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Opinión Jurídica

Print version ISSN 1692-2530On-line version ISSN 2248-4078

Opin. jurid. vol.8 no.16 Medellín July/Dec. 2009

 

PROCESOS DE INTERNACIONALIZACIÓN

América Latina y la globalización*

 

Latin America and globalization

 

 

Lizandro Alfonso Cabrera Suárez**


Resumen

El ensayo esta orientado a mostrar que la globalización es un viejo conocido y cómo ha sido mal enfrentada en América Latina. La globalización no es ni mala ni buena; como estrategia, debe ajustarse a las propias realidades del contexto. Cada región del mundo tiene sus propias virtudes y ventajas comparativas, las cuales deben ser utilizadas para provecho y beneficio propio y no de las potencias económicas.

Palabras clave: Derecho, desarrollo, globalización, internacionalización económica, América Latina, modelos económicos.
Abstract

This essay intends to show that globalization is nothing new, and how bad it has been treated in Latin America. Globalization is not either good or bad; as a strategy, it should adjust to the context realities. Each region of the world has its own qualities and comparative advantages, which should be used in its own benefit and not for the benefit of the richest countries.

Key words: Rights, development, globalization, economic globalization, Latin America, economic models.

 

INTRODUCCIÓN

La primera parte del texto analiza la historia de América Latina en relación con los procesos de descubrimiento y conquista para encontrar el nexo entre la actual situación de desarrollo económico y las taras dejadas por el pasado. Posteriormente se hace un bosquejo general de la evolución de las economías de la región, en relación comparativa con la globalización y finalmente se expone una tesis crítica sobre la forma como se ha enfrentado la globalización al confundirla con la uniformización del mundo, olvidando las ventajas y fortalezas que podrían catapultar a América Latina en el concierto mundial del comercio con unas miradas diferentes, eso sí, beneficiosas al ciudadano del común.

 

EL CONCEPTO DE GLOBALIZACIÓN

Empecemos por desentrañar la significación de la globalización1 como palabra. Podríamos afirmar que, como dicción2 (significante) es de reciente acuñación (última década) aun cuando tendríamos que aceptar que su significación es de vieja data, casi tan antigua como el hombre, por cuanto este fenómeno ha aparecido y ha estado presente en los procesos comportamentales de la humanidad, generado por los actos propios de la naturaleza humana, como son: la ambición, el poder, el desarrollo de la curiosidad, el avance del conocimiento en la búsqueda de nuevas y mejores formas de ejercitar su existencia, etc., con los cuales ha buscado satisfacer sus intenciones que van desde la dominación: colonialismo3, imperialismo4, expansionismo5, neocolonialismo6, hasta el supuesto proteccionismo de sus relaciones: socialismo, comunismo, mercantilismo.

Existen múltiples metáforas sobre el concepto de globalización, según las describe Ianni como: “economía-mundo”; “sistema mundo”; “aldea global; tecnocosmos”; “planeta tierra; hegemonía global”, entre otras, que expresan un fenómeno totalizador y complejo de la realidad internacional o, como diría el propio autor: “un fenómeno que sorprende, encanta y atemoriza”. Un espacio, donde “la imaginación multiplica metáforas, símbolos, imágenes, figuras y alegorías, destinadas a dar cuenta de lo que está sucediendo. Son múltiples las posibilidades abiertas al imaginario científico, filosófico y artístico cuando se descubren los horizontes de la globalización en el mundo y éstos envuelven cosas, gentes e ideas, interrogaciones y respuestas, nostalgias y utopías” (Ianni, 1996).

 

EL MANEJO HISTÓRICO DE LA GLOBALIZACIÓN EN LATINOAMÉRICA

América Latina es una región llena de sueños, anhelos e ilusiones, poblada por maravillosos seres humanos que desde antes del siglo XV está recibiendo la influencia extranjera que le ha impedido un normal y mejor desarrollo económico, político y social. Ideologías desde el populismo hasta el neoliberalismo han posado sus alas en los gobiernos de los países, heterogéneos en su estructura, pero homogeneizados con el rótulo despectivo de América Latina, aplicados sin considerar las propias realidades contextuales.

El mismo proceso de descubrimiento y colonia hicieron de América Latina una región especial. Los aborígenes se enfrentaron en desiguales procesos militares a los europeos, donde la espada y la armadura se unieron al poder de la cruz del cristianismo para que a través del idioma español se impusiera una nueva cultura a cambio de arrasar la autoctonía propia de la región; llegó de manera irracional un feudalismo tardío. Se importa un modelo atrasado. España, en la época del descubrimiento, era una monarquía en guerra, que no había dado los envidiables pasos de Inglaterra o de Francia en sus procesos de industrialización y de logros en las libertades individuales y colectivas. Es fácil entender lo que trajeron a estas tierras lejanas, que aparecieron como la salvación económica y religiosa. Iberoamérica le dio oxígeno al cristianismo, que pasaba por momentos difíciles en Europa. El tan atacado Tribunal de la Inquisición, y sus compañeros fieles: la hoguera y la excomunión se trasladaron de espacio, resistiéndose a morir, encontrando un caldo de cultivo propicio para durar varios siglos más. Este párrafo me permite citar una vieja tesis que he defendido en otros escenarios que no son materia de este ensayo y es que:

...la conquista se hizo más fácil por el momento especial que vivían nuestros indígenas en relación a la espiritualidad y a sus procesos sociológicos de la creación de una religión; se esperaba un ser mesiánico y llegaron varios, pero con intenciones y necesidades bien distintas y oscuras, seres mitad hombre y mitad animal, a los que las flechas no les hacen daño, seres que disparan fuego, el imaginario individual y colectivo les abrió las puertas” (Cabrera, s.f.).

El descubrimiento de América impulsó el desarrollo del capitalismo: le permitió, gracias a sus incalculables riquezas a Europa, cimentar las futuras revoluciones. Todo se reduce al interés por aumentar el comercio. El intercambio de mercancías con la India y con la China se constituía en unas rutas clave para la actividad mercantilista; allí está entonces una de las principales causas del hallazgo de Colón: la globalización de los mercados, término que parece nuevo hoy pero no lo es.

La conquista fue una empresa real, contó con el apoyo de la reina, episodio al que le han puesto hasta morbo, al decir que Colon obtuvo el apoyo en joyas que la reina guardaba en sus reales pechos, a quien le prometió ampliar los territorios de la Virgen y allí difundir el evangelio, pues ella era devota de la Santa. Colón empieza entonces a intentar armar un equipo de viajeros y debió luchar primero con el descrédito que tenía entre los habitantes del reino de Castilla. Esta situación generó que los primeros visitantes a las Indias no fueran de la mejor estirpe; al contrario, presidiarios, enfermos, personas sin empleo, militares desprestigiados, ambiciosos señores feudales y comerciantes visionarios y ambiciosos (Zabala, 1935) que entre bambalinas le apostaron a la hueste conquistadora.

América, el hoy llamado nuevo continente, recibió de lo que tenían para dar los recién llegados, y al mezclar la aventura con la empresa, el deseo de encontrar cosas que pagaran los viajes aceleró el ritmo de los atropellos y abusos contra los nativos. Luego de un penoso viaje, la gloria parecía esperarlos y como lo relatan los cronistas de Indias, la única manera de ser tratados como héroes era llevando pruebas ciertas y contundentes, por lo que se llevaron las riquezas y muestras de cuanto les pareció llamativo; hasta seres humanos un poco diferentes a ellos emprendieron el periplo de retorno a la madre patria. Al llegar, el imaginario colectivo en España se transforma y se entiende que en ultramar puede estar la salvación a la penosa situación que se vivía; es así como se planea ya desde el concepto de empresa la nueva entrada a las ya no tan extrañas tierras. Cada viaje tenía los mismos objetivos del otro, pero no todos lo lograban, pocos tenían la fortuna de llegar a lugares pletóricos de oro, o al menos fácil de extraer, lo que producía rabia en los viajeros y arrasaban con poblados enteros a manera de justificación por el fracaso.

El tiempo pasa, ahora las estadías se hacen más largas, empieza lentamente la colonia, mezclada con una reacción tardía de los precolombinos, quienes con violencia empiezan a defender sus territorios, pertenencias y sus vidas. Cuentan con el aliado del clima tropical, caluroso, lleno de fauna y flora desconocida pero agreste que es un enemigo secreto para los delicados españoles, quienes deben empezar a recomponer su imaginario social, económico y político. Ahora, es el momento, de traer ya no solo armas: se requiere un aparato político, que garantice el poder en este caso, y no como diría el profesor Eloy García en el prólogo del libro de Ferrero (1942), Los genios invisibles de la ciudad, se debía legalizar y legitimar. Para lo primero, se crea el Virreinato de la Nueva Granada7, y para lo segundo la cruz y el evangelio se unen al idioma castellano para lograrlo.

Los ibéricos se acompañaron de su gran prepotencia, y continuaron viendo a los indios como bárbaros, y les trasladaron todos los rezagos de ese proceso cultural en el cual, hasta en lo moral, eran inferiores los extranjeros. Fue así como lo inmoral, el canibalismo, la fiereza, el fetichismo, la idolatría, la sodomía fueron pretextos para justificar la fuerza de la conquista y la barbarie a que fue sometido nuestro pasado indígena. Se hacía necesaria la violencia donde no se aceptara a Dios; se debía imponer el cristianismo y preparar la entrada de los valores religiosos. Se justificó la violencia desde el interior propio del conquistador, y desde Europa en lo colectivo. Nunca se pensó en el hombre americano, solo en lo que representó económicamente el encuentro de dos mundos. La globalización se centró solo en lo económico, extraña coincidencia con los resultados de aumento de pobreza con la actualidad.

La búsqueda del oro era angustiante, no había tiempo para más; por prohibición real no podía dedicársele tiempo a actividad económica alguna distinta de las empresas que produjeran tesoros, botines de rápida utilidad. Era atacado y castigado el trabajo en los campos para que los colonos no perdieran el horizonte de las órdenes reales en relación con el oro y con su especial devoción a las minas doradas. La conquista y la colonia transcurrieron bajo los lineamentos del mercantilismo –entendido como la succión del oro por orden del fisco real– y del poder divino de los reyes. El rey de España era dueño personal de las Indias; estas fueron denominadas “tierras realengas” y el rey las podía entregar en mercedes de tierra; la tierra, entonces, era un premio a la empresa conquistadora, era un vehículo de poder; así se cimientan los grandes latifundios (Cabrera, s. f.), réplica de la manida hacienda española.

El rey era omnímodo, tenía derechos hasta en los diezmos8 en la época colonial, situación que la historia ha considerado como un claro ejemplo de simonía. De España enviaban todos los consumos necesarios para una subsistencia, por demás, precaria, que generaba un contraste comercial, y que aún hoy, al escribir estas líneas, produce molestia; de América partieron galeones durante más de trescientos años con oro, plata, cobre, perlas, esmeraldas, y llegaban los barcos de igual calado pero con cargamento diferente: loza, aceite, vino, tabaco, harina de trigo. Con el paso del tiempo, la fatigante presión ejercida desde la metrópoli, representada en impuestos, hizo que un conformismo con la explotación extensiva de la tierra fuera suficiente y tributar menos para vivir, es decir, aumentó la desidia para en producir. Se trasladó a América un feudalismo tardío, representado en la encomienda, en la mita y en un desprecio por la industria.

El oro tuvo un papel extrañísimo en el proceso del inicio del retardo económico; su presencia, descubierta por Colón, selló y definió el rumbo de las Indias orientales: el menosprecio por lo agrícola y lo industrial ante el culto a la búsqueda del metal precioso. El metal precioso fundó ciudades pero también las arrasó. La despensa de oro y de metales preciosos nunca recibió regalías o beneficios, pues basta recordar el estado de las ciudades y nacientes repúblicas en que se lograron las gestas de la independencia por Bolívar y San Martín en América Ibérica. Pero también condenó al indio, que no estaba acostumbrado a hacer parte de una economía de producción sino de apropiación, pues cazaba y pescaba, ya que de lo agrícola, como en los matriarcados del viejo mundo en la época antigua, se encargaba la mujer. A la población indígena se le fue exterminando lentamente en cruentas batallas, en las huidas para proteger su vida y su cultura, y también mediante la esclavitud. Es así como la cultura ancestral queda reducida a su mínima expresión y hace necesaria la traída de esclavos negros de África, un nuevo tipo de hombre sin conocimiento alguno del pasado y de los logros culturales de los indígenas. Un continente al que le arrancan los tesoros de la tierra y le exterminan su propia cultura pagará esas consecuencias a lo largo de la historia venidera. La sonada movilidad de personas tan pregonada hoy por ejemplo en la Unión Europea no fue positiva en la colonia.

El desarrollo del texto permite recordar cómo tan sólo en 1812 el rey de España y señor de las Indias Orientales, Fernando VII, promulga una cédula real en la cual da libertad a todos los colonos y habitantes de América para sembrar y aprovechar los climas y los dones de la naturaleza, e invita a promover la industria. Este extraño personaje, oscuro y retrógrado, además de descontextualizado, hace esto cuando Cartagena de Indias ya es independiente, cuando la gesta de Bolívar ha triunfado y cuando el mundo habla de Ilustración, buscando cimentar los procesos de reconquista que menos mal no se consolidaron. Tal vez quiso limpiar un poco la tiraría de la Casa de la Contratación de Sevilla9, responsable histórica del abuso de los impuestos, del desfalco legal del nuevo continente y de trabajar amparada en la lejanía para que unos pocos se adueñaran de algo que le pertenecía a todo el mundo. Tres siglos perdidos; como se dijo antes, estaban prohibidas todas las actividades distintas a la búsqueda del oro; durante tres siglos se frenó la economía en las Indias orientales y por supuesto eso traerá consecuencias en la economía latinoamericana que se ve hoy día.

América ahora se ha independizado de la madre patria, son los albores del siglo XIX y busca socios comerciales para salir de los problemas, y tienen sus nobles libertarios la idea de pagar al pueblo con la mejor arma: la eliminación de impuestos. Pero rápidamente, se entendió la necesidad de proteger a las débiles repúblicas de una posible reconquista y de comenzar a recorrer el camino del progreso; entonces el tributo hace de nuevo su aparición y los Estados benefactores se empiezan a consolidar. El indio, el dueño natural de la tierra, ahora 300 años después, los pocos que quedan son vistos como objetos de museo y su desprotección continuó siendo muy alta. Un pueblo que no valora su historia no tiene raíces. El recuento histórico y atrevido, realizado hasta ahora, permite tener un panorama de esos orígenes históricos de los actuales problemas, vicios y defectos que se enfrentan en pleno siglo XXI.

El desarrollo del mundo continuó. América se puso en contacto real con el globo; las comunicaciones, los inventos, la tecnología y sobre todo el comercio impulsaron un proceso evolutivo que derrumbó fronteras, muros y economías después de múltiples intentos proteccionistas. Los nuevos países, ahora libres, afrontaban una serie de problemas como la destrucción de la poca infraestructura que tenían, un altísimo número de población vulnerable, producto de los daños colaterales propios de una guerra de independencia larga y violenta, que esperaba la ayuda del nuevo Estado, y especialmente una duda de fondo: qué hacer para orientar esa nueva libertad, una libertad que apenas entienden y no saben bien cómo manejarla. La denominación graciosa de “Patria Boba” que reciben las nacientes repúblicas reflejó de manera espectral lo que se vivía en este lado del mundo. La búsqueda de nuevos socios comerciales, los interrogantes acerca de la nueva identidad nacional, el reemplazo de las clases dominantes externas por unas internas, el ejercicio equitativo y justo del poder para calmar las angustias de un pueblo en penosas condiciones eran las mayores angustian de la América libre.

Las consecuencias de los años de “pausa” económica y productiva se sienten ya. No hay que producir, no se tiene cómo explotar las pocas riquezas que quedaron en América, los recursos naturales que aún no tenían valor para los invasores como el agua, el carbón, el petróleo, etc., son inútiles en el momento, puesto que no existe una mínima infraestructura industrial –era tan poca y débil que a veces uno olvida la producción interna de hilados y tejidos– y menos un imaginario colectivo de empresa. El comercio, entendido como la posibilidad de intercambio para solucionar necesidades se convierte en la solución. La globalización sigue presente, y América Latina vuelve a rendirse a sus pies.

América empieza entonces su recorrido por el mercado mundial haciéndose una primera pregunta: ¿qué podemos ofrecerle al otro? La respuesta obligó a mirar a la madre tierra y a recordarles a las nuevas generaciones que eran unos países agrícolas.

El orden colonial de América se remplaza por una llamada etapa semicolonial inglesa donde no existía interés británico por ser dueños de las colonias con las siguientes características:

• Inglaterra comenzó a generar la deuda externa de América con empréstitos y ayudas, necesarios para las guerras de independencia.
• Inglaterra impuso el librecambio en sus deudores.
• El intercambio étnico, cultural y poblacional se facilita.
• Las relaciones externas se dinamizan.
• Un nuevo orden social donde la esclavitud y la discriminación racial se reducen y se reemplazan por clases medias emergentes empeñadas en el mundo del comercio.
• La clase latifundista busca salir de su letargo mirando actividades de exportación.
• La dependencia total y absoluta se reemplaza por una dependencia relativa donde aparecen las formas de república, lo presidencial, lo parlamentario, lo federal y hasta lo unitario.
• El sistema educativo es más amplio.

El nuevo momento comercial se caracteriza por el aumento de lo mercantil, se reemplaza la producción interna que se reducía a hilados y tejidos por la importación de bienes de consumo de lujos –vicio que calmaría la sed de codicia y de envidia de los criollos ahora en el poder–, situación que retardará aún más el despegue de una industria propia. Inglaterra muestra interés en apostarle a la inversión en las vías férreas y en la navegación fluvial. El oro, contando con mejoramientos técnicos, sigue siendo la más importante mercancía de exportación y el soporte para una “desequilibrada balanza comercial” que se complementaba con la aparición del tabaco, el añil y la quina. Los procesos de urbanización empiezan a poblar ciudades y el nuevo continente presenta otra cara ante la faz del mundo, nuevas ciudades, nuevas rutas comerciales y nuevos mercados.

El mundo asiste a una la función de gala, en la cual los Estados Unidos de América se convierten en el centro del mundo. Empieza entonces la transnacionalización de capitales que reemplaza la anterior concentración total en la metrópoli; ahora las colonias recibirán en sus territorios el establecimiento de sucursales de las industrias del poderoso gigante del Norte. América sigue entregando materias primas y trayendo productos terminados. El oro, sin ceder totalmente su primordial papel, ve crecer la importancia del petróleo y del platino; asimismo, el café, el banano, el azúcar, la ganadería y las flores reemplazan al tabaco, el añil y la quina. El neocolonialismo se acentúa con la Segunda Guerra Mundial, pues se evidencia así una real dependencia económica y política, plasmada en empréstitos, y en el dominio norteamericano en la escena militar. La globalización continúa favoreciendo al fuerte.

Las ya no tan nuevas repúblicas soberanas –no tan independientes– le apuestan al proteccionismo de una incipiente industria “prestada” para un mercado nacional –concepto este que será fundamental en las construcciones de verdaderas identidades nacionales– que se consolida con las empresas fabriles y con el desarrollo del sector bancario. Asimismo, el latifundio evoluciona en una pequeña porción hacia la empresa agrícola, no eliminando la concentración de la tierra en pocas manos, sino explotando la tierra para ganar más; sin embargo, una gran parte de la tierra sigue sub-explotada y en unos países con tal diversidad de climas y pisos térmicos, como Ecuador, Colombia y Venezuela, se estanca la producción agrícola y se aumenta la importación en este reglón. Se desprecian las ventajas comparativas de los diferentes países, no se le rindió el culto apropiado ni debido a las fortalezas únicas de América en el mundo; se creyó siempre que la industrialización y la fabricación de productos tecnológicos suntuarios, era la vía. La competencia seguía enfocándose mal.

La concentración del poder y de la riqueza hace que en América Latina se pueda mezclar una economía de alta técnica y tecnología con una de recolección, donde los problemas sociales son irreconciliables. Cómo no mencionar la similitud de las favelas de Brasil con los cinturones de miseria en ciudades colombianas como Cali, Medellín o Bogotá, los desplazados con el movimiento de los destechados de Argentina y así múltiples coincidencias en el tema de inseguridad, prostitución, delincuencia, bajos niveles de cobertura educativa. También llama poderosamente la atención cómo el intercambio e impulso de los intercambios permiten la conformación de una clase media con estudios profesionales de alta cualificación pero excluidos del poder. Las clases sociales se polarizan; la brecha entre pobres y ricos es muy amplia; se observa de manera clara cómo el sector financiero integra las clases dominantes. Hoy, tiempo después del fin de las guerras mundiales, mientras el mundo asiste a la consolidación de modelos de integración como la Unión Europea, en el nuevo continente existe la dependencia económica que se refleja en lo político, es decir, el neocolonialismo sigue vivo.

América Latina ha evolucionado positivamente: pasó de lo tribal primitivo a vivir fases de industria y finanzas sin superar el subdesarrollo; no obstante, hay que poner especial cuidado en la afirmación a modelos como Chile, Argentina y al de la ahora diferente Venezuela. Se logró un boleto para el concierto mundial de la economía pero no fuimos muy bien recibidos, las puertas traseras nos dieron una butaca cuasi histórica y perenne. La calidad de vida no es la mejor, los contrastes siguen, el capitalismo se pasea rampante por nuestros países.

El otro lado del mundo, más allá del Atlántico, asistió a otra función. De la guerra se aprehendió la paz y las vías de cómo luchar por una calidad de vida de todos los asociados y por la equidad de la justicia y la sociedad igualitaria como estandarte de progreso. Por allá, en los años cincuenta se empieza a hablar de uniones de países para no volver a tener guerras. El ser humano siente ya su lugar de privilegio. Una de las mayores empresas que iniciaron fue la de la internacionalización de la economía.

El siglo pasado es pletórico en contradicciones en relación con las estrategias económicas en América Latina. Las guerras mundiales disparan esos afanes de industrialización para reemplazar las importaciones, y se implementan las reformas arancelarias que conducen a un proteccionismo. De nuevo, sin entender el contexto, se cierran fronteras sin realizar verdaderas reformas estructurales para lograr la autonomía soñada. Lo manufacturero generó otras dependencias de materias primas, pero sobre todo el descuido de apoyo a los sectores fundamentales como el agrícola y minero. Las estadísticas pueden mostrar durante estos períodos altos índices pero son irreales. El gobierno amparó estas situaciones, con tal debilidad que hoy no se siente tal fuerza, pero sí se observa claramente el dominio del capital y de la empresa extranjera.

La dependencia se evidencia en cuanto llegan capitales extranjeros, se fugan cerebros nacionales, aparecen capitales golondrina, las llamadas bonanzas cafeteras y marimberas no generaron transformaciones estructurales al país como fue el caso Colombiano, para citar un ejemplo. La dominación se nota, además, en la explotación de la mano de obra barata. El período final del siglo XX mostró un redimensionamiento aparente; el crecimiento y la mirada hacia las economías abiertas prepara el terreno para saludar un Estado menos intervencionista con tendencias de libre mercado. Contrariamente, los niveles de empleo formal son muy bajo; salvo en Chile y Costa Rica (García, 2008), seguimos conviviendo en las contradicciones del mundo capitalista. En eso sí es uniforme América Latina: en los problemas sociales, en el desempleo, en el empleo informal, en la inseguridad, en los altos niveles de criminalidad, en los paupérrimos niveles de servicios públicos, en la altísima cobertura en la prestación y en el bajo cubrimiento de servicios asistenciales y en ofrecer una muy poca educación para miles de niños. Hoy en los albores del siglo XXI la situación es otra, por lo menos eso le hacen creer al ciudadano del común.

El mundo habla de una globalización y de un mercado común que invita a las diferentes naciones, grandes o pequeñas económicamente, a arriesgar con fundamento en las leyes del mercado. El fantasma de ideologías impuestas por las potencias en los países tercermundistas allega propuestas como la del neoliberalismo económico mal aplicado por muchos (Sarmiento, 1998), que se convirtió en un foco de atraso y profundizó la crisis social de los países que tuvieron que implementarlo. El hecho de apostarle a las exportaciones, de favorecer la industria nacional, de generar competencias iguales se aplicó en un país como Colombia lleno de corrupción, de vicios clientelistas, de cacicazgos políticos y, peor aún, en medio de un violento enfrentamiento entre una guerrilla consolidada militar y económicamente y un débil Estado que atónito presencia el fortalecimiento de grupos paramilitares de autodefensa (Zuluaga, 2005), como un actor más del conflicto bélico. Las políticas globalizadoras se vendieron como la panacea a las crisis de las economías emergentes, en donde el pueblo creyó efectivamente que hasta los problemas sociales se iban a solucionar; sin embargo, la realidad hoy es otra, pues, los neo-liberalistas colombianos aplicaron la propuesta aperturista y de internacionalización a su acomodo, favoreciendo sus propios intereses económicos y no generales; nunca pensaron en una redistribución de excedentes, en la inversión social o en la ayuda a los desplazados.

Los indicadores, las cifras, los porcentajes ocultan dramas salvajes, niños huérfanos sin tierra y sin afectos, mujeres sumando soledades, hombres con el prestigio en la mochila y ancianos que en muchos casos han huido de varias violencias (Sarmiento, 2005), comunidades enteras de indígenas que ni en las proximidades del tercer milenio pueden disfrutar la tierra que los vio nacer, y grupos étnicos negros sin rumbo. Colombia tristemente tiene en su historia varios episodios de desplazamiento: la Guerra de los Mil Días y la masacre de las bananeras a principios de siglo, la violencia bipartidista de mediados del siglo y la guerra de guerrillas de final de siglo (Rangel, 1998). Los desplazados se han convertido en protagonistas históricos de la guerra y son más noticia al huir que al morir.

La globalización tiene muchas definiciones, pero una que abarca su sentido es sostener que: “es el fenómeno de apertura de las economías y las fronteras de los territorios para garantizar y permitir el libre tránsito y circulación de mercancías y que es producto del incremento del intercambio comercial” (DRAE, 2008). Desde allá se requirió al mundo para que hiciera parte de ese andamiaje, uno donde las mercancías no tuvieran traba alguna, y fue así como aparecieron los acuerdos entre países, los acuerdos entre grupos de países, los tratados de libre comercio.

América Latina acepta la invitación, se suma a la fiesta pero sin exigencia alguna y ve la globalización como la uniformización. Craso error de nuevo; olvidando las taras de la actual economía, rebaja aranceles, abre fronteras, acepta otra vez competencias desiguales entre las empresas locales y los monstruos del capitalismo. Sonaba fácil permitir el libre tránsito de bienes, servicios y personas, pero entre países que son pares, entre comunidades equivalentes, nunca se dijo que los pobres podrán emigrar libre y tranquilamente a Europa o a Estados Unidos. Hoy, al contrario, es muy fácil ver cómo las políticas anti-inmigrantes se han endurecido y se trata de cerrar fronteras –esas mismas que se abrieron, esos mismos muros que se tumbaron– hoy se erigen de nuevo buscando parar una gran masa de gente con hambre.

La globalización se entendió como un exclusivo fenómeno económico, pero hoy se evidencia su accionar en todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana del hombre. Al abrir las fronteras sin restricciones, se entrega el patrimonio cultural; los saberes de nuestros pueblos se juegan en la maraña de la industria; hoy resulta escalofriante ver cómo otra vez se olvida proteger lo poco que tenemos: matas como el “yagué” ya están siendo comercializadas por farmacéuticas mundiales, pero nos tranquilizamos al ver baratos carros chinos con motor japonés en nuestras desbaratas calles, que además contribuyen a contaminar el poco medio ambiente que queda.

El camino tomado por América Latina fue el equivocado, no se le apostó a fortalecer lo nuestro, a ser fuertes, únicos y proveedores del mundo de lo que poseemos y sabíamos hacer: la industria agrícola, textil y manufacturera. Queremos tener fábricas de carros, de computadores, de tecnología de punta, para competir en un desigual mercado. Las ventajas comparativas en lo geográfico, en lo físico, los recursos naturales, la fauna, la flora son los elementos que debió llevar el nuevo mundo a esta nueva batalla. La historia le permitió a este derrotado pedazo de tierra volver a competir con Europa, con Estados Unidos y no se armó bien, fue mal preparado y es por eso que hoy asiste a su funeral. Un funeral donde los cirios y los cánticos fúnebres muestran una miseria galopante en las ciudades, niños en las calles, un desempleo imparable y problemas de tipo social tan profundos como hace años.

La globalización vive y vivirá este proceso de ajuste normativo. Basta recordar las peleas por el TLC entre Colombia y Estados Unidos, las negociaciones en la Unión Europea por mantener la autonomía de cada país pero fortalecer al mismo tiempo el parlamento Europeo. Ese mismo derecho no fue bien usado por América Latina o mejor no pudo hacerlo –para no ser tan duro– por la dependencia económica; vuelven a aparecer las taras de nuestra herencia colonial, no se sabe negociar. El mercado potencial y el consumismo que representamos para el mundo puede ser mejor utilizado en las negociaciones y en el logro de apoyo a políticas y cambio de nuestras realidades sociales.

El camino a seguir es parar y enfrentar con dignidad la globalización, para decirle al mundo que podemos ser fuertes en lo que somos buenos, potenciar nuestra industria agrícola, proveer al mundo de café, flores, artesanías y realizar intercambios de tecnología e industria de los que ya la tienen. El caso brasilero con los biocombustibles es un ejemplo a analizar, puesto que, basado en la investigación de su propio talento humano, el coloso en tamaño de América del Sur y antes conocido solo en el mundo por el fútbol, las garotas y las playas empezó desde el año 1988 un programa de fomento a vehículos impulsados por etanol que es un derivado de la caña de azúcar, para intentar no depender de los altibajos del llamado oro negro. Acción inicialmente no considerada por los gigantes económicos del mundo, pero ahora, con la crisis del Oriente y el problema de Venezuela en relación con el petróleo, el tema de buscar una alternativa energética distinta le ha interesado a todos. El ejemplo se recalca porque se convierte en un argumento para la tesis; Brasil se dedicó a lo que sabe, a la caña de azúcar, a lo agrícola y hoy puede mirar el futuro de otra manera. Brasil no intenta ser igual a otros, quiere en la diferencia sacarle provecho a la globalización. Una globalización más global, una donde no se pretenda ser igual; al contrario, ser fuerte en las diferencias. Expongo entonces una tesis con la que me someto al escarnio público: el modelo económico socialista podría estar de vuelta como solución al problema generado por la globalización.

 

CONCLUSIONES

1. La globalización ahora es jurídica y política, ya no solo económica es bendecida por los países y los grupos de poder, lo que obliga a las naciones en vía de desarrollo a adoptarla como el único modelo con posibilidades para permanecer en el escenario mundial.

2. El apoyo de los países desarrollados a las economías emergentes se está condicionando a la integración del súper-comercio mundial, garantizando así un libre tránsito para la sociedad del consumo y la conservación de la brecha entre pobres y ricos. El consumo se ha homologado, nos imponen el uso de tecnologías y con la transculturización hasta desayunamos con cereales Kellog’s olvidando nuestro pandebono y nuestro buñuelo.

3. La globalización ha existido, existe y existirá. Pero hoy, gracias al nivel escalofriante de desarrollo de las comunicaciones, la Tierra se ha unido. Somos hermanos, compartimos todo, menos la riqueza y el bienestar. Surgen incluso instituciones que manejan la batuta de la orquesta, un ejemplo es la Organización Mundial del Comercio (OMC).

4. La unión del mundo en la búsqueda de solucionar los problemas que violentan los derechos humanos suena muy bien. Incluso es hasta romántico ver al juez español querer ser gendarme del mundo; sin embargo, se están ocultando dramas salvajes, pobreza, prostitución, desplazados, conflictos étnicos. Pero, eso sí, se habla de la unión de los trabajadores del mundo. Qué contraste. Qué ironía.

5. La globalización económica está ocultado los aspectos negativos. Las economías de los países en vía de desarrollo son cada vez más dependientes del mundo y de su comercio. La redistribución del ingreso no se ve. América Latina no asiste al inicio del bienestar.

6. El concepto de Estado supranacional se hace necesario para impulsar este modelo y es por eso que se pretende que el modelo de la UE se copie. América le está apostando a lo mismo. Los intentos de unidad regional así lo evidencian.

7. América Latina puede sacarle un mejor provecho a las negociaciones de la globalización. El plato está servido; las cartas, jugadas; pero se pueden mejorar los resultados.

 

REFERENCIAS

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Recibido: julio 23 de 2009 Aprobado: octubre 26 de 2009

 

* Este artículo proviene de la actividad académica del autor en el área de derecho privado.

** Maestro de formación en Ciencias Sociales de la USC, Abogado de la USC, especialista en Docencia Superior Universitaria de la USC, Especialista en Desarrollo Intelectual y Educación de la UC en convenio con la Fundación Alberto Merani de Bogotá, Especialista en Derecho Privado de la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, Estudios de doctorado en la UNED de Madrid, Estudiante de la Maestría en Derecho de la Universidad Sergio Arboleda, segunda Cohorte. Director grupo de investigación Hernando Devis Echandía de la Universidad Santiago de Cali. Profesor dedicación exclusiva adscrito a la Facultad de Derecho. Autor de varias publicaciones en tema del conflicto armado. lcabrera@usc.edu.co

1 McLuhan fue el primero en utilizar la palabra globalización, fue el teórico de la información; en los años sesenta explicó, que los avances en la electrónica y las comunicaciones llevarían al mundo a crear una “aldea global” donde los hechos serían conocidos por todos los habitantes del globo.

2 Globalización: “Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales.” (Real Academia de la Lengua Española, 2009).

3 “El colonialismo es el dominio territorial, económico y cultural establecido durante largo tiempo sobre un pueblo extranjero que se ve sometido al país dominante. Aunque este término existe desde la época de la Antigua Grecia, hay variantes en su significado, pues en el caso de las antiguas colonias griegas o en el de América se usaba más bien la palabra “colonización” en vez de colonialismo, ya que en estos casos los territorios colonizados no estaban subordinados a la metrópoli, y a todos los habitantes de estos primeros se les consideraba como otros ciudadanos más de la potencia europea. En la edad contemporánea se identifica más con la dominación política de gentes de otra raza que habitan en un territorio separado por el mar de la potencia colonial, que generalmente suele ser un país europeo. El colonialismo europeo moderno comenzó en el siglo XV con los viajes de los portugueses a lo largo de la costa oeste de África. Junto con los españoles, fueron los primeros en establecer sus colonias en ultramar, y se aferraron a ellas incluso después de que su fuerza imperialista se hubiera perdido. Sin embargo, el colonialismo alcanzó su momento de máxima importancia desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Los países europeos que más protagonismo tuvieron en este proceso fuero Inglaterra, Francia y Alemania, que se repartieron el continente africano, (donde tan sólo quedaron dos países independientes: Liberia y Abisinia) e intentaron extender sus zonas de influencia por diferentes zonas del mundo como Europa Oriental, Oriente Medio, Extremo Oriente o el Caribe. Países como Italia, España, Portugal y Bélgica también intentaron llevarse su parte en este reparto, aunque no consiguieron tantos territorios.” (Tortella, 2000, p. 51-74).

4 En el mundo antiguo, la práctica del imperialismo daba como resultado una serie de grandes imperios que surgían cuando un pueblo, que generalmente representaba a una determinada civilización y religión, intentaba dominar a todos los demás creando un sistema de control unificado. El imperio de Alejandro Magno y el Imperio Romano son destacados ejemplos de esta modalidad” (Enciclopedia Microsoft Encarta, 1996).

5 “El imperialismo europeo de comienzos de la era moderna (1400-1750) se caracterizaba por ser una expansión colonial en territorios de ultramar. No se trataba de un país que intentaba unificar el mundo sino de muchas naciones que competían por establecer su control sobre el sur y sureste de Asia y el continente americano. Los sistemas imperialistas se estructuraron de acuerdo con la doctrina del mercantilismo: cada metrópoli procuraba controlar el comercio de sus colonias para monopolizar los beneficios obtenidos.” (Enciclopedia Microsoft Encarta, 1996).

6 “Política de los Estados imperialistas dirigida a conservar la explotación colonial de los países débilmente desarrollados en el aspecto económico con el fin de anular las consecuencias de la desintegración del sistema colonial del imperialismo. Lenin indicó que “el capital financiero y su correspondiente política internacional... crean toda una serie de formas de transición de dependencia estatal”. Lo característico del fenómeno estriba en la variedad de formas de “países dependientes, política y formalmente independientes, pero en realidad envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática”. Para alcanzar los fines indicados los imperialistas establecen diferentes tipos de dependencia económica y política. Organizan bloques político-militares agresivos (OTAN, SEATO, CENTO y otros) que actúan en calidad de colonizadores en grupo; sostienen una política de expansión económica (empréstitos imperialistas, intercambio no equivalente, “ayuda técnica”); organizan la intervención directa en los asuntos internos de los estados jóvenes, ejercen una acción ideológica sobre las masas, dedicando lugar especial al anticomunismo. Al socaire de la “ayuda”, procuran mantener, en los países liberados del imperialismo, las viejas posiciones y ocupar otras, ampliar sus puntos de apoyo social, atraerse a la burguesía nacional, implantar regímenes militares despóticos, asentar en el poder a títeres sumisos. A la política neocolonialista de las potencias imperialistas, se opone la creciente fuerza del movimiento de liberación nacional apoyado por los países socialistas.” (Borísov, Zhamin & Makárova, 1965).

7 El Virreinato de Nueva Granada, Virreinato de Santafé o Virreinato del Nuevo Reino de Granada fue una entidad territorial, integrante del Imperio español, establecida por la Corona española (1717–1724, 1740–1810 y 1815–1819) durante su período de dominio americano. Fue creado por el rey Felipe V en 1717 dentro de la nueva política de los borbones y suspendido en 1724, por problemas financieros, siendo reinstaurado en 1739 hasta que el movimiento independentista lo disuelve de nuevo en 1810. En 1815 fue reconquistado su territorio por el ejército del rey Fernando VII, siendo nuevamente restaurado, hasta que el ejército patriota logró su independencia definitiva del poder español en 1819. Recuperado en el mes de octubre de 2009, de http://www.skyscrapercity.com/archive/.../t-684016.

8 Al respecto puede consultarse la bula del 16 de diciembre de 1501 del papa Alejandro VI.

9 Creada por los Reyes Católicos para estimular, encauzar y controlar el tráfico con el Nuevo Mundo. Tenía precedentes en instituciones semejantes creadas anteriormente en otros países, en especial la “Casa da India” de Lisboa. En principio se organizó como una agencia de la corona castellana, para realizar, por cuenta propia, y en régimen de monopolio, el comercio con las tierras recién descubiertas, pero la ampliación insospechada del escenario americano hizo imposible este proyecto, y la Casa de contratación se convirtió en el órgano destinado a inspeccionar y fiscalizar todo lo relativo al tráfico indiano. La Casa conoció su mayor apogeo en el s. XVI, a lo largo del cual fueron fijadas su organización y atribuciones en “Ordenanzas” ampliadas y rectificadas varias veces (1503, 1510, 1536, 1543, 1552, 1585, etc.). Gozó de amplia autonomía hasta que se creó el Consejo de Indias (1524), del que pasó a depender, como más tarde los haría de los de Hacienda y Guerra. (Casa de contratación, s. f.)

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