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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715X

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.11 no.2 Manizales jul./dez. 2013

 

 

Primera sección: teoría y metateoría

Infancias contemporáneas, medios y autoridad*

Contemporary childhoods, media and authority

Infâncias contemporâneas, meios e autoridade

Jakeline Duarte-Duarte

Profesora Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Magíster en Desarrollo Educativo y Social de la Universidad Pedagógica Nacional y del Cinde. Candidata a Doctora en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Profesora asociada, Facultad de Educación, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Correo electrónico: jduarte30@yahoo.com

Artículo recibido en agosto 8 de 2012; artículo aceptado en febrero 11 de 2013 (Eds.)


Resumen (analítico sintético):

En el presente artículo desarrollo el problema de las infanciascomo sujetos contemporáneos desde una categoría plural y diversa que supera la mirada monolítica y universal propia de la modernidad. Esto implica reconocer los nuevos contextos de socialización de los niños y las niñas, y las inéditas formas de configurar sus identidades desde la hegemónica presencia de los medios de comunicación que les agencian y disponen formas de saber, de estar y de ser en el mundo. De igual manera, se trata de establecer la forma como ello ha derivado en la reconfiguración de las relaciones de poder y autoridad con los sujetos adultos que les son significativos, lo que ha supuesto un desdibujamiento de viejos patrones de autoridad y roles de las familias tradicionales.

Palabras clave (Tesauro de Ciencias Sociales de la Unesco): Infancia, medios de comunicación, sujeto adulto, autoridad.


Abstract (Synthetic analytical):

This article problematizes childhood and children as contemporary subjects belonging to plural and diverse categories. These surpass the monolithic and universal aspects that characterize the gaze of modernity. This involves recognizing the new contexts of global and local socialization of children. In addition, unprecedented ways to configure their identities from the hegemonic presence of the media provides them ways of knowing, being and being in the world. Similarly, this paper tries to establish how this has led to the reconfiguration of relations of power and authority with significant adults, which has involved a blurring of old patterns of authority and roles of traditional families.

Key words (Social Sciences Unesco Thesarus): Childhood, mass media, adult, authority.


Resumo (analítico sintético):

No presente artigo desenvolvo o problema da infância como sujeitos contemporâneos a partir de uma categoria diversa e plural que supera o olhar monolítico e universal próprios da modernidade. Isto significa reconhecer os novos contextos de socialização dos meninos e meninas e as formas inéditas de configurar suas identidades com a presença hegemônica dos meios de comunicação que lhes agenciam e propõem formas de saber, ser e estar no mundo. Da mesma forma, se trata de estabelecer a forma como isto tem desencadeado na reconfiguração das relações de poder e autoridade com os sujeitos adultos que lhes são significativos, que resultou em um redesenho de velhos padrões de autoridade e papéis das famílias tradicionais.

Palavras clave (Thesaurus de Ciências Sociais da Unesco): infância, meios de comunicação,adulto, autoridade.


1. Introducción

El conjunto de transformaciones socioculturales de las últimas dos décadas obliga a ver, a pensar, a hablar y a actuar sobre la infancia de manera diferente. La concepción tradicional de la niñez como una etapa de la vida caracterizada por la inocencia y la fragilidad, ha venido dando paso a miradas más abiertas que reconocen los derechos, la autonomía, la independencia y participación de los niños y niñas en sus procesos de desarrollo y formación. Esto se ha dado en gran parte por la presencia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías en sus vidas cotidianas, en tanto les han permitido acceder al conocimiento por vías diferentes a las de sus referentes tradicionales de formación, como han sido sus madres, sus padres, sus maestras y sus maestros. Así mismo, los medios han contribuido a crear nuevas formas de socialización y constitución de la subjetividad de los niños y las niñas. Los niños y niñas en la contemporaneidad son sujetos que viven e interactúan en la inmediatez de la experimentación mediática, capaces de acceder y moverse con gran autonomía en el mundo tecnológico, situación que empieza a desestabilizar el lugar de las instituciones que tradicionalmente habían sido las transmisoras del conocimiento y las que habían ostentado el saber, siendo las más representativas la escuela y la familia. Ello supone una crisis del lugar hegemónico de las personas adultas y el lugar que la modernidad les había conferido como sujetos protectores, educadores y orientadores de los niños y niñas.

2. Las infancias contemporáneas

Abordar la infancia en la actualidad no implica sólo reconocer el estatuto social de una franja de la población, sino un problema que manifiesta las nuevas configuraciones de la cultura contemporánea, por cuanto la infancia no es un hecho natural sino una construcción social, y como tal, su estatus está constituido en formas particulares de discurso socialmente ubicado. Como lo señala Minnicelli (2005) "los niños y las niñas están sujetos a las variantes históricas de significación de los imaginarios de cada época, en tanto a lo largo de la historia se han promovido dichos y decires de infancia [...]" (p. 15).

En la investigación genealógica sobre la niñez, citada por Grieshaber y Cannella (2005), se cuestiona la suposición de que la niñez es algo ajeno y totalmente distinto a la edad adulta. Las autoras afirman que "los discursos sobre la niñez han fomentado la idea de que un grupo de individuos debe ser regulado por otro grupo (descrito como el de los adultos) y han generado múltiples espacios de poder en beneficio de esos adultos" (pp. 26 -27). Señalan además, para refutar esta premisa moderna, cómo algunas investigaciones han mostrado que los niños y niñas, aún los más pequeños, tienen mayor control del que tradicionalmente se ha supuesto sobre los asuntos que les afectan sus cuerpos, mentes y vidas (Leavitt, 1994, citado por Grieshaber & Cannella, 2005, p. 27).

Los fenómenos indicados anteriormente, son referidos por la antropóloga Mead (1997), citada por Martín-Barbero (1996, p. 14), cuando afirma que en la cultura contemporánea los aprendizajes y formas del vínculo social de los niños, niñas y jóvenes, dependen menos que antes de las personas adultas, pues han logrado mayores grados de autonomía en sus formas de explorar el mundo, de socializarse y de educarse. Estas nuevas transformaciones sociales, según lo señala la autora, significan un profundo problema de envergadura cultural, toda vez que la sociedad contemporánea atraviesa por profundas transformaciones de naturaleza antropológica, que resaltan las contradicciones entre los tres tipos de cultura que ella propone. La cultura "Posfigurativa", como aquella en la que el pasado de los sujetos adultos determina el porvenir de las nuevas generaciones, de manera que las formas de vida y saber de las personas viejas se muestran como inmutables e imperecederas. La cultura "Cofigurativa", que implica otro tipo de cultura "en la que el modelo de vida lo constituye la conducta de los contemporáneos, lo que supone que el comportamiento de los jóvenes podrá diferir en algunos aspectos de sus abuelos y de sus padres". Mientras que la cultura "Prefigurativa", es aquella donde los pares remplazan a los padres, madres y abuelos, trayendo consigo una ruptura generacional, que es la que vivimos actualmente, no como un cambio de contenido de los procesos culturales, sino de la naturaleza de sus procesos.

Es evidente que las niñas y los niños de hoy, pese a que comparten similares condiciones biológicas, viven la cotidianidad y se representan de manera diferente, y se relacionan de muy diversos modos con los sujetos adultos. No se ve así mismo y de igual forma el niño o niña de clase media, que el trabajador o trabajadora, que el niño o niña en situación de calle, el explotado o explotada sexualmente o el miembro de los grupos subversivos, por tanto no se vive de la misma manera la niñez. Ello supone la pluralización de la infancia y nos exige pensar más en las infancias, lo cual implica reconocer las múltiples miradas, voces y sentidos que construyen las niñas y los niños de sus mundos. Esta pluralización de la infancia se acentúa en los discursos actuales y viene dando lugar a diversas maneras de referirse a los niños y niñas; de ahí que se habla de infancia hiperrealizada, infancia desrealizada, infancia virtual, niños y niñas adultificados, niñas y niños vulnerables, niñas y niños en riesgo, niños y niñas consumidores (Diker, 2009, p. 30). Como lo señala Diker, el agotamiento de la concepción moderna de infancia no es otra cosa que el agotamiento de los universales que la significaban como lo que era y lo que debería ser.

Con ello se asiste a la necesidad de poner en entredicho la definición homogénea y unívoca de ser niño o niña, que demarca por tanto formas únicas de formar, socializar y educar.

La experiencia de ser niña o niño y persona adulta, se ha reconfigurado dramáticamente en las últimas dos décadas. Niños y niñas en extrema pobreza que son obligados a trabajar para hacerse cargo de sus vidas y aún de las de sus padres y madres, sujetos adultos que ante un contexto laboral y económico inestable, permanecen más tiempo en los hogares de sus padres y madres bajo el sustento de los mismos, mujeres que adquieren un mejor nivel educativo y con ello un mayor posicionamiento en el mundo laboral, familias que disminuyen el número de hijos e hijas, niños y niñas que actúan como consumidores expertos y a quienes se acude en calidad de consultores por parte de grandes compañías de artículos de entretenimiento o comida, en razón a su importante lugar como nicho de mercado. Las anteriores son algunas de las variaciones sociales y culturales que demarcan nuevas formas de representación y de prácticas de ser sujeto adulto y sujeto niño en la actualidad. Los niños y niñas han cambiado pero las personas adultas también.

Este conjunto de transformaciones definen un alto espectro de problemas intergeneracionales de tan alta diversidad que ameritan abordajes desde múltiples aristas. Las tradicionales dicotomías saber/no saber, indefenso/protector, autonomía/heteronomía, nos resultan poco apropiadas para comprender las relaciones sociales, educativas y culturales contemporáneas entre los niños y niñas y los sujetos adultos de hoy. Las actuales relaciones entre niños o niñas y adultos o adultas invitan a superar la visión dicotómica adulto/niño para asumir, como lo plantea Prout (2010, pp.741- 742) una relación de actores-red o, en rizoma, concepto que toma de Deleuze y Guattari (1988) para demostrar que las relaciones que se estructuran entre ellos no siguen líneas de subordinación jerárquica, ni son fijas, en razón a su complejidad y heterogeneidad. Ello nos explica el hecho de que en ocasiones las relaciones entre personas adultas y niños o niñas son asimétricas a favor del sujeto adulto, en otras a favor del niño o de la niña, al tiempo que en ocasiones pueden ser relaciones de igual a igual o de indiferencia.

3. El lugar de los medios en las nuevas subjetividades e identidades de los niños y niñas

Abordar las subjetividades e identidades de los individuos conduce a la noción de posicionamiento para mostrar que las personas no tienen una ubicación social fija, sino que ellas están involucradas en relaciones sociales dinámicas en las que cada participante ocupa, ignora o afronta una posición de sí mismo y de los otros. La posición se tramita mediante el lenguaje, es decir, se explica, se defiende, se apela a una posición y desde allí es desde donde se habla y se actúa; de ahí que las identidades y subjetividades se sitúen localmente en una determinada interacción social (Phoenix, 2002, p. 29). Como lo señala Ana Phoenix, la subjetividad es constituida y reconstituida en interacciones en las que el sujeto asume una posición o se resiste. En este sentido, más allá de hablar de identidad, debemos hablar de identidades. Ello significa que las identidades no son fijas, mutan, cambian conforme la historia personal del sujeto, su contexto social y sus propias motivaciones tanto conscientes como inconscientes (Phoenix, 2002, p. 30).

Grieshaber y Cannella (2005, pp. 30-31) aducen que las subjetividades aparecen como dinámicas y múltiples y siempre están situadas en relación con los discursos y prácticas. De igual modo, las identidades también son producidas históricamente mediante una gama de prácticas discursivas que cambian con el tiempo y los espacios. En este sentido, se podría afirmar que no hay una naturaleza permanente y esencial de los niños y las niñas, razón por la cual la idea de niñez y las concepciones sobre las niñas y los niños varían en cada cultura, en los distintos espacios y tiempos, en cada momento histórico y económico y en cada contexto político y social.

Según Hall (2003, p. 17) las identidades nunca se unifican, cada vez se presentan más fragmentadas y fisuradas, se construyen de múltiples maneras a través de prácticas, discursos y posiciones, en la mayoría de los casos, enfrentadas. Desde esta perspectiva, las identidades culturales responden a una historicidad y están en constante transformación y cambio. Las identidades se constituyen dentro de las representaciones y no por fuera de ellas, se dan en la diferencia y no al margen de ella; de ahí que solo puedan constituirse en relación con un "otro", pero con lo que el otro no es, con lo que le falta, desde lo que mutuamente no se tiene, ni se es.

Prácticas cotidianas como ver televisión, navegar por la web, asistir a cine, chatear, escuchar música, nos ponen en conexión con otros registros culturales, que se ubican en interacción con las representaciones que vamos construyendo sobre formas de vida, lenguajes para usar, modos de entretenernos, valores y creencias, y conocimientos en distintos órdenes de la vida. Estas representaciones se van constituyendo en referentes de identificación individual y grupal y se actualizan en las actividades diarias donde se localiza la actividad social de los individuos (De la Torre, 2002, pp. 78-79). Gran parte de las identidades contemporáneas se alimentan de los registros culturales que se producen más allá de las instituciones tradicionales como la familia, la escuela, la iglesia y el Estado. Las mediaciones comunicacionales, en tanto acortan distancias geográficas, culturales e históricas, gestan ciertas identidades al poner en interacción otras culturas con la experiencia individual y grupal en contextos situados y particulares. No obstante, las identidades primarias construidas desde las instituciones tradicionales, lejos de disolverse en los procesos de globalización cultural, operan como marcos a partir de los cuales se incorporan y toman forma los referentes identitarios globales mediante consumos culturales diferenciados. Como lo enfatiza De la Torre, las identidades contemporáneas se construyen tanto por pertenencia como por referencia; desde lo propio y cercano, como desde lo ajeno y distante. En este sentido, es de suma importancia para la investigación social observar la manera como los individuos y los grupos organizan, re-sitúan y experimentan la cultura mediática desde sus propias historias sociales y culturales.

La interacción entre las identidades de pertenencia y las identificaciones mediáticas, multiplica los registros y recursos simbólicos con los que el sujeto se relaciona (De la Torre, 2002, p. 79). Lo anterior lleva a que se amplíen las oportunidades de crear identidades y estilos de vida tanto diversos como dinámicos. Es en la dialéctica entre la homogenización y la diversificación de lo social, y la pertenencia y la referencia, como el sujeto contemporáneo se va constituyendo. De ahí la puesta en duda de que las industrias culturales, por el efecto del consumo, tiendan a estandarizar las identidades sociales. Por el contrario, existe la tendencia a considerar que en razón a la especialización y diversificación cada día mayor de los medios de comunicación, es posible pensar en su contribución a la individuación de las identidades, permitiendo que las personas construyan sus propios itinerarios de recepción y consumo cultural. La nueva sociedad mediática ofrece la oportunidad de construir la identidad. Sin embargo, ante la amplia oferta de referentes culturales para algunos, más que producirse procesos de identidad, se producen procesos de identificación, dejando al individuo en una situación de fragmentación y escisión cultural que lo ubican en un escenario de indeterminación, en donde no es clara la apropiación y configuración de lo ajeno ni de lo cercano. De la Torre (2002) afirma que lo que está en juego en la actualidad

    (...) no es una crisis de identidad, sino la revaloración de la necesidad de apropiación reflexiva de los procesos de identificación, que plantean la búsqueda urgente de generar el sentido del yo social y de encontrar por distintas vías, nuevas respuestas a la pregunta de quién soy en relación con los demás (p. 85).

Para Thompson (1998, p. 23), la interacción con los medios deviene en una experiencia mediática (mediated worldliness) en tanto tenemos una percepción de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia personal. La difusión de los productos mediáticos permite, de algún modo, experimentar acontecimientos, observar a los otros y, en general, aprender acerca de un mundo de una forma que posiblemente no podríamos vivirla en nuestros encuentros cotidianos. De ese modo, los horizontes espaciales de nuestra comprensión se amplían enormemente, dejan de quedar restringidos por la necesidad de estar físicamente presentes en los lugares en los que los acontecimientos ocurren. Es evidente la relación interdependiente entre la recepción, y las mediaciones que ocurren desde las otras instituciones en las que habita el individuo. Los imaginarios y significados que construimos en el proceso de recepción de los mensajes, según lo explica López de la Roche et al. (2000, p. 41), están a su vez "mediados" o "intervenidos" por una serie de procesos de construcción de significados en los que intervienen otras instituciones o agencias sociales.

Los medios de comunicación tienen un lugar importante en la construcción de las identidades y subjetividades de los sujetos, toda vez que ellos hacen parte del conjunto de las instituciones que aportan a las representaciones y prácticas sociales. De manera particular, la subjetividad infantil puede entenderse como una representación narrativa construida imaginaria y socialmente sobre el niño o niña, atravesada por múltiples referencias de significación (Santos, Pizzo & Saragossi, 2008, p. 7). Estas representaciones son construidas por los otros pero también por los mismos niños y niñas, a partir de prácticas y discursos de identificación que definen su singularidad. En los nuevos procesos de subjetivación que viven los niños y niñas en sus novedosas "casas electrónicas", se aprecia el paso de la construcción de sí, no desde narrativas propiamente dichas, sino desde la imagen, es decir, desde nuevos lenguajes visuales que les implican nuevas maneras de pensar y significar el mundo, calificadas por Giovanni Sartori como "pensamiento visual" (Sartori, 1998).

Ha sido de tal importancia el fenómeno de los nuevos agenciamientos sociales derivados de los mass media, y las nuevas tecnologías en los niños y niñas, que autores como Postman han planteado la hipótesis consistente en que la sociedad contemporánea asiste a la "desaparición de la infancia" (1982, p. 98). Para este autor, la desaparición de la infancia se basa precisamente en que, debido a la irrupción de los mass media y a las nuevas tecnologías, "los secretos de la vida", que en otro momento eran los que marcaban una diferencia entre ser niño o niña y ser sujeto adulto, hoy ya no se presentan. A los conocimientos que no poseía el niño o niña y que solo tomaban lugar por la mediación del sujeto adulto cercano, ya puede acceder aquel, y no precisamente por medio de las personas adultas que hacen parte de su entorno inmediato, sino por mediadores tecnológicos a los que la niña o niño accede directamente. Según Postman, sin secretos no puede haber algo así como la infancia. Ya los contenidos de esos secretos, como son el sexo, la violencia (y habría que agregar la muerte y la droga), ya no son del domino absoluto de los sujetos adultos, sino que les pertenecen tanto a ellos como a los infantes, lo cual los ubica en una situación de indiferenciación como sujetos sociales. Para Postman, con la televisión particularmente se plantea la desaparición de la tradicional línea de demarcación existente entre sujeto niño y sujeto adulto, debido a que aquel tiene la posibilidad de recibir mensajes indiscriminados sin la instrucción de las personas adultas, y porque tales mensajes los exime de utilizar complejas formas para pensar. Sobre el particular, investigaciones recientes como la realizada por Ribes, Gonçalves y Jobim (2009, p. 1031) confirman que los niños y niñas, aún los más pequeños, hablan y expresan sus opiniones con naturalidad sobre temas del mundo del sujeto adulto, como el trabajo, la violencia, la sexualidad y el erotismo, entre otros.

Steinberg y Kincheloe (2000, pp. 23-24) comparten la posición de Postman (1982), en cuanto consideran que los medios de comunicación, y especialmente la televisión comercial, han provocado que la inocencia, la fragilidad y la ternura de los niños y niñas haya desaparecido. Afirman que la televisión se ha estructurado con base en fines comerciales, y los niños y niñas, hoy por hoy, son un nicho de mercado bastante atractivo. Estamos asistiendo a una cultura infantil donde se hacen cada vez más borrosos los límites entre la educación, el entretenimiento y el comercio. Afirman que desde la televisión se envían mensajes a las niñas y niños con la intención de provocar creencias y acciones particulares en mayor provecho de los productores. Los medios de comunicación promueven una "teología del consumo", pues prometen la redención y la felicidad por el acto de consumo. Estas acciones van derivando paulatinamente en una sociedad que reprime el conflicto y la diferencia. Momo y Vorraber (2010, p. 969) comparten esta postura, al señalar que los niños y niñas contemporáneos se inscriben en una cultura del consumo, especialmente de los artefactos tecnológicos, en una búsqueda insaciable de placer y de disfrute que los va llevando a experimentar una vida ambivalente, efímera, desechable, individualista, superficial, inestable y provisional, lo que provoca la definición de una infancia de movimientos contantes, ininterrumpida y altamente mutante.

La lógica que definen las formas de estar en el mundo para los niños y niñas de hoy está marcada por la gratificación inmediata y por lo que Volnovich (1998), citado por Diker (2009), nomina hipervelocidad del consumo. La concepción de infancia como "tiempo de espera" se trastoca por la inmediatez contenida en el mundo mediático. Según lo afirma Corea (2000), citada por Diker (2009), lo preocupante de esta "pos-infancia", como ella la nomina, es "encontrar formas de engancharse con algo que les permita constituirse pensando o habitando un flujo de [estímulos, velocidad, dispersión] que no les ofrece descansos" (p. 27). El contacto de los niños y niñas con la tecnología parece que no solo les acorta el tiempo de consumo sino que les acorta el tiempo de la infancia, lo que traería como consecuencia, en palabras de Postman (1982), "niños adultizados". Diker acude a la metáfora de Arendt (1991), citada en Dicker (2009, p. 89), para mostrar que, a diferencia de lo que afirmaba Arendt sobre el lugar de los niños y niñas como "recién llegados", hoy parece que las personas adultas nos sentimos más extranjeras que los mismos niños y niñas ante un mundo comandado por la tecnología, en el cual parecemos más visitantes que anfitriones.

Buckingham (2000, pp. 39-40), señala que bajo la delgada superficie del texto de Postman hay una forma de conservadurismo moral. Lo que parece que le perturba a Postman especialmente de la "era de la televisión" es la desaparición de la "buena educación". Mientras se distancia de lo que considera la "arrogancia" de la llamada mayoría moral, Postman comparte de forma explícita el deseo de esta de "volver al pasado". Apoya los deseos de esa mayoría de "recuperar el sentimiento de inhibición y reverencia por la sexualidad" y de crear centros educativos que insistan en "los criterios rigurosos de la civilité"; y apremia a los padres y madres a que inculquen en sus hijos e hijas el valor del "autocontrol en sus modales, su lenguaje y su forma de comportarse", y las necesarias "deferencia y responsabilidad con los mayores". Con el fin de mostrar una postura diferente a la de Postman y otros autores que se identifican con el (Winn, Sanders), Buckingham (2000) trae los argumentos de Tapscott (1998) para señalar que la presencia de los medios y de las tecnologías de la comunicación en la vida de los niños, niñas y jóvenes, garantiza cambios estructurales tales como la democratización, la libertad de elección y de expresión, la transparencia, la innovación y la colaboración. Desarrolla una nueva autenticidad humana en ellos, que se caracteriza por la independencia de pensamiento, la confianza, la honradez, la participación, la autoconfianza y un sano escepticismo ante la autoridad, cuyo resultado final será un "estallido generacional", un "despertar social" que derrocará las jerarquías tradicionales del conocimiento y del poder (Buckingam, 2000, pp. 60-61).

Recientes investigaciones como la desarrollada por Vergara y Vergara (2012) se interrogan si efectivamente los medios han influido en el modo en que los niños y niñas se están representando a sí mismos y a los sujetos adultos, o si probablemente son los procesos socioculturales actuales los representados en los medios. Los autores consideran que estos procesos se dan en forma simultánea e interdependiente; por un lado se presenta cierta desmitificación del rol y de la autoridad del sujeto adulto como expresión de cambios socioculturales en las relaciones intergeneracionales, los cuales son captados tempranamente por los medios, al mismo tiempo que los niños y niñas utilizan los relatos de los medios para la configuración de sus discursos y de sus relaciones con el mundo adulto. Los resultados de la investigación realizada por estos autores sobre los mensajes publicitarios televisivos, los llevan a señalar que los discursos mediáticos presentan de manera reiterativa el estereotipo de un adulto ridiculizado respecto de sus roles, fundamentalmente como padre/ madre y esposo/esposa, y desde su discurso moralizante sobre el «deber ser» infantil. Se presenta a un niño o a una niña con la capacidad de resolver las incongruencias del mundo y del discurso adulto. Los niños y niñas se perfilan como articuladores de la dinámica y la sociabilidad familiar; sin su presencia y sin su capacidad de revelar las incompetencias y lo ridículo que puede llegar a ser el mundo adulto, la vida de la familia se presentaría como rutinaria y desprovista de toda dimensión lúdica (Vergara & Vergara, 2012, pp. 172-173). Sin embargo, los investigadores anotan que el discurso publicitario también presenta la imagen de un niño o una niña capaz de ejercer una crítica social y establecer reivindicaciones respecto de la adultez y de las decisiones de esta. En este último caso, los sujetos menores se manifiestan muy críticos respecto a la constante trasgresión por parte de los sujetos adultos a una "ética del discurso".

Martín-Barbero anota sobre el particular que los medios -como la televisión- definen un "desorden cultural" que plantea retos a la familia y a la escuela, pues alteran las tradicionales relaciones de autoridad de las personas adultas sobre los hijos e hijas, transformando los modos de socialización tradicionales, al permitir que ellos y ellas participen y se in-formen en toda una serie de prácticas de la vida cotidiana que habían sido exclusivas de los sujetos adultos (1996, p. 14).

Al análisis de esta discusión se une Fuenzalida (1997), al señalar que la influencia socializadora de los medios en los niños y niñas presenta varias caras: una de ellas corresponde al "pánico cultural" que produce la influencia negativa de los medios, ante lo cual advierte el autor que esta es solo una fisonomía del asunto, pues los medios también presentan formas de socialización positivas, lo que demanda una mirada más comprensiva y menos punitiva de la influencia socializadora de los medios, especialmente de la televisión, para lo cual la investigación cualitativa podría ser un gran recurso. Señala también que la influencia de la televisión es "específica y diferencial" respecto a la de otras agencias culturales. No impacta de igual manera, tiene formas y narrativas que llegan a las audiencias, y se significa e interpreta de manera diferente según las condiciones que le son particulares a los distintos sujetos. Es un hecho que la televisión sigue siendo el medio central en la vida de los niños y niñas, especialmente de los más pequeños, según lo revela la revisión de investigaciones realizadas durante casi cincuenta años en los Estados Unidos por Morrisett (2009, p. xi). Se identificó que las niñas y los niños pasan más tiempo viendo televisión que realizando otras actividades; empiezan a verla desde antes de los 12 meses de edad, y esta tiene un lugar importante en los comportamientos y aprendizajes de los niños y niñas en tanto refuerza los estereotipos de raza, género, etnia, discapacidad y edad.

Los análisis que hasta el momento he presentado nos invitan a replantear el debate, en el sentido de que las complejas transformaciones que han tenido lugar en las relaciones de los sujetos adultos con los niños y niñas, a partir de los mass media y de las nuevas tecnologías, no son más que la resignificación de la infancia, y no su desaparición, debido a su carácter histórico y social. Es necesario superar los discursos de los sujetos adultos (padres y madres de familia, profesoras y profesores, personalidades políticas, sujetos académicos) que refieren a las niñas y niños como objetos a moldear, a ordenar, a clasificar, a disciplinar y a ilustrar, y se demanda, en cambio, asumirlos como actores sociales de la vida cotidiana (Muñoz, 2002, p. 101). De lo anterior se colige que más que una infancia desaparecida, lo que ha ocurrido es que se ha difuminado la demarcación que conocíamos entre los sujetos niños y los sujetos adultos, y por tanto asistimos a la constitución de nuevas subjetividades de los niños y niñas que se manifiestan en dimensiones como la autonomía, lo cognitivo, y su capacidad de emitir juicios, lo que nos obliga a repensar la noción de autoridad como aquella categoría que le da forma y contenido a las relaciones entre personas adultas y personas menores.

4. La autoridad del sujeto adulto y las infancias de hoy

Con la Convención Internacional de los Derechos del Niño (Organización de las Naciones Unidas, 1989), las naciones asumieron y formalizaron una concepción de los niños y niñas como sujetos de derechos, lo que significó el reconocimiento de sus derechos y libertades en respuesta a las transformaciones culturales de las últimas décadas. En el caso particular de Colombia, el país acogió la Convención Internacional de los Derechos de los Niños en la Ley 12 del 22 de enero de 1991 (Congreso de la República de Colombia, 1991).

Esta concepción participativa del niño o niña producto de las transformaciones políticas y jurídicas, así como de los cambios sociales y culturales de las últimas tres décadas, ha llevado a que las familias e instituciones educativas experimenten algunas variaciones en las concepciones que se tienen de autoridad entre personas adultas y personas menores, y la manera como se han de tramitar las leyes, normas y reglas tanto en espacios privados como en espacios públicos.

El niño o niña ha venido tomando un papel más activo en cuanto al ejercicio de las reglas que estas instituciones le están imponiendo en la actualidad, y ello gracias al mayor conocimiento que posee sobre su situación como sujeto de derechos, especialmente a través de los medios de comunicación. Esto ha generado un corto circuito en las interacciones con los sujetos adultos en su calidad de representantes de la ley, quienes han tenido que desplazarse al lugar de negociadores de la misma con la idea de que con ello se disminuyen los conflictos; además por la fantasía de igualación de las personas adultas con los sujetos menores, al posicionarse como sus amigas y amigos (González, 1999, p. 279).

En las actuales relaciones sujetos adultos - sujetos niños, aparece cuestionada la autoridad adulta y se pone en crisis de legitimidad que trastoca a la vieja cultura posfigurativa -en términos de Mead (1997)-, donde dominaba el saber de los sujetos adultos, para instalarse con gran fuerza la cultura prefigurativa, en la que niñas, niños y jóvenes se reconocen entre sí y crean una cultura de pares que desplaza a la persona adulta de su lugar protagónico como fuente de saber y poder.

En esta nueva cultura prefigurativa, la idea de niño o niña dependiente, obediente y heterónomo, es cuestionada y se impone la idea de un niño o niña y de un sujeto joven autónomo y con capacidad de pensar, decidir y actuar. Para algunos autores, ya la inexperiencia no es una característica que pone a los niños, niñas y jóvenes en condición de falta. Como bien lo afirma Narodowski (2011)

    (...) ser joven, incluso ser niño o adolescente, ya no supone una carencia que va a ser saldada por la correcta acción formativa adulta a través del paso del tiempo, sino que constituyen atributos positivos tanto en ellos como, y esto muy especialmente, en los adultos que ahora intentan lograr una fisonomía exterior, un lenguaje, unos gustos estéticos asimilables a los de los más jóvenes (p. 110).

El autor avanza en este análisis y señala que en la actualidad los niños, niñas y jóvenes parecen no anhelar con desesperación formar parte del mundo de los sujetos adultos. Por el contrario, son las personas adultas quienes quieren parecerse a los sujetos más jóvenes bajo el ideal mediatizado de aparentar un cuerpo libre de las señales que revelan el paso del tiempo -arrugas, canas-, y más bien, prefieren usar ropas que los identifiquen con la minoría de edad, participar en sus actividades, especialmente las relacionadas con el dominio de la tecnología (videojuegos), hablar su jerga, y sintonizarse con su estilo (p. 111).

Estas pretensiones del sujeto adulto por lograr una apariencia más juvenil, y el reconocimiento del niño o niña como sujeto de derechos y portador de saberes, especialmente en el área de las tecnologías de la comunicación, tal vez son algunas de las razones que justifican la aparente inversión de roles que algunas personas adultas y niñas han venido asumiendo en sus vidas cotidianas. Niños y niñas que deciden qué se compra en el hogar, desde artículos de necesidad inmediata como alimentos, lugar de vivienda, colegio al que se asiste; adultos y adultas que acuden a los niños, niñas y jóvenes para decidir qué vehículo o artefacto tecnológico comprar, a qué lugares viajar en vacaciones, así como la necesidad de argumentar normas, decisiones y castigos son, para algunos, indicadores importantes de la deslocalización del sujeto adulto de su lugar de autoridad. Para otros, por el contrario, son algunas señales del reconocimiento del niño o niña como sujeto pensante, activo y participante de las decisiones de la familia.

Para autores como el historiador González (1999), nos encontramos ante lo que podría llamarse el despotismo de la juventud (y podría pensarse que también el de la infancia) en tanto el joven (y tal vez el niño)

    (...) encara su existencia desde la omnipotencia imaginaria, sin deuda frente a ningún referente que lo trascienda. Debiéndose a sí mismo y desvinculándose de cualquier reconocimiento del pasado y de cualquier compromiso con el futuro, cuando de lo colectivo se trata (p. 276).

Estamos ante niños, niñas y jóvenes que por un lado reclaman su individualidad, en un acto narciso, pero por otro se declaran víctimas ante la menor demanda de responsabilidad y ante el establecimiento de límites, amparados por el discurso de los derechos que les han sido legalmente reconocidos.

En el extremo opuesto, Berberoglu (2010, pp. 13-22) enfatiza que los discursos sobre los niños y niñas los han construido las personas adultas, quienes son finalmente quienes deciden qué tipo de niña o niño debe ser representado. A su juicio, los discursos mediáticos quieren mostrar niños y niñas que han ganado un espacio social y que tienen mayor autonomía, representación que resulta ser un tanto engañosa, pues las niñas y niños siguen ajustados a una estructura jerárquica y a una relación totalmente asimétrica, en la que finalmente son los sujetos adultos quienes imponen las maneras de proceder y la toma de decisiones, sin consultar ni negociar con los niños y niñas. Berberoglu demanda la necesidad de ver e interactuar con los niños y niñas como sujetos de derechos y como agentes sociales, y no como subsidiarios de los sujetos adultos, perspectiva que ha venido siendo trabajada por algunos investigadores e investigadoras en Colombia (Alvarado, 2007, Buitrago, Escobar & González, 2008, Roldán, 2006).

Esta tensión entre la preocupación por la emergencia de un niño o niña con voz, con capacidad para argumentar y cuestionar normas y hacer ciertas demandas, participativo y con poder de decisión, para unos, y un niño o niña tirano, narciso e individualista, para otros, convoca al reconocimiento de la autoridad como categoría explicativa de tales divergencias.

En su mayoría, los estudios referidos al tema de la autoridad entre sujetos adultos y sujetos niños se inscriben en el campo de la psicología y del psicoanálisis, pero no lo abordan directamente, pues se centran fundamentalmente en conceptos y problemas propiamente disciplinarios como la ley y la norma. Se suele abordar la autoridad en relación con las tipologías que sobre ella se han construido (autocrática, permisiva y democrática) en términos de su caracterización y de las actitudes que asume el niño o niña ante el ejercicio de alguna de ellas, y su relación con la formación de la personalidad del mismo en términos de autonomía y heteronomía. Desde el psicoanálisis se ha relacionado la autoridad del sujeto adulto con el desencadenamiento de la angustia en el niño o niña desde el plano afectivo e inconsciente, y con la constitución de su psiquismo. Si bien las dos posiciones plantean un marco de explicación pertinente, han dejado de lado otras aristas del problema como son las complejas tramas sociales y culturales en las que habitan y se constituyen los sujetos, y los contextos socio-culturales que los definen.

La noción de autoridad cuenta con una reconocida tradición en las Ciencias Sociales y Humanas, pues la Filosofía, la Sociología y las Ciencias Políticas han hecho sus propias reflexiones sobre esta, aunque referidas principalmente a la estructura social y a la acción del sujeto en relación con grupos sociales. Si bien la noción de autoridad ha sido ampliamente desarrollada para tratar asuntos como el Estado, el poder y la democracia, su desarrollo epistemológico y conceptual no ha adquirido un progreso suficiente que permita comprenderla desde su propia especificidad.

(1996), Kojève (2006) y Revault (2008), coinciden en señalar la estrechez conceptual sobre esta noción, en razón precisamente a lo polisémico del término y a la escasez de teorías sobre la misma. La autoridad ha sido densamente estudiada "en sus manifestaciones, sus signos, sus transferencias, su génesis, pero pocos se han ocupado de la autoridad en sí misma, es decir, desde la esencia del fenómeno" (Revault, 2008, p. 22). Posiblemente ello ha ocurrido en razón a que no es posible hablar de una autoridad "en general"; es difícil ubicarla como una noción unitaria, en tanto su comprensión y esclarecimiento están sujetos a los campos específicos desde donde se analice, sea histórico, político, jurídico, social, entre otros.

Si se atiende a una de las alarmas más recientes sobre la crisis de la autoridad que viven el mundo de la familia y la escuela contemporánea, se percibe que uno de los aspectos que finalmente está en cuestión con el declive de la autoridad, es el carácter ontológicamente normativo de los sujetos adultos frente a los sujetos menores, y lo que ello supone de malestar en la cultura. Pues como lo dice el pensador francés Meirieu, "El adulto ya no es la regla, sino que lleva a esta" (2004, p. 265), lo que podría traducirse en la frase: El adulto ya no es ontológicamente la autoridad, sino que apenas la representa. Lo cual parece una evidencia que se constata a diario en el trato con los niños y niñas, cuando ya no está para nada justificado el uso de la violencia que fue tan propio de una "pedagogía negra" y del autoritarismo patriarcal en los hogares, pero que en medio de la prevalencia del goce, las fantasías de igualación de las personas adultas con los niños y las niñas y su reconfiguración como sujetos, estos muestran una inusual exigencia para negociar, pedir argumentaciones y justificaciones, y una evidente capacidad para cuestionar no solo los castigos, sino las decisiones más sensatas de los sujetos adultos.

5. Consideraciones finales

El entramado teórico y conceptual expuesto anteriormente permite señalar que asistimos a una transformación de las subjetividades y de las identidades de los niños y las niñas, que deriva entre una representación moderna, monolítica y universal de estos -como frágiles, inocentes y subordinados-, a una novedosa diversidad y heterogeneidad de los mismos como autónomos, hábiles, emancipados y capaces de arriesgar algunos juicos morales. Esto último, demarcado por lo contemporáneo de los procesos sociales y culturales de las últimas décadas, que han posicionado las identidades de los sujetos desde lógicas de individuación, transitorias, fragmentadas y fluidas, que manifiestan el declive de viejas identidades globalizantes desde órdenes culturales, políticos o religiosos. En este nuevo panorama de las subjetividades contemporáneas, los medios de comunicación han jugado un papel fundamental debido a su capacidad de inducir la producción de nuevos sentidos desde las identidades de masas, los consumos culturales, nuevas formas de saber y de poder, novedosas maneras de estar juntos, así como la desacralización de los mundos de la vida que afincaron el ethos cultural de padres, madres, abuelas y abuelos. Ello demanda la orientación contextuada y transversal de las Ciencias Humanas y Sociales, de modo que puedan desentrañar las especificidades de los inéditos procesos identitarios que experimentan, tanto los niños y niñas como las personas adultas, y desde ahí reconocer las transformaciones que sobre la autoridad se han suscitado en sus relaciones. Se trata entonces de asumir al niño o niña y al sujeto adulto como actores sociales en tanto se reconocen las nuevas maneras de constituir y comprender sus subjetividades y los procesos objetivos de su despliegue, pero no a partir de principios universales, sino desde la "experiencia vivida" por cada sujeto como individualidad. Se trata de reconocer lo que hacen niños, niñas y adultos para transformar unas experiencias vividas en construcción de sí mismos como actores, es decir, como sujetos que no se subordinan a ningún principio superior (estatal o eclesial universalista) que los oriente y les determine unas únicas maneras de ser, estar y hacer en el mundo, sino de permitirles desplegar la capacidad de producirse a sí mismos.


Notas:

* Este artículo de revisión de tema hace parte de la tesis doctoral en curso realizada por la autora: Experiencias mediáticas televisivas y relaciones de autoridad. Un estudio con familias de tres instituciones educativas de Medellín, proyecto de tesis aprobado por el Consejo de la Facultad de Ciencias Económicas y Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, en sesión del 07 de diciembre de 2011, Acta 32. Área Sociología. Sub-área Sociología de la infancia.


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    Referencia para citar este artículo: Duarte-Duarte, J. (2013). Infancias contemporáneas, medios y autoridad. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 11 (2), pp. 461-472.