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Opinión Jurídica

Print version ISSN 1692-2530On-line version ISSN 2248-4078

Opin. jurid. vol.9 no.17 Medellín Jan./June 2010

 

HISTORIA POLÍTICA DE COLOMBIA

Identidades políticas del socialismo en Colombia.
1920-1925*

 

Political identities of Socialism in Colombia.
1920-1925

 

 

Carlos A. Flórez López**

 

 


Resumen

En Colombia, con la fundación del Partido socialista en agosto de 1919 en Bogotá, se instalan en forma organizada las orientaciones y la ideología socialistas que por el momento escandalizaban a los gobiernos conservadores e inquietaban las toldas del liberalismo, de tal manera que líderes del bipartidismo se empezaron a preocupar por las ideas del llamado bolcheviquismo que pretendía expandirse por el país y por América Latina. Se trataba de la aparición en el escenario político del socialismo, representado por el Partido socialista. Este artículo presenta algunos rasgos de identidad política que se fueron configurando en la forma de hacer política en la naciente agrupación partidista. Sus retóricas y narrativas políticas permiten colegir el tipo de imaginarios políticos que se fueron gestando alrededor de la naciente izquierda en la década de los años veinte del siglo pasado.

Palabras clave: socialismo, izquierda, bolcheviques, identidades políticas.


Abstract

In August 1919, the Socialist Party was founded in Bogotá, Colombia, and the socialist ideology and orientation were settled and were deemed as a scandal for conservative governments and perturbed the liberal party in such a way that leaders of both parties started to concern about the Bolshevik ideas intended to be disseminated in the whole country and in Latin America. It was the emergence of socialism in the political scenario, represented by the Socialist Party. This article shows some traits of political identity which emerged in the way of executing politics by the new political party. Their political rhetoric and discourse allow deducing the kind of political ideas which were arising around the new left during the 20's of last century.

Key words: Socialism, left, Bolsheviks, political identities.

 

INTRODUCCIÓN

Los vientos que procedían de la Rusia comunista empezaron a ondearse entre algunos de los dirigentes políticos que veían en estas corrientes el oxígeno suficiente para airear el ambiente político nacional, marcado por liberales y conservadores. Para el quinquenio 1920-1925 es más evidente la presencia del influjo de las ideas socialistas que terminaron permeando a sectores de la política tradicional, así como el surgimiento de nuevos sujetos políticos desde sectores obreros, artesanales e intelectuales. Ello no quiere decir que en el interior de los llamados partidos tradicionales no se formularan planteamientos contrarios al socialismo, pues afloraron sentimientos y actitudes políticas alineadas hacia la derecha, tanto en el partido liberal de manera marginal, como en el partido conservador, de manera radical.

Tres escenarios marcaron el camino del surgimiento del socialismo como forma organizativa y de partido: el pensamiento de Rafael Uribe Uribe, las reformas políticas impulsadas por el republicanismo en 1910 y el proceso de industrialización del país. Analicemos en detalle cada uno de estos escenarios para decantar posteriormente los rasgos de identidad política presentes en el ideario socialista. El texto se elaboró con una revisión sistemática de la prensa que circuló en la época y la historiografía que ha estudiado el período en mención a fin de construir una imagen valorativa del objeto de estudio planteado.

 

SURGIMIENTO DEL PARTIDO SOCIALISTA

En primer lugar, en octubre de 1904 en el Teatro Municipal de Bogotá, el líder liberal Rafael Uribe Uribe dejó sentadas las bases que delimitaron el accionar político del liberalismo en las décadas posteriores, así como las bases de las primeras organizaciones socialistas. Su convocatoria hacia un socialismo de Estado llamaba la atención sobre la necesidad del liberalismo de abanderar las luchas y reivindicaciones sociales. Una de sus apreciaciones versa de la siguiente manera: “No soy partidario del socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital, denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con lamentable frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el socialismo de arriba para abajo por la amplitud de las funciones del Estado...” (Uribe, 1984, p.110). Esta convocatoria será retomada más adelante por el Partido socialista que se disputará con el liberalismo la bandera de las doctrinas socialistas y de las reivindicaciones de la naciente clase obrera.

Para llevar a cabo este propósito, Uribe Uribe rechazaba de manera vehemente el liberalismo clásico fundamentado en el laissez faire,al igual que el intervencionismo desmesurado del Estado, pues refutaba la tensión de los extremos: “entre el fatalista 'dejar hacer' que asigna al Estado el papel de simple espectador y anonada sus funciones activas, y la fórmula que convierte al gobierno en único motor político y social, propietario único, dispensador de todo bien” (Uribe, 1984, p.115), para atribuirle al Estado una función social capaz de equilibrar los conflictos entre el capital y el trabajo. Tal como lo plantea el historiador Jorge Orlando Melo con relación al pensamiento de Uribe Uribe “el liberalismo se dotó de nuevos programas políticos que trataban de ofrecer respuestas a las nuevas situaciones sociales, económicas y políticas, y de obtener el respaldo de grupos sociales en crecimiento, como los obreros y artesanos urbanos, los estudiantes y profesionales, los empresarios industriales y comerciales” (Melo, 1989, p. 222).

En segundo lugar, la reforma constitucional de 1910 y el espíritu del republicanismo auspiciado por Carlos E. Restrepo y Enrique Olaya Herrera, entre otros, sentaban las bases de una apertura política que vio sus frutos en la década del veinte, toda vez que promovió cambios en la forma de hacer política, al permitir la tolerancia y la cooperación entre los adversarios políticos, la búsqueda de la separación de la iglesia en asuntos partidistas, la ampliación del sufragio universal convocando la participación ciudadana en asuntos públicos y en la elección del presidente de la república. También defendió la libertad de prensa y la expresión y una instrucción pública alejada de fines partidistas. Su aporte radica en abrir espacios de concertación y participación en una sociedad marcada por el fanatismo religioso, la exclusión partidista, el sectarismo de colores políticos y la represión estatal. En el campo de la colaboración partidista se seguía el lema de la impronta republicana que reivindicaba “la patria por encima de los partidos”. En formidable síntesis Melo traza el espíritu de este movimiento y de estas reformas cuando sostiene que:

La reforma constitucional daba las bases para una convivencia relativamente pacífica de liberales y conservadores, aunque permitiera a éstos condenar casi inexorablemente a los primeros a la situación de minorías. Durante el gobierno de Restrepo, los dirigentes conservadores y liberales hicieron una experiencia práctica de convivencia y un trabajo conjunto, cuya importancia sería difícil sobreestimar en la conservación del régimen constitucional durante los años siguientes. Aunque el país volvió a los regímenes de partido, y éstos reimplantaron las prácticas hegemónicas tradicionales, lo hicieron dentro de cierto legalismo y respeto a los derechos de la oposición (Melo, 1989, p. 231).

En tercer lugar, el naciente proceso de industrialización, la economía cafetera, los efectos de posguerra, la consolidación de los puertos del Caribe y el río Magdalena crearon las condiciones para el surgimiento y consolidación del obrerismo organizado, el cual aglutinaba artesanos y trabajadores en la búsqueda de mejores condiciones salariales. Esta dinámica se veía fortalecida, en parte, por la economía cafetera que consolidaba un mercado interno y, a la vez, favorecía la incursión en el mercado mundial produciendo una serie de efectos en las décadas de 1910 y 1920. El historiador Bernardo Tovar los resume de la siguiente manera:

la acumulación de un capital dinero en manos de empresarios nacionales, que posibilita la formación del fondo de capital invertible en establecimientos industriales; la integración a la economía monetaria de un amplio sector nacional y la consecuente constitución de un mercado, el cual representa otra condición propicia para el surgimiento industrial; la implantación de una red ferroviaria, la que a su vez contribuye a las expansiones de la producción y exportación del café, del mercado y de la industrialización; el desarrollo de las ciudades en la zonas cafeteras y en los circuitos de transporte y comercialización del café, las cuales anexionaban un conjunto diverso de actividades, captan influjo poblacional y de este modo coadyuvan a la complejidad de la vida económica y social; la formación de grupos sociales que tienen una incidencia directa en la escena política y en las determinaciones del Estado (Tovar, 1984, p.16).

Este despegue industrial favoreció la concentración de mano de obra en centros urbanos que facilitaron la instalación de talleres e industrias pequeñas. Según Luis Ospina Vásquez “montar una fábrica era ya un negocio, no una aventura”, debido al impulso ofrecido por el Estado con políticas proteccionistas para promover la industrialización: “se habían establecido industrias en el país, se estaban estableciendo otras. No se trataba ya de ensayos aislados y de crecimientos esporádicos. A fuerza de ensayos y de fracasos, con no poco costo para los que emprendieron en fábricas y para los consumidores, se estaba logrando un medio relativamente favorable a la propagación de las industria fabriles” (Ospina, 1954, p. 362).

Esta mano de obra que irrumpía en las ciudades pronto propugnó por mejoras a sus condiciones laborales en torno a la sindicalización de sus reivindicaciones. Miguel Urrutia, pionero de las investigaciones sobre el movimiento obrero, plantea lo siguiente al respecto:

Durante todo el año de 1918 continuaron organizándose sindicatos, y al final del año se fundó la Confederación de Acción Social en Bogotá, una organización que tenía como propósito el mejoramiento de la clase obrera. Los propósitos de la Sociedad, según sus estatutos, eran compatibles con la ideología conservadora del Presidente, y por lo tanto él aceptó la presidencia honoraria de la Sociedad. La sorpresa del Dr. Suárez debió ser grande cuando unas semanas después la Gaceta Republicana abandonó el grupo político republicano y se volvió el órgano periodístico del Partido Demócrata. Esta nueva organización declaró estar al servicio de la clase obrera y tenía vínculos muy estrechos con la Confederación de Acción Social (Urrutia, 1969, p.90)

El historiador Mauricio Archila da cuenta del proceso embrionario que permitió la consolidación de una identidad obrera en este proceso de industrialización. Su aporte radica en realizar referencias históricas explícitas en “las dinámicas internas de construcción de clase, sus formas de resistencia o adaptación a la opresión, sus valores y expresiones culturales, y en últimas, al proceso de construcción de identidad” (Archila, 1991, p.23). En su estudio deja sentada la discusión sobre la identidad política del socialismo implementado por los sindicatos obreros que surgieron durante las primeras décadas del siglo XX. El profesor Archila sostiene que los trabajadores asalariados, para dotarse de una identidad de clase, “echaron mano tanto de las tradiciones heredadas del artesanado como de los nuevos elementos de las ideologías revolucionarias” (Archila, 1991, p. 402). Interesa aquí destacar cómo incorporaron estos últimos elementos. Siguiendo a Archila:

El socialismo en general, el anarquismo e incluso el mismo marxismo, sirvieron principalmente para construir imágenes que estimulaban su protagonismo y hasta cierto vanguardismo. Aunque no se puede afirmar que la clase obrera haya asimilado totalmente el credo socialista o anarquista, sí se puede decir que esas ideologías estimularon en ella una mayor participación en la vida nacional, hasta el punto de poner en jaque a los gobiernos conservadores o de ser principal soporte de los liberales (Archila, 1991, p. 403).

El debate suscitado en las organizaciones obreras consistía en cómo adaptar el socialismo a las condiciones políticas locales y nacionales. De allí que la pregunta era cómo adoptar la doctrina comunista o cómo adaptarla a las condiciones políticas del país. La respuesta fue la segunda vía y, a la sazón de ese proceso, se fueron consolidando identidades políticas de izquierda en torno al imaginario socialista, se realizaron una serie de alianzas con sectores tradicionales y se fue consolidando una mirada definida de su adversario extremo: la derecha representada en el Partido conservador, los capitalistas, la iglesia católica y los defensores de la Regeneración, denominados godos o reaccionarios.

En forma paulatina se promovió, por parte de sectores de los partidos tradicionales, una sensación sobre el peligro de una amenaza socialista que podría vulnerar las instituciones democráticas para implantar un “régimen sovietista” proclive a Moscú. Tenían razón en inquietarse, no tanto por la eficacia de la intimidación o el poder real del socialismo como alternativa de poder, sino por la dinámica política que ello podía suscitar, la que al final terminó por reconvertir o transformar el discurso político tanto de liberales como de conservadores: los primeros, al buscar alianzas tácticas con los socialistas a la vez que reivindicaciones laborales, y los segundos, al agitar el pensamiento de la Regeneración aunado con ideas propias de la derecha. Como lo sugiere Mauricio Archila, “el Partido socialista preocupó mucho a las elites pues por primera vez se presentaba una ruptura política con los partidos tradicionales y con el paternalismo que gobernaba el mundo laboral hasta el momento” (Archila, 1991, p. 219).

Para empezar, la masacre de obreros de marzo 16 de 1919 da cuenta de los temores que sentía el conservatismo por el ascenso del socialismo como expresión política y organización partidista, pues, la justificación que daba el ministro de gobierno de turno frente a las actuaciones del ejército nacional, se refería a la misma como un acto de defensa sobre la amenaza bolchevique, la cual en realidad fue una simple manifestación de obreros que no tenía dichas connotaciones. Señalaba el editorial de El Tiempo

... se le pueda excusar que vea bolshevikis hasta en los postes del telégrafo, pero el país no tiene por qué sufrir las consecuencias de tan aguda hiperestesia. El programa tenebroso de quienes siguen las doctrinas de Lenine y Trotzky, de Liebknecht y Ledebour, no parecía por parte alguna en la manifestación del domingo... (...) el único blosheviquismo fue el de las autoridades (como lo es en Rusia el de Lenine y Trotzky) que abalearon a gentes indefensas y fugitivas (El Tiempo,1919, 22 de marzo).

La coyuntura que permitió la formación del Partido socialista fue el Congreso realizado en Bogotá en 1919. Como lo plantea la historiadora Luz Ángela Núñez:

El hecho simbólico que marcó el ascenso de los obreros y trabajadores asalariados dentro del conjunto de los sectores populares en 1919, fue el congreso obrero que sesionó en Bogotá, con delegados de diferentes regiones del país y dio origen al partido socialista, primera asociación de trabajadores, de carácter verdaderamente nacional. Esta organización tomó distancia, tanto del anarquismo como de la corriente bolchevique, aun cuando en su ideología encontramos influencias de estas dos tendencias, aunque también del radicalismo liberal, el socialismo cristiano, el espiritismo y la masonería, en una forma de pensamiento y de acción peculiar (Núñez, 2006, p. 15).

Inicialmente, el socialismo se expresaba en dos tendencias: una con decidida vocación reformista y otra con sentido revolucionario. Intenciones políticas que inquietaban al partido liberal que veía cómo se diluían las aspiraciones sociales que debía abanderar la colectividad, tal como lo había sugerido desde 1904 Uribe Uribe; así se referían los liberales en editorial de El Tiempo de 1921: “Con el nombre de socialismo se defiende desde las más tímidas y moderadas reformas sociales hasta las más audaces y exageradas, desde las más elementales y equitativas exigencias del proletariado hasta el desconocimiento del orden jurídico existente. Preciso es que las doctrinas que se sustenten con ese nombre se concreten, para que los liberales podamos conscientemente prohijarlas o no” (El Tiempo,1921, 5 de abril).

Este pluralismo que vivía la tendencia socialista mantenía una conexión con la influencia de las corrientes de pensamiento internacional, sin inscribirse en particular a ninguna de ellas. Esta diversidad “permitió una ecléctica adhesión a los diversos movimientos socialistas internacionales: desde los avances laboristas ingleses o socialdemócratas alemanes, hasta los pasos dados en la revolución rusa. Internamente pretendió alejar a los trabajadores de los partidos tradicionales, así como de la influencia religiosa”. (Archila, 1991, p. 219)

Su afán radicaba en difundir su movimiento y pretensiones políticas en la población. Para 1922, la imagen que los socialistas querían divulgar puede entreverse en las manifestaciones políticas que se realizaban por las principales calles de ciudades del país como Bogotá, Medellín y Manizales. Por ejemplo, cada colectividad encabezaba las mismas con sus pendones y banderas. Éstas manifestaciones se hacían con frecuencia cada vez que se acercaba una contienda electoral. Uno de los escenarios que iba ganando terreno como espacio de circulación y confrontación de discursos e ideas era la plaza pública, donde se aglutinaban curiosos y militantes de las organizaciones partidistas a favor de uno de sus líderes, en lugares destinados para tal fin como la plaza de Bolívar en Bogotá, el parque Berrío en Medellín, la plaza de los Fundadores de Manizales o en lugares improvisados como un balcón. Era común que el día de las marchas coincidieran las de bandos contrarios a fin de demostrar quien tenía mayor fuerza en términos de organización, de seguidores, de agitadores y de oratoria en la plaza pública con el ánimo de establecer una especie callejera de “correlación de fuerzas”. Al respecto, ilustra el diario El Tiempo:

A las dos de la tarde se reunieron en el parque de Bolívar más de siete mil herreristas a escuchar las instrucciones para el desfile dadas desde los balcones del club aéreo por don Enrique Cordobés. (...) A continuación se inició un desfile imponentísimo por la quiebra del guayabo hasta la plaza de los Fundadores, donde pronunció un formidable discurso D. Arturo Salazar Grillo. El desfile encabezaba la bandera nacional, seguida del directorio liberal, del comercio, de la juventud, de todos los gremios. (...) A la salida de misa mayor los conservadores efectuaron la manifestación a Ospina, llevando banderolas azules en gran número y vivando a Ospina, a los oradores conservadores, al clero, a la religión, y a Aquilino Villegas. Este habló desde los balcones de su casa de habitación, declarándose definitivamente conservador (El Tiempo, 1922,1 de febrero).

El propósito del socialismo, de surgir como organización partidista de carácter político en 1920, no consistía sólo en la pretensión de desarrollar postulados socialistas en el nivel nacional. También tenía la pretensión de establecer la conexión con el escenario internacional con el fin de aunar fuerzas para consolidar las reivindicaciones del proletariado, confrontar a sus adversarios en bloque y promover la expansión del movimiento de emancipación:

El Directorio Nacional del Partido socialista se ha penetrado de la importancia que tiene para el proletariado la unión de sus fuerzas en el continente hispano-americano, y de ahí que pretenda la formación de un Congreso internacional, donde se debatan los problemas relacionados con sus aspiraciones.
En otro lugar publicamos la resolución acordada, y tenemos fe absoluta en que este ha sido el paso de mayor trascendencia para la unificación del pensamiento político.
Como quiera que las ideas de reivindicación social no son el patriotismo de un solo pueblo, la actitud asumida constituye una base de cordialidad y de fuerzas verdaderas, que harán fecunda la expansión de la idea emancipadora (El Socialista,1920, 26 de febrero).

En 1920 la amenaza socialista era visibilizada por diversos sectores del conservatismo y del mismo liberalismo, como una “ola roja”. Argumentaba el primero que se estaba fraguando el enemigo de la propiedad, la libertad individual, las instituciones democráticas y el programa conservador, a lo cual se anteponía la defensa del orden, la civilización y el progreso, de la mano con los propósitos de la Regeneración1. El segundo objetaba que las reivindicaciones socialistas hacían parte de sus políticas y, por lo tanto, descalificaban sus propósitos, observando con temor que la base social que decía representar se desplazaba hacia las toldas del obrerismo socialista y amenazaba su caudal electoral. La “amenaza roja”, que recorría las ciudades más importantes del país y los principales centros de producción y consumo, era transmitida por el clero a través de sermones, de la prensa conservadora y desde el gobierno. Así se registraba en el periódico El Socialista:

El socialismo no existe en Colombia y sin embargo, el púlpito, la prensa, el corrillo, la policía, el ejercito, las beatas, los maestros, etc., etc., no tienen más tema de estudio, ni mas objeto de críticas.
En una carta particular de un sutano se lee: 'Es necesario combatir sin descanso a ese monstruo del socialismo que ha dejado aparecer su cabeza y sus tentáculo entre nosotros'.
De una conversación entre un sacerdote católico y un estudiante repetimos: 'No olviden que el peligro está en el socialismo. No den tregua en los periódicos católicos (El Socialista,1920, 28 de febrero).

De igual forma, Monseñor Carrasquilla, en febrero de 1920, invitaba al clero a combatir el socialismo desde el púlpito no sólo como una tarea coyuntural sino como parte de la misión institucional que orientaba las líneas pastorales: “Deber es del sacerdote, ministro y embajador de Cristo, cuando ejercita el augusto ministerio de la predicación, prevenir a los fieles contra los errores más en boga. Hoy el sistema que amenaza con inminente ruina a los individuos, la familia, a la sociedad y a las naciones es el socialismo” (El Socialista,1920, 28 de febrero).

Hacia 1920 el deslinde entre socialistas y liberales se realizaba de parte y parte. Los socialistas veían al liberalismo como un partido sin banderas, sin norte, sin renovación; miremos uno de los editoriales de El Socialista:

... indiferente a toda manifestación renovadora, sin bandera de combate y sin guía, el liberalismo se asemeja bastante a un gran ejército en irremediable desbandada. Ese ejército nada tiene ni tendrá que ver con las organizadas falanges socialistas.
¡Hablemos claro socialistas y liberales!
Ni moral ni prácticamente puede haber parangón o afinidad entre el Partido socialista y el Partido liberal, mientras este último no resuelva modernizarse y depurarse, cubrirse con una nueva vestidura, y mientras en su seno prime la anarquía y los más destructores apetitos, en vez de las virtudes que hacen grande a las colectividades y a los pueblos... (El Socialista,1920, 10 de marzo).

Por ello, era clara para los socialistas la necesidad de integrar al liberalismo a la causa bolchevique, proceso que se fue realizando en doble vía:

... estamos seguros y de ello convencidos, de que el liberalismo entero tendrá que venir hacia el socialismo, para atacar al único enemigo poderoso: el conservatismo clerical. Esto lo veremos, cuando se convenzan que el partido liberal ha perdido los estribos en los cuales podía defender al proletariado; entonces presenciaremos su ingreso al campo socialista y al grito único, por la razón o la fuerza, marcharemos al son sublime del himno demócrata: ser libre o morir (...)
El campo socialista tiene abierta sus puertas a todos los hombres de buena voluntad, y cuando sus ideales se realicen, cuando los liberales vengan a los ejércitos socialistas; entonces sí podrá decirse que empieza una nueva era de bienestar general para el pueblo, sujeto hace tiempo bajo el tacón brutal de los gobiernos y de la burguesía; godos, capataces e imperialistas... (El Socialista,1920, 15 de febrero).

De forma simultánea se planteaba la necesidad de consolidarse como fuerza política de carácter electoral para defenderse de los ataques de los enemigos:

... se ha jurado exterminio contra el socialismo; y ora en la tribuna, ora en el periódico, ya en los conventos, ya en los colegios, ya en los pasillos de los edificios públicos, no se oye más que la repetición de la consigna macabra. Malgré tout, vivimos y viviremos, y la caída de cualquiera de nosotros servirá de riego benéfico para nuestro partido.
Y tómese en cuenta que en nuestras filas no hay deserciones, como en la de los liberales, republicanos y conservadores.
En nuestra aritmética política hemos dejado la resta para los demás, y estamos satisfechos sumándonos y multiplicándonos. (...) En cualquier circunstancia hemos de probar al País que somos fuerza y que andamos disciplinados. El socialismo se prepara a vencer en las elecciones venideras. Ya lo verán tirios y troyanos... (El Socialista,1920, 26 de abril).

Después del congreso del partido en 1920 el socialismo reclamaba como propias las nuevas posturas políticas; las mismas se pueden resumir así: “libertad para los oprimidos, pan para quienes padecen hambre y miseria, retribución de bienes para los desposeídos, emancipación para la mujer, protección para la infancia abandonada, dignificación para el trabajo y luz, mucha luz, para los cerebros dormidos en la noche de la ignorancia” (El Socialista,1920, 20 de mayo)

El Partido socialista impulsó nuevas formas de agitación política caracterizadas por su espíritu combativo y directo, de cara a la denominada “inercia” y pasividad de los partidos tradicionales: “... el partido socialista eleva a la categoría de precepto fundamental su propaganda combativa, dirige su acción contra todos los adversarios y se promete defender sus ideas por todos los medios (El Socialista,1920, 20 de mayo).

La dinámica generada por el partido socialista se hacía evidente en la diversidad de publicaciones de prensa, en boletines, hojas y periódicos que circulaban en los principales poblados del país. Así lo manifestaba el dirigente socialista Carlos Melguizo: “Contamos una prensa bien diseminada y bien servida, que tiene órganos como 'El Luchador' de Medellín, la 'Ola Roja' de Popayán, 'La Lucha' de Girardot, para no citar sino tres nombres de los sesenta y más periódicos netamente socialistas, con que se enorgullece nuestra institución” (El Socialista,1920, 16 de junio).

Hacia 1920 la tendencia de construir mitos, héroes, ídolos, figuras y personajes a seguir era común entre los partidarios del socialismo. En algunas de sus residencias los militantes tenían bustos de Rafael Uribe Uribe con la leyenda de “primer socialista de Colombia” o tenían la figura de Vladimir Lenin, expresión del imaginario rojo: “En alguna asociación obrera se ha iniciado la idea de levantar el busto de Lenin. Sin formular apreciaciones doctrinarias, aplaudimos la idea declarándola eficaz. La figura excepcional y libertaria de ese hombre, revolucionario valeroso, tiene derecho a la característica que dan los bronces cuando acusan recordaciones innovadoras” (El Socialista,1920, 21 de junio).

Pero, las ideas socialistas tenían sus detractores: aquellos que las cuestionaban por considerarlas ajenas a la realidad social del país. Sus enemigos justificaban su rechazo debido a la ausencia de grandes conflictos laborales y graves problemas sociales en el país. Los mismos socialistas relatan las respectivas críticas:

Algunas personas por ignorancia y otras porque fingen no saberlo, gritan a toda hora y en todos los tonos, que en nuestro país no tiene razón de ser el socialismo porque aquí no estamos afrontando los grandes problemas entre el capital y el trabajo que afrontan otros países; dicen además que aquí no se necesita ni puede aclimatarse el socialismo porque no existen las calamidades que en todas partes del mundo esa doctrina se encarga de remediar (El Socialista,1920, 7 de septiembre).

Las críticas aducidas se centraban en la ausencia de conflictos sociales y demandas laborales que pudiesen ser asumidas como bandera de lucha de la naciente agrupación izquierdista. Para los socialistas se debía dar cuenta de los problemas urgentes de las gentes, como por ejemplo:

— La miseria de las clases inferiores versus la abundancia de los que han explotado el trabajo ajeno
— El analfabetismo del país: el 90 por 100 de la población no sabe leer ni escribir, según ellos.
— La pobreza, la explotación de los ricos sobre los pobres.
— Los efectos de la anemia tropical entre los pobres campesinos.
— La ignorancia, la holgazanería.
— La necesidad de transformación social.
— El vicio, el alcoholismo, la desmoralización, la falta de higiene.
— La carencia de vías de comunicación, la abundancia de mendigos.
— La falta de industria y trabajo para los hombres.
— El trabajo mal remunerado, la explotación de los políticos sobre el pueblo.
— Todo lo anterior era denominado: plagas sociales que nos devoran.

Los ataques al socialismo provenían tanto de liberales como de conservadores, pues ambas tendencias veían amenazados sus intereses con la emergencia de la nueva fuerza política. Al respecto, voceros del Partido socialista expresaban lo siguiente:

En tales circunstancias el Partido socialista es víctima de un doble ataque político: el de los conservadores azuzados por la influencia clerical que pierde terreno en la conciencia de los pueblos libres; y el de los liberales que caminan al desastre de la impopularidad y que no cuenta con la confianza de los pueblos.

Los conservadores ensayan contra los socialistas métodos coercitivos, de índole draconiana, que son en la práctica algo así como un “prusianismo legal”. A su vez los liberales conscientemente le imparten su aprobación a las leyes de represión obrera, y se quedan satisfechos de llenar un cometido que los acerca a los conservadores y les brinda la oportunidad de ser sus aliados para hacer una común campaña contra el Partido socialista, poco importa que en ella se vaya contra la libertad de prensa o se pierdan las libertades adquiridas.

Los unos nos atacan de frente de manera ruda y quizá con saña inusitada. Pero en cambio los otros lo hacen de soslayo, guardando cierta simulación hipócrita que no esta propiamente de acuerdo con la lealtad de nobles adversarios. Hasta en eso han degenerado los liberales; ya no saben ser enemigos de honor (El Socialista,1920, 5 de octubre).

La dimensión de la amenaza socialista era sobrevalorada por los partidos tradicionales aunque el Partido socialista no perseguía la dictadura del proletariado ni buscaba imponer el comunismo. Su afán era implementar un socialismo de Estado, que tomaba el apelativo de socialismo criollo. Al respecto el historiador Renán Vega sostiene:

En el desarrollo del primer experimento partidario de tipo socialista predominó una concepción muy próxima a la noción de 'Socialismo de Estado', que pregonaba el fortalecimiento de la intervención estatal, la protección de la industria nacional, la promoción del trabajo de los artesanos, la elección de representantes socialistas para que participaran en los cuerpos legislativos locales y nacionales impulsando leyes favorables a los trabajadores (Vega, 2002, p. 113).

No obstante, no existía una posición socialista homogénea. Diversas tendencias perfilaron una identidad política de izquierda que se inclinó por el bolcheviquismo, el liberalismo y el anarquismo. Miremos a continuación algunos rasgos característicos de esta identidad.

La cuestión de la identidad socialista.Como se ha advertido, la continuidad del conservatismo en el poder, el auge de la industrialización, el advenimiento de las ideas de origen bolchevique, la inconformidad de las llamadas clases trabajadoras y el surgimiento del obrerismo permitieron que se consolidara una organización de carácter partidista que tenía como pretensión implantar una nueva doctrina política que alternara al liberalismo y al conservatismo, defendiera y reivindicara los derechos de los trabajadores, bajo la tutela de una nueva fuerza política y al amparo de la renovación de la forma de hacer política en el país. Esta doctrina, que atraía con firmeza a los sindicatos de sastres, ebanistas, zapateros, carpinteros y trabajadores del comercio, es conocida como “socialista” y empieza a penetrar progresivamente en la vida política del país.

Desde enero de 1919 se reunieron la Confederación de Acción Social y el Sindicato Obrero en una Asamblea Obrera y junto con delegados de otros gremios y la asistencia aproximada de 500 delegados, se plantea la necesidad de constituir un nuevo partido político para contribuir a la “salvación del país”. El discurso del presidente del sindicato obrero, Benigno Hernández, señala que los obreros deben velar por el mejoramiento de sus condiciones, a partir de “sus propias fuerzas para reclamar todos sus derechos, para enarbolar con brío y sin reticencias la bandera de la igualad social” (Gaceta Republicana,1919, 21 de enero).

En la reunión reconocen como enemigos del progreso de los obreros el alcoholismo, la envidia, la disolución y la improbidad denominados como “hijas de la ignorancia”. El interés por organizar una tercera fuerza política es claro. En esta misma Asamblea, José Celis, representante de una sociedad de mutuo auxilio, sostiene que: “Prescindamos del color político al que hemos pertenecido hasta hoy, y que abracemos nosotros los proletarios un solo color, un solo pensamiento, el de la confraternidad y la socialización” (Gaceta Republicana,1919, 21 de enero).

En esta primera fase de constitución orgánica del socialismo se entrecruzaron intereses políticos partidistas con intereses sindicales, tal como lo plantea Diego Jaramillo Salgado: “En la mayoría de oportunidades, los proyectos políticos fueron presentados por sindicatos y organizaciones gremiales, intentando con ello plasmar en procesos concretos el desencanto que los partidos liberal y conservador habían producido en amplios sectores de la población y, principalmente, el de los trabajadores”(Jaramillo, 1997, p.58).

La iniciativa de una organización partidista como tercera fuerza política va tomando forma y se asume como la nueva corriente obrerista respaldada por “un nuevo partido, de carácter netamente económico y administrativo, dentro del cual con organización autónoma e independiente han de laborar las corrientes trabajadoras en pro del interés nacional” (Gaceta Republicana, 1919, 25 de enero). Los asambleístas hicieron un llamado a todas las regiones del país para que se sumaran a esta iniciativa con el fin de actuar cohesionadamente bajo un solo bloque, desvinculándose del Partido liberal donde tradicionalmente habían militado, para imponer un nuevo sistema político que permitiera abrir las puertas hacia el progreso, la justicia y la equidad; rechazaron entonces, los procedimientos retardatarios y retrógrados de la política tradicional. El lema del nuevo partido se resumía en tres principios: “Unión, Igualdad, Fraternidad”.

El emergente movimiento político estaba conformado por el denominado obrerismo que congregaba a hombres y mujeres en gremios de zapateros, sastres, peluqueros, albañiles, trabajadores del comercio, carpinteros, sociedades de mutuo auxilio, entre otros oficios. La pretensión era definir con claridad “la línea que debe seguirse para obtener las verdaderas reivindicaciones obreras, la libertad de las clases trabajadoras, la rotura de las cadenas feudales que hasta hoy los han sujetado, e imponer en el país las medidas de orden legal que sean convenientes” (Gaceta Republicana,1919, 5 de febrero). Como nueva fuerza política, rechazaban cualquier clase de vínculo con los partidos existentes al definirse como una organización autónoma.

El socialismo que se pretendía instaurar en Colombia a principios de la década de los años veinte distaba mucho de los conceptos marxistas y de la revolución bolchevique de octubre, pues no se llamaba a la lucha de clases ni se preconizaba la dictadura del proletariado o “el despojo de los acomodados”, o “la persecución de las clases superiores”, en cambio, está de acuerdo con el sistema democrático y sus instituciones. El socialismo se concebía como “una tendencia de justicia que se inspira en la verdadera doctrina de Cristo, apóstol del socialismo. Ella solamente persigue establecer la equidad dentro de las relaciones comerciales de las sociedades, y la igualdad de los principios democráticos en que se levanten los seres humanos” (Gaceta Republicana,1919, 6 de febrero). La pretensión era obtener las medidas legales de reconocimiento de derechos y obligaciones para los trabajadores.

En este sentido, se propone la plataforma socialista en febrero de 1919 que surge por las carencias expuestas por los obreros, llamadas “necesidades del proletariado”, por la crisis política, económica y fiscal, la miseria y la falta de instrucción pública. La plataforma iba dirigida a labriegos y clases obreras de ambos sexos, catalogaba a clases privilegiadas y gobiernos conservadores como retrógrados. Reafirmaba los principios de justicia, progreso y libertad. Esta plataforma que esbozaba los puntos programáticos de su doctrina se convirtió en un acontecimiento novedoso en la forma de hacer política en aquellos años en que los partidos poco se interesaban por entrar en contacto con sus bases.

En su primer artículo, la plataforma declara que es una organización libre e independiente de partidos y sectas religiosas, y sostiene que su política es económica y social en favor de las reivindicaciones del proletariado. ¿Qué tipo de socialismo se propone? La plataforma señala lo siguiente: “un socialismo especial de acuerdo con el estado intelectual del pueblo, de los medios que se disponga, del estado político que se encuentre, y también según el desarrollo de la industria y medios de producción (...) especial para nuestro pueblo, es decir cristiano” (Gaceta Republicana,1919, 15 de febrero).

Siguiendo estos principios, en el artículo cuarto proclama que no busca “la abolición del Estado, la sociedad, la propiedad ni el capital”. ¿Cuál es entones su pretensión?, en términos generales manifiestan que: “... perseguimos la abolición de los monopolios y de los privilegios que no sean concedidos por la naturaleza; buscamos la reforma del Estado, de la sociedad y de la equidad entre el valor del trabajo y el interés del capital. Queremos un Estado de gobierno de todos y para todos con una Constitución racional dentro de la cual pueden girar todos los partidos y aspiraciones políticas con entera libertad” (Gaceta Republicana, 1919, 15 de febrero). Asimismo, las bases de la emancipación obrera se fundamentan en dos preceptos: “la instrucción y el ahorro”. Carlos Melguizo, integrante del directorio socialista definía el socialismo así:

Hemos considerado que no somos los demoledores ni los rabiosos, envenenados de envidia, que solo utilizan las luchas de clases para destruir a los unos, sin mas razón que la codicia de los bienes ajenos; hemos dicho también a la faz de la nación, que reconocemos la bondad de un régimen de orden, de probidad y de progreso, durante el cual el trabajo y la seguridad permitieron a los obreros amasar pan blanco y dormir sin sobresaltos y sin pesadillas por temor al mañana ( La República,1921, 18 de abril).

La forma organizativa que se plantea es la conformación de directorios socialistas de carácter municipal, departamental y nacional, con el objetivo de desarrollar programas de reforma a la legislación obrera. De otra parte, el color de la bandera que se sugiere es blanco como emblema de la paz, con las insignias del trabajo, y el lema que se formula es “libertad, igualdad y fraternidad”2 igual al de la Revolución Francesa de 1789 lo que parece indicar o bien una confusión entre ideales liberales e ideales socialistas o simplemente un acomodamiento a una realidad social que no daba para aplicar el socialismo.

En los días siguientes a la publicación de esta especie de esbozo de plataforma, se inició una consulta a los gremios de obreros y ciudadanos interesados en apoyar al nuevo partido político, al igual que se realizó una explicación pormenorizada de cada uno de los artículos sugeridos. Con relación al artículo cuarto de la plataforma política que rechaza la abolición del Estado, el capital, la sociedad y la propiedad, se explica que se promueve, “la abolición de monopolios y privilegios”, con el fin de que el trabajador tenga igualdad de oportunidades y sea remunerado proporcionalmente con su esfuerzo. No se pretende la abolición del Estado, sino la “necesidad de los gobiernos NACIONALES y no de partido” (Gaceta Republicana,1919, 20 de febrero).

Frente a este articulado político se presentaron reacciones de diversos órdenes. La iglesia católica por intermedio del sacerdote Pedro Silva definía que la nueva corriente política era “una especie de bolcheviquismo que da al traste con el Estado, con la sociedad y con el capital”. Señalaba el clérigo que las pretensiones del nuevo partido estaban orientadas a “la expropiación de los bienes religiosos y particulares, la violación de los hogares y de los templos, la prohibición de los sacramentos, la abolición del culto, el destierro de los obispos, de los religiosos y del clero” (Gaceta Republicana, 1919, 21 de febrero). Vale la pena destacar el papel que jugaban los curas párrocos al momento de moldear la opinión pública en el ámbito local, como lo sugiere Christopher Abel: “Los párrocos ejercían influencia a través de su rol en la educación. Fundaron escuelas locales donde enseñaban el catecismo, nombraban maestros y actuaban como inspectores y eran también figuras centrales en las obras de caridad” (Abel, 1987, p.81). Así, en el catecismo, en la misa, en la escuela, y en la vigilancia de la moral y las buenas costumbres desde el púlpito se azuzaba el rechazo al socialismo que era difundido como el peor enemigo de la fe y las tradiciones cristianas.

En este sentido el historiador Ricardo Arias plantea la preocupación de la jerarquía católica colombiana por debilitar el avance del socialismo y las fuerzas progresistas consideradas como adversarias a la institución. En su estudio sobre el episcopado sostiene que la Acción Social se convirtió en el mejor instrumento para cumplir con un doble propósito: encauzar el descontento obrero y preservar la fe. Al respecto plantea:

Por una parte, se trata de mejorar las condiciones económicas o temporales de las clases trabajadoras y, por otra, 'conservar el pueblo en la fe y en las sanas costumbres'. Pero en el contexto de la época, hay también otro objetivo, reconocido abiertamente por el episcopado. La Acción Social debe 'atraer a los extraviados y viciosos al buen camino, para de ese modo, conservar la paz social y procurar la salvación de las almas'. En otras palabras, es urgente poner en marcha un programa social de inspiración católica para contrarrestar la propaganda y el avance de los enemigos de la Iglesia (Arias, 2003, p. 100).

De otra parte, Jacinto Albaracín, dirigente del Partido socialista denunció una “lista negra” preparada por la iglesia y el gobierno para perseguir a los miembros del partido (Gaceta Republicana,1919, 3 de abril). Es evidente la alianza entre el gobierno conservador y la jerarquía eclesiástica para actuar en contra de los socialistas.

El dirigente obrero Carlos Melguizo rechaza unos y apoya otros artículos de la plataforma socialista, lo que induce a pensar que aún no había una gran homogeneidad del imaginario socialista. Melguizo hizo aportes al debate que se pueden resumir en los siguientes puntos:

1. La bandera blanca no debe ser el emblema del nuevo partido, plantea que debe ser roja, como símbolo de revolución, sacrifico y combate. “Dejemos el estandarte blanco para las hijas de María, para los Estados pontificios...”
2. El artículo décimo manifiesta que el partido no participará en guerras civiles o internacionales. Melguizo sostiene que no se puede dejar a un lado la posibilidad de la guerra civil que él denomina “revuelta”, la cual puede ser “el último recurso, lamentable y cruel, pero recurso, para defender la igualdad y la justicia, de los déspotas, de los tiranos o de los fanáticos”.
3. Define el socialismo como “el esfuerzo universal para compensar, conservar y reparar el trabajo obrero, que constituye la vida y el progreso de la humanidad, al amparo de la justicia inmanente y sobre la base de la igualdad”. Entendida la igualdad como un principio cristiano y siendo uno de los propósitos del partido socialista la búsqueda de “leyes que hagan observar las doctrinas del maestro Jesús” (Gaceta Republicana,1919, 25 de febrero).
4. Propone como lema que acompañe al escudo de la bandera roja y como norma de la campaña del partido, la expresión: POR LA RAZÓN O POR LA FUERZA. La adopción de este lema da cuenta de la existencia de sectores más radicales que iban más allá de la prédica conciliadora cristiana o socialista moderada y consideraba la posibilidad de un cambio por las vías revolucionarias.

Otra de las reacciones provino del partido liberal que, en su convención nacional de 1919, invitó a tres delegados del partido socialista para que presentaran los postulados y programas del partido y las necesidades del obrerismo. La asamblea socialista respondió en forma sarcástica que no era necesario asistir a tan importante invitación y que si el partido liberal quería saber que buscaba el partido socialista y cuáles eran las necesidades del obrerismo que consultara la Gaceta Republicana, donde aparecían constantemente las aspiraciones y las políticas del partido.

Luego de estos debates y reacciones frente a la plataforma del partido socialista, su creación se formaliza el primero de mayo de 1919, fecha en que se instaló el Comité Ejecutivo Nacional Socialista, elegido por la Asamblea Obrera y Profesional, evento organizado en el teatro de El Bosque con orquesta a bordo y con festones tricolores que adornaban el recinto. Allí se llevó a cabo el siguiente juramento:

Juráis libremente por vuestra palabra de honor ante esta reunión de hombres honrados y libres cumplir leal y fielmente el cometido que se os ha confiado, trabajar por la organización y encauzamiento de las fuerzas socialistas en Colombia, defender los intereses del proletariado, afianzar su autonomía, cumplir, hacer cumplir y desarrollar celosamente las leyes, estatutos y disposiciones que el partido acuerda por medio de las Asambleas y Congresos socialistas legítimamente constituidos y reunidos, y juráis fidelidad a la plataforma fundamental que se os entrega como canon del partido socialista (Gaceta Republicana,1919, 2 de mayo).

Esta clase de juramentos da cuenta del grado de identidad y pertenencia de los militantes con su nueva agrupación. Su efecto mediático permite crear lazos de lealtad, compromiso y responsabilidad entre la militancia y las tareas programáticas de la colectividad política. El hecho de trasladar una práctica religiosa como el juramento a un acontecimiento político permite inferir la imagen que se quiere proyectar: de absoluto cumplimiento y obligación de los socialistas con su programa, tal como lo hacen los devotos en sus advocaciones religiosas.

Se plantea posteriormente la pretensión de conseguir las demandas y exigencias de las clases trabajadoras representadas por el partido socialista, por medio de la “serenidad y la fuerza moral”, sin hacer uso de la fuerza, mediante un trabajo político de carácter cultural entre la población; así se argumentaba que “mediante una labor y propaganda constante de ilustración y cultura que traspase todas las masas trabajadoras, éstas se transformarán en baluartes de justicia, progreso y libertad” (Gaceta Republicana,1919, 23 de mayo). Esta preocupación por llegar a las gentes de manera ilustrativa nos remite al papel que jugaba la propaganda de masas, con la idea de alinear y homogeneizar mediante instrumentos y dispositivos publicitarios la lucha política en las masas que, por su carácter amorfo y acéfalo, necesitan “orientación y dirección” para beneficio de las luchas del proletariado.

Es pertinente destacar algunas ideas-fuerza que se expresan en el articulado de la citada plataforma con el fin de comprender las bases sobre las cuales descansaba el imaginario político y la identidad programática de los socialistas de los primeros años de la década del veinte:

— Un Estado con gobierno de todos y para todos.
— Una sociedad sin analfabetos, sin menesterosos y sin déspotas.
— Ciudadanos administradores de los intereses del pueblo.
— Pueblo libre, ilustrado, progresista y consciente de sus deberes y de sus derechos.
— Beneficio directo a los proletarios.
— Administración de justicia ecuánime para todos.
— Que la mujer tenga las mayores garantías posibles.
— Representación política de las clases obreras.
— Reconocimiento y acatamiento a los gobiernos y autoridades de la república.

Esta especie de inventario de acciones a seguir permite colegir el gran valor pedagógico otorgado por los socialistas a la presentación sintética de su pensamiento, para facilitar la comprensión y asimilación de la plataforma política por la población con la pretensión de forjar elementos de identidad política.

Otra cuestión interesante es que se propone una ruptura con la forma de hacer política de los partidos tradicionales, pues se hace un llamado a no seguir a un líder político o caudillo sino a propuestas e ideas: “la Asamblea recomienda por toda disciplina a todos y cada uno de sus cofrades y adictos la estricta observancia del siguiente programa, porque es alrededor del programa y bandera socialistas que deben reunirse ya que no deben tener caudillo a quien seguir” (Gaceta Republicana,1919, 30de mayo).

Los socialistas empiezan a promover la participación política de la mujer y cuestionan la marginación social de que ésta ha sido objeto, para valorar su aporte a la organización socialista: “Vosotras las hermosas como ignoradas flores del campo; pero también a vosotras ciudadanas, que agotáis vuestra existencia por un miserable salario al pie de una máquina, os están abriendo horizontes libertarios en el libro los hombres de talento generoso....” (Gaceta Republicana,1919, 4 de abril).

El naciente socialismo fue recibido en la prensa regional y nacional con un tono estigmatizador. Se referían al socialismo autóctono, socialismo aborigen o socialismo criollo, y se escuchaban voces a favor y en contra del mismo. En 1920 existían dos clases de interpretaciones: las que sostenían que el socialismo, como organización partidista no tenía razón de ser porque buena parte de sus reivindicaciones las abanderaba el partido liberal, y las que cuestionaban su existencia debido a la poca preparación de los dirigentes y las masas de obreros que asumieran el compromiso de liderar una corriente política al estilo europeo:

Nuestro pueblo lo decimos con franqueza, no está aun preparado para agruparse en torno a las sabias y fecundas ideas socialistas. No tiene la educación de los pueblos europeos, que a fuerza de labor y de cultura han acometido la tarea de luchar por las reivindicaciones del proletariado, del débil, del abandonado; no vive el medio ambiente en que crecen y se desarrollan esas grandes agrupaciones que con la bandera de igualdad entre sus manos ha emprendido la marcha triunfal de una grandiosa conquista humana, no tiene hombres ilustrados que como verdaderos hombres de Estado se impongan sobre gobiernos y partido (La Idea,1920, 8 de febrero).

De las orillas del conservatismo se esgrimían toda clase de descalificaciones y prejuicios encaminados a rechazar y criticar el auge del socialismo como doctrina y como organización partidista. Se referían a los socialistas como: “... agitadores de oficio, que buscan el fracaso de las industrias y buscan una colisión de clases sociales, para abalanzarse como aves de rapiña sobre los escombros (...) quieren que se les eleve un monumento aun cuando sea sobre las ruinas del templo de la sociedad y de la civilización” (La Opinión,1925, 9 de julio).

Asimismo, era común la imagen que tenía el conservatismo sobre la alianza entre liberales y socialistas, considerados como el enemigo común a vencer, para mantener el estado de cosas de la llamada Hegemonía: “... El uno quiere la exaltación del individuo, el otro su aniquilamiento a favor de la comunidad; pero en su tarea subversiva se han unido, y de esa unión híbrida, heterogénea, ha salido un monstruo: el Estado liberal-socialista. ¿Es esto progresar o corromperse, avanzar o degenerar?” (El Colombiano,1919, 11 de junio).

El directorio conservador de Antioquia advertía en 1919 sobre la necesidad de enfrentar al enemigo común, representado por liberales y socialistas, estos últimos considerados como: “... una agrupación que bajo el nombre de socialista y que según algunos de sus escritos, tiene similitud con la que en Europa tiene en mira estimular la pugna de los obreros contra los capitalistas y empresarios, y sistemáticamente prescinde en sus programas de todo lo que se refiere al elemento religioso en la enseñanza pública” (El Colombiano,1919, 19 de septiembre).

Los socialistas no se arredraban ante los ataques descalificadores y se esforzaban por explicar cómo era que ellos entendían la idea socialista. En un editorial del periódico El Correo Liberalde Medellín de 1921, Pedro Coronil argumenta por qué es socialista:

Yo soy socialista, liberal-socialista, en lo que no hay antinomia, pues el Socialismo no es sino una forma del Liberalismo. (...) hoy me limito a hacer confesión de mi fe. Soy socialista, y por consiguiente adversario filosófico y político del Conservatismo teocrático, del clericalismo, del comunismo, del anarquismo, que son cosas bien distintas de aquello. (...) Participo del principio bolsheviki que ya había proclamado San Pablo: el que no trabaja no come. (...) el socialismo es pureza, es idealidad, es una forma del liberalismo, es acaso su desarrollo máximo, que quiere verdadera justicia, verdadera igualdad, verdadera equidad, verdadera fraternidad... (El Correo Liberal,1921, 15 de febrero).

Por otra parte, el liberalismo se identificaba con las reivindicaciones obreras con el ánimo de incorporar dichas pretensiones en sus programas y discursos. Luis de Greiff, afirmó lo siguiente: “Las sociedades obreras constituidas en la capital de la República no son una amenaza social sino una fuerza social; luchan dentro de la Constitución y de la ley por los intereses gremiales (...) coadyuvamos con todo el fervor que inspira la voz de las nuevas generaciones ansiosas de renovación, la solicitud de los obreros y de los jóvenes universitarios” (El Correo Liberal,1919, 18 de enero).

Surge entonces un dilema: o bien, los socialistas ungían su retórica con el liberalismo, o bien, los liberales se legitimaban con el socialismo, o bien fue un proceso en doble vía, de beneficio reciproco. Para la época en mención el liberalismo estaba haciendo tránsito del individualismo al intervencionismo de Estado, transición que acercaba sus postulados con las premisas de estos socialistas. Este proceso fue denominado por Gerardo Molina como “socialización del liberalismo” en su esfuerzo por incorporar “otros atavíos doctrinales”. Tal como lo sugiere el profesor Molina: “Para que ese esfuerzo en favor de la socialización del liberalismo, así fuera moderada, tuviera una base de sustentación, eran necesarias dos cosas: acabar de separarlo del individualismo y afirmar resueltamente el concepto de igualdad” (Molina, 1974, p.132).

En esta transición, el liberalismo retomó lo planteado por Uribe Uribe, quien perseguía un cambio en la orientación programática. Como al respecto lo advierte Salomón Kalmanovitz: “Uribe propone al liberalismo un programa que rompe el manchesterianismo y con su acento en el libre cambio y el dejar hacer a los capitalistas, preconizando un nuevo tipo de Estado que concilie los intereses y aspiraciones de las masas trabajadoras por libertad y participación política, derechos gremiales, avances económicos y propiedad sobre la tierra” (Kalmanovitz, 1988, p. 266).

Por ello, en su retórica, tanto liberales como socialistas coincidían en aspectos doctrinarios. Por tanto, cada uno tomaba prestado del otro arsenal ideológico, instrumentos afines con sus propósitos políticos. Molina explica esta dinámica de la siguiente manera:

Hacia 1922 la colectividad de Uribe Uribe y de Herrera empezó a vivir una etapa desconocida, consistente en el abandono del individualismo y del leseferismo y en la aceptación de mucha parte del credo colectivista. Fue en esa operación muy simple, en la que el liberalismo puso las masas y el socialismo la doctrina. Aquel era fuerte, sobre todo en las ciudades, pero no tanto como para prescindir de los grupos que deseaban militar bajo otras enseñanzas; y los socialistas, aunque armados de un evangelio cautivador eran numéricamente débiles y sabían por tanto que no podían llegar al poder; resolvieron por eso contaminar al liberalismo, y este se dejo contaminar (Molina, 1974, p.130).

De allí, que el efecto generado en la población fue la coincidencia de discursos y aspiraciones políticas y por ello, el retrato que proyectaban las dos tendencias era de cohesión. En el lenguaje de la época, a todo lo que sonara o se denominara Comité, Asociación o Consejo se le asignaba el remoquete de soviet o bolchevique, pues se suponía que pretendía la socialización, la participación y la igualdad; con esto, se ofrecía una imagen valorativa sobre el socialismo: “también los médicos se han gremializado, no de cualquier manera, bajo una designación que se ha extendido como se esperaba sobre toda la Republica, pues es 'Asociación Médica Nacional' y tiene parentesco bolshevikista, porque parece que en el fondo se han constituido en soviets, cuando la junta directiva que los rige se llama CONSEJO SUPREMO” (El Correo Liberal,1919, 26 de noviembre).

Asimismo, en entrevista de la época realizada por el periódico El Tiempo,se ilustra la forma como se agitaban y promovían las acciones socialistas entre los trabajadores de las riberas del río Magdalena. En entrevista a Cesáreo A. Pardo dirigente liberal y presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, se le indaga sobre su percepción del trabajo de propaganda realizado por el dirigente socialista Julio Navarro sobre las poblaciones ribereñas del Alto Magdalena. Algunas de las preguntas con sus respectivas respuestas fueron las siguientes:

—¿Y desde cuando se ha sentido la agitación de que usted habla?
—Desde que el señor Julio Navarro T. fue a esos pueblos a dictar conferencias socialistas, del más subido carácter bolchevique. (...) manifestó a los peones y arrendatarios que no debían continuar tranquilos, que las tierras eran de ellos que las trabajan, y no de los patrones holgazanes, y que debían imponer a éstos su reclamo en forma categórica, mientras llegaba la hora de completar la reivindicación total de las tierras. Estas conferencias secundadas por otras de menor cuantía, y por una activa propaganda verbal, produjeron el efecto natural de manera asombrosa. Deslumbrado el pueblo con tales promesas y tales frases sigue al Señor Navarro ciegamente.
—¿De que manera los socialistas han logrado ganar prosélitos en esas regiones?
—Claro está; no podía menos de ser ello así, desde el momento que a gentes ignorantes y crédulas se les hacen declaraciones y promesas de esa clase (...) promesas cada vez mas extremas, sobre próxima repartición de las riquezas y otras cosas de la talla (sic)
—¿Y cuál es la situación que para concretar el asunto, ha producido todo eso en las haciendas?
—Una situación de verdadera inseguridad, de constante zozobra. Las conferencias han llevado al ánimo simplista de los trabajadores la convicción de que deben “imponer” su voluntad, creando una especie de dictadura del proletariado. A la antigua cordialidad y respeto ha sucedido la imposición de actitud violenta. Yo fui llamado de urgencia por mi administrador a quien alarmaba lo que sucedía en las 'Islas' y para entérame de lo que ocurría, hice llamar a uno de los principales arrendatarios. Se demoró varias horas en acudir, y al fin llego con diez y ocho arrendatarios más, a quienes no se había llamado, todos con sus machetes y garrotes, en actitud agresiva y luciendo unas insignias socialistas que se le han repartido (El Tiempo, 1920, 12 de agosto).

Las actitudes políticas de los socialistas eran consideradas por algunos sectores conservadores como populacheras, incendiarias y combativas:

Y qué de bellezas nos afrijolan dichos señores! Sólo hablan de opresión y de esclavitud; de sangre y fuego; de reivindicaciones sangrientas; de violencia, de crimen, de incendio. Un orador populachero no cree jamás que la reforma social se pueda hacer por medio de la inteligencia, del trabajo y de la constancia. Cada perorador de bocacalle se siente hecho un Marat, convertido en un Robespierre, y fulmina dicterios y amenazas contra los de arriba e incita a ponerlas por obra a los de abajo. Cuán de menos echan la guillotina francesa! Cómo les hace de falta la bayoneta rusa!
Y esos demoledores de sociedades; esos zapadores de las revoluciones reformadoras quieren, a fuerza de gritos de fantasía, dárselas de oradores sin miedo y apóstoles de la democracia, y gritan apóstrofes y pisotean la historia y escupen la lógica y hablan aquí de derribar tronos y exterminar a los aristócratas y matar zares y Capetos y echar a tierra las autocracias!
Muy bonito eso. Hasta la criada de mi casa se ha convertido en orador de barrio, una peroradora doméstica. Si le digo que me sirva el almuerzo o que las habichuelas están duras, se sube sobre el fogón y con una mano extendida y la otra desmelenándose las grasientas trenzas grita:
—Pasad hambres, opresores y tiranos! El proletariado tiene hambre! Vuestros tacones oprimen su boca y vuestras manos lo explotan! Con la bandera en alto y la justicia en la frente, haremos valer nuestros derechos. Guerra, si, a los explotadores! Habichuelas duras y almuerzo frío! Hay que teñir de rojo de su sangre lo negro de vuestra suerte! Guerra ¡Bombas y rayos ¡Truenos y centellas ¡ He dicho.
Y bajándose del fogón me sirve el almuerzo. Y a todo el que se le hable le contesta con un discurso por el estilo. Es porque al llegar las elecciones nos da cierto deseo de ser en alguna ocasión candidatos, y para eso principiamos a hacernos conocer por las masas.
Y esto es lo que las elecciones de mañana, como un niño Jesús, han dejado en el zapatico de casa uno de nosotros (La Semana Cómica, 1921, 7 de mayo).

En las tertulias se acostumbraba entre los dirigentes socialistas debatir elementos doctrinarios del comunismo ruso, destacando problemas teóricos de aplicación y de acción política, con el fin de establecer el derrotero de las ideas políticas a implementar. Así se dirigía Carlos Melguizo a sus contertulios: “Maldición a la burguesía, a los gobiernos medioevales, a los especuladores del trabajo. Pongámosle al obrero, en la mano derecha, su herramienta dignificadora, y en su izquierda, la maza de Caupolicán para que aplaste a los enemigos. Seamos revolucionarios....” (El Socialista,1920, 24 de marzo).

El debate que generaba la implementación del socialismo en Colombia tenía como telón de fondo el problema de la propiedad privada y las libertades individuales frente a las interese colectivos, de allí que se definía al socialismo de la siguiente manera:

Una organización social en que sobrepone el interés común a las aspiraciones individuales: es decir, que el bienestar y felicidad a que todos los hombres tienen derecho, deben sobreponerse al egoísta interés particular. Será; pues, socialismo toda doctrina que niegue o limite la libertad del individuo cuando ésta se oponga a los fines colectivos, ya que se trata de defender a la sociedad de los ataques del interés privado. Las causas de la miseria pública son la propiedad y la libertad tal como estos derechos se entienden en la actual organización social (El Socialista,1920, 26 de marzo).

De igual forma, el debate ahondaba en otros temas, a punto que se ubicaban las diferentes tendencias ideológicas que existían en el imaginario socialista que se vivía en otras latitudes y, en cierta forma, afectaba a la orientación política que debía seguir la incipiente organización socialista de carácter nacional:

¿Hay derecho para poseer hasta lo superfluo, cuando otros carecen de lo necesario? A limitar o a abrir esa riqueza y esa libertad funestas va el socialismo en el mundo, por distintos caminos: los socialistas-comunistas quieren la abolición de la propiedad individual, por cualquier medio, llamándose anarquistas a los que proclaman el empleo de la fuerza. Otros socialistas y entre estos los llamados autoritarios, sin abolir la propiedad quieren despojarla de sus principales elementos para encomendar al Estado la dirección total de las fuerzas productivas. De estas dos tendencias capitales han surgido multitud de teorías diferentes entre sí pero todas acordes en un punto: en que debe arrancarse al individuo la dirección de las fuerzas productivas y entregarlas a la sociedad entera o a sus representantes (El Socialista, 1920, 26 de marzo).

Sumado a lo anterior, una imagen de cómo se representaba a militantes del bolcheviquismo se puede resumir en esta descripción en un editorial de El Espectador:

Tengo un amigo bolcheviqui con quien suelo departir, de cuando en vez, acerca del llamado problema social. Me hace pensar, con su sombrero flojo de amplias alas y su fértil melena, de aquellos estudiantes rusos de la época de los Zares que llevaba entre el bolsillo el revolver justiciero y dulces para los chiquillos. Es mi amigo un iluminado, un verdadero hijo de Anarkos que proclama las excelencias del evangelio rojo y la necesidad de acabar, en Colombia, con el capitalismo burgués por medio del terror y la violencia. Sus héroes son Bakunine, Ferrer, Trotzky, Lenine, todos los visionarios que, inspirados en un sueño de bondades palingenésicas y ardidos en santa ira, han querido destruir la vieja organización social para edificar, sobre sus escombros, los muros de la ciudad futura, de la Jerusalén del amor y la fraternidad humana (El Espectador,1922, 9 de abril).

En la línea de construir mitos, héroes y leyendas, el cronista Luis Tejada describe el papel de Lenin como líder de las ideas socialistas y su influencia en el pensamiento de los socialistas locales:

Esta mañana volví a contemplar largamente el retrato de Lenin que preside mi pequeña biblioteca comunista. Y he sentido más que nunca una alegre emoción ante esa fisonomía clara, dulce y terrible, profundamente labrada por el pensamiento, inefablemente iluminada por invisibles llamas.

Y luego pensé, otra vez, en todo lo que Lenin hizo por mí, en todo lo que yo debo a ese hombre verdadero, a ese único salvador del mundo. Ante todo, siento que el espectáculo estimulante de su vida -eminentemente coordinada, subordinada al dominio absoluto de la inteligencia, encauzada reflexiva y tenazmente hacia un fin que se creía inaccesible- que ha revelado un bello ideal de conducta, en el momento en que todo los bellos idéales de conducta habían caducado o parecían estériles o pequeños... (El Espectador,1924, 23 de enero).

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

Así las cosas, de cara a las representaciones políticas que se estaban gestando la pregunta a formular es la siguiente: ¿Cómo se percibían los socialistas?

En primer lugar, se definían como la única fuerza política capaz de confrontar la hegemonía conservadora debido a la incapacidad mostrada por sectores tradicionales del partido liberal —que se identificaban con el conservatismo—, los cuales no buscaban abiertamente la defensa del obrerismo y la apertura de espacios políticos.

En segundo lugar, se definían como luchadores por la justicia social, ya que por los aspectos propios de su doctrina rompían con los moldes tradicionales de rojos y azules. Su doctrina, basada en unión, fraternidad, ahorro y humanitarismo que rechazaba los monopolios y privilegios, reivindicaba con firmeza el mejoramiento de las llamadas “clases inferiores” y retomaba así, los intereses de la voluntad popular.

En tercer lugar, rechazan que se tilde al socialismo de doctrina terrible o peligrosa y a sus seguidores se les tenga por miembros del “comunismo extremo”, enemigos de la patria y promotores del reparto de bienes, pues se declaran como un socialismo moderado caracterizado por una doctrina de “amor y fraternidad”. Se concibe el socialismo como una corriente política basada en “la igualdad de los ciudadanos ante la ley, sean cualesquiera las diferencias que sus distintos oficios les impugna; es el derecho de la igualdad en el goce de los bienes de la tierra; es el combate contra el parasitismo-social (sic.), contra la superioridad heredada y el monopolio” (Gaceta Republicana,1919, 22 de abril).

En esta consideración el deslinde ideológico entre socialismo y liberalismo se diluía en una frontera poco definida. Los socialistas estaban integrando a su retórica presupuestos ideológicos del liberalismo. ¿Por qué lo hacían? La respuesta puede tener varias miradas. Por un lado, los socialistas tomaban prestados de manera ingenua los postulados liberales, pues aún era débil la retórica exclusivamente socialista de carácter marxista o leninista y de allí, la naturaleza híbrida de su discurso. Por otro lado, los socialistas intentaban integrar o cooptar de manera consciente las premisas liberales para sus fines programáticos y así sacar dividendos políticos en una población que se identificaba más con el liberalismo tradicional que con el naciente socialismo.

Tomas Márquez escribía con claridad en el diario El Colombiano de Medellín, sobre la distinción y el alcance doctrinario que existía entre el imaginario liberal y el socialista:

Lo que distingue al socialismo desde Marx y Engels hace cincuenta años, hasta Lenine y Trotzky en nuestros días, es la tendencia a abolir la propiedad privada y a establecer en todas las industrias el plan de la cooperación. Si los socialistas colombianos llevan esta bandera, es absolutamente cierto que el partido liberal no puede abrigarlos en su seno. Todos los elementos capitalistas de ese partido, todos los propietarios, comerciantes e industriales, abandonarían instantáneamente sus filas.

Ahora bien: si lo que ansían los obreros no es un completo desquiciamiento del orden jurídico, sino simples leyes que protejan sus intereses, esas leyes puede dárselas sin dificultad alguna el partido que gobierna.

Los conservadores sostienen, como es natural, el sistema de la propiedad, base sustantiva de las sociedades humanas. Pero no se opondrían en Colombia, como nunca se opusieron en otras naciones europeas y americanas, a introducir en la legislación reformas generosas para la clase proletaria, en consonancia con la naturaleza social del país y con los dictados del cristianismo (El Colombiano,1920, 17 de julio)

Si se examina detenidamente este contraste, se puede destacar la diferencia sustancial entre socialistas y liberales. Mientras el socialismo persigue la abolición de la propiedad privada, el liberalismo busca su defensa. El socialismo busca el control estatal de las industrias mientras que el liberalismo promueve la inversión privada. En otras palabras, el liberalismo busca afianzar y desarrollar el capitalismo con el respaldo de propietarios, comerciantes e industriales, bajo la égida de la democracia; el socialismo en cambio, es un sistema económico opuesto donde prima la propiedad colectiva, al amparo de la estatización de los medios de producción y la centralización del poder en el Estado, bajo el resguardo de la dictadura del proletariado. Para liberales y conservadores, las pretensiones obreras de mejoras en sus condiciones de vida pasan por el ámbito de las reformas del ordenamiento constitucional, mientras que los socialistas buscan un cambio de sistema con otro tipo de ordenamiento jurídico mediante una revolución. Estas diferencias modificaron el propósito de unidad entre ambas tendencias, a tal punto, que por más pragmáticos que fuesen en coyunturas políticas o electorales, éstas discrepancias salían a flote y demostraban cuán distantes estaban el uno del otro.

En cuarto lugar, aunque se declaran seguidores de Cristo se diferencian de la iglesia católica en los siguientes términos: “la iglesia quiere que los hombres sufran privaciones y miserias poniendo su esperanza de mejor vida en el cielo, los socialistas queremos la felicidad humana en las realidades inmediatas de la tierra” (El Colombiano,1920, 17 de julio).

Finalmente, no se puede sostener que para el quinquenio 1920-1925, se hiciera evidente el debate o la confrontación abierta de derecha e izquierda en las agrupaciones, partidos y dirigencia política en mención. Ella emergía tangencialmente, tácita o expresamente en aquellos que se declaraban socialistas, para el caso de la izquierda, o en quienes defendían las doctrinas conservadoras para el caso de la derecha. El socialismo era considerado la amenaza bolchevique a derrotar. El conservatismo anclado en elementos doctrinarios de la regeneración se erigió como portaestandarte del orden, la civilización, la cristiandad, la propiedad y el progreso. Aunque el partido socialista tuvo corta vida sentó las bases para el surgimiento de nuevas agrupaciones que tenían la tarea de liderar la izquierda política del país.

 

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Recibido: marzo 10 de 2010 Aprobado: abril 23 de 2010

 

* Este artículo hace parte de la tesis de Doctorado en Historia realizada por el autor en la Universidad Nacional de Colombia. Sede Medellín. Trabajo de investigación titulado “Bolcheviques y godos. Imaginarios políticos de derecha e izquierda en Colombia. 1920-1936.”

** Historiador. Candidato a doctor en Historia en la Universidad Nacional de Colombia. Sede Medellín. Profesor tiempo completo asistente, Universidad de Medellín, Facultad de Derecho, Grupo de investigaciones jurídicas. caflorez@udem.edu.co

1 Orden y civilización, son principios doctrinarios que el conservatismo esbozó desde la “Declaratoria política” de 1849 formulada por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro. La Regeneración, como proyecto político de la década de los ochenta del siglo XIX, consolidó el decálogo de formulaciones doctrinarias expuestas en ese manifiesto como la búsqueda del orden, la legalidad contra las vías de hecho, la moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras, la protección de la propiedad y la defensa de la civilización cristiana sobre la barbarie. Según Javier Ocampo López, la Regeneración tenía como fundamento “encauzar el destino de la nación por el camino del ORDEN, contra la anarquía del radicalismo”, para alcanzar la civilización y el progreso (Ocampo, 1990, p.116). Los conservadores de la década del veinte del siglo pasado, añoraban el camino trazado por la Regeneración. Perseguían la defensa del orden contra la anarquía de socialistas y liberales, buscaban la civilización sobre la barbarie, invocaban la moral cristiana como norte de sus prácticas políticas; así mismo, defendían la propiedad y la seguridad como base del funcionamiento del orden social establecido.

2 Estos principios, identificaban de alguna manera al socialismo colombiano con el pensamiento utópico de la revolución francesa más que con la ortodoxia leninista. A pesar de la retórica bolchevique, dos motivaciones esenciales movían al naciente socialismo: una crítica al Estado por la escasa legislación obrera y la búsqueda de una justicia social. Antonio Monclús plantea que uno de los rasgos del pensamiento utópico de la revolución francesa es la búsqueda de la justicia social y la crítica al orden establecido. Las pretensiones de los socialistas colombianos, se identifican con estos rasgaos de allí la utilización del lema de libertad, igualdad, fraternidad. (Monclús, 1981, p. 35)

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