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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Print version ISSN 1692-715XOn-line version ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.7 no.2 suppl.1 Manizales July 2009

 

 

Segunda Sección: Estudios e Investigaciones

 

 

Universitarios y universitarias de México y el cuerpo simbólico como construcción de género*

 

Universitários e universitárias mexicanos e o corpo simbólico como construção de gênero

 

Mexican male and female college students and the symbolic body as gender construction

 

 

Martha Patricia Zarza Delgado

Profesora de carrera de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la U.A.E.M. Doctora en Ciencias Sociales. Correo electrónico: mpzd@hotmail.com

 

 

Primera versión recibida abril 15 de 2009; versión final aceptada agosto 31 de 2009 (Eds.)


 

Resumen:

El objetivo de este trabajo de investigación es el estudio de los mensajes de género transmitidos a partir de la estética del cuerpo, su adorno y sus movimientos entre la población juvenil universitaria de la ciudad de Toluca. A partir de entrevistas en profundidad y observación participante, identifico que el cuerpo se vuelve un medio simbólico a través del cual los jóvenes y las jóvenes de este estudio muestran ciertas relaciones de poder entre lo femenino y lo masculino, de manera diferenciada dependiendo del estilo juvenil al que se adhieren. En este sentido, encuentro múltiples y variadas posturas que en ocasiones parecen aceptar y en otras impugnar el orden social de género que los controla.

Palabras clave: juventud, género, cuerpo simbólico, identidades juveniles.


Resumo:

O objetivo deste trabalho de pesquisa é estudo das mensagens de gênero transmitidas a partir da estética do corpo, seu ornamento e seus movimentos na população juvenil universitária da cidade de Toluca, México. A partir de entrevistas em profundidade e da observação participante, identifica-se que o corpo torna-se um médio simbólico através do qual os jovens e as jovens deste estudo apresentam relações de poder entre o feminino e o masculino, de uma maneira diferenciada dependendo do estilo juvenil ao qual se aderem. Neste sentido, há múltiplas e variadas posições que em ocasiões parecem aceitar e em outras impugnar a ordem social do gênero que as controla.

Palavras-chave: juventude, gênero, corpo simbólico, identidades juvenis.


Abstract:

The aim of this research is to study the gender messages transmitted from body aesthetics, its adornment and its movements in the juvenile college population in the city of Toluca, Mexico. From in-depth interviews and participant observation, the body is identified as a symbolic means through which both male and female youths participating in this study show certain power relationships between feminine and masculine. These relations are distinct depending on the juvenile style they adhere to. Accordingly, there are multiple and varied stands that sometimes seem to accept and sometimes to challenge the gender that controls them.

Keywords: youth, gender, symbolic body, juvenile identities.


 

1. Introducción

 

En nuestra sociedad, ser o sentirse hombre o mujer depende en gran medida de la manera en que se percibe, se vive y se expresa lo corporal, de tal forma que se debe entender que las nociones de masculinidad y feminidad que tienen los jóvenes y las jóvenes, se encuentran directamente relacionadas con ciertos atributos o características del cuerpo, la forma en que éste se presenta, es decir su apariencia y, por supuesto, su comportamiento.

A través de la imagen que proyectan las personas jóvenes con su cuerpo, su estilo de peinado, el tipo de ropa que emplean, la manera de combinarla, su gestualidad o corporalidad, aunada a los diversos accesorios como pueden ser relojes, pulseras, aretes, collares, cinturones, entre muchos otros, crean una imagen masculina o femenina particular, con un determinado estilo que les permite adherirse a alguna "tribu juvenil" específica.

En la conformación de su autoimagen, estos jóvenes y estas jóvenes consumen, asimilan y reinterpretan una serie de signos que les ofrece un mercado global a través de diversos medios masivos de comunicación y que sirven para distinguirse y excluir a otros. De tal manera que el cuerpo se convierte en un espejo social a través del cual se clasifica a los individuos por su género, su apariencia, su comportamiento y sus consumos culturales, asignando así un conjunto de significados y valores que los ubican dentro de alguna clasificación social específica a través de la cual su tránsito por los diversos espacios sociales, públicos o privados, encontrará barreras u oportunidades desiguales.

Bajo esta perspectiva, en este artículo muestro que el cuerpo funciona como un sistema de símbolos a través del cual los jóvenes y las jóvenes universitarios de este estudio, envían mensajes concretos sobre los ideales que tienen de la feminidad y de la masculinidad, reflejando con ello una construcción social de poder específica entre lo masculino y lo femenino.

 

2. Metodología

Los jóvenes y las jóvenes de México conforman un grupo de la población numéricamente importante que se caracteriza por ser un sector heterogéneo con características y necesidades diversas. Dentro de esta diversidad se encuentra el grupo de la juventud universitaria, de la que es preciso ampliar nuestro conocimiento ya que hoy por hoy se trata de una población poco estudiada. De manera más específica, parece existir escasa información relacionada con el análisis de las diferencias tradicionales de género en el micronivel de los cuerpos; por eso considero importante entender cómo las concepciones de género se encarnan en los cuerpos de los jóvenes y las jóvenes universitarios, y al hacerlo implican determinadas prácticas y actitudes.

Bajo esta perspectiva, el objeto de estudio de este proyecto de investigación es el análisis de los mensajes de género entre la población juvenil universitaria de la ciudad de Toluca. Se enfoca únicamente en aquellos mensajes de género que se perciben a partir de la corporalidad de dicha población joven, centrándose en la semiótica del cuerpo, su adorno y sus movimientos.

La población de estudio donde surgen los datos que presento en este documento, estuvo conformada por jóvenes de ambos sexos, de entre 18 y 23 años, estudiantes universitarios, solteros y solteras, que viven en casa de sus padres y madres1 y que habitan en la ciudad de Toluca. Dicha población pertenece a una de las dos instituciones de nivel superior más grandes de la ciudad de Toluca: el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (Itesm) y la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM).

La selección de la muestra la llevé a cabo de una manera intencional, bajo un diseño transversal,2 escogiendo casos similares para describir o conocer a profundidad las percepciones que tienen los jóvenes y las jóvenes universitarios sobre el tema particular de estudio. Es decir, en el presente proyecto de investigación no pretendo asegurar la representatividad estadística de los casos analizados, sino más bien conocer en profundidad un número limitado de casos. Para tal efecto, empleé la etnografía como método de investigación ya que, según lo señalan Hammersley y Atkinson (1995), a partir de este método holístico se procura obtener un entendimiento detallado de las circunstancias de un pequeño grupo de sujetos de estudio. Se distingue por ser descriptivo e interpretativo; descriptivo, porque a través de la descripción detallada y exhaustiva se conoce a los sujetos y lugares del estudio, e interpretativo porque quien investiga debe determinar el significado de lo que observa y escucha. En este sentido, las dos técnicas empleadas fueron la observación participante y las entrevistas en profundidad.

Según lo señala Hermo (1998), una cosa son las verbalizaciones y respuestas a preguntas, y otra las acciones de la gente joven; es por eso que la investigación basada solamente en la verbalización muestra desventajas metodológicas que evidencian la necesidad de investigaciones más profundas en las cuales se antepongan técnicas que aporten con un mayor detalle los valores que se manifiestan en las acciones y en la vida cotidiana, por lo que para captarlos en su entorno, quien investiga tiene que convivir con los actores sociales.

Por tal razón, consideré importante el empleo de las entrevistas en profundidad y la observación participante, pues las primeras, según Ortiz (2003), consisten en encuentros cara a cara entre quien investiga y los informantes o las informantes, encuentros dirigidos hacia la comprensión de las perspectivas que tienen quienes informan, con respecto a su vida, experiencias o situaciones, tal como lo expresan con sus propias palabras. La segunda consiste en que quien observa se vuelve temporalmente miembro del grupo observado, de tal forma que además de la presencia física, comparte experiencias de vida, involucrándose en el mundo social y simbólico de los sujetos observados, conociendo sus convenciones sociales, sus costumbres, su uso del lenguaje y su comunicación no verbal (Robson, 1997; Hammersley & Atkinson, 1995). Es así como a partir de estas dos técnicas de investigación contrasté las palabras y los actos de los jóvenes y las jóvenes con relación al tema de estudio, y en esto precisamente radicó su pertinencia.

Los sitios de observación elegidos fueron aquellos en donde la gente joven tiene la posibilidad de encontrarse e interactuar cara a cara con sus pares y/o semejantes, evidenciando a través de su corporalidad, más que los discursos, una serie de prácticas recurrentes a través de las cuales muestran determinados valores de género.Dichos lugares consistieron en los espacios de reunión en la propia institución educativa, las plazas públicas y los antros más populares entre este grupo de jóvenes.

Las entrevistas las realicé de forma individual y a manera de conversación con doce jóvenes universitarios y universitarias, seis mujeresy seis varones. Busqué obtener respuestas en forma de narraciones, descripciones y opiniones. Las participaciones se hicieron de manera voluntaria y garantizando siempre el anonimato, razón por la cual los nombres asignados a quienes participaron no son los reales.

 

3. Construcción social de poder entre lo masculino y lo femenino

En lo que respecta al poder, Meza (2006) señala que éste consiste, fundamentalmente, en la posibilidad de decidir sobre la vida del otro, en la intervención con hechos que obligan, circunscriben, prohíben o impiden. Por su parte, Foucault (1992) afirma que el poder no se limita al mantenimiento o reproducción de ciertas relaciones económicas; es ante todo una relación de fuerza que reprime. El poder puede reprimir la naturaleza, los instintos, a una clase, a los individuos. De tal manera que esta relación de fuerza conlleva una relación de dominación que se ejerce siempre en una determinada dirección, con los dominadores o dominadoras de una parte, y los dominados o dominadas de otra. Sin embargo, en esta relación de poder, tal como lo señala Serret (2001), no es el sujeto poderoso quien funda la relación de dominación, más bien se trata de una situación propiciada por un orden social que le preexiste y que origina jerarquías simbólicas en donde a veces resulta difícil saber con certeza quién tiene el poder; pero lo que sí es claro es quién no lo tiene. Por eso en determinados momentos históricos las mujeres, los prisioneros, los jóvenes, los homosexuales, por mencionar algunos, han iniciado una lucha específica contra una forma particular de poder, de imposición, de control que se ejerce sobre ellas y ellos.

Bajo esta perspectiva, la jerarquía es uno de los principales elementos constitutivos del orden simbólico, ya que éste opera mediante la distinción, la regulación, el establecimiento de límites y la organización, tanto en la construcción del mundo cultural como del sujeto. De tal manera que las jerarquías no sólo son constitutivas simbólicas de las identidades, sino que también son la base de las diversas estructuras en que se producen y regulan las prácticas sociales. En este sentido, el poder es la puesta en acto de las jerarquías definitorias de identidades sociales, y son las asociaciones tradicionales las que legitiman sus estructuras jerárquicas y con ellas sus relaciones de dominación, al atribuirles una procedencia sobrenatural y eterna que las hace aparecer como efecto del "orden natural de las cosas" (Serret, 2001).

Una de las múltiples formas de dominación se percibe en la distribución desigual de poder que según Breilh (1999) existe entre hombres y mujeres en sociedades inequitativas. No sólo del poder que controla la propiedad y el uso de las riquezas materiales, sino del poder que se requiere para definir y expandir la identidad, los proyectos y hasta los sueños. Por eso la autora señala que la base objetiva sobre la que descansa el patriarcado es fundamentalmente el control que los hombres ejercen sobre distintas formas de poder, tanto el poder de control sobre los bienes materiales, como el que se aplica para moldear las ideas, los valores, las formas de subjetividad, las organizaciones, los conceptos científicos, y hasta los proyectos de vida y sociedad.

En este sentido, Serret (2001) afirma que la subordinación de las mujeres se percibe como el resultado de un conjunto de prácticas sociales que se organizan y se reproducen intencionalmente por los sujetos beneficiados, como parte de un proyecto por conservar un sistema de dominación, lo cual implicaría la noción del poder como atributo. Quienes lo poseen, dominan a quienes no lo poseen, y el interés de los primeros está en conservarlo, sea como un medio para mantener otros intereses, sea como un fin en sí mismo.

El poder así pensado puede imponerse, en primera instancia, por la violencia (o por la amenaza del uso de la misma), lo cual implicaría que quien tiene el poder y lo conserva es más fuerte que quien no lo tiene, pero también puede imponerse por el adoctrinamiento o ideologización de quien o de quienes se domina, que en última instancia implica el engaño. Así, quien o quienes sufren los efectos del poder no se dan cuenta cabal de la dominación de que son objeto y de sus propias posibilidades para subvertirla (Serret, 2001).

Bajo esta perspectiva, la construcción de ideas y valoraciones acerca del cuerpo y la sexualidad entre las mujeres de nuestra sociedad, se encuentran inmersas en escenarios históricos con complejas relaciones de poder cuya principal característica probablemente es, según lo afirma Bourdieu (1998), que no siempre se imponen con la evidencia de la obviedad debido a su carácter simbólico. Es decir que, debido al adoctrinamiento o ideologización que han recibido por diversos medios, las mismas mujeres aplican a cualquier realidad y, en especial, a las relaciones de poder en las que están atrapadas, unos esquemas mentales que son el producto de la asimilación de estas relaciones de poder que reflejan lo que el autor denomina la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento.

De tal forma que si bien existen muchos ámbitos sociales en donde se ha conseguido romper el círculo del refuerzo de dominación masculina generalizada, tales como un mayor acceso a la enseñanza superior o al trabajo asalariado, estos cambios visibles de las condiciones femeninas ocultan ciertas permanencias en las posiciones relativas del poder, en donde sigue existiendo dominación masculina, pero ubicada en un plano más bien simbólico, lo cual no le quita su carácter arbitrario y su estatus de problema concerniente a la colectividad. Para que el poder se pueda considerar legítimo en las estructuras modernas, según lo comenta Serret (2001), se debe acudir a los argumentos de cientificidad, racionalidad y consenso que permitan vislumbrar que las diversas desigualdades existentes a nivel social no son obra de la naturaleza, ni designio de Dios, sino producto de un ordenamiento humano, artificial, y por lo tanto contingente y cambiante.

Es importante señalar que las construcciones sociales de poder entre géneros se han forjado, difundido y mantenido, en gran medida, gracias a una incitación constante en la producción de discursos sobre el tema, que forman parte de un creciente y complejo dispositivo de control sobre los individuos, especialmente sobre los jóvenes y las jóvenes, basado en la producción e imposición de identidades genéricas que se promueven a través de diversos medios y que se arraigan en el mundo de lo simbólico.

En este sentido, se puede aceptar que existe, tal como lo señalan Weeks (1998), Cabrera (2004), y Moreno (2004), una cierta institucionalización de la heterosexualidad. Es decir, que al parecer sólo existen dos únicos lugares de referencia desde los que se habla de relaciones de poder entre géneros. Bajo esta perspectiva, tal como los señala Cabrera (2004), existirían dos tipos de personas con identidades diferenciadas (aquello que se define como masculino y femenino) exclusivas y excluyentes, concibiendo la identidad de género como una dicotomía, de la que se derivan juicios de valor por considerar "desviado" todo aquello que no se adapta a los roles esperados para unas y otros.

Cabrera afirma que no se puede negar la existencia de diversas formas de ser hombre o mujer, que no necesariamente se corresponden con las etiquetas socialmente construidas de lo masculino y lo femenino. Sin embargo, tal como lo señala Moreno (2004), la angustia ante una posible ambigüedad de identidad de género, refleja una preocupación más amplia por conservar las categorías simbólicas y la organización jerárquica del sistema social.

Moreno (2004) sostiene que se debe eliminar la visión tradicional de género, fundamentada en la heterosexualidad; se debe incluso renunciar a la idea de que existe un continuum cuyos extremos son los tipos masculino y femenino puros, y empezar a considerar que el género se conceptualiza mejor como puntos en un espacio multidimensional, lo cual significa que se pueden encontrar distintos niveles de masculinidad y feminidad.

 

4. Estilos juveniles universitarios

A lo largo de las entrevistas entre estudiantes universitarios de la ciudad de Toluca, encontramos que los jóvenes y las jóvenes reconocen diversos estilos que se diferencian por su forma de vestir y peinar, por su comportamiento, su lenguaje, sus gustos musicales, el uso de ciertos bienes de consumo, etc. De tal manera que definen algunos estilos juveniles tales como los fresas, los pandrosos, los darketos, los "wannabe" y los "pachi fashion". Algunos de estos estilos también se identifican en el estudio que hacen Urteaga y Ortega (2004) sobre identidades juveniles en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, campus Ciudad de México, titulado "Identidades en disputa: Fresas, wannabes, pandros, alternos y nacos".

Tal como lo señala Feixa (1998) al afirmar que a través de las culturas juveniles se pueden establecer diferencias entre estratos distintos de jóvenes, los fresas, justamente se asocian a un estatus económico y social alto que generalmente se contrapone a los llamados nacos. El estilo de los fresas, hombres y mujeres, se identifica porque se preocupan mucho por su aspecto físico y por estar siempre a la moda en cuanto a vestimenta y peinado se refiere, es decir, que son más fashion, como lo dice Samantha al referirse a la imagen de un grupo de jóvenes: "son como más fresitas, o sea como que más a la moda, tratan de sobresalir entre los demás... son como que más estéticos ¿no? En el cuerpo". Sobre el peinado Carmen señala: "las fresas son las que traen rayos y traen el cabello así superplanchado y así como peinado de salón y los hombres fresas me parece que son muuy, muuy vanidosos, podría decirse que son como los que ahora les dicen, ¿cómo les dicen? Los metrosexuales, ¿no?" Para Gregory los fresas son "los chicos fashion, así de los que se preocupan más por su apariencia, por los lentes de sol, se nota así en cuanto a la imagen, como pulcritud o cuidado de su imagen".

Por su parte, los jóvenes y las jóvenes que pertenecen al estilo pandroso, en palabras de Gregory "usan así los pantalones todos aguados, todos rotos o que les vale su apariencia y andan todos cochinitos y les da igual si visten con ropa de marca, el chiste es traer algo puesto y ya, es así como esa actitud".

Los darketos son aquellos que usan colores muy contrastantes, blancos y negros principalmente y que sin importar si se trata de un hombre o mujer, se pintan las uñas y los labios de negro, se dejan el cabello lacio largo o se lo peinan con picos hacia arriba con mucho gel y, según lo menciona Carmen, "usan unos anillotes grandototes, así como de, parecen como de armadura porque hasta se doblan, hay unos que son como unos dragones, calaveras, que usan hombres y mujeres y son bien toscos".

Los wannabes son los que sin tener los medios para ser fresas quieren aparentar serlo y se dedican a imitarlos en su forma de hablar, de actuar y tratando de vestir a la moda pero sin ropa de marca. Por su parte, los pachi-fashion, como los describe Gregory, "son así como hijos de familia que se quieren ver así como pandrositos, pero con toda la ropa de marca y todo muy fashion, pero pandrosos, o sea así todos desaliñados, pero todo de marca".

Sin lugar a dudas, el estilo juvenil hegemónico es el de los fresas3 y a partir de ellos parecen surgir muchos de los otros estilos que portan los jóvenes y las jóvenes participantes. Sería el caso específico de los pandrosos, los pachifashion y los wannabes. Los dos primeros con un cierto deseo de rechazo ante la postura de los fresas y los últimos con el deseo de asemejarse lo más posible al colectivo de los fresas. Además se perciben entre estos estilos juveniles diferentes niveles de legitimidad dentro de ciertas categorías de pertenencia, como los pandrosos y los fresas, quienes se asumen como auténticos, mientras que a los pachifashion y a los wannabes los identifican como ilegítimos.

Ante la aparente predominancia del estilo fresa entre la juventud universitaria tanto del Itesm como de la UAEM, es importante hacer énfasis en el hecho de que, si bien en general los estudios universitarios son costosos, hay algunas áreas académicas en particular a las que no sería posible dedicarse sin un patrimonio, como el caso de los estudios de Arquitectura y Diseño. En este sentido, puede existir una cierta unificación en cuanto a la procedencia social de los jóvenes y las jóvenes universitarios entrevistados y los que se observaron en los espacios académicos, y por tal razón percibir más jóvenes de estilo fresa sobre otros estilos juveniles.

Después de los fresas, otro de los estilos juveniles que sobresale en los diferentes lugares de socialización juvenil es el de los denominados pandrosos. Con relación a este estilo en particular, también parecen existir los "auténticos" y los "aparentes". Los primeros los encontraríamos principalmente en la UAEM y los segundos en el Itesm, pues son aquellos que portan un estilo pandroso pero en muchos casos con ropa de marca y se les identifica como "pachi-fashion". En mucho menor medida que los pandrosos, se identifican a los darketos, y se encuentran básicamente en la UAEM. Según Valenzuela (2002), estos estilos parecen buscar sus propios espacios de identificación e impugnación a las visiones dominantes, cuestionando de diversas maneras (la forma de vestir y de peinarse, la música y el consumo de ciertos bienes son algunos medios empleados por ellas y ellos) el estilo de vida "plástico" ofrecido por el mercado globalizado de consumo y bajo el cual se encuentra el estilo fresa.

En términos generales, de acuerdo con lo que se percibió tanto en las entrevistas como en la observación participante con estudiantes universitarios y universitarias de las áreas de Arquitectura y Diseño del Itesm, campus Toluca y la UAEM, tal parece que, por un lado, existe cierta homogenización en los estilos juveniles que tienden hacia el denominado fresa, el cual se percibe como el grupo juvenil hegemónico por ser la imagen que más se promueve a través de diversos medios de comunicación. Sin embargo esta aparente homogenización desencadena entre los mismos jóvenes universitarios y universitarias una variada fragmentación de estilos. Algunos surgen de un deseo especial de afiliación a este grupo en particular, en algunos casos incluso a pesar de no tener los medios económicos para lograr un estilo "auténtico".

Pero también surgen estilos con un deseo específico de ostentar una diferencia abierta en contra de la imagen fresa y percibimos entonces, por ejemplo, al grupo de los pandrosos y los darketos. Bajo esta perspectiva, tal pareciera que, como dice Lipovetsky (1990), ya no son forzosamente las normas colectivas las que se imponen al yo, sino el yo el que se adhiere deliberadamente a ellas, por voluntad privada de asimilarse a tal o cual grupo, por gusto individualista de ostentar una diferencia o por deseo de tener una comunicación privilegiada con cierto grupo.

En este sentido, es importante recordar que, según Feixa (1998), las personas jóvenes no acostumbran a identificarse siempre con un mismo estilo, sino que reciben influencias de varios y a menudo construyen un estilo propio. Pero también hay que enfatizar que aunque en cada momento histórico convivan diversos "estilos" juveniles, normalmente hay uno que se convierte en hegemónico y generalmente es en el que, tal como lo señala Pérez (2002), la sociedad deposita su total confianza como instrumento del "progreso" social; y aquellos que se alejan de esta imagen hegemónica la sociedad suele percibirlos como un sector marginal y hasta peligroso para la paz social. Bajo este contexto de heterogeneidad social, en donde se perciben ciertos conflictos por la moral pública, se encuentran relaciones de poder asimétricas entre los diversos colectivos juveniles.

 

5. Estética corporal

Entre las diferencias en la estética corporal femenina y masculina para los sujetos jóvenes entrevistados, resalta el ideal femenino de la delgadez y el masculino de la fuerza. Particularmente notorio entre los comentarios de los participantes y las participantes del estudio, es el código de belleza femenino que valora de manera importante la esbeltez, la cual no sólo expresa una estética apreciada por sus formas, sino que es también la manifestación de una vida saludable en cuanto a la forma de alimentación y al ejercicio, mostrando el autocontrol y la disciplina.

Bajo esta perspectiva, los hombres parecen percibir a la mujer obesa como carente de voluntad, culpable por no saber dominarse; puede ser catalogada como descuidada y su condición física puede afectar la posibilidad de conseguir pareja o incluso de ser feliz, tal como lo sugiere Charles cuando comenta:

    Digo también luego ves unas gorditas que dices ¡oye cuídate! digo, yo una vez también me vi bien víbora, pero estaba aquí en la cafetería y estaban dos chavas, las dos gorditas, y así ay no manches, estaban comprando unas tortas y ellas así ¡ay es que no manches ya comí pero todavía tengo más hambre, voy a comer! y yo así de ¡no manches! cuídate. Porque siento también que hasta igual, pueden ser felices, pero, pues no sé, igual y es una chava que si estuviera delgada estaría guapísima y la ves y dices nada más adelgazas y te pones como quieres, porque tiene bonita cara o algo así la chica. Yo por ejemplo me pongo a pensar que los hombres buscamos chicas así atractivas y ellas cómo van a tener eso o algo, si se trata en cuestión de buscar pareja o algo así, o también de sentirse bien, yo me imagino si están en la playa como se sentirán andando con su barriga a que pase una chava así con su mega cuerpazo y todos la volteamos a ver.

Pero tal parece que el control que se ejerce sobre las jóvenes, a través del cuerpo, cada vez les exige estándares más altos a cubrir, es decir, no basta con ser únicamente delgada, además se debe tener un cuerpo "bien formado". Por lo menos así se aprecia en los comentarios de los jóvenes y las jóvenes entrevistados quienes aclaran que, si bien la esbeltez femenina es altamente valorada, ésta debe alejarse de la estética "espárrago"4, la cual es lo contrario a las descripciones que repetidamente hace la gente joven sobre el cuerpo de la mujer que consideran debe ser esbelta, pero "escultural", "con curvas", "bonita silueta", "bien formada", de lo contrario también puede representar una limitante para conseguir pareja o un factor de burla, sobre todo por parte de los varones. Así lo sugiere Jennifer cuando comenta: "yo escucho a los hombres que cuando ven así a una flaca, flaca dicen ¡ay pobrecita, qué le van a agarrar! "

Ante estas valoraciones sociales hacia la estética corporal femenina, los hombres y mujeres entrevistados no juzgan su físico respectivo con la misma severidad. Tal parece que las críticas estéticas que las mismas mujeres hacen sobre ellas, detectan la más mínima imperfección del rostro o del cuerpo; es el físico femenino en su conjunto lo que parece generar inquietud y deseo de "mejorarlo" o embellecerlo. Las mujeres de este estudio se muestran mucho más descontentas de su cuerpo que los hombres. Tal como lo señala Lipovetsky (1999), mientras ellos parecen deformar más bien positivamente la imagen de su cuerpo, las mujeres tienen tendencia a deformar la visión de su cuerpo en sentido negativo. Por ejemplo Delia y Yanina, respectivamente comentan: "bueno lo primero que yo siempre he dicho es que tengo que bajar de peso", y Yanina comenta: "Al principio me estorbaba (se refiere a la gordura) o sea por las propias barreras mentales que yo tenía, que no sentía que mi cuerpo fuera estético". Por otro lado, Samantha y Jennifer señalan lo siguiente: "Por ejemplo antes, en la secundaria, tenía muchos barritos, todavía más, y eso para mí fue un problema [...] y no me gustan mis piernas de pollo, están muy flaquitas, aunque hago ejercicio, es difícil engordarlas"; y Jennifer dice "Yo siento que tengo mucho pecho y a mí no me gusta tener tanto".

Estas valoraciones del cuerpo entre los jóvenes universitarios del estudio parecen ser menos marcadas dependiendo de la pertenencia a un estilo juvenil particular. De tal forma que, según las "tribus juveniles" que se identificaron en el presente proyecto, encontramos que las jóvenes y los jóvenes considerados fresas son quienes más parecen apegarse a la estética de la esbeltez con un cuerpo "bien formado", en el caso de las mujeres, y "marcado" en el caso de los hombres. En el extremo opuesto estarían las jóvenes y los jóvenes "pandrosos", quienes no parecen mostrar un interés especial por moldear su cuerpo y utilizarlo como un medio para reforzar su masculinidad o feminidad; más bien parecen procurar esconderlo o disimular la figura lo más posible con la ropa, caso contrario a los fresas quienes emplean la ropa como un medio para resaltar sus atributos físicos. Por su parte, las jóvenes y los jóvenes darketos suelen ser extremadamente delgados, sin preocuparse mucho por una figura que resalte las "formas" femeninas y la musculatura masculina.

Aunado a la esbeltez y a un cuerpo "bien formado", existen otras características estéticas tales como ser altos, rubios y tener tez blanca,5 lo cual en su conjunto brinda mayores ventajas en aspectos tales como la conquista sexual, la socialización y el trabajo, principalmente para las mujeres. De tal forma que quienes se alejan de estas características corporales, se enfrentarán a discriminación y desigualdad. Así lo comentan los sujetos jóvenes participantes:

    Desafortunadamente sí importa el cuerpo, por ejemplo en un trabajo, creo que obviamente, o sea si llega una persona alta, güera... a uno chaparrito, morenito y pues que no llame tanto la atención como el otro, pues yo creo que sí es más fácil (Delia).

    Sí, yo digo que sí importa el cuerpo, en las mujeres yo digo que es más marcado que en los hombres, simplemente para conseguir trabajo, siempre escogen a la muchacha que está más delgadita, más bonita, tiene mejor cuerpo, está mejor formada. Para mi forma de ver, según lo que yo he visto, yo creo que una mujer bonita, con características de revista, consigue trabajo más fácil que otra que no tenga esas características y más en empresas que tienen una jerarquía más alta (Javier).

    Por ejemplo el acceso a un antro o una discoteca... a lo mejor una persona alta, delgada, ojo claro, tez blanca, hombre o mujer, le da más ventajas (Jesús).

La belleza física, bajo los cánones que los mismos jóvenes y las mismas jóvenes describieron, parece no tener el mismo sentido social en el hombre que en la mujer. Aparentemente para algunas personas jóvenes la belleza femenina realza el valor y el estatus de los hombres, de tal forma que a un hombre acompañado de una mujer guapa se le considera más inteligente, más importante, más varonil, que si aparece al lado de una mujer poco agraciada; de alguna manera así lo sugieren los comentarios de Jennifer y Jesús respectivamente: "ellos se fijan más en eso, cuando ellos escogen a su pareja, siento que se fijan mucho en eso (se refiere al cuerpo) como para decir yo soy mejor y traigo una chava muy guapa y tú no"; por su parte Jesús señala: "O sea eso entre los amigos, cuando eres joven, eso de traer una chava bien guapa como que te da cierta jerarquía ¿no? Así como: miren traigo una novia bien chida y cosa así". Esta situación también se evidencia cuando los jóvenes y las jóvenes mencionan los aspectos que consideran importantes al momento de elegir una pareja, siendo las características físicas las más recurrentes. En este sentido, Javier señala que para él lo más importante es "su cintura y su forma de caminar, debe tener cierto movimiento [...] sus labios, me gusta que se vean carnuditos, suavecitos y sus ojos, las pestañas, de esas pestañas grandes y chinas y la nariz me gusta así chiquita, boludita".

No parece ocurrir lo mismo en el caso de la mujer, es decir, la imagen de la mujer no se beneficia en algo por el atractivo del hombre que la acompaña. Por eso ellas suelen valorar más otros aspectos del varón, que no se limitan a su belleza física. Así lo muestran algunos comentarios como el de Carmen quien señala que los aspectos que más le interesan de un hombre en el momento de elegir pareja son "que sea alguien con quien pueda platicar [...] y que me parezca una persona interesante y que pueda como aportar algo más, igual que pueda yo aprender algo de él y así como compartir".

Sin embargo, estas diferentes apreciaciones entre hombres y mujeres parecen variar en cierta medida dependiendo del estilo juvenil al que se pertenezca. Por ejemplo, el grupo de las denominadas fresas tienden a aceptar que también las seduce el físico de los hombres, o por lo menos algunos aspectos de su físico tal como se aprecia en los comentarios de Delia y de Jennifer:

    A mí me gusta que [...] no tengan granos (se ríe) y que no les huela la boca, que los dientes no los tengan feos, o sea así amarillos (Jennifer).

    Que sea más alto que yo y que sea delgado, no flaco, pero bien formado, marcado (Delia).

    De igual forma, los sujetos jóvenes que pertenecen al estilo juvenil pandroso tienden a mostrar mayor interés en otros aspectos de la mujer que no se limitan exclusivamente a la belleza física; tal es el caso de Gregory, quien señala: "Pues yo creo que sea auténtica, que si actúa de tal forma sea realmente por sus convicciones, no por seguir a un grupo en particular o algo así, sino porque realmente está convencida" (Gregory).

Si como dice Le Breton (1992), el cuerpo es solamente un revelador, un buen pretexto para poner sobre el tapete un análisis del poder en las sociedades modernas, entonces, en términos generales, en este apartado sobre la estética corporal de hombres y mujeres jóvenes, independientemente del estilo juvenil, parece evidenciarse cierta desigualdad de género, ya que la construcción de ideas y valoraciones acerca del cuerpo parece ejercer mayor presión a las mujeres que a los varones. Es decir, los sujetos jóvenes entrevistados muestran que en las determinantes de la estética corporal, los varones son los menos afectados, pues las prescripciones para las mujeres son mayores. Por ejemplo, en lo concerniente a una figura esbelta y "bien formada" como uno de los patrones de belleza femenina, se percibe como un medio a través del cual se genera cierta inseguridad y desconfianza en las jóvenes. Por lo menos así se aprecia en el aparente descontento o inconformidad de las mujeres participantes del estudio respecto de su cuerpo. Es así que, tal como lo señala Lipovetsky (1999), parece que se pretende centrar gran parte de las energías de las mujeres en preocupaciones estéticas, de tal forma que el culto de la belleza funcionaría como una policía de lo femenino, un arma destinada a detener su progresión social. Así, la presión estética permitiría reproducir la subordinación tradicional de las mujeres con respecto a los hombres, manteniéndolas en una condición de seres que existen más por su apariencia que por su "hacer social".

Todavía más, estas prescripciones estéticas del cuerpo de alguna manera parecen determinar el progreso social de la mujer a jerarquías estéticas construidas por grupos dominantes, de tal manera que puede impulsar, por decirlo de alguna manera, a las mujeres "más favorecidas" a hacer uso de su cuerpo para situarse socialmente, y por otro lado someter a las "menos favorecidas" a posibilidades de discriminación social.

De igual forma, el hecho de que los hombres valoren de manera especial la belleza femenina porque les significa una mayor valoración social de su persona, parece ubicar a la mujer no sólo en el papel de objeto decorativo sino como una especie de patrimonio que le otorga al hombre status pero a ella le brinda poca posibilidad de acción intelectual y nuevamente la coloca en una posición inferior de poder.

Al parecer, el funcionamiento de la estética creada desde el poder como una norma corporal implícita, adquiere la forma de ideal y constituye estándares a través de los cuales se mide el éxito o el fracaso de las personas. A pesar de que las valoraciones de las identidades no se encuentran establecidas o institucionalizadas en algún lugar en nuestra sociedad, la imagen hegemónica del cuerpo adquiere la connotación de ideal y como tal parece interiorizarse en los sujetos y organizar el flujo en las interacciones cotidianas. Es decir que, en palabras de Piña (2004), la estética del cuerpo-imagen opera como una norma corporal implícita bajo la etiqueta de ideal.

Sin embargo, también se percibe que algunos de los sujetos jóvenes entrevistados se colocan en posiciones de confrontación ante lo antes descrito, y muestran en sus prácticas cotidianas y en su discurso ciertos valores que asumen como una forma de resistencia a las imágenes culturalmente dominantes con relación a las valoraciones y manejo de la estética corporal.

En este sentido, los jóvenes y las jóvenes pertenecientes a los estilos juveniles denominados pandrosos y darketos parecerían simbolizar, a través de su cuerpo, una cierta oposición a los cánones de belleza imperantes en los grupos sociales más favorecidos económicamente, que correspondería al de los fresas, quienes parecen optar por moverse dentro de los límites de las reglas sociales más difundidas en los diversos medios de socialización, tal como se evidenció en capítulos anteriores. Pero además, en lo concerniente a las relaciones de poder entre lo femenino y lo masculino, el grupo de los jóvenes disidentes o auto excluyentes, es decir, el de los pandrosos y los darketos, refleja en el aspecto corporal una mayor igualdad de género, o por lo menos menor presión en cuanto a cubrir ciertos requisitos estéticos que colocan a las mujeres en una posición de cierta desventaja, al tener que cubrir estándares de belleza corporal muy exigentes.

 

6. El vestido y el peinado

De acuerdo con lo observado en los diversos lugares de socialización juvenil entre el colectivo estudiantil universitario de este estudio, la forma de vestir entre los estudiantes y las estudiantes varía dependiendo del género y del estilo juvenil al que se pertenece. Por ejemplo, entre las "fresas" predomina el pantalón de mezclilla, ajustado y a la cadera con una enorme diversidad de combinaciones de playeras o blusas ajustadas (que en algunos casos dejan ver el ombligo o los hombros), tenis, zapatillas, botas de punta, sandalias o zapatos planos (con o sin incrustaciones de piedras). Además de los jeans también se ven mujeres que visten mallones y minifalda con zapatos planos, o faldas y zapatillas formales con blazers. A este grupo de jóvenes se les identifica por ser las más fashion, o sea, por ser las que gustan vestir según los parámetros de la moda y con ropa de marca.

Por otro lado, los varones fresas suelen vestir de jeans con playeras o blazers y zapatos sport o bien pantalón de vestir con camisa, blazer y zapatos formales. Los colores predominantes son el verde claro o naranja, tanto en las playeras como en los tenis.

Como se puede apreciar, se perciben algunas diferencias de género importantes en la forma de vestir de los jóvenes y las jóvenes fresas, existiendo cierta preferencia a que las mujeres usen ropa ajustada, tal como lo señala Yadira: "blusas, jeans, pero sobre todo ajustados, no tanto los aguados porque esos son de niños, hombres", es decir, la ropa femenina debe permitir "lucir la silueta". Además, como lo señala Melany, las mujeres deben considerar más cosas en su arreglo personal, "así como que la bolsita y el peinadito y el maquillaje y que la falda, con medias o sin medias, con tacón o sin tacón, o sea muchas variantes". Para los hombres, en términos generales, se considera adecuado "pantalones de vestir, pantalones de mezclilla o traje", según lo comentan Charles y Jennifer.

En este sentido, como lo señala Bourdieu (1998), si cualquier relación social es, desde un determinado punto de vista, el espacio de un intercambio en el que cada cual da a evaluar su apariencia sensible, en lo que se refiere al arreglo físico las prescripciones sociales son mayores para la mujer que para el hombre. Mientras que para los hombres la ropa y el peinado tienden a eliminar el cuerpo a favor de otros signos de posición social, en el caso de las mujeres, principalmente aquellas que se encuentran en los grupos sociales más favorecidos6, tienden a exaltarla y a convertirla en un signo de seducción que las vuelve a colocar como objetos estéticos y a dirigir su atención a todo lo que se relaciona con la belleza y con la elegancia del cuerpo y de la ropa, volviéndose, según el autor, en las víctimas privilegiadas de la dominación simbólica, pero también en los instrumentos más idóneos para transmitir sus efectos hacia las categorías dominadas al estar como obsesionadas por la aspiración a identificarse con los modelos dominantes7.

En el extremo opuesto a las fresas se encuentra el grupo de las jóvenes que pueden vestir con jeans o faldas, con tenis o zapatillas, de diversos colores; pero lo que realmente las identifica es su "mal gusto" en el vestir, sus combinaciones estrafalarias y su ropa, que no es de marcas prestigiadas. A este grupo de jóvenes se les identifica como las nacas. De igual forma, aquellos jóvenes que generalmente usan mezclilla y que no parecen seguir algún estilo en particular en la forma de vestir, que se les percibe como fuera de moda y que usan ropa de baja calidad, se les identifica como nacos. Las diferencias de género que se pueden reconocer en el estilo de vestimenta de este grupo, si bien no son tan marcadas y notorias como en el caso de los fresas y las fresas, sí reflejan ideales de género tradicionales y por lo tanto desiguales entre el hombre y la mujer.

Pero más allá de estas diferencias de género en el estilo de vestir, resulta interesante advertir cómo este grupo o "subcultura" juvenil representa claramente lo que Le Breton (1992) señala respecto a la importancia de la apariencia, como un factor que deja al individuo a la mirada evaluativa del otro8 y, especialmente, al prejuicio que lo fija de entrada en una categoría social o moral por su aspecto general o por algún detalle específico de su vestimenta, estableciendo estereotipos que, basados en la apariencia del individuo, se transforman rápidamente en estigmas sociales. Esta estigmatización se evidencia claramente en los comentarios que hace Jennifer sobre las fotografías de varios jóvenes que ella percibe como nacos y sobre quienes dice:

    ¡Ay, no me gustan, son como muy nacos [...] como que no me gustaría mucho relacionarme con ellos [...] o sea, yo prefiero llevarme con gente bonita que con gente fea, o sea como con niñas más de aquí del tec, más así como fresas, que cuidan su imagen.

Por otro lado está el grupo de las pandrosas, quienes generalmente usan ropa holgada, jeans rotos y que se arrastran, faldas largas y amplias, sudaderas o suéteres grandes con gorras, de cualquier color y generalmente sin combinar. Por su parte, las darketas, en términos generales, suelen usar botas y ropa holgada principalmente de color negro. Los jóvenes pandrosos suelen vestir con jeans holgados, frecuentemente rotos y arrastrando, mientras que los darketos los usan ajustados y de color negro. En su mayoría llevan playeras, tenis y chamarras de mezclilla. A diferencia de los fresas, el estilo de vestimenta de las pandrosas y los pandrosos no muestra una distinción de géneros tan marcada. De hecho, como lo comenta Gregory refiriéndose al estilo pandroso, "si a un chavo le gustó una sudadera y es de niña, pero si le queda y se ve chida, pues póntela o si una niña agarró un suéter de niño y se le ve bien, pues no importa". En este sentido, esta "subcultura juvenil" parece simbolizar en su vestimenta una cierta igualdad de posiciones entre varones y mujeres, o por lo menos más evidente que en el grupo de los fresas.

Como se puede apreciar claramente en las descripciones anteriores, la ropa permite identificarse con una cultura o subcultura juvenil particular y además parece seguir siendo, en cierta medida, una forma de comunicación o simbolización importante en la diferenciación de género. En el caso particular de este estudio sobre jóvenes universitarios y universitarias, encuentro que dicha diferenciación es mucho más notoria en algunos estilos juveniles que en otros. Por ejemplo, entre los jóvenes y las jóvenes fresas, a pesar de que tanto hombres como mujeres usan jeans y playeras, la diferenciación radica en el hecho de que ellas usen los jeans más ajustados y las playeras con escotes, mostrando más evidentemente su figura. En este sentido, Lury (1996) y Remland (2004) afirman que las diferencias existentes entre la indumentaria masculina y la femenina proceden del deseo subyacente de los hombres de sentirse superiores a las mujeres y de mantener a éstas a su servicio. Este objetivo se logra, según los autores, proporcionando a las mujeres una indumentaria que les molesta o que les impide realizar libremente diversos movimientos y/o actividades. En este sentido, unos pantalones muy ajustados y playeras escotadas u ombligueras pueden impedir, de alguna manera, el movimiento libre de las mujeres al requerir de constantes precauciones para "no mostrar de más", cubriendo con su antebrazo su escote demasiado amplio. De igual forma los tacones altos, o el bolso que ocupa constantemente las manos, y sobre todo la falda, que se ve más recurrentemente en este grupo juvenil que en otros, impide o dificulta cualquier tipo de actividades a las mujeres, lo cual simboliza, de alguna manera, una cierta posición de poder masculino.

Con relación al peinado, entre las mujeres, independientemente del estilo juvenil al que pertenezcan, predomina el cabello largo, con la diferencia de que las fresas lo llevan bien peinado, generalmente planchado y con luces o mechas, mientras que las pandrosas generalmente lo llevan recogido y sin pintar. Las darketas suelen tener el cabello lacio y largo, generalmente pintado de negro.

Por su parte los varones fresas normalmente usan el cabello corto y peinado con gel, en ocasiones ligeramente levantado o hacia atrás. Los pandrosos lo pueden llevar un poco más largo, como a la altura de los hombros, medio ondulado o totalmente afro, o bien con rastas9; los darketos lo llevan lacio, a veces largo o peinado con picos hacia arriba. En este sentido, los darketos y los pandrosos (sobre todo los que usan rastas10), al poner un cuidado especial en el arreglo del cabello, aunado al uso de diversos accesorios y en el caso particular de los darketos además en el arreglo de uñas y maquillaje o en el uso de faldas largas, los iguala, de alguna manera, a los parámetros tradicionalmente femeninos. Es decir, los jóvenes que se interesan de manera especial por su arreglo personal, muestran poco interés en reflejar una imagen masculina de poder, ya que aquel hombre que se maquilla, usa varios accesorios y dedica mucho tiempo al arreglo de su cabello puede incluso poner en peligro su masculinidad, según los esquemas culturalmente dominantes.

Sin duda alguna, la vestimenta y el peinado asignan al individuo un conjunto de significados y valores que los ubica dentro de una clasificación social específica que le puede brindar ventajas o desventajas en la esfera social; así se percibe en los comentarios que los jóvenes entrevistados hacen sobre su arreglo personal como un factor decisivo en la aceptación o rechazo sociales. Al respecto, Charles comenta:

    (...) el otro día nos fuimos a un antro un amigo y yo y ya no dejaban entrar a nadie, a nadie, a nadie, pero veníamos de una exposición o algo así y veníamos de traje y luego, luego a él y a mí nos vieron y dijeron a ellos dos déjalos pasar, pero veníamos bien vestidos y todos se nos quedaron viendo de qué onda y digamos que conocíamos al de la cadena11 o algo, pero ¡no! O sea que como te ven te tratan.

    Por su parte, Gregory, quien lleva el cabello con rastas comenta:

    (...) me tocó un día que llegué a un salón de clases, el primer día de clases y el profesor me dijo a ti te va a costar el doble de trabajo demostrarme que puedes hacer las cosas, así me lo dijo por cómo me vio el primer instante, o pasan cosas así como que llegas a un restaurante y que no te atiendan, me pasó una navidad que un tío me dijo vete mientras y ve pidiendo la mesa y ahorita te alcanzo ¿no? Llegué y todo y ahí estuve sentado como media hora sin que me atendieran, ni nada, nada y ya llegó mi tío y el gerente llega Don Arsenio, ¿cómo está?, ¿cómo ha estado? y mi tío me dice ¿qué no has pedido mesa? Y le digo no, pues no me han atendido y el gerente ya dice ¡ay no joven, es que no lo habíamos visto! Y entonces dices ¡órale! ¿no? hasta donde es importante la imagen. A veces también voy caminando y las señoras así, o sea no son ni discretas, o sea entiendo que les llame la atención, pero no llegar al extremo de así ¡Hay, que asco, ese cabello!

En estos comentarios se aprecia que la manera en que se presenta el cuerpo, principalmente su estilo particular de vestimenta y peinado, se convierte en un espejo social a través del cual se clasifica a la gente joven por su apariencia, asignándole un conjunto de significados y valores que le implicarán barreras o bien oportunidades dependiendo del caso y la situación. De tal forma que es común encontrar comentarios de los jóvenes y las jóvenes participantes en este estudio, en donde, con base exclusivamente en la apariencia, califican o clasifican a los demás como "vándalos [...] chavos que hacen grafitis", "se creen más de lo que son", "son como de clase media", "son como chavos del tec".

Sin embargo, en palabras de Le Breton (1992), la apariencia de la gente joven también se convierte en un desafío social, en un medio deliberado de difundir una información sobre uno mismo. En este sentido, la apariencia de los grupos que definimos como adaptativos parece simbolizar cierta aceptación de las imágenes hegemónicas juveniles y con ello cierta aprobación de los estereotipos tradicionales de género en donde el rol de la mujer, en términos generales, se ve en desventaja con relación al del hombre. En el extremo opuesto estarían los grupos definidos como disidentes o autoexcluyentes, quienes a través de su apariencia parecieran impugnar las imágenes juveniles dominantes y con ello, en cierta forma, la desigualdad de género.

En términos generales, en este apartado se percibe que la presentación del cuerpo, particularmente el vestido y el peinado, se vuelve un símbolo de poder social, que le permite al colectivo joven enviar mensajes concretos de sus valoraciones de género. Por ejemplo, en el caso de los fresasy las fresas, éstos parecen reproducir los ideales típicos de socialización femenina y masculina en donde a las mujeres se les ha socializado para ser atractivas y a los varones para ser activos y agresivos, lo cual se comunica claramente en la ropa. En general la ropa de ellos es más "funcional" que la de las mujeres, ya que no enfatiza de manera particular el cuerpo masculino y permite mayor libertad de movimiento que la ropa femenina. En el lado opuesto, la ropa, los zapatos y el peinado femeninos simbolizan la imagen de la mujer como objeto decorativo. Otros estilos juveniles como los pandrosos y los darketos, parecen mostrar valoraciones de género diferentes a los fresas, ya que las variaciones entre el estilo de vestimenta de hombres y mujeres no es muy marcado y en este sentido se percibe una mayor igualdad entre estos sujetos jóvenes.

 

7. La actitud corporal

La forma en que los jóvenes y las jóvenes emplean la comunicación no verbal a través de su gestualidad12, parece reflejar relaciones de poder claras entre hombres y mujeres que pueden variar dependiendo del estilo juvenil al que pertenecen; sin embargo, estas variaciones son mucho menos marcadas que en el caso de la estética corporal, el vestido y el peinado. De tal manera que, cuando en este apartado no haga referencia a alguna subcultura juvenil específica, significa que no existe una diferenciación evidente.

Según lo que pude apreciar en el ejercicio de observación participante que llevé a cabo en los lugares comunes de socialización entre los jóvenes y las jóvenes universitarios del Itesm Campus Toluca y la UAEM, el estilo de caminar en los varones pandrosos y los darketos es un poco desgarbado, arrastrando los pies, abriendo un poco las piernas, frecuentemente con las manos en las bolsas y mirando al piso. Los fresas caminan un poco más erguidos, con las piernas abiertas y a grandes zancadas. Al sentarse, prácticamente todos los varones que se observaron lo hacen con las piernas abiertas y si se puede, arriba de una silla, una banca o una jardinera.

Por su parte, todas las jóvenes, aunque más notorio entre aquellas cuyo estilo se identifica como fresa, suelen caminar más erguidas que los hombres, con las piernas más cerradas, moviendo las caderas y las manos más que ellos, mirando más bien hacia el frente y con pasos pequeños. Generalmente se sientan con las piernas juntas o cruzadas o bien doblándolas en el asiento. En este aspecto en particular, hay algunas jóvenes, sobre todo las pandrosas y darketas, que muestran ligeras variantes al sentarse un poco desgarbadas y en algunas ocasiones con las piernas medio abiertas, sin embargo, definitivamente nunca de la misma manera que los varones. Si, como dice Le Breton (1992), los gestos, posturas y expresiones que lleva a cabo un individuo, inclusive los más elaborados técnicamente, ocultan significación y valor, entonces la gestualidad de estas jóvenes envía información concreta de ciertas valoraciones de género. En este sentido, Bourdieu (1998) señala que muchos de los movimientos corporales de las mujeres como agacharse sin abrir las piernas, sentarse con las piernas cerradas o cruzadas, caminar con cierto contoneo de caderas, es resultado de un atuendo particular que se usó en el pasado pero que se sigue manteniendo a pesar de que la indumentaria es, en muchos casos, muy distinta a la que originó dicha corporalidad; sin embargo tal parece que se conservan como una forma de mantener el cuerpo profundamente asociado a la actitud moral y al pudor que todavía se cree deben mantener las mujeres.

En términos generales, al caminar y sentarse, los varones -independientemente del estilo juvenil que muestren- tienden a ocupar más espacio que las mujeres, ya que ellas suelen sentarse y pararse en posiciones más bien "cerradas" para mantener las piernas juntas o cruzadas en las rodillas o tobillos, mantener sus brazos cerca de su cuerpo y mantener el cuerpo recto, situación que para Kwal (2003) parece tener una correlación directa con el poder. Entre mayor espacio ocupa un individuo, mayor poder posee dicho individuo. Como con otras señales no verbales, el género también influye en el uso del espacio, y en este sentido las mujeres tienden a usar, necesitar y solicitar menos espacio personal que los hombres, porque fueron socializadas para ello como una forma simbólica de mantener su posición de subordinación. Según Le Breton (1992), en todas las circunstancias de la vida social es obligatoria determinada etiqueta corporal, y el actor la adopta "espontáneamente" en función de las normas implícitas que lo guían y en función de la imagen que el propio actor desea enviar a los demás. Bajo esta perspectiva, las diferencias al caminar y sentarse entre los varones y mujeres jóvenes de este estudio se atribuyen a cuestiones de poder, estatus y dominación que, de alguna manera, se aprecian en el comentario siguiente:

    Una mujer debe ser pues así delicada ¿no? Por ejemplo los tacones te dan así cierto movimiento que es como más delicado, como más bonito, como que balanceas también más la cadera, o sea que te hace reflejar más la feminidad... sentarse así, o sea que tengas las piernas juntas, hay muchas mujeres que cruzan la pierna, como que te sientas más del lado, cosas así, posturas más delicadas [...] Los hombres yo siento que deben ser algo toscos y que sus posturas de alguna manera muestren que ese hombre te puede dar protección, que es inteligente, que es fuerte, o sea esas ideas que uno tiene de un hombre... o sea que en general todos sus movimientos y gestos muestren fuerza porque eso refleja que tienen confianza en ellos mismos. (Yadira)

Al hablar, los varones -tanto los fresas como los pandrosos o los darketos- suelen emplear pocos gestos, mientras que ellas son más expresivas y gesticuladoras13, se ríen más frecuentemente y en ocasiones más fuerte, sobre todo cuando parecen querer llamar la atención de alguien. En este sentido, Kwal (2003) afirma que las mujeres emplean más expresiones faciales que los hombres porque desde la niñez a las mujeres se les socializa para sonreír, no necesariamente como una forma de expresar el estado de ánimo, sino más bien porque al sonreír se ven más atractivas, además de que es una forma de agradar a los demás. Contrario a las mujeres, a los hombres se les socializa para mostrar mucho menos sus emociones a través de la sonrisa o alguna otra expresión facial. De tal manera que se podría decir que el estilo de comunicación de ellos se percibe como más dominante, mientras que el de ellas es más amistoso, relajado y animado, lo cual de alguna manera confirma lo que Wood (2001) señala sobre el hecho de que se espera que las mujeres muestren una comunicación gestual mayormente expresiva hacia los demás para enviar el mensaje de que es accesible, amigable, simpática, mientras que se espera que los hombres muestren, a través de su comunicación gestual, cierto poder, autosuficiencia y seguridad.

Sin embargo, la expresividad que debe mostrar la mujer también parece tener su límite; por ejemplo, en el caso de la sonrisa, si se percibe como muy escandalosa o exagerada puede más bien generar una imagen negativa de ella; así se aprecia en el comentario de Charles: "ellas se ríen más lindo o algo así, pero también hay chavas borrachas que se ríen superescandalosas y se ven muy mal, se ven corrientes, te dan la apariencia de locas, así de guacamayas".

Cuando se encuentran en grupos mixtos, es decir, de hombres y mujeres, o en parejas hombre-mujer, de cualquier estilo juvenil, es muy notorio que ellas sean las más atentas, o sea las que más miran a los ojos de ellos. En este sentido, según lo señala Castañeda (2002), se ha observado que la persona más débil en una interacción siempre mira a la más fuerte cuando esta última está hablando; está atenta a ella, trata de captar todos los matices de lo que está diciendo y no le quita los ojos de encima.

Desde esta perspectiva y considerando también otros aspectos como los mayores movimientos de manos de los hombres, la mayor ocupación de espacio y el tono de voz más elevado, parecen revelar, de alguna manera, una jerarquía notoria entre ellos y ellas que privilegia el estatus patriarcal.

Por otro lado, la forma de coqueteo más evidente en ellas es la risa y ciertos movimientos como agarrarse el cabello, cantar y bailar, como formas aparentes de llamar su atención. Por su parte, ellos les hacen bromas, cuentan chistes, comparten música, muestran imágenes en el celular o la computadora y procuran cierto acercamiento físico como taparles los ojos. En general existe un contacto físico constante entre ambos. Los abrazos y los besos son frecuentes de hombres a mujeres; son ellos quienes toman la iniciativa y generalmente las mujeres son las receptoras de los besos y los abrazos. Bajo un racionamiento patriarcal, según Kwal (2003), de alguna manera esto expresa la dominación, el poder y el mayor estatus masculino. Sin embargo, en algunos otros casos, cuando se encuentran en parejas, son ellas quienes suelen acariciar la cara o el cabello, a veces incluso los acuestan en sus piernas en actitudes totalmente maternales y expresivas.

Entre grupos de mujeres, los abrazos son más frecuentes que entre grupos de hombres. Este contacto físico entre mujeres no se percibe como sexual sino como una muestra de amistad y solidaridad. De las combinaciones posibles, la combinación hombre-hombre es la que experimenta menos contacto físico de todas. En la interacción grupal, en general, las mujeres tienden a acercarse más cuando platican, escuchan música o ven algo en la pantalla de la computadora. Por su parte, los hombres tienden a ocupar más espacio que ellas, y cuando se encuentran platicando entre dos, generalmente toman mayor distancia que las mujeres. En este sentido, se vuelve a apreciar la relación espacio-poder que señalan Pearson, Turner y Mancilla (1993) y Wood (2001), sobre el hecho de que la cercanía que parecen buscar más las mujeres muestra una estrecha relación con su condición sexual que se encuentra limitada y hasta cierto punto constreñida por el hombre.

En lo relacionado con la forma de hablar de los jóvenes y las jóvenes de este estudio, se percibe que la entonación también conlleva diferencias de género importantes. Según Kwal (2003), una voz grave y fuerte en intensidad se relaciona con cierta autoridad. Tanto hombres como mujeres, de manera inconsciente, ajustan principalmente la intensidad e inflexiones de la voz a los patrones culturales y estereotipos dominantes. De tal manera que aquellas mujeres que poseen una voz ronca y un tanto grave, se les percibe como masculinas y poco emocionales y muchas veces incluso poco atractivas para los hombres; así se aprecia en el comentario de Charles cuando dice:

    (...) me encanta la voz de una niña. El otro día estaba en un bar en México y estaba una chava linda, estaba hermosa la niña, chiquita, pero tenía una voz de -hola cómo estas- (hace la voz muy gruesa) ¡ay, ay!, entonces dije, no, no, no, o sea nada femenino. Ahorita también se me vino a la mente una amiga de aquí del tec, muy buena gente y todo, me llevo muy bien con ella y si la escuchas por teléfono le dices oiga señor cómo está, o sea digamos que puedes ver una mujer hermosa y te sale con una voz supergruesa, casi, casi te imaginas a un trasvesti.

Hasta aquí, aparentemente sin grandes variantes según el estilo juvenil al que se pertenezca, se reproduciría la diferencia de polos opuestos entre hombres y mujeres bajo un esquema tradicional en donde la mujer refleja mayor delicadeza y ternura, y el varón mayor seguridad y dominación. Bajo este esquema, la mujer debería ser discreta al hablar, en un tono suave y modulado para ajustarse al modelo de la cultura patriarcal; sin embargo, particularmente entre el grupo de las mujeres consideradas fresas, quienes en los aspectos anteriores parecían ajustarse fielmente a la normatividad social, se ven totalmente fuera de ella cuando se les escucha hablar. En términos generales tanto los hombres como las mujeres que pertenecen a la subcultura juvenil identificada como fresas, hablan muy fuerte, en muchos casos prácticamente gritando, alejándose totalmente -en el caso de las mujeres- de un tono suave y modulado. En cuanto a la forma de hablar también sobresale el hecho de que tanto hombres como mujeres de cualquier estilo utilicen las llamadas "malas palabras" (insultos, obscenidades y groserías), tal como lo señala Carmen cuando dice:

    Yo he escuchado a chavas así, bien fresas y que dicen unas cosas que aaay, no manches y eso que yo no soy como mi mamá, pero casi ¡caray esas no me las sabía! [...] yo siento que en general todos los jóvenes somos muy mal hablados, hombres y mujeres, ahora sí, ya es general, e incluso el trato así entre hombres y mujeres ya es así bien pelado.

En este sentido, tal como lo señala Hernández (2006), el uso de "malas palabras" en los jóvenes y en las jóvenes sirve para expresar nuevos conceptos que cuestionan los valores establecidos, de tal manera que la trasgresión verbal de la gente joven parece burlarse de la rigidez de los límites en que se sustenta la cultura oficial. Es decir, las "malas palabras" se convierten en emblema de una rebelión en contra de la rigidez moral que detenta el poder. En este caso en particular, tal parecería que las mujeres jóvenes que observé en este estudio, quisieran mostrar a través del uso de "malas palabras" cierta rebelión hacia la imposición unilateral que se determina desde el poder, sobre un ideal femenino único, que se sustenta bajo esquemas altamente tradicionales que ubican a la mujer en una posición de desventaja en relación con la contraparte masculina.

Por otro lado, también observé el caso de un grupo mixto de jóvenes, de apariencia pandrosa que, liderados por una mujer, se organizó para "irse de pinta"14 a un lugar llamado "la parranda" a "chelear"15. Dos mujeres eran las que llevaban auto y ellas iban a manejar y a llevar a un grupo de aproximadamente 15 jóvenes. En este grupo en particular, identificado como el de los disidentes o autoexcluyentes, las que mostraron una comunicación, en varios sentidos, mayormente dominante y de cierto poder, fueron ellas, lo que evidencia que si bien parece que los hombres jóvenes siguen teniendo una gestualidad dominante sobre las mujeres, en ciertos aspectos y ciertos estilos juveniles se perciben diferencias significativas en las que las mujeres se ubican claramente entre los grupos que intentan romper con las normatividades sociales dominantes.

En términos generales, a lo largo de esta sección se ha evidenciado que en muchos aspectos del comportamiento de los jóvenes y las jóvenes participantes en este estudio, independientemente del estilo juvenil, se perciben diferencias de género bajo esquemas predominantemente tradicionales, en el sentido de diferenciar claramente la forma de reír, de caminar, de sentarse y de mirar entre ambos sexos, siendo, en términos muy generales, más delicado, sutil, tierno, lindo y elegante para las mujeres, y más tosco, fuerte y grotesco para los hombres, reflejando, como lo señala Wood (2001), que ellas son amigables, tiernas y lindas y ellos seguros y dominantes. En este sentido, tal como lo señala Valenzuela (2002), la inequidad de género se construye en un marco de desigualdad de poderes sociales que reproduce la subordinación de un grupo social por otro, pero su expresión, más allá de disposiciones jurídicas y normativas, se expresa a través de múltiples canales que van desde las prohibiciones explícitas hasta la dimensión tenue pero humillante de la mirada o el discurso gestual.

Pero también queda evidencia de que en algunos aspectos y estilos juveniles, como por ejemplo el de los pandrosos, las jóvenes parecieran intentar situarse en posiciones de confrontación ante la normatividad social, permitiendo visualizar que dentro de las variadas identidades juveniles universitarias se inscriben una diversidad de concepciones genéricas distintas a las culturalmente dominantes.

Un hecho que resulta interesante en el estudio del comportamiento de los estudiantes y las estudiantes universitarios, es que a pesar de los aparentes cambios, en cuanto a las desigualdades de género, que se aprecian en la estética corporal, la vestimenta, el peinado y el uso de accesorios entre grupos juveniles como los pandrosos y los darketos, éstos se desdibujan en ciertos aspectos de la gestualidad de los mismos, como si fuera más sencillo cambiar la apariencia del cuerpo a través del vestido, el peinado o el uso de accesorios, que modificar su comportamiento. Tal parece que la memoria de una cierta prescripción cultural, como la diferenciación de géneros, se arraiga con mayor fuerza en la dimensión simbólica de la gestualidad.

 

8. Conclusiones

El colectivo joven mexicano conforma un grupo de la población numéricamente importante que se caracteriza por ser un sector heterogéneo con características y necesidades diversas. Dentro de esta diversidad se encuentra el grupo de los sujetos jóvenes universitarios, quienes fueron objeto de estudio de este trabajo de investigación. La premisa esencial que motivó la investigación fue la idea de que la juventud representa una fuerza social con altas potencialidades para impulsar el cambio cultural, lo cual dio origen al supuesto de que los jóvenes y las jóvenes de hoy y más específicamente el colectivo universitario, mostrarían posturas un tanto "liberadas" de las ataduras culturales tradicionales de la identidad de género. Específicamente el hecho de considerar las identidades sociales como complejos procesos relacionales que se conforman en la interacción social, permitía pensar que ciertas características específicas de los espacios académicos16 podrían reflejar o mostrar cambios en las identidades colectivas de género y con esto reflejarían demandas, deseos y aspiraciones en contraposición con las perspectivas dominantes y masificadas; es decir, en estos jóvenes universitarios y universitarias se rompería la inercia cotidiana institucionalizada de lo masculino y lo femenino.

Sin embargo, no se puede hacer tal aseveración de manera uniforme, definitiva y tajante, por lo menos en este estudio. Más bien parece existir un aparente conflicto en la construcción de las identidades masculinas y femeninas entre los jóvenes y las jóvenes universitarios, que proviene de diversos consumos y vivencias culturales que les permiten tomar referencias tanto de los estereotipos tradicionales de género como de modelos emergentes que aparentemente muestran mayor conciencia respecto a la equidad de género. En este sentido, tal como lo señala Garay (2003), suponer que el simple hecho de la apertura de la universidad a las mujeres es un rasgo liberador en sí mismo, es una exageración, puesto que la socialización que reciben en la educación superior se encuentra orientada por la cultura de género dominante y probablemente por esa misma razón encontramos que, si bien las mujeres universitarias de este estudio parecieran ser más conscientes de su posición17, aún se muestran un tanto tímidas o discretas a la hora de exteriorizarlo.

Si consideramos a la juventud como una etapa de vida en la cual los individuos reconstruyen y reafirman una identidad personal, sabemos que alrededor de la conformación de dicha identidad se generarán diversos elementos simbólicos que permiten el reconocimiento de su individualidad, pero también su pertenencia a un grupo juvenil particular y por supuesto su pertenencia a un género específico18. En este sentido, la estética corporal, el vestido y el peinado, así como los accesorios corporales y la gestualidad, se convierten en elementos simbólicos a través de los cuales los jóvenes y las jóvenes universitarios de este estudio conforman una identidad juvenil específica.

El cuerpo adquiere especial importancia en la conformación de una identidad juvenil, universitaria y de género específica, porque se convierte en un medio simbólico por medio del cual los jóvenes y las jóvenes reflejarán su lealtad o rechazo a las normativas culturalmente dominantes. Esta adhesión o rechazo, específicamente en lo relacionado con la identidad de género, parece variar dependiendo justamente del estilo juvenil de pertenencia, de tal forma que se generan diferentes niveles de masculinidad y feminidad entre los jóvenes y las jóvenes universitarios a partir de la corporalidad.

Bajo esta perspectiva, tal como lo señalan Montesinos (2002) y Weeks (1998), la juventud actual se debate en un contexto cultural donde los rasgos de lo femenino y lo masculino se mezclan de tal forma que podemos encontrar la persistencia de valores tradicionales en donde el varón ostenta claramente el poder19, pero también situaciones en donde parece romperse con los esquemas tradicionales20, y en el medio de estos dos polos, una amplia gama de estilos de masculinidad y feminidad "intermedia" que nos hace pensar que nos encontramos en un punto en que las condiciones actuales darán origen a nuevos tiempos en que la juventud abra las posibilidades de crear diferentes actitudes de los géneros, que propiciarán una cultura más equilibrada y liberadora tanto de la mujer como del hombre. Por lo menos así se percibe a través de la corporalidad de los jóvenes y las jóvenes universitarios.

En palabras de Montesinos (2002), lo interesante del caso no es reconocer la excepción que confirma la regla, sino advertir el resquebrajamiento de una cultura que ofrece una nueva estructura simbólica mediante la cual se aprecia la emergencia de nuevas identidades genéricas, tanto masculinas como femeninas. Sin embargo, en este contexto se alcanza a advertir que la identidad masculina ha evolucionado menos rápido que la femenina; así se aprecia por ejemplo en las valoraciones corporales tan arraigadas que los hombres tienen de las mujeres y que sin lugar a dudas las ubica en muchos casos como meros objetos decorativos, reflejando con ello la permanencia de valoraciones tradicionales de lo masculino. Por otro lado, algunos aspectos que evidencian una mayor evolución en las identidades femeninas de las estudiantes universitarias, se alcanza a percibir en algunos rasgos del comportamiento, tales como mostrar un mayor liderazgo en grupo (ellas son las que deciden qué se va a hacer) y una forma de hablar hasta cierto punto transgresora de los cánones tradicionalmente femeninos.

El hecho de que los varones universitarios muestren, en algunos aspectos, una evolución aparentemente más lenta que en el caso de las mujeres, probablemente se deba a que las resistencias naturales de la cultura tradicional son más severas con aquellos que transgreden el patrón de conducta masculina, de tal forma que aquel varón que no se apegue a lo establecido por los géneros y las preconcepciones sociales, se expone a ser marginado, excluido o estigmatizado socialmente.

Sin duda alguna, la presentación del cuerpo y la gestualidad de los jóvenes y las jóvenes universitarios reflejan cambios sociales importantes pero no borran o eliminan de manera definitiva al pasado ni suprimen por tanto las expresiones tradicionales de la cultura. Al parecer existen ciertos ámbitos y/o estilos juveniles autodefinidos que se resisten más al cambio, de tal forma que se perciben valoraciones de género que se muestran mucho más refractarias a las transformaciones; así parece ser el caso específico de los fresas y las fresas en el aspecto concreto del vestido y el peinado, pero también existen otros estilos juveniles más cercanos a la "modernidad" que aceptan y reconocen el significado cultural de las nuevas identidades genéricas en la construcción de una nueva estructura simbólica que se evidencia en su estilo de vestimenta y peinado, a través del cual proyectan valores de género más igualitarios; tal sería el caso de los jóvenes y las jóvenes pandrosos. Este fenómeno podría representar un cambio cultural que poco a poco puede irse generalizando y sobre todo interiorizando en los sujetos jóvenes, ya que tal parece que esta aparente ruptura de algunos valores de género tradicionales entre los jóvenes y las jóvenes universitarios es más evidente en la superficialidad de lo corporal -de su estética y presentación- que en su comportamiento.

A grandes rasgos, podría decir que a través de la representación corporal de algunos de los jóvenes y las jóvenes universitarios de este trabajo, percibo una cierta tendencia de configurar nuevos escenarios simbólicos que -al margen o en la antinomia- se oponen al "deber ser" que deviene de la dimensión normativa o institucional. Sin embargo, en pocos casos dicha tensión simbólica se manifiesta explícitamente en los espacios sociales; más bien parece tratarse de una disputa latente que está implícita en el surgimiento de nuevos lenguajes o formas de representar discursivamente fenómenos que siempre han estado presentes en las prácticas cotidianas. Ante la presencia de un mundo en creciente reflexividad, los jóvenes y las jóvenes universitarios parecen asumir gradualmente una actitud crítica de su momento histórico, que se traduce poco a poco en la apropiación y transformación de los significados que circulan en los espacios sociales de su experiencia individual y paulatinamente en cambios significativos y de fondo en las concepciones y valoraciones de género; aunque todavía no se trata de una realidad generalizada, sino más bien de eventos aislados que dan lugar a una pluralidad de posturas en las identidades de género.

 


Notas:


* Artículo producto de la investigación "Cuerpo y sexualidad, territorio simbólico de representación de mensajes de género
en jóvenes universitarios y universitarias". Fecha de inicio: Enero 2004. Fecha de término: Enero 2009. Número de código: 08-1923. Tesis doctoral de El Colegio Mexiquense

1 Condición que, según Garay (2003), identifica a la mayoría de los jóvenes universitarios y universitarias de nuestro país.

2 Al hablar de diseño transversal me refiero al tipo de diseño de investigación en donde se estudian diversas variables sobre uno o más grupos de sujetos, en un solo momento temporal; se trata pues del estudio en un determinado corte puntual en el tiempo en que se obtienen los datos a tratar (Ortiz, 2003).

3 Así lo constaté en la observación participante.

4 La estética corporal tipo "espárrago" se refiere a aquellos cuerpos femeninos que son tan delgados que no se perciben claramente las caderas y el busto

5 Estas características son muy cercanas a la imagen juvenil hegemónica o dominante que se percibe, como se verá más adelante, en los diversos consumos culturales de los jóvenes.

6 Entiéndase en este caso particular aquellas jóvenes cuyo estilo juvenil pertenece al de los denominados fresas.

7 Esto se aprecia claramente en el grupo de jóvenes cuyo estilo se identifica como wannabes, cuya aspiración principal es aparentar ser fresas en la forma de vestir y peinar, entre otros aspectos

8 En este caso particular, sobre todo a la mirada evaluativa del grupo dominante que corresponde al de los fresas.

9 Las rastas son un estilo de peinado que consiste en anudar el cabello, generalmente largo, dejándolo con una apariencia de descuido.

10 Aunque no lo aparenta, este estilo de peinado requiere de un proceso especial que requiere de tiempo y cuidado, así se infiere del comentario de Gregory cuando dice que las rastas se pueden hacer de diferentes formas " una que es así las naturales, que te pones un gorrito así como unos tres o cuatro meses, se empieza a anudar el pelo, luego te vas al mar y ahí lo empiezas a definir con el agua salada, la otra es que alguien te esté haciendo los nudos o que te unten miel."

11 El de la cadena es la persona que se encuentra en la entrada de un antro y quien decide quien pasa y quien no.

12 La gestualidad comprende lo que los actores hacen con sus cuerpos cuando se encuentran entre sí: rituales de saludos o de despedidas, maneras de afirmar o de negar, movimientos del rostro y del cuerpo que acompañan la emisión del habla, dirección de la mirada, variación de la distancia que separa a los actores, maneras de tocarse o de evitar el contacto, etc. (Le Breton, 1992).

13 Probablemente las jóvenes darketas sean un poco más serias y sonrían menos que las demás, aunque en comparación con su equivalente en hombres, siguen siendo más expresivas y risueñas.

14 Irse de pinta se refiere a no entrar a clases para irse, sin permiso, a algún otro lado que no es la escuela.

15 Beber cerveza

16 Como el número de población femenina en las universidades que, según estadísticas del 2007 de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies), específicamente en el Estado de México, el 53% de los estudiantes universitarios y universitarias son mujeres.

17 Por lo menos así lo exteriorizan verbalmente cuando hacen comentarios como el de Carmen, quien señala que "controlar las emociones en las mujeres las pone a la par de los hombres".

18 Según lo señala Montesinos (2002), la identidad de género se redefine en cada etapa cultural, es decir que varía de acuerdo con el momento histórico, pero además los individuos la van introyectando poco a poco a lo largo de sus vidas, de tal manera que la conformación de la personalidad establece un mínimo de etapas desde la infancia hasta la edad adulta.

19 Por ejemplo, la gestualidad de los varones universitarios se convierte en un medio de dominación simbólica muy claro que se percibe a través de la manera de ocupar el espacio.

20 Por ejemplo, la transgresión verbal de las jóvenes al emplear "groserías" y hablar en un tono elevado de voz, parece burlarse de la rigidez de los límites en que se sustenta la cultura de género tradicional.

 



Lista de referencias

 


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    Referencia:

    Martha Patricia Zarza Delgado, "Universitarios y universitarias de México y el cuerpo simbólico como construcción de género", Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Manizales, Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Cinde, vol. 7, núm. 2, (especial) (julio-diciembre), 2009, pp. 1349-1377.

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