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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715Xversão On-line ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv v.8 n.1 Manizales jan./jun. 2010

 

Segunda Sección: Estudios e Investigaciones

Prácticas cotidianas de personas adultas jóvenes que viven en la plaza Zarco (Ciudad de México)*

 

Praticas quotidianas de jovens adultos que vivem na Praça Zarco (Cidade do México)

 

Everyday life practices of street young adults in Plaza Zarco (Mexico City)

Lucía Barragán Rodríguez

Universidad de Guadalajara-Ciesas, D.F. Licenciatura de Sociología de la Universidad de Guadalajara (UdeG) en Jalisco, México. Correo electrónico: luciabr12@hotmail.com

Primera versión recibida noviembre 4 de 2009; versión final aceptada abril 8 de 2010 (Eds.)


Resumen:

En este artículo presento una descripción de las prácticas cotidianas de personas adultas jóvenes de edades entre los 18 y los 28 años que viven en la plaza Zarco, en la Ciudad de México. Sin contar con las adecuaciones y equipamiento necesarios para realizar sus necesidades básicas pero sí con los recursos físicos, organizacionales y cognitivos para ello, los jóvenes y las jóvenes se valen de estrategias y tácticas para salir al paso con sus necesidades biológicas, recreativas, sociales y afectivas. Logran articularse en el espacio público y con el grupo en el que se encuentran para suplir casa y familia, instituciones donde cubrían estas necesidades. No intento pues dar cuenta de la apropiación del “espacio público” como tal, sino de la apropiación circunstancial de quienes habitan esta plaza.

Palabras clave: personas adultas jóvenes en situación de calle, prácticas cotidianas, estrategias, tácticas, espacio, espacio público.


Resumem:

Apresento neste artigo uma descrição das praticas quotidianas dos jovens adultos em idades entre 18 a 28 anos que vivem na praça Zarco, Cidade do México. Sem contar com equipamentos adequados para realizar suas necessidades básicas, mas sim com os recursos físicos, organizacionais e cognitivos para eles, os jovens e as jovens se valem de estratégias e táticas para atender suas necessidades biológicas, recreativas, sociais e afetivas. Conseguem se articular no espaço público com o grupo em que se encontram para suprir casa e família, instituições aonde cobriam estas necessidades. Não tento porém dar conta da apropriação do “espaço público” como tal, e sim da apropriação circunstancial de quem habita esta praça.

Palavras chaves: jovens adultos em situação de rua, práticas quotidianas, estratégias, táticas, espaço, espaço público.


Abstract:

This paper presents a brief description of everyday life practices of street young adults between 18 to 28 years old who live in Plaza Zarco in Mexico City. Without the necessary equipment or adjustment for their needs but with physical, organizational and cognitive resources this young people build tactics and strategies to go through solving their basic, biological, social and affective needs. They manage to articulate in the public space and with the group in which they are to replace house and family, institutions where they covered these needs. It is not tried to give account of public space appropriation, but of the “circumstantial appropriation” of those who inhabits Plaza Zarco.

Key words: everyday life practices, street young adults, strategies, tactics, space, public space.


1. Introducción

 

Los estudios urbanos en nuestro país, así como en América Latina, si bien han tenido gran aceptación desde hace aproximadamente treinta años en los programas universitarios, han considerado las transformaciones territoriales desde su componente material principalmente. De acuerdo con Alicia Lindón, “ya sea en términos del espacio construido, como en términos de lo socio-económico [...] Se ha prestado poca atención a la comprensión de la espacialidad, la territorialidad, el sentido del lugar [...]” (2006, p. 15).

Por otro lado, la situación de los estudios acerca de personas que viven en la calle son igualmente escasos en México; y menos los hay que expresen su relación con el “espacio público”. Vastos son los que hablan sobre los “niños de la calle”, que desde 1999 Unicef clasificó e hizo notorios. Finalmente catalogado y convertido en problema social, el tema de los niños y niñas de la calle —en el que muchas asociaciones civiles han aportado solidariamente—, quienes rebasan el umbral de la infancia y se encuentran en una etapa productiva y reproductiva de sus vidas, han sido incluidos en la generalidad de niños y jóvenes de la calle.

Sólo hasta hace poco se empezó a hablar de “poblaciones callejeras”, conceptualización desarrollada desde 2002 particularmente por la asociación civil “El Caracol”, que trata de englobar a todos los grupos poblacionales de la calle: jóvenes, mujeres, familias, hombres, niñas y niños, con el fin de darles figura jurídica y política, articulándolos como grupo de poder y acción. En este artículo pretendo pues dar cuenta de la relación que guardan personas adultas jóvenes en situación de calle de edades entre los 18 y los 28 años que se encuentran en una etapa productiva informal —auxiliares de comerciantes, limpiaparabrisas, fakires— y reproductiva de sus vidas, y habitan un espacio público.

Para la realización de esta investigación me apoyé en varios autores y autoras, a fin de entender las prácticas cotidianas (siempre espaciales), el espacio-público y las tácticas, entre otras conceptualizaciones estrechamente vinculadas. Algunas características de las prácticas cotidianas son, por ejemplo, la especificidad del sitio frecuentado, la actividad realizada en él, o las características del desplazamiento hacia el lugar (Marcadet, 2007). Otros planos de análisis que propone Lindón (2005) son la naturaleza de la actividad en sí, saber si la actividad es individual o colectiva, y el radio de acción, es decir, los perímetros en los que la actividad se realiza. Para la autora, un elemento final por analizar en las prácticas espaciales es la temporalidad: pueden ser prácticas temporalmente fugaces, breves o prolongadas, o actualizadas cada cierto tiempo.

Por su parte, Michel De Certeau en La invención de lo cotidiano, volumen 1, enfatiza que las prácticas cotidianas son maneras de hacer por las cuales las personas reapropian un espacio previsto para ciertos fines, efectuando movimientos de antidisciplina. Esto es, las prácticas cotidianas tienen que ver con un uso de los lugares en el que el lugar no es un escenario fijo, sino más bien una extensión del usuario o usuaria a modo de herramienta por la que se vincula con los otros en un marco aparentemente establecido.

Así, la relación entre los sujetos jóvenes y el espacio es, como veremos, difusa y cuasi inasible tanto por sus prácticas como por el entendimiento mismo del espacio. Sin embargo, se le tratará de entender a este último como lugar de encuentro de individualidades, es decir, como proceso de constante intercambio entre los actores que lo intervienen y en el caso de la plaza Zarco, como sitio desde donde las posibilidades de sobrevivencia de los jóvenes y las jóvenes que lo habitan se hacen efectivas.

Enfatizo también que, atendiendo tanto a De Certeau (2007) como a Marc Augé (1992), se trata del lugar practicado que se actualiza, simboliza y apropia por las proximidades, prácticas y conflictos que en él realizamos las personas. Estos dos autores, en aparente oposición en sus conceptualizaciones sobre el lugar y el espacio, nos permiten más bien complementar las mismas en una relación recíproca donde los conflictos y el cambio se dan todo el tiempo.

Para resolver los conflictos diarios, De Certeau habla de tácticas y estrategias tendidas permanentemente. Diferencia las tácticas de las estrategias de acuerdo con el tiempo y el lugar; mientras la estrategia se despliega con cierto tiempo disponible y en una posición espacial favorable y conocida, en la táctica no hay oportunidad para la planeación. La táctica es también una acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio, y lo propio constituye justamente “una victoria del lugar sobre el tiempo”. Se trata del momento, de la oportunidad y la imaginación para retomar de lo expelido por el otro lo necesario para reequilibrar una situación adversa.

La manera en que planteé la investigación fue principalmente por medio de técnicas etnográficas, como la observación, el diario de campo, la realización de ocho entrevistas y diez encuestas a personas que viven en la plaza. En ellas abordé distintos temas relacionados con su estancia en la misma que fueron categorizados y codificados para su análisis, interpretación y contraste teórico. Las situaciones no previstas y distintas técnicas de exploración (dibujos, fotografías, juegos), estuvieron acompañando todo el proceso, mientras el análisis y procesamiento de la información se daban a la par de éstas.

Algunas dificultades que se presentaron fueron el carácter intermitente de la estancia de las y los adultos jóvenes en la plaza, y el estado tóxico y anímico en que pudieran estar. Por otro lado, también fue difícil entrevistar a los comerciantes establecidos alrededor de la plaza, excepto unos pocos. Al parecer, mantienen líneas políticas y relaciones pertinaces y veladas con líderes de comerciantes, por las que desconfían de cualquier persona que crean les confrontará acerca de su estancia (ilegal) en el lugar.

Igualmente, la revisión bibliográfica, periodística y electrónica, fue un elemento fundamental en la realización de mi trabajo, particularmente para el entendimiento de la relación entre ese espacio público y las prácticas cotidianas de los adultos jóvenes. Además, el acompañamiento que hice a pie, en microbús y metro con algunas personas jóvenes a sitios que les eran importantes, me posibilitó un acercamiento a la manera en que establecen relaciones entre ellas en otro escenario y con otros lugares en los que tejen relaciones con la ciudad. Por ejemplo, el Deportivo Oceanía, donde participan cada año en un torneo de fútbol callejero organizado por Renacimiento, A.C. y Unesco; el museo Rufino Tamayo, donde exhibieron para vender algunos artículos reciclados elaborados con ayuda de un grupo de artistas plásticos; y la misma colonia Guerrero, que es donde se localiza la plaza.

Finalmente, el uso de la fotografía ayudó a marcar el término de mi trabajo de campo. Les tomé algunas fotos y ellos tomaron también. Las fotos son parte de la vida cotidiana de muchas personas, son como una marca en el tiempo de nuestras vidas. Sin embargo, tal como frecuentemente sucede con sus documentos más importantes —que no existen o que han extraviado—, sucede con estos recuerdos físicos. Mi intención fue entonces mostrarles su imagen en ese momento de sus vidas para que hicieran con ella lo que desearan. Guardarla, observarla, pensarla e imaginarla de otra o de igual manera.

2. Lugar y espacio, posibilidades para hacer

“Mirar el lugar y el espacio” pareciera ser un exceso de palabras o una frase de ornato que no quiere decir sino la misma cosa. Sin embargo, en este artículo ambas palabras se entienden de distinta manera. Autores como Michel De Certeau (2007) y Marc Augé (1992) discurren sobre estos conceptos dotándolos de características que, más que contraponer, complementan las caracterizaciones de los mismos. Los lugares y los espacios tienen para nosotros una denominación de acuerdo con nuestras experiencias y acciones en ellos; son clasificados y poblados todo el tiempo si no por personas, sí por imágenes y acontecimientos, y siguen lógicas propias según su realización y actualización.

Espacio, dice Augé (1992), se aplica indiferentemente a una extensión, a una distancia o a una unidad temporal, es decir, es eminentemente abstracto y por lo mismo, por su falta de caracterización en el lenguaje corriente, acepta un uso común de manera indistinta: espacio aéreo, espacio publicitario, espacio de tiempo. Además, puede verse a modo de figura geométrica. La línea, la intersección de líneas y los puntos de intersección son sus formas más simples (itinerarios, encrucijadas y centros) y se visualizan entre otros, en ejes, caminos, mercados (como punto de reunión e intercambio) o monumentos (temporalmente indeterminados). Estas figuras definen un espacio y fronteras más allá de las cuales los hombres se definen como otros respecto a otros. Así, adquieren un valor de identidad y relación, señala Augé.

Por otro lado, aunque en principio pareciera entender el lugar de manera muy distinta a la de Michel De Certeau, veremos que no es tanto así cuando afirma:

    El lugar, tal como se lo define aquí, no es en absoluto el lugar que De Certeau opone al espacio como la figura geométrica al movimiento, la palabra muda a la palabra hablada o el estado al recorrido: es el lugar del sentido inscrito y simbolizado [...]. Naturalmente, es necesario que este sentido sea puesto en práctica, que el lugar se anime y que los recorridos se efectúen, y nada prohíbe hablar de espacio1 para describir este movimiento (1992, pp. 86-87).

Esto es, mientras De Certeau entiende el lugar como “el orden (cualquiera que sea) según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia” excluyéndose la posibilidad de que dos cosas ocupen el mismo sitio al mismo tiempo (2007, p. 129), Augé empata su idea del lugar con el espacio de De Certeau, respecto a algunas de sus principales características, a saber: el conflicto, la contradicción, el cambio y la misma reinvención cotidiana a partir del despliegue estratégico de usos y prácticas del lugar. Nuevamente, e incluso con otra conceptualización de Augé sobre los no lugares, acepta que:

Un no lugar existe igual que un lugar: no existe nunca bajo una forma pura; allí los lugares se recomponen, las relaciones se reconstituyen; las ‘astucias milenarias’ de la invención de lo cotidiano [...], pueden abrirse allí (sic) un camino y desplegar sus estrategias (1992, p. 84)2.

Por su parte, para De Certeau el espacio es, en un enunciado, “el lugar practicado”. El espacio es visto como un “entrecruzamiento de movilidades” y lo que eso implica es una velocidad, temporalidad, dirección y operación donde conflictúan programas contractuales y proximidades. Las proximidades no son sino delineamientos de nuestros caminos, de nuestra movilidad; implican conflictos a resolver, ya sea para transitar, para pasear, para recorrer, o para realizar una práctica o actividad.

Atendiendo pues a ambos autores, entiendo que el lugar será la configuración posicional de elementos en coexistencia bajo el supuesto de un orden previo y que nos significa la posibilidad de historicidad, identidad y relación. No es tanto la disposición geométrica de una extensión de tierra per se, sino el sitio exclusivo en que la espacialidad de las personas tiene cabida. En una relación recíproca, el lugar y el espacio se hacen posibles e incluyen esta posibilidad de historicidad, identidad y relación bajo condición de la espacialidad de las personas.

El espacio y la espacialidad refieren entonces al “lugar practicado” que se actualiza, simboliza y apropia por las proximidades, prácticas y conflictos que en él realizamos las personas, siempre de un todos nosotros, siempre de experiencias personales. Al ser simbólicos, los referimos las más de las veces a la rutina que en ellos se despliega, o a nuestras experiencias individuales; por tanto, tantos espacios como experiencias espaciales, a decir de Merleau Ponty. La espacialidad es de esta manera el despliegue de nuestra individualidad, pero también el encuentro con otras individualidades, y el efecto que produce es lo cotidiano3. Es en esta posición del tiempo, de la velocidad, de los programas contractuales señalados por De Certeau, y de la relación e identidad de las que habla Augé, que en el espacio de los jóvenes de la plaza vemos que sus prácticas son posibles. El conocimiento del lugar y sus alrededores es, además, lo que les permite aprovechar su ubicación para crear las estrategias necesarias para lidiar día a día con las posibles adversidades, como veremos adelante4.

3. La plaza Zarco, espacio público

Señalados ya tanto el lugar como el espacio, hablaremos del espacio público. Particularizarlo de esta manera es un tanto arriesgado pues si atendemos a lo que de él afirma Ernesto Licona (2006), cualquier espacio sería público. Él señala que los espacios públicos son espacios de encuentros, de miradas y de multiplicidad de perspectivas, donde construimos desplazamientos o acciones que dependen de los signos que habitan en nosotros. Esto se manifiesta, desde luego, incluso en nuestros hogares, y salvo que vivamos solos, no ocurre así. Se supone que lo público de los espacios públicos es, por tanto, ser público, y también individuo publicable; uno se exhibe, escucha y es escuchado; conversa y se desplaza en los otros como figura, como voz, como color, como obstrucción, como visible o invisible, pero presente (presencia). Vistos así, los espacios públicos de la ciudad son, como nos dice Borja, la manifestación más próxima de la circunstancia actual de la misma.

Podríamos señalar de esta manera que la relación entre la urbs (concentración de la población) y la civitas (cultura, comunidad, cohesión) es, en los espacios públicos, un cierto subtipo de polis (lugar de poder y manifestación de conflictos). Como encuentro de individualidades, destaca la importancia de los espacios públicos como sede de la manifestación de la ciudadanía. Por ello, varios autores observan la relación ciudadanía-espacio público como fundamental en la vida en la ciudad. (Borja, 1998; Ziccardi, 2003). Sin embargo, desde la década de los setenta se habla de una crisis de los espacios públicos (destinados al uso de todos por subrogación normativa o adquisición de derechos), debido a la reorganización tanto de ellos como de los espacios privados (expresados por el catastro y definidos por el derecho de edificación y uso). Esta crisis se inscribe en los procesos de articulación global, que se acompañan por otros más, como la exclusión, diferenciación y segmentación, lo que impide hablar de los espacios públicos como los espacios de todos (Ramírez Kuri, 2003). Disfrutar del lugar en el que se vive e identificarse con él, y que a través de este sitio uno sea reconocido por los otros —dice Borja—, es una condición de ciudadanía (2003, p. 75).

No obstante, en la plaza, la diversidad —que está en la individualidad— se homogeneíza y se hace unitaria en este grupo particular de jóvenes, que es diferenciado y evadido. A su vez, este grupo diferencia y evade; se circunscribe como uno distinto a los demás, con intereses y prácticas únicas y pertinentes sólo para ellos. Este proceso, esta condición en principio, inmoviliza el ejercicio de la ciudadanía; las miradas no se encuentran, ni se desplazan libremente los signos que nos habitan, si bien no pueden no manifestarse.

Cuando llegué a la plaza Zarco por primera vez, me sorprendió ver que las personas que no vivían en ella, difícilmente la cruzaban; mucho más difícil aún, permanecían en ella. Tiempo después, una vez que los sujetos jóvenes se fueron de la plaza a la glorieta del Caballito5 al ser corridos por la policía, me sorprendió todavía más ver que después de ello, la plaza parecía más bien un cementerio en el que nada, sino el simple lugar, estaba. Nadie transitaba o permanecía en ella, nadie la ocupaba.

La crisis de los espacios públicos no se manifiesta entonces aquí, a través de la exclusión y la diferenciación como procesos no deseables de la expansión de la ciudad o de su articulación global, como proponen algunos autores. La exclusión y diferenciación vienen de por sí, en el hecho mismo de ser diferentes quienes viven y no, en la plaza o en la calle. Considero además, que lo que hay es una crisis en la relación con los espacios públicos, que se inscribe ciertamente en la configuración de la ciudadanía misma. La ciudadanía es, de este modo, la práctica del ser y ser con otros, y a la vez, ser con otros en un espacio. La crisis se expresa en la imposibilidad de que los espacios públicos sean parte de los ciudadanos y ciudadanas no únicamente en el sentido de que no son para todas las personas o lo son sólo si, sino también en cuanto a que no parecen formar parte de su individualidad como necesidad simbólica o identitaria6.

Cabe resaltar finalmente lo que Goffman dice de los espacios públicos: “son territorios situacionales a disposición del público y reivindicables, en tanto que se usan y sólo mientras se usan” (citado por Licona, 2006, p. 45). Esto nos remite inmediatamente a lo que vimos antes sobre los espacios y lugares con De Certeau: en tanto no se actualizan, son lugares; al realizarse, al practicarse, podemos nombrarlos espacios. Luego, nos remitiría a una discusión más detallada sobre la ciudadanía y los espacios públicos acerca de ¿qué son cuando no se usan?, ¿qué no son para no usarlos?, y ¿qué implicaciones tiene el que así sea? Esta discusión, sin embargo, no podría establecerla aquí porque no es el objetivo de este artículo. Plantearé más bien cuáles son algunas de las prácticas cotidianas de los jóvenes y las jóvenes que viven en la plaza, por las que se actualiza y se hace espacio, aunque antes habrá que describirla.

La plaza Zarco, entendida como “espacio abierto” por el Reglamento para el Ordenamiento del Paisaje Urbano del Distrito Federal (2005), se encuentra en la colonia Guerrero, una de las siete colonias más conflictivas de la delegación Cuauhtémoc, sede del Centro Histórico de la Ciudad de México. Ubicada afuera de la estación de metro Hidalgo, cuenta con dos fuentes, donde los jóvenes se bañan; una estela dedicada al periodista Francisco Zarco, que utilizan como cancha de frontón; una gran explanada en la que juegan fútbol, y unas pequeñas jardineras detrás de las cuales este grupo de más de veinte miembros7, ha improvisado su sanitario.

Cual figuras fractales, la colonia y delegación que circundan la plaza cuentan con una gran infraestructura. Solamente en la colonia hay 4 estaciones de metro, 10 organizaciones civiles, 40 centros deportivos y culturales y 24 centros de salud, entre otros (Reintegra, 2006). Por su parte, la delegación es la séptima economía a nivel nacional y tiene siete de las once líneas de metro (Inegi, 2004). Además, al lado de la plaza se encuentra el Templo de San Hipólito, donde mes a mes, cada día 28, se celebra a San Judas Tadeo. Visitado por cientos de feligreses de colonias populares aledañas y de la Zona Metropolitana, representa para los adultos jóvenes que habitan la plaza, una oportunidad para obtener las ganancias de tres días de labor, en uno solo.

Podemos entender pues, que la población flotante y fija que rodea a la plaza sea tan numerosa como sus prácticas y usos, y se relaciona estrechamente con los jóvenes y las jóvenes, aunque difícilmente esta relación sea observada o atendida. Tampoco lo es la cotidianidad de este grupo ni la relación que han establecido con este lugar, mismas que a continuación trataré de describir.

4. Prácticas cotidianas y personas adultas jóvenes en situación de calle

Para entender las prácticas, es necesario considerar que el uso de espacios públicos y de cualquier “espacio” refiere a una apropiación de los mismos. Las prácticas por las que tanto los jóvenes y las jóvenes de la plaza como cualquiera de nosotros hacemos espacialidad, se pueden definir a partir de algunas características que Yann Marcadet (2007) y otros autores consideran. Entre ellas, el desplazamiento hacia el lugar, la especificidad del sitio frecuentado y la actividad realizada en él. Las prácticas cotidianas espaciales, refieren a las maneras de utilizar un lugar a escala de lo cotidiano, como nos dice el mismo autor.

Alicia Lindón añade, además, que en el hacer cotidiano las prácticas conjugan varios planos analizables, entre otros, si la actividad es individual o colectiva, el radio de acción, o los perímetros en los que la actividad se realiza:

    (...) las prácticas pueden desplegarse en un radio de acción de diversa extensión, hay que considerar si se trata de actividades que implican atravesar el espacio público, circular en él, o si por el contrario, son prácticas que se definen a través de la permanencia en ciertos lugares del espacio público (2005, p. 5).

Para Lindón, un elemento final por analizar en las prácticas espaciales es la temporalidad. Pueden ser prácticas temporalmente fugaces, breves o prolongadas, pueden pertenecer a un pasado remoto, o a un pasado próximo, o a un pasado que siempre está presente porque es rememorado8, o recreado; como ciertas actividades tradicionales que, cada determinado tiempo, especializan un lugar.

Podemos ver hasta aquí, que las prácticas espaciales son asibles en cuanto a su especificidad y temporalidad, pero son además la manifestación de prácticas sociales por las que los espacios mismos se transforman de acuerdo con su uso; este uso tiene que ver, según Lefebvre (1984), con la percepción que tenemos de él y con un trazo físico de recorridos, trayectorias y simbolismos producidos y vaciados en él a modo de relación. Con Michel De Certeau, nuevamente, vemos también que las “prácticas cotidianas son maneras de hacer a través de las cuales los usuarios se reapropian del espacio organizado por los técnicos de la producción sociocultural y constituyen un ambiente de antidisciplina” (2007, LXVIII). En esta breve definición se encierran sin embargo muchas otras nociones que tienen que ver con el sentido común, el escamoteo, las estrategias, los usos y las tácticas, entre otros.

Con esta revisión complementaria de las prácticas cotidianas, que son siempre espaciales aunque nos lo parezcan solamente cuando vamos a un parque y decimos que hacemos uso de los “espacios públicos” (y por tanto que estamos en un “espacio”), trataré de mostrar que los jóvenes y las jóvenes de la plaza Zarco efectivamente desarrollan ciertas estrategias y tácticas para no desfavorecer su posición frente a la policía, sobre todo respecto a sus bienes y la venta de activo9, y algunas otras veces para obtener más dinero de las actividades que realizan.

La conceptualización de la estrategia ha sido interpretada de distintas maneras de acuerdo con varios autores y autoras que han tratado de aportar a su entendimiento (ver Zamorano, 2001). No obstante, en la descripción que hace De Certeau sobre ésta, se ven reflejados implícitamente algunos de los supuestos señalados por dichos autores y autoras, como la incertidumbre, la oposición de voluntades, el uso de la fuerza, la información y la intención, pero agrega uno muy importante, que es el conocimiento del lugar.

La estrategia, nos dice el autor, es un

    (...) cálculo o manipulación de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de voluntad y de poder (una empresa, un ejército, una ciudad, una institución científica) resulta aislable. [...] Postula un lugar susceptible de ser circunscripto como algo propio y de ser la base donde administrar las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas (2007, p. 42)10.

En los sujetos jóvenes hay una apropiación de la plaza que aprovechan en la medida del tiempo que han vivido allí y que la conocen. Saben de los resquicios donde, a pesar de ser prácticamente una explanada, pueden encontrar zanjas para camuflar y esconder el activo que venden para que la policía no lo pueda encontrar cuando hace una revisión. La elección del lugar dónde vivir, dónde trabajar, dónde ir a bañarse o comer, con qué grupos estar o en qué momentos y por cuánto tiempo, son estrategias que los jóvenes y las jóvenes desarrollan para tener un acceso más fácil a los requerimientos personales básicos. El desarrollo de estas habilidades debe actualizarse todo el tiempo en cada lugar en el que están; reconocer los alrededores y los puntos o centros en donde se puede pedir ayuda en caso necesario, también son parte de las estrategias que necesitan desplegar permanentemente. Como mencióné ya, la plaza se encuentra afuera del metro Hidalgo, estación en la que cruzan dos líneas del metro con gran afluencia de personas11. Igualmente, está la avenida Reforma, una de las principales en la Ciudad de México. Esta ubicación les permite una fuente de ingresos segura, además del trabajo con los comerciantes fijos de la plaza y los del día 28 de cada mes. Por otro lado, el que la colonia cuente con asociaciones civiles, asegura su comida y baño en una u otra durante la semana.

Aquí quiero aclarar que, si bien me he estado refiriendo y me referiré simplemente como jóvenes a quienes viven en la plaza Zarco, ha sido principalmente por cuestiones de fluidez en la lectura. Sin embargo, no se trata precisamente de adultos jóvenes como usualmente los identificamos; esto es así debido a ciertas consideraciones; una de las más claras, es que han llevado un itinerario de vida callejero.

Igualmente, hay factores biológicos y sociales así como cronológicos por los que considero más pertinente llamarlos y verlos como personas adultas jóvenes. Primero, porque se encuentran ya en una etapa productiva y reproductiva de sus vidas. La mayoría inició su sexualidad a temprana edad, entre los 13 y 15 años, y algunos tienen bebés o hijos e hijas de hasta 7 años. Su edad oscila entre los 18 y 28 años, con un par de excepciones en este grupo (15 y 35 años, aproximadamente). Después, porque muchos de ellos y ellas trabajan desde temprana edad y lo siguen haciendo para mantenerse a sí mismos y a sus hijos e hijas, y también para darle un poco de dinero a familiares en prisión o que se encuentran en condiciones que ellos y ellas consideran más precarias que la suya.

Aunque es cierto que en muchos otros países existen clasificaciones e incluso programas de ayuda específicos para distintos grupos de personas que viven en la calle o en riesgo de vivir en ella, así como investigaciones, en México su estudio es relativamente reciente (en 1995 fue el primer conteo de niños y niñas de la calle) y hasta hace poco también, tanto niños, niñas, jóvenes, personas adultas y familias, se aglutinaban en el único y lastimero término de “niños de la calle”. Es desde 2002 que particularmente El Caracol, A.C., empezó a hablar de poblaciones callejeras y cultura callejera12, que son categorías sociológicas que buscan

    (...) reconocer el carácter activo de las y los más pobres y excluidos de la estructura social de un país como México, es decir, grupos humanos que sobreviven con sus propios recursos, en medio de las adversidades de la calle. Además, esta categoría social permite acercarse a una demografía diversa y cambiante. La particularidad de esta población está en la construcción de su identidad en torno a la calle y la vulnerabilidad social en la que se encuentran en el ejercicio de sus derechos. (Diagnóstico de derechos humanos del Distrito Federal, 2008, p. 728).

Así pues, la noción de personas adultas jóvenes en situación de calle, que sería un perfil de población callejera, la entiendo solamente como personas de entre 18 y 28 años que se encuentran en una etapa productiva y reproductiva y que fueron criadas, se han visto obligadas, o han decidido vivir en un lugar público, frecuentemente de manera temporal o intermitente. La mayoría de las veces no cuentan con las adecuaciones y equipamiento necesario para realizar sus necesidades básicas, pero sí con los recursos físicos, organizacionales y cognitivos para ello. Otra situación que les caracteriza es el temprano y constante consumo de sustancias tóxicas y drogas, siendo el activo la sustancia más común.

Todo el tiempo realizan, además, tácticas para beneficio propio o para obtener de lo peor, lo menos peor. Continuando con De Certeau, él diferencia las tácticas de las estrategias de acuerdo con el tiempo y con el lugar; mientras la estrategia se despliega con cierto tiempo disponible y en una posición espacial favorable y conocida, en la táctica no hay oportunidad para la planeación.

La táctica es también una acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio, y lo propio constituye justamente “una victoria del lugar sobre el tiempo”. Se trata del momento.

    (...) La táctica no tiene lugar más que el del otro; debe actuar en un terreno que le impone y organiza la ley de una fuerza extraña; así, aprovecha las ocasiones y depende de ellas, sin base donde acumular los beneficios, caza furtivamente, crea sorpresas. La táctica es un arte del débil (2007, p. 43).

Lo es precisamente porque no dispone de otros recursos que sus necesidades, sus habilidades, su imaginación y la oportunidad que ve en lo que el otro lanza o expele. Es pues, un estado constante de alerta para tomar lo que deja el otro y hacer de eso su principal fuerza; es una improvisación dialogada (no por ello consensuada) y confrontada con el otro, cual encuentro de mc´s.13

Pero tanto las estrategias como las tácticas tienen que ver la mayor de las veces, no sólo con el lugar y el tiempo, sino con el uso de las relaciones personales mantenidas con las personas alrededor. Todos nos coludimos con otros, en todo lugar, para llegar a ciertos o inesperados fines. Por ejemplo, en una ocasión un joven de la plaza había comido quesadillas conmigo con la intención de que yo le pagara las suyas. Sin embargo, llegaron varios jóvenes y empezaron a burlarse de él descubriendo su intención, así que en un descuido, él se puso de acuerdo con la vendedora para afirmar que ya le había pagado él tanto lo suyo como lo mío y salir “bien librado” de la situación.

Las tácticas son, por último, “procedimientos que valen por la pertinencia que dan al tiempo: en las circunstancias que el instante preciso de una intervención transforma en situación favorable, en la rapidez de movimientos que cambian la organización del espacio [...].” (2007, p. 45). Todos nosotros y nosotras pues, en los lugares en que nos encontramos, en los lugares a los que vamos y en los que permanecemos, desplegamos prácticas, operaciones y manipulaciones técnicas para subvenir situaciones favorables dentro de un marco no siempre óptimo. Observo también con De Certeau, que las prácticas, como esquemas de operaciones, funcionan respecto a un discurso (Foucault), a la experiencia (en forma de habitus para Bourdieu) y a la forma del tiempo que es la ocasión (kairós).

Las prácticas, además, tienen otro elemento fundamental que parece encerrar estos últimos aspectos, y es el sentido común; el sentido común, acorde con el discurso sobre el objeto representado. No se limita a él, ni a la ocasión como si se tratara de un pez pasivo y lento en una pecera; es, como suponemos ya, una cuestión de tacto, de diagnóstico y de un juicio que cuestiona y que discierne, “[...] se puede al menos mencionar que este tacto14 anude en un mismo conjunto una libertad (moral), una creación (estética) y un acto (práctica) [...].” (De Certeau, 2007, p. 84).

Los jóvenes y las jóvenes, con su sentido común desarrollado a partir de sus circunstancias, crean y recrean situaciones favorables contraviniendo normas todo el tiempo; reequilibran el mundo para mantenerse en la cuerda. De esta manera, tanto las estrategias como las tácticas, son en los sujetos jóvenes de la plaza una constante acechanza sobre los rezumos mínimos de toda situación, de toda relación, de todo conocido o de todo otro, para llevar el día a día, para realizar sus prácticas. Viviendo como viven en la antidisciplina, su estilo de vida tiene sin embargo un precio, y es el de la violencia perenne con que nacieron y que les rodea.

5. Calle y drogas, otros deseos

Riccardo Lucchini (1996) afirma que las connotaciones de la palabra calle cambian no sólo según las culturas y prácticas sociales, sino también según las clases sociales y las características del espacio urbano. Comúnmente los niños, niñas y jóvenes prefieren ciertas calles por la abundancia de recursos materiales, sociales y simbólicos, y son principalmente las del centro urbano las que ofrecen dichos recursos. La calle no es sin embargo una sola, aunque nos guste hablar de ella en singular; es un compuesto de baldíos, estaciones de metro, paradas de autobuses, cruces, monumentos y plazas. Estos sitios son a la vez lo que Lucchini llama “ponto” y que define como un espacio público en el cual organizan sus actividades lucrativas transformándolo temporalmente de espacio público en lugar de trabajo.

Visto así, el ponto se puede entender también como una conceptualización específica de lo que Carlos González Lobo (1998) llama “relingo”. Tomado de su acepción original, relinga, que refiere a lo descosido de los bordes de las velas para impedir que se desgarren cuando son izadas, el relingo es lo que queda descosido del tejido urbano. Esta es una manera de entender el término, pero los relingos no están totalmente descosidos del tejido urbanosocial; es cierto que no tienen un trazado inicial intencionado, ni dueño formal, y que parecen “rincones de la ciudad en los que entra todo lo que no tiene lugar” (Amozurrutia & López, 2008, p. 21), pero por esto mismo llegan a ser funcionales para un grupo de personas o en determinadas circunstancias.

En estos lugares y principalmente los del centro urbano, es donde los sujetos jóvenes han empezado verdaderamente la “carrera de la calle”, que es su trayectoria de vida desde pequeños. Observo sin embargo, que a lo largo de su carrera los jóvenes y las jóvenes no se identifican con un territorio, sino se dedican a explotarlo, como lo he comentado, a través de estrategias y de la creación de un sistema de oportunidad15 para su supervivencia y para la realización de actividades lúdicas y económicas. Se trata pues de una relación utilitaria e instrumental; además, esta relación regularmente es efímera de acuerdo con su inserción en el grupo, a las restricciones policíacas o gubernamentales, o a la etapa de la carrera de calle en la que se encuentran.

La calle, finalmente, no es solamente un artefacto16 en el sentido único de que se ha realizado con un propósito o función técnica específica, sino también, como señala M. Cole (1999), los artefactos son dinámicos en el tiempo y se modifican ideal y materialmente. Sucede así, tanto con la calle como con la relación y percepción que los jóvenes y las jóvenes tienen de ella, que la relación se modifica a lo largo del tiempo. Las personas jóvenes de la calle mantienen, como se ha señalado, una relación con la calle bastante dinámica, contrario a lo que pudiéramos pensar cuando las vemos en grupo en cualquier lugar. Muchas veces el paisaje que ofrecen es el de su presencia aunque no se encuentren en allí, pues dejan ropa, bolsas con sus posesiones, colchones o sillones, y los perros que los acompañan; dejan pues, rastros de su estancia y establecimiento en el lugar. Pero no se limitan a permanecer ni a conocer solamente el lugar en el que viven, sino que se desplazan de un lado a otro de la ciudad para realizar distintas actividades. Estas prácticas espaciales tienen distinta naturaleza y responden a recorridos donde se dibuja el mapa de la ciudad para realizar todo tipo de actividades. Cada punto al que van tiene un fin específico: sea el Deportivo Oceanía donde jugarán el Mundialito Callejero del DF; el Museo Rufino Tamayo donde exhibirán sus obras a partir de productos reciclados; la asociación El Caracol, donde se bañarán y verán una película, o La Merced, donde comprarán pilas y artículos para arreglar su bicicleta.

Además de estos recorridos inmediatos y cotidianos, los jóvenes y las jóvenes de la plaza Zarco tienen, como lo he mencionado, una carrera de calle en la que han pasado por distintos puntos. Desde los enclaves más recónditos, como las coladeras de la Alameda Central, a otros más visibles como estaciones de metro con un tránsito importante, como Indios Verdes, Observatorio, La Normal o Garibaldi. O bien, anexos igualmente distribuidos en la periferia de la ciudad (Tláhuac, Ecatepec o Chalco). Más aún, tienen recorridos y desplazamientos en todo el país, ya sea porque vinieron del interior de la república, porque trabajan en los fletes de la avenida Reforma o simplemente porque se van de “vacaciones” a Tlaxcala, Aguascalientes, Acapulco o Guadalajara. Sus desplazamientos responden también a las visitas a los familiares, a los hijos e hijas que tienen y que viven con su madre, de quien se han separado; a los reclusorios donde se encuentran sus hermanos y hermanas, o bien, al solo hecho de ser caminantes.

Llegué a acompañarlos a varios de estos desplazamientos, a veces a pie, en metro o en microbús. En ellos, observé cómo los recuerdos del camino a recorrer desaparecen, sea por efectos del activo o porque cuando fueron a ese sitio iban en estado tóxico. Así, los recorridos comúnmente se hacen en grupo porque si uno no sabe cómo llegar, otro conoce el tramo ignorado. También pude ver cómo la plática se vuelve más fluida al caminar, seguramente debido a que mientras caminan o van en el metro, monearse es una acción más vigilada y sancionada y no lo hacen. En cambio, cuando permanecíamos sentados, el sentarse y estar descansando parecía una señal para la contemplación, pues podían quedarse largo rato mirando a la nada, concentrados un poco en la plática y otro tanto en quién sabe qué cosas.

En un recorrido a pie hacia el metro Guerrero con uno de los jóvenes, él me señalaba las calles más peligrosas, los lugares donde había visto alguna vez un robo; los lugares de interés, como parques y parroquias, viejos hoteles y vecindades reconstruidas luego del sismo de 1985. En este recorrido peatonal, pude ver que dentro de la colonia, la mayoría de los vendedores y vendedoras mantiene una relación de camaradería con ellos y que las características que señala De Certeau respecto al caminar, florecían una tras otra. Atajos y desviaciones que realizaba mi acompañante, conocedor de la colonia, aparecían para cuidarnos de los sitios peligrosos o de las calles muy transitadas. La discontinuidad, que para mí lo era dado que no había caminado antes por allí, era percibida particularmente porque mi única orientación era un Eje principal (larga avenida) que “debíamos seguir”. Seguramente para él esta discontinuidad había dejado de serlo porque era ya su camino conocido. Su presente, sin embargo, estaba allí actualizando ese recorrido, discontinuado por repetidas interrupciones. Los saludos de conocidos y de la “banda” que salían de aquí y de allá, efectivamente, irrumpían constantemente nuestro andar juntos, abrían y cerraban la comunicación o el contacto con los otros clausurando sólo momentáneamente la mía.

En microbús, mis dos acompañantes iban sin hablarse entre sí, y sólo se dirigía cada uno a mí. No mencionaban nada de ellos, como si fueran dos extraños que tenían que soportar la presencia del otro. Ellos, aunque llevaban dinero suficiente, no querían gastarlo, así que a uno se le ocurrió pedirle al microbusero que nos llevara gratis de Reforma al metro Hidalgo. Éste aceptó, aunque antes nuestro acompañante ya lo había intentado un par de veces con otros conductores. Estas solicitudes no siempre son aceptadas o recibidas con agrado, tampoco por los policías del metro, a quienes los jóvenes les piden entrar gratis, pero tienen que conformarse con un 2x1. Temerosos, enojados o a regañadientes, los vigilantes o chóferes les dan el acceso.

En metro, pudimos viajar más. Fuimos en grupo y allí todos y todas querían hablar, todos y todas querían contar experiencias siniestras, crueles o dolorosas sobre sí mismos. Todos y todas querían platicar quiénes son —conmigo— y también querían saber quién era yo, con ellos y con ellas. Mientras tanto, la gente nos miraba con desagrado; volteaban la cara, o bien nos miraban con curiosidad. Los agentes policiales del metro se molestaban porque íbamos muchos y mugrosos; se incomodaban. Los jóvenes y las jóvenes, en cambio, parecían ir solos en el vagón, sin mirar a la gente, concentrados y concentradas sólo en lo que decían o querían decir. Entusiasmados al llegar al lugar, se dispersaban y reían entre ellos y ellas, empezaban a hacerse bromas sobre cualquier cosa.

Sus desplazamientos a otros sitios, como sus casas o el reclusorio, o las tiendas del Centro, no los conozco. Me gustaría hablar de sus representaciones gráficas, sus mapas, sus puntos de fuga, es decir, los lugares a los que se van cuando se fastidian de la plaza y lo que ven en sus recorridos, pero ese ejercicio no sucedió porque cuando les pedía dibujar algo, eran muchos quienes querían participar. Todo era alboroto y todos querían al mismo tiempo un poco de atención, lo que hacía difícil el platicar acerca de los dibujos en ese momento y retomarlo después, más aún, porque la mayoría estaban drogados.

En una ocasión les pedí que dibujaran el croquis de la plaza. Tomaron la hoja y el lápiz para hacer más bien dibujos de otras cosas: un joven con una lata de PVC, unos garabatos que representaban la muerte de sus neuronas por el consumo del activo, un castillo, una serie de personajes al parecer de Naucalpan que viajan en “Estrella Roja”, o dibujaban “las puertas del cielo”, según Miguel17, uno de los jóvenes. También hubo una joven que en lugar de dibujar quiso escribir, pero como solamente sabía escribir su nombre, me pidió hacerlo a mí. Se trataba de una carta para su pareja, donde le decía que aunque le pegara, ella siempre lo iba a querer, sobre todo porque sabía que tendría un hijo suyo en unos meses.

En su relación con la calle, por otro lado, un elemento fundamental para comprender su estancia es, como supongo, el consumo de drogas. Siguiendo a Gloria C. Champion, Lucchini señala que la farmacodependencia como síntoma, concierne a la

    (...) utilización de un producto que disminuye los efectos de una situación conflictiva sin implicar un consumo perdurable; como síndrome, se trata de un uso persistente relacionado con problemas existenciales y contextuales en los que la etiología puede ser múltiple y variada, y como enfermedad, es un proceso de deterioro que se acompaña de un consumo perdurable, compulsivo y creciente, acompañado de una grave patología de la personalidad (1996, p. 249).

En tanto, los jóvenes y las jóvenes de la plaza, igualmente, iniciaron el consumo de sustancias aproximadamente entre los 8 y los 12 años de edad. Al parecer, muchas veces las invitaciones de otros niños o niñas a probar las drogas se hacían en medio o después de que por primera vez platicaban acerca de por qué se habían salido de sus casas. Les aseguraban que con la mona olvidarían sus problemas y se sentirían bien. Algunas veces más, por el contrario, los demás niños y niñas les advertían de las dificultades de vivir en la calle y les aconsejaban regresar a casa.

Comúnmente, el uso de drogas como síntoma y como síndrome aplica en los casos de grupos de niños, niñas y jóvenes que viven en la calle, aunque hay grupos conformados por personas mayores de edades entre los 27 y los 35 años en que su tiempo de estancia en la calle ha sido tan largo y su consumo de sustancias tan persistente, que su capacidad motriz y su conducta se modifican, llegando quizá a la enfermedad antes descrita.

Igualmente, el uso de drogas no es estático, sino que la mayoría de los sujetos jóvenes, a cierta edad, ha probado de distintas clases. Frecuentemente, han iniciado por invitación de otro niño o niña y se trataba de thinner, pegamento de PVC o activo, principalmente por su precio y accesibilidad. Después han probado la mariguana, piedra o crack, entre otros.

    L: ¿Y cómo es que empezaste a drogarte y con qué drogas?
    J: Con el activo.
    L: ¿Cómo es que empezaste?
    J: Con la lata de PVC mojando una estopa, me enseñó un chavo, me enseñó un chavo...
    L: ¿Cómo, se te acercó?
    J: De ahí de Casa Alianza18, me dijo: “nel, p´s, mójate la estopa y póntela en la nariz y vas a ver que vas a sentir chido”.
    L: ¿Y cómo fue que te sentiste?
    J: No pues la primera vez me sentí mareado, como sacado de onda... Ya después ya me acostumbré.
    L: ¿Has probado otras drogas?
    J: Sí.
    L: ¿Cuáles?
    J: Mariguana, alcohol, chochos, este... ¿cómo se llama?... el crack.

    (José, 25 años, 17 viviendo en calle)

En el aspecto colectivo, el consumo de drogas funciona como una disposición por la que los jóvenes y las jóvenes son jóvenes de la calle. Así como se afirma que no se es callejero o callejera por estar en la calle sino por lo que se sabe hacer en ella, la mona o el activo son la manera en que, desde temprana edad, los jóvenes y las jóvenes se presentan o buscan presentarse ante un grupo como tal. En un sentido lúdico, el consumo de activo permite y promueve además la socialización dentro del grupo, quizás porque el monearse es una de las actividades principales que realiza este grupo desde el inicio hasta el final del día, y se puede participar del continuo de las actividades, como jugar fútbol, cartas o ver televisión cuando la hay. Individualmente, a las funciones mencionadas por Champion, podemos agregar que el uso y posesión del activo permite movilizar recursos simbólicos dentro del grupo. Particularmente quien vende activo, tiene la posibilidad de fiar a los demás, por lo que los compradores y compradoras se ven obligados a hacer favores al vendedor o vendedora en tanto no le paguen, o bien, son condescendientes. Ahora, si la relación es de compra-venta, ésta puede ser muy pequeña, incluso de $1.00 la mona. En la plaza Zarco, el activo se vende a $5.00 la mona, y a $10.00 el “charco”, que es aproximadamente lo correspondiente a tres o cuatro monas, llegando a gastar cada joven $100.00 al día. Es interesante ver que a diferencia de otros grupos, en Zarco el activo no se consume directamente de las latas amarillas del limpiador de PVC y que cuesta $30.00 aproximadamente en las tlapalerías. Más bien, los jóvenes y las jóvenes lo compran a granel, en botellas de refresco de dos litros, y lo venden por monas, siendo el comprador o compradora quien lleva su papel higiénico, o por “charcos”, en las botellas de agua de medio litro.

Luego de algún tiempo viviendo en la calle, cuando ven que por la edad van aminorando las posibilidades de obtener dinero fácilmente o acceder a organizaciones que les apoyen, la situación de los sujetos jóvenes y su consumo de drogas llega en muchos casos al hastío, a la saciedad y a un gran deseo de cambiar su estilo de vida. Este deseo es, en tanto, una extraña y aparentemente eterna visión. Su deseo o esperanza dibuja la introducción de una misa de réquiem. A la expectativa, como si estuvieran en una condición en la que salir de su estado es siempre una súplica pero también una imposibilidad.

6. Activo, comerciantes, policías y organizaciones afines

La cotidianidad de los jóvenes y las jóvenes en la plaza se basa en cuatro ejes principalmente. Uno es el consumo y venta de activo; los conflictos con los agentes policiales; la relación que mantienen con los comerciantes y las comerciantes del sector y por la que se mantienen, así como otras actividades de sobrevivencia y que el Inegi llama “mendicidad disfrazada”, y finalmente su relación con las asociaciones civiles que se encargan de acompañarlos en su estancia en la calle.

La venta de activo en la plaza la realizan principalmente un par de hermanos y otro chico más. Coinciden los tres, en ser quienes menos se monean y tienen casa en la cual vivir, que se encuentra cerca de la plaza. Igualmente, son de los más violentos. Los dos hermanos, Armando y Florencio, se encargan personalmente de dirigir su negocio con los jóvenes y las jóvenes de la plaza, fiando ocasionalmente pero cobrando el doble cuando no se les paga a tiempo y más aún, con golpes. Su relación con los demás, a excepción de Tobis, el otro vendedor y que tampoco teme pelear como lo hacen ellos, es más bien pertinente. Mientras los hermanos se han peleado con la mayoría de los jóvenes de la plaza y resultan molestos para casi todos, Tobis mantiene una relación más cercana con los jóvenes y las jóvenes, ya que desde hace mucho tiempo convive con ellos y su pareja es una de las chicas del grupo.

Los intereses tanto de los vendedores como de los compradores no son divergentes sino en la medida en que los vendedores manifiestan una cierta dominación y ejercicio de fuerza y violencia sobre los demás. Esto nos remite a lo que del poder dicen tanto Bourdieu como Foucault, y es que toda relación de fuerzas es una relación de poder, que además disimula o esconde en la violencia misma la imposición legítima de los significados y de las señales (Moreno, 2006). Sin embargo, los sujetos jóvenes aquí no disimulan esta relación de poder, de violencia simbólica, sino que es tangible, concreta. No ordenan las cosas como si pidieran un favor. En esta relación entre los vendedores y compradores de activo, el vector opuesto y que recae en sí mismo, sin más, es el miedo, como dios en el universo. Dada la constante demanda de activo por los jóvenes y las jóvenes, y la indolencia que manifiestan para ser ellos mismos proveedores y distribuidores, parece que esta relación en la que droga y violencia se amalgaman ineludiblemente, será siempre una a la que, como a todo, sólo queda soportar.

En tanto, el activo los acompaña de la mañana a la noche. Al despertar, antes de ir a trabajar ayudando a los comerciantes con quienes han establecido relaciones de confianza y complicidad, lo primero que hacen, cual ir al baño a orinar, es monear. Luego, armar los puestos, llevarlos hacia la plaza desde el estacionamiento cercano en el que los guardan. Más tarde, como a las nueve de la mañana, vuelven a la plaza para buscar algún alimento y repiten: monear. Mientras transcurre el día, duermen, asisten a un comedor de algún centro de día donde se pueden bañar y comer por $30.00 y quizá vayan al Caracol, a realizar alguna actividad. Regresan a la plaza y también a la “realidad”: más monas. Cerca de las cinco de la tarde vuelven para recoger y guardar los puestos. Luego, el resto del día: platicar, jugar y seguir moneando.

Pero los comerciantes no son únicamente fuente de trabajo o ingresos para los jóvenes y las jóvenes, sino que son también, junto con los educadores y educadoras de calle, las personas que conectan a los individuos jóvenes con un estilo de vida distinto, al ser ellos con quienes mantienen la mayoría de sus relaciones sociales. Así, la relación no es sólo económica sino también afectiva. Ellos y ellas se acercan a los vendedores y vendedoras, sobre todo a las mujeres, y les platican sus problemas, ya sean económicos o afectivos. Algunas vendedoras, con las que mejor se acoplan, les aconsejan y escuchan principalmente; en tanto con los vendedores se llevan más como camaradas, se hacen bromas, burlas y juegos.

En este grupo, como en muchos otros, las actividades que realizan para mantenerse son diversas. Estas actividades tienen que ver con el lugar en que se encuentran. Por ejemplo, si los jóvenes y las jóvenes estuvieran en un lugar donde no hubiera pequeños comerciantes de dulces, tortas, tacos y accesorios como en la plaza, ése otro sitio podría ser una zona comercial de altos ingresos con gran tránsito peatonal y vehicular para asegurar dinero, objetos, ropa o comida fácil. Cada sitio tiene características por las que, de mucho o poco, los jóvenes y las jóvenes obtienen estas cosas. Por su parte, en la plaza Zarco, las mujeres son la tercera parte de la población de este grupo y son también quienes menos trabajan. Todas tienen pareja y tanto la pareja como ellas, esperan que ellos las mantengan. De hecho, las mujeres que respondieron la encuesta que realicé, afirmaron no trabajar, sino acaso ocasionalmente, o bien, se dedican a “charolear”19. Esto es interesante porque muestra que en este grupo, como en muchos otros, persiste una visión que no homogeneíza del todo el trabajo de los hombres y las mujeres. Hay actividades que realizan ambos, pero algunas otras no o muy poco; por ejemplo, fakirear o limpiar parabrisas. Más aun, establecen relaciones de dependencia fuertes. Finalmente, si hay pequeños o pequeñas, serán utilizados por sus padres y madres para obtener más dinero del que pudieran conseguir sin la figura inofensiva y lastimera de los niños y niñas.

Por otro lado, la estancia de los sujetos jóvenes no es sencilla, sino que se enfrentan diariamente a una relación pocas veces cordial con la policía, que frecuentemente dirige sus acciones hacia la violación de los derechos de los jóvenes y las jóvenes. Aparentemente, los agentes de policía se valen de su posición autoritaria y quizá de una indistinción clara sobre lo que implica lo público y lo privado en un sentido académico, pero no por ello legal. Entre la policía y los sujetos jóvenes, uno de los conflictos no es por la plaza misma, sino por lo que en ella ocurre. Ni los individuos jóvenes ni la policía forman claramente grupos de interés con objetivos comunes. Los jóvenes y las jóvenes suelen aparecer como grupo de interés cuando efectivamente se les amenaza con expulsarlos del lugar. Sin embargo, aunque pudiéramos creer lo contrario, no siempre es así pues, como lo he señalado, las menos de las veces llegan a arraigarse a un lugar.

Una de las más importantes pero casi invisible fuentes de conflicto, es la que se refiere a la venta de activo. El activo regularmente se guarda en pequeñas botellas de plástico, ya sea de agua o refresco, y se vende tanto a quienes están cotidianamente en la plaza como a personas que vienen de otros lugares cercanos y populares o que trabajan alrededor de ella. Son principalmente hombres y mujeres de edades entre los 15 y los 28 años, de colonias y barrios como Tepito, Guerrero, la Villa o Centro, que van a la plaza por diez o veinte pesos de activo para monearse allí mismo o en el trayecto a sus casas. Las botellas de activo son camufladas en las orillas de la plaza con la basura que hay alrededor. El vendedor toma papeles sueltos, los moja en el agua lodosa de las coladeras y con ellos envuelve las botellas, que deja en el piso entre botellas, desperdicios y papeles de la orilla. Así, cuando se acerca la policía a inspeccionar a los jóvenes y a las jóvenes y sus cosas, es imposible que les encuentren algo.

En esta relación con la policía, hay además un problema que tiene que ver con los espacios públicos y que incide directamente en los sujetos jóvenes. El Reglamento para el Ordenamiento del Paisaje Urbano del Distrito Federal entiende por espacios abiertos los “predios de uso público destinados a deportivos, parques, plazas y jardines, donde se realizan actividades de esparcimiento, deporte y recreación en general, determinados como zonificación ‘EA’ en los programas de desarrollo urbano” (2005). Mientas, la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal, en su artículo 25, apartados II y III, señala que son infracciones contra la seguridad ciudadana y se castigan con 11 a 20 días de salario mínimo o entre 13 y 24 horas de arresto:

    II. Impedir o estorbar de cualquier forma el uso de la vía pública, la libertad de tránsito o de acción de las personas, siempre que no exista permiso ni causa justificada para ello. Para estos efectos, se entenderá que existe causa justificada siempre que la obstrucción del uso de la vía pública, de la libertad de tránsito o de acción de las personas sea inevitable y necesaria y no constituya en sí misma un fin, sino un medio razonable de manifestación de las ideas, de asociación o de reunión pacifica.

    III. Usar las áreas y vías públicas sin contar con la autorización que se requiera para ello.

De acuerdo con estos lineamientos, las personas adultas jóvenes que viven en la plaza, son infractores permanentes. Sin embargo, cabe señalar que no hay estudios precisos que informen sobre la inseguridad que representan para la ciudadanía ni en qué medida efectivamente lo son. Considero más bien, que es una cuestión de percepción y criminalización de uno de los elementos distintivos de los jóvenes y las jóvenes: la droga.

    L: ¿Ha visto que hay jóvenes en la plaza que viven allí y se monean?
    S. L.: Sí, sí los he visto.
    L: ¿Y qué piensa de eso?
    S. L.: Pues que está mal porque dan mala imagen, pero hay lugares donde los pueden apoyar, además a veces se ven cosas, te pueden asaltar.
    L: ¿La han asaltado alguna vez?
    S. L.: No, nunca. L: ¿En qué considera que pudieran ser diferentes a quienes no vivimos así?
    S. L.: Pues en que se drogan, sólo eso. Ellos se drogan todo el tiempo.

    (Sra. Lena, vendedora de dulces)

Así, la policía ejerce su autoridad de distintas maneras, algunas veces encubiertas y otras no tanto. La mayoría de los jóvenes y las jóvenes han tenido problemas con ella debido principalmente a que están moneándose. Entre otras cosas, los individuos jóvenes mencionan que la policía los golpea, les quita dinero o los lleva a los separos de la delegación (áreas de la dirección de seguridad pública y vial para personas que cometen infracciones administrativas). Este comportamiento se extiende a la mayoría de jóvenes, hombres y mujeres, pero con las mujeres ocasionalmente hay tintes de acoso sexual, por los que el trato podría diferir. Por ello, finalmente y desde hace poco algunas organizaciones civiles están tratando de intervenir en la Comisión de Derechos del Distrito Federal para que se abran capítulos en sus diagnósticos anuales y se comience a mirar a estas poblaciones callejeras desde un enfoque de derechos.

Finalmente, con los jóvenes y las jóvenes de la plaza Zarco intervienen Casa Alianza y el Sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF), del gobierno federal; ambos enfocados en la atención de menores de 18 años. En Casa Alianza, la mayoría de los jóvenes y las jóvenes estuvieron cuando eran menores. Sin embargo, se salían en algunos casos, por parecerles demasiado autoritaria, o porque veían en la calle a sus amigos y amigas mientras ellos o ellas estaban “encerrados”, lo que no les gustaba. También hay una asociación cristiana llamada Lampas, que año tras año organiza campamentos con actividades educativas, recreativas y religiosas, por la que algunos de los sujetos jóvenes dicen ser cristianos; y El Caracol, A.C., que tiene un centro de día al que asisten los jóvenes para bañarse, comer, jugar, ver películas, leer o realizar otras actividades y deportes. Además, hay otras acciones como el Mundialito Callejero de la Fundación Renacimiento en coordinación con Unesco, y talleres de artistas plásticos para elaborar artículos con material reciclado que luego exponen y venden en museos como el Rufino Tamayo.

Desafortunadamente no existe una articulación sólida entre estas iniciativas, ni constancia o permanencia, en concordancia con la actitud de inmediatez de los jóvenes y las jóvenes, que asisten a estos eventos, talleres y servicios para cubrir requerimientos actuales sin un trabajo previo en el compromiso y la corresponsabilidad. Considero pues pertinente una visión institucional hacia el exterior, donde las asociaciones conozcan la manera en que los niños, niñas y jóvenes socialicen entre ellos y despliegan estrategias con los actores que les rodean para obtener lo que necesitan. Esto podría ser más útil que enfocarse desde el interior en “educar” o “reeducar” a los niños, niñas y jóvenes, poniendo de lado la experiencia familiar y de calle con la que se acercan y persisten en las instituciones a lo largo de sus vidas.

7. Conclusiones

A lo largo de este artículo presenté algunas de las prácticas cotidianas que realizan los jóvenes y las jóvenes que viven en una plaza pública de la Ciudad de México. Traté de resaltar primero algunas ideas teóricas sobre el espacio, el lugar y las prácticas, entendidas no únicamente como realizaciones físicas, que es como considero las ven algunos autores y autoras quienes, más que demeritar, complementan las aportaciones de Michel De Certeau. En estas prácticas, según el autor, se encuentran los ardides cotidianos por los que todos y todas, a modo de estrategias, tácticas, escamoteos y el mismo sentido común —cuyos ejes fundamentales son el tiempo y el lugar—, llevamos el día a día.

Particularmente, quienes viven en un lugar desprovisto de las adecuaciones necesarias para llevar fácilmente este día a día, o la cotidianidad, se valen permanentemente de dichos “procedimientos populares”, jugando además en ese otro lado de la antidisciplina que es, en principio, su carta de presentación.

De esta manera, traté de develar de a poco sus prácticas cotidianas, y también de dar lugar a diferentes planteamientos alrededor de la cotidianidad no sólo de ellos y de ellas, sino de quienes vivimos la ciudad. La relación de las personas con los espacios, las calles, las plazas o los parques, tiene siempre algo fantasmal, y analizar esta relación es importante porque, como señalé, efectivamente hay una crisis de los espacios públicos, no solamente por los procesos de articulación global, que se acompañan por la exclusión o diferenciación, sino porque hay una afectación en nuestra relación como ciudadanos y ciudadanas con dichos lugares.

Por su parte, la relación que establecen los sujetos jóvenes con ese espacio público es, a mi parecer, lo más contrastante. Evidencian en sus tácticas y estrategias diariamente el uso oportuno que le dan al espacio público, al conocimiento del lugar, al día a día y al instante creado. Efectivamente, dentro de sus prácticas hay conflictos y cambios, aunque más que por el espacio en sí, por sus prácticas mismas. Son ellas quienes movilizan el lugar. Por ejemplo, con su consumo de activo. Es un elemento importante por el que los jóvenes y las jóvenes se agrupan a lo largo del día: su consumo los reúne mientras ven la pequeña televisión que tienen y que también ocultan de la policía pues tienen temor de que se las quiten. Los reúne igualmente por la mañana ya que monear es lo primero que hacen al despertar; los reúne mientras juegan fútbol o cartas, y mientras esperan que llegue el momento de ir con los comerciantes y las comerciantes para poner o recoger un puesto, o por algún mandado. Un poco, pero no de manera clara, el consumo de activo también les plantea las dinámicas de movilidad en la plaza, pues por él es que algunos se anexan por alrededor de dos o tres meses para recuperarse físicamente. Por él también, regresan a la plaza luego de una semana de haber terminado su permanencia en los anexos, así como por la camaradería que se ha formado alrededor de su consumo con otros jóvenes y otras jóvenes de la plaza.

Finalmente, el espacio (lugar practicado) es una construcción social en el sentido de las necesidades y satisfacciones en él depositadas y también una manifestación de nosotros mismos y nosotras mismas, en tanto nos orientamos hacia él o lo vivimos. El espacio es, en cuanto desplegamos nuestras prácticas. Así, entre los jóvenes de la plaza Zarco, el que una mujer busque inmediatamente una pareja en el grupo cuando llega, establecerse en sitios transitados y con amplia infraestructura, crear alianzas, aprovechar al hijo o hija que se tiene para exhibirlo mientras se trabaja como fakir, tener en la misma explanada de la plaza los resquicios y elementos para camuflar el activo, son algunas de estas estrategias y tácticas.

Desde su corta edad, los niños y niñas que viven en la calle y más tarde los jóvenes y las jóvenes, como los de la plaza, aprenden a vivir en ella desde lo inmediato, desde la consecución del mayor beneficio o el menor daño, con el menor esfuerzo. Eso implica involucrarse en conflictos con los demás compañeros y compañeras, con jóvenes de otros sitios y con vecinos y vecinas o con la policía. Estos conflictos no se limitan a evitar ser golpeado, explotado o abusado de cualquier manera, sino también se efectúan por una defensa del lugar en el cual están para permanecer en él, y me atrevería a sugerir, sobre todo por continuar un consumo, distribución y abuso de sustancias como el activo, que es la droga más accesible y económica.

Entonces, observar la relación que tanto los sujetos jóvenes como los distintos perfiles de poblaciones callejeras guardan con los lugares, así como sus prácticas en ellos, el reto de conocer lo que guarda el “fantasma” del deseo de cambio en su estilo de vida que manifiestan a veces con convicción y otras por compromiso, así como abordar el trabajo institucional que les rodea, son algunos de los elementos que considero pertinentes para la comprensión de este fenómeno y para tratar de colaborar o intervenir en él.


Notas:

* Este artículo es una síntesis de la investigación “Prácticas cotidianas de adultos jóvenes en una plaza pública: la Zarco”, para optar al título de Licenciada en Sociología por la Universidad de Guadalajara. Forma parte del Subprograma de Becas para Tesis Externas Generación 2008-2009, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, convenio BTE/08/001/2. La investigación fue etnográfica descriptiva y se realizó de septiembre de 2008 a agosto de 2009.

1 Cursivas mías.

2 Debido a la extensión del artículo, no abriré aquí una discusión más amplia acerca del lugar antropológico (relacional, histórico e identificatorio) y el no lugar de los que habla Marc Augé (1992), y las similitudes con el espacio y el lugar de De Certeau. Los no lugares importan para el autor, más bien, como “medida de la época”, y propone su distinción en referencia a la oposición misma del espacio y el lugar. Los no lugares son la relación de espacios constituidos para ciertos fines y la manera en que nos relacionamos con ellos, basándonos principalmente en contractualidades solitarias establecidas desde la textualidad: prescriptiva, prohibitiva o informativa (Augé, 1992, p. 100). Señalamos por último que De Certeau (2007) habla de éstos en tanto cualidad “negativa” del lugar, de lo que no son, por ser antes de otros (porque tienen nombre, porque serán pasajes).

3 En esta investigación entiendo lo cotidiano como un juego de alteridades ubicadas en tiempos (medidos con instrumentos) y lugares exteriores, aunque con experiencias de tiempos (duración) y lugares interiores, definidas por interacciones previas que buscan establecer una posición pertinente respecto a la situación actual en que se encuentra la persona. Por otro lado, en este encuentro de individualidades, se trata de mantener el vínculo social vigente pero se manifiestan también desajustes de las prácticas cotidianas, a modo de subversividad y posibilidad de cambio. Para una mayor discusión, ver La vida cotidiana y su espacio-temporalidad, de Lindón (Coord.), 2005, y La invención de lo cotidiano, Vol. 1 Artes de hacer, de De Certeau (2007).

4 El conocimiento del lugar y el reconocimiento de la persona en él, son importantes precisamente en la medida en que desde ellos se efectúan las “maneras de hacer”, los “procedimientos populares” cotidianos que juegan con los mecanismos de la disciplina. Estas maneras de hacer fungen diariamente a modo de contraordenes sociopolíticas que restituyen “libertad de movimiento” a su realizador, y son el núcleo de la cotidianidad de la que habla De Certeau.

5 La glorieta del Caballito se encuentra a pocos metros de la plaza Zarco. Durante la realización de mi investigación, debido a la celebración del XXV aniversario luctuoso del periodista Manuel Buendía Tellezgirón en la plaza, los adultos jóvenes fueron desalojados y se mudaron a este lugar. Acerca de esta glorieta no planteo la estancia de los jóvenes y las jóvenes, porque las observaciones se realizaron principalmente durante su estancia en la plaza.

6 Tomo esta idea de la propuesta que hace Borja (2003) acerca de las cualidades que suponen los espacios públicos de calidad (accesibilidad física, facilitadores de relaciones sociales intensas y de la expresión e integración culturales, etc.) y que implicarían una relación identitaria y simbólica, pero además una necesidad de nuestra parte.

7 El número de jóvenes en la plaza es variable; algunas veces llegan jóvenes de otros sitios, y otros se van a anexos A.A., con sus familias, a otros puntos, o están presos.

8 En este sentido, autores como Merleau Ponty analizan el conocimiento a partir de la relación entre el cuerpo y el espacio; la rememoración es parte de la experiencia de vida de una persona, pero el tiempo no es un dato de la conciencia, sino que es ella quien lo despliega al darle sentido. Por su parte, Alicia Lindón entiende que la temporalidad se refiere a la experiencia del presente como prácticas desarrolladas simultáneamente en el tiempo exterior (medido a través del reloj), en un tiempo interior (la duración, tiempos fuertes y débiles, multiplicidad y unicidad temporal) y en el espacio, a través de la comunicación (2000, p. 11). Lo pasado importa no como trayectorias, sino como experiencias pasadas bajo la forma de conocimiento incorporado y disponible en el presente, del mismo modo en que para A. Schütz se presentan las situaciones problemáticas, para las que no se tiene un stock de conocimiento y requieren, por tanto, explicitaciones.

9 El activo es una mezcla de thinner y otros solventes cuyo ingrediente activo es el tolueno. Se llama monear a la acción de inhalar una mona, que es una bola de papel higiénico o estopa empapado en activo.

10 Cursivas del autor.

11 Estas líneas son Universidad-Indios Verdes y Taxqueña-Cuatro Caminos. La primera, va del sur de la ciudad (terminal Unam) al norte, de donde provienen miles de trabajadores de la Zona Metropolitana. En la segunda, ambas terminales son centrales de autobuses y microbuses que van a Estados cercanos a la Ciudad de México. En la delegación Cuauhtémoc, diariamente hay una afluencia de población flotante de cerca de cinco millones de personas, en medio de una población fija de poco más de medio millón de habitantes (Inegi, 2004).

12 Ésta se entiende como el “conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y grado de desarrollo que le permite a la población en situación de calle procesos de socialización, construcción de identidad y juicios de valor, para decidir su permanencia en los grupos callejeros” (Pérez, Juan, 2002). En este escrito, tomaré como sinónimos el estilo de vida callejero y lo que encierra la “cultura callejera”.

13 Master of ceremony, entre los cantantes de hip hop. En esos encuentros, los mc´s se desafían para realizar largos bloques de palabras y rimas.

14 Cursivas mías.

15 Esta noción aborda principalmente la autonomía del niño, niña o joven frente al medio. Lucchini señala que M. Cusson define la oportunidad a partir de a) las posibilidades propias del actor (afectivas, cognoscitivas, culturales, sociales y físicas), b) las ocasiones de actuar con las que el niño o niña se enfrenta; y c) sus intenciones o fines. (Lucchini, 1996, p. 85).

16 “Se entiende por artefacto cualquier obra manual realizada con un propósito o función técnica específica”. Así es como en Wikipedia (2009) se entiende el término y es, en parte, la manera en que lo entiendo. Sin embargo, existe otro tipo de artefacto, que es el cultural y sobre el que han escrito psicólogos y teóricos como Michael Cole, o Engerström. Brevemente, para Cole (1999) “un artefacto es un aspecto del mundo material que se ha modificado durante la historia de su incorporación a la acción humana dirigida a metas. En virtud de los cambios realizados en su proceso de creación y uso, los artefactos son simultáneamente ideales (conceptuales) y materiales. Son ideales en la medida en que su forma material ha sido moldeada por su participación en las interacciones de las que antes eran parte y que ellos median en el presente”. La actividad del sujeto mediada por artefactos depende de la relación con los elementos del sistema (contexto), y el que los elementos del sistema están cambiando constantemente, le proporciona un carácter dinámico que cristaliza en la historia del sistema y sus componentes. Descrito así, también se puede comprender la calle como artefacto cultural. Cursivas mías.

17 Los nombres de los jóvenes se han cambiado.

18 Casa Alianza es una agencia internacional de iniciativa privada y religiosa que atiende a niñas y niños que viven en la calle hasta que cumplen 18 años, y se encuentra precisamente al lado de la Plaza Zarco.

19 Así le dicen los jóvenes a la acción de pedir dinero a los transeúntes o vender dulces a precios acordes a la “voluntad” de las personas.


 

Lista de referencias

 

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