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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Print version ISSN 1692-715XOn-line version ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.8 no.2 Manizales July/Dec. 2010

 

 

Segunda Sección: Estudios e Investigaciones

 

 

Condiciones de favorabilidad al maternaje y violencia materna*

 

Condições de favorabilidade à maternagem e violência materna

 

Maternal Violence in Childhood and the Conditions that Bring About Mothering

 

 

Mauricio Hernando Bedoya1, Mary Lucy Giraldo2

1 Universidad de Antioquia, Colombia. Licenciado en Educación, Psicólogo, Magíster en Psicología. Docente Departamento de Psicología (Universidad de Antioquia). Dirección postal: Calle 49B No. 64B-37. Dirección electrónica: csmauriciobedoya@antares.udea.edu.co

2 Universidad de Antioquia, Colombia. Licenciada en Educación Infantil Especial, Psicóloga (Universidad de Antioquia). Dirección postal: Carrera 24 No. 47-96. Dirección electrónica: marylgiraldo@yahoo.com

 

 

Primera versión recibida febrero 2 de 2010; versión final aceptada marzo 24 de 2010 (Eds.)

 


Resumen:

Realizamos un acercamiento al problema de las prácticas de violencia materna hacia los niños y niñas y su impacto en el vínculo materno-filial. Objetivo: reconocer en madres que se nombran como maltratadoras, y en sus hijos e hijas maltratados, el significado dado a su vínculo afectivo. Método: fenomenológico-hermenéutico del enfoque cualitativo con muestra multinivel. Técnicas de Producción de Información: entrevistas en profundidad con madres, grupos focales con sus hijos e hijas y con madres y padres de tres instituciones educativas. Conclusiones: las madres explican la violencia hacia sus hijos e hijas acudiendo a una cadena vincular generacional con su propia madre; las condiciones de favorabilidad al maternaje adversas predicen tal violencia; no todo niño o niña violentado será padre violento o madre violenta y, finalmente, postulamos que existe una tipología de madre violenta.

Palabras Clave: vínculo madre-hijo o madre-hija, violencia materna, individuación, maternaje, cuidado.

 


Resumo:

Realizamos uma aproximação ao problema das práticas da violência materna contra as crianças e seu impacto no vínculo materno-filial. Objetivo: reconhecer em mães que se nomeiam como maltratadoras, e em seus filhos e filhas maltratados, o significado dado ao seu vínculo afetivo. Método: fenomenológico-hermenêutico de abordagem qualitativa com amostra multinível. Técnicas de Produção de Informação: entrevistas em profundidade com mães, grupos focais com seus filhos e filhas e com mães e pais de três instituições educativas. Conclusões: as mães explicam a violência contra seus filhos e filhas acudindo a uma cadeia vincular com sua própria mãe; as condições de favorabilidade à maternagem adversas predizem tal violência; nem toda criança violentada será pai ou mãe violenta e, finalmente, postulamos que existe uma tipología de mãe violenta.

Palavras-chave: vínculo mãe-filho ou mãe-filha, violência materna, individuação, maternagem, cuidado.

 


Abstract:

This paper is the result of a study that approaches the issue of maternal violence towards children and its influence in the mother-child bond. Objective of the study: to analyze the narratives of both self-recognized mistreating mothers and their children, in order to identify the meaning given to their bonding. Method: a phenomenological-hermeneutic method from the qualitative comprehensive approach, with multilevel sampling. Data Generation Techniques: in-depth interviews with mothers, and focus groups with children and parents from three educational institutions. Conclusions: mothers explain the violence towards their children by resorting to a generational chain of bonds with their own mother; the conditions that have an adverse effect on mothering predict the appearance of maternal violence; and, not every mistreated child will be a mistreating parent. Finally, the existence of a typology of the mother who mistreats her children is proposed.

Keywords: mother-child bond, maternal violence, individuation, mothering, care.

 


 

1. Introducción

 

El vínculo que niños y niñas establecen con sus padres y madres desde el momento mismo del nacimiento resulta definitivo para su desarrollo psicológico, su desempeño social y su futura experiencia de parentalidad. Aquí se puede inscribir la experiencia de maltrato parental. En muchas ocasiones aparece una cadena que perpetúa el maltrato entre generaciones: madres y padres que fueron maltratados y que, a su vez, maltratan a sus hijos e hijas.

El presente estudio se focaliza, como lo justificaremos más adelante, en la experiencia de maltrato materno. Si bien hay acuerdo en los factores que se consideran decisivos para explicar este fenómeno, poco se ha dicho sobre una lectura psicológica de las condiciones que lo perpetúan. Indicamos que lo que el presente estudio ha denominado condiciones de favorabilidad al maternaje, se tornan en predictoras de tal perpetuación. Pretendemos realizar una lectura vincular del problema, enfatizando en las claves de comprensión que aporta la teoría de relaciones objetales y la psicología del desarrollo contemporáneas.

Atendiendo al hecho de que la denominación abuso o maltrato infantil, para algunos autores y autoras minimiza la situación a la que se ven condenados algunos niños y niñas, adoptamos en la investigación la idea de que los niños y niñas no son maltratados, sino violentados. Esto se ve justificado cuando se acude a la definición de violencia que trae la Organización Panamericana de la Salud: “la violencia es la imposición interhumana de un grado significativo de dolor y sufrimiento evitable” (OPS, 1993, p.1). Por su parte, la Organización Mundial de la Salud la define como el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o que se lleve efectivamente a la práctica contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (OMS, 1996, p. 5).

 

2. Método

La investigación la realizamos bajo el paradigma constructivista, desde el cual se concibe al mundo social como construido subjetiva e intersubjetivamente gracias al lenguaje (Guba & Lincoln, 2002). El enfoque del estudio fue cualitativo (Sandoval, 2002). Éste tipo de enfoque permite al investigador o investigadora poner en juego su carácter reflexivo sobre los fenómenos sociales, reconociendo su lugar como agente constructor del mundo social. Empleamos el método fenomenológico-hermenéutico, que promueve la tesis ontológica de que la experiencia vivida es per se un proceso interpretativo que se da en el contexto mismo de los fenómenos (Morse, 2003). Centramos el estudio en el relato que realizaron los sujetos participantes sobre su vivencia del acto violento dirigido a los niños y niñas. Este relato ofreció la posibilidad de conversar y construir juntos (equipo investigador y participantes) comprensiones acerca del fenómeno.

La muestra seleccionada fue multinivel: (1) primero realizamos tres grupos focales con padres y madres de tres instituciones educativas; (2) de allí seleccionamos cinco madres que nombramos como maltratadoras ante el grupo de talleristas (grupo de investigadores e investigadoras). Aunque se esperaba que hubiera padres que accedieran a ser entrevistados, sólo las madres manifestaron su acuerdo con participar de la investigación; y (3) los hijos e hijas de estas cinco madres. Las técnicas de producción de la información fueron: grupo focal con madres y padres (se realizaron 3), dos entrevistas en profundidad a cada una de las cinco madres, y cuatro grupos focales con hijos e hijas de estas madres (dos con niños y niñas y dos con jóvenes). De cada encuentro llevamos un registro auditivo, el cual transcribimos posteriormente. El proceso de análisis de la información fue apoyado por la herramienta informática ATLAS ti, versión 5.2.

Ceñimos el estudio estrictamente a las exigencias éticas de la investigación social con seres humanos. Para sus efectos, todos los participantes y las participantes firmaron un consentimiento informado. Para el caso de los sujetos menores, lo firmaron junto con sus madres. Como estrategia de validación, los investigadores e investigadoras socializarán los resultados definitivos con las personas que hicieron parte de la muestra. Es preciso aclarar que si bien nos interesamos inicialmente por la vivencia de la violencia parental, finalmente focalizamos el estudio en la experiencia materna al respecto, dado que no fue posible acceder al relato de padres que se nombraran como maltratadores.

 

3. La violencia familiar como escenario de la violencia hacia los niños y niñas

La violencia familiar se define como una forma de establecer relaciones y de afrontar conflictos recurriendo a la fuerza, a la amenaza, a la agresión emocional o al abandono (González, 2002). Ravazzola (1997) concibe la violencia familiar como aquella que se da cuando sobre un miembro más débil de la familia se realizan actos de abuso psicológico o físico por parte de otro miembro más fuerte. Estos actos violentos los realiza quien cumple un papel marital, sexual, o de cuidados hacia otros con responsabilidades recíprocas (González, 2002). La violencia familiar se dirige siempre hacia los más vulnerables, especialmente hacia los niños y niñas (González, 2002). Su perpetuación se da por su dinámica interna y por los aspectos psicológicos de cada uno de sus miembros. Respecto del primero, la poca autonomía en sus miembros, la deficitaria claridad en los roles, la legitimación de la violencia, la asignación de múltiples responsabilidades a víctimas y victimarios, unidas a un discurso en torno a que el sujeto violento sea dueño de sus emociones y que la víctima no se defienda, propician las condiciones que perpetúan la violencia al interior de la familia. Un fenómeno unido a esta situación es el autoritarismo, el cual produce una invisibilización del otro (Ravazzola, 1997).

Respecto a los aspectos psicológicos, podemos indicar que la historia del desarrollo de los padres y madres, la que los ha llevado a estructurar su personalidad, estuvo marcada por relaciones tempranas en las que no fueron reconocidos, cuidados y sostenidos adecuadamente (Winnicott, 1999; 1993; Mitchell, 2000; 1993; Blanck & Blanck, 1986; Horner, 1991; 1982; Kernberg, 1986; 1977; Mahler, Pine & Bergman, 1975; Spitz, 1974). Los efectos de este entramado del desarrollo se evidencian en la calidad del vínculo que la persona establece consigo misma, con los otros y con el mundo. Dificultades en la confianza básica (Erikson, 1973), expectativas no realistas frente a los otros (parejas, hijos e hijas), poco control de impulsos agresivos dirigidos a ellas y a ellos, déficits morales en la relación con los otros, proyección del propio mundo interno en las relaciones, bajos niveles de tolerancia a la frustración, son algunos de los efectos que se expresan en la relación que estas personas establecen con los otros. Estas personas tienen dificultades para el logro de la “constancia del objeto”, es decir, en la capacidad para considerar que las personas que ama siguen existiendo aunque no las vean y que son básicamente las mismas (Kempe & Kempe, 1979; Mahler et al., 1975).

Esta situación es un escenario privilegiado para la violencia dirigida hacia niños y niñas dentro de las familias. Palacio, Morano & Jiménez (1995) hablan más bien de maltrato infantil: es todo acto u omisión no accidental que ponga en riesgo o impida la seguridad de los niños y niñas, así como la satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas básicas. El maltrato emocional está siempre presente en todas las formas de maltrato (Kempe & Kempe, 1979); conlleva un daño de las aptitudes y habilidades subjetivas; deteriora su personalidad, afecta su socialización y, en general, incide negativamente en el desarrollo armónico de su vida emocional y psicológica.

Los enfoques explicativos frente a este fenómeno van desde considerar las condiciones sociales de la familia (desempleo, hacinamiento, falta de apoyo social, tensiones conyugales, malas condiciones de la vivienda y la transmisión generacional) pasando por la falta de madurez personal y psicológica de quien violenta, hasta problemas en la vinculación afectiva, factores perturbadores en la relación madre e hijo o hija, pautas de crianza inadecuadas, entre otros (Palacio, Moreno & Jiménez, 1995).

Para Delgado, Moreno, Palacios & Saldaña (1995) dado que los padres y madres maltratantes tienen expectativas poco realistas en los niños y niñas, se frustran y los agreden fácilmente. Si bien algunos teóricos hablan más de maltrato infantil, el estudio del que este artículo da cuenta se centró en la noción de violencia hacia los niños y niñas, ya que se pretende enfatizar, no minimizar, el daño que la violencia hacia los menores y las menores causa en su desarrollo emocional y psicológico.

 

4. Vínculo afectivo y sus vicisitudes

Bowlby (1982) ha enfatizado la importancia que tiene el vínculo afectivo madre-hijo o madrehija para la salud mental de éstos. El calor, la intimidad y la relación constante de la madre o de quien, con carácter permanente, la sustituya, se convierten en promotores del desarrollo emocional y psicológico del niño o de la niña. El concepto de vínculo se ha visto entremezclado, y por veces confundido, con nociones como relación (propio de la teoría de la comunicación), relación objetal (psicoanálisis) e interacción (teorías sociales) (Puget, 1995; Pichón-Riviere, 1980). Pichón- Riviere ve el vínculo como una particular relación con un objeto; de esta relación particular resulta una conducta más o menos fija con ese objeto, la cual forma un pattern, una pauta de conducta que tiende a repetirse automáticamente en la relación interna y externa con el objeto. El vínculo interno es aquella relación que se da con la representación que una persona tiene de los otros. Se configura a partir de las primeras relaciones que sostiene el niño o niña con sus cuidadores y cuidadoras. El vínculo externo se refiere a la relación con los otros y tiene su anclaje en el vínculo interno. La forma de constituirse, vivirse y representarse el vínculo interno (vínculo) por parte del infante, influye en la manera de vivir y significar sus vínculos externos (relación).

Este vínculo puede sufrir vicisitudes. Bowlby (1982) denomina “privación maternal” a la ausencia de esa relación materno-filial, lo que dificulta la estructuración del vínculo; la madre es incapaz de proporcionarle cuidado y afecto al o niña, con efectos como ansiedad aguda, excesivo anhelo de amor, poderosos deseos de venganza, culpa o depresión. El desarrollo de la personalidad se perturbará según la índole de la experiencia sufrida, puesto que ésta es un proceso evolutivo fundamentado en la relación que desde el nacimiento cada niño y cada niña establecen con los otros y con el mundo. Para Kempe y Kempe (1979) el abandono emocional coincide, la mayoría de las veces, con la violencia física. Los agravios o la negligencia impactan negativamente la maduración psicológica y la habilidad para ser padres o madres (Manso, 2002). El vínculo paterno-filial se ve siempre influido por la significación que el hijo o hija tiene para el padre y la madre desde el punto de vista emocional.

En familias nucleares, cuando hay un progenitor que violenta o descuida más activamente al niño o niña, el otro secundariamente asiente, anima o encubre. En los padres y madres que realizan actos violentos, los sentimientos de frustración/soledad se unen a una carencia general de capacidad para cuidar/asistir al niño o niña. El cuidador o cuidadora principal, generalmente la madre, tiende a ejercer más este tipo de actos, dada su mayor permanencia con el niño o niña y su mayor responsabilidad en su crianza y educación (Delgado et al., 1995).

El apego sano previene la futura violencia infantil al producir sentimientos de familiaridad, pertenencia y reconocimiento. El niño o la niña podrá disponer de una representación interna de sus figuras de apego como disponibles, pero separadas de sí mismo, pudiendo evocarlas en cualquier circunstancia como fuente de fortaleza psíquica (Barudy & Dantagnan, 2005; Horner, 1991; 1982).

 

5. Resultados

5.1. Hijo imaginado: entre el ser-como y el ser-contra

Al escuchar los relatos de las madres, pudimos establecer que la historia con su familia de origen va configurando el deseo materno en la vía del ser como y el ser-contra. Estas madres se piensan en relación con su propia experiencia de ser-hijas-deuna- madre y ser hijas-de-una-pareja-de-padres. El deseo de ser madres está atravesado por su vivencia de hija. El ser-como, que alude a la identificación con la experiencia de ser cuidado en la infancia, entra a formar la experiencia de maternidad. Algunas de estas madres imaginaron ser madres teniendo como referentes sus propias figuras cuidadoras infantiles. La representación positiva de la propia experiencia de la infancia no alude exclusivamente a haber tenido unos buenos padres y unas buenas madres; también a la manera como fue vivido y representado el vínculo con ellos y con ellas. Quizá esto último sea lo más definitivo, dado que la experiencia de padre/madre que tienen los niños y niñas es profundamente subjetiva. Lo que queda de ello, para algunas participantes, es que según como fue vivido el vínculo con sus padres, madres, cuidadoras y cuidadores, la persona construye unas ideas acerca de quién es, de su valor y del lugar que le fue asignado por ellos en la relación. Esto resulta psíquicamente estructurante.

    Me imaginaba siendo mamá algún día de mi vida, porque yo tuve unos abuelos y unos padres muy buenos. Todavía tengo la mamá muy buena y sí, me hubiera gustado ser así tan calmada como ella (EIIDH)1.

Aunque el deseo maternal no es el mismo que el deseo de pareja, ellos parecen estar unidos. En algunos casos, estas mujeres se pensaron como madres y esposas. Concebían la idea de no vivir en soledad su maternaje.

    Yo sabía qué era un matrimonio, que uno tiene que ser responsable en todo, en el hogar allá tanto en la casa, como atender su esposo, a los hijos, todo eso, todo eso lo quise hacer pero ya vieja, yo dije si me va bien pues muy bueno y si me va muy mal pues disfruté toda mi vida (EIIDH).

Por otra parte, cuando las mujeres han tenido vivencias gratificantes de ser cuidadoras en su infancia o en su adolescencia, desarrollan una representación de sí mismas como aptas para el maternaje, lo cual las predispone positivamente para ser madres. Afrontan el ser madres desde la visión construida de sí. Se representan como capaces de ser madres, tomando de ese otro significante que fue la madre funciones maternas que han interiorizado y que influyen en su relación con el hijo o hija y en su estilo de crianza. Pareciera que, en algunos casos, el sentirse buenas cuidadoras las lleva a querer ser madres. No obstante, a veces esto obnubila la pregunta por el propio deseo de ser madre, tornándose exógeno.

    Siempre mi vida ha estado rodeada con niños y como mi mamá trabajaba en un hospital, a mi hermano mayor y a mí nos tocaba cuidar a mi siempre estábamos cuidando el hermanito o los vecinitos […] Para mí no fue difícil; que ya tuve el niño, que cómo lo cambio, que tal cosa, antes ya estaba cansada de hacer eso, de los teteros, de la ropita de una cosa de la otra (EVMR).

Ahora, en los relatos se deja ver que ellas no eligieron ser cuidadoras de sus hermanos, parientes o vecinos. Para algunas de ellas esta experiencia estuvo rodeada de frustración y de angustia, dado que esta función se desarrolló en un ambiente de conflicto familiar que hizo que tuviera un significado negativo. En este caso, estas mujeres terminan probablemente convencidas de que la maternidad es algo que viene de afuera, que se impone y se vive como una obligación que hay que cumplir. Esto afecta directamente el nivel de disfrute y la autorrepresentación de buenas cuidadoras. Pero aunque algunas de estas mujeres fueron obligadas a cuidar de sus hermanos, algunas de ellas se identificaron con el rol impuesto y desarrollaron una visión positiva del maternaje y de su capacidad y su deseo de realizarlo. Esto se explica porque, cuando ellas cumplen con el encargo materno de cuidar a sus hermanos y hermanas, el vínculo con la madre mejora, se fortalece. La madre las considera un apoyo y las gratifica vincularmente por ello. Como corolario, la vivencia vincular negativa con la madre lleva a estas mujeres a vivir el cuidado de sus hermanos y hermanas como un peso que angustia.

Un riesgo asociado a esto es que estas mujeres, que fueron cuidadoras de sus hermanos y hermanas en la infancia, y que se identificaron con ello, parecieran sentir que los hijos e hijas deben cumplir un rol de cuidadores y cuidadoras del resto del grupo familiar, en una especie de cuidado compartido generalmente con su hijo o hija mayor, o con quien sea visto como hijo o hija competente. Esto podría deberse a que quizá estas madres no se perciben del todo aptas para realizar el cuidado de sus hijos e hijas, y necesitaran de alguien para realizarlo, generalmente una de sus hijas. A esto se denomina parentalización de los hijos e hijas. Claro que en la actualidad las madres necesitan apoyo en el cuidado de sus hijos e hijas, fundamentalmente por su inmersión en el mundo laboral. No obstante, aunque la madre precise de ayuda en el cuidado de sus hijos e hijas, el hecho de que elija a una de sus hijas para asignarle tal responsabilidad muestra su insuficiencia como organizadora de los cuidados. Estas niñas, al crecer, podrían asumir que sus hijos e hijas mayores tienen la responsabilidad del cuidado de sus hermanos y hermanas, y que es natural que sean ellos quienes respondan por lo que pueda pasar.

    No tengo apoyo de mi hija de 18 años. De que aquí queda mi casa y al frente queda el colegio, de que me despache las dos hijas a estudiar, de que tenga los uniformes al día. Una vecina me decía: “usted que va a hacer con la niña, si usted viera un niño cómo cogió y la arrastró y le mandé decir a su hija (la mayor) y ni siquiera vino”, entonces deja que a las hermanitas las maltraten en la calle (EVMR).

Sin embargo, aun con sentimientos positivos frente a la maternidad y con altas expectativas de capacidad de cuidado, presentan o han presentado en algún momento de la crianza actos violentos contra sus hijos e hijas. Surge entonces la pregunta de por qué una mujer que busca ser madre termina agrediendo a sus hijos e hijas. En el presente estudio distinguimos entre desear-ser-madre y buscar-sermadre. Claro está que muchas madres que buscan serlo, lo desean; mientras que para otras el buscar ser madre no está necesariamente articulado con el deseo de serlo, lo cual se asocia y predice a las prácticas de violencia hacia los niños y niñas en la experiencia de estas madres.

En los testimonios obtenidos, algunas de las mujeres buscan ser-como la madre o por el contrario se oponen a ella. La búsqueda de ser madre siempre tiene un componente identificatorio, fundamentalmente con la propia madre y con la propia pareja de padre y madre. Si esa madre o esa pareja de padre y madre no posibilitaron experiencias gratificantes para el crecimiento y buen cuidado de esa hija, la identificación con ellos produciría una falla en la propia experiencia de ser madre, una especie de perpetuación de formas de cuidado y vínculo que resultan perjudiciales para los propios hijos e hijas. Puede suceder, como bien apareció en los relatos construidos en los grupos focales, que la niña a la que se le asignó el rol de cuidadora de sus hermanos y hermanas, y que mantiene un vínculo sufriente con su madre, se identifique con formas de maternaje perturbadas, donde prima la violencia y el desconocimiento de los otros. Aquí las niñas cuidan queriendo ser-como la madre, pero con prácticas negativas. Este tipo de vínculo con la madre obtura el desarrollo infantil y puede ser predictor de violencia hacia los propios hijos e hijas.

En el ser-contra, la vivencia con el otro no fue satisfactoria para sí misma, de ahí que se intenten otras formas de relación. Se tiende a rechazar el seguir actuando lo de la madre y recreando en la relación con los hijos e hijas estilos de crianza o castigos padecidos en la familia de origen.

    Desde niña siempre fueron los golpes. Nunca mi madre me llamó a una… a llamarme la atención de boca, sino que siempre me llamaba la atención era golpeándome; todo era golpeándome. Nunca me llamaba a decirme “es que esto es así”. No, sino que siempre recurría era a los golpes. Entonces como que yo también traté de hacer eso con los hijos, pero no. O sea, yo creo que ya he mochado mucha cadena: son mis hijos, yo los quiero, quiero lo mejor para ellos, no quiero golpearlos como me golpearon a mí (EICG).

El deseo de ser madre es la oportunidad de separarse de la propia madre. Algunas de las participantes del estudio señalan que hacerse cargo de sus hijos e hijas fue la oportunidad de ponerle límite a su madre, de escapar de una forma de vínculo que les generaba malestar.

    Cuando yo empecé a tener mis hijos, me tocó volver a vivir en la casa de mi mamá porque no pude tener un hogar con el papá de mi hija. Yo le dije a ella: “no, es que ahora es diferente: yo tengo un hijo por quien responder; yo ya no le voy a entregar la plata a usted. Delante de mis hijos no me pegue, no me desautorice”. Yo le decía: “es que yo fui tu hija. Estos no son tus hijos; son mis hijos” (EVMR).

De acuerdo con el análisis de los testimonios de las madres, los hijos e hijas hacen posible la diferenciación de esa madre y a su vez la separación de esa madre, lo cual genera autonomía. Sin embargo, cuando no se logra, puede ocurrir que la agresión contenida se dirija hacia los hijos e hijas como respuesta ante el fracaso en la construcción de dicha autonomía. De hecho, una tendencia que pudo observarse fue la de que las madres que agreden a sus hijos e hijas, al mismo tiempo mantienen una relación tensa con su propia madre, producto de un vínculo sufriente.

5.2. Hacerse madre: prueba a la individuación

Los relatos de las mujeres-madres entrevistadas permiten colegir que, cuando se hacen madres, su individuación es puesta a prueba, dado que la construcción de su propia familia conllevaría a la transformación de las formas de vínculo con su familia de origen y, particularmente, con su madre. Resulta profundamente llamativo que las madres entrevistadas hablan es de sus madres y muy poco o nada de sus padres. La mayoría crecieron en una familia monoparental, sólo con la madre. Como se dirá más adelante, de esto puede interpretarse que la presencia del tercero (específicamente, el padre) resultó problemática.

El concepto de individuación está en el orden de la autonomía psíquica de un sujeto (Pine, 1985; Mahler, 1975). En el proceso de desarrollo, la individuación supone el logro de un vínculo objetal particular con el cuidador o cuidadora. El niño o niña crea una representación interna de éste, de tal manera que su ausencia física es tolerada, con lo cual se mitiga la angustia que causa el temor de perder el objeto de amor. Cuando este proceso se ve perturbado, el niño o la niña no logran aceptar la ausencia del cuidador o cuidadora (generalmente madre y padre), ante la cual reaccionan con ansiedad. Algunas de las participantes de este estudio narran que el nacimiento de su primer hijo o hija hizo que algo se modificara en la relación con su madre. Ello se convirtió en un hito en la relación con su madre. En algunos casos, hacerse madres desencadena la pérdida de apoyo de ésta. El matrimonio (o su similar) se convierte en una salida no siempre deseada.

    Yo no planeé el primero [hijo]. Pero a mí no me dio alegría; a él sí le dio alegría; a mí no; yo no lo esperaba y para mí eso era, eso era la muerte por lo que mi mamá me decía: que si yo llegaba a quedar en embarazo me tenía que largar. Entonces ahí fue cuando corrí a casarme pa' tapar (EICG).

Se pudo tener noticia de la experiencia de algunas mujeres que planearon ser madres; tuvieron uno o dos hijos o hijas, pero luego, para el tercero, experimentaron un fuerte rechazo, efecto de las condiciones existenciales y familiares adversas.

    Obvio, mi primera hija la anhelaba demasiado; con el segundo hijo, que fue una relación de mi segundo compañero, yo también estuve, pues, ese embarazo también lo quería; pero cuando estuve en embarazo de mis otras dos hijas, yo si no aceptaba, porque me dio muy duro; me tocaba de arrimada donde mi mamá; constantemente me echaba; teníamos muchas dificultades por mi padrastro (EVMR).

Fruto de lo escuchado en los grupos focales con padres y madres, es posible indicar que no todas las mujeres que se hacen madres nuevamente se tornan violentas con sus hijos e hijas cuando ellos y ellas llegan en condiciones de angustia existencial o de adversidad familiar. Cuando aparecen los actos violentos desencadenados a partir de la situación descrita, pareciera ser que las madres dirigen hacia sus propios hijos e hijas sus frustraciones, su agresividad y su angustia. Los canales autorregulatorios se ven afectados y los agreden. Esto puede interpretarse como la activación de lo que hemos denominado en esta investigación cadena vincular generacional. Esta cadena es un arreglo de tres eslabones (su madre, ella y su hijoo hija violentados) y dos vínculos (madre-ella y ellahijo o hija). En este sentido, podemos afirmar que, al estar unidos, el eslabón -ella nuclea el sistema.

Se aprecia que esta cadena, a juzgar por lo expresado en las entrevistas, está focalizada en la relación de las mujeres participantes con sus madres y con sus hijos e hijas. Es como si la experiencia de violentar a sus hijos e hijas fuera un emergente del vínculo tenido por estas madres con sus propias madres. Una característica adicional de esta cadena es que tiende a cerrarse desde su núcleo (eslabónella), haciendo coincidir los otros dos: el eslabónmadre y el eslabón-hijo o hija, en una especie de replicación del vínculo materno en la situación del vínculo con el hijo o hija, dado que ella tiende a mantener un vínculo estable y similar con los otros, en este caso con su madre y con su hijo o hija.

Según el testimonio de las madres participantes del estudio, se presentó un doble escenario posible cuando se hicieron madres. El primer escenario se da cuando se presentan unas condiciones de favorabilidad al maternaje. Es decir, circunstancias psíquicas, de pareja, familiares y sociales que favorecen la maternidad. Ninguna de estas condiciones es la definitiva. El maternaje requiere que la madre esté organizada psíquicamente, de tal forma que logre construir un vínculo que promueva el desarrollo psicológico de su bebé. Pero también requiere, según estas madres, una relación de pareja estable y con expectativas de permanencia; además exige condiciones familiares y sociales propicias. En este caso hay una disposición positiva para recibir al hijo o hija. Las participantes enfatizaron en la dimensión de pareja: la compañía y apoyo de la pareja se convierte en un muy buen predisponente al vínculo madre-hijo o madre-hija. Aquí es menos determinante si el hijo o hija fue planeado o no.

El otro escenario viene dado por la llegada de un hijo o hija en condiciones de favorabilidad al maternaje adversas: cuando la organización psíquica de la madre, o su situación sufriente de pareja, de familia, socioeconómica, etc., se convierten en obstáculos para elegir ser madre. En lo escuchado de parte de los participantes y las participantes de este estudio, tanto en la entrevista a madres, como en los grupos focales con padres y madres, el aspecto psicológico se constituye en el de mayor valencia. La ausencia de una pareja, las adversidades respecto de la familia de origen, las dificultades económicas, etc., pueden ser mejor sobrellevadas cuando hay fortaleza psíquica, niveles altos de individuación y diferenciación psicológica. Este aspecto favorecerá la interacción madre-hijo o madre-hija y disminuirá el riesgo de violencia hacia el infante.

    Él y yo ya manejábamos muchos problemas. Lo que yo menos hubiera querido es que me hubiera tocado tener a la niña, pues yo sabía que no era un buen momento (EISM).

Al comparar lo que algunas de las madres entrevistadas informaron con lo que pudo escucharse en los grupos focales de padres y madres, se puede notar que para algunas madres el maternaje es una experiencia que las hace sentir realizadas. Para otras, éste es vivido como un peso difícil de llevar. Ser madre se asemeja al sacrificio.

    Ya tengo que seguir enfrentándolo, porque ya me tocó, ya me tocó. Pero ser mamá no es fácil, ser mamá es horrible; para mí es terrible, es tan duro ser mamá y más uno madre sola, para llevar la obligación. De pronto por eso me ha parecido horrible y ya no. De verdad que nunca desearía tener un hijo. Si en estos momentos yo pudiera devolver el tiempo atrás, yo no tendría un hijo, yo no lo tendría. No me gustaría ser mamá (EICG).

Las mujeres tanto de los grupos focales como las entrevistadas manifestaron que con su primer hijo o hija se sintieron poco capacitadas para el cuidado de éstos. Algunas de las entrevistadas vivieron el ser primerizas como una experiencia en exceso agobiante y atemorizadora, al punto de poner en cuestión su disposición al maternaje. Las madres que adoptan su inexperiencia como motivo de aprendizaje y búsqueda de ayuda tienen buenas condiciones de favorabilidad al maternaje o, cuando menos, su condición psíquica no está gravemente afectada. No puede decirse lo mismo para las mujeres que viven el maternaje con agobio perpetuo.

    Cuando nació el niño, a mí todo eso me dio muy duro; a mí cuántas veces se me ahogaba el niño y yo lo dejaba por allá porque yo no era capaz, no sabía ni cómo cargarlo. O sea, la inexperiencia. Entonces eso a mí me cogió un stress impresionante; yo lloraba, y yo decía: “¿yo por qué me metí en esto?” (EIIISM).

Resulta bastante significativo en los testimonios de las madres entrevistadas que la pareja (o el padre de sus hijos e hijas) está ausente de la vida familiar, y su propio padre (el compañero de su madre) generalmente no es nombrado. Esto bien podría anudarse a lo que en este estudio hemos denominado cadena vincular generacional. Así, es preciso introducir de una manera más directa el problema del otro, del tercero en la experiencia de las mujeres-madres que violentan a sus hijos e hijas.

 

5.3 Sin culpa no hay tercero

El estudio nos permitió conocer la experiencia que tienen la madres del acto violento dirigido hacia los hijos e hijas respecto de la culpa que por él viven. Se evidencia una tipología de la madre violenta en función de la culpa experimentada:

    Madre tipo 1: son aquellas que violentan eventualmente a sus hijos e hijas, sienten culpa por ello y no lo vuelven a hacer. La hostilidad no se torna en un rasgo propio del vínculo. El daño causado a sus hijos e hijas busca ser reparado rápidamente.

    Madre tipo 2: las que violentan a sus hijos e hijas y no sienten culpa por ello o si la sienten, ésta no logra movilizar estrategias de disminución del acto violento. La hostilidad se torna en un rasgo propio del vínculo.

    Madre tipo 3: son las madres que los violentan constantemente y sienten culpa por ello. Aunque la hostilidad se torna en un rasgo propio del vínculo, estas madres sufren por ello y buscan aumentar su repertorio de recursos para combatir esta violencia. Estas mujeres buscan reparar el daño causado a sus hijos e hijas.

    Me lleno de soberbia y le tengo que gritar; pero a veces yo me arrepiento, yo sé que eso no está bien y yo a veces hasta lloro… A mí no me gusta tratarlos mal; entonces yo lo hago porque también tengo muy poca paciencia y me lleno de soberbia (EIIISM).

Esta tipología de la madre que violenta a sus hijos e hijas se asocia al problema del tercero. Aquí se concibe el tercero como otra persona o institución que promueve diversos niveles de regulación en las prácticas de maternaje llevadas a cabo por la madre.

La madre tipo 1 tiene buenos recursos psíquicos y sus niveles de autorregulación son altos; siempre aprovecha la presencia del tercero para el manejo de situaciones adversas que la puedan llevar a la hostilidad hacia sus hijos e hijas. Generalmente es un sistema ético-moral el que las lleva a actuar para romper la cadena del maltrato. El sentimiento de culpa lleva a las madres tipo 3, por lo general en un nivel avanzado de prácticas violentas, a recurrir a un tercero que les permita la regulación que ellas tienen empobrecida. En este caso, buscan ayuda en otros (terapeuta, docentes, sacerdotes) o en instituciones. Por su parte, las madres tipo 2 tienen unas condiciones de favorabilidad al maternaje tan adversas —especialmente en el aspecto psíquico—, que no les permiten buscar ayuda. Alrededor de la experiencia violenta se construye una muralla que podría tornarse impenetrable. En el estudio no participaron este tipo de madres, dado que las mujeres que eligieron estar en éste se definieron como maltratadoras de sus hijos e hijas, lo que revela la conciencia del daño infringido y su deseo de reparación. Sin embargo, se supo de su existencia porque son nombradas por las madres participantes. Según ellas, existe la madre tipo 2.

    Yo busqué la ayuda de la psicóloga por lo que yo quería cambiar y quería sacar todo eso que tenía yo dentro de mí, pues ya estaba todo resentido [el hijo]. Ya era mucho dolor; yo siempre pensaba que no quería volver a hacerlo; por eso acudí a charlar a las citas con la psicóloga, porque nadie se acostumbra a que le peguen (EICG).

La investigación permitió ver que, en estas mujeres, la conciencia de daño del otro, y su deseo de reparación, se asocian con la inclusión de un tercero que regule el vínculo. Las madres tipo 1 y 3 hablan con un sacerdote, con un docente, con un terapeuta, con una amiga, con su madre, entre otros, como una manera de hacerse a recursos autorreguladores del vínculo y neutralizadores del acto violento.

    Yo fui aprendiendo ya mucha cosita; ya me le fui metiendo así, como me fueron diciendo y ya era mejor la relación, ya el niño pues se mostraba más así… en fin, y es más: hasta el sol de hoy que cuando yo le hablo duro él me dice: “No me hable así” (EIIDH).

Una característica adicional de la calidad del vínculo que establecen las madres tipo 1 y 3 tiene que ver con que en éste aparecen aspectos positivos de la relación. La experiencia violenta no daña todos los aspectos de la relación madre-hijo o madre-hija. Estas madres sienten que a pesar de los castigos empleados, aún se comunican con sus hijos e hijas y que les tienen confianza; tienen momentos de conversación. Estos encuentros comunicativos favorecen el vínculo a pesar de vivir situaciones de tensión en la relación.

    Yo veo bien la relación porque ellos me comunican a mí lo que ellos sienten o cuando necesitan de mí. Ellos me buscan; yo veo que con el grande él tiene confianza conmigo y yo también tengo buena comunicación con él. Yo con la niña soy bien, ella me entiende mucho y yo la entiendo mucho a ella (EIIISM)

En el caso de las madres tipo 2, pareciera, según los relatos escuchados, que el acto violento nuclea el vínculo, dañando hasta los recursos de que éste podría disponer.

En el vínculo las madres depositan sus angustias. En el presente estudio aparece, en las madres que violentan a sus hijos e hijas, un patrón de rechazo al contener las angustias propias y las causadas por el desarrollo psicológico del hijo o hija; las ansiedades de los hijos e hijas son asimiladas desde sus propias ansiedades no asimiladas, pero como sus canales de autorregulación son bajos, las actúan sobre sus hijos e hijas. Cuando la interacción no favorece el vínculo, el encuentro afectivo está en primera instancia marcado por sentimientos de frustración e impotencia y en segunda instancia por la culpa.

Como ya lo hemos expresado, las madres entrevistadas señalan que no tienen pareja (el padre de sus hijos e hijas está ausente). Al mismo tiempo, no hablan de sus propios padres en su proceso de desarrollo. El tercero-padre aparece borroso en los relatos construidos de sí y del vínculo con sus hijos e hijas.

Todos los grupos focales, tanto los de padres y madres, como los de los hijos e hijas de las mujeres entrevistadas, consideraron los efectos negativos que trae consigo la ausencia del padre. Hay coincidencia respecto de que, cuando hay actos violentos por parte de la madre, el tercero más indicado para su neutralización es el padre, el cual podría favorecer las relaciones al interior de la familia si participa en la crianza.

    Con un papá la situación sería como más calmada, porque está la familia completa. Entonces lo dialogarían mejor, con un padre en esa familia (Grupo Focal Niños).

    Se sentirían como más normales, más desahogados, porque por ejemplo; algo que opine la mamá, también lo puede opinar el papá. En ese diálogo del hijo y ellos, los dos lo pueden aconsejar mejor que uno (Grupo Focal Jóvenes).

     

6. Discusión

Los hallazgos realizados en la investigación de la que este artículo informa permiten elaborar una serie de hipótesis que pueden iluminar las preguntas tejidas alrededor del fenómeno de la violencia familiar hacia los niños y niñas.

Primera hipótesis: la inclinación al maternaje y la competencia para realizarlo se relacionan directamente, en el caso de las mujeres, con su propia experiencia vincular con la madre. Esto se relaciona con lo que este estudio denominó cadena vincular generacional. Si bien la perspectiva propuesta por la teoría de los relaciones objetales (Horner, 1991; 1985; 1982; Blanck & Blanck, 1986; Winnicott, 1999; 1993; Mitchell, 1993; Kernberg, 1986; 1977) y la psicología del desarrollo (Bowlby, 1982; Mahler, Pine & Bergman, 1975; Spitz, 1974) resaltan el papel definitivo que cumple el vínculo madre-hijo o madre-hija en el desarrollo psicológico del infante, el presente estudio permitió dilucidar la influencia del vínculo primigenio, madre-hijo o madre-hija, en las formas de vínculo que la niña establecerá con sus propios hijos e hijas, cuando sea madre. Brazelton (1990) sostiene que el deseo de ser madre se asocia con procesos identificatorios. El deseo de ser madre es la oportunidad de separarse de la propia madre, lo cual es variante del ser-contra ya mencionado.

Habrá de suponerse que al vínculo que el niño o niña sostiene con sus cuidadores y cuidadoras, especialmente con su madre, ningún sujeto puede escapar. No significa que una niña violentada será, como es sostenido por algunos autores, violenta con sus hijos e hijas en el futuro, con lo que coincide Cerezo (1995). Lo que sí parece ser cierto es que una experiencia vincular primaria que obstaculice el desarrollo psicológico en la niña se convierte en un factor de riesgo para la futura violencia hacia sus propios hijos e hijas. Que se desencadene o no, depende de las condiciones de favorabilidad al maternaje. Esto amplía la visión de algunos autores y autoras que, para explicar la violencia hacia los niños y niñas, se centran sólo en aspectos ambientales-familiares (García & Noguerol, 2007; Powell, Cheng & Egeland, 1995; Cerezo, 1995) o psicológicos (Kempe & Kempe, 1979).

Lo cierto es que el vínculo materno-filial promueve el desarrollo psicológico en los niños y niñas. Para Spitz (1974), la relación con una madre gravemente deprimida o preocupada con sus propias necesidades y angustias no posibilita un ambiente adecuado para el crecimiento y desarrollo de su hijo o hija, lo que podría desencadenar una hostilidad inconsciente hacia él o ella, convirtiéndose esto en factor de riesgo para futuros actos violentos hacia sus hijos e hijas.

Si bien se ha indicado que las condiciones de favorabilidad al maternaje adversas son un serio factor predisponente a la violencia dirigida a los hijos e hijas, es posible señalar que muchas madres que caen en prácticas violentas logran romper el ciclo de la violencia. Esto permite erigir una segunda hipótesis: las madres que han tenido actos violentos hacia sus hijos e hijas logran romper el ciclo violento bajo dos condiciones: (1) ser madres tipo 1 o 3 y (2) lograr hacerse a un tercero que se introduzca para regular el vínculo madre-hijo o madre-hija violentado. Como lo dijimos, para la madre tipo 1, el tercero está representado por un sistema ético-moral que la regula (a veces necesita otros externos); para la tipo 3, aunque también más decisivamente de otros externos (personas, instituciones, un sistema legal, etc.), como lo señalan Amar & Berdugo de Gómez (2006). En el caso de las madres tipo 2, dada su baja o nula conciencia del daño y la reparación, romper el ciclo implica la presencia de un tercero coercitivo, impuesto desde afuera y que libre al niño o la niña de la violencia.

Unido a lo dicho en la primera hipótesis —el aspecto psíquico—, cuando la relación con la madre en la infancia estuvo perturbada, resulta decisivo en la futura violencia hacia los hijos e hijas si el niño o niña no tuvo un tercero que le permitiera construir representaciones intrapsíquicas alternativas a las emergentes del vínculo malsano con la madre.

Tercera hipótesis: el vínculo materno-filial que limita el desarrollo psicológico de la niña (vínculo patológico) se caracteriza por la estabilidad (se presenta en todos los intercambios que enmarcan la relación madre-hija), la inflexibilidad (casi siempre elige formas estereotipadas de manifestación) y la omnipotencia (genera en ambas la sensación de no poder escapar de él. Un vínculo promotor del desarrollo favorece la autonomía psíquica, la diferenciación respecto de los otros y el sentimiento de separación de la madre (Horner, 1982). La autonomía psíquica posibilita la capacidad de autocuidado (Horner, 1982, 1991; Kohut, 2001); es decir, la habilidad para sentirse seguro o segura y capaz de valerse por sí mismo o por sí misma para la subsistencia. Las personas así estructuradas psíquicamente cuentan con mejores recursos psíquicos para el cuidado del otro, establecen vínculos favorecedores y un ambiente contenedor de los conflictos propios del desarrollo de sus hijos e hijas. Barudy & Dantagnan (2005) sostienen que la calidad del apego también influirá en la vida futura del niño o niña en aspectos como el desarrollo de su empatía, la modulación de sus impulsos, deseos y pulsiones, la construcción de un sentimiento de pertenencia y el desarrollo de sus capacidades de dar y recibir. Según Cerezo (1995) las habilidades sociales dependen de una buena experiencia de apego. Por todo lo dicho, el aspecto psicológico se convierte en el de mayor valencia en lo que a las condiciones de favorabilidad al maternaje se refiere.

Cuarta hipótesis: en consonancia con lo anterior, las madres tipo 2 y 3 tienen un nivel de organización psíquica bajo, mientras que en las tipo 1 es alto. Con una organización psíquica alta se considera al sujeto que ha logrado autonomía y diferenciación psíquicas, representaciones flexibles de sí mismo y de los otros, conciencia del daño infringido a otros y una buena identidad psicológica (Kernberg, 1986; Horner, 1991; 1985; 1982; Erikson, 1974; 1973; Jacobson, 1969). El fracaso en alguno de estos aspectos producirá niveles variables de subestructuración, como en el caso de las madres tipo 2 y 3 que violentan a sus hijos e hijas. Es fundamental resaltar que no todas las mujeres con bajos niveles de organización psíquica son madres violentas. Pero cuando una madre ataca a sus hijos e hijas, y no tiene control sobre ello, posiblemente se esté ante una persona subestructurada. Esto coincide con Barudy y Dantagnan (2005) para quienes las experiencias clínicas permiten afirmar que en los malos tratos siempre hay un trastorno del apego.

Para concluir, en este estudio concordamos con Builes y López (2009) en el sentido de que en los procesos de intervención se ha enfatizado en los aspectos dañados del vínculo madre-hijo o madre-hija. Se hace necesario que ellos se focalicen más en los recursos presentes en el vínculo como una forma de quitarle terreno al acto violento en las relaciones familiares. Así, en la prevención de la violencia materna dirigida hacia los niños y niñas hay que desnuclearizar el acto violento del vínculo, promoviendo relatos alternos al interior de la familia. La erradicación del acto violento en la familia puede darse luchando frontalmente con él o permitiendo que emerjan los relatos de las experiencias de buen trato al interior de las familias.

 


Notas:

* Este artículo informa de la investigación “Vínculo y Violencia Parental hacia los niños y las niñas en la ciudad de Medellín, Colombia”, llevada a cabo desde el Grupo de Investigación de Psicología Social y Política del Departamento de Psicología de la Universidad de Antioquia. Se inició en marzo del año 2008 y se finalizó en febrero de 2010. Esta investigación fue aprobada por el Grupo de Investigación de Psicología Social y Política, acta 15 de febrero 2 de 2008.

1 Este segmento corresponde al testimonio de una de las madres participantes del estudio.


 

Lista de referencias

 

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    Referencia:

    Mauricio Hernando Bedoya y Mary Lucy Giraldo, “Condiciones de favorabilidad al maternaje y violencia materna”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Manizales, Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Cinde, vol. 8, núm. 2, (julio-diciembre), 2010, pp. 947 - 959.

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