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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715Xversão On-line ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv v.8 n.2 Manizales jul./dez. 2010

 

 

Segunda Sección: Estudios e Investigaciones

 

 

Niños que se hacen hombres: Conformación de identidades masculinas de agricultores en Costa Rica*

 

Crianças que tornam-se homens: Conformação de identidades masculinas de agricultores na Costa Rica

 

Boys who become men: Male identity conformation in Costa Rica farmers

 

 

Mauricio Menjívar

Profesor - Investigador Escuela de Estudios Generales. Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla), Universidad de Costa Rica. Sociólogo, Magíster en Ciencia Política y Doctor en Historia por la Universidad de Costa Rica. Correos electrónicos: mauricio.menjivar@ucr.ac.cr y mauocho@gmail.com.

 

 

Primera versión recibida septiembre 11 de 2009; versión final aceptada marzo 15 de 2010 (Eds.)

 


Resumen:

En el artículo analizo la construcción de la identidad masculina en niños de familias de agricultores del Valle Central de Costa Rica y Guanacaste (1912-1960). Son cuatro los objetivos: estudiar los mecanismos sociales de pasaje de la niñez a la hombría; analizar el aporte de las mujeres en dicha construcción; discutir los factores que explican la inexistencia de la adolescencia y contrastar el proceso de construcción identitaria de los niños con el de las niñas. Para ello, en la investigación parto del enfoque biográfico. En este estudio encuentro que en el paso de la niñez a la hombría son clave: el rendimiento laboral, las estrategias familiares de sobrevivencia y los criterios de género. .

Palabras Clave: Niñez, masculinidad, trabajadores agrícolas, Costa Rica, Historia del siglo XX.

 


Resumo:

No artigo analiso a construção da identidade masculina em meninos de famílias de agricultores do Vale Central da Costa Rica e de Guanacaste (1912-1960). São quatro os objetivos: estudar os mecanismos sociais da passagem da infância à idade adulta; analisar a contribuição das mulheres em dita construção; debater os fatores em que explicam a inexistência da adolescência e contrastar o processo de construção de identidade dos meninos com o das meninas. Para isto, na investigação início do enfoque biográfico. Neste estudo encontro que a passagem da infância para a idade adulta é chave: o rendimento de trabalho, as estratégias familiares de sobrevivência e os critérios de gênero.

Palavras-chave: Infância, masculinidade, trabalhadores agrícolas, Costa Rica, História do século XX.

 


Abstract:

In this paper I analyze the construction of male identity in children from farmers’ families from the Central Valley of Costa Rica and the Costa Rican province of Guanacaste (1912-1960). There are four objectives to this study: to analyze the rite of passage social mechanisms from childhood into adulthood, to analyze women’s contribution to such construction, to discuss the factors that account for the inexistence of adolescence, and to contrast the identity construction process of male children to that one of female children. To do this, the present study is based on the biographic approach. The findings of the present study suggest that in the rite of passage from childhood into manhood the following factors are key elements: work performance, survival family strategies and gender criteria.

Keywords: childhood, masculinity, agricultural workers, Costa Rica, History XX century.

 


 

1.Introducción

 

En el presente artículo hago un análisis sobre algunos de los procesos mediante los que se construyó la masculinidad de los niños trabajadores del agro costarricense del Valle Central y de Guanacaste en el período 1912-1960. El trabajo se inscribe en los estudios que reconocen la importancia que revisten los procesos laborales para la conformación de la identidad de los hombres,1 pero centrándose en un momento clave de la experiencia vital de los sujetos: el paso de la niñez a la hombría.

En el sentido anterior, parto de la importancia de la categoría de género, entendida como la organización social de la diferencia sexual. He utilizado el término relaciones de género para designar las relaciones sociales entre mujeres y hombres, las cuales son guiadas por normas y valores sancionados institucionalmente en la interacción con otros sujetos. Dentro de los componentes del sistema de género se incluyen, entre otros aspectos, los roles sociales asignados a mujeres y a hombres, la división sexual del trabajo y la definición cultural de la feminidad y la masculinidad (Mohamed, 1996, p.20). Este proceso de construcción de sujetos genéricamente condicionados, no cabe duda, inicia durante la niñez y, en el caso de los varones, ha sido explicado desde perspectivas psicológicas (Badinter, 1993), psicoanalíticas (Kimmel, 1997), sociológicas (Marqués, 1997) y antropológicas (Gilmore, 1994).

En la presente investigación, sin desconocer la relevancia de dichos aportes, realizo una exploración de corte historiográfico a partir del estudio de quince relatos autobiográficos: doce corresponden a varones y tres a mujeres, quienes nacieron entre los años 1912 y 1955.2 Si bien el foco de atención es el. período de la niñez de tales sujetos, este estudio no analiza el discurso elaborado por niños y niñas, sino por personas adultas que realizan un testimonio sobre la manera en que vivieron dicha etapa vital.3 Este elemento es clave pues las percepciones de un niño o una niña no son las mismas que las de una persona adulta. Esta última, al ver su niñez de manera retrospectiva, es poseedora de un proceso de socialización más largo que, sin duda, incide sobre la manera en que se observa a sí misma en el pasado.4 Este conjunto de factores le brinda a este artículo un carácter aproximativo.

Considerando lo dicho, también parto de la relevancia de entender cómo la dinámica de distintos agentes sociales produjeron la transición hacia la hombría. Por ello, más que un proceso meramente biológico en que los niños devienen en hombres, se trata de comprender la confluencia de los factores socio-económicos y culturales que lo permitieron.

En esta línea, en el presente artículo muestro cómo estas condiciones de tipo socioeconómico interactuaron con procesos culturales relacionados con la hombría. En efecto, poniendo atención a la dinámica de los sujetos que se estableció en los espacios laborales agrícolas, en la primera parte analizo varios mecanismos de construcción identitaria que interactuaron para convertir a los niños en hombres: los ritos de institución —que marcan un hito para el pasaje hacia la hombría—, la homosocialización —mediante la cual otros hombres contribuyeron a que los niños se comportaran como hombres— y la exigencia familiar para que los niños fueran ocupando el lugar del padre, en el marco de la división sexual del trabajo. En dicha parte procuro articular una explicación preliminar de cómo los procesos de explotación laboral en la agricultura, se articularon y se valieron de los procesos simbólicos que entre esta población sirvieron de base a una masculinidad de tipo viril —vinculada al uso de la fuerza y la demostración de la hombría.

Mientras que en la primera parte exploro la importancia que revistió para la construcción de la masculinidad la presencia de otros hombres, en la segunda indago el aporte que a este respecto tuvieron las mujeres. Como procuro mostrar, éstas pudieron jugar un importante papel en la conducción de los niños hacia la hombría, induciéndolos al trabajo. Este pasaje directo de la niñez a la hombría hace preguntarnos sobre la adolescencia. De esta suerte, en la tercera parte propongo la discusión de por qué no es pertinente hablar de esta categoría cultural como parte de la construcción identitaria en la vida de estos hombres.

Finalmente, en la cuarta parte formulo un contrapunto analítico: exploro el proceso de construcción de la identidad en las niñas de familias trabajadoras agrícolas. Siendo el género una construcción relacional, esto contribuye a avanzar un poco más en la comprensión de la manera en que los hombres construyen sus identidades. Para esta tarea, en el trabajo parto del enfoque biográfico que, en la perspectiva que aquí utilizo, tiene como centro la historia de vida. Ésta se refiere a la manera en que los individuos construyen y dan sentido a su vida y “en lo que dice esa vida sobre lo social, la comunidad o el grupo” (Reséndiz, 2004, p. 136). Al enfilarme hacia la interpretación de los fenómenos en términos del sentido otorgados por la gente, inserto el enfoque en los estudios de tipo cualitativo (Creswell, 1998, p. 15).

 

1. Adversidad, trabajo y construcción identitaria

Los habitantes y las habitantes del Valle Central de Costa Rica, durante la segunda mitad del siglo XIX, observaron la disolución de las tierras comunales, la expropiación de los campesinos y campesinas cafetaleros y la decadencia de la producción artesanal. A pesar de ello, la población logró mantenerse en esta región debido a la existencia de la producción mercantil simple —aquella basada en la pequeña actividad agropecuaria para el consumo interno—. Adicionalmente, en los albores del siglo XX se extendió la frontera agrícola hacia las regiones externas al Valle Central (Acuña, 1991, pp. 131-133). Ya desde la segunda mitad del siglo XIX en varias zonas de Alajuela como Grecia, Sarchí, Naranjo, Palmares y San Ramón, se observó un crecimiento de población que fue el reflejo de la migración dentro del mismo Valle Central y desde otras provincias hacia él (Samper, 1990, p. 115).

El gobierno, por su parte, brindó facilidades para la distribución de tierras, y la construcción de caminos en zonas aledañas a las cafetaleras, que estimularon los movimientos de población en esta zona, así como el surgimiento de nuevas poblaciones (Vega, 1986, p. 259).

También en virtud de la importancia que revestía el cultivo del café, a la altura de 1871 el Gobierno privilegió la disponibilidad de mano de obra para el Valle Central, por encima de su interés por colonizar zonas poco pobladas como el Atlántico o por construir el ferrocarril en esta misma región. Esto en tanto procuraba garantizar que la agricultura dispusiera de la mano de obra ya existente (Murillo, 1995, p. 67).

Adicionalmente, las tierras más orientales del Valle Central fueron el escenario de un nuevo impulso capitalista que creaba importantes fuentes de trabajo. Es posible pensar que alguna parte de la población sin tierra encontrara trabajo en esta zona (Acuña, 1991, p. 120).

Sin embargo, hacia los años treinta del siglo XX, el acceso a la tierra y la posibilidad de contar con altos salarios en el Valle Central (Bourgois, 1994, p.244), se habían agotado en el contexto liberal. En este sentido, el relato de AHCh, campesino oriundo de San Rafael de Escazú, en San José, muestra lo bajo que estaban los salarios en la Región Central, sobre todo en comparación con aquellos que pagaban las bananeras del Caribe costarricense. Mientras que en estas pagaban 6 colones por el día o 9 por la tarea, en su pueblo apenas recibía entre 1.50 y 1.75 colones. AHCh, que entonces tenía 16 años, relata que él y “un grupo de muchachos (…), conversando de la vida de San Rafael [que] era tan dura para nosotros los campesinos”, habían decidido migrar (EPS-AHCH, 1978, p. 252). Ello es explicable por la creciente pobreza existente en sus lugares de origen (Viales, 2005, pp. 73-74; Bourgois, 1994, p. 249).

En el caso de Guanacaste, pacífico norte del país, a partir de los años de 1920, la población había sufrido un fuerte deterioro en sus condiciones de vida debido a las transformaciones en la tenencia de la tierra (Edelman, 1998). Aquí, los latifundios ganaderos ganaron el terreno a la pequeña y mediana producción.

En este contexto de transformaciones y de escasos recursos, la compulsión laboral de los niños por parte de las familias trabajadoras agrícolas, fue un elemento básico para enfrentar la pobreza (Menjívar, 2009 a; Amador, 2006). La pobreza se expresó en las deficientes condiciones de vivienda, alimenticias, de salud y educación, que fueron agravadas por los escasos ingresos familiares y el elevado número de sus miembros, por la lejanía de los centros de población así como por la falta de infraestructura sanitaria (Menjívar, 2009a).

Cabe señalar que el Estado liberal costarricense sí intervino en materia social. De ello es muestra el crecimiento del gasto público destinado a funciones sociales relacionadas con la educación, salud pública, trabajo y pensiones: éste representó, en promedio, el 4% del gasto público total durante el período que va de 1870 a 1879 y el 28% en el comprendido entre 1920 y 1929 (Viales, 2005, p. 76). No obstante, las políticas higienistas, de beneficencia y filantropía impulsadas por los liberales, no llegaron a importantes sectores sociales como los aquí estudiados (Menjívar, 2009 a). La pobreza se agudizó durante los períodos críticos de la primera y segunda guerras mundiales y la depresión de la década de 1930, pues repercutieron en los niveles de vida de la gente costarricense (Barrantes, Bonilla & Ramírez, 2005 y Botey, 2005). Pero, además, fue expresión de la incapacidad del naciente Estado reformista, posterior a 1950, de integrar a toda la población costarricense en aspectos clave como la vivienda (Elizondo, 2005).

En este marco de condiciones adversas y de estrategias familiares de sobrevivencia, el proceso de hacerse hombre en el Valle Central y Guanacaste, entre los sujetos en estudio, estuvo fuertemente asociado a convertirse en un trabajador con plenas potencialidades. De tal suerte, la medida de un hombre completo fue la de un hombre en pleno potencial laboral. Este proceso se inició durante la niñez y tuvo ciertas variantes en cuanto a las edades de los sujetos. Sin embargo, para los trabajadores agrícolas aquí estudiados, no sobrepasó los quince años de edad a lo largo de nuestro período.

En este sentido, ubicado entre los hombres nacidos en las primeras décadas del siglo, RJG, oriundo de Turrialba, decía que

    (…) en aquellos tiempos, un niño de once años ya era considerado apto para labores del campo a tiempo completo, de manera que para mí fue normal, a esas edades, laborar de las seis de la mañana a cuatro de la tarde (EPSRJG, 1978, p. 281).

La edad de once años, planteada por RJG, fue quizá muy temprana para GBE, de Puriscal, en la provincia de San José, y contemporáneo de aquél. Para esas edades, en las que todavía se encontraba en edad escolar, él apenas era reconocido por su padre como “medio peón”:

    padre como “medio peón”: Mi papá dice, yo no puedo mandarlo a fuera [a la escuela] de por sí Usted ya esta vueno5 para que aprenda a trabajar, ya usted empunchado6 es medio peon. Desde 12 años empecé en agricultura de maíz, arroz, frijoles. Obediente doméstico hasta [los] 21 años trabaje para mi papá (EPS-GBE, 1978, p. 201).

Fue a los quince años cuando RJG se convirtió en un peón a carta cabal. Siendo aún “medio peón”, salió del ámbito de dominio paterno para buscar suerte en un trabajo independiente. En este momento pudo escalar al siguiente peldaño al devengar un salario en igualdad de condiciones que otros hombres. En este paso significativo, era fundamental para RGJ la demostración. Por una parte debía evidenciar que él podía rendir, es decir, que contaba con un potencial de trabajo suficiente para ser considerado como un verdadero peón. Por otra parte, debía recibir el reconocimiento de otro, que en este caso había sido un hombre: el patrón.

    Tendría unos quince años cuando tomé la decisión que incomodó mucho a mi papá [relata RGJ]. Busque trajo con otro patrón. Comenzaba el gusanillo de la vanidad a perturbarme y sacando de la duda un refuerzo, di rendimiento en la nueva peonada. Me resistí, el primer sábado, a recibir el salario completo. Alegué que esperaba un aumento pero no tanto. 'Usted ha caminado con los peones y no puedo robarle'. Estas palabras fueron dichas por don Rosendo y no las he olvidado nunca por significativas. Me graduaba, digámoslo así, como peón completo (EPS-RJG, 1978, p. 284).

Así pues, la evidencia de que disponemos indica que el proceso de abandono de la niñez y de pasaje a la hombría, podía ocurrir en un rango de edad que iba entre los quince y los dieciocho años. Pero, en general, ello dependió de la compulsión laboral, de las necesidades familiares y de los procesos simbólicos de construcción identitaria.

En términos legales debe considerarse que fue hasta el año de 1974 cuando en Costa Rica entró a regir la primera normativa que pretendió regular la edad mínima de admisión al empleo. Esto sucedió a raíz de la ratificación del Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo de 1973 (Unicef, 2000, p. 95). Éste estableció, en su artículo 2.1, que “ninguna persona menor de esa edad deberá ser admitida al empleo o trabajar en ocupación alguna”. Aquí, la minoría de edad no debía ser “inferior a la edad en que cesa la obligación escolar, o en todo caso, a quince años”. No obstante, estableció una serie de excepciones a esta regla, entre las que se encontraba el que los Estados cuyas economías y medios de educación estuvieran insuficientemente desarrollados, podrían determinar la edad mínima en catorce años (OIT, 1973). A partir de 1973 el Estado costarricense, en la práctica, admitió que la edad mínima para el desempeño de empleos o trabajos “livianos” (trabajos no pesados, insalubres ni peligrosos), fuera quince años (Unicef, 2000, p. 95). Lo dicho muestra cierta permisividad del trabajo de menores de edad, ya entrado el último cuarto del siglo XX; de ahí que es posible pensar que la flexibilidad hacia el trabajo de menores de quince años fuera mayor durante la primera década del siglo XX; más investigación es requerida al respecto.

Ahora bien, ¿qué difusión tuvo el trabajo de los niños en la producción agrícola? Y por lo tanto, ¿qué difusión tuvieron los mecanismos de construcción identitaria analizados?

En terminos estadísticos , la única formación de que dispongo para el período estudiado proviene del Censo Agropecuario de 1955 (Dirección General de Estadística y Censos, 1959, p. XII),7 el cual posiblemente subregistra la cantidad de niños trabajadores agrícolas.8 En todo caso, brinda una fotografía aproximada de su número. Para el período en que fue levantado el Censo, se registraron en todo el país un total de 2.396 niños varones menores de doce años trabajando en estas faenas, que significaban el 1,5% del total de trabajadores y trabajadores agrícolas contabilizados (Cuadro Nº 1). Esta proporción era más elevada en Guanacaste (2,5%) y en San José (1,6%) que en Cartago (0,9%) y en Heredia (0,5%).

 

 

Por otra parte, en el grupo de edad de doce a menos de quince años, la participación subía al 3,1% (4.987 niños) en el ámbito nacional. Nuevamente San José y Guanacaste se encontraban por encima del promedio nacional (4% y 3.3%, respectivamente), esta vez sumándoseles la provincia de Alajuela (3.4%). En el grupo de edad de quince a menos de dieciocho años, la participación volvía a incrementarse (5,8% del total de trabajadores en fincas, a nivel nacional, es decir, 9.412 personas), con una tendencia similar por provincia a la que presentaba el grupo de edad anterior, salvo por un incremento en Cartago, por encima del promedio.

Esta mayor participación conforme la edad aumenta, indica una mayor permanencia de los sujetos en las faenas agrícolas a medida que el tiempo pasa. Sobre este aspecto debe tenerse en cuenta que muchos niños pertenecientes a familias de agricultores combinaron la escuela con el trabajo agrícola en edades tempranas. Pero una parte abandonó sus estudios antes del sexto grado para dedicarse exclusivamente al trabajo en apoyo a su familia. Por lo general, ninguno cursó más allá de la educación primaria y gran parte no llegó al sexto grado, ya fuera por la falta de infraestructura escolar o en virtud del imperativo de trabajar para contribuir con la economía familiar (Menjívar, 2009a). Poco podemos decir en este momento respecto de los diferentes niveles de incorporación de los niños al trabajo en cada una de las provincias. ¿Se debe al momento en que se realizó el censo? ¿Los cultivos que se desarrollaban no requerían en ese momento mano de obra de los niños? ¿Se debe a los niveles diferenciados de escolarización? ¿Tiene que ver con las condiciones de pobreza? Es necesaria mayor investigación sobre la materia.

Por otra parte, y siguiendo el mismo Censo Agropecuario de 1955, resulta interesante considerar que gran parte de los niños varones no recibía remuneración por su trabajo. Esto era así para el 90% de los menores de doce años, los cuales trabajaban en apoyo a sus familias. Sólo aproximadamente un 10% de los niños de este grupo de edad recibía remuneración, lo que parece indicar que algunas unidades productivas incorporaban a niños externos a su familia (Cuadro Nº 2).

 

 

Conforme se producía el tránsito a la hombría —proceso que también implicó un mayor rendimiento físico y laboral y una mayor experiencia—, los sujetos se fueron introduciendo más consistentemente en el mundo del trabajo remunerado. Según el citado censo, existió una relación directa entre el incremento de la edad y el trabajo reconocido remuneradamente. Esto es consistente con el relato de RGJ, mencionado más arriba, que evidencia que los hombres recibían un salario completo cuando pudieron igualar el trabajo de los peones de mayor edad y capacidad laboral.

Así pues, la mayor proporción de la mano de obra ocupada y con remuneración, la aportaban los hombres mayores de dieciocho años; es decir, aquellos que en el proceso de construcción de la masculinidad ya eran considerados como hombres. Pero seguramente, durante su niñez, muchos de estos también fueron sometidos al proceso social que implicó el pasaje a la hombría, fuertemente vinculado al trabajo y la remuneración. Fue una construcción social que las generaciones más viejas se encargaron de reproducir luego con las generaciones venideras (Menjívar, 1990b).

En efecto, siguiendo el relato de RJG, es posible sugerir que los hombres otorgaban una enorme significación al hecho de convertirse en peón, como parte del ritual de institución masculina. Mediante tal rito, los hombres pasaban a pertenecer al gremio de los hombres ya instituidos, es decir, la peonada. También reflejaba que este proceso de institución de la hombría caminaba de la mano con lo que algunos han denominado como “aprobación homosocial” (Kimmel, 1997, pg. 55). Dicha aprobación implica el reconocimiento de la masculinidad por parte de otros hombres.

En el rito de institución de Choncito (1912) en peón, mediaron unos elementos de construcción identitaria similares a los que operaron con RJG, así como un sistema similar de demostración del propio rendimiento: el sistema “carriles” o “surcos”. Se trata de un sistema de alta competencia entre hombres, según el cual cada peón contaba con un carril dentro del terreno de la finca, que debía despejar de maleza. Es, fundamentalmente, un mecanismo de explotación laboral basado en el reconocimiento salarial, no solo en función del terreno despejado sino, particularmente, de la rapidez con que se cumplía. En el desempeño adecuado de dicha faena intervenían, por otra parte, criterios viriles mediados por la capacidad, la fuerza y la demostración, criterios fundamentales en un peón. Este conjunto de elementos eran base del aprendizaje y, por tanto, de la construcción de la identidad de los niños campesinos. Y como bien testimonia Choncito, quien vivió en Guápiles, las condiciones en las cuales se desarrollaba la pedagogía viril eran particularmente adversas:

    En Guajira cumplí 15 años; en aquellos charralones empecé a trabajar, con hombres muy campeones. Hibamos a chapiar por cacaotales. Habían tantos animales serpientes y abisperos y todos esos chaperos, me dejaban regado. Yo hiba por media calle, ellos ya habían llegado. Sudando como un moso, yo hiba todo furioso, se me quería salir el corazón, de repente un culebrero, era tanto el colerón, que miedo no tenía (…) lejos todabía, no oía ningún chapero. Furioso seguí chapiando (…) me ponía todo trompudo y los ojos como un chino; estaba yo yorando y los chaperos regresando 100 metros me faltaban, donde ellos hiban llegando. Yo les hablo con pureza aquí delante de Dios, cuando ellos sacaban 4 calles yo apenas dos (…) yo no tenía cuerpo, no tenía fuerza (…)

    Nuca lo puedo olvidar. El día que los peones yo pude emparejar. Seguí más entuciasmo, y no me volví a quedar, ya con migo no podían; no me podían rebolcar. Entonces yo gozaba, no tenía porque llorar (…) que tristeza la de entonces; en el tiempo de la crianza mía (EPSChoncito, 1978, pp. 92-93).

La importancia de este mecanismo de explotación para la construcción y reafirmación de la hombría, también puede ser detectada en las fincas azucareras durante la Nicaragua somocista. Conocido como “tarea”, también en Nicaragua este mecanismo se apoyó en las concepciones viriles asociadas a la competencia contra otros hombres, así como en la necesidad de los sujetos de obtener salarios menos exiguos. Hasta donde tengo conocimiento, este mecanismo fue puesto en práctica en las fincas del departamento de Rivas, pertenecientes a la familia Somoza. En las fincas de Dolores, Santa Rita y Montelimar, el mecanismo era conocido como “tarea” y consistía en la división del terreno en varios surcos. Cada surco era asignado a un trabajador, y el “puntero” o peón que terminaba en primer lugar, recibía el mejor salario. En este engranaje, el puntero era el mejor de los trabajadores y, por esto, se buscaba que fuera un aliado del jefe de cuadrilla, mismo que, a su vez, representaba los intereses de los dueños de la finca. El jefe de cuadrilla asignaba cada mañana los distintos surcos a los trabajadores y otorgaba el que tenía mejores condiciones al puntero. Se trataba del terreno menos difícil, con “menos zarza y espina”, y que por lo tanto daba al puntero mayor posibilidad de terminar en primer lugar y, en consecuencia, bajar los ingresos del resto de los trabajadores. Estos recibían un monto fijo, menor al del puntero, dependiendo del avance lineal alcanzado (Artilez, 2007).9

El sistema de la “tarea” devengaba beneficios económicos extras para el puntero de la finca, producto de su alianza con los patrones. Adicionalmente, significaba réditos viriles. El puntero gozaba de la admiración de muchas mujeres, algunas de las cuales se podían ver atraídas por el mayor estatus viril y por los mayores ingresos devengados en relación con otros hombres. El reconocimiento viril también provenía de otros hombres, quienes lo colocaban en una mayor jerarquía masculina: el puntero era el más “güevón”, el más “pencón al machete”.

No obstante, en la lógica de la explotación y de la maximización de las ganancias, los punteros no eran vitalicios y podían ser desplazados por un mejor trabajador. La pérdida del lugar pudo estar asociada al exceso del trabajo que llevaba al desgaste del cuerpo. La exigencia y el desgaste sobre aquél, era el producto de la necesidad del puntero por derrotar a los otros hombres, todos y cada uno de los días de trabajo. La presión por parte de los otros trabajadores era significativa en virtud de los beneficios económicos y viriles que devengaba el puesto. Otros factores, como el exceso de licor, pudieron contribuir, en ocasiones, a que los punteros perdieran su puesto. El alcohol y la fiesta eran parte de las implicaciones viriles del éxito como puntero, pero también eran factores que imponían una mayor presión sobre su cuerpo. Esto les hacía más susceptibles a ser superados en el campo debido a las mejores condiciones de otros hombres. Una vez que el puntero era desplazado, existía un nuevo rey en los campos del azúcar, un hombre más “güevón” y más “pencón al machete”. Entonces el ganador celebraba su éxito con una borrachera, con la admiración de las mujeres y yendo a los burdeles (Artilez, 2007).

El mecanismo de la “tarea” o de carriles, permite observar la manera en que interactuaron los procesos económicos de la explotación en la agricultura con los procesos simbólicos por medio de los cuales se construyó y reafirmó la identidad viril de los peones agrícolas. Podría sostenerse que la construcción de una identidad viril tuvo como base tanto las recompensas económicas afianzadas en la miseria, como las simbólicas basadas en el reconocimiento de otros sujetos, tanto mujeres como hombres. Estos últimos, sin duda alguna, brindaron el sustrato decisivo para definir unos principios conformadores de la identidad masculina a partir de la homosocialización.

Entre los hombres costarricenses nacidos entre 1930 y 1950, también es posible detectar mecanismos de constitución de la hombría por la vía del trabajo, en los que la homosocialización era fundamental. Según Olfidio (1946), que nació en Jiménez de Pococí, su padre declaraba a alta voz su intención de hacerlo hombre por medio del trabajo:

    Ester [habría dicho Herminio a su pareja] llevaré a Olfidio al Bosque para que vea la montaña y desde ahora se haga hombre aprendiendo al trabajo (…) Al día siguiente [continúa Olfidio su narración] Herminio ensilló la yegua chola y se fue con su hijo Olfidio y los demás. Olfidio contempló la montaña como un manto grande y verde, que con cuatro años de edad era una insignificancia en relación al monstruo benigno, que cuatro hombres con machete en mano se enfrentaban sin darle tregua (EPS-CLSC, 1978. p. 141).

En este rito, su padre jugó un papel clave como conductor de la experiencia de institución. Aún cuando resulte difícil saber si efectivamente el padre había hecho tal declaración, lo cierto es que para Olfidio era mucho más que una simple anécdota. Fue introducido al mundo del trabajo por su padre, como también Rodríguez (1997, p. 84) lo ha detectado, hacia finales del siglo XX, entre los hombres de la Zona Sur de Costa Rica. Para los hombres estudiados por esta investigadora, padre y trabajo constituyeron un binomio fundamental pues “en la experiencia de vida de estos sujetos, la figura paterna y su relación con ella se encuentra en la actividad laboral”, como también encuentran Viveros y Cañón (1997, p 113) entre hombres del campo colombiano. Se trata de una relación que ha llevado a Gutmann (1994), a relativizar, en el caso mexicano, “la imagen anticuada de que 'loshombres- mexicanos-no-tienen-nada-que-ver-conlos- hijos'”, que podría derivar de una concepción de la paternidad como actividad intrínsecamente doméstica.

Para Olfidio, la aventura en la montaña inmensa la emprendió con otros hombres que, además de su padre, portaban un elemento simbólico clave: sus instrumentos de trabajo. Aquellos hombres actuarían como agentes socializadores. Es precisamente en este sentido en el que hablo de mecanismos homosocializadores.

Para SJJ, también del cantón de Jiménez, provincia de Limón, el pasaje a la hombría no se produjo en un momento clave, como sucedió con Olfidio. Era más bien la realización de un proceso en el que, sin embargo, fue fundamental el trabajo desde temprana edad y el concurso paterno. A sus siete años, SJJ (EPS-SJJ, 1978, pp. 156-159) combinaba la asistencia a la escuela con el trabajo en el campo en tareas de chapea, con su padre. A los diez, su padre y su madre ya no lo “habían dejado estudiar” y, a partir de ese momento, “desde buena mañana salía con mi tata a trabajar hasta que cumplí 12 años, que conseguí un trabajo”, cortando caña. Al respecto decía que ya entre los 13 y los 14 años “…a pesar € estaba tan joven fue cuando comencé a sentirme o sea a actuar como un hombre, ya mis amigos tenían que ser mayores, esto se debía quizá a que comencé a trabajar siendo muy joven”.

Las estrategias familiares de sobrevivencia podían contemplar el traslado a lugares alejados. Para JMFF (EPS-JMFF, 1978, p. 223), este traslado no sólo significó la introducción en el mundo laboral, sino su desarraigo del medio escolar. Estos dos eventos parecieron acompañar la |ización de su niñez de la mano de su propio padre. Así, en el año de 1949, contando con 15 años, él y su familia se trasladaron a vivir “dentro de la montaña”. Como parte de los preparativos para tal cambio, su padre llegó a la escuela a agradecer a la maestra, a quien, según JMFF, habría dicho que “…ahora [JMFF] va a aprender algo nuevo, lo vamos a llevar para una montaña que queda por el lado de la Suiza de Turrialba, él va a aprender a matar culebras, el lápiz será su machete y el bulto será una alforjita donde llevará su almuerzo”.

En los casos que he venido anotando resulta evidente la relevancia de la figura del padre en la introducción de su hijo en un mundo laboral dominado por los parámetros paternos. Se trataba de un mundo cargado de duras condiciones y peligros significativos. Podría aventurarme a sostener que en el relato de JMFF (EPS-JMFF, 1978, p. 223), el padre lo condujo fuera de su niñez vinculada a las condiciones de seguridad escolares en las cuales dominaba la figura femenina de la maestra. Aquel hombre lo llevaba a aquel terreno de su dominio, en el cual ya no podía ser niño: “cuando oí aquellas palabras de la boca de mi padre [decía], rompí a llorar como un nene porque sabía que mi papá era de una sola decisión…”. Parecía que a los quince años, en las condiciones de estas familias campesinas pobres, entre las que el trabajo de sus miembros era imprescindible, ya no podía ser un “nene”. Como posiblemente bien suponía JMFF, debía ser algo más, un trabajador, un hombre.10

Entre los hombres del último grupo de edad que hemos venido analizando —aquellos que nacieron al iniciar la segunda mitad del siglo XX—, puede también apreciarse un temprano inicio en el mundo laboral. JRM (EPS-JRM, 1978, p. 79) narra que, cuando tenía doce años, combinaba la escuela con la venta de los tamales que preparaba su madre. No obstante, era el trabajo lo que tenía prioridad en la medida en que, según sus propias palabras, “avian beces que yo perdía media clase para ir a vender los tamales”. JRM vendió luego cajetas de coco y empanadas, además de los tamales, hasta que entró al mundo paterno, el mundo agrícola. Efectivamente, según relata: “aci lleve mucho tiempo asta pude trabajar con papa que trabajaba en la finca del chino y le dieron una parcela de enboce y puntala y de chapia, entonces yo iba con el porque no tenía permiso de trabajo…”. Luego de esta introducción paterna, JRM tuvo otra mediación laboral significativa que no hemos podido detectar en otros relatos; se trata del consentimiento del Estado para aquellos ubicados entre los 12 años y la mayoría de edad para que pudieran trabajar.

Para otros hombres de este grupo de edad, la introducción al mundo laboral fue mucho más temprana. Rash (EPS-Rash, 1978, p. 82), quien nació en Tucurrique en el año de 1955, hizo su primer aporte cuando iba a dejarle el almuerzo a su padre hasta el trapiche en el que aquél trabajaba. Hacia aquel lugar, que en el relato de Rash aparece muy lejano de su casa, debía de desplazarse cuando él tenía “apenas cuatro años”. A los cinco o seis años, él y su hermano debieron ir a coger café. A los diez años de edad, y uno después de entrar a la escuela de su pueblo, también entró directamente en el mundo laboral paterno. Pero, en su caso, el mecanismo de inserción laboral fue su contratación por parte del mismo patrón de su padre. Aunque no dispongo de información suficiente, es posible que este ingreso se produjera con la injerencia paterna, como parte de las estrategias familiares de sobrevivencia.

El relato más explícito relacionado con el del pasaje hacia la hombría de quienes nacieron después de la segunda mitad del siglo XX, es el de ISM (EPS-ISM, 1978, p. 91), quien declara que “todo había cambiado cuando yo tenía 9 años [pues] ya me creía un onbre [hombre] fue lo mas importante…”. Aquel nuevo status parecía entremezclar dos aspectos significativos: el trabajo “con un onbre que benía puntarenas [Puntarenas] con pescado [con el que] me ganaba un colon todo el día” y el hecho de que “ya tenía una novia” que se “abía cuando vendía pescado”. Unos años después, en el contexto de su relato vinculado al trabajo que realizaba en la agricultura, ISM reafirmaba que “tenía en ese tiempo 13 años [y] lla era un ombre”. Si bien lo anterior reflejaba un cierto margen para la conformación masculina, reafirmaba la edad temprana en que ciertos niños comenzaban a sentirse hombres a partir de su incorporación al trabajo.

 

2. Construcción de identidades masculinas por la vía de la actuación femenina

Para otros niños contemporáneos a ISM, la hombría no aparece en los relatos como una autodenominación, ni necesariamente ocurrió en el mundo paterno. Para WOZP (EPS-WOZP, 1978), quien nació en el año de 1951, la denominación vino del ámbito femenino, más específicamente de su abuela, quien lo había criado e inducido al mundo del trabajo en su Alajuela natal. WOZP tendría entre catorce y quince años cuando se separó del ámbito regido por aquella mujer y llegó a las Juntas de Abangares, Guanacaste, a la casa de una tía —muy probablemente hija de su abuela—. Al respecto de la denominación de su hombría, el relato de WOZP señala que:
    (…) allá como a los 15 días [de haber llegado a las Juntas] le llegó una carta a mí tía, esa carta venía de Turrúcares o sea que mi tía B.R. le escribía a mi tia fina, como le digo yo. Una vez que todos leímos la carta, me dijo mi tía W, a su abuelita le está haciendo falta usted ya que usted era el único hombre que estaba en la casa ya sea para los mandados o para picar leña y creo que lo mejor es que se vaya… (EPS-WOZP, 1978, p. 125).

Así, pues, esta denominación ocurrió ya no debido a la presencia de su padre o de otros hombres de mayor edad sino, por el contrario, en virtud de su ausencia. En esta dirección, el mismo WOZP señala que cursaba el primer grado de la escuela cuando su abuela, en los ratos libres, lo enviaba a traer leña. El motivo era, según sus propios términos, “que yo era en ese tiempo el único hombre que había en la casa porque mi papa estaba en Puerto Golfito junto con mis tres tíos”. Aquellos hombres, que muy probablemente trabajaran en las bananeras del pacífico sur de Costa Rica, durante el período en que la UFCo trasladó sus operaciones desde Limón (Viales, 1998; Goluboay & Vega, 1988 y Carcanholo, 1978), seguían siendo un referente masculino pues “mandaban cada 15 días la plata para pagar lo que se debía”. WOZP, por su parte, cumplía su lugar en la división sexual del trabajo familiar, cumpliendo los trabajos asignados por su propia abuela. Así, jaló leña, desyerbó sembradíos de frijoles y de camote, que luego combinó con el trabajo en una “fábrica” de elaboración de escobas en su Alajuela natal (EPS-WOZP, 1978, pp. 115- 116).

De esta manera, la información disponible refuerza la tesis sobre la importancia del trabajo, a temprana edad, en la construcción de la hombría. Esto también ha sido detectado por Rodríguez (1997, p. 84), en sus entrevistas a hombres campesinos en la zona sur de Costa Rica, en la década de 1990. Según apunta esta autora,

    (…) estos hombres se iniciaron en el trabajo desde niños; en principio, realizando labores compartidas con la madre y las hermanas como la cría de animales domésticos y ordeño. Pero alrededor de los 8 años en promedio, se dice que fueron a trabajar al campo, en compañía de su padre o de otras figuras que ejercieron dicha función; y ahí empezó una seria competencia por demostrar el valor y la fuerza.

Si no cumplían eran “descalificados como hombres y sometidos a crueles castigos”. Efectivamente, eran castigados “con 'garrote', con 'palo de tajona', con la cubierta del cuchillo o con el lomo del machete”, es decir, con las extensiones corporales de los otros hombres.

Así, a lo largo del siglo XX, el trabajo agrícola fue fundamental para la definición de la masculinidad, ya fuese porque los niños caminasen hacia el mundo laboral de la mano de otros hombres o de las mujeres, de acuerdo con la división sexual del trabajo. Esto implicó que hombres y mujeres jugaran un papel fundamental en el proceso de construcción de la identidad masculina de los niños. De esta suerte, y si bien la homosocialización —entendida como la participación masculina en la construcción de la hombría— fue importante, el papel de las mujeres en dicha conducción no fue despreciable para algunos.

Podría proponer que la masculinidad inducida por expectativas femeninas, fue un mecanismo de configuración identitaria que no actuó en el vacío ni independientemente de los referentes masculinos. Más bien deberíamos proponer que homosocialización e inducción masculina vía expectativas femeninas, interactuaron en la construcción de la identidad de los hombres. La influencia de las mujeres en la construcción de la hombría en la ciudad de México, ha sido ya estudiada por Gutmann (2005).11 En este sentido, quizá habría que matizar la afirmación de Joseph-Vincent Marqués quien, al hablar de la homosocialización, sostiene que “el varón que internaliza plenamente el mensaje patriarcal” se relaciona “preferentemente sólo con varones”. Esto estaría asociado a la tesis sostenida por este autor de que los hombres son, por definición, “importantes” y que, por consiguiente, sólo se puede adquirir importancia a través de la relación con personas importantes (Marqués, 1997, p. 27). Las mujeres, sin duda alguna, resultaron figuras relevantes en la construcción identitaria de los niños en su paso a la hombría.

Debo hacer otra observación en relación con los mecanismos de configuración identitaria. Como he venido sosteniendo, en algunos casos la conducción de los niños hacia la hombría estuvo marcada por hitos significativos. Es lo que, siguiendo a Bourdieu (2002, p. 40), he designado como ritos de institución. Bourdieu señala que se trata de una operación de “diferenciación que tiende a acentuar en cada agente, hombre o mujer, los signos exteriores más inmediatamente conformes con la definición social de su diferencia sexual o a estimular las prácticas adecuadas para su sexo…”. Estos ritos estuvieron fuertemente asociados al rendimiento laboral, así como a la medición con otros hombres. Sin embargo, cabe destacar que no en todos los relatos se encuentra presente una clara alusión a este tipo de hitos que puedan ser leídos como ritos de institución. Aún así, el trabajo funcionó, de manera constante, como mecanismo estructurante de la identidad masculina. Su ejecución permitió que los niños merecieran el calificativo cultural de la hombría.

La explicación a una más o menos estable continuidad de tales parámetros identitarios se puede encontrar en cuatro elementos que fueron constantes a lo largo del período estudiado, para la gran mayoría de los sujetos: a) las condiciones de pobreza, b) las estrategias de sobrevivencia desplegadas por las familias frente a tales condiciones de dureza y adversidad, c) la exigencia sobre los sujetos particulares para hacer frente a tales circunstancias por la vía del trabajo, y d) el carácter de género subyacente en los tres elementos anteriores.

3. De niños a hombres… ¿qué sucedió con la adolescencia? Comentarios finales: la diversidad en la niñez

Una acotación cabe al respecto de la forma en que estos tres elementos pudieron operar en la conformación identitaria de la población de trabajadores agrícolas del interior de Costa Rica que he venido estudiando. Y es que, en el pasaje de la niñez a la hombría, tal parece que no fue común que mediara la adolescencia. La perspectiva que puedo ofrecer aquí es ciertamente limitada, pues esta apreciación se basaría en la escasa mención de dicha categoría en los relatos estudiados. Es decir, fue común que los sujetos mencionaran la niñez como etapa vital, a la que soliera seguir la hombría, sin que se mencionara la adolescencia.

No obstante lo anterior, en su autobiografía JRAE (EPS-JRAE, 1978, pp. 94-94) señala que, si su niñez había sido difícil, su “adolescencia fue increíble”. Las dificultades de la “adolescencia”, según el relato de este hombre —quien nació en 1945—, estaban asociadas a las múltiples “faenas de la finca” —ubicada en Palestina de Limón— que debían ser asumidas por él y su hermano, ante las limitaciones corporales de su padre. Para aproximarnos a una explicación tentativa de porqué podría producirse esta mención por parte de JRAE, varias observaciones caben al respecto.

Un primer elemento a considerar es que JRAE, al describir el contexto de su “adolescencia”, señala que tenía una “corta edad”, si bien no la especifica. No obstante, ésta debió ser posterior a la escuela primaria.

Una segunda consideración puede hacerse a partir de la comparación con los congéneres contemporáneos. GBE (EPS-GBE”, 1978, p. 202), quien nació en 1942, apenas tres años antes que JRAE, decía que ya era “medio peón” a la edad de doce años, que había tenido la primera relación sexual a los quince y que deseaba casarse a los dieciocho. En este contexto él señala que “muy joven empesaba a pensar en casarse para tener mis cosas”. Tal parecía que el término que JRAE usaba para la temprana hombría estaba asociado al de la “juventud” y no al de la “adolescencia”, como lo hacía JRAE.

Una tercera consideración, sobre la que cabría profundizar en otras aproximaciones, está asociada al momento en que escribe JRAE. Sobre esto cabría preguntarse, en qué medida en este momento de escritura autobiográfica está socialmente posicionada la categoría de la “adolescencia”, de manera tal que pueda incidir en la lectura retrospectiva de su vida. La respuesta sobrepasa los límites de mi aproximación; sin embargo esto es posible.

En todo caso cabría anotar, en cuarto y último lugar, que perspectivas más recientes de la adolescencia parecieran calzar con la definición de adolescencia brindada por JRAE, fuertemente asociada al trabajo. Ubicados a finales de los años de 1990, Muñoz y Calderón (1998, p. 17) han señalado que en la pubertad —asociada, biológicamente, al inicio de la adolescencia—, “se inicia una etapa de la vida un poco nebulosa, la cual idealmente se encuentra dedicada al aprendizaje de una actividad a ejercer en la vida adulta y la maduración personal”. Esta etapa nebulosa parece corresponder con la descripción de JRAE. No obstante, entre otros sujetos estudiados, también pareciera experimentarse un período en el que se produce este proceso de aprendizaje laboral no denominado como adolescencia. En algunos casos, como hemos visto, se utiliza el concepto de “medio peón” y, en general, este proceso es parte del momento final de la niñez y de transición hacia la hombría.

De lo dicho que sea útil seguir, propongo la recomendación de Muñoz y Calderón, ya citados, respecto del “carácter cultural de la definición” de adolescencia, que obligaría a considerar su expresión —o la falta de ella, debo agregar— en contextos históricos diversos.12

 

4. Las niñas: contrapuntos analíticos

Ahora bien, resulta de gran relevancia hacer notar el papel que jugaban las niñas en relación con el trabajo, pues su consideración brinda un contrapunto respecto de la construcción identitaria de los hombres. Aquí sólo brindo una breve aproximación al papel de las niñas, que no busca generalización alguna, pues es necesario ampliar la indagación tanto en materia de fuentes como de reflexión. A pesar de las limitaciones de este trabajo al respecto, esta referencia contribuye a entender mejor la situación de los niños, centro de este artículo.

Así, considerando lo dicho, hay que anotar que el panorama no es monocromático. En los relatos de que dispongo, las niñas solían cumplir, por una parte, con un trabajo suplementario y en apoyo al trabajo doméstico de sus madres. Las evidencias que dispongo, menos abundantes que aquellas alusivas a los niños varones, evidenciarían que este paso no estuvo asociado a momentos de institución como en el caso de los hombres. Pero en ciertos casos era evidente que, así como el modelo de los hombres adultos era fundamental para encausar la identidad de los niños, los modelos de mujeres adultas lo eran para la identidad de las niñas.

La relación que tenían las madres con sus hijas sobre el trabajo guardó una clara diferencia con la que tuvieron con sus hijos. En este sentido, como señala Osborne (1993, p. 135) citando a Chodorow, las mujeres, en tanto madres, producen hijas con capacidad y deseos “maternales”. En el significado más tradicional, el término “maternal” hace alusión a las capacidades y necesidades de atender a los demás. Las mujeres, en tanto madres, y los hombres, en tanto no-madres, producen hijos cuya potencialidad de atención a los otros ha sido coartada. Así, las niñas sobre las que disponemos información, vieron desarrolladas sus capacidades y afectos “maternales”, como parte de la conformación de su identidad. En este sentido CMS (EPS-CMS, 1978), mujer que nació en la parte oriental del Valle Central de Costa Rica (la Suiza de Turrialba) en 1947, decía que entre los 9 y 11 años de edad:

    (…) acostumbraba ir a la escuela, llegar a la casa a lavar las mantillas de mis hermanitos, limpiar, poner el agua para el café. Luego me iba a jugar con unas vecinitas, yo era la mamá y con una chapa de tapar botella hacía una tortilla de hojas de malanga, cocinaba el sancocho de gallinas y seguíamos jugando mirón mirón (…) cuando mamá se iba a trabajar me dejaba cuidando a mis hermanitos pequeños (EPS-CMS, 1978, p. 38).

En concordancia con su identidad genérica, CMS cuenta que su madre no tenía necesidad de castigarla pues ella “cuidaba muy bien [a sus hermanitos y], les hacía la comida”. En este sentido, CMS (EPS-CMS, 1978) estaba conformada según lo que algunas han denominado como seres-para-lavida- de-otros. Su principal anclaje es la experiencia maternal que, como hemos anotado, trasciende la mera relación biológica, para posicionarse como un conjunto de experiencias totalizadoras de la condición genérica y de la vida cotidiana (Lagarde, 1994, p. 21). Adicionalmente desempeñaba otra serie de trabajos, como “sacar el café de la cáscara y si no sacar achiote…” (EPS-CMS, 1978, p. 38).

En décadas posteriores, ya avanzada la segunda mitad del siglo XX, Sandra (Aseprola, 2003) confirmaba la configuración de su identidad por la vía del trabajo. Ella cuenta que aunque eran “muy pobres”, su madre logró asumir los costos de enviarla a la escuela. Con tales sacrificios, Sandra pudo terminar el sexto grado, pero luego fue enviada a trabajar como empleada doméstica a una casa de habitación…

    (…) donde tenía que atender 6 personas, haciendo casi todos los trabajos de esa casa, con 13 años de edad. Para mí era muy difícil por que me tenía que levantar a las 6 de la mañana para comenzar las labores y me acostaba a las 10 de la noche terminando de aplanchar la ropa y tenía que hacerlo implacable, por que la señora era muy delicada. Apenas me pagaban (Aseprola, 2003, p. 137).

Al igual que con los niños pobres, niñas como Sandra debían desempeñar un trabajo de gran relevancia para la economía familiar que, en este caso, estaba caracterizada por la ausencia paterna y el trabajo remunerado de la madre. De ahí que Sandra, como otras niñas, jugó el papel que Anne Bar Din ha denominado como “hijo parental”. Esta condición de los niños y niñas suele existir entre familias en condiciones de pobreza que a menudo solo cuentan con la presencia de un progenitor, por lo general la madre. Ésta suele estar “demasiado cargada y abrumada de obligaciones como para asumir cotidianamente una función expresiva”. De ahí que delega tal función en un hijo o hija parental, por lo común la hija de mayor edad, que se hace cargo del papel materno de sus hermanos y hermanas menores. La impronta de este hito vital es significativa para la construcción de las identidades de las niñas quienes, luego de ser hijas parentales, madres sustitutas de sus hermanos, tienen una alta probabilidad de constituirse en madres reales de sus propios hijos (Bar Din citada por Lamas, 1994, p. 42).

Por otra parte, la descripción que hace Sandra del trabajo que realizó en aquella etapa temprana de su vida, muestra el cuadro general de explotación a la que estaba sometida, considerando la dureza de la jornada y de las tareas domésticas, el pago exiguo así como la complejidad de las relaciones laborales con su patrona. El trabajo de Sandra, no obstante, guardaba estrecha relación con la división sexual del trabajo que asigna una connotación muy diferente al trabajo que servía como rito de institución de la identidad masculina de otros niños de su misma edad y condición económica.

Para “ayudarle un poco más” a su madre, Sandra salió de esta casa y, contando con 14 años, fue a una finca bananera en la que laboraba su hermano mayor —el mismo que le consiguió empleo—. En esta bananera cumplió igualmente con una división del trabajo que tendía a segmentar sexualmente el proceso productivo. Ella entró primero a quitarle las flores al banano y luego a seleccionarlo, es decir, no llegaría a cumplir con el trabajo de campo (siembra, corte y transportación, etc.) que correspondía a los hombres, si bien su jornada era igualmente agotadora: “se levantaba a las 3 de la madrugada, para tomar el bus que les recogía a las 4 am y empezar a trabajar a las 6 am. Su jornada llegaba hasta las 7 de la noche” (Aseprola, 2003, pp. 137-138).

Por otra parte, algunas mujeres se desempeñaron desde niñas en el trabajo agrícola y en otros que también eran desempeñados por los niños. Según RJG, cuando él era niño, le tocaba alternar con sus hermanas en la labor de quebrar el maíz, tarea que implicaba cierta dificultad. Él señalaba: “¡Qué duro es pegársele a una tolva llena, solo compensado con el derecho de comerse parte del maíz cocido” (EPS-RJG, 1978, p. 280). Sin duda alguna, esta dureza fue aplicable tanto para los niños como para las niñas.

Sin embargo, la valoración del trabajo de algunas niñas radicaba más en su complementariedad que en su valor por sí mismo. En tal dirección JSA (EPS-JSA, 1978), quien nació en Puerto Limón, Caribe de Costa Rica, en el año de 1942, señala:

    (…) eramos muy pobres, mi mamá compró una finquita y cuando yo tenía 9 años cursaba el tercer grado, mi mamá nos llevó para la finca y salimos de la escuela, allí en la finca yo iba a trabajar con mis hermanos chapiando, sembrando, les ayudaba a mis hermanos a aserrar madera para hacer la casa donde vivíamos. Era de estacones y poco a poco la hicimos con pura sierra de mano (EPS-JSA, 1978, p. 281).

En su relato, si bien la madre compró la finca, fueron los hermanos de JSA los encargados de desempeñar las labores agrícolas de chapea y siembra, lo mismo que de la construcción de la casa, mientras que el lugar en el que se colocaba JSA era de “ayudante” de aquellos. Dado el lugar ocupado por hombres y mujeres en la división sexual del trabajo y del mundo, y dada la connotación que adquirió el trabajo para la conformación de la identidad masculina en edades tempranas, esto es más que una mera sutileza del lenguaje. Significaba la configuración de una identidad diferenciada a la de los niños en su proceso de convertirse en hombres.

El que las niñas ocuparan un importante lugar como hijas parentales, lo que solía conducirlas a un lugar diferenciado en la división sexual del trabajo, y el que su trabajo en la agricultura fuera valorado como complementario, posiblemente haya incidido en la subestimación de su trabajo en la agricultura. Es probable que de esto sea expresión el Censo Agropecuario de 1955 (Cuadro 1). Según éste, del total de trabajadores en fincas, las niñas menores de doce años representaban el 0,4%, frente al 1,5% que constituían los niños del mismo grupo de edad. Las que tenían de doce a menos de quince años apenas representaban el 0,7% (contra un 3,1% de los varones) y las de quince a menos de dieciocho un 1,3% (5,8% en el caso de los hombres).

En cualquier caso, entre las niñas también operó un proceso de construcción identitaria por la vía de la conducción adulta. Para ellas, el modelaje materno fue fundamental, lo mismo que el trabajo, mediante el cual aprendieron a ser mujeres.

 

Conclusión

Debo señalar que los relatos son desiguales en tanto algunos son más explícitos que otros en cuanto a la relevancia de ciertos mecanismos. Sin embargo, a lo largo del período estudiado estos mecanismos —que he diseccionado con fines analíticos—, actuaron de manera interrelacionada. Contando con estas limitaciones, una narración sintética del argumento de este artículo es la siguiente:

Entre los relatos analizados en esta investigación, un elemento clave para el proceso de construcción identitaria de los niños fue su incorporación al mundo del trabajo como una forma de contribuir a la subsistencia de sus familias. A este espacio fueron introducidos tanto por figuras masculinas como femeninas. Estas fueron por lo general, aunque no exclusivamente, de la familia.

En los espacios laborales existieron ciertos mecanismos que contribuyeron a la conformación de la hombría. Hemos podido detectar testimonios en los que existió un hito particular asociado al trabajo, que marcó este pasaje; es lo que, siguiendo a Pierre Bourdieu, puede denominarse como rito de institución. No pocas veces el rendimiento y la medición con otros hombres fueron clave en este asunto. Al respecto, la homosocialización fue otro mecanismo de construcción identitaria de gran relevancia.

También, en muchos casos, el proceso de introducción en el mundo del trabajo implicó que los niños fueran ocupando-el-lugar-del-padre, lo cual sucedió por dos grandes vías. La primera, cuando los padres llevaron a sus hijos a ayudarles en sus faenas, trabajando a la par suya. Es decir que, por esta vía, los padres introdujeron a sus hijos. La segunda introducción hacia la ocupación-de-aquellugar, se produjo cuando los padres faltaron por alguna razón, ya fuera que estuvieran enfermos, que hubiesen migrado o abandonado a la familia. Una vez sucedido esto, los niños debieron asumir, de forma más tajante, aquel-lugar-vacío. En este caso, otros hombres pudieron contribuir con esta introducción, pero también pudieron hacerlo las mujeres, llevándolos a ocupar un papel activo en la proveeduría, de acuerdo con el lugar masculino en la división sexual del trabajo. Se trató de un lugar de reemplazo. En este proceso las mujeres también contribuyeron a la construcción de la identidad de los hombres

Por último, debo hacer algunas observaciones al respecto de la construcción identitaria de las niñas. En primer lugar, la evidencia muestra que así como muchos niños fueron conducidos al mundo laboral por los padres —a quienes apoyaron en sus faenas—, las niñas solían cumplir con un trabajo suplementario en apoyo al trabajo de sus madres. Sin embargo, la información disponible no evidencia que en la construcción de su identidad, asociada al trabajo, fueran necesarios ritos de institución como en el caso de los niños. Sin embargo, así como fue importante la homo-socialización entre estos últimos, la socialización por la vía materna cobró gran vigencia entre las niñas. El trabajo en apoyo a las madres fue significativo, de lo cual es indicador el papel de las niñas como hijas parentales. No disponemos de la información necesaria para afirmar que también los niños jugaron un papel equiparable al de sus pares femeninos.

De esta suerte, en la configuración de la identidad de las niñas, el trabajo tuvo un papel de relevancia, en el contexto de las necesidades de la economía familiar. No obstante, el valor simbólico fue claramente distinto al que tuvo para los varones. Tanto para hombres como para mujeres, el trabajo en función de los otros fue importante, pero desde lugares diferentes en la división sexual del trabajo. La feminidad estuvo más asociada a la valoración del trabajo como complemento que a su valor por sí mismo, mientras que la masculinidad estuvo regida por la demostración del propio logro.

 


Notas:

* El presente artículo es parte de los resultados del proyecto de investigación “Historia Social de la Niñez y la infancia en la Costa Rica del siglo XX” (Nº 806-A7-143), que tuvo curso entre marzo de 2007 y diciembre de 2008, en el Centro de Investigaciones Históricas sobre América Central (Cihac) de la Universidad de Costa Rica

1 Ver, por ejemplo, Gomariz (1997, p. 35 y subs). Para el caso costarricense, un interesante estudio de corte psicoanalítico sobre la construcción de la identidad de antiguos trabajadores campesinos es el de Rodríguez (1997). También la investigación de Garita (2001) analiza varios elementos sobre la construcción identitaria entre adolescentes urbanos y rurales. Un revelador estudio sobre las tensiones que los cambios ocupacionales generan sobre los hombres, en Guanacaste, es el de Chant y Moreno (2005). Una aproximación de carácter más bien descriptiva acerca del trabajo desde una perspectiva de los roles de género puede encontrarse en: Instituto de Estudios en Población (2000). Por otra parte, el trabajo de la historiadora Ana María Botey (2006), analiza la relación entre trabajo y masculinidad entre trabajadores portuarios.

2 El nacimiento de cuatro de los sujetos ocurrió entre 1912 y 1930, el de seis entre 1931 y 1947 y el de cinco entre 1948 y 1950-1960, aproximadamente. Sobre este último grupo existe duda en dos casos, pues no especifican su edad. Sin embargo, la Escuela de Planificación social, compiladora de los relatos base del presente análisis, ubicó sus autobiografías junto con los hombres con edades entre los quince y los treinta años de edad.

3 Varias anotaciones deben ser hechas al respecto de la población objeto de esta investigación, del período y de las fuentes utilizadas. En primer lugar debe indicarse que el foco de análisis está centrado en niños y niñas de familias trabajadoras agrícolas. Éstas son principalmente originarias de la provincia de Guanacaste, en el Pacífico Norte de Costa Rica, así como de San José, Cartago y Heredia, en el Valle Central del país. En segundo lugar, la fuente de estudio son los relatos autobiográficos elaborados por la población estudiada en el año de 1978, momento en que vivían en la provincia caribeña de Limón. La elaboración de estos relatos fue una iniciativa impulsada por la Escuela de Planificación Social (EPS) de la Universidad Nacional (UNA) y fue denominada Autobiografías Campesinas. Para mantener el anonimato, quienes escribieron las autobiografías usaron, posiblemente, acrónimos (RJG o GBE, por ejemplo), o su apodo (Choncito). Para abreviar la citación del autor institucional, así como del autor de la autobiografía de estas fuentes primarias, procedo según el siguiente ejemplo: (EP-RJG, 1978, p.). Adicionalmente he recurrido a una autobiografía de una mujer trabajadora bananera, compilada por Aseprola (2003).

4He trabajado la cuestión del recuerdo desde los llamados estudios sobre la memoria, pero también tiene gran relevancia para los estudios que parten del enfoque biográfico. Entre otros elementos, debe tenerse en cuenta que el olvido forma parte de la memoria y que cada presente conlleva una forma determinada de recordar el pasado (ver por ejemplo: Joutard, 1986; Acuña1989; Menjívar, 2005). En el contexto costarricense, un trabajo que también reconstruye la infancia y la adolescencia de trabajadores agrícolas de la hacienda cafetalera durante la década de los cincuenta, es el trabajo de Amador (2006).

5 En este artículo se ha conservado la escritura original de las Autobiografías Campesinas. Por ello se trascribieron textualmente incluso los errores ortográficos, de tal suerte que no se llamará la atención sobre éstos con la partícula [sic], a fin de no entorpecer la lectura. Nuestras propias anotaciones dentro de las citas textuales se insertan dentro del siguiente tipo de paréntesis: [ ].

6 En Costa Rica se dice “empunchado” a alguien esforzado.

7 En los Censos Agropecuarios de 1963, 1973 y 1984 no he podido encontrar información sobre el trabajo de menores de edad.

8 El subregistro puede venir por la metodología de medición, que sólo cuantificó al personal ocupado durante la semana anterior al Censo. Se pudo dejar de considerar a los niños que, asistiendo a la escuela, trabajaron en otros momentos del año o durante períodos específicos del ciclo productivo, como la cosecha, que no coinciden con el momento del censado.

9 Agradezco profundamente la generosidad del Sr. Artilez por develarnos el funcionamiento de este mecanismo. Artilez participó en la Cruzada Nacional de Alfabetización en el departamento de Rivas, donde los trabajadores azucareros contaron esta tradicional forma de explotación. Cabe acotar que la Cruzada Nacional de Alfabetización fue una experiencia desarrollada por los sandinistas entre los meses de marzo y agosto del año 1980, mediante la cual el sandinismo triunfante redujo dramáticamente el analfabetismo imperante en la Nicaragua somocista. En 1970, aproximadamente el 47% de la población no sabía leer ni escribir. Veinte años más tarde, según las cifras oficiales, las personas analfabetas representaban el 19%. Al mismo tiempo, el sandinismo buscaba reforzar su legitimidad popular con la puesta en marcha de un nuevo proyecto de sociedad (Musset, 2005).

10 Según Badinter (1993, pp. 60-62), siguiendo a Erikson, el mecanismo de la diferenciación desplegado por los niños en la infancia, es fundamental en la construcción de la identidad masculina. Esta tesis es combinada con la propuesta de la psicóloga Ruth Hartley, quien llegaría a la conclusión de que el niño se define, ante todo, por vía negativa. Una de las negaciones que operaría es la de no ser un bebé. En palabras de la propia Badinter, retomando a Hartley: “'Los hombres aprenden antes lo que no deben ser para ser masculinos, que lo que deben ser'… Para muchos niños la masculinidad se define simplemente como: lo que no es femenino. Nacido de mujer, acunado en un vientre femenino, la criatura masculina está condenada a dedicar gran parte de su vida a diferenciarse, cosa que no sucede con la criatura femenina (…) Tres veces tendrá que demostrar su identidad masculina convenciéndose y convenciendo a los demás de que no es una mujer, de que no es un bebé, de que no es un homosexual". A pesar de la utilidad de la tesis de la diferenciación, esta podría ser problemática en determinados contextos sociales. Para una crítica a estas tesis de Badinter, ver Menjívar (2004).

11 A diferencia de lo aquí anotado, en el caso de Gutmann la preocupación está orientada más hacia la manera en que las mujeres “instigan” los cambios de los hombres.

12 Quiero agradecer al Dr. Ronny Viales haberme hecho notar esta problemática relacionada con la adolescencia. Sin duda alguna, una mayor reflexión es necesaria, para lo cual cabría estudiar otros grupos ocupacionales y otros momentos históricos.

 


 

Lista de referencias

 

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