juegan apuestas para su control en tanto dispositivo que dota de autoridad; y al mismo tiempo, se le emplea como estrategia para la regulación de los conflictos domésticos. Se le califica como alienante (“embobador”, lo llama Marta Arias [comunicación personal, 11 de noviembre de 2017]), un “mal necesario” (A. Novoa, comunicación personal, 6 de septiembre de 2017)), moralmente peligroso y, al mismo tiempo, se le señala como la actividad ineludible de cada día y el lugar al que van a morir las prisas: una práctica indispensable para entre-tener la rutina, subvertirla o, desde una versión menos optimista, sucumbir ante ella.

¿Cómo se explica la centralidad del ocio mediado tecnológicamente en la vida hogareña? ¿Cómo leer su rutinización y eficaz integración? ¿Cuál es el origen de este deleite, de este gozo cotidiano? A continuación se sugiere que, más allá del poder de atracción de los artefactos tecnológicos y de los juegos a las que estos invitan, las explicaciones pasan por el modo en que el ocio mediado tecnológicamente puede constituir una vigorosa táctica para procurar el bien-estar. Esto es, en concreto, para afrontar tres condiciones que determinan y sitúan a las clases medias urbanas: la incertidumbre, su reciente enclasamiento y las tensiones entre capital aspiracional, abundancia y restricción.

Dominar el presente, paliar la incertidumbre, acceder a la abundancia

En una investigación previa a la aquí presentada, se examinó la forma en que las condiciones de trabajo flexible modelaban las trayectorias académicas de un grupo de profesores y profesoras universitarias (Unás, 2015). En esa investigación se señaló la diferencia entre precariedad y vulnerabilidad. Se aseguró entonces que mientras los sectores precarios han experimentado procesos de empobrecimiento, los vulnerables pueden incluso haber escalado en la pirámide social. La vulnerabilidad (Castel, 1997) es, sobre todo, una característica en potencia: se es vulnerable porque se está en riesgo, porque se es frágil ante la amenaza, porque se camina en la cuerda floja, entre la integración y la marginalidad, entre la confianza y el miedo. Kathya Araujo y Danilo Martuccelli (2011) denominaran inconsistencia posicional al temor que experimentaban muchos de los individuos entrevistados en su estudio, pertenecientes a diversas clases sociales chilenas, de perder sus posiciones en la estratificación social. Los autores definieron esta inconsistencia posicional como una suerte de ansiedad que “se produce en medio de posiciones sociales que son percibidas como sólidas” (Araujo y Martuccelli, 2011, p. 169), una ansiedad que Bárbara Ehrenreich (1989) bien denominó “temor de caer”. También Acevedo y Linares (2012) encontraron en Argentina, a través de la reconstrucción de las trayectorias de clase de 22 personas, una mayor percepción de riesgo e incertidumbre entre los sectores medios, que han experimentado procesos de movilidad descendente o ascendente de corto alcance.

Al respecto se podrían discutir los fundamentos de esta condición vulnerable de las clases medias en Colombia. Las opiniones en este sentido son contradictorias. Por un lado, en lo que respecta a la vulnerabilidad económica, se trata de sectores de trabajadores profesionales, cuya estabilidad depende de las veleidades del mercado de trabajo y de la fragilidad de la economía. Por otro, se trata de sectores relativamente estabilizados que, por lo menos en lo que respecta a las últimas cinco décadas, han conquistado un enclasamiento persistente. Estas contradicciones permanecen cuando se comparan los resultados de los estudios de percepción con investigaciones de orden económico. Así, mientras la clase media se muestra pesimista con respecto a su futuro, diversas investigaciones aseguran que a estas las determina su capacidad para resistir las perturbaciones económicas sin ver amenazado su lugar en la estructura social. Al respecto, Ferreira et al. (2013) y García, Rodríguez, Sánchez y Bedoya (2015) coinciden en afirmar que, si bien la movilidad social en Colombia es mínima y con tendencia descendente, los hijos e hijas de sectores de clase media experimentan una tendencia a mantener la posición de clase. Estos datos macro desdicen de la experiencia vital de las clases medias estudiadas, asaltadas con frecuencia por el fantasma de la pérdida de trabajo y posición:

Mi marido ha ascendido, tiene un cargo directivo, le ha ido muy bien [...] Pero también sé que el mercado es cruel, yo conozco el mercado laboral, o sea, yo lo sé, entonces como que también pienso “si lo echan de allí y le toca volver a empezar con otra cosa, nosotros tenemos que estar preparados emocionalmente para que eso no sea para nosotros un problema”. (V. Ordóñez, comunicación personal, 4 de febrero de 2017)

Las familias entrevistadas oscilaron entre diversos modos de hacer frente a la incertidumbre económica: calculados ejercicios de capitalización y ahorro, que se espera rindan para las “vacas flacas”; gastos irracionales en tiempos de abundancia con el fin de satisfacer el capricho hedonista que se debe poner bajo control después; proyectos de emprendimiento por fuera del mercado laboral; y confianza en el destino, buenaventura, fortaleza familiar y respaldo religioso6. Curiosamente, la economía no es la única ni la más relevante fuente de incertidumbre para los hogares estudiados. Cuando se les preguntó por sus miedos respecto al futuro, el tema de la estabilidad laboral y el dinero apareció solo como un acompañante marginal de temores más grandes: la violencia urbana, el temor a ser asaltado, el miedo a que los que salgan de casa no regresen a ella. Ya antes se ha hecho alusión a cómo son estos temores los que, en parte, inciden en la importancia que el ocio doméstico tiene en la vida de los hogares estudiados. Por ello es comprensible que, además, tratándose de hogares con niños y niñas, los NRT se comporten como dispositivos de control sobre los itinerarios cotidianos y la suerte diaria de los miembros del hogar. Al respecto, Raquel Londoño (comunicación personal, 3 de noviembre de 2017) describe el tipo de conversaciones que ella y su familia sostienen en el grupo de WhatsApp que crearon:

¿Q’hubo mami?, ¿cómo estás, ¿qué haces?, [...] ¿ya fuiste?, ¿ya viniste? ¿Ya llegaste?, ¿ya te atendieron? Sí, ya voy para la casa. ¡Ah!, bueno ¿Ya llegaste a la casa?, lo mismo con mis sobrinos si no están: ve, ¿dónde estás que no has llegado?, o ve, durante todo el día no te has reportado, ¿qué pasó? (R. Londoño, comunicación personal, 3 de noviembre de 2017)

Según Winocur y Sánchez (2010), estamos ante un mundo paralelo de recreación de vínculos afectivos que “nos confirman una y otra vez que existimos y que los otros existen para aliviar la incertidumbre” (Winocur y Sánchez, 2010, p. 85). Dichos autores aseguran que esta obsesión por monitorear a los miembros del núcleo familiar, en particular a los más jóvenes, se relaciona no tanto “con la compulsión por privatizar, interrumpir o invadir el espacio público” sino, más bien, con un intento por “contrarrestar la incertidumbre, y llevar consigo las certezas” (Winocur y Sánchez, 2010, p. 35).

Esta urgencia de conexión, en la que los NRT participan, se comporta para Winocur y Sánchez (2010) como una suerte de adicción. En su opinión, a los adictos al tabaco no los engancha solo la nicotina, sino la seguridad que deviene del hábito: poco pueden controlar lo que ocurrirá en la tarde, pero podrán estar seguros de que, después del almuerzo, fumarán un cigarrillo, cotidiano, ritual, cierto. Así, la “urgencia de estar conectados” (Winocur y Sánchez, 2010) tendría que ver, no tanto con el poder que ejercen los artefactos, como sugerirían los discursos mediáticos y algunas teorías deterministas, sino con el modo en que estos nos permiten ganar maniobrabilidad y control sobre el presente (“¿Ya llegaste?”, pregunta Raquel Londoño a sus sobrinos por WhatsApp). Y eso, para las clases medias, tan provisorias, bien puede suponer una “fuente de consuelo” (Winocur y Sánchez, 2010; Abbott-Chapman y Robertson, 2001).

Se suma a la anterior otra idea que relaciona estas tentativas de dominio del presente con la filia tecnológica: la distinción de clase. La mayor parte de los estudios señalan tres características de la posición de clase que ocupan en Colombia las capas medias: la estabilidad, a la que se ha aludido antes, las escasas posibilidades de ascender socialmente y el modo en que estas cristalizan un notable ascenso social respecto a la posición de clase de sus padres. De hecho, más de la mitad de las personas entrevistadas constituyen la primera generación con estudios universitarios de su familia. Como lo dijo Elías Urbina (comunicación personal, 16 de octubre de 2017), su refinamiento, respecto a su familia de origen, también es mayor. Un dato curioso describe este fenómeno. A diferencia de los hogares de élite, que parecen ostentar el mobiliario heredado como símbolo de prestigio, y los sectores populares, abocados a la herencia como recurso vital para la dotación hogareña, los hogares de clase media observados exhiben un mobiliario moderno, actual, de reciente adquisición. La metáfora de los muebles heredados sirve para explicitar el modo en que estas clases medias, recién nacidas y recién anidadas en la estructura social, experimentan una crisis respecto a su pasado. A diferencia de las clases altas, para las capas medias no es el pasado un lugar rico en capitales de los cuales echar mano para potenciar la movilidad social, aprender los modales que se requieren para el sostenimiento del estatus o adquirir la decoración que hace que una casa sea deseable. Sin pasado que defender, las clases medias le parecen apostar todo al presente. Un fenómeno parecido encontró Arellano (2008) entre las clases medias limeñas contemporáneas, que no parecían tan proclives a imitar las ideologías y valores de las capas altas o de las clases medias tradicionales, sino que parecieran probar un cierto estilo propio. Un estilo en el que los símbolos de estatus se redefinen. Bourdieu (1998) explica este rasgo de las clases medias, para el caso francés, de la siguiente manera:

Habiendo ascendido socialmente hasta lograr olvidar su pasado proletario y buscando hacer parte de la burguesía, ellos deben en el futuro, para conseguir la acumulación necesaria a ese proceso de ascenso, prever los recursos necesarios para suplir su ausencia de capital. (Bourdieu 1998, p. 383)

Así, tenemos por un lado los intentos de control del presente, que se juegan en la habitación y habituación de NRT (el “¿llegaste?”, de Raquel Londoño a sus sobrinos); y por otro, la adquisición y renovación constante de artefactos como símbolo de estatus y conquista de una posición de clase que encuentra en el “estar a la moda” un mecanismo de distinción respecto a los sectores populares de los que se proviene. No en vano la compra de tecnología -y también de muebles y vestuario- ocupa un lugar central en lo que los hogares entrevistados señalaron como “gastos extra”, no cotidianos, pero sí regulares y frecuentes.

Por supuesto, describir la relación que los hogares de clase media tienen con la tecnología como de mero consumismo, o de uso instrumental para la vigilancia y control, resulta reduccionista e inexacto. En oposición a esta idea, las personas entrevistadas aludieron con frecuencia al ocio digital, en particular a aquel que se produce en el ordenador -y en menor medida al que ocurre en las tabletas, consolas de videojuegos y televisores- como una práctica creativa, que rinde expresivamente y resulta deseable para la formación de los más jóvenes. En los hogares entrevistados pareciera latir entonces la intuición de que algunos de estos repertorios tecnológicos no solo sirven para ser consumidos y usados, sino también para producir, hacer, fabricar. En esta vía, Ofelia Sánchez (comunicación personal, 12 de noviembre de 2017) permite a su hijo jugar en el computador, pero se niega a comprar videojuegos porque “consumen mucho tiempo y mucha energía”; y Paz Rodríguez (comunicación personal, 3 de septiembre de 2017) afirma que podría renunciar a todas las pantallas (de hecho, no tiene servicio de televisión) y confiesa limitar el acceso que a estas tiene su hijo pero, en cambio, le permite jugar y ver películas en el ordenador.

Esta dimensión creativa y expresiva del ocio digital se relaciona con su potencial como espacio para la tramitación de los malestares de la vida diaria: como lugar para la conquista del bien-estar. El ocio parece el espacio social más propicio para el diseño de un mundo alterno que “nos libera de la rutina cotidiana introduciéndonos en un mundo más flexible” en el que es posible “aplicar la creatividad a nuestros propios actos y tener la oportunidad de ‘recrearnos’ con ellos nuevamente” (Cuenca 2014, p. 57). Así, encontramos que en los hogares estudiados el ocio digital deriva a veces en actividades remuneradas -Ángela Gómez (comunicación personal, 23 de octubre de 2017), al margen de su empleo formal, distribuye productos online y dedica mucho tiempo a su página web- y en pequeñas obras triviales. Vera Ordóñez )comunicación personal, febrero 4 de 2017), por ejemplo, ha convertido su Facebook en un repositorio de textos breves, con pretensiones literarias, que suplen sus demandas expresivas y le permiten enfrentar las pruebas estructurales que el consumo de entretenimiento, la abundancia de posibilidades para “administrar el tiempo libre” y otros fenómenos contemporáneos imponen sobre su creatividad.

A modo de conclusión

Abocados a la incertidumbre, para estos sectores el ocio mediado tecnológicamente supone un lugar de estímulo para la superación figurada de las condiciones particulares de existencia: al “videojugar”, embellecer una foto o refinar su biografía online pueden, entonces, descubrirse soñadores, capaces, desobedientes: menos consumidores, más productores de su propia experiencia (Jordi López-Sintas, Laura Rojas de Francisco y Ercilia García-Álvarez, 2015). La experiencia del ocio digital se comporta, según lo dicho, no solo como herramienta compensatoria -“el mejor antídoto para soportar los embates de la propaganda, los impulsos de la moda o los estragos de una vida precipitada e irreflexiva” (Cuenca 2000, p. 66)-, sino también como práctica, no rutinaria ni obligatoria, en las que se ganan posibilidades de autoexpresión y realización y, también, la conquista de una cierta potencia y maniobrabilidad sobre la propia vida.

Arizaga (2017) reconoce estos recursos compensatorios como “nichos de certeza que provean ciertas dosis de seguridad en el plano más subjetivo; una seguridad ontológica frente a la vulnerabilidad de un mundo que se ha vuelto incierto y hostil” (Arizaga 2017, p. 14). En el caso de los hogares estudiados esta maniobrabilidad parece encarnar y vivir como la posibilidad de acceder, moverse y decidir en la abundancia. Para ello, conviene volver sobre las condiciones de las clases medias en Colombia. Se dijo antes que se trata de sectores en su mayoría profesionales, que cuentan con escasos capitales heredados y dependen mayoritariamente de sus ingresos en tanto trabajadores. Estos ingresos, sin embargo, suelen ser más altos que la media, lo que les permite gozar de algunos lujos y licencias económicas. Enrique Camelo (comunicación personal, 18 de septiembre de 2017) dice al respecto: “tenemos ciertas comodidades, tenemos la posibilidad de tener un carro para movilizarnos. Disponer de recursos para entretenimiento, para el fin de semana. Pero, son recursos limitados. Nosotros tenemos que medirnos, calcular [...]”. De fondo, Enrique Camelo está describiendo una tensión inherente a las capas medias. Por un lado, el acceso a un mundo de abundancia creciente -gracias en parte al “mejoramiento del ingreso de los trabajadores no manuales, de la expansión del crédito y del aumento del consumo de mercancías de bajo costo” (Sánchez et al. 2016, p. 16)- que pareciera ofrecer múltiples posibilidades de consumo y alternativas de vida; y por otro, las restricciones propias de tener que elegir, renunciar, limitar la abundancia a las posibilidades reales.

Melucci (2001) denominará “carencia” a la experiencia de estos sujetos arrojados a tener que acceder limitadamente a la abundancia. Carencia experimenta el habitante urbano, con la bolsa de compras en la mano y los estantes de las tiendas atestados de cosas que no pudo adquirir. Carencia es el modo de nombrar la sensación de la estudiante de educación media, que se decide por una carrera universitaria en un mar de alternativas y futuros potenciales. El capital aspiracional se ve restringido por el dinero, el tiempo, la vida. En contraste, el ocio digital se comporta como un recurso útil para lidiar con los problemas de decidir y acceder a entornos abundantes. Ya Gómez y González (2003) habían reconocido que el zapping constituye la mejor salida posible al problema del TV en tiempos de proliferación de canales: se trata de un modo de decidir sin renunciar o, más bien, de decidir navegar sobre la abundancia, devorándola. En el mundo digital la abundancia se encuentra posible y cercana. Están ahí, aunque sea vicariamente, los lujos y los viajes, los destinos diversos, las vidas de otros que nosotros pudiésemos haber vivido.

De todas las decisiones posibles, la de no tener que decidir (esto es, la de hacer zapping por un canal y un juego, y una pantalla y otra, y una posibilidad de consumo y la siguiente) es la que más desentona con las urgencias de la vida offline o en modo “desconectado”. Mientras en el mundo no digital ciertas decisiones lucen más o menos como irreversibles, así como los contextos de decisión determinados por fuerzas externas, el ocio digital revela un mundo más libre, si se quiere. Al respecto conviene recordar las palabras de Cuenca:

[...] el verdadero significado del ocio reside en que es algo en lo que uno tiene la oportunidad de ser libre. Libertad que no se identifica con licencia, ni olvida condicionamientos ni responsabilidades, pero que sí indica la posibilidad de tomar opciones, elecciones y decisiones personales. (Cuenca, 2009, p. 73)

La relación entre clases sociales, nuevos repertorios tecnológicos y ocio doméstico se suele pensar desde diversas perspectivas. Los determinismos tecnológicos tienden a concebir a los artefactos como objetos dotados de poder, que modelan prácticas culturales, imponen sus visiones organizadoras del mundo y disuelven en la experiencia social el peso que categorías como la clase tenían para forjar hábitos culturales. Los determinismos sociales, en cambio, nos sugieren que estos no son más que herramientas al servicio de fenómenos exclusivamente sociales. En esta investigación se plantea que en estas relaciones anida algo más complejo. El ocio constituye un eficaz modo de domesticación tecnológica en el que participan cosas y personas: estos artefactos hacen posible el control del presente, el acceso a otro mundo y la expansión de la abundancia, pero es en el encuentro con estos hogares que dichas posibilidades se convierten en dominio sobre la incertidumbre, afrontamiento de la condición de clase, recuperación de la condición de agente, actuación sobre la propia vida, producción de la buena vida y el bien-estar.

De esta forma, lo que se juega en el ocio digital es algo más central que llenar el tiempo, regular la autoridad, compensar la depreciación de la vida pública. Se juega una forma de supervivencia subjetiva. El ocio digital permite lidiar con los padecimientos que las clases medias experimentan colectivamente y que viven, sin embargo, de manera individual, solitaria, confinadas en sus viviendas. En sus hogares, casas y apartamentos, tan bien equipados de pantallas, tan dotados para el viaje y la colonización de otros entornos.

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*Este artículo se origina a partir de la investigación doctoral desarrollada por la autora entre 2017 y 2018 en la Universidad de Deusto (Bilbao). La investigación tuvo como objetivo explorar la forma en que artefactos y agentes humanos participan en la emergencia de experiencias de ocio en ámbitos domésticos. El proyecto, financiado por la Universidad Icesi, se encuentra registrado en el grupo de investigación IRTA (Colciencias).

1 A modo de ilustración, véase Barrios (1993), Fuenzalida (1997); López, 2000; y Orozco, 2001.

2La palabra ‘autotélica’ deriva de los términos griegos auto (“en sí mismo”) y telos (“finalidad”). Así, se puede entender una actividad autotélica como aquella cuyo fin se realiza en sí mismo o, más bien, que se realiza con el fin de realizarse y, por tanto, sin propósitos ni objetivos calculados. En el caso de los estudios del ocio se entiende la actividad autotélica como aquella actividad de ocio no teleológica, que se pone en juego por el gozo y placer que deriva de su realización. Ver televisión, salir a bailar, juntarse con otros, pueden ser actividades teleológicas (cuando, por ejemplo, vemos televisión para aprender sobre determinado tema, salimos a bailar para bajar de peso o nos juntamos con otros por conveniencias laborales), pero con frecuencia se trata de actividades autotélicas: nos juntamos con otros por el placer de estar juntos, salimos a bailar para salir a bailar, vemos tv para gozar de ella.

3Todos los datos fueron analizados con Atlas.ti 8.0.

4Varios trabajos señalan esta relación entre condiciones objetivas de clase y aumento o disminución del capital aspiracional. Estos estudios se oponen a la versión de varios autores, entre ellos Appadurai (2004), quienes sostienen que las aspiraciones se pueden gestar en la pobreza como dispositivo que impulsa el ascenso social. En oposición, Laura Camfield, Awae Masae, J. Allister McGregor y Buapun Promphaking (2013) identificaron en un estudio cualitativo cómo en Tailandia, ante la pobreza material, los grupos experimentaban un proceso de adaptación que se materializa en una disposición subjetiva: la reducción de sus aspiraciones. En otro contexto, Leandro Sepúlveda y María José Valdebenito (2014) encuentran, en el caso de un grupo de estudiantes universitarios de Santiago de Chile, que si bien las aspiraciones impulsan la motivación y pueden ser valoradas como un recurso, se tejen con las condiciones materiales que se imponen y responden a las limitaciones objetivas de clase.

5Los nombres de quienes participaron en la investigación han sido modificados para proteger su identidad.

6“Me da miedo el futuro… pero Dios proveerá”, asegura Noemí García (comunicación personal, 5 de noviembre de 2017).

Recibido: 15 de Febrero de 2019; Aprobado: 20 de Mayo de 2019

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