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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Print version ISSN 1692-715X

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.10 no.1 Manizales Jan./June 2012

 

 

Primera sección: Teoría y Metateoría

 

(De)construyendo la esfera pública: Juventud y (la otra) cultura política*

 

(Des)construindo a esfera pública: juventude e (a outra) cultura política

 

(De) constructing the public sphere: Youth and (the other) political culture

 

 

J. Igor Israel González Aguirre

 

Profesor Universidad de Guadalajara, México. Doctor en ciencias sociales por parte de El Colegio de Jalisco, y maestro en desarrollo regional, por El Colegio de la Frontera Norte. Profesor investigador en el Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales (Desmos) de la Universidad de Guadalajara. Adscrito al Sistema Nacional de Investigadores (SNI-Conacyt). Correo electrónico: jiigonzaleza@gmail.com

 

Artículo recibido en febrero 1 de 2011; artículo aceptado en abril 15 de 2011 (Eds.)

 


Resumen:

Ser joven se constituye hoy en un ámbito de indecibilidad. Lo anterior coloca la construcción de los proyectos identitarios directamente en el centro del campo político. El estudio de ello requiere considerar una serie de interrogantes, que son las que dan cuerpo a esta intervención: ¿cómo se tematiza la relación entre la juventud y la esfera pública en la Zona Metropolitana de Guadalajara, Jalisco, México? ¿Cuáles son las imágenes culturales que dotan de visibilidad a los jóvenes y a las jóvenes en dicha zona y cómo éstas funcionan cual mecanismos de control por parte del Estado? ¿Qué tácticas despliegan los sujetos jóvenes tapatíos frente a ello?.

Palabras clave: juventud, cultura política, subjetividad, construcción social de la esfera pública.


Resumo:

Ser jovem se constitui hoje em um âmbito de indicibilidade. Isto coloca a construção dos projetos identitários diretamente no centro do campo político. O estudo do mesmo requer que se considerem uma série de interrogações, que são as que dão corpo a esta investigação: como se tematiza a relação entre a juventude e a esfera pública na zona metropolitana de Guadalajara, Jalisco, México? Quais são as imagens culturais que dotam de visibilidade os jovens e as jovens na dita zona e como estas funcionam como mecanismos de controle por parte do Estado? Que táticas realizam os sujeitos jovens tapatíos frente a isto?.

Palavras-chave: juventude, cultura política, subjetividade, construção social da esfera pública.


Abstract:

Being young today constitutes an area of undecidability. This situates the construction of identity projects directly in the center of the political field. The analysis of this subject requires taking into account several questions; some of them guide this paper: How it is discursively constructed the relationship between youth and the public sphere in the metropolitan area of Guadalajara, Jalisco, Mexico? Which are some of the cultural images that give visibility to young people in that area and how do they work as control mechanisms instituted by the State? What tactics are deployed by the young "tapatíos" (natives from Guadalajara) to deal with the aforementioned?.

Key words: youth, political culture, subjectivity, social construction of public realm.


 

1. Introducción

A mediados de la década de los ochenta, Lipovetsky (2009) dibujaba los contornos liminares de una nueva época, marcada sobre todo por una especie de evaporación de lo político. En esto que el citado autor definió como la era del vacío, se vislumbraba una sustitución del principio de convicción por el principio de seducción, de lo anónimo por lo personalizado, de la colectividad comprometida por el individuo hedonista; se instauraría pues el individualismo como estado histórico propio de las sociedades contemporáneas. Desde esta perspectiva, hoy ser joven se constituye en un ámbito de indecibilidad. Lo anterior coloca la construcción de los proyectos identitarios directamente en el centro del campo político. El estudio de ello requiere considerar una serie de interrogantes, que son las que dan cuerpo a esta intervención: ¿cómo se tematiza la relación entre la juventud y la esfera pública en la Zona Metropolitana de Guadalajara, Jalisco, México? ¿Cuáles son las imágenes culturales que dotan de visibilidad a los jóvenes en dicha zona y cómo éstas funcionan cual mecanismos de control por parte del Estado? ¿Qué tácticas despliegan los sujetos jóvenes tapatíos frente a ello? En este contexto, frente a la disolución de lo público, pareciera que la tendencia de los jóvenes y las jóvenes contemporáneos consiste en "estabilizar" la subjetividad a través de un retraimiento a la esfera privada. Para algunos analistas, lo anterior indicaría que los sujetos juveniles son apáticos "por naturaleza", y que lo público les es completamente indiferente, ya que están inmersos en una especie de inmovilidad lúdica desde la que se repele cualquier intervención política significativa. Basta revisar algunas de las investigaciones hechas en el fértil campo de los estudios de juventud en México para poner de relieve el relativamente escaso involucramiento de este sector poblacional en la dimensión formalmente institucionalizada de lo político.1 No obstante, dicha afirmación invita a una problematización más profunda que posibilite leer la apatía y el desencanto desde un enfoque distinto, y sugerir que ambos elementos son constitutivos de un proceso de reconfiguración del espacio público en un país como México. En otras palabras, con esta intervención se pretende hacer una invitación a dislocar la mirada, a descentrar los núcleos alrededor de los cuales se efectúan las lecturas tradicionales/ortodoxas de este tipo de procesos. De modo que con base en el análisis de varios fragmentos extraídos de distintos grupos de discusión, en lo que sigue exploraré la idea que sugiere que tanto el extrañamiento que despliegan los sujetos juveniles con respecto al campo de la política, como el surgimiento de modos alternativos de participación y disidencia, precisan estructurar nuevas miradas para analizar los vínculos y las rupturas entre estos actores y la esfera pública. Con ello busco una mejor comprensión tanto de los nuevos sentidos que adquiere lo político como de los núcleos alrededor de los que se construye la subjetividad.

A manera de hipótesis, planteo que a partir del análisis de las prácticas discursivas de algunos jóvenes mexicanos y mexicanas -jaliscienses específicamente-, se sugiere que ya no es posible reducir el estudio del campo político sólo a su dimensión formal: éste no se agota en las coyunturas electorales ni en los partidos políticos. Las transformaciones que experimenta dicho campo obligan a investigar la emergencia de aquellos lugares donde se condensa y se dota de sentidos novedosos a lo político. Con su (no) hacer y su (no) decir, la juventud articula espacios desde los que adopta diversas posturas respecto a los temas que le interpelan, y en última instancia, postula discursivamente sus modos de ser en el mundo. Pero no sólo eso. Existe un proceso paralelo que posibilita que dichas temáticas -y los posicionamientos que se toman frente a éstaspoco a poco se cuelen en la estructuración del campo político. Es precisamente esta idea -de la mano de los planteamientos de Richard Rorty (1989) en torno a estos temas- la que me ha permitido, en otra parte (González, 2008 y González, 2006b), sugerir una necesaria reconceptualización de la noción de cultura política. En otras palabras, basta apuntar aquí que estamos frente a la politización de la subjetividad.2 En ello el cuerpo se presenta como la última de las arenas políticas. Pretendo, en última instancia, que el acercamiento que propongo aquí contribuya al entendimiento -desde una perspectiva distinta a la ortodoxia dominante- de los contornos liminares de una esfera pública sui géneris, como la mexicana.

 

2. El acoso de las apariencias:3 el cuerpo como arena política

Una característica de la modernidad tardía consiste en el vaciamiento radical de la esfera pública.4 Cuando esto se problematiza desde la perspectiva de los sujetos jóvenes, puede concluirse que la dimensión formalmente instituida de la política muestra un profundo agotamiento, así como una retirada de aquéllos hacia el dominio privado. A la par de lo anterior, al tiempo que se desentienden de la dimensión pública, algunos segmentos de la juventud también postulan otros espacios que devienen políticos: el consumo, la ludicidad, la intimidad, la afectividad, el cuerpo; todo ello constituye «nuevos» lugares [cual ámbitos de indecibilidad] desde los cuales se resignifica este campo.5

En este sentido, puedo decir que los discursos y prácticas puestas en juego por los jóvenes y las jóvenes ilustran cómo algunos elementos que antes pertenecían al dominio de lo privado se postulan ahora como factores centrales en la arquitectura de lo público. De manera específica, el cuerpo se presenta como el lugar donde convergen las relaciones sociales de poder (Giorgi & Rodríguez, 2007). Desde una óptica similar puedo decir -junto con Thiele (2002)- que los vasos comunicantes (políticos) entre lo público y lo privado producen escenarios en los que los distintos actores se involucran en una búsqueda competitiva por el poder (en el nivel de las prácticas discursivas). En consecuencia, aquello que ocurre en privado se torna político en la medida en que deja alguna impronta en lo público: en tanto que el ejercicio y los fines del poder tengan impactos en la esfera pública, pueden ser identificados como parte de la (otra) cultura política. Es precisamente esta idea la que me permite hacer una lectura en clave política sobre la arquitectura de la subjetividad y sobre las prácticas discursivas que ocurren en los ámbitos más privados.

Como lo dije a pie de página, las limitaciones de espacio que caracterizan a este tipo de documentos restringen la posibilidad de ofrecer información exhaustiva. Por ello aquí recurriré sólo a un par de fragmentos pertenecientes a un extenso trabajo de campo, derivados de una investigación más amplia.6 Aún cuando reconozco que ello no es suficiente para dar cuenta por completo de cómo las prácticas juveniles se articulan con la condensación de nuevos lugares de lo político, sí me permite afianzar e ilustrar las ideas que llevo expuestas hasta aquí. En fin, veamos un extracto de uno de los grupos de discusión realizado en junio de 2005. En éste participaron cinco jóvenes, estudiantes de preparatoria, de edades entre 17 y 19 años. Luego de haber conversado sobre diversos tópicos relacionados con la vida social y política jalisciense, la plática se deslizó por el territorio de lo aparentemente privado, donde el cuerpo es el principal protagonista. Elías, estudiante de sexto semestre, reflexionaba acerca de lo que enfrenta un joven cuando decide tatuarse, o no:

    Elías: Por lo mismo yo no me he tatuado. Porque en los trabajos no me aceptan. En muchos, pues.

    Entrevistador: ¿A ti no te la hacen 'de tos' por los 'piercings'? {Me dirijo a Carola, quien tiene dos perforaciones: una en el labio inferior, y otra apenas visible en la nariz}.

    Carola: 'Pos' nomás por éste {señala el arete que tiene en el labio inferior}. Más mi mamá. Pero sí la hacen de 'pedo'. Así como para vender tarjetas sí. {Días antes de efectuar la reunión, Carola promovía tarjetas de crédito. La acababan de despedir porque, según le dijeron, la empresa había 'quebrado'. Aunque ella intuía que la verdadera razón de su despido había sido su apariencia}.

    Entrevistador: ¿Tienes que tener "buena presencia", como le dicen? Carola: Ajá. Así con tacones y pintada, y así. Te piden presentación, pues. Porque es la imagen del banco. Y si tú no das buena imagen, pues simplemente el banco no te da trabajo. O sea, quieren acá gente de traje.

    Entrevistador: ¿Y a ti, en tu trabajo no te causa problemas tu estilo de cabello? {Le pregunto a Pedro, quien labora en un expendio de sushi. Lleva el cabello teñido de verde, cortado a modo de mohawk}.

    Pedro: Pues mi patrón me dice: "qué onda, cabrón, qué pedo con ese pelo". Pero yo lo mando a la 'verga'. Traigo 'gorrito' para que después no me la vaya a hacer de 'pedo', de que se queje la gente. Si me dijera algo del pelo, pues me salgo, 'güey'. Igual un 'compa' ahí en el trabajo tiene 'rastas' [un estilo de cabello mejor conocido como dreadlock]. Y pensé: "la 'neta', si me la hace de pedo, le voy a decir que me veo más limpio yo que ese 'güey' con 'rastas'".

De entrada, es destacable que en el diálogo de estos sujetos jóvenes se ponen de relieve de manera clara los vasos comunicantes entre lo público y lo privado: resulta más que evidente la relación entre la apariencia personal y las posibilidades de insertarse en el mercado laboral. Además, basta echar una mirada a la sección de ofertas laborales de cualquier diario de circulación local o nacional para constatar que la «buena presencia» es un «requisito indispensable». En otras palabras, puedo decir que las imágenes institucionales influyen de manera crucial en la arquitectura de lo juvenil (González, 2006c). En este sentido, el mismo «ser joven» se vuelve un problema, puesto que buena parte de las «marcas de identidad» asociadas con esta etapa de la vida son estigmatizadas socialmente; se sancionan, pues, de manera negativa. Reitero que esto pone en marcha una serie de mecanismos discriminatorios que inciden de modo directo en la construcción de la subjetividad, en los contornos que adquieren los mundos juveniles. La adopción de una postura con respecto a ello, por parte de los individuos jóvenes, muestra con claridad la inscripción de los dictámenes institucionalizados en la esfera privada. Las palabras de Carola ofrecen una muestra de ello, y a la vez aluden a una dimensión más profunda. Esto es así en la medida en que su apariencia entra en contradicción con los requerimientos del mercado laboral. Ello debido a que en última instancia el empleado o empleada se convierte en [«la imagen» de] la institución. ¿Acaso no hay aquí una despersonalización radical que sugiere que la construcción de la biografía se torna un asunto secundario, subsumido a los intereses empresariales de particulares? ¿No encontramos, en verdad, en las respuestas a lo anterior, la posibilidad de efectuar una lectura política de la subjetividad? Lo dicho por Pedro así lo constata: en sus razonamientos -elementales y altisonantes, si se quieretambién se ponen de relieve los modos en que lo privado ejerce cierta influencia en lo público. Ello a través de las tácticas que instrumentan los sujetos mediante la postulación del cuerpo, de la apariencia, como una expresión de su posicionamiento a favor o en contra de aquello que les es importante. Así, no es extraño que frente a las llamadas de atención que recibe de su jefe (debido al corte de cabello que porta), Pedro responda con un: "Pero yo lo mando a la verga".

Por otra parte, Carola «desliza» en la conversación un detalle sutil. Ella señala que es su madre quien más se molesta por los piercings que lleva en el rostro. Pero aún así los porta. Este factor, que pudiera parecer menor, ofrece la posibilidad de interpretarse incluso como una especie de desafío a las cortapisas que la institucionalidad vigente considera como adecuadas para la juventud. Además, el entorno familiar adquiere otra connotación si es visto bajo la óptica esbozada por esta joven. Lo anterior resulta más explícito si se analiza un fragmento de otro grupo de discusión, llevado a cabo en 2006. En dicho grupo, la densidad temática también giró, luego de abordar otros tópicos, alrededor de las inscripciones permanentes en el cuerpo. Uno de los participantes, Biral, un grafitero de 18 años, también estudiante de preparatoria, comentaba que el acto de tatuarse era altamente significativo:

    Biral: Me iba a tatuar toda la espalda. Me quería poner un 'pinche' dragón. Pero pos después te preguntas cuál es el significado sentimental que tiene el dragón. Está 'perro', pero ¿me lo voy a poner nomás porque está 'perro'? Qué tal si cuando esté más grande digo que está bien pa' la 'verga' lo que tengo en la espalda.

    Viviana: Yo no me tatúo porque luego me arruino por el jale. Y por mi mamá. Le arruino la vida {Viviana se ríe}.

    Biral: Yo no me tatúo nomás porque no estoy 'mamado'. Qué bueno que no estoy 'mamado'. {El tono que utiliza Biral denota cierta ironía}.

    Eduardo: Yo tengo la mentalidad, desde niño, de tatuarme. Pero [lo voy a hacer] hasta que me salga de mi casa.

    Cristina: Yo, ¿tatuarme? ¡Hasta que mi mamá se muera!

    Biral: Tu cuerpo es tu lienzo. ¡Nadie tiene que mandar sobre tu cuerpo!

Cuando se analizan los esquemas narrativos mediante los cuales los jóvenes y las jóvenes dotan de sentido a su propia experiencia, es posible redimensionar el malestar que ellos y ellas expresan con su «retirada» al ámbito privado. En el diálogo expuesto arriba pongo de manifiesto no sólo la importancia que este segmento de la población le otorga a la apariencia personal; muestro además una serie de lugares en los que es preciso poner atención, si se quiere entender tanto el vaciamiento de la esfera pública [o mejor dicho, el malestar desde el cual se mira aquello que tiene que ver con la dimensión formalmente instituida de lo político[, como la emergencia de otros sitios donde la institucionalidad adquiere vigencia. Los razonamientos expuestos por Biral, integrante del crew 2B, ponen en juego sus propias expectativas en cuanto al futuro, al aludir a un posible «arrepentimiento» de sus actos, una vez cruzado el umbral de la adultez. En cambio, Cristina, Viviana y Eduardo le otorgan mayor importancia a las consecuencias que en el presente detonarían sus actos en el entorno familiar.

Lo expuesto hasta aquí me permite señalar que el cambio social se registra cuando menos en dos grandes planos. En primera instancia, existen procesos de amplia envergadura que tienen expresiones por demás visibles. Entre éstas destacan, por ejemplo, el impacto de la globalización económica y cultural en la determinación del mercado y del consumo, el riesgo creciente de una catástrofe ambiental, o las transformaciones que experimentan instituciones como la escuela o la familia. En el mismo sentido, de manera reciente hemos sido testigos de la emergencia tanto de movimientos sociales inéditos, cuyos actores son redes fluidas y horizontales, a diferencia de los sujetos transindividuales de antaño. Por otra parte, también es posible intuir que, con base en una lógica menos espectacular, sutil y poco evidente, tienen lugar procesos transformativos que inciden en las prácticas sociales, los cuales ocurren en el ámbito de la vida cotidiana. Sin duda, las dinámicas que se experimentan en la actualidad al postular el cuerpo como arena política pueden inscribirse en el segundo de estos planos.

Otra cuestión que emergió a partir de esta investigación, y que permite explorar los vínculos entre lo público y lo privado, constituye una arista que estoy tentado a presentar como una construcción discursiva de las «diferencias de género». No pretendo mostrar lo anterior como posturas maniqueas, establecidas de una vez y para siempre (i. e. no intento sugerir que las mujeres son de esta forma, y los hombres de esta otra). Más allá de este riesgo, sí puedo sugerir que en el esquema narrativo puesto en juego por los sujetos entrevistados se erigen límites, se establecen fronteras que aluden a una dimensión ética. Esto es así en la medida en que, por un lado [femenino], se asume que la virginidad es una construcción cultural, y se le resta trascendencia en tanto componente de la subjetividad. El énfasis se pone en otros aspectos, tales como la fidelidad e, incluso, el amor.7 Mientras que por otro lado [masculino], a este factor se le asigna un peso determinante en términos, incluso, de las expectativas y aspiraciones a las que pudiera acceder una mujer que desee formar una familia [desde luego, apelando al circuito tradicional para ingresar en la adultez]. Frente a ello, me es preciso destacar que la «diferencia de opiniones» observada en este diálogo no es neutra. Por el contrario, tiene una arista política innegable, puesto que, en primera instancia, evidencia que desde la perspectiva masculina pareciera como si el hombre ocupara un lugar hegemónico, mientras que la mujer permanece subordinada. La prevalencia de lo biológico [el himen] sobre lo cultural [la virginidad] señalada por Eduardo, alude a un ethos jerarquizado, discriminatorio, que tiende a perpetuar la predominancia masculina. En este diálogo queda claro cómo desde el ámbito de la vida cotidiana, a partir de las decisiones que ahí se toman y por medio de los posicionamientos que ahí se adoptan, la vida privada se inscribe de manera fundamental en lo público. Al mismo tiempo, con ello se actualiza la institucionalidad vigente.

Si trasladamos, pues, la densidad temática al ámbito de la equidad de género, se tocan fibras cruciales del tejido que constituye la vida social. Por ejemplo, Adrián, un joven de 22 años, cuyo máximo grado de estudios era la educación media superior, comentaba lo siguiente:

    Adrián: Todavía aquí [en Jalisco] no hay equidad de género. Porque... por ejemplo, para empezar, si yo voy en el carro manejando y yo veo que una 'vieja' va manejando, lo primero que pienso es: "puta madre, una tortuga al volante". O sea, y no siempre es una vieja que no sabe manejar bien, pero normalmente es así. Entonces, si hubiera equidad, para empezar, yo le daría su lugar como mujer, ¿no? y diría: "bueno, merece manejar, porque, porque si tuvo el dinero para su carro y...". O sea, pero si ni siquiera lo pienso, y digo: "no mames, no debería de esperar". O sea, "mejor quítate y déjame el paso para que yo llegue más rápido", ¿no?

No es extraño escuchar de parte de los hombres (y de muchas mujeres también) opiniones parecidas a la emitida por Adrián con respecto a la habilidad que las mujeres tienen o no para conducir un auto. Más allá de la práctica a la que refiere este joven, lo que resulta importante destacar en sus argumentos radica en el modo en que él construye discursivamente las diferencias de género, así como la postura que adopta frente a ello. Así, en primera instancia, asume que en la entidad existe un marcado déficit en términos de igualdad. Luego alude a la experiencia personal para sustentar lo anterior. Y es precisamente en este punto donde confluye la idea que remite a una conexión entre el desarrollo de la vida cotidiana y la arquitectura de la esfera pública. Con sus palabras, Adrián nos ilustra cómo esto entra en funcionamiento, puesto que muestra la forma en que las posturas que adoptamos en el día con día van prefigurando los perfiles de la institucionalidad vigente: "...y no siempre es una vieja que no sabe manejar bien, pero normalmente es así", señala el entrevistado. ¿Acaso asumir como «normal» que las mujeres tengan poca habilidad para conducir no perpetúa y legitima la idea de que ellas ocupan un sitio subordinado en el espacio social? Si abordamos lo anterior con un enfoque centrado en el cumplimiento de los derechos, ¿no tiene el posicionamiento esbozado por Adrián una fuerte resonancia política? ¿Puede negarse en consecuencia que la rutinización de este tipo de prácticas discursivas incida en la construcción de un régimen democrático deficitario? Me parece que no. Más aún, de lo anterior se desprende la necesidad de indagar, con estudios posteriores, cómo la discriminación de género se enmascara tras una apariencia de equidad. Por ejemplo, en una entrevista, Arnulfo, un joven de 22, aspirante a la carrera de Derecho, decía lo siguiente:

    Arnulfo: Me parece perfecto [que las mujeres sean iguales que los hombres]. Realmente sí somos iguales. De hecho, hay mujeres que han destacado ser mucho más inteligentes que muchos hombres. Y desgraciadamente, no se les trata igual, o sea, sigue habiendo mucha diferencia entre una mujer y un hombre, se sigue discriminando más a la mujer, en cuanto a trabajos, y en cuanto a todo,¿Por qué? Porque la mujer se embaraza, porque a la mujer se le tiene que dar incapacidad, se le tiene que pagar al 100 % y al hombre no. Al hombre no es igual. O sea, al hombre lo agarras y no tiene por qué estarse incapacitando cada que va a tener un hijo, o algo así.

No cabe duda de que es posible discernir una raíz política en la construcción discursiva de la (in)equidad de género. Además, es innegable que el extrañamiento que muestran los jóvenes con respecto a la dimensión formalmente instituida de lo político tiende a desembocar en la postulación del cuerpo como la «nueva» arena política par excellence. En fin, cabe decir que en los razonamientos expuestos por estos jóvenes se pone de manifiesto -tal como lo sugiere Collignon-8 que los comportamientos y las prácticas sexuales, así como las formas de expresión de la sexualidad y la diferencia de género, constituyen ámbitos privilegiados para observar con cierta nitidez cómo las sociedades modelan y objetivan su cultura. Esto es importante en la medida en que la sexualidad representa uno de los campos simbólicos que a pesar de experimentarse en la intimidad, en el dominio privado, poco a poco se tornan parte de las agendas públicas. Ocurre lo mismo con el tema de la equidad de género. En este sentido, de acuerdo con la mencionada autora, puedo decir que aún cuando la sexualidad sea «vivida corporalmente», los cuerpos y sus prácticas tienen un significado cultural y, por ende, una resonancia pública/política. La igualdad entre hombres y mujeres, por ejemplo, es una parte constitutiva de los derechos humanos. Ello quiere decir que estos campos no sólo remiten a una dimensión biológica, sino que involucran una serie de normatividades y ritualidades que ponen a prueba la vigencia de la institucionalidad. En otras palabras, la relación que establecen los jóvenes y las jóvenes con su sexualidad, con la afectividad, con la intimidad, con su cuerpo, está mediada por un conjunto de formas valorativas que se conectan con otros campos, tales como las perspectivas y expectativas con respecto al futuro, al trabajo, a la realización personal, etc., es decir, se inscriben en [y configuran la] esfera pública.

Lo significativo aquí consiste precisamente en que los jóvenes y las jóvenes adoptan una postura frente a aquello que los interpela. Pareciera en principio que estos temas (i. e. optar por tatuarse o no) son intrascendentes para la construcción de la esfera pública en México y, sobre todo, en Jalisco. Sin embargo, me parece que no es así. Ésta es una discusión que atraviesa prácticamente por buena parte de América Latina. Véase por ejemplo el trabajo realizado por Gillman (2010) en torno a la participación juvenil en Ecuador; las investigaciones coordinadas por Rabello de Castro (2010), las cuales ilustran el caso brasileño; o el texto escrito por Montoya (2009) en relación con la juventud post-transición en Perú; o el documento de Zarza-Delgado (2009), elaborado en función de los universitarios y universitarias de México y la dimensión simbólica del cuerpo; también está el trabajo elaborado por Soto-Ospina et. al (2009), para el caso de los imaginarios de la gente joven en torno a la política en Alto Bonito-Manizales, Colombia; o el texto de Pinilla y Muñoz (2008), en torno a la discusión entre lo privado y lo público, desde la perspectiva juvenil en Colombia. Esto sólo por mencionar algunos. En sí, estos y otros trabajos constituyen un núcleo temático que adquiere cada vez mayor densidad, y que permite vislumbrar un fértil campo de estudios.

En fin, es una decisión que en principio tiene un aspecto puramente personal pero que alude a entornos más amplios, que hace eco en la dimensión ética y se vincula incluso con el cumplimiento de los derechos de la juventud. En la medida en que los efectos ocasionados por los propios actos son ponderados por quienes los llevan a cabo (en este caso, por los jóvenes y las jóvenes) también se manifiesta en sí una decisión, es decir, una toma de postura que, sin duda, puede ser leída en términos políticos. Más aún, lo anterior no sólo incumbe al dominio de lo privado, sino que a través de mecanismos (i. e. medios de comunicación, redes sociales virtuales) se inscribe por completo en la esfera pública, la constituye como tal. A estas alturas, no está de más señalar que la rutinización de las prácticas y, por ende, la institucionalización de la vida social, ocurre sobre todo en el plano de lo cotidiano. Recordemos que, por ejemplo, en el Distrito Federal existen legislaciones específicas diseñadas para regular una práctica juvenil individual, «banal, y de poca trascendencia», como pudiera parecer un tatuaje. Pero también en otras partes del país se legisla activamente en torno a temáticas como el aborto y las preferencias sexuales. "Tu cuerpo es tu lienzo. ¡Nadie tiene que mandar sobre tu cuerpo!", sentencia Biral, y con ello afianza lo que se ha argumentado hasta aquí.

 

3. Reflexiones finales

Para terminar, me parece crucial destacar que el campo político no sólo se construye en el ámbito de las urnas, sino que tiene que ver con lo que se tematiza en la vida diaria, con las posturas que los sujetos adoptan frente a aquello que los interpela. Desde esta perspectiva, resulta crucial comprender aquello que se dice y se hace en el ámbito de lo cotidiano, desde las trincheras, por ejemplo, de la apatía y el desencanto. Lo anterior desborda las fronteras formales del campo político, puesto que se enfoca en el reflujo que tiene lugar en los límites de lo público y lo privado, en una especie de esfera paralática.9 Esta lógica me obliga a arriesgar una hipótesis: tradicionalmente se piensa que quienes inciden en mayor medida en la construcción de la esfera pública son aquellos sectores participativos, involucrados; aquellos cuyos deseos privados embonan a la perfección con sus intereses públicos. Si se sigue al pie de la letra esta afirmación, nos colocaríamos por completo frente a una era del vacío lipovetskyiana, puesto que dada la aparente despolitización de la juventud, se encuentran elementos sólidos que permiten explicar las características de un sistema político deficiente y de una esfera pública que evanesce. No obstante, es preciso desplazar la mirada e interrogarse acerca de ¿qué ocurre al prestar atención a la apatía y el desencanto que produce el involucramiento en la esfera pública entre gran parte de la ciudadanía (joven)? Si se efectúa esta operación es posible encontrar en las prácticas discursivas (aparentemente banales, cotidianas, superficiales) de algunos jóvenes, diversos elementos explicativos que permiten dar cuenta de la importancia de la subjetividad en términos del andamiaje de lo público. Al efectuar una «lectura política» de ciertas prácticas discursivas de algunos sectores juveniles, espero haber contribuido a aclarar lo anterior; aunque reconozco que ello sería más evidente si se observa a la luz de las imágenes culturales que le han otorgado visibilidad a la población joven de México, las cuales tienen en la actualidad una marcada tendencia decimonónica y positivista, como lo he afirmado en otro lugar (González, 2006b).

En fin, a partir de las coordenadas que expuse en este documento intenté abordar la construcción social de la esfera pública desde perspectivas poco ortodoxas, centradas en el actor, en la arquitectura de la subjetividad. Para ello sugerí que aquellas reglas del juego que no se verbalizan (i. e. la civilidad, el tacto para conducirse en la vida diaria) resultan cruciales para el entendimiento de una esfera pública evanescente como la mexicana. De modo que, al final de este trayecto puedo afirmar que la pregunta que interroga por la subjetivación de lo político [y la politización de la subjetividad juvenil] ya no puede ser respondida por el «relato clásico» que iniciaba con la adolescencia y terminaba con la integración del sujeto joven al mundo laboral, con la formación de un nuevo núcleo familiar y que por extensión derivaba en la adultez. La diversidad que caracteriza a las narrativas juveniles evidencia una amplia brecha entre las múltiples necesidades de este sector poblacional y el proyecto unitario planteado por el Estado. Es por ello que la importancia de las prácticas habituales y la rutinización de la vida diaria en la articulación de lo público, adquieren una relevancia crucial en tanto veta de análisis. Tanto los distintos posicionamientos de los jóvenes y las jóvenes con respecto a las temáticas que los interpelan, como el ingreso de dichas temáticas en la agenda pública, revelan una arena política sumamente compleja y, por ende, sobrepasan lo formalmente instituido.

Desde luego, ante los argumentos anteriores se impone una lectura de corte pesimista. Esto es así porque la aproximación al análisis de las imágenes culturales que le otorgan visibilidad a este sector poblacional, pone de relieve que los registros discursivos que revisé aquí -y otros que he analizado con mayor exhaustividad en otros sitios (González, 2006a; González, 2006b)- se caracterizan por un conspicuo alejamiento de toda actividad pública. Además, se evidencia que uno de los principales puentes que se tienden entre la juventud y dicha esfera tiene que ver con la evaluación [predominantemente negativa] que a priori sanciona como inadecuado todo aquello que tenga que ver «con la política». No obstante, el panorama no es tan oscuro: también pretendí mostrar que la «despolitización» de la acción política y la retirada de la esfera pública pueden ser interpretadas como procesos altamente politizados, lo cual es verificable si se abordan analíticamente los significados que la juventud jalisciense le otorga a temáticas tales como la inserción al mercado laboral, las diferencias de género, y la propia apariencia; esto es: a partir de la emergencia de «nuevos» lugares de condensación de lo político -Reguillo dixit-. Lo que se deriva de lo anterior confirma que entre este segmento de la población, la esfera pública no se concibe como un espacio institucional viable para el involucramiento, para la construcción de los propios proyectos identitarios. Sin embargo, a la par de lo anterior, se observa la emergencia de «otras» fuentes que nutren la arquitectura de las biografías personales, de «otros» lugares del decir que poco a poco se tornan políticos. El cuerpo ocupa un lugar central en esta tendencia. Estamos, pues, ante un proceso recursivo en el que las tácticas instrumentadas por algunos jóvenes y algunas jóvenes tienden a resignificar, discretamente, lo público. En fin, es cierto que más que un apego obstinado de corte hegeliano, más que una kierkegaardiana suspensión política de lo ético, se tiene [también, y probablemente con mayor frecuencia] una especie de desapego apasionado (González, 2006a; González, 2006b), es decir, un conjunto de estrategias pragmáticas, ambiguas y utilitarias, por medio de las cuales los sujetos juveniles se relacionan con y/o se distancian de un campo político que se les presenta, muchas de las veces, como bastante lejano. Pero a su vez, el repliegue hacia la esfera privada tiene una dimensión política considerable, y contribuye a modificar el estatuto de los lazos sociales. Lo anterior permite, pues, entender desde otras ópticas el proceso mediante el cual, desde la subjetividad, se construye socialmente lo público.

 


Notas

* Este reporte de caso es parte de una investigación que inicié en febrero de 2003, y que dio cuerpo, en septiembre de 2006, a mi trabajo de tesis doctoral, bajo el auspicio de una beca otorgada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de Jalisco. A partir de enero de 2008, los trabajos realizados para esta investigación son patrocinados por la Universidad de Guadalajara (programa 7.1), bajo el título "Juventud y cultura política. La construcción social de la democracia en Jalisco". Pretendo concluir con este trabajo a finales del 2012, luego de las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en dicho año.

1 Véase por ejemplo, Reguillo (2010); González (2006a); González (2006b); Reguillo (2002), Fernández (2003), Monsiváis (2006), sólo por mencionar algunos textos. Pero no sólo eso. Las distintas encuestas sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas llevadas a cabo por la Secretaría de Gobernación de México, confirman de manera contundente la enorme brecha que se abre entre gobernantes y gobernados, prácticamente en todo el país.

2 Véase por ejemplo, Reguillo (2010); González (2006a); González (2006b); Reguillo (2002), Fernández (2003), Monsiváis (2006), sólo por mencionar algunos textos. Pero no sólo eso. Las distintas encuestas sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas llevadas a cabo por la Secretaría de Gobernación de México, confirman de manera contundente la enorme brecha que se abre entre gobernantes y gobernados, prácticamente en todo el país.

3 Las restricciones de espacio que caracterizan a este tipo de documentos no permiten explorar con profundidad estas ideas. No obstante puedo decir, en resumen, que la cultura [política] es un concepto relacional y disposicional, es decir, que ésta siempre es la cultura de alguien [de actores individuales o colectivos], y siempre está situada en un espacio-tiempo específico. Para ello tomaré como base los planteamientos de Reguillo (2002), en los que se señalan tres niveles de análisis en los cuales se despliega la cultura política: 1. Institucionalizada; 2. Incorporada, y 3. En movimiento. Así, puedo decir que la cultura política es individualmente poseída y socialmente compartida; es producto de una construcción social e histórica y, por ende, intersubjetiva: para constituirse o mantenerse requiere un conjunto de elementos que ratifique su validez, viabilidad y legitimidad. En este sentido, la dimensión institucionalizada de la cultura política refiere al conjunto de normas, representaciones, valores y comportamientos socialmente dominantes en un momento histórico y en una sociedad determinada. Por otra parte, la cultura política incorporada alude al proceso activo de «apropiación y reconstrucción selectiva» -por parte del actor social- del «catálogo» de normas, valores, comportamientos y representaciones relacionados con la esfera pública y «objetivados» en la dimensión institucional [de la cultura política]. Cabe mencionar que la «incorporación» que hace el actor de los esquemas anteriores está mediada [que no determinada] tanto por el «lugar social» de la persona en la estructura, como por las dimensiones de género, escolaridad, ocupación, edad, religión, etc. Finalmente, la cultura política en movimiento alude a una «dimensión práctica»: el actor necesita «actuar» el valor, la norma o la representación; la práctica sería entonces aquello que permite «verificar» la «representación enunciada» y la «acción operada». Desde esta perspectiva se observa, pues, tanto la emergencia de «nuevos» actores como la mayor visibilidad de otros, lo cual obliga a la re-definición del ejercicio del poder. La diversidad de actores que se mueven en el espacio público trasciende las formas tradicionales de gestión y de representación política (i. e. los partidos políticos, los sindicatos, etc.) y desborda los espacios formales de lo político, tales como el municipio o la entidad federativa. Así, vemos que la cultura política no puede ni debe limitarse exclusivamente al dominio cognitivo y práctico de la política formal. Más bien, se requiere aprehender las mediaciones que intervienen en la configuración de «mapas cognitivos y afectivos», los cuales, como señala Reguillo (2002, p. 257), "...organizan para los actores sociales, las representaciones y las acciones en la esfera pública". Podría aventurar una concepción de las culturas políticas juveniles, en las que éstas pueden ser vistas como las prácticas, actitudes, valores, ideologías, objetos y expresiones significativas orientadas políticamente, las cuales están en relación con los contextos y procesos históricamente específicos de los sujetos juveniles. La idea de cultura política también aludiría a los medios por los que los elementos enumerados se producen, se transmiten y se reciben, ya que éstos se estructuran socialmente en torno al poder. Son precisamente estos últimos aspectos los que pongo de relieve con el documento que aquí presento.

4 Desde luego, parte del título de esta sección está tomado de un entrañable ensayo redactado por Slavoj Zizek (2005). Retomo y parafraseo el título de dicho ensayo porque me parece que ilustra a la perfección las dinámicas que atraviesan a los nuevos lugares donde se condensa la política.

5 Quizá Gilles Lipovetsky es uno de los autores que ha expuesto con mayor claridad y lucidez el desencanto que prevalece en la época contemporánea. Véase Lipovetsky (2009); Lipovetsky (2008); y Lipovetsky (2006).

6 Aquí parto de la idea que sugiere que la dimensión formalmente instituida del orden simbólico [social, político, económico], es decir, el conjunto más o menos anónimo de componentes que median cualquier vinculación entre los sujetos y la alteridad, pierde peso: si antes el ideal del deber ser juvenil recorría una ruta preestablecida por la tradición, hoy ser joven se constituye en un ámbito más de indecibilidad (i. e. no se sabe de antemano quién tiene la respuesta acerca del modo más adecuado para ser un joven ciudadano: ¿las instituciones? ¿los jóvenes?). En última instancia, lo anterior coloca la construcción de los proyectos identitarios en el centro del campo político: los sujetos juveniles se ven orillados a adoptar una postura con respecto a aquello que les es importante y les interpela; al mismo tiempo, los actores del orden institucional toman un posicionamiento con relación a aquello que los jóvenes y las jóvenes tematizan en la actualidad (la sexualidad, el aborto, y la anticoncepción son ejemplos claros de ello). Como ya lo he indicado, en la medida en que lo político se subjetiva, la subjetividad también se politiza. Aceptar lo anterior requiere adoptar una concepción de lo político que debiera trascender los límites establecidos por la "politología clásica": la indecibilidad, en tanto componente fundamental de dicha concepción abierta, es radical y constitutiva. Ello quiere decir que no es posible llegar a un contexto puro, a un núcleo que sea anterior al momento de decidir [no se tiene acceso a la Verdad que daría cuerpo a aquello que en definitiva sería la forma adecuada de ser joven]. De modo que todo escenario de indecibilidad estaría conformado de manera retroactiva, pues, por una decisión: las formas de mirar/nombrar al sujeto joven, que se derivan del orden simbólico instituido, sin duda son constitutivas de los modos de ser joven; pero a su vez, tales modos inciden en la estructuración del orden simbólico desde el cual los jóvenes y las jóvenes son vistos. Desde esta especie de reflexividad recursiva es que, indudablemente, los nuevos lugares de condensación de lo político "descubiertos" en las prácticas discursivas juveniles, inciden de manera crucial en la delimitación de los contornos de una esfera pública como la que se vive en México, y en Jalisco.

7 Esta investigación comenzó como un proyecto de tesis doctoral, entre el 2003 y el 2006, y en sus inicios fue auspiciada gracias a una beca otorgada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y bajo el programa de Doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de Jalisco. Luego de haber terminado el programa de doctorado, la investigación sigue en marcha, y culminará en el 2012, tras las elecciones presidenciales en México. En esta última etapa, los trabajos son patrocinados por la Universidad de Guadalajara (Programa 7.1), y se desarrollan como parte de mis labores como profesor investigador en el Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales.

8 Ello no es un comentario descabellado. Zeyda Rodríguez ha hecho un excelente estudio de vanguardia alrededor, precisamente, del tema del amor. Véase por ejemplo Rodríguez (2004).

9 Collignon presenta cuatro narrativas que perfilan cuatro distintas percepciones y valoraciones de la sexualidad. Lo que la autora lleva a cabo consiste en hacer visibles las redes de significado que tejen los jóvenes en torno a este campo, así como la posición que en ello ocupa el VIH/Sida (Collignon, 2006a). Véanse además Collignon (2006b); y Arciga y Juárez, 1998.


 

Lista de referencias

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Referencia para citar este artículo: González, J. I. I. (2012). (De)construyendo la esfera pública. Juventud y (la otra) cultura política. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 10 (1), pp. 147-157.