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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715Xversão On-line ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv v.8 n.1 Manizales jan./jun. 2010

 

 

Primera Sección: Teoría y metateoría

 

 

Rostro y Alteridad: de la presencia plástica a la desnudez ética *

 

Rosto e Alteridade: da presença plástica á nudez ética

 

Face and Otherness: from plastic presence to ethical nudity

 

 

Luis Guillermo Jaramillo Echeverri1, Juan Carlos Aguirre García2

 

1 Profesor Facultad de Ciencias Naturales, Exactas y de la Educación. Universidad del Cauca. Doctor en Ciencias Humanas y Sociales – Educación. Universidad Trás-os-Montes e Alto Douro (Vila Real-Portugal). Correo electrónico: ljaramillo@unicauca.edu.co

2 Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del Cauca. Magíster en Filosofía, Universidad de Caldas. Correo electrónico: jcaguirre@unicauca.edu.co

 

 

 

Primera versión recibida octubre 14 de 2009; versión final aceptada mayo 4 de 2010 (Eds.)

 


Resumen:

Nuestros objetivos en el presente artículo consisten en explorar las reflexiones de Lévinas acerca del Rostro y sugerir modos de inclusión en los debates contemporáneos en torno a las realidades sociales latinoamericanas. Está dividido en dos grandes núcleos: en el primero, ubicamos la cuestión del rostro en el debate de Lévinas con el pensamiento representacional; y en el segundo, analizaremos el concepto de Rostro a partir de su relación con lo Infinito. Finalmente, estableceremos algunas consideraciones en torno a las posibilidades que esta propuesta abre tanto para nuestras reflexiones como para nuestras prácticas sociales cotidianas.

Palabras Clave: Rostro, Otro, Tematización, Infinito, Lévinas.


Resumo:

Este artigo tem por objectivo explorar a reflexão de Lévinas acerca do Rosto e sugerir modos de aplicá-la nos debates contemporâneos em torno das realidades sociais latino-americanas. Depois de, numa primeira parte, situarmos a questão do rosto no confronto do pensamento de Levinas com o pensamento representacional e, numa segunda, analisarmos o conceito de Rosto a partir da sua relação com o infinito, estabelecemos algumas propostas quanto à aplicação destas noções, tanto para a nossa reflexão como para as nossas práticas quotidianas.

Palavras-chave: rosto, outro, tematização, infinito, Lévinas.


Abstract:

In this paper, we aim to explore some Lévinas´s reflections about Face in order to propose some ways of including them into contemporary Latin American social debates. The exploration is conducted in two core axis; first, we shed lights about Lévinas´s debate about face in relation to representational thought. Second, we do an analysis about face concept in relation to the Infinity notion. At the end, we come down to some considerations around what possibilities this proposal brings for our day-byday social practices.

Key words: Face, Other, Thematization, Infinity, Lévinas´s.


 

Introducción

 

Veo a los que me miran sin verme y sé que no soy visto.

Entre los múltiples apelativos de la filosofía de Emmanuel Lévinas, quizás el de Filosofía del Rostro ocupa un sitial privilegiado. La cuestión del rostro alcanza con este autor lituano-francés un estatus discursivo que descubre notas inadvertidas por la tradición occidental. No es que los saberes anteriores no hayan considerado el rostro, ni que no hayan notado su carácter sui generis; lo que sugerimos es que, hasta Lévinas, la pregunta por el rostro se ubicaba en su consideración de rostro-carne, rostro-fachada, rostro-indicio1. Con Lévinas, el rostro se entreteje con las urgentes cuestiones éticas contemporáneas: subjetividad, alteridad, responsabilidad.

Después de Lévinas, el rostro irradia más allá de lo que sus músculos contienen; quien lo mira no puede pasar de largo, pues aún en su silencio grita, como Caín: ¡no me mates! Rostro, en este sentido, es mucho más que cara que se muestra o cuerpo que realiza, es relación asimétrica en la que Mismo- Otro conservan su total exterioridad. De este modo, rostro “no es el color de los ojos, la forma de la nariz, la frescura de las mejillas” (Lévinas, 2001, p. 280); por el contrario, es desnudamiento que revela y des-anudamiento que al Mismo de su total apresamiento.

El objetivo del artículo es reflexionar sobre las tesis que Lévinas expone con relación al rostro. Pese a lo complejo de articular un pensamiento per se asistemático, intentaremos reseñar las líneas gruesas de su argumentación a partir de dos ejes temáticos. En primer lugar, ubicaremos la cuestión del rostro en la polémica trenzada por Lévinas con las teorías de la representación (tematización), especialmente, con las teorías predominantes de occidente, basadas en la homologación saber-ser y en la consideración del pensamiento como entrelazamiento indiferenciado entre conciencia y mundo (intencionalidad); abordaremos cada uno de estos aspectos bajo el concepto mistificación. Mistificación que privilegia o bien lo ontológico, o bien lo epistemológico, Lévinas ante ello antepondrá la Ética. En segundo lugar, propondremos un modo de acceso al rostro del otro (Autrui) sin violentar su carácter de Infinito. La tensión que este segundo apartado enfrenta radica en la superación de la tematización del otro a partir de la apuesta por la responsabilidad; en este caso, en la relación cara-a-cara, más que un intento comprehensivo, lo que prima es la pasividad de la acogida y la obligación del responder.

Aunque la aproximación a las tesis de Lévinas adoptarán a veces un tono exegético (que en ocasiones lo exige el intento por divulgar un pensamiento que consideramos pertinente para iluminar nuestras reflexiones sobre situaciones acuciantes de nuestra realidad social y política), bregaremos por mostrar cómo esta propuesta tiene enorme vigencia tanto en los discursos como en las prácticas sociales latinoamericanas; especialmente, cómo los planteamientos de Lévinas nos permiten superar el confort del concepto que satisface a la academia y nos ubican en el no-lugar del cara-a-cara y en la ineludible responsabilidad por el otro manifestado en rostro, rostro del ‘débil’ (huérfano, viuda, desplazado, inmigrante), rostro de hombre y mujer indigentes, de niño y niña de la calle, rostro que se muestra sin agotarse en lo visto, rostro que en silencio denuncia y exige, rostro, en definitiva, no tematizado e infinito.

 

1. El rostro in-apresable por la tematización

El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve

(Machado, 1995).

Las palabras con las que inicia Lévinas Totalidad e Infinito (1977) muestran el ocultamiento del ser por la filosofía primera: «La verdadera vida está ausente», frase que repite años más tarde en entrevista con Ph. Nemo cuando coloca al sujeto —de manera radical— como rehén del Otro, mostrando al Yo casi de manera inhumana: “Pero la humanidad de lo humano —la verdadera vida— está ausente” (Lévinas, 1991, p. 8). Apreciaciones que evidencian una humanidad vedada por una filosofía que ha colocado al ser como fuente original de su pensamiento.

En su historicidad, la relación Mismo-Otro se ha mistificado como adecuación incontrolable por parte de un yo-pensante. Esta asunción nos permite lanzar otra apreciación Lévinasiana: el rostro, el verdadero Rostro, está ausente. Afirmación que pone de manifiesto la existencia de un rostro vedado que, a su vez, conmina el concepto de lo humano. Para Lévinas, el Otro está lejos de ser una abstracción o pensamiento idealista del ser como fuente de toda reflexión; el Otro es “raza humana que se remonta como acceso al otro en el rostro, en una dimensión de altura, en la responsabilidad para sí y para otro” (Lévinas, 1977, p. 228). Sin embargo: ¿de qué manera se ha vedado el rostro del Otro como adecuación al Mismo en la historia de un pensamiento universal?

En entrevista con Ph. Nemo se le pregunta a Lévinas acerca del rostro: ¿en qué consiste y para qué sirve una fenomenología del rostro?; al respecto Lévinas contesta que “no se puede hablar de una fenomenología del rostro en tanto la fenomenología describe lo que aparece; por lo mismo, tampoco se podría hablar de una mirada vuelta hacia el rostro, pues la mirada es conocimiento y percepción” (Lévinas, 1991, p. 79). Se presenta de esta manera una doble mistificación: la primera hace alusión a una conciencia intencional, lugar donde se adecua perfectamente el rostro en tanto, fenomenológicamente, todo rostro sería rostro de o rostro para; la segunda está relacionada con una mirada vuelta hacia..., lugar común en el mundo donde la modernidad ha apresado el rostro del otro mediante la correlación saber-ser. En ambos casos, se mistifica el rostro como objeto, como tema, “ser aquel del cual puedo hablar con alguien que ha atravesado el plano del fenómeno y me ha asociado a él” (Lévinas, 1977, p. 122). Ahora bien: ¿cómo queda apresado el rostro en cada una de estas mistificaciones?; inicialmente, explicitaremos la mirada vuelta hacia... que es producto de una herencia moderna; luego, describiremos la noción fenomenológica como adecuación del otro a una conciencia intencional.

La mistificación del rostro a través de la mirada tiene su correlato en el momento en que la filosofía posiciona al ser en el mundo como garante y sujeto de medida para todas las cosas; ellas le pertenecen en tanto éste cuenta con el atributo de otorgarles luz; ser que las ilumina para poseerlas y constituirse en dueño y amo de las mismas (correlación saber-ser). El conocimiento, en este sentido, se convierte en medio útil de apresamiento que le permite al ser habitar, caminar, trabajar, poseer; su hablar dominante hace hablar al mundo. Sujeto activo que interroga la naturaleza por la acción de un conocer desinteresado, que le hace libre del objeto extraño gracias a la razón consciente de su pensamiento (Lévinas, 2006a). Conocimiento moderno en el que el sujeto se comprende como un ser que dispone, adecua y satisface sus necesidades mediante la luz que se desprende de su propia razón aprehensora.

Su luz comprehensiva no sólo alumbra el mundo, alumbra también su pensamiento, quedando así abarcado como una más de las cosas nombradas y tematizadas. Juez de accionar tematizante que parte del hecho envolvente y totalizador de un conocimiento de obras y temas dado como historia universal; convirtiendo, de este modo, “toda vivencia humana, expresada hasta nuestros días — y sobre todo en nuestros días — en términos de experiencia, es decir, en lecciones recibidas, en enseñanzas, en saberes” (Lévinas, 2006a, p. 13). El rostro del otro pasa a ser entonces una obsesión a estudiar, una temática a parcelar y un camino alineado de razón universal donde se constata lo dicho acerca de él. Razón que abre paso a la institucionalización de un rostro que se entiende como dispositivo y que “termina siendo una combinación estratégica y funcional de matrices morales, médicas y sociopolíticas” (Saldarriaga, 2003, p. 247).

El rostro, desde esta perspectiva moderna, es ser anónimo por la gracia de un pensamiento igualitario y totalizador de luz-englobante, mistificado como ser que no brilla por cuenta propia; su luz es posible por los destellos que le da el Mismo; es luna en tanto reflejo y resplandor del Sol. El Mismo alumbra y oculta el rostro del otro en su total ipseidad, le hace anónimo, lo presenta —al igual que su mundo— como claro y transparente por la obra conocida. El rostro se convierte en objeto de enseñanza y disposición que pasa de mano en mano como obra conocida; rostro personalizado, enmascarado como tema a fin de poder hablar de él en la homologación saber-ser. Englobamiento que garantiza “el acceso a los seres, en la medida en que se refiere a la visión, domina estos seres, ejerce sobre ellos un poder. La cosa es dato, se ofrece a mí. Me mantengo en el mismo accediendo a ella” (Lévinas, 1977, p. 207). Apresamiento temático donde la singularidad del rostro se convierte en ente universal para ser pensado como aquello que los contenidos/tema le permiten considerar. Singularidad contenida en la caja de una razón absoluta que le hace sujeto de obras, concretización del anonimato en su misma humanidad. Rostro/ tema que Lévinas asume como esencia de la totalidad en total hechizamiento (Aguirre & Jaramillo, 2006).

Ahora bien, la reducción del rostro a un tema se ha concretizado en las Ciencias Humanas y Sociales cuando éste, como se mencionó antes, se nombra y enumera como objeto de estudio y especialización. Para Skliar, el otro ha sido objeto de una alteridad objetiva, pues a la vez que se reconoce como humano, se tematiza. Obsesión de estudio que desconoce todo acto de responsabilidad. Así,

    sería mucho más fácil, mucho más cómodo y mucho más «profesional» (pero muchísimo más violento), si comprendiésemos al otro sólo como una temática (el otro se transforma en un tema, siempre es un tema: así, por ejemplo, no hay niños ni niñas, sino «infancia»; no hay sordos, sino «sordera»; no hay pobres, sino «pobreza»; «indigencia», «clases populares», «clases bajas», etc (...) Además, así podremos, siempre, sin obstáculos, sin remordimientos (también sin amorosidad), «festejar» el día del indio, el día de la mujer, la semana de la deficiencia (Skliar, 2006, p. 256).

Mirada maniquea con rostro ausente; impunidad cuando se habla del otro e inmunidad cuando el otro nos habla. Conocimiento mistificado de aquellos que pudiendo hablar por cuenta propia, no lo hacen en tanto han quedado apresados en el hermetismo del hecho tematizante. Prima un conocer psíquico en el que saber y libertad constituyen el soplo mismo del espíritu, el pneumatismo del pensamiento; incluso, en el sentir y en el querer (Lévinas, 2006a). El vínculo del compromiso relacional se rompe para hablar con propiedad y de manera des-interesada acerca de un rostro/tema donde queda oculta la verdadera humanidad, el verdadero rostro.

Frente a esta apostasía (abandono), el Otro con rostro emerge y se desgarra en su total epifanía, pues demanda al Mismo una responsabilidad que le concierne; separación total en la que — a pesar de la separación— conserva una relación que ya no los une como seres-en-el-mundo2 (una cosa más entre las cosas) sino como seres-en-cuestión. Para Skliar (2006), tal vez allí resida toda la posibilidad y toda la intensidad del cambio en las relaciones: nunca ser impunes cuando hablamos del Otro; nunca ser inmunes cuando el Otro nos habla. El rostro habla; emerge y se expresa desde una luz que excede al cognoscente, se sale de la alienación saber-ser para ser al fin Otro con rostro. Rostro que brilla en la desnudez de su presencia; es decir, brilla porque habla, se expresa desde su altura y grandeza para reclamarle al Mismo su derecho a ser más allá de una teoría, una ley anónima o una entidad jurídica3, pues, “no sólo basta con el correcto cumplimiento de los Derechos, ni siquiera de los del hombre para superar los sufrimientos del Otro” (Aguirre, 2008). Sin embargo, aún brillando el rostro por cuenta propia, puede ser opacado en su luz por la conciencia del Mismo gracias a una conciencia intencional que lo subsume en tanto rostro de...; se presenta por tanto una segunda forma de mistificación.

Esta mistificación de conciencia intencional, Lévinas la encuentra en la fenomenología. Para nuestro autor, Husserl coloca la intencionalidad como a priori de todo conocimiento teorizante; la conciencia es punto de partida en tanto toda conciencia es conciencia de, y a su vez, inseparable del objeto intencional. De este modo, el objeto aparece como re-presentación de todo acto objetivante siendo para la misma conciencia objeto de...; Husserl, a través de la intencionalidad, invita a que nos preguntemos hacia dónde tiende la conciencia, ello gracias “al acto del saber, en la intuición de la verdad, que se describe como satisfacción de una aspiración al ser-objeto dado y tomado originalmente como representación” (Lévinas, 2006a, p. 14). En este caso, el ser no vuelca la mirada hacia el objeto, sino que éste ejerce un dominio equivalente en su constitución por medio de una Reducción Trascendental.

El mundo, para él, se presenta como noema, llevando a la conciencia a un ser absoluto y con total dominio para aclarar todas las cosas que le fueren contrariadas (Ibíd.). Queda así la conciencia reducida al puro acto intencional; ella no sólo dominaría los objetos del mundo, sino que también se afirmaría en sus propios actos de percepción. La Conciencia toma por objeto el yo trascendental y sus actos mentales y termina —igual que la mirada que alumbra los objetos— tematizando los modos volitivos del yo; incluso, lo in-apresable de adecuar, lo no-intencional.

La tematización, en el orden fenoménico del aparecer, se da en tanto el rostro emerge como forma plástica, cubierto por la máscara de la adecuación noema-noesis, así éste se presente varias veces a la conciencia; en tal sentido, se da lo que Husserl denomina en las Investigaciones Lógicas II una síntesis de identificación, pues la síntesis permite percibir “el objeto idénticamente uno [el cual] aparece una sola vez y no tantas veces como actos parciales cabe distinguir” (Husserl, 1995, p. 668-669); lo cual quiere decir que en el acto perceptivo el tema es la cosa percibida, un determinado sistema noemático. Así entonces, la unidad del Mismo se funda en una completa coherencia con el fenómeno percibido gracias a la adecuación constituyente que éste ejerce.

La experiencia del rostro, subsumida por la conciencia del Mismo, permite adecuar al otro como un personaje pegado al interior de un contexto; mistificado como un ser en situación que cumple una función en-el-mundo; emerge entonces “un ser completamente impersonal, producto de fuerzas tan impersonales como el trabajo, la naturaleza, el lenguaje y el parentesco” (Eagleton, 2007, p. 25). Un ser pegado a la habituación del lugar, a lo que la ocupación hace y dice de él; rol tipificador dado por una sociedad que lo clasifica con base en lo certificado y producido al interior del mismo sistema. Esta asunción Lévinas la enuncia, y a su vez la controvierte, al evidenciar de manera crítica que por lo general somos un «personaje»:

    profesor en la Sorbona, vicepresidente del consejo de Estado, hijo de fulano de Tal, todo lo que se está en el pasaporte, la manera de vestirse, de presentarse. Y toda significación, en el sentido habitual del término, es relativa a un contexto tal: el sentido de algo depende, en su relación, de otra cosa (1991, p. 80).

Posición que el autor rechaza de tajo para presentar el Rostro, precisamente, como algo que se escapa del contexto, de la adecuación de la experiencia noemática; contrariamente, expone un Rostro significado, sin contexto; incluso, sin contenido fenoménico que una conciencia intencional pueda adecuar o absorber. Rostro que se escapa del Campo de la Conciencia propuesto por A. Gurwitsch (1979) como obra fenomenológica. Al salirse del campo intencional, el rostro se muestra a la conciencia como ausencia para instalarse en los no-lugares de una conciencia pre-reflexiva o no-intencional; mala conciencia que lo muestra en su total exterioridad, como “contemplación de lo no intencional, sin intenciones, sin miras, sin la máscara protectora del personaje... sin nombre, sin situación, sin títulos. Presencia que teme la presencia, que teme la insistencia del yo idéntico, desnuda de todo atributo” (Lévinas, 2006a, p. 16).

En efecto, para Lévinas existe una conciencia pre-reflexiva anterior a todo acto objetivante que se muestra más pasiva que toda pasividad, conciencia de la conciencia que se ejerce como un saber que se remonta al yo y que llega a acompañar todos los procesos intencionales de la conciencia. “Algo así como una conciencia pasiva como el tiempo que pasa y que me envejece sin yo...y que sigue (como una sombra) a toda intención” (2006a, p. 15). Mala Conciencia que ya no busca un ser entre las cosas, ni como diría Merleau Ponty (1966), ser sintiente en-el-mundo; lo que emerge, más bien, es un seren- cuestión, en extrema exposición, desalojado de su investidura, ser sindefensa que a su vez increpa. El Otro, en total vulnerabilidad, se retrae a la adecuación precisamente porque demanda, le hace un llamado al Mismo a la responsabilidad por el destello de su rostro; rostro pasivo que reclama, por ende, le pone en cuestión, ya no como tema sino —por su desnudez— como prójimo, el cual sólo puedo comprender en el plano de lo ético.

Como se aprecia, para ambas mistificaciones (La Mirada y la Intencionalidad), Lévinas pone como posibilidad acceder al rostro sólo desde la ética como filosofía primera; en la ética, el rostro deja de ser objeto que se ofrece a los poderes del develamiento o algo que se franquea por la vía intelectual. “El rostro del Otro es algo que se muestra en su desnudez, donde es en sí mismo y no en relación a un sistema” (Lévinas, 1977, p. 98). Podríamos concluir esta primera parte diciendo que la formación de los conceptos que tenemos del Otro, más que alcanzar conocimiento a partir de consensos y adecuaciones en los que se garantiza la objetividad de un saber, es Otro desde su rostro, el cual nos

    (...) arranca de nuestra hipóstasis, del aquí, del corazón del ser o del centro del mundo en donde yo me pongo a mí mismo como privilegiado... reducción intersubjetiva que describe la posibilidad asombrosa o traumática de ese desengaño en el que el yo, frente al otro, se libera de sí, despierta su sueño dogmático (Lévinas, 2001, p. 109).

El rostro se niega a la posesión, a mis poderes. (Lévinas, 1977, p. 211). En su negación a la posesión (correlativa o intencional) el rostro —el verdadero rostro— deja de ser ausente.

 

2. Rostro e infinito

 

¿...mi rostro? un cero disimulado
¿mis ojos? ah! trozos de infinito.
(Pizarnik, 2002, p. 30).

Siguiendo con nuestro cometido en relación a cómo es posible la separación radical Mismo–Otro a través de la epifanía del rostro, diremos al respecto que ésta no se efectúa sin la idea de lo infinito. En el apartado anterior, veíamos que la correlación saber-ser se encuentra afincada a un pensamiento de lo igual; en palabras de Lévinas: “el ser es, en la verdad, abarcado” (1991, p. 85). Recordemos que para la filosofía de occidente existe un ser pensante que puede comprender lo real por la vía cognoscente; pensamiento finito que se sabe en la simetría Mismo-Otro; lo demás, es ilusión. A esta finitud Lévinas contrapone la idea de lo infinito como “un pensamiento de lo desigual” (Ibíd.); relacionalidad que se sale de toda adecuación pensante para desbordar todo artilugio de apresamiento. Esta relación fue inconcebible para la filosofía moderna; en ella el yo podía resolver todos sus problemas con el entorno circundante —incluso los de su propia existencia— por la vía de un pensamiento de lo idéntico A=A; el cual, a su vez, cumple con criterios de objetividad y verdad «trascendental». Pensamiento igualitario en el que el yo erige tanto su saber como su actuar.

Para Lévinas, lo problemático de esta reducción identitaria no es solamente la adecuación envolvente del Mismo hacia el Otro; denunciar la relación saber-ser es exponer un hecho tematizado que se presenta como obra; más allá de la adecuación, lo que cuestiona el filósofo lituano-francés es que la filosofía occidental ha negado la existencia de la desproporción entre el acto y lo que el acto hace acceder; es decir, el trayecto en la relación (Mismo-Otro); proximidad que está fuera de toda correlación y adecuación identitaria del yo; así, Lévinas pone en jaque gran parte de la filosofía moderna-occidental.

Ahora bien, ¿es posible acceder al Otro más allá de un pensamiento que lo piensa, y aún así, no perder la relación?; es como decirle al pensamiento que no piense, a la mirada que no vea y a la conciencia que no se acerque. Negación del ser a lo idéntico, des-pro-visto de toda investidura ilustrada, puesto a merced del Otro. Es decirle al Mismo que existe la idea de un Otro más allá de sus facultades mentales; Otro que lo lleva hasta el límite del delirio para recusarlo de su correlación pensante; Otro que lo hace retroceder al lecho (no hecho) originario del acto, de un pensamiento pre-reflexivo que lo lleva a considerar su tiempo-propio, su interioridad. En la inadecuación, la determinación del Mismo pierde hidalguía y finitud al ser lanzado a un más allá que le hace encontrarse como un ser-frente-a-otro: un cara-a-cara. Un Más allá que es un más acá relacional, una pasividad que invita a re-considerar su manera de estar, y a pensar la desproporción de esa idea tan-anti-griega —diría Lévinas—, que se sale de un pensamiento de lo igual y que aún así puede ser pensada por él. Resplandor del infinito en un acto finito. Desmedida de la correlación... desmesura de la adecuación.

¿Le quedará entonces algo qué pensar al ser en la finitud de su pensamiento? Lévinas respondería a esta pregunta argumentando que, precisamente, “la separación es la constitución misma del pensamiento y de la interioridad, es decir, de una relación con la independencia” (1977, p. 126). Por tanto, el pensamiento no desaparece cuando desborda la adecuación saber-ser; por el contrario, pensar es acción «objetivante» que se coloca como sospecha vigilante a todo intento de englobamiento finito del Mismo. Pensar ya no sería actuar bien, sino estar separado de... para responder a... En tal sentido, la radical separación que conserva la relación Mismo-Otro es lugar donde se produce precisamente lo Infinito. Paradoja de un pensamiento que conjuga la inexplicable-explicación de estar frente-a-un-Otro que no puedo poseer, y no por ello estar exento de pensarlo como ser separado y, aún más, responder por él. Pensamiento desigual que mantiene el infinito en lo finito; el más en el menos; el modo de ser por el cual un “un ser separado, fijado en su identidad, el Mismo... contiene sin embargo en sí lo que no puede contener más de lo que es posible contener” (Lévinas, 1977, p. 52). Infinito como sostén de la separación, inverosímilitud del Yo que no es negatividad ubicada fuera de la correlación; más que El infinito, es Lo infinito, pues fecunda y sostiene la separación en la relación Mismo-Otro.

En este sentido, lo Infinito participa como producción de la separación; o sea, no actúa como detonante o acción que desencadena el rompimiento adecuacional. Lo infinito es y hace parte del rompimiento, no se consume en el estallido de la separación; más allá, produce el estallido y sobrevive a él como revelación. De este modo, lo Infinito —como producción— se expone en su doble acepción en la relación: como lugar que gesta la separación (efectuación del ser) y como acontecimiento que la revela (se muestra). Sin embargo, ¿Cómo se percata el yo —como ser separado— de semejante producción?, ¿qué se revela en el Otro —como infinito— para que el yo pueda dar testimonio de la separación?, ¿se puede palpar la separación? Es en la indagación por una separación con piel donde el Rostro se hace presente; carne de mi carne que se desgarra como infinito para dejarse ver desnuda y libre de toda máscara, “rostro que está cerca, contacto de una piel; rostro que se espesa como piel” (Lévinas, 1987, p. 152); infinito que se hace carne para deshechizar al rostro de su dual mistificación.

Para Lévinas, “el infinito me viene a la idea en la significancia del rostro” (1991, p. 97), es carne gracias al Rostro desnudo del Otro, rostro libre de todo acto objetivante y finito: no es posible concebir el Rostro fuera de la infinición que produce lo infinito; concebir el rostro fuera del infinito es enmascararlo con capas temáticas de un pensamiento moderno. Por tanto, rostro e infinito se corresponden en la propuesta Levinasiana a partir de una ética como filosofía primera. Por ello, la radical superación del Otro en el Mismo se denomina Rostro y esta superación sólo es posible por la participación de lo Infinito como producción en la relación Mismo–Otro.

Por consiguiente, observamos una vez más cómo la propuesta Levinasiana está lejos de ser una simple abstracción teórica; para él, “la idea de lo infinito, infinitamente más contenida en lo menos, se produce concretamente con la modalidad de una relación con el rostro” (Lévinas, 1977, p. 209). Lo infinito es carne (separación) en el Otro por su rostro, rostro en tanto significa lo Infinito. Si es así, tenemos entonces que volver a la comprensión de lo infinito como producción y su relación con el rostro. Podríamos preguntarnos por tanto ¿de qué manera se gesta y muestra el rostro por la producción de lo infinito? La pregunta exige una doble respuesta: la primera respecto a la efectuación (realización) de rostro y la segunda como revelación (epifanía). Ambos ámbitos de producción infinita se fundamentan en el plano de lo ético, lugar en el que Lévinas asienta su propuesta de alteridad.

La efectuación de lo infinito, en el rostro del Otro, se gesta en la manera como éste se resiste al Mismo en su negación a ser contenido. Resistencia de ser visto y tocado por la identidad de su pensamiento englobante. Esto sólo es posible por lo infinito que la relación comporta, pues, lo infinito de la relación hace que el rostro se libere de la mordaz tipificación del rol y de la mirada abarcante del Mismo; liberación que lo deja al desnudo, lejos de la mistificación de cualquier atributo; rostro sin adornos, sin encajes decorativos que lo ponen al servicio del Mismo. En lo infinito, el rostro es rostro por la desnudez que le asiste. Desnudez que excede el ser sobre la finalidad, desligado de toda formalidad tematizante y donde su sentido ya no sería para otros sino para sí. Lo infinito produce un rostro desnudo que se opone a ser develado y ofrecido a los poderes del Mismo; rostro que se “prolonga en la desnudez del cuerpo que siente frío y vergüenza de su desnudez” (Lévinas, 1977, p. 98).

La desnudez del rostro nos permite dar con la otra categoría que Lévinas otorga al rostro y que sólo es posible por lo infinito de la relación Mismo–Otro. En la radical separación, el rostro —al exponerse desnudo—, corre el riesgo de estar a merced de los poderes del Mismo para apresarlo como un cazador al acecho que persigue una presa indefensa. Esta trampa —en la que puede caer el rostro desnudo— Lévinas la controvierte de dos maneras: en primer lugar, contrario de lo que se podría pensar, el rostro/tematizado está más al acecho del Mismo, que la indefensión de un rostro que se expone desnudo; el rostro desnudo no sólo presenta una orfandad, sino a la vez un señorío, al exhibirse liberado de toda necesidad; por tanto, es alguien que se muestra tal y como es, sin necesidad de dar cuenta de la posesión de sí; el rostro es lo que es y no lo que el tema ha hecho de él, indefenso pero revestido de humanidad: su verdadera humanidad4. En segundo lugar —y unido a lo anterior— el rostro desnudo se muestra como alguien que expone la existencia de un ser que suplica desde su misma humanidad; en él podemos ver no sólo una vergüenza sino también una miseria; por consiguiente, es alguien que exige desde la misma des-protección. Rostro desnudo que “sólo puede suplicar porque exige, privado de todo, porque tiene derecho a todo y que se reconoce al dar” (Ibid.). Es precisamente, en esta segunda contraversión del rostro, donde Lévinas utiliza la palabra Epifanía5, la cual da paso a la segunda emergencia del rostro en cuanto producción de lo infinito.

En la epifanía, el rostro (desnudo) se muestra con total señorío, como alguien que pide y pone en-cuestión, Otro con rostro que carece de máscara por su desnudamiento; en él se ve un hambre, una desnudez hecha indigencia. El Mismo, al reconocerle como Otro por su rostro, es interpelado a dar, pero no al necesitado; es dar al maestro, al señor, al que se aborda como «Usted» en una dimensión de grandeza. La epifanía consiste en pedir y ordenar, orden dirigida a un mí que es significancia misma del rostro que se expresa más allá de lo dicho y “pide como se pide algo que se ordena, como cuando se dice: «¡se os ruega que...!»” (Lévinas, 1991, p. 92). Por tanto, en la epifanía el rostro del Otro se revela con indigencia y a su vez con altura: des-poseídoseñor, huérfano-maestro, extranjero-hermano, siervo-rey.

Como se aprecia, desnudez y epifanía juegan un papel preponderante en el rostro del Otro por la producción de lo infinito. Por un lado, está el rostro que exige otro modo de ser observado al exponerse desnudo al Mismo; por otro lado, su desnudez invoca una responsabilidad que va más allá de la necesidad. El concepto que utiliza Lévinas para este desnudarse con señorío es Epifanía. Todo esto es posible por lo infinito de la relación, acción que desborda el pensamiento por su contenido englobante pero no lo destruye sino que lo estremece en el asombro de una alteridad radical o absoluta. En lo infinito, el rostro no se revela con violencia a la finitud, no se instaura en la negatividad, no es una resistencia que arremete y agrede; por el contrario, el rostro se recibe positivamente al salirse del plano meta-físico del ser e ingresar al plano de la relacionalidad, a la sociabilidad ética.

Asumir el rostro en su eticidad, es de entrada renunciar a la posesión de mis poderes, poderes que no debilitan al Mismo, por el contrario, le otorgan su capacidad de poder-poder sobre el Otro; poder incluso de matarlo, pues ya no sería dominar sino aniquilar. Para nuestro filósofo, “el homicidio ejerce un poder sobre aquello que se escapa al poder... yo sólo puedo querer matar a un ente absolutamente independiente” (Lévinas, 2001, p. 211). Sin embargo, la primera palabra del rostro es “No matarás”, la cual se expresa como orden que viene a ser más fuerte que el homicidio. Así el Mismo quiera matar, se encuentra el quinto mandamiento bíblico (Deuteronomio, cap. 5: 17) escrito en el rostro del Otro como expresión original... como primera palabra: “No matarás”. El cañón que apunta y la intencionalidad de quien ejerce la acción siempre será una burla frente a la epifanía del Otro; la mano asesina esconde el temor de un rostro que le acusa y compromete en su indefensión; así lo mate, el Mismo guardará para sí la vergüenza de haber caído de rodillas frente a la grandeza del Otro, que sólo utilizó como defensa la más absoluta y poderosa de las armas: un rostro desnudo.

Yo-frente-al-Otro: resistencia ética que contraviene cualquier obstinación que paraliza los poderes porque otorga poder; ética hecha rostro de pobre al que se puede todo y se debe todo; epifanía del rostro que sólo puede darse éticamente porque en ella se desanuda el control y dominio de toda acción comprehensora. La ética que revela el rostro en su completa desnudez para que éste se pueda expresar sin la mediación de la imagen plástica que le opacaba. Se otorga poder al Otro para expresarse a través de su rostro, poderes que no vienen de agentes extraños sino que se encuentra dotado de ellos; poderes emergentes de una vida interior que se expresa en el decir del acontecimiento. Expresión que sólo puede darse en el cara-a-cara, en el solicitar una respuesta a mi llamado y en esperar una pregunta de su discurso; expresión que se impone al Mismo desde la desnudez y el hambre del Otro, sin posibilidad de emplazamiento o justificación por su no entendimiento, “de suerte que, en la expresión, el ser que se impone no limita sino que promueve mi libertad, al suscitar mi bondad” (Lévinas, 2001, p. 214).

 

Consideración final

Para finalizar, podemos esbozar que el modo por el cual se presenta el Otro que supera la alienación o adecuación es llamado Rostro por Lévinas. Un Otro que conserva su identidad en el acontecer inmediato de un Rostro que demanda responsabilidad y rompe la correlación lineal saber-ser. Frente a un Yo-pensante a-histórico, dueño y señor de una razón universal, se invoca un Yo-interpelado que recibe al Otro en la desnudez de su Rostro, acción generosa que se ofrece en la espontaneidad del cara-a-cara, y enfrentamiento que hace estallar al Yo-pensante de su aridez intemporal y totalizadora. Rostro es, en este sentido, acontecer que va más allá de la figura plástica que se muestra y la exposición de cualidades físicas que lo vuelven una imagen.

El Rostro: más que ente que se expresa facialmente (le visage), es Rostro porque habla; se revela en lo infinito para dar testimonio del mandato originario que precede toda anterioridad pensante. Antes que cualquier develamiento del ser, antes que cualquier acción tematizante, antes que cualquier constatación objetiva, incluso antes que cualquier virtuosidad hecha caridad, gritará la voz del Rostro para resistir cualquier enmascaramiento, desdecir el dicho que lo cubre y poderse revelar fuera de un conocimiento que transforma los sujetos en obras (Jaramillo, 2008).

En el Rostro se puede ver la grandeza del mundo “que se funda en la experiencia concreta del otro, que al mismo tiempo que tiene hambre y frío luce en sus ojos toda la dignidad de la humanidad” (Guillot, 1977, p. 25). Rostro que se expresa desde la interioridad de un cuerpo-propio para volverse extraño y exterior al Mismo; extranjero vestido de orfandad que rompe con la adecuación y le dice al pensamiento occidental/civilizador que le es imposible entrar y de-velar.

 


Notas:

* El presente artículo hace parte de las discusiones del grupo de investigación Fenomenología y Ciencias; reflexiones que se vienen desarrollando desde el año 2004 y que se consolidan en líneas teóricas que involucran tanto cuestiones epistemológicas, como rutas de acción en Investigación para las Ciencias Sociales y las Didácticas de las Ciencias.

1 Precisamente por esto, sería difícil metodológicamente confrontar las tesis Levinasianas con otros postulados sobre el rostro, pues caeríamos en un intento por comparar lo inconmensurable. Aún en los planteamientos de los contemporáneos de Lévinas (por ejemplo, Sartre) encontramos aspectos irreconciliables. A este respecto véase: Watson (1986).

2 Para Merleau Ponty “la presencia del mundo es presencia de su carne en la mía, que soy mundo, aunque no soy el mundo... es esencia por debajo de nosotros, nervadura común a lo significante y a lo significado, adherencia y reversibilidad de lo uno a lo otro, así como las cosas visibles son los pliegues de nuestra carne y nuestro cuerpo, que es, no obstante, una de las cosas visibles” (1966, p. 150). Para Lévinas, más que seres-en-el-mundo, somos seres cuestionados por la humanidad del Otro que nos llama y ordena responder por él y a él.

3 En Alrérité et Trascendance, Lévinas hace una brece alusión a los derechos del hombre; allí plantea que la “característica formal de los derechos del hombre —tal como son pensados desde el renacimiento— consiste en que están vinculados a toda persona humana independiente de toda concesión previa venida de toda autoridad o tradición” (Lévinas, 2006b, p. 149).

4 La idea de lo infinito, la relación metafísica es el alba de una humanidad sin mitos (Lévinas, 1977, p. 100).

5 Este término podría entenderse, atendiendo a su etimología, a la presentificación del Otro como “manifestación”. El término ha adquirido matices sagrados; por lo que la “epifanía” Levinasiana podría definirse como la revelación del Otro, entendido éste como dotado de “santidad” o absoluta separación.

 


 

Lista de referencias

 

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Referencia:

Luis Guillermo Jaramillo Echeverri y Juan Carlos Aguirre García, “Rostro y alteridad: de la presencia plástica a la desnudez ética”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Manizales, Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Cinde, vol. 8, núm. 1, (enero-junio), 2010, pp 175- 188.

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