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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud
versão impressa ISSN 1692-715Xversão On-line ISSN 2027-7679
Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv v.6 n.2 Manizales jul./dez. 2008
Primera Sección: Teoría y metateoría
La participación juvenil en los movimientos sociales autónomos de la Argentina. El caso de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs) *
A participação juvenil nos movimentos sociais autônomos da Argentina. O caso dos Movimentos de Trabalhadores Desempregados (MTDs)
Youth particiaption in autonomous social movements in Argentina. The case of the Movement of Unemployed Workers (MUW)
Pablo Vommaro1, Melina Vázquez2
1 Profesor de Historia de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Grupo de Estudios de Protesta Social y Acción Colectiva (Gepsac), coordinado por Federico Schuster, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires. Integrante del Grupo de Trabajo 'Juventud y nuevas prácticas políticas en América Latina", coordinado por Sara V. Alvarado, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Becario del Conicet e investigador del Programa de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, y del Área de Investigaciones Interdisciplinarias del Centro Cultural de la Cooperación. Docente, e investigador de la Universidad de Buenos Aires en las materias 'Historia General de la Educación" e 'Historia de América III". Doctorando en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Becario Doctoral (Conicet). Correo electrónico: pvommaro@yahoo.com.ar.
2 Investigadora tesista del Grupo de Estudios de Protesta Social y Acción Colectiva (Gepsac), coordinado por Federico Schuster, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, e integrante del Grupo de Trabajo 'Juventud y nuevas prácticas políticas en América Latina", coordinado por Sara V. Alvarado, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Es becaria del Conicet y docente de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, en las materias 'Sociología General" e 'Historia del Conocimiento Sociológico I". Licenciada en Sociología y candidata a doctora en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico:vazquezmelina@hotmail.com.
Primera versión recibida abril 17 de 2008; versión final aceptada junio 27 de 2008 (Eds.)
Resumen:
Analizar las formas que asume la participación juvenil supone tener en cuenta, fundamentalmente, el modo en que se produce la socialización política de los jóvenes y las jóvenes en determinado contexto histórico, social y político. Durante la década de los noventas se produjeron en la Argentina una serie de transformaciones en la política, cuyas repercusiones se hicieron sentir en los modos de participación política. Surgieron así diversas expresiones de organización social que, impulsadas sobre todo por jóvenes, instituyeron formas diferentes de concebir y participar políticamente. Desde la construcción de la noción de autonomía, los jóvenes mostraron experiencias de politización, aún en un contexto de apatía y desinterés respecto a la política institucional.
En este artículo proponemos revisar algunas expresiones que adquiere el protagonismo juvenil, entramándolas con una experiencia paradigmática de la década de los noventas: la formación de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs) autónomos. Partiendo de los casos de los MTDs de Solano y Lanús, nos enfocaremos en la consideración de los modos en que en estos movimientos vinculan las anteriores militancias territoriales con las nuevas militancias juveniles, confluencia que se expresa en la impugnación a la política partidaria, sindical y estatal.
En el texto buscamos dar cuenta de cómo se produce, a la luz de significativos procesos de cambio político, la conformación entre los jóvenes y las jóvenes de una generación política, constituida como tal a partir de la experimentación común del desencanto con la política; lo cual, lejos de conducirlos al alejamiento y repliegue de la acción colectiva, les permite impulsar experiencias de subjetivación alteradoras y disruptivas.
Palabras clave: Juventud, movimientos de desocupados, generación, autonomía, territorio, participación, política, Argentina.
Resumo:
A análise das formas que assume a participação juvenil supõe ter em conta, fundamentalmente, a maneira como se produz a socialização política dos jovens e das jovens num contexto histórico, social e político determinado. Durante a década dos anos noventa se produziu uma série de transformações políticas na Argentina, cujas repercussões foram sentidas em todos os modos de participação política. Diversas expressões de organização social surgiram, as quais, promovidas principalmente por jovens, produziram formas diferentes de conceber e participar politicamente. Desde a construção da noção de autonomia, os jovens mostraram experiências de politização, mesmo num contexto de apatia e desinteresse com referência à política institucional.
Neste artigo nós propomos revisar algumas expressões com respeito ao protagonismo juvenil, enquadrando-as com uma experiência paradigmática da década dos anos noventa: a formação dos Movimentos de Trabalhadores Desempregados (MTDs) autônomos. Partindo dos casos dos MTDs de Solano e Lanús, nós nos enfocamos na consideração das maneiras como estes movimentos vinculam as militâncias territoriais anteriores com as novas militâncias juvenis, uma confluência que se expressa na impugnação à política partidária, sindical e estadual.
No texto nós visamos a dar conta de como se produz, frente aos processos significativos de mudança política, a conformação, entre os jovens e as jovens, de uma geração política, constituída como tal a partir da experimentação corrente do desencantamento com a política, situação a qual, longe de conduzir a um afastamento e a uma retirada da ação coletiva, permite-lhes promover as experiências de subjetivação alterativas e disruptivas.
Palavras chave: juventude, movimentos de desempregados, geração, autonomia, território, participação, política, Argentina.
Abstract:
The analysis of the ways in which youth participates requires taking into account the way in which young people are politically socialized in a concrete historical, social and political context. During the nineties, Argentina underwent several political transformations whose consequences were felt in the modes of political participation. Several expressions of social organization emerged, promoted mostly by young people; these opened different ways of political participation and of thinking about it. Starting with the construction of the notion of autonomy, young people showed experiences of politization, even in the context of apathy and lack of interest for institutional politics.
In this paper, our purpose is to review some expressions of youthful protagonism, relating them to a decisive experience during the decade of the nineties: the formation of autonomous Movements of Unemployed Workers (MUW's). Beginning with the cases of MUW's of Solano and Lanús, we will focus on the consideration of the ways in which these movements relate former territorial activities to new youth activities, relationship that is expressed in challenging Party-, Union-, and State-based politics.
We try to show how, in the light of significant processes of political change, there emerges a new political generation among young men and women who share the experience of disappointment with politics. This does not lead them to distance themselves from, or to abandon collective action; on the contrary, it allows them to initiate experiences of subjectivation which are new and disruptive.
Keywords: Youth, movements of unemployed workers, generation, autonomy, territory, participation, politics, Argentina.
I. Introducción
Analizar las formas que asume la participación juvenil supone tener en cuenta, fundamentalmente, el modo en que se produce la socialización política de los jóvenes y las jóvenes en determinado contexto histórico, social y, por supuesto, político. De modo que para analizar las formas de participación, debemos considerar tanto los vínculos como las representaciones que éstos construyen acerca de un cierto tipo de régimen político de gobierno, al igual que el modo en que éste favorece, estimula o interpela a los ciudadanos y ciudadanas en general, y a los jóvenes y a las jóvenes en particular, a involucrarse con los asuntos públicos.
Para el caso argentino, se vuelve fundamental señalar que durante la década de los noventas se produce un conjunto de transformaciones políticas que se traduce en una creciente y persistente crisis de representación (Novaro, 1995; Nun, 1995; O´Donnell, 1997). Según Novaro (1995), 1989 es el año que expresa más claramente el cierre de la etapa de transición hacia la democracia y la frustración de las expectativas ligadas con aquélla, especialmente en cuanto a la posibilidad de que se asentaran las bases para la formación de una democracia de partidos estable. La vuelta de la democracia había aparecido como una oportunidad para 'restituir la política en su lugar" (Merklen, 2005, p. 32). En este contexto, se definieron los contornos de la 'buena política", que tenía como actor principal al ciudadano o ciudadana, cuyo acto político por excelencia es la participación electoral a través del voto y cuya representación debía ser articulada a partir de los partidos políticos (Merklen, 2005). Sin embargo, la idea de que la democracia pondría 'la política en su lugar", mostró rápidamente sus limitaciones. Por un lado, a partir del 'abismo creciente entre las opiniones e intereses de la gente y las instituciones políticas, la muy baja estima en que se tenía a los políticos y la política, y en especial a los procedimientos partidarios para seleccionar candidatos y tomar decisiones y a cierta sensación general de que las expectativas depositadas en los representantes habían sido, y volverían a ser una y otra vez, defraudadas" (Novaro, 1995, p. 96); por otro, tal idea se evidenció en la emergencia de modalidades de organización colectiva y participación política por fuera de las vías institucionales de implicación con la política, dando cuenta de la formación de nuevos repertorios de movilización social y actores político-sociales. Asimismo, éstas muestran los límites del concepto de ciudadanía como forma de implicación en la vida pública (Merklen, 2005).
Con respecto a lo primero, son múltiples y diversos los factores que dan forma a la crisis de representación. A continuación haremos referencia a algunos de los más relevantes:
En primer lugar, la crisis económica -que se inicia en 1987 y se profundiza dos años después- evidencia el proceso de reforma y desestructuración del Estado mostrando los cambios en las modalidades de intervención sobre lo social, iniciadas durante la dictadura militar (1976-1983). Más allá de sus consecuencias económicas, la crisis mostró no sólo la decepción hacia los líderes y partidos que habían encabezado la transición democrática, sino además el deterioro de la autoridad estatal.
En segundo lugar, la crisis puede ser entendida en relación con el agotamiento de las tradiciones políticas nacionales, es decir, la imposibilidad de los partidos de dar respuestas novedosas frente al proceso de reinstauración democrática, considerando su inscripción tradicional en modelos fuertemente clientelares y caudillistas. Esto se evidenció en el 'inmovilismo" de los partidos de gobierno frente al proceso de creciente desestructuración del Estado en su variante nacional popular (Svampa & Martucelli, 1997). De este modo, se hizo evidente no sólo una creciente desconfianza hacia los partidos políticos en tanto representantes del interés general, sino además -frente a la (re)creación de nuevos liderazgos inscriptos en una tradición de tipo personalista y delegativa- una disposición todavía menor a participar de actividades políticas. Esto supone, adicionalmente, considerar los efectos de la personalización de la representación, es decir, la tendencia cada vez mayor a que los electores y electoras se inclinen por una persona antes que por el partido que ésta encarna.
Por último, debemos referirnos a los cambios producidos al interior de los sindicatos, históricamente considerados como representantes y mediadores de los intereses de los trabajadores y trabajadoras, y que han tenido, en la Argentina, un fuerte reconocimiento (sino integración) en el Estado. Podemos hacer alusión, por un lado, al desarrollo por parte de un sector del sindicalismo, de estrategias de 'supervivencia" organizativa, a partir de las cuales convalidaron la implantación del modelo neoliberal, dando apoyo al gobierno menemista y al proceso de reformas estructurales, y convirtiéndose así en sindicatos-empresas (Murillo, 1997; Armelino, 2005). Por otro lado, el debilitamiento del poder sindical ligado a las transformaciones estructurales implementadas durante la década de los noventas (desindustrialización, desregulación, precarización laboral, apertura económica), se tradujo en una fuerte degradación de las condiciones materiales de existencia de los trabajadores y trabajadoras. Finalmente, podemos referirnos al debilitamiento de las formas tradicionales de acción colectiva (Delamata, 2004).
Con respecto al segundo punto planteado acerca de las formas de movilización por fuera del sistema político institucional, consideramos relevante retomar un interrogante formulado por Novaro (1995), quien se pregunta si el problema de la representación, al que nos hemos venido refiriendo y que se liga con el deterioro de las promesas sobre0 el régimen político democrático y la disminución en las expectativas ligadas a la participación, implica de por sí un proceso de despolitización de la sociedad. Este interrogante nos permite articular las diferentes cuestiones que hemos venido planteando para el análisis concreto de las (nuevas) formas de participación juvenil a lo largo de la década de los noventas1.
Una idea muy difundida en nuestro país, como también en otras latitudes, asocia 'lo juvenil" con el desencanto y la apatía. En esta línea, Sidicaro (1998) propone que la crisis de representación se traduce, especialmente entre los jóvenes y las jóvenes, en la ausencia de toda forma de organización y acción colectiva. Desde esta óptica, la crisis de representación expresa, al mismo tiempo, la crisis de la participación política juvenil.
En este punto, consideramos fundamental hacer dos reflexiones: por un lado, en torno al concepto mismo de juventud. Diferentes y variadas investigaciones han mostrado la inutilidad de tomarlo como un concepto uniforme que, por el contrario, merece ser definido y explicitado; por otro lado, es relevante hacer alusión a las nociones de apatía, desencanto, desinterés y despolitización, que suelen ser utilizadas de manera intercambiable y, desde nuestro punto de vista, aluden a problemas que merecen ser distinguidos.
Partiendo de esto último, podemos decir que las nociones de apatía, desinterés o desencanto, aluden a la falta de legitimidad y de compromiso entre los jóvenes y las jóvenes hacia determinadas formas de la política, lo cual no significa el rechazo a la política tout court, es decir, la política como discurso y como práctica relacionados con la construcción social del bien común (Tenti Fanfani, 1998). Entonces, el desinterés, la apatía o el desencanto no tienen por qué traducirse en la idea de que las nuevas generaciones no valoran las cuestiones públicas o, en otras palabras, que se trata de generaciones despolitizadas. Por el contrario, podrían permitirnos dar cuenta, al mismo tiempo, del modo en que se produce el alejamiento de los jóvenes y las jóvenes de las instituciones y prácticas de la vieja política (a partir de la disminución de la participación en prácticas políticas tradicionales, así como el alejamiento y la desconfianza hacia las instituciones y actividades convencionales de implicación en la esfera pública); al mismo tiempo que el modo en que se produce la transformación de los espacios en los que los jóvenes y las jóvenes se sienten más interpelados a participar; es decir, cómo la politización se produce a través de otro tipo de prácticas o por otros canales que no se desprenden de las vías institucionales de la política.
Esto constituye el punto de partida del presente artículo. Partimos de la hipótesis de que es posible observar entre los jóvenes y las jóvenes un desplazamiento de las formas tradicionales de organización y participación política, hacia otro tipo de espacios y prácticas en los que no sólo no rechazan la política en cuanto tal, sino que se politizan sobre la base de la impugnación de los mecanismos delegativos de participación y toma de decisiones. De este modo, se constituyen nuevas subjetividades políticas a partir de la oposición a las modalidades tradicionales de participación en el régimen político democrático liberal: la participación en elecciones y la representación corporativa a partir de la vinculación con partidos y sindicatos (Vázquez, 2007).
Ahora bien, aún debemos señalar cómo interpretamos la noción de juventud. Lejos de interpretarla desde un punto de vista biologicista o etario, la consideramos en tanto generación. Una generación puede ser entendida a partir de la identificación de un conjunto de sujetos que comparten un problema. Así, el vínculo generacional aparece y se constituye como efecto de un proceso de subjetivación, ligado con una vivencia común en torno a una experiencia de ruptura, a partir de la cual se crean mecanismos de identificación y reconocimiento en tanto parte constitutiva de un 'nosotros" (Lewkowicz, 2003 y 2004).
En nuestro caso, los problemas y experiencias compartidas están constituidos, fundamentalmente, por una socialización política signada por una fuerte crisis de representación, donde las instancias de participación y los mecanismos institucionales de toma de decisiones colectivas aparecen desvirtuados. Frente a esto, se instala la necesidad de instituir una práctica disruptiva, alteradora y alternativa: crear, innovar, reinventar la política. Estas percepciones se tradujeron en una práctica, en acción colectiva.
En síntesis, para analizar la participación política de los jóvenes y de las jóvenes, debemos comprender los procesos de subjetivación generacionales como emergentes del proceso histórico descrito, antes que como una característica inherente a la condición juvenil (ya sea la 'predisposición" a la acción colectiva o el desencanto con la política). Siguiendo a Urresti (2000), podemos decir que 'para comprender qué pasa con los jóvenes de hoy, más que pedirles o juzgarlos por aquello que hacen o no hacen respecto de los jóvenes de generaciones anteriores, [hay que] comprenderlos en su relación con la situación histórica y social que les toca vivir" (2000, p. 178).
II. Las experiencias juveniles de la década de los noventas. Reinventando la política
Como dijimos más arriba, abordamos el análisis de lo juvenil desde una perspectiva generacional. Esto supone no solamente considerar el contexto político en el cual la generación a la que nos referimos se ha socializado políticamente (y que hemos interpretado como una coyuntura signada por la crisis de representación), sino además contemplar las diferentes experiencias de ruptura que han protagonizado los jóvenes y las jóvenes.
Es por eso que en el presente apartado presentamos algunas de las modalidades de organización colectiva que inauguraron los jóvenes y las jóvenes a lo largo de la década de los noventas. Nos interesa dar cuenta del 'parecido de familia" entre todas ellas, por cuanto comparten la impugnación a la política institucional, al mismo tiempo que la construcción de nuevas formas de entenderla.
'Crear y reinventar un camino propio" y 'explorar nuevas formas de pensar, hablar, hacer", fueron los rasgos distintivos de diversas organizaciones juveniles, donde lo fundamental era la formulación de preguntas que necesitaban nuevas respuestas, construidas a partir de las prácticas y en el debate cotidianos (Zibechi, 2003, p. 9). Las agrupaciones juveniles surgen en espacios estudiantiles, culturales, barriales, de derechos humanos y también sindicales, donde comienzan a esbozar nociones como las de autonomía y horizontalidad, que serán características fundamentales en los movimientos de desocupados que analizamos en este artículo. En un comienzo, dichas nociones se constituyen en una suerte de guía para la acción, surgidas más que nada a partir de un conjunto de intuiciones que definían qué era lo que se rechazaba; pero aparecía menos claro aquello que se quería construir. El rechazo hacia las formas clásicas de hacer política era más fuerte que la afirmación positiva de lo que se buscaba. Justamente en esta búsqueda, y en este rechazo, las agrupaciones juveniles comienzan a definirse como independientes, no sólo de los partidos, los sindicatos y el Estado, sino además de las modalidades de deliberación y toma de decisiones sostenidas por aquéllos.
Se buscaron formas de funcionamiento interno básicamente asamblearias, a partir de las cuales se intentaba anular la construcción de jerarquías internas y promover el ejercicio de la democracia directa, impulsando la participación del colectivo en el proceso de toma de decisiones, rechazando las formas delegativas y representativas de la política. En relación con esto, se pretendía fortalecer la formación política de sus integrantes a partir de la reflexión sobre la práctica concreta que estaban desarrollando, y desde la constitución de grupos o comunidades de pertenencia basados en el despliegue de vínculos y afectos; práctica política que se superponía, deliberadamente, a la vida cotidiana de sus miembros. Asimismo, sus prácticas se desarrollaron a partir de un tipo de intervención disruptiva, donde cobraba centralidad la acción directa. El escrache que instituye HIJOS y el corte de ruta (o piquete) que instauran los movimientos de trabajadores desocupados, expresan un tipo de acción en el que la apropiación del espacio público sin mediaciones de algún tipo, es central.
Entre los múltiples agrupamientos juveniles, nos centraremos en el caso de Hijos, en las agrupaciones estudiantiles independientes (sobre todo en el ámbito universitario), en el colectivo 501 y, finalmente, en organizaciones de tipo territorial que luego se transformarán en movimientos de desocupados (y que abordaremos en profundidad en los próximos apartados).
- • HIJOS
La agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (Hijos), nace en 1995 a partir de un conjunto de eventos que favorecieron el encuentro entre un grupo de hijas e hijos de desaparecidas y desaparecidos durante la última dictadura militar. Es integrado por jóvenes de entre 20 y 25 años, provenientes especialmente de sectores medios con estudios universitarios.
Siguiendo a Bonaldi (2006), este grupo de jóvenes, que mostraba una cierta heterogeneidad en cuanto a sus orígenes sociales y culturales, compartía 'un conjunto de actitudes o disposiciones que los llevaba a preferir lo informal a lo formal, la trasgresión a la disciplina, la improvisación a lo estructurado, lo homogéneo a las jerarquías, y que quizás en ningún lugar se expresaban tan claramente como en los gustos y las elecciones estéticas que realizaban, en el modo de vestirse, en la música que escuchaban, en los bares que elegían, en el tipo de fiestas que organizaban" (Bonaldi, 2006, p. 153).
Las cuestiones que hemos señalado como elemento común entre los diferentes grupos juveniles aparecen claramente en Hijos: se autodenominan autónomos y postulan la utilización de la asamblea como mecanismo de deliberación y toma de decisiones, entre otros rasgos. El elemento más innovador de Hijos consiste en la creación de modalidades de lucha novedosas en relación con el repertorio de protesta utilizado por los organismos de derechos humanos hasta ese momento. El escrache popular es una acción (directa) que busca romper con el anonimato de los responsables de las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar, haciendo públicos en el presente sus crímenes del pasado, con el fin de lograr una condena social2. El escrache consistía en una manifestación pública que señalaba (con bombas de pintura, por ejemplo) la vivienda de un represor, y buscaba involucrar a sus vecinos y vecinas, y al barrio entero, para que la condena social instaurada con esta acción directa se prolongase en el tiempo. 'Si no hay justicia, hay escrache", era su consigna principal.
Siguiendo nuevamente a Bonaldi (2006): 'En un mundo de marcada apatía e indiferencia hacia lo que ocurría en el mundo de la política como el que caracterizó a la Argentina de mediados de la década de los años noventa, Hijos supo crear una forma de acción colectiva capaz de despertar la adhesión de la población juvenil. Esa atracción no se debió solamente a la utilización de códigos comunes, sino que los escraches lograron expresar un fenómeno social más amplio: la insatisfacción y la inconformidad de los jóvenes frente a la sociedad que les tocó vivir. Los escraches no fueron percibidos como una acción política tradicional sino como una vía para expresar su bronca e indignación frente a una situación que consideraban inaceptable" (Bonaldi, 2006, pp.181-2).
- • Las agrupaciones estudiantiles3
En el plano universitario -particularmente en la Universidad de Buenos Aires- el año 1989 aparece como punto de inflexión, por cuanto evidencia el fin de la 'primavera" post-dictadura; es decir, la ilusión de una universidad abierta, democrática e incluyente comienza a mostrar sus conflictivos límites. A partir de entonces, serán cada vez menos los que confiarán en los dispositivos institucionales: el sistema de concursos docentes, los mecanismos de gobierno representativo y los organismos de representación estudiantil (colonizados en gran parte por la agrupación Franja Morada, vinculada a la Unión Cívica Radical) perderán cada vez más credibilidad entre los universitarios y universitarias, mostrando su agotamiento y esterilidad política.
Como mencionamos anteriormente, 1989 había evidenciado la formapartido -que implicaba en la Universidad la formación de núcleos de militantes dependientes de estructuras nacionales que determinaban tanto sus enunciados como sus formas de acción- como un espacio anacrónico que no lograba aprehender los deseos y expectativas del estudiantado. Así, en contraposición con estas prácticas y discursos (que podemos denominar extra-situados), los grupos de estudiantes independientes comienzan a pensar nuevas formas situadas de lo político. Es decir, prácticas, enunciados, proyectos, formas de vínculos que emergen nítidamente de su propia condición de estudiantes universitarios o universitarias, y que se vinculan con la lógica del espacio concreto que transitan.
La agrupación estudiantil, a diferencia del brazo partidario en la Universidad, ponía la organización -y las relaciones de jerarquía y autoridad que ésta suponía- como problema central. Cómo organizarse, cómo discutir, cómo decidir, eran campos de debate y experimentación. Aquí, nuevamente, se hacía más clara la contraposición a la formapartido y a la lógica piramidal que las nuevas modalidades de agrupación podían tener. Para los grupos partidarios, lo político estaba garantizado por su pertenencia a un partido y por el proyecto de éste a nivel nacional. La lógica de la acumulación resolvía rápidamente la cuestión: lo político en la universidad era inseparable de esta lógica (cantidad de fuerza, cantidad de votos, cantidad de militantes para el partido). Por el contrario, entre las agrupaciones independientes no aparece alguna forma de articulación verticalista o totalizadora que otorgue sentido a las prácticas (aunque sí búsquedas reiteradas de encuentro y coordinación). Como señalamos, sus prácticas adquieren significado en la propia situación.
En este sentido, las agrupaciones postulan y viven como problemática común no sólo la búsqueda de una forma más democrática y menos autoritaria de decisión, sino además, y fundamentalmente, la intuición de que lo político mismo se jugaba en la forma del vínculo. Podemos, así, relacionar la experiencia de los estudiantes y las estudiantes con la de HIJOS que analizamos más arriba. En ambos casos, parece posible repensar el lazo político a partir de la idea del grupo-comunidad; es decir, la constitución de grupos cohesionados por variables afectivas que cimientan las políticas o ideológicas. Grupos que encuentran en la horizontalidad y en la voluntad de consenso toda una forma de ser.
- • El colectivo 501
Finalmente, haremos referencia a una experiencia juvenil que es quizá aquella que expresa más cabalmente la politización a partir del desencanto con la política institucional y el sistema democrático liberal. Nos referimos al grupo que se autodenominó Colectivo 501, conformado por un conjunto de jóvenes en el que tuvieron una fuerte presencia integrantes de agrupaciones independientes de la UBA. A inicios de 1999, este colectivo comenzó a reunirse para pensar prácticas políticas más allá del voto. Luego de extensas discusiones acerca de cómo y cuáles serían las expresiones novedosas de la participación política que llevarían a cabo, deciden hacer uso del Código Electoral Nacional, que exime de la obligación de votar a quienes se encuentran a más de 500 kilómetros de su domicilio legal. Resuelven entonces tomar un tren que los sitúe más allá de la obligación de concurrir al acto eleccionario, más allá del voto, en el kilómetro 501.
Si bien el efecto inmediato de esta acción disruptiva era el sustraerse de la obligación del sufragio, el problema político que se plantea no es únicamente electoral. No se trataba sólo de estar a favor o en contra, de participar o no participar de las elecciones, de apoyar a un candidato o candidata, de proponer a otro u otra o incitar al voto en blanco o nulo. Se trataba de la creación de una práctica política que impugnaba la restricción de la misma a un concepto democrático liberal, donde el voto expresa el acto ciudadano por definición.
Por otra parte, el significado de esta experiencia expresa un modo de desobediencia -de rebelión- que no se sustenta en la confrontación directa sino en el éxodo, en el correrse de una situación (electoral) rompiendo las pautas que ésta propone. Así, a la tristeza, a la escasa intensidad de la participación político-electoral4 , y al sacrificio de la lucha que sostenían los partidos de izquierda, este grupo opone un éxodo alegre, festivo, intenso, juvenil. El 501 nos muestra que no es posible pensar los nuevos caminos, abrir aquello que parece cerrado, superar lo agotado, si no es con una apuesta por lo creativo, por lo experimental.
Los diferentes casos que hemos presentado, no son más que algunas de las expresiones de la denominada 'rebelión juvenil de los noventa" (Zibechi, 1997). En éstas, podemos observar la conformación de nuevos actores, formas organizativas, definiciones y presentación pública que, aunque 'desencantadas", no dejan de mostrar experiencias de politización relevantes en las cuales los jóvenes y las jóvenes han sido protagonistas. Los diferentes casos nos permiten comprender un 'aire de época" entre la juventud, la creación de problemas comunes a partir de los cuales se producen diferentes (aunque semejantes) experiencias de subjetivación política. Esto último será uno de los elementos que nos permitirá establecer un paralelismo con los Movimientos de Trabajadores Desocupados autónomos. En éstos, volvemos a encontrar experiencias de impugnación de la política a partir de la reinvención de la misma: la problematización en torno a la representación, como disparador para el desarrollo, de otro tipo de mecanismos de toma de decisiones (asamblearios, horizontales, no delegativos), la incorporación como reflexión política del lazo que aquélla cimienta entre quienes conforman un "nosotros", y la experimentación en torno a formas de protesta, confrontación o escenificación en la escena pública, que operan en tanto constitutivas de una nueva identidad política.
III. La militancia territorial juvenil: hipótesis sobre los orígenes de los movimientos de trabajadores desocupados
Al haber repasado algunas de las modalidades que asumió el protagonismo juvenil en los años noventa, así como las características que estas diversas expresiones de la movilización han adquirido, en este apartado nos proponemos reflexionar particularmente en torno a la emergencia de los movimientos de trabajadores desocupados autónomos en la zona sur del conurbano bonaerense. Esta experiencia nos permite sintetizar las diferentes transformaciones de la política a las que nos hemos venido refiriendo, es decir, donde la presencia juvenil en los procesos de movilización, lejos de expresar apatía y desencanto, nos muestran nuevas y originales modalidades de construcción del lazo político. En particular, las prácticas organizativas de dichos movimientos de desocupados -impulsadas por núcleos de jóvenesse producen a partir del acople con experiencias de movilización territorial anteriores. Esto último permite diferenciar las organizaciones de desocupados de aquellas a las que nos referimos en el apartado anterior.
La creación de los movimientos de desocupados autónomos fue impulsada por núcleos de jóvenes militantes, de entre 20 y 30 años de edad, con experiencias de activismo previo en agrupaciones estudiantiles independientes, en movimientos barriales ligados a las experiencias de toma de tierras de la década de los ochentas y en otras organizaciones de base que se afirman a partir del rechazo a la participación en instituciones estatales, partidarias o sindicales. Será con las primeras puebladas y cortes de ruta que tuvieron lugar en las provincias de Salta y Neuquén hacia 1996 y 1997 -siendo aquellas que permiten construir un nuevo marco de acción colectiva ligado a la definición de la desocupación en tanto problema social (Gamson, 1992)- cuando este conjunto de militantes encuentra una nueva forma de dar continuidad a sus trayectorias de activismo, a partir de la conformación de nuevos movimientos territoriales de desocupados en la zona sur del Gran Buenos Aires. Las experiencias sobre las que reflexionaremos han tenido lugar en los partidos de Quilmes (San Francisco Solano) y Lanús (Monte Chingolo). La conformación de los MTDs, sin embargo, no puede ser entendida sin considerar el modo en que se reactivan un conjunto de redes sociales previas, a partir de las cuales se acoplan los jóvenes y las jóvenes militantes con un activismo barrial vinculado a las trayectorias de movilización de los respectivos territorios.
Esto último nos permitirá abordar otra de las caras que presentan los cambios políticos a los que nos hemos referido, y que tiene que ver con la denominada territorialización de la política.
Durante la década de los noventas, comenzó a hacerse evidente cómo los procesos de desafiliación y empobrecimiento social que se habían iniciado dos décadas atrás, hicieron del barrio popular un espacio de repliegue e inscripción territorial, que se constituyó en el espacio fundamental de socialización entre los sectores populares. Dichas transformaciones impactaron fuertemente en las modalidades organizativas y en las estrategias de acción colectiva, que encontraron en el componente comunitario y en las redes sociales locales nuevas modalidades de "reafiliación" social. Así, el barrio cobró una nueva relevancia como bastión de resistencia entre quienes se encontraban sin las tradicionales formas de inscripción colectiva, como el Estado o los sindicatos (Merklen, 2005).
Ante la "imposibilidad" del Estado de ofrecer filiaciones institucionales estables, se forman nuevos dispositivos de asistencia social focalizada basados en un tipo de gestión territorial clientelar. La figura del puntero (así como también la de la manzanera) expresa claramente este tipo de intervención5 y de presencia en los barrios populares. Las experiencias juveniles que impulsan los movimientos de desocupados, por el contrario, encarnan una generación de militantes territoriales que pueden pensarse como expresión de la conformación de un nuevo ethos militante (Svampa, 2005). Esto supone un punto de inflexión significativo, por cuanto confronta con los poderes anclados territorialmente a partir de la oposición hacia la figura del puntero político. Dicha confrontación, por un lado, visibiliza la red clientelar del peronismo y sus modos de funcionamiento en el plano local; por el otro, permite promover nuevas formas de politización. En el caso de los movimientos autónomos que analizaremos en este artículo, esto se hará evidente a partir de: 1) el reconocimiento, como fuente originaria, del trabajo territorial en tanto modalidad de construcción política; 2) la creación de formas de autoorganización que politizarán las demandas reivindicativas, como el reclamo por subsidios al desempleo y alimentos; 3) la invención de formas de deliberación y toma de decisiones basadas en mecanismos asamblearios; 4) la creación de nuevos repertorios de confrontación y la centralidad de la acción directa; 5) la reinterpretación de la militancia territorial a partir de la figura del "referente", por fuera y en contraposición a la estructura clientelar del peronismo.
En relación con las ideas propuestas acerca de los nuevos modelos de militancia que emergen con las organizaciones de desocupados, es importante hacer algunas consideraciones. En primer lugar, el impulso de los movimientos de desocupados entre núcleos de militantes jóvenes no supone que la creación de un nuevo ethos militante sea atribuible únicamente a su presencia. Si bien estos movimientos son impulsados por jóvenes, así como también éstos constituyen una parte fundamental entre los referentes territoriales6 ; no pueden ser definidos como movimientos juveniles. El activo militante se conforma a partir de la militancia de estos jóvenes y estas jóvenes, en conjunción con un grupo de referentes territoriales adultos, constituidos como tales a partir de experiencias de movilización previas, donde las tomas de tierra -tanto para Quilmes como para Lanús- son fundamentales.
En segundo lugar, debemos reflexionar acerca de cómo aparece la cuestión juvenil y la militancia territorial en la narrativa de los movimientos. Los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs) autónomos, como dijimos, no son movimientos juveniles. Sin embargo, en éstos lo juvenil se convierte en un elemento fundamental. La presencia de los mismos es reivindicada, por cuanto se asocia su corta edad con la posibilidad de construir y desarrollar nuevos modos de militancia y definición de la política. Frente a la existencia en los barrios de un fuerte componente clientelar, la juventud parece expresar una condición de posibilidad para promover modalidades de socialización alternativas, vinculadas con nuevas prácticas políticas, alejadas de, y contrapuestas a, los vicios de aquello que reconocen como la vieja política (Vázquez, 2007b).
Al interior de los movimientos autónomos, encontramos un grupo de referentes jóvenes que provienen de sectores medios, algunos de los cuales han tenido formación universitaria, y que se "desclasan" para ir a los barrios a militar. Podemos ver en este sentido un "parecido de familia" con el tipo de militancia característica de las décadas de los sesentas y setentas que, sin embargo, es problematizado. En los movimientos, se construye una narrativa anti-intelectual que rompe la idea de la vanguardia en la que, especialmente entre quienes han tenido formación universitaria, se cuestiona la existencia de un saber "legítimo" que pueda iluminar la práctica militante. Así, se revaloriza la concepción de que el conocimiento emerge (y tiene sentido) únicamente como producto o resultado de la práctica.
Además, siguiendo a Grimson (2003), existe otra diferencia central entre estos militantes y estas militantes jóvenes de sectores medios y los de las décadas de los sesentas y setentas, que apunta directamente a las cuestiones que en este artículo buscamos problematizar. Si entonces la proletarización y la creación de vínculos con los barrios populares eran producto de la militancia en organizaciones políticas, desde mediados de los noventas "una camada entera de sectores medios ha decidido realizar actividad social y política en barrios populares sin mediación institucional alguna. La crisis de los partidos no implicó en Buenos Aires el fin de la militancia, sino el surgimiento de una militancia de nuevo tipo que es 'externa' [fundamentalmente] en términos de origen social" (2003, p. 81).
En síntesis, podemos decir que para el análisis de la emergencia de los movimientos de desocupados autónomos, resulta fundamental comprender los procesos de desafiliación que hicieron de los barrios populares un nuevo espacio de inscripción social, donde cada vez se hicieron más importantes las redes sociales barriales. Frente a la incapacidad del Estado de generar procesos de reinscripción social, se desarrollaron territorialmente un conjunto de entramados institucionales que sirvieron para atender de manera focalizada algunas de las demandas ligadas a las necesidades básicas de los habitantes de los barrios. Así, emergieron figuras que -como la del puntero políticopromovieron no sólo la extensión de una red clientelar que amalgamó algunas de esas relaciones territoriales, sino que además construyeron una modalidad de gestión local anclada en figuras aparentemente "despolitizadas". En este sentido, el impulso de los núcleos militantes juveniles y su imbricación con las redes territoriales -al calor de la formación de los movimientos de desocupados autónomos- fue aquello que permitió disputar el lugar y los sentidos de la política en los barrios.
En el próximo apartado, intentaremos mostrar la interrelación entre los diferentes factores a los que nos hemos referido para el caso de los MTDs de San Francisco Solano y de Lanús. Estos dos movimientos son los que mayor centralidad han tenido al interior del vasto campo de las organizaciones de desocupados autónomas. Estas últimas presentan características específicas en relación con el conjunto de organizaciones que conforman el arco piquetero7 . En primer lugar, debemos decir que estas organizaciones se llaman a sí mismas autónomas. Esto quiere decir que sus formas de construcción política y sus definiciones político-ideológicas se producen de modo independiente de los partidos políticos, los sindicatos, la iglesia y el Estado8 . Por otro lado, como hemos esbozado más arriba, los movimientos autónomos se diferencian por la modalidad a partir de la cual desarrollan el trabajo territorial en los barrios donde tienen presencia. Se promueven formas de autoorganización en las que cobra centralidad tanto la participación en las asambleas barriales (mecanismo interno de deliberación y toma de decisiones), como también la creación de fuentes alternativas de producción. En relación con esto último, se promueve el trabajo horizontal y la (re)construcción de una cultura del trabajo "sin patrón". Esto se liga, además, al modo en que se postula la idea de cambio social, entendido como un cambio que debe desarrollarse aquí y ahora, a partir de la transformación de los valores y las relaciones sociales. Lejos de pensar el cambio revolucionario de la sociedad a partir de la toma del poder o a partir de los procesos eleccionarios (como vía para la participación en las instituciones del Estado), la transformación social se interpreta como resultado de las diferentes prácticas alternativas que estructuran la vida cotidiana de los movimientos y que favorecen mecanismos de construcción de poder desde abajo. Finalmente, podemos decir que los movimientos autónomos reconocen en el corte de ruta el formato por excelencia de disrupción en la escena pública y confrontación con el Estado, así como también en tanto modalidad de construcción de principios de reconocimiento e identificación.
El proceso de construcción cotidiana del cambio social, entonces, contiene varias dimensiones simultáneas: la práctica de la horizontalidad, la creación de comunidad, la construcción de nuevos espacios de trabajo y producción material (economía alternativa), el despliegue de la autonomía, el desarrollo territorial. Así, se constituye una nueva ética, se prefigura el nuevo mundo en la práctica presente.
IV. "Desencantados" e "independientes": La trama política de los movimientos autónomos
Mucho se ha dicho acerca de la emergencia de los movimientos de desocupados. Pese a que son múltiples y diversas las investigaciones que se han desarrollado acerca de esta temática, podemos identificar un factor común a partir del cual (implícita o explícitamente) se narra la emergencia de experiencias organizativas entre los desocupados. Este elemento común remite a la consideración de los procesos de marginalidad, vulnerabilidad y desafiliación social. Aquí proponemos cuestionar dicho punto de partida. No por considerar aquellos factores como irrelevantes para comprender las características de estas nuevas modalidades de organización colectiva; sino más bien porque esos procesos aparecen como el trasfondo ineludible pero que no puede explicar per se la organización de los desocupados. Podemos decir, en todo caso, que el contexto de empobrecimiento y exclusión social permite comprender más el tipo de demandas (planes o subsidios al desempleo, alimentos, etc.) que la forma y las definiciones políticas que estos movimientos asumen. Es por eso que debemos analizar las transformaciones en las estrategias organizativas de la década de los noventas, en particular la emergencia de un nuevo actor, -la de los desocupados, actor complejo y multiforme- en la escena política nacional, teniendo en consideración los factores políticos vinculados con estas nuevas prácticas. Aquí se vuelven fundamentales las mutaciones acontecidas en el plano de lo político, sobre las que hemos reflexionado en la introducción; así como también la consideración de las tradiciones políticas y de movilización en las que los movimientos se entraman. Así, los movimientos de desocupados no surgen "de la nada" ni pueden ser pensados como un "milagro sociológico" (Bourdieu, trabajado en Svampa & Pereyra, 2003).
Las tradiciones a las cuales nos referimos son múltiples y divergentes, como también lo son las diferentes organizaciones que forman el arco piquetero. Aquí nos centramos en aquellas vinculadas con los movimientos autónomos. Los casos seleccionados, los MTDs de Solano y Lanús, no sólo son relevantes por constituir una referencia político-ideológica significativa para el universo de los autónomos; sino además porque expresan dos modalidades diferentes de referenciarse en tradiciones territoriales y políticas previas. En el primer caso, podemos ver cómo la militancia juvenil se entrelaza con un conjunto de redes sociales territoriales creadas a partir de los procesos de tomas de tierras de la década de los ochentas. Se produce así una relación de continuidad, a partir de definiciones de la política que encuentran puntos relevantes de contacto, fundamentalmente, desde la idea de independencia, como veremos más adelante. Aquí las relaciones con un grupo de curas, catequistas y militantes vinculados y vinculadas a las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), así como también a las experiencias de la izquierda revolucionaria ligada con la Teología de la Liberación, serán referencias fundamentales para la formación del MTD de Solano.
Por el contrario, el caso de Lanús expresa el arribo de un conjunto de militantes jóvenes "externos" a los barrios, a partir de una experiencia desencantada de la política. Provenientes de una agrupación política ligada al peronismo revolucionario (el Movimiento Patria Vencerá), los jóvenes y las jóvenes militantes rompen con dicha experiencia, reorientando su militancia. Así, se "convierten" en piqueteros y piqueteras, imbricando sus prácticas con las de un conjunto de vecinos y vecinas igualmente desencantados con la política, a partir del tipo de vínculo trazado con el municipio luego de un proceso de toma de tierras en la década de los ochentas9 .
Los movimientos aquí analizados no sólo encuentran definiciones políticas y experiencias comunes, sino que han formado parte de dos tipos de coordinaciones a lo largo del tiempo. Una primera etapa se caracteriza por la "coordinación en la lucha", es decir, por la realización conjunta de jornadas de protesta a partir de las cuales comienzan a elaborar definiciones comunes. Una segunda etapa, se expresa en la participación conjunta al interior de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (2001-2002) y el MTD Aníbal Verón, entre 2002 y 2003, cuando el MTD Solano abandona la articulación política. En ambas etapas, podemos ver cómo el aspecto articulador de las experiencias de ambos movimientos remite, fundamentalmente, a la común oposición a las estructuras gubernamentales/estatales, partidarias, sindicales y eclesiales que articulan un discurso común en torno a la "autonomía", como hemos mencionado (Burkart & Vázquez, 2008).
- • El MTD de San Francisco Solano
A partir del estudio del proceso de surgimiento del MTD de Solano podemos acercarnos a algunas claves de análisis acerca de esta organización, que constituyen también los elementos que nos interesa destacar en este artículo. En primer lugar, el nacimiento del MTD de Solano es parte de un proceso de transformación de las modalidades de organización social de mediano y largo plazo, cuyas características pueden rastrearse entre fines de los años sesentas y comienzos de los setentas, y que está anclado en lo territorial. En segundo lugar, el despliegue de esta organización social con base territorial es posible por la conformación de procesos de organización y la constitución de redes de carácter comunitario, que se actualizan a partir de coyunturas políticas singulares. Es desde estos elementos, entre otros, que planteamos que las organizaciones sociales urbanas de base territorial y comunitaria, entre las que ubicamos al MTD de Solano, expresan configuraciones alternativas a las dominantes a nivel productivo, político y subjetivo.
Así, al rastrear el proceso de surgimiento del Movimiento, debemos analizar tanto la coyuntura de creciente movilización social que marcó los años 1996 y 1997 en la Argentina, como los procesos territoriales y comunitarios de mediana y larga duración, más profundos y permanentes. Estos pueden remontarse a las tomas de tierras y a los asentamientos producidos en la zona a partir de agosto de 1981 y, aún más allá, a las características de algunas organizaciones de base que actuaron allí a fines de los años sesentas y comienzos de los setentas, constituyendo una "territorialidad obrera de carácter comunitario" (Zibechi, 2003)10.
Entonces, podemos comprender de qué manera la dinámica basada en el trabajo territorial y comunitario que predomina en el MTD de Solano en la actualidad, puede ser leída como una continuidad y profundización de las características que sustentaron al Movimiento desde sus inicios.
En 1997, el MTD de Solano se nucleaba alrededor de la parroquia Nuestra Señora de las Lágrimas, conducida por el sacerdote Alberto Spagnuolo y ubicada sobre la Avenida San Martín, la avenida principal del barrio homónimo. Esta iglesia dependía del obispado de Quilmes (que dirigía el obispo Jorge Novak). El lugar de la iglesia en la organización social y política del barrio fue significativo, al menos desde el proceso de toma de tierras que se desarrolló a partir de agosto de 1981, cuando las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) impulsaron la creación de asentamientos en las tierras tomadas. El papel del obispado de Quilmes, y especialmente del sacerdote Raúl Berardo, fue central. Uno de los barrios más importantes surgidos de esta experiencia fue San Martín, donde años más tarde nació el MTD. Sin embargo, casi veinte años más tarde las cosas habían cambiado. Cuando el obispado de Quilmes se enteró de que la parroquia de Spagnuolo servía como sede de una organización social que estaba comenzando un nuevo proceso de lucha, intentó abortar la iniciativa. Primero convocó al sacerdote Spagnuolo para exigirle que cesara su trabajo con el incipiente MTD. Como Spagnuolo no aceptó la orden, el obispado optó por el uso de la fuerza directa. La parroquia fue finalmente desalojada y los desocupados expulsados de su seno. El sacerdote, que optó por continuar su trabajo en el MTD por fuera de la iglesia, fue suspendido en sus funciones eclesiásticas. El hecho de establecerse fuera del ámbito de la iglesia hizo que se acercaran al Movimiento nuevos vecinos y vecinas que desconfiaban de esa institución.
Podemos ver entonces cómo el nacimiento del MTD de Solano está sustentado en redes territoriales de organización social previas, que conforman un entramado de relaciones que encuentran en la coyuntura de 1997 un momento para reactivarse y reactualizarse.
Sin embargo, en el MTD este elemento se combina con el protagonismo juvenil que marca el surgimiento de la organización. En efecto, el núcleo militante que conformó el MTD en sus inicios estaba compuesto por jóvenes. Había quienes habían participado de experiencias de tomas y asentamientos, sea la del año 1981 o las posteriores. Otros y otras eran vecinos o vecinas de la zona, vinculados a distintas experiencias de base, tanto de la Iglesia como de otras organizaciones sociales o partidarias. Algunos y algunas más, se acercaron al MTD de Solano a partir de la relación que éste tuvo con el MTD de Florencio Varela11 en sus comienzos.
Al constituir el MTD de Solano, estos jóvenes y estas jóvenes plasmaron en un proyecto concreto sus expectativas de cambio respecto de "la concepción clásica de construcción que se venía mamando desde hace años" (referente del MTD de Solano). Así, de estos elementos de ruptura con las formas de construcción política partidaria ligada al Estado, y de continuidad respecto a los procesos territoriales, surge la terna de principios organizativos que guían a la organización y que incluyen la autonomía, la horizontalidad y la democracia directa. Estos principios acompañan las consignas de "Trabajo, Dignidad y Cambio Social", comunes al resto de las organizaciones autónomas.
Estos principios organizativos aparecen a la vez como rechazo a lo instituido (negatividad) y como autoafirmación del propio proyecto (positividad); como diferenciación con respecto a las prácticas tradicionales y como creación de propuestas alternativas; como capacidad y como posibilidad abierta más que como programa cerrado o definido. Así es como podemos también inscribir el surgimiento del MTD de Solano -que describimos más arriba- en el clima de organización y participación juvenil de los años noventas.
De esta manera, el proyecto del MTD de Solano parte de la valorización del contenido profundamente político de las experiencias cotidianas que se producen a nivel territorial y comunitario. Esta política de y desde lo cotidiano, está en la base de la construcción de la organización, e impugna la segmentación entre lo político (ligado a lo productivo) y lo social (vinculado a lo reivindicativo y reproductivo) que guía buena parte de los proyectos políticos partidarios clásicos.
Como vimos, el MTD de Solano fue uno de los fundadores e impulsores de la coordinación de movimientos de trabajadores desocupados autónomos. Primero, promoviendo la formación de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón, y luego, el MTD Aníbal Verón. En ambas compartió el espacio con el MTD de Lanús. La articulación política entre estos movimientos se mantuvo hasta el 25 de septiembre de 2003, cuando el MTD de Solano formalizó su decisión de retirarse de la coordinación mientras que el MTD de Lanús permaneció en ella, junto a otros movimientos autónomos.
• El MTD de Lanús:
Hacia 1993 se conformó en dos localidades del conurbano bonaerense (Quilmes y Avellaneda) el Movimiento la Patria Vencerá (MPV). Éste, autodefinido como nacionalista, popular y revolucionario, emergió como parte de una agrupación política –Descamisados- proveniente del peronismo revolucionario. El MPV había comenzado a desarrollar trabajos barriales desde 1995, y había incorporado, como eje para lo que entonces definían como trabajo en el frente de masas, la cuestión del desempleo (Pacheco, 2004). Hacia 1996, en el barrio de Villa Corina (Avellaneda), los militantes del MPV comenzaron a impulsar la conformación de un Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD Villa Corina), experiencia de la que emerge el grupo de jóvenes militantes que luego darán el puntapié inicial en la conformación del MTD del municipio de Lanús12.
El desarrollo de los movimientos de desocupados autónomos era, en dicho momento y en esta zona del conurbano, todavía incipiente. Si bien ya aparecía un nombre común -MTD13- para las diferentes experiencias territoriales que estaban desarrollándose en los distintos partidos del conurbano bonaerense, las orientaciones políticas de estos agrupamientos no eran todavía del todo claras. Aún así, la formación del MTD de Lanús debe ser entendida a partir de las primeras definiciones que estos movimientos comienzan a esbozar. El MTD de Villa Corina comenzó a establecer un vínculo con el cura Luis Farinello, quien hacia fines del año 2000 formó el Polo Social, con vistas a presentarse como diputado nacional en las elecciones del año siguiente. Esta nueva organización14 creó un programa con un contenido fuertemente antiliberal que buscaba "recrear lo nacional y popular" (Página 12, 01/01/2001).
La vinculación entre algunos de los integrantes del MTD de Villa Corina con aquello que tiempo más tarde sería el Polo Social (que se plasmó en el acompañamiento de la campaña electoral de 2001 por este último, por lo cual un integrante del MTD fue elegido concejal), produjo una escisión interna, ligada al rechazo que suscitó entre algunos y algunas de sus integrantes el acompañamiento a la participación en procesos eleccionarios.
Así fue como se produjo el alejamiento de un grupo de militantes del MTD de Villa Corina. Al mismo tiempo, ya se habían conformado otros Movimientos de Trabajadores Desocupados autónomos (como el de la localidad de Florencio Varela y el de Solano, sobre el que nos hemos referido anteriormente), que fueron referencias centrales dentro del campo autonomista. La ruptura con el MTD de Villa Corina y la afinidad de este núcleo de militantes -que hemos denominado "desencantados"- con los movimientos a los que nos referimos más arriba, llevó a que se propusieran construir un nuevo movimiento en uno de los barrios del partido de Lanús cercanos a Villa Corina, el asentamiento La Fe.
La ruptura puso en juego, para el núcleo de jóvenes militantes, la necesidad de profundizar aún más algunos de los criterios a partir de los cuales se desarrollaría el tipo de militancia territorial que buscaban. El hecho de que no hubiera una identificación política del todo clara, no significa que debamos subestimar el impacto que tuvo la vinculación electoral por parte del movimiento del que eran parte. Según uno de los militantes, en ese momento "Nosotros teníamos una militancia más bien orientada a la militancia clásica de la organización y el frente de masas con aquellos compañeros del MPV (…) eso nos indicaba que debíamos buscar un horizonte de construcción social distinto donde pudiera, donde el centro de gravedad estuviera no en la organización política sino en el movimiento. (…) Eso hizo que en esa búsqueda nos interesara y buscáramos profundizar un poquito las ideas en torno a la autonomía y a la horizontalidad y participar de todos esos debates. Fundamentalmente con los compañeros de Solano, teníamos bastante afinidad en todo ese proceso" (referente del MTD Lanús).
Ahora bien, como hemos señalado, para dar cuenta de la emergencia del MTD Lanús, debemos referirnos no solamente a la llegada de estos militantes al asentamiento, sino además y fundamentalmente, al modo en que estos jóvenes y estas jóvenes comenzaron a entramarse con un conjunto de redes sociales barriales. El vínculo entre unos y otros cobró forma a partir de la realización de un conjunto de asambleas, en las cuales comenzaron a discutir acerca de las problemáticas del barrio y de quienes allí habitaban. Fue así como, frente a la expectativa inicial del núcleo de militantes de desarrollar un movimiento en torno a la problemática de la desocupación, los vecinos y vecinas plantearon otros conflictos. Como sostiene uno de los jóvenes militantes, los vecinos y vecinas "abrieron el debate en el barrio, colaron reivindicaciones específicas, como por ejemplo, la necesidad de resolver el problema de las viviendas, que no eran parte de la política del movimiento" (referente del MTD Lanús). Así, para los vecinos y vecinas, la posibilidad de conformar un movimiento en el barrio aparecía como una herramienta para dar cauce a demandas ligadas a la historia previa del asentamiento y que se remitía, concretamente, al proceso de tomas que se había iniciado una década atrás. De esta manera, la relación de los vecinos con el grupo de militantes jóvenes permitió reactivar un conjunto de redes ligadas a procesos de movilización previos.
Las redes a las que nos referimos se ligan al proceso de toma de terrenos fiscales, que se produjo a mediados de los años ochentas y que dio lugar a la formación del barrio La Fe15. Dicha toma no solo es significativa porque permitió construir vínculos y redes sociales entre los vecinos y vecinas, sino además porque supuso la creación de relaciones de confrontación con el municipio de Lanús, que son centrales para poder comprender la posterior formación de un Movimiento de Trabajadores Desocupados. Las redes vecinales fueron re-creándose a la luz de los procesos organizativos, que favorecieron la planificación y posterior realización de la toma, así como también la delimitación de una parte del asentamiento -denominado el "Anexo"- que sería destinado, en el futuro, para sus hijos e hijas y las familias que llegasen al barrio. Luego, se formó una comisión vecinal encargada de administrar los aportes que cada vecino o vecina debía realizar para regularizar la tenencia de los terrenos.
Esta comisión fue uno de los actores fundamentales en el proceso narrado. Frente a la imposibilidad de desarticular el proceso de organización colectiva, el municipio llevó adelante diferentes estrategias de cooptación que implicaron maniobras que incluyeron una estafa al barrio y produjeron conflictos y realineamientos a su interior. Esto permitió dar forma a nuevos entramados relacionales entre los vecinos y vecinas, divididos entre sí de acuerdo con el acercamiento/ enfrentamiento con los miembros de la comisión, y según el modo de inserción política del municipio en el barrio. Dichos realineamientos y redes originadas en las tomas, fueron el punto de partida de distintos procesos de identificación que se constituyeron en la base sobre la que luego se apoyará y redefinirá la construcción política del MTD.
La llegada de los jóvenes y las jóvenes militantes, reactivó la idea de recuperar el "Anexo" del asentamiento, lo que impulsó un nuevo proceso de toma de tierras. La incorporación de las problemáticas de tierra y vivienda como temas urgentes a resolver, supuso un gran desafío para los jóvenes y las jóvenes militantes, puesto que significó comenzar a dar forma al movimiento a partir del desarrollo de una estrategia fuerte de confrontación con los poderes locales. Sin embargo, fue precisamente esto lo que permitió comenzar a realizar las primeras asambleas donde se tomaban decisiones de manera colectiva acerca de cómo organizarse para impulsar la nueva toma de los terrenos.
En noviembre de 2000, se inició la nueva toma con la apropiación de un galpón, que fue el primer espacio del MTD16 en el barrio. Ésta permitía evaluar la reacción de los integrantes y las integrantes de la comisión y el municipio, expresando así las posibilidades que existían de avanzar -o no- con la toma de terrenos para la construcción de viviendas en el "Anexo". La policía y los funcionarios y funcionarias del municipio, intentaron desalojar a quienes venían llevando adelante la toma, pero eso no fue posible. Tras cinco días de mantener la ocupación del galpón, se avanzó en la toma de una parte del "anexo", apropiándose de un total de ochenta terrenos, que fueron otorgados -luego de dos meses de resistencia- a los vecinos y vecinas que se encontraban en peores condiciones de hábitat y vivienda. El movimiento organizó grupos de trabajo para lotear y realizar las instalaciones eléctricas en el barrio, así como también puso en funcionamiento el primer grupo productivo (la bloquera), con el objetivo de hacer los ladrillos con los que se construiría tanto el galpón del movimiento, recientemente tomado, como las nuevas casas de los vecinos y vecinas.
El impulso de un nuevo proceso de toma de terrenos permitió delinear el tipo de implantación y trabajo territorial que fue adoptando el movimiento. La problemática de la vivienda dio lugar a la articulación de la propuesta original de los militantes que llegaron a La Fe, vinculada con la importancia del trabajo barrial en torno al problema de la desocupación, con las necesidades concretas de los habitantes de dicho barrio17. Luego de estas primeras experiencias barriales entre vecinos, vecinas y militantes, así como de una creciente confianza entre unos y otras, en el año 2000 se adopta el nombre de Movimiento de Trabajadores Desocupados.
En relación con el caso presentado, nos parece relevante analizar la articulación entre la trama conflictual en la que cobra vida el MTD de Lanús y las definiciones que hará propias desde un comienzo, es decir, su afirmación como movimiento autónomo. Como hemos señalado, desde la formación misma del barrio La Fe, la presencia de las autoridades locales -así como de punteros políticos-, expresó los distintos modos de oposición y represión a diferentes estrategias organizativas. De algún modo esto permite trazar una línea de continuidad entre la emergencia de las organizaciones de desocupados y las trayectorias de confrontación territorial que las anteceden. Fundamentalmente, las tomas de tierra aparecen como un momento crucial para muchos de los integrantes del MTD, dado que, ante el desarrollo de prácticas represivas y de cooptación por parte del municipio, lograron mantener sus reclamos y reivindicaciones. Siguiendo las palabras de uno de los referentes del movimiento: "En Lanús todo lo que hubo a nivel territorial fue el PJ, no hay experiencias ni de izquierda ni de otras experiencias sociales, políticas, ni de la iglesia. Nada (…) compañeros que a pesar de haber tenido cierta experiencia barrial como referentes de su barrio, cuando se originó, tuvieron el sentido común, la dignidad, la intuición o lo que fuera, de irse a la mierda en la peor época de los noventa, del PJ. Asqueados un poco de la lógica punteril y utilitaria de la política. Se habían ido de la política a pesar de que habían tenido su militancia y encuentran en el MTD una asamblea donde hay que discutir con los vecinos, hay que convencer a los vecinos de eso… no solamente bajarle el bolsón [de comida] y darles el papelito con la hora para ir a la marcha" (referente del MTD Lanús).
En este sentido, la formación del MTD de Lanús debe ser analizada contemplando cómo las definiciones políticas del Movimiento parecen entramarse con experiencias previas de oposición, rechazo y confrontación con las estructuras clientelares y los poderes locales. Consideramos que esto permite establecer una afinidad electiva con las definiciones políticas más sobresalientes del MTD, particularmente con la definición de autonomía y el reconocimiento de un tipo de construcción de la política que se opone al manejo discrecional de recursos, el clientelismo político, la corrupción y otras de las características a partir de las cuales interpretan la "política de los políticos". Definiciones que, además, fueron fortaleciéndose a partir de las experiencias de coordinación con MTDs de otros barrios de la zona sur del conurbano bonaerense, tal como lo hemos planteado.
Además, esto nos permite pensar el origen del MTD de Lanús a partir de la convergencia entre dos afluentes que se amalgaman para impulsar su implantación territorial; es decir, entre un núcleo promotor militante (básicamente de jóvenes cuya iniciación en la militancia política territorial no responde, como señalamos anteriormente, a la marginalidad, desocupación o pobreza, sino más bien a lo que ellos mismos y ellas mismas definen como convicción militante o como resultado de una elección política) y una base militante que permitió ligar al movimiento con las necesidades de quienes habitaban el barrio. En este segundo afluente, también podemos hacer alusión a la idea del "desencanto", debido al modo en que se produjo la confrontación con los poderes anclados territorialmente, no sólo a través de la inserción clientelar del PJ en el barrio, sino además a partir de la confrontación directa con el municipio y con la comisión barrial por éste cooptada en el proceso de toma de tierras de la década de los ochentas. Sin embargo, este encuentro entre experiencias y generaciones diferentes resulta interesante en otro sentido: la generación de "viejos" referentes barriales, no había expresado su rechazo a la política territorial del municipio sino a partir de la negación de "la política". Es el encuentro entre ambas generaciones, en un mismo proyecto común al interior del MTD, lo que hace que la generación de adultos "desencantados" reestablezca la creencia en la política y disocie el sentido de esta última del tipo de prácticas más difundidas en los barrios. De este modo, vemos cómo en el encuentro de ambas generaciones se promueve la re-construcción de los sentidos de la política, a partir de la creación de nuevas definiciones de la misma, sustentadas en la construcción de un "nosotros".
V. Reflexiones finales
Al comienzo de este artículo, señalamos la importancia de analizar las expresiones que adquiere la política entre los jóvenes y las jóvenes, remitiéndonos al concepto de generación. Nos interesaba distanciarnos tanto de la consideración de la juventud en clave biológica, como también de la idea de que ésta pueda ser asociada -en tanto parte del ciclo de vida- con una predisposición específica hacia la participación política (ya sea para la mayor implicación juvenil, como para la retracción de su compromiso político).
La consideración de la juventud como generación, por el contrario, permite aprehender un conjunto de relaciones sociales y políticas en las cuales ésta se encuentra inmersa, así como también los procesos sociohistóricos que influyen, tanto en la estabilidad como en el cambio social. La generación incluye así, el contexto de socialización -más amplio- en el cual una determinada cohorte se apropia, y al mismo tiempo modifica, las prácticas sociales y políticas del mundo en el que habita.
En los casos trabajados encontramos un principio común entre diferentes expresiones de la movilización juvenil de la década del noventa en la Argentina. Éste se constata tanto en el alejamiento y rechazo de las prácticas políticas de la democracia formal, como en la creación de diversas experiencias políticas en torno a la idea de autonomía. Así, pese a las particularidades, podemos identificar no sólo la existencia de una cohorte de jóvenes que comparten problemas comunes, sino además una suerte de conciencia en torno a los factores distintivos que signan sus pasos por la política y que los distinguen en relación con otros grupos sociales.
Es esto lo que nos permite concluir la idea de que una generación se convierte en generación política. Los sentimientos, percepciones y prácticas comunes no sólo suponen una creencia compartida y común como grupo, sino que además éstas se fundan en un rechazo hacia el orden existente, en la búsqueda -incipiente, fragmentaria, bajo la forma del ensayo- del redireccionamiento del curso de la política como expectativa generacional.
En este sentido, la autonomía se nos presenta como un aspecto central para desentrañar las experiencias de una generación de jóvenes como la que en la década del noventa protagonizó las movilizaciones sociales que analizamos. Muchas veces, estas experiencias pasan inadvertidas entre quienes se han abocado al estudio del comportamiento electoral de los jóvenes y las jóvenes, o la filiación de la misma en los partidos políticos tradicionales. Ése no es el lugar donde reencontrar los proyectos políticos de los jóvenes y de las jóvenes en los años noventa.
Como expresan claramente los casos de los MTDs estudiados, el lugar de la política juvenil de la generación de los años noventa está en las prácticas cotidianas en el territorio, en la prefiguración de un cambio social entendido como cambio aquí y ahora, y en relación con la transformación de las prácticas cotidianas, desde la producción y el consumo, pasando por la participación directa en los espacios de deliberación colectivos, hasta la deconstrucción de las relaciones opresivas de la vida cotidiana. Así es como el proyecto autonomista cobró forma. En estas organizaciones, entonces, los jóvenes y las jóvenes no aparecen como moratoria hacia un proyecto adulto, sino como un modo de ser en el aquí y ahora.
Esto nos permite plantear una idea de cambio generacional no basado en el mero reemplazo de una generación por otra, sino más bien en la emergencia de manifestaciones novedosas en términos de participación política de los jóvenes y de las jóvenes. Tales manifestaciones, lejos de poder explicarse únicamente como efecto de su condición de "juventud", dan cuenta de un aire de época que se hace cuerpo en esta generación, mostrando los límites del tipo de implicación pública y política, tal como éstas se habían delineado en la etapa de retorno a la democracia.
Ahora bien, esta línea de análisis puede plantearnos ciertos interrogantes en el escenario político de la Argentina actual. Desde la asunción de Néstor Kirchner como presidente (2003-2007), se ha observado una paulatina pero fuerte reactivación del protagonismo juvenil que, a diferencia de la década anterior sobre la cual reflexionamos en este artículo, se produjo en gran medida a través de las vías tradicionales de implicación pública y política. Sin desconocer el carácter movimientista que ha tenido históricamente el peronismo -lo cual parece alejarlo bastante de la idea más convencional a partir de la cual se define un partido político-, la gestión del ex presidente y la actual de Cristina Fernández de Kirchner, podrían expresar una suerte de retorno a las vías de la política institucional.
Los contrastes entre ambas décadas son, tal vez, la mejor expresión de los procesos de cambio en las generaciones políticas. Esto permite analizar la reconfiguración permanente del actor juvenil como protagonista del escenario político (en sentido amplio), a la vez que vislumbra un horizonte abierto respecto de las diversas modalidades de ser joven en la política de la Argentina por venir.
Notas
* El presente artículo es parte de los resultados parciales de las investigaciones de las tesis doctorales en curso del autor y de la autora. Las mismas están financiadas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, CONICET. El período de beca es 2005-2009, para Pablo Vommaro, y 2006-2009, en el caso de Melina Vázquez. Además, el artículo forma parte del trabajo que desarrollan el autor y la autora en el proyecto "Nuevas subjetividades políticas en la Argentina. Un estudio comparado de las organizaciones piqueteras a partir de la crisis de 2001", dirigido por Federico Schuster y financiado por el programa UBACyT (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, código SO30, período marzo 2004-diciembre 2007); el mismo se inscribe en el Grupo de Estudios sobre Protesta Social y Acción Colectiva, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
1 Siguiendo los resultados de la base de protestas realizada por el Grupo de Estudios de Protesta Social y Acción Colectiva (Gepsac), podemos decir que frente a las lecturas que ofrecen una imagen de la década de los noventas marcada por la despolitización y la apatía, la protesta social durante dicha década tuvo un papel fundamental en la escena política nacional, así como también constituyó un ámbito fundamental para el surgimiento de nuevos actores, demandas y formas de confrontación (Gepsac, 2006, p. 57).
2 La búsqueda de condena social debe ser entendida en relación con la falta de justicia ante los crímenes perpetuados durante la dictadura militar en Argentina, que no tuvieron, en dicho momento, condena judicial. Luego de los Juicios a las Juntas en 1985, se sancionaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que, junto al decreto de indulto presidencial que dictó Menem en 1989, crearon una situación de impunidad ante los crímenes de lesa humanidad. Este tema comenzó a ocupar un rol central desde el gobierno de N. Kirchner (2003-2007).
3 Las ideas presentadas en relación con las experiencias estudiantiles forman parte de un trabajo anterior de Picotto y Vommaro (2007).
4 Es significativo mencionar que el voto en blanco e impugnado fue uno de los elementos más llamativos tanto de aquella elección, como de las legislativas de octubre de 2001, donde el denominado "voto bronca" ascendió al 20% del electorado.
5 El papel del puntero puede ser pensado como una bisagra entre dos tipos de lógica. Una de tipo "político social" (vinculada a las necesidades comunitarias en el entramado territorial) a partir de la cual se construye una relación de poder en el plano local. Otra de corte "político partidaria", ligada con las instituciones estatales. Esta última es, de algún modo, "externa" a la construcción comunitaria y fundamentalmente condicionada por el tipo de lógica estatal, pero al mismo tiempo relacionada con el tipo de vínculo que el puntero construye internamente en el barrio y que sustenta su poder. Así, su rol se define tanto a partir del acceso a recursos materiales y relaciones en la esfera estatal, al mismo tiempo que condicionado por, y en relación con, los entramados relacionales territoriales a partir de los cuales despliega su acción cotidiana. (Vommaro, 2008).
6 A grandes rasgos, podemos decir que los referentes jóvenes de los movimientos de desocupados autónomos están constituidos por dos grupos diferentes. Por un lado, jóvenes que son originarios de los barrios en los que se encuentra el movimiento, cuyo acercamiento responde a una lógica territorial y cuyas experiencias de activismo político se producen enteramente en una organización de desocupados. Por otro lado, jóvenes provenientes de sectores medios y oriundos de otros barrios, que inician una trayectoria de militancia política previa. Es a partir de la vinculación a una práctica militante, en relación con los movimientos de desocupados, que deciden mudarse a los barrios en los cuales los movimientos tienen inserción territorial. (Vázquez, 2007).
7 En términos generales, además de las organizaciones autónomas es posible identificar otros dos agrupamientos al interior del campo piquetero. Por un lado, podemos referirnos a las organizaciones que reenvían a una matriz de tipo sindical, es decir, que son impulsadas por sindicatos y en los que encontramos activistas con trayectoria de militancia sindical previa. La Federación Tierra Vivienda y Hábitat (FTV) es una de las expresiones más cabales de esta vertiente, por cuanto nace hacia 1998 cuando emerge la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). Esta central sindical desarrolla una nueva modalidad de intervención territorial con los desocupados bajo la consigna "la nueva fábrica es el barrio". Por otro lado, encontramos organizaciones impulsadas por partidos políticos. Éstas son las que se incorporaron más tardíamente a la escena piquetera, a partir de la reinterpretación de la figura del "desocupado" realizada a lo largo del año 2001. Podemos referirnos, por ejemplo, al Polo Obrero (ligado al Partido Obrero, de raíces trotskistas); al Movimiento Territorial de Liberación (vinculado al Partido Comunista), al Movimiento sin Trabajo Teresa Vive (impulsado por el Movimiento Socialista de los Trabajadores), entre otros.
8 Cabe mencionar aquí que la independencia a partir de la cual se autodefinen estas organizaciones, no supone que rechacen ni los subsidios a la desocupación ni otro tipo de asistencia social otorgada por el Estado. Pese a esto, la autonomía se reinterpreta como autonomía política; es decir, el hecho de que el Estado conceda recursos no significa que pueda tener injerencia de algún tipo en la forma de administrar dichos recursos, así como tampoco en las modalidades organizativas de los movimientos.
9 Si bien las páginas que siguen se basan en la consideración de los casos mencionados, podemos agregar aquí algunas referencias relativas a otro movimiento autónomo, que resulta significativo en relación tanto con la idea del desencanto como con el protagonismo juvenil. Nos referimos al Movimiento de Trabajadores Desocupados de Florencio Varela, el cual tiene una historia compartida con los movimientos de Lanús y Solano, así como también con sus definiciones políticas. Sin embargo, la trayectoria social de este movimiento posee algunas particularidades significativas. Su historia reenvía a una tradición clasista vinculada con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que dio lugar a la formación del Movimiento Guevarista. Se trata de una organización política de orientación marxista leninista que comienza a desarrollar un trabajo de base con los desocupados en tanto encuentra en este grupo social una de las modalidades posibles para el desarrollo de herramientas de organización de masas y para la lucha contra el régimen capitalista. Este movimiento, llamado Movimiento de Trabajadores Desocupados Teresa Rodríguez, es uno de los que comenzó a organizarse más tempranamente en el Gran Buenos Aires y uno de los que mayor referencia política ha tenido. Es interesante mencionar que el MTD Teresa Rodríguez sufre, tiempo después de haber sido fundado, una escisión, producto de una disputa generacional que se produce entre los "viejos militantes" de los años setentas (ligados con el PRT) y los más jóvenes; quienes desarrollan el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Florencio Varela y comienzan a compartir las definiciones características de los movimientos autónomos.
10 Entre las organizaciones de base que desarrollaron su accionar en la zona a fines de los años sesentas y comienzos de los setentas, podemos nombrar a: sectores del peronismo de base (PB) u otros grupos peronistas con trabajo barrial, experiencias ligadas al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y la Teología de la liberación, grupos vinculados a organizaciones comunistas o trotskistas más grandes, comisiones internas de fábrica que luego integrarán lo que se conoció como Coordinadoras Fabriles, entre otras. Para ampliar este punto, ver Pozzi (1994). Sobre este tema, y para profundizar acerca de la toma de tierras y los asentamientos en 1981, ver Vommaro (2006 y 2007).
11 Para profundizar sobre los orígenes de este MTD, remitirse a la nota 9.
12 Es significativo señalar que el barrio Villa Corina se encuentra en los límites del partido de Avellaneda, lindante del partido de Lanús.
13 El nombre Movimiento de Trabajadores Desocupados, se crea en el contexto de una movilización a Plaza de Mayo realizada el 1ro de mayo de 1996, en la que participa, entre otros, el grupo de Villa Corina. Esa fecha es central, no solamente por la invención de un nombre común, sino además por la posibilidad que abrió esta movilización conjunta para empezar a tomar algunas definiciones comunes y todavía un tanto generales. El nombre mismo expresaba la voluntad de construir, entre los diferentes grupos de militantes, movimientos de base, donde se reivindicara la condición de trabajadores de los desocupados (de ahí el hecho de que se autodenominen como trabajadores desocupados) y que apuntaba a tener un carácter movimientista. Esto último era evaluado por los militantes y las militantes como un aspecto que favorecía la vinculación entre las diferentes experiencias desarrolladas en los distintos barrios, puesto que no había un núcleo político o una identidad política del todo clara.
14 El Polo Social se conforma como producto de una articulación entre militantes provenientes del Frepaso, del socialismo, del partido intransigente, del sindicalismo disidente (Movimiento de los Trabajadores Argentinos) y del partido justicialista, entre otros.
15 Las ideas presentadas acerca del proceso de toma de tierras que dio lugar a la conformación del asentamiento y a las posteriores tomas impulsadas por el MTD, fueron analizadas por Vázquez y García (2007).
16 Debemos señalar que durante el primer año el nombre que se adoptó no fue el de Movimiento de Trabajadores Desocupados, sino que se bautizó como "Comisión Vecinal de Desocupados". Esto tuvo que ver, por un lado, con el hecho de que, para el grupo de jóvenes militantes, la idea de "movimiento" les resultaba demasiado grande a esa altura, cuando sólo eran un puñado pequeño de activistas. Por otro lado, porque debido a los procesos organizativos previos en el barrio (especialmente las tomas de tierra), plantearse o definirse a sí mismos como Movimiento de Trabajadores Desocupados suscitaba desconfianzas e intrigas ligadas con que para los vecinos y vecinas la política aparecía como expresión del clientelismo o del tipo de prácticas más características del municipio en el plano barrial. Por eso, fue un año mas tarde cuando -luego de la realización de un nuevo proceso de tomas y de una vinculación mayor entre militantes y vecinos- tomaron el nombre de MTD Lanús.
17 Es interesante mencionar que tras el impulso de las tomas, desarrollado en las etapas iniciales del movimiento, las tomas de tierra se incorporaron al repertorio de confrontación del MTD. En efecto, en 2002 se impulsó una segunda toma en el "Anexo" (sobre 116 terrenos). En el año 2004 se produjo otra toma de un galpón a un puntero político en uno de los barrios en que tenía inserción territorial el MTD (La Torre), en el cual no había un espacio común para el funcionamiento de las actividades cotidianas del mismo.
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- Referencia
Pablo Vommaro y Melina Vázquez, "La participación juvenil en los movimientos sociales autónomos de la Argentina. El caso de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs)", Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Manizales, Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Cinde, vol. 6, núm. 2, (juliodiciembre), 2008, pp. 485-522. Se autoriza la reproducción del artículo, para fines no comerciales, citando la fuente y los créditos de los autores.