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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Print version ISSN 1692-715XOn-line version ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.9 no.1 Manizales Jan./June 2011

 

 

Segunda Sección: Estudios e Investigaciones

 

 

Ideas de paz en jóvenes desplazados de la ciudad de Cúcuta*

 

Idéias de paz em jovens deslocados na cidade de Cúcuta

 

Peace idea in displaced youth people in Cúcuta

 

 

Jesús Ernesto Urbina-Cárdenas1, Germán Muñoz2

1 Docente tiempo completo Universidad Francisco de Paula Santander. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Universidad de Manizales-Cinde, Línea de Investigación en Educación y Pedagogía. Licenciado en Filosofía y Letras (Usta), Magíster en Pedagogía (UIS). Docente de la Universidad Francisco de Paula Santander de Cúcuta (Col.). Correo electrónico: jesusernestouc@ufps.edu.co; jeruc24@hotmail.com

2 Docente doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Universidad de Manizales-Cinde. Docente y coordinador de la Línea “Jóvenes, Culturas y Poderes”, doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y juventud, Universidad de Manizales-Cinde. Correo electrónico: gmunoz2000@yahoo.es

 

 

Artículo recibido en diciembre 15 de 2010; artículo aceptado en febrero 28 de 2011 (Eds.)

 


Resumen:

En este artículo indagamos sobre las ideas de paz de un grupo de jóvenes desplazados y desplazadas de la ciudad de Cúcuta. Profundizar en este tema aporta elementos pedagógicos para la construcción del “bachillerato de Paz como Cultura”, propuesta educativa con la cual la Universidad Francisco de Paula Santander atiende a esta población, forzada a abandonar sus lugares de residencia por causa del conflicto armado que se presenta en la frontera colombo-venezolana.

Para el análisis tuvimos en cuenta los datos que aportaron las entrevistas abiertas a través de la técnica de codificación progresiva: categorías abierta, axial y selectiva. Los hallazgos permiten la comprensión de la paz en el ámbito de la familia como paz negativa, positiva, imperfecta y neutra.

Palabras clave: paz, cultura de paz, desplazamiento forzado, joven desplazado.


Resumo:

Este artigo indaga sobre as idéias de paz de um grupo de jovens deslocados e deslocadas da cidade de Cúcuta, Colômbia. Aprofundar neste assunto contribui com elementos pedagógicos para a construção do “Segundo Grau de Paz como Cultura”. Esta é a proposta com a qual a Universidade Francisco de Paula Santander atende esta povoação, forçada a abandonar seus lugares de residência devido ao conflito armado existente na fronteira Colômbia-Venezuela.

Para fazer a analise contamos com os dados resultantes das entrevistas abertas através da técnica de codificação progressiva: categorias aberta, axial e seletiva. Os achados permitem a compreensão da paz no âmbito da família como paz negativa, imperfeita e neutra.

Palavras-chave: paz, cultura de paz, deslocamento forçado, jovem deslocado.


Abstract:

This paper examines the idea of peace in a group of displaced young people from Cúcuta, Colombia. Deepen this topic provides teaching materials for the construction of “Peace and Culture school”, This educational proposal with which the University Francisco de Paula Santander serving this population, forced to leave their homes because of armed conflict that occurs in the Colombian-Venezuelan border.

For the analysis was taken into account data provided by open interviews with progressive encoding technique: open, axial and selective categories. The findings allow the understanding of peace within the family as negative, positive, neutral, imperfect peace.

Keywords: Peace, culture of peace, forced displacement, displaced youth.

 


 

1. Introducción

 

En este artículo sintetizamos las ideas sobre la paz de un grupo de sujetos jóvenes en condición de desplazamiento forzado asentados en los barrios Valles del Rodeo, Toledo Plata y Antonia Santos de la ciudad de Cúcuta. Los jóvenes y las jóvenes participan del proyecto “Bachillerato de paz como cultura y posibilidad para la vida y la convivencia”, que se desarrolló en la Universidad Francisco de Paula Santander de Cúcuta con financiación del Consejo Noruego para Refugiados, (Código del proyecto Norad: COFT0901-5-3), entre febrero y diciembre de 2009. El proyecto central orientó su propósito a la operación eficaz de un modelo flexible de educación juvenil para la convivencia y la paz.

El proyecto “Bachillerato de paz como cultura y posibilidad para la vida y la convivencia” en Cúcuta, no sólo centró su trabajo en la formación de bachilleres desde una perspectiva de paz, sino que también derivó en diversas acciones tendientes a fortalecer el tejido social de esta población y a construir reflexión académica desde la universidad. Desde esta última dimensión realizamos dos estudios: el primero lo enfocamos a la caracterización sociodemográfica de la población desplazada en la ciudad, y el segundo lo orientamos a la comprensión de las ideas de paz de estos jóvenes participantes en el proyecto. El presente texto nace en este segundo objetivo.

El interés de comprender las ideas de paz se originó en la necesidad de construir reflexión académica sobre algunos de los fenómenos que identifican el desplazamiento forzado en Colombia, entre ellos el concepto de “Paz”. Resulta de especial interés estas ideas con el propósito de comprender las concepciones de paz y consolidar un enfoque pedagógico que ayude a fortalecer el “Bachillerato de paz como cultura” que lidera la Universidad Francisco de Paula Santander.

 

2. Bases teóricas

Al intentar la compresión de las ideas de Paz de un grupo de jóvenes en condición de desplazamiento, compartimos con Deleuze y Guattari (1999) la idea de “concepto problemático”, en el sentido de referirnos a un acontecimiento, y como tal, a la imposibilidad de asumir la paz con un sentido único, homogéneo y aceptado de forma unánime por todas y todos. La paz tiene implicaciones sociales, económicas, políticas, religiosas y técnico-militares. Como realidad multifacética, la paz es un producto cultural susceptible de aprenderse. La paz como concepto puede entenderse como vaga, emocional y manipulable, pero a la vez suscita en todos y todas un ideal, una ilusión, y el presentimiento de una condición de vida y convivencia deseables y dignas de nuestro esfuerzo y entrega (Lederach, 2000). Asumir la paz como acontecimiento implica no reducirla a regularidades subyacentes ni a un caos arbitrario, sino a comprender el concepto como “creador de sentido” en su condición de devenir (Hicks, 1999).

Jares (1999) cita un conjunto de autores clásicos que ayudan al seguimiento histórico del concepto tradicional de paz: Galtung (1985, 1998, 2003); Arenal, (1989); Lederach (1984, 2000 y 2008), Curle (1978). En síntesis, estos autores plantean una distinción entre la concepción tradicional y la concepción positiva de paz. En el primer caso, se refieren a un concepto negativo, en el cual la paz es toda ausencia de conflicto; en el segundo caso, la paz ya no es sólo lo contrario de guerra sino la antítesis de la violencia. Para Vergara (2009, p. 124), la paz para los jóvenes y las jóvenes corresponde a un estado óptimo de salud o al logro de un estado de bienestar para ser valioso.

La Unesco (1974) propone como noción de cultura de paz, el conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en el respeto a la vida, en el fin de la violencia y en la promoción y práctica de la no violencia por medio de la educación, del diálogo y de la cooperación. Implica el respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e independencia política de los Estados y de no injerencia en los asuntos internos. El respeto pleno y la promoción de los derechos humanos y las libertades fundamentales que incluye la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres, el derecho a la libertad de expresión, opinión e información. Incorpora también el compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos; los esfuerzos para satisfacer la necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presentes y futuras, así como la adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismos, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre naciones (Resolución de Naciones Unidas A/RES/53/243, p. 7, 1999).

Para Galtung (2003), al existir una violencia cultural, también existe una paz cultural. Por lo tanto, tanto la violencia cultural como la paz cultural son de carácter simbólico; se hallan en la religión y en la ideología, en el lenguaje y el arte, en la ciencia y en el derecho, en los medios de comunicación y en la educación. Para este autor, la tarea pedagógica consiste en deslegitimar la violencia estructural y directa, y comprender las lógicas de la violencia simbólica, con el objeto de configurar una cultura de paz.

Los conceptos de desplazamiento forzado y joven desplazado requieren una revisión preliminar antes de exponer los sentidos que le dan a la paz el grupo de participantes del proyecto. La noción que aparece en la ley entiende por “desplazado” o “desplazada” toda persona que se ha visto forzada a migrar dentro del territorio nacional, abandonando su lugar de residencia y las actividades económicas o formativas cotidianas, porque su vida, su integridad física, su seguridad o libertad personal, han sido vulneradas o están directamente amenazadas (Ley 387 de 1997, art. 1). Por su parte la ONU (1995), estableció que el desplazado interno es toda persona o grupos de personas que han sido forzadas u obligadas a abandonar sus hogares o lugares de residencia habitual, en particular como resultado de —o para evitar— los efectos del conflicto armado, situaciones de violencia generalizada, violaciones de derechos humanos o desastres naturales o causados por el ser humano, y que no han cruzado fronteras reconocidas internacionalmente.

Según Ibáñez (2009, p. 2), investigadora del Cede de la Universidad de los Andes, a mediados de 2008 existían un poco más de 3,5 millones de personas desplazadas en Colombia, equivalente a un 7,8% del total de la población de nuestro país, y aproximadamente a cuatro veces la ciudad de Cúcuta. Casi el 90% de los municipios de nuestro país son expulsores. El 95% de los hogares desplazados están por debajo de la línea de pobreza y un 75% por debajo de la línea de pobreza extrema. Para la fecha de publicación del estudio, Colombia ocupaba el segundo lugar en número de desplazados después de Sudán.

En este contexto, los jóvenes y las jóvenes de Colombia, además de la complejidad de los tiempos actuales a nivel socio-cultural, político y económico —las desigualdades sociales, la lucha por la sobrevivencia, el desempleo, la marginalidad, el consumo de sustancias psicoactivas—, deben asumir una realidad que los empuja a ser protagonistas del conflicto armado. Tanto en su calidad de víctimas como en su condición de victimarios (Rodríguez, 2007, p. 539), los sujetos jóvenes se ven obligados a insertarse en un proceso de socialización en espacios no convencionales, como las esquinas, las calles, el “parche”, la pandilla, los albergues, las casas transitorias del ICBF, los campamentos de los grupos armados o los llamados cinturones de miseria, en donde van a parar los desplazados y desplazadas en Colombia (Duque, 2004, p. 235).

En algunos casos, el sujeto joven desplazado se reconoce como un estereotipo, una especie de imagen del sujeto joven pobre y carente de oportunidades al cual ciertas agencias del Estado, la iglesia, las ONG y otras instituciones humanitaristas relegan al asistencialismo; por lo tanto, la prioridad es el suministro de alimentos y otras prerrogativas que atenúen el hambre y la carencia. Sin embargo, el concepto requiere de visiones que permitan una comprensión más compleja del fenómeno, como el caso de la idea de Reguillo (2007) sobre la necesidad de deconstruir los discursos que han estigmatizado a los jóvenes y a las jóvenes, o la importancia de asumir las prácticas y representaciones sociales como metáforas del cambio social (Arango, 2006), y la idea de singularidad defendida por Escobar y Mendoza (2005). Desde estas perspectivas, los sujetos jóvenes desplazados se producen en el seno de sus propias subjetividades, y coexisten de manera conflictiva con diferentes proyectos de sociedad.

Esta singularidad permite algunas aproximaciones. El sujeto joven desplazado pasa a ser otro, constituyéndose en sujeto liminal, presentándose la ambigüedad de no pertenecer a ninguna clase de sujetos. Según Jiménez, Céspedes, Mier y Llamas (2003), el desplazamiento se presenta como un corte transversal en el tejido social. En este ámbito, el sujeto joven desplazado se ve sometido a un proceso de aculturación que se manifiesta en el biculturalismo, la marginalización, la asimilación y la segregación. En el marco de esta nueva vida en la cultura urbana, irrumpen unos nuevos códigos interpersonales: 1) Transformación de los vínculos familiares; 2) Fragmentación familiar; 3) Cambio abrupto de las redes sociales de apoyo; 4) Exclusión social; 5) Nuevos roles en la toma de decisiones en la familia (Jiménez, Céspedes, Mier & Llamas, 2003, pp. 21-24).

 

3. Metodología

La metodología empleada se basa en un enfoque comprensivo (Flick, 2007), en el marco de lo que Alvarado y Botero (2006) denominan una “aventura metodológica” o “mestizaje epistemológico” (Serres, 2003, 2004). Desde esta visión profundizamos en las ideas que sobre paz manifiesta un grupo de jóvenes desplazados en sus relatos. Por tratarse de un trabajo cuyo origen es un proceso educativo, el estudio tiene una deuda comprensible con la etnografía educativa (Martínez, 1997, 2004). Del mismo modo, es clara la influencia de John Shotter (2001) y su visión conversacional del construccionismo social, en cuanto asumimos el análisis del lenguaje conversacional a partir de los usos formativos a los que se aplican “las palabras en su decir”, por parte de la población participante en este proceso investigativo.

La población participante en el proyecto en el momento en que desarrollamos la investigación (2009), fue de sesenta estudiantes en condición de desplazamiento. Aplicamos un cuestionario abierto a todo el grupo, en el cual preguntamos por su concepto de paz; les pedimos que presentaran ejemplos y que describieran cómo actuarían ante la posibilidad de una situación conflictiva. A partir de estas respuestas iniciales tomamos una muestra intencionada de veinte participantes. Con este grupo trabajamos la técnica del grupo focal (tres grupos focales), con el fin de profundizar en las respuestas. A partir del resultado de los grupos focales y de las entrevistas abiertas, realizamos la interpretación de los relatos.

Analizamos la información con apoyo de la metodología de “codificación abierta” propuesta por Strauss y Corbin (2002). El procedimiento consistió en un proceso analítico por medio del cual se precisaron los conceptos y descubrieron en los datos sus propiedades y dimensiones: hicimos las conceptualizaciones, definimos las categorías y las desarrollamos en términos de sus propiedades y dimensiones (Coffey & Atkinson, 2003), para luego relacionarlas por medio de afirmaciones para establecer relaciones. Es importante señalar que el estudio no reproduce fielmente los pasos recomendados por estos autores para producir teoría fundada.

 

4. Hallazgos

La ambientación teórica expuesta en el acápite anterior contribuye a una comprensión de las ideas de paz, objeto central del presente estudio, manifiesta en sus relatos por el grupo de sujetos jóvenes desplazados. Del total de veinte participantes, doce corresponden al sexo femenino y ocho al sexo masculino. Las edades oscilan entre los catorce y los veintiséis años. De las doce mujeres, ocho son madres cabeza de hogar, y de los hombres tres ostentan la condición de jefes de hogar. Del total de veinte, quince son padres de familia. Diecisiete son desplazados del Catatumbo, y tres, del Departamento de Santander. De los veinte participantes, sólo uno manifiesta no haber perdido de forma violenta a un familiar cercano. Las causas que exponen sobre su desplazamiento se resumen en cuatro: incremento del conflicto armado, reclutamiento de jóvenes, fumigación de cultivos ilícitos y falta de oportunidades de estudio o de trabajo.

En este marco general, la respuesta en torno a la pregunta por la paz se relaciona en primera instancia con la tranquilidad en el ámbito familiar. Para estos sujetos jóvenes, vivir en paz es “vivir en armonía sin pelear con mis hermanos”; se reitera en los relatos una tendencia a anhelar la “felicidad en familia y en comunidad”, como posible indicio de una práctica de violencia al interior de la familia colombiana. Desde esta mirada, pareciera que el joven tiene mayor interés en “estar bien en la casa”, así deba “pasarla mal por fuera”. No importa tanto que la guerra se sufra en la calle, si en el seno de sus hogares el conflicto se atenúa. Los jóvenes y las jóvenes afirman que la familia es el escenario natural para construir la paz. El sujeto joven que viene huyendo de la amenaza de muerte por parte de los grupos armados, añora la tranquilidad de su nuevo hogar. Por ello, la paz es “que no haya violencias y maltratos en la casa”.

Uno de los relatos de los jóvenes afirma: “lo menos que uno espera es vivir tranquilo en la casa. Que tal uno viendo matar gente allá afuera, y llegar (a la casa) y encontrarse con la familia agarrada (peleándose)”. El texto denota una visión negativa de la paz en estos jóvenes: tener paz es que no haya agresión, “no violencia, no maltrato, no conflictos, no peleas, no muertes, no ofensas”. La paz positiva (Galtung, 2003) como expresión propia de otras formas de violencia (violencia estructural) no aparece en los conversatorios con los jóvenes y las jóvenes, al menos de manera explícita.

Al ampliarse esta idea, los sujetos jóvenes persisten en afirmar que la Paz es “vivir en tranquilidad, evitar conflictos, vivir en armonía con mis amigos, con mis hermanos, con mis tíos, Dios, mis padres y en paz conmigo mismo”. Argumento que corresponde a los postulados de la “Paz negativa”: ausencia de toda forma de violencia, tranquilidad interior, no agresión al otro. Tanto las causas como las consecuencias de este fenómeno se muestran como expresiones patéticas de la violencia directa. Sin embargo, es preciso auscultar con cuidado el fenómeno, pues de manera silenciosa la violencia estructural, a manera de motor, actúa como el principal eje que perpetúa esta problemática.

Los jóvenes y las jóvenes entienden “estar bien en la familia” a través de una convivencia en donde se vislumbren “apoyos en la familia”, “ayudas cuando se necesiten”, “comunicación agradable”, “unión” y “respeto”. Rasgos que evidencian elementos diferentes a la paz negativa y se aproximan a una cultura de paz desde la perspectiva de la “Paz neutra” (Jiménez, 2009). Es decir, mediante la manifestación de “hechos de paz” que neutralicen las expresiones de la violencia directa y la violencia estructural. La paz como la construcción de “nichos de afectividad” que anulen acciones que ocasionen “peleas casi todos los días”, ya que “las expresiones de amor en la familia son antídotos contra los golpes”. En síntesis, aunque no de forma manifiesta, la paz neutra se construye en la convivencia diaria a manera de expresiones que reducen la violencia simbólica.

En los intersticios de estos testimonios también se evidencia la concepción de “Paz imperfecta”, en la medida en que asocian la paz con un proceso susceptible de aprenderse, con imperfecciones propias de las vivencias humanas, y que se construye día a día. En este proceso parece jugar un papel importante el enfoque pedagógico del “Bachillerato de paz como cultura”, en el cual participa la población objeto de estudio. En la expresión “La paz se construye todos los días en la familia viviendo en armonía, no peleando e insultándose por cualquier cosa sino resaltando las cosas positivas”, se enuncia una idea de paz como proceso cotidiano que se construye cada día, destacando los hechos positivos (hechos de paz) sobre los hechos negativos (hechos violentos). La paz anhelada es una especie de búsqueda constante; más que un sueño es un empeño, un esfuerzo que exige posiciones, en donde el joven y la joven fijan sus esperanzas, porque “el futuro de nosotros es volver a nuestra finca viviendo en paz y ayudando a hacer la paz, así sea difícil”. Ese futuro no se forja sobre una base negativa de la paz, sino trasciende a una mirada que supone dos nuevos factores: el primero se relaciona con el “vivir en paz ayudando a hacer la paz”, es decir, mi paz, pero también la paz con los demás. Y un segundo factor, la visión de la paz difícil, en el sentido de la consciencia que se tiene a la hora de optar por la paz como vivencia y paradigma, asumiendo retos y superando los obstáculos que impone la cultura de guerra que originó su desplazamiento.

Un elemento mediador de esta esperanza es el respeto: respetar al mayor, al vecino o vecina, respetarnos todos. Según los testimonios de los sujetos jóvenes, el irrespeto es sinónimo de guerra: “uno ve todos los días peleas en la familia y entre vecinos porque se pierden el respeto, a veces los hijos mandan más que los papás, y de ahí se forman las matazones”. Respetar al otro en este contexto se relaciona con “hacer caso sin chistar”, o como lo manifiesta uno de los jóvenes: “yo respeto a mi mamá así la embarre, al fin y al cabo, ella me dio la vida y por eso le obedezco”. El respeto es sinónimo de obediencia, acatamiento, consideración, atención, cortesía y tolerancia. No es visto como imposición autoritaria sino como código implícito de armonía en la convivencia diaria: “si yo respeto, a mí me respetan y si me piden respeto es para que sea mejor persona no para regañarme”. Desde esta mirada de los sujetos jóvenes desplazados, el respeto es un hecho de paz neutra, al lograr neutralizar la violencia que puede desatar un acto irrespetuoso.

El concepto de “paz imperfecta” (Muñoz & Molina, 2010) implícito en los testimonios de los jóvenes y las jóvenes desplazados, supone que la paz es una acción creativa, en permanente construcción, que se realiza en la cotidianidad, en el diario transcurrir. La paz es una travesía en la que se encuentran y se viven múltiples experiencias y que sólo se puede hallar cuando “encontramos ese poema bello que es vivir en tranquilidad, sin violencia y sin maltratos”. En contraposición con la paz “que uno ve en la televisión, esa es de mentiras”, es decir, la paz es inherente a las vivencias cotidianas y difiere de los discursos oficiales.

Según el relato de los jóvenes y de las jóvenes, la paz al seno de la familia está constituida sobre tres vivencias: la buena educación (saber responder, saludar, ser respetuoso, ayudar); el diálogo (primero hablar y luego discutir); y tercero, creer en Dios (ir a misa, obedecer y tener fe). En la calle, la paz se da en el respeto a las demás personas, en ayudar al vecino y en aceptar a los demás tal como son. La paz en el vecindario se da cuando “nos reunimos entre todos para pavimentar la avenida”. “Pavimentar la avenida” es una actividad en la cual la Alcaldía facilita los materiales (cemento, cabilla, arena) y los vecinos y vecinas se reúnen para ofrecer la “mano de obra” con el fin de mejorar las condiciones de las vías de acceso al sector. Un auténtico hecho de paz (paz neutra e imperfecta), en el que la acción se coordina de tal manera que todos los habitantes y las habitantes del sector colaboran en la tarea. Por lo general, estos actos terminan en una fiesta comunal al final de la faena, se liman asperezas y se trazan proyectos futuros para mejorar las condiciones de vida en el Barrio.

Cuando preguntamos sobre experiencias concretas de paz al seno de sus familias, los jóvenes y las jóvenes en general manifestaron las siguientes prácticas: se asume la paz como un hecho posible y concreto, se exponen como ejemplos el placer que se experimenta en la crianza de los hijos e hijas, las reuniones familiares los fines de semana para “compartir un sancocho”, la unión familiar, estar alegres en oposición a vivir amargados:

    En mi familia nos reunimos en todas las ocasiones especiales, hacemos almuerzos, entre todos colaboramos y la pasamos superchévere. Somos pobres pero tenemos la mayor riqueza que es la unión de la familia, el amor que todo lo puede y supera dificultades. En mi barrio, si puedo ayudar a alguien lo hago, colaborando con los demás y lo mismo mi familia. Todo esto nos une y hay paz entre nosotros, y quisiéramos que en todos lados fueran lo mismo, que la paz nos salga por los poros. Paz es la persona que se olvida de sí para pensar en ayudar a otros que lo necesitan, paz es no vivir amargado.

Compartir un plato típico de la región: un sancocho, un mute o un asado de cabrito, es muy usual entre la comunidad de desplazados. Por lo general, estos eventos se realizan en fechas especiales o los fines de semana, la comunidad se reúne y cada uno aporta para el almuerzo, los que no pueden aportar mercado o dinero se encargan de preparar la comida. En el marco del presente proyecto, he tenido la oportunidad de compartir estos “hechos de paz” en varias ocasiones. La consigna de la comunidad desplazada es que “nadie se va sin comer, porque para todos hay un sobro de algo”, en palabras de uno de los participantes.

Las vivencias de paz para estos jóvenes y para estas jóvenes no se corresponden con discursos y normas que se imponen desde las instituciones oficiales; tampoco son símbolos que se expresan en paredes y calcomanías; al ser una paz imperfecta es una paz que se crea todos los días y que se opone a las atrocidades de una guerra que nunca eligieron. Mientras la paz crea, la guerra aniquila. Serres lo define en los siguientes términos:

    (…) el fuerte mata, el frágil produce. Crear algo desde la novedad es una consecuencia del estado de paz, la única buena nueva de la humanidad; promover la rareza es una consecuencia del estado de paz, extraña rareza de nuestra historia. Nada más fecundo que estos milagros, que unen información y formación, en el trabajo para nuestra supervivencia (Serres, 1995, p. 37).

La paz se vive en la casa porque el hogar es el lugar neutral donde se posibilita “estar bien” y “pasarla bien”. Somos el dónde, el espacio vital que habitamos y el territorio de piel que nos cubre. Si hacemos de este territorio un ambiente de sosiego y tranquilidad, la paz es el punto donde confluyen los “anhelos de uno de pasarla bien, en armonía, sin tanta amargura”, pues al miserable sólo le queda “esa pequeña caseta donde vive y duerme” (Serres, 1995). Lo anterior llevaría a una primera conclusión: la paz es estar bien en la casa, las vivencias de paz se dan en la casa y, la paz anhelada sólo podría escenificarse en la casa. El espacio de lo privado arropa en sus pliegues los frágiles contornos de la paz, mientras por el contrario, el ámbito de lo público en las concepciones de estos sujetos jóvenes, supone la vivencia del “día-a-día”, la lucha por la supervivencia diaria y el afrontamiento permanente de las dificultades. La casa implica volver al arraigo, a reencontrarse con lo abandonado; lo público, en cambio, “es para tropeliar y agarrarse a trompadas con la vida, porque lo de afuera es la calle y en ella cualquier cosa puede pasar”.

Si la paz reside en el nicho del hogar, se torna urgente una mirada transversal sobre el conjunto de intersubjetividades que se tejen al interior de las familias desplazadas. Constituye una invitación explícita a “meterse al rancho” de manera desprevenida, con el único propósito de aprender un poco más de lo que allí ocurre. Serres lo confirma de manera contundente: la vida reside, habita, mora, se aloja, no puede prescindir del lugar, lo cual supone que encontrar la paz no puede darse por fuera de esta frontera, “dime dónde vives y te diré quién eres”.

Con esta nueva mirada podrían develarse y revisarse un conjunto de concepciones y prácticas intervencionistas e este tipo de poblaciones. Existiría la necesidad de prestarle mayor cuidado a la familia como una ruta más expedita para contribuir al mejoramiento de su calidad de vida, y en su trayecto poder encontrar otras respuestas, no las tradicionales verdades de Perogrullo, sino en la perspectiva “serresiana” de la “casa” como lugar de residencia, la morada como la topología de un adoquín o de una bola, de una caja, de un saco, cuyos límites le procuran alguna dosis de aislamiento privativo, distancias optimizadas, todas las circunstancias de una vecindad. “Similar a la célula que vive gracias a la membrana que recubre y la protege, porque sin membrana, no hay vida, teorema universal en biología” (Serres, 1995, p.43).

En palabras de uno de los jóvenes, la casa es “el ranchito para uno refugiarse del hambre y de los balazos”. Es decir, la membrana protectora para el cuidado de sí, el lugar de los encuentros y desencuentros cotidianos, la piel que protege los sueños y los anhelos de paz: “qué más paz que la que uno puede vivir cuando llega cansado del trabajo y se encuentra en la casa. Lo duro es llegar y encontrar caras largas y malas palabras, tirarse (pelearse) entre la misma familia, eso sí es la guerra”.

Esto nos lleva a una aproximación vital, a una conclusión multivalente: la paz reside en el lugar, en nuestra casa esencial, en nuestras propias vivencias. La casa es mi propia piel, y por lo tanto, la paz reside en el lugar donde vivo. Frente a esta concepción, el gran reto para los educadores y educadoras consistiría en poner en escena lo público y lo privado, a la manera “rortyana”, es decir, hallar la forma de reunir a la creación de sí mismo (lo mío, mi casa, mi piel), con la justicia en el plano teórico (Rorty, 1991, p. 16-17).

Sería la paz en “mi casa” pero también “en la casa del vecino, porque uno puede vivir más o menos bien pero es muy maluco escuchar las peleas al lado”, en palabras de uno de los jóvenes participantes del proyecto. El reto estaría en lograr que estos jóvenes y estas jóvenes sientan la paz como el “lugar de nosotros”, y no como el lugar del “uno” o de “ellos”. La paz como la casa de todos y de todas, y no simplemente como el escenario privado para “pasarla bien”.

 

5. Reflexiones finales

La comprensión de un fenómeno humano está sujeta a múltiples hechos; aún más cuando dicha comprensión se realiza a partir del lenguaje (Rorty, 1990). Lo advierte Ricoeur (2006ª, 2006b, 2004): el lenguaje como discurso aparece como acontecimiento, es decir, se realiza en el tiempo; es autorreferencial, por lo tanto hace parte de la persona que habla; y siempre se refiere a un mundo que pretende describir, expresar o representar. En ese sentido, la interpretación de los relatos de los sujetos jóvenes desplazados sobre sus ideas de paz, corresponde a un acercamiento, no como una aproximación desde los cánones empíricoracionalistas, sino desde los caminos que ofrece la interpretación del lenguaje.

En los “Hallazgos”, los jóvenes y las jóvenes expresaron su idea de paz con un fuerte predominio conceptual relacionado directamente con la “armonía familiar”. Es una respuesta recurrente a la pregunta sobre la paz: los sujetos jóvenes desplazados centraron su realidad conversacional en torno a la “paz en la casa”, como una manera de identificar el concepto con sus vivencias más íntimas. En palabras de Shotter (2001), se trata de la re-construcción de la vida a través del lenguaje. Lo paradójico de la expresión reside en este punto: el ejercicio deconstructivo en torno al destierro violento a una población joven, contribuye al arraigo, es decir, a la recomposición del tejido roto por la barbarie del desalojo. “La casa” (mi casa), que constituyó el punto de exclusión, se transforma en conversación incluyente y polifónica. Por lo que, a nuestro juicio, las categorías “paz imperfecta” y “paz neutra”, operan a manera de acontecimientos que ocurren y tienen sentido dentro del flujo “contingente de interacción comunicativa entre los seres humanos”, para utilizar una de las expresiones preferidas de Shotter.

A partir de esta entrada, tanto al terreno como a la comprensión de los lenguajes de los sujetos jóvenes desplazados, fue posible intuir que detrás de la palabra “casa”, reside una metáfora que era necesario explorar, con el firme propósito de comprender las concepciones y significados compartidos por esta población. La paz en la casa no remite sólo a una “armonía en el ámbito de la familia”, sino a significados culturales compartidos enraizados en la propia médula de su situación de desplazamiento forzado. En este nicho lingüístico anidan dos factores esenciales: por un lado, la emergencia de unos hechos de paz con un profundo reconocimiento por parte de los jóvenes y de las jóvenes. Hechos opuestos a las prácticas violentas que ocasionaron su salida del lugar de origen, pero a veces imperceptibles.

Se trataba de indicios de una cultura de paz con dos ingredientes sustanciales: una paz de corte muy humana, atada a las prácticas cotidianas; y una serie de prácticas y comportamientos en franca contravía con la cultura violenta en que se vieron envueltos a la hora de huir de su tierra. El cuadro N° 1 sintetiza esta ideas concluyentes.

 

 

 

La paz en la familia no sólo refiere el anhelo griego del “eirene” (pax romana), sino que remite a una metáfora que encierra múltiples significados. En primer lugar, “estar en paz en la casa” es lo más cercano a la preservación del arraigo de lo perdido. “Mi casa” es una fortificación para enfrentar al expulsor, la fortaleza sobre la cual se reconstruye la vivencia perdida. La nueva casa también es el refugio temporal en la cual se sobrevive, alimentada por cimientos que se levantan sobre valores tradicionales como el “respeto”, “la educación”, “la aceptación del otro sin ambages”, “el compartir” y el “diálogo”. La casa es una especie de “reino de los cielos” que no se debe profanar. La calle, aunque matizada por todas las formas de exclusión y violencia directa, es el trayecto que perpetúa la huída. La calle es el camino que se abre en el diario vivir para la sobrevivencia. La calle para el sujeto joven desplazado encierra la metáfora del escape a la muerte anunciado por el agresor o agresora. Y sin embargo, es la ruta de la salvación. Ya las generaciones pasadas se abrieron en las selvas indómitas para edificar la granja, la casa de la cual tuvieron que salir de manera abrupta. Porque llegar a salvo desde la calle incierta a la nueva casa es como encontrar un “oasis de paz” en medio del desierto o del destierro.

 


Notas:

* Este artículo de investigación científica y tecnológica presenta resultados de la investigación “Bachillerato de paz como cultura y posibilidad para la vida y la convivencia”, código Norad: COFT0901-5-3, que se desarrolló a través del convenio entre la Universidad Francisco de Paula Santander de Cúcuta y el Consejo Noruego para Refugiados, entre febrero y diciembre de 2009.

 


 

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    Referencia para citar este artículo: Urbina-Cárdenas, J. E. & Muñoz, G. (2011). Ideas de paz en jóvenes desplazados de la ciudad de Cúcuta. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 1 (9), pp. 321 - 330.


     


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