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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715X

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.12 no.2 Manizales jul./dez. 2014

https://doi.org/10.11600/1692715x.1225310314 

Segunda sección: Estudios e Investigaciones

DOI:10.11600/1692715x.1225310314

 

Politización juvenil en las naciones contemporáneas. El caso argentino*

 

Youth politicization in contemporary nations. The Argentinean case

 

Politização juvenil nas nações contemporâneas. O caso da Argentina

 

 

Miriam Kriger

 

Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Miriam Kriger es Doctora en Ciencias Sociales (Flacso) e Investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet-Argentina), Profesora de la Universidad de Buenos Aires (Facultad de Ciencias Sociales). Correo electrónico: mkriger@gmail.com

 

Artículo recibido en noviembre 13 de 2013; artículo aceptado en marzo 31 de 2014 (Eds.)

 


Resumen (descriptivo):

El presente artículo comienza con una revisión histórica de la invención hegemónica y la construcción contra-hegemónica de las juventudes en los Estados Nacionales y su relación con la política en diversos momentos, para llegar al contexto latinoamericano actual. Se problematiza el pasaje de la despolitización a la politización de los jóvenes en las últimas décadas, ofreciendo perspectivas teórico-metodológicas para el abordaje situado, basadas en investigaciones recientes de la autora y en una revisión del estado de la cuestión empírica en su ámbito. Finalmente, se proponen pautas para un abordaje psicosocial, pensando a la política como una dimensión del vínculo más amplio con el "proyecto común" de la nación, y a la juventud como categoría compleja, plural e histórica.

Palabras clave: juventud, nación, política, Argentina (Thesauro de Ciencias Sociales de la Unesco).

 


Abstract (descriptive):

The present article begins with a historic revision of the hegemonic invention and the counter-hegemonic construction of the youth in the National States and its relation with politics at various moments, in order to come to the current Latin American context. The passage from de-politicization to politicization of the young in the last decades is discussed, offering theoretical-methodological perspectives for the placed approach, based on recent research by the author as well as on a revision of the state of the empiric issue in its context. Finally, guidelines are proposed for a psychosocial approach, considering politics as a dimension of the amplest link with the nation‘s "common project", and considering the youth as a complex, plural and historic category.

Key words: youth, nation, politics, Argentina (the Unesco Social Science Thesaurus).

 


Resumo (descritivo):

O presente artigo começa com uma revisão histórica da invenção hegemônica e da construção contra-hegemônica das juventudes em Estados Nacionais e suas relações com a política em diversos momentos, até o contexto latino-americano atual. Problematiza-se a passagem da despolitização a politização dos jovens nas últimas décadas, oferecendo perspectivas teóricometodológicas para a abordagem situada com base em pesquisas recentes da autora e uma revisão da questão empírica prévia em seu campo. Finalmente, são propostas pautas para uma abordagem psicossocial, pensando a política como uma dimensão de relação mais ampla do que o "projeto comum" da nação, e percebe o juventude como categoria complexa, plural e histórica.

Palavras-chave: juventude, nação, politica, Argentina (Tesauro de Ciências Sociais da Unesco).

 


 

1. Introducción: juventud, nación y política

Tras un fin de siglo caracterizado a nivel global por la apatía, la indiferencia e incluso el rechazo de los jóvenes hacia la política (Coleman & Hendry, 2003, Hahn, 2006, Sidicaro & Tenti- Fanfani, 1998), el nuevo milenio comienza -contra todas las previsiones- inaugurando "un nuevo ciclo de movilización y radicalización juvenil" (Seoane & Taddei, 2002). En sólo una década el aumento de la participación y de la visibilidad social de los jóvenes (Kriger, 2012) indican la creciente centralidad de la juventud como agente colectivo. Esto genera un amplio debate público y académico donde se dirimen diversas interpretaciones que, del "encantamiento de lo público" (Aguilera, 2011) a "la consagración de la juventud" (Vázquez, 2013), confirman la necesidad de ampliar el conocimiento empírico para viabilizar una comprensión compleja y situada.

En pos de ello el presente artículo quiere ante todo enfatizar el carácter histórico de la categoría juventud, poniendo el eje en su relación originaria y constitutiva con el Estado Nacional, para luego y sobre esa base problematizar el supuesto pasaje de la despolitización de los 90' a la politización actual de los jóvenes en América Latina, y particularmente en Argentina. Vale decir, en el período que va de la aplicación de políticas neoliberales y el debilitamiento del rol del Estado Nacional hasta el comienzo de su recuperación tras las grandes crisis de final de siglo, entre las cuales resulta emblemático el caso argentino1.

De modo amplio, propondremos la existencia de un contrapunto histórico entre diversas etapas de la "invención" hegemónica de la juventud llevada a cabo por el Estado (desde arriba) y la construcción de la juventud por los propios jóvenes como contestación contrahegemónica (desde abajo). En este proceso diferenciaremos esquemáticamente tres momentos: a) el del nacionalismo belicista o "auge del Estado Nación" entre finales del siglo XIX y comienzos del XX; b) el del Estado Nación debilitado por los procesos de globalización, con la anunciada muerte de las naciones y de la Historia en el último tercio del siglo XX (Carretero, 2007); y c) el de la "renacionalización de los proyectos comunes y la resurrección del Estado Nación" (Kriger, 2013, p. 7) como estrategia de salida de las agudas crisis con que comienza el nuevo milenio.

Comenzaremos realizando una breve revisión histórica de la formación de las juventudes en los Estados Nacionales y su relación con la política, para luego focalizarnos en el contexto latinoamericano actual. El propósito que nos guía es problematizar el pasaje de la llamada "despolitización" de los 90 a la "politización" de los jóvenes en las últimas décadas en América Latina y en Argentina, brindando pistas para su abordaje situado y considerando a la política como una dimensión más del vínculo de los jóvenes con el "proyecto común" de la nación (Kriger, 2010a).

 

2. Las "invenciones" de la juventud en la trayectoria de los Estados Nacionales

Si bien la juventud como momento pletórico de la vida humana se configura como leit motiv de la literatura universal ("divino tesoro"), como sujeto colectivo que logra una cierta visibilidad, reconocimiento y legitimidad social, se trata de una categoría bastante más reciente y aún en construcción. Al respecto, Feixa-Pàmpols (2006) plantea que si bien para la historiografía canónica su "invento" se remonta al principio de la era industrial, ella no se democratiza hasta alrededor del 1900, aunque luego se potencia tanto que "la historia del Siglo XX puede verse como la sucesión de diferentes generaciones de jóvenes que irrumpen en la escena pública para ser protagonistas en la reforma, la revolución, la guerra, la paz, el rock, el amor, las drogas, la globalización o la antiglobalización" (Feixa- Pàmpols, 2006, p. 3).

En esta línea, la juventud sería un "invento" de la modernidad, época en que lo social mismo es también "inventado", en tanto pensamiento y mundo producido por los hombres por fuera de la naturaleza y sus leyes (Carretero & Kriger, 2004). En una dimensión política, ello se expresa primero con el surgimiento de los Estados ilustrados, cuando "el descubrimiento de la infancia" (Ariès, 1987) y su singularidad (Rousseau, 1760/1998) se vuelven claves para el diseño de un proyecto civilizatorio indisociablemente político y pedagógico. Y posteriormente, con la fundación de los Estados Nacionales y la "invención de las naciones" (Gellner, 1983, Hobsbawm, 1990/2000), donde proponemos que la juventud y la figura del joven ciudadano habrían adquirido una crucialidad similar2. A partir de entonces y hasta la actualidad se estarían produciendo diversas "invenciones" de la juventud, en estrecha relación con el devenir histórico del "mundo de las naciones" (Hobsbawm, 1990/2000).

Situamos el momento inicial de este proceso entre fines del siglo XIX y mediados del XX -el cenit de los nacionalismos- coincidiendo con la interpelación estatal a la primera generación escolarizada en clave nacionalizante (Escudé, 1990), abundante en estereotipos y rivalidades con otras naciones, sobre todo vecinas (Vázquez & Gonzalbo-Aizpuru, 1994)3. Esta primera "invención" se basa en la "organización desde el Estado" (Michaud, 1996) de una juventud nacional belicista, patriótica y masculina4. A ella contestan en las décadas siguientes los jóvenes que se oponen al Estado y al establishment, en un movimiento que -a partir del No a la Guerra de Vietnam y con la consigna de "Paz y Amor"- se expande como una revolución juvenil de escala planetaria pero con características propias en cada contexto (Carnovale, 2011). Así, mientras en los países centrales logra ser absorbida en gran medida por el mercado, en la periferia5 y especialmente en nuestro continente toma una forma más radical, que integra las consignas de "amor y revolución" a la lucha armada revolucionaria contra el Estado capitalista y el imperialismo (Carnovale, 2011).

Una segunda "invención" de la juventud data del último tercio del Siglo XX, cuando -en el escenario de la caída de la URSS y el final de la Guerra Fría- se profundizan los procesos de globalización económica y política, con la expansión del capitalismo trasnacional (Arceo & Schorr, 2008) y el debilitamiento del Estado (Ortiz, 2002) como organizador de las prácticas sociales a favor del mercado (García- Canclini, 1999). En este contexto epocal en que se anuncia el fin de la modernidad con sus "Grandes Relatos" (Lyotard, 1979/1993) y se proyecta un mundo "más allá del Estado Nacional" (Habermas, 1995/1997), se produce una nueva invención hegemónica de la juventud que integra dos aspectos aparentemente antagónicos. Por una parte, el que invisibiliza a los jóvenes como sujetos de acción política, mediante el discurso que describe sus prácticas como "atomizadas y apáticas en términos políticos" (Kropff & Núñez, 2009), no casualmente en un momento de alta dificultad para su inclusión social y laboral (y ya sin la presencia del Estado Benefactor). Y por la otra, el que los convierte en objeto de un nuevo campo de estudios dedicado sólo a ellos: el de las juventudes (para un estado de la cuestión a nivel internacional, véase Hahn, 2006; para América Latina: Alvarado & Vommaro, 2010, Chaves, 2009), con alto impacto en las agendas públicas.

La reacción a esta ambigua "invención" -que en verdad viene a "des-inventar" tanto al joven ciudadano nacional como al joven político revolucionario de la etapa previa, para objetivar una nueva figura de joven ciudadano global, libre de anclajes identitarios, territoriales o históricos unívocos- se produce casi de modo simultáneo. Contra la mirada hegemónica, aparece otra que comienza a leer a las múltiples culturas y colectivos juveniles en emergencia como portadoras de nuevos signos de lo político (Alvarado, Botero & Luna, 2008, Feixa-Pàmpols, 2000, Margulis, 1996/2008, Urresti, 2000): "estrategias del desencanto" (Reguillo, 2000) o resistencias micropolíticas (Blase, 1999), en un paisaje de desilusión por los endebles procesos de democratización de la región (Pnud, 2004). Asimismo, también se relevan prácticas alternativas con intención y actuación propiamente política, como las que se producen en el entorno de los movimientos sociales (Feixa-Pàmpols, 2000, Zibechi, 2003) y de los activismos juveniles populares y territoriales (Vázquez & Vommaro, 2008).

A pesar de todo, la juventud como sujeto social activo sólo recobra visibilidad a comienzos del nuevo milenio, cuando los jóvenes irrumpen en el espacio público, especialmente como protagonistas de la protesta social, en muy variados contextos (Kriger, 2012). Y lo notable desde nuestra perspectiva, es que comienzan a hacerlo con una modalidad cada vez más política, que en algunos contextos latinoamericanos llega a incluir la recuperación de ámbitos tradicionales tan rechazados en la década previa como los partidos políticos, integrados cada vez más a las militancias estudiantiles reactivadas (para un enfoque regional véase: Vommaro, 2013; para el caso argentino: Kriger, 2010a, 2010b, 2012, 2013; Núñez, 2012, Pérez & Natalucci, 2012, Saintout, 2010)6.

Nuestra interpretación de estos procesos le otorga un rol central a la dimensión identitaria y al rescate de la nación/lo nacional como proyecto común por parte de los jóvenes tras las agudas crisis, que hallamos en las investigaciones realizadas en Argentina entre el 2004 y la actualidad (Kriger, 2007, Kriger, 2010ª, Kriger & Bruno, 2013, Kriger & Dukuen, 2012, Kriger & Fernández-Cid, 2011). Hemos propuesto que ello puede pensarse como una "estrategia generacional de supervivencia post-crítica" (Kriger, 2010a), regida por la necesidad de los jóvenes de apropiarse de un pasado, presente y futuro común fuertemente amenazados7.

A continuación, problematizaremos aspectos cruciales de lo que entendemos como construcción contra-hegemónica de los jóvenes en respuesta a la segunda "invención" hegemónica de la juventud, en nuestro continente y con foco en la Argentina. Tomaremos como referencia hallazgos de investigaciones recientes, teniendo en cuenta que ella comienza a superponerse en gran medida con la "tercera invención" ya en curso, que se produce desde arriba para recuperar a las juventudes nacionales como protagonistas de las reconstrucciones estatales del nuevo milenio y generando políticas específicas que reformulan la figura del joven en su dimensión social y jurídica8.

Dentro de esta dinámica, observamos que la mayor participación de los jóvenes favorece el desarrollo de su auto-conciencia como sujeto colectivo y su reconocimiento frente a la sociedad adulta, lo cual se expresa en las agendas públicas y en el interés creciente que organizaciones ciudadanas y partidos políticos muestran por la condición juvenil de sus miembros. Precisamente, Vázquez (2013) ve aquí un rasgo que diferencia nuestra época de las políticas décadas de los 60 y 70, donde -dice- "la juventud" no constituía necesariamente la categoría principal por medio de la cual se reconocían públicamente los grupos, activistas y militantes, ni tampoco la que representaba el término que definía prioritariamente su filiación ideológica o adscripción a una causa colectiva. En la actualidad es cuando se produce una "consagración de la juventud como causa militante, que promueve identificaciones, reconocimiento y adhesión (…) como un valor por el que vale la pena luchar" (Vázquez, 2013, p. 22), pero que tiene menos que ver con la propia intervención de la juventud en el campo político que con la consagración de los adultos de la condición juvenil.

Finalmente y para evitar el sesgo metonímico que Feixa-Pàmpols (2006) señala como tan común a nuestro campo de estudios, advertimos que tanto la polémica despolitización de los 90 como la supuesta politización actual podrían no ser atribuibles de modo exclusivo ni central a los jóvenes sino caracterizar a las sociedades de modo más general en cada momento. De modo tal que la despolitización se podría asociar con la "crisis de la representación política" (Touraine, 1997) de las sociedades de fin de siglo, y la politización con la reposición postcrítica de los proyectos e instituciones estatales nacionales en la última década. Dicho esto, remarcamos la necesidad de investigaciones que permitan reconocer sentidos y prácticas específicas de los jóvenes al interior de estos procesos más amplios, e incluso singulares de esta nueva generación.

 

3. La irrupción de los jóvenes en las sociedades contemporáneas

A medida que en los diferentes países colapsa el modelo neoliberal -en Argentina tras el "argentinazo" del 2001, unos años más tarde en Chile y Colombia (Vommaro, 2013), y en Europa con la crisis financiera global- los jóvenes salen a las calles y toman la vanguardia en la protesta social, contra un ajuste que los excluye precisamente en el momento de la vida en que se espera que logren concretar su inclusión plena al mundo social y laboral. Quizá por ello, se puede observar que la organización de los jóvenes y del movimiento estudiantil se dinamiza más allí donde mayor es el daño infringido por la crisis al Estado, y por ende a la educación pública.

Asimismo, notamos que en el mundo neo-colonial y en América Latina, donde el nacionalismo se asocia a propuestas políticas de signo progresista popular, la reconstrucción del Estado en el plano material suele estar acompañada y potenciada por la recuperación de la nación en el plano simbólico-identitario. En cambio, en Europa o Norteamérica, donde el nacionalismo posee aún una impronta conservadora, la profundización de la crisis acentúa la desarticulación entre Estado y nación. En ambos casos, no obstante, el Estado sigue apareciendo pese a todo, como el único posible garante histórico del bien común frente al avance del poder del mercado financiero transnacional.

Volviendo a nuestra región, la irrupción de los jóvenes y lo que hemos llamado su (auto) construcción como contra-tendencia a esa segunda "invención" de la juventud, genera diversas lecturas que van de la cauta propuesta de "encantamiento de lo público" (Aguilera, 2011) a la celebración de la re-politización de los jóvenes. Advertimos asimismo respecto de ciertas retóricas restitutivas que, al anunciar el "retorno" o la "rehabilitación" no sólo de ciertas prácticas sino de los propios jóvenes, corren el riesgo de no interpelar a estos sujetos aquí y ahora jóvenes, sino a la juventud como categoría objetivada y por fuera de la historia. Particularmente en Argentina, ello denota el peso auto-referencial que puede adquirir la memoria generacional de los 70, que en su anhelo de reivindicar a aquellos jóvenes sometidos a la violencia de Estado tiende a forzar las continuidades con los del presente, pasando por alto que estamos ante experiencias históricas y generaciones diferentes. Para evitar estos errores de perspectiva, recomendamos atender a los siguientes puntos: a) desactivar la mirada adultocéntrica (Chaves, 2009); b) plantear múltiples ejes para el abordaje plural de la juventud, por fuera del mito de su homogeneidad (Braslavsky, 1986); c) escuchar las voces de los jóvenes y reconocer sus resistencias y acciones más allá de los marcos formales y en expresiones micropolíticas; d) detectar nuevos modos de participación y subjetivación política juvenil; e) evitar interpelar moralmente a esta juventud con mandatos ligados a la experiencia y normativización de los rasgos de otras juventudes, en particular con aquellas cuya relación con la política suele idealizarse; y f) integrar la conflictiva tensión entre la política y lo político (Lefort, 1992/2007, Mouffe, 2007) como una relación en que lo social mismo se instituye.

 

4. De la despolitización a la politización de los jóvenes

Es posible advertir que se ha producido una suerte de inversión moral del significado y la valoración de "la política": Hace diez años ella era "mala" y destructiva, ahora es "buena" y constructiva; antes era aquello con lo que "mejor no meterse" y ahora es eso que se mete en todo. Ahora bien, esto no implica necesariamente un cambio sustancial de sus sentidos profundos, ni de la capacidad real de los ciudadanos de hoy para tolerar, negociar, y/o convivir con el desacuerdo y el conflicto en que se funda la política (Rancière, 1996).

Pero cuando el discurso social más extendido convierte a la política casi en un imperativo (moral) de su tiempo, la aseveración de que los jóvenes se han politizado comienza a parecerse demasiado en sus implicancias a la que unos años antes anunciaba lo contrario: su despolitización. Por ello, y para generar una alternativa a la clausura que implica la pura inversión de los términos, proponemos reformular el problema y empezar a centrarnos en el proceso que transcurre entre ellos, teniendo en cuenta que ninguno de los dos marca un estado final ni un punto de llegada efectivo. Se trata más bien de un horizonte conceptual e ideológico, en relación con el cual se disponen procesos sociales complejos y dinámicos que construyen el vínculo de los jóvenes ciudadanos con la sociedad, justamente en su pasaje al mundo adulto.

La politización sería entonces un proceso psicosocial, de carácter individual y colectivo, intra e intersubjetivo, en el cual se articulan múltiples dimensiones (representacional, cognitiva, afectiva, ético-moral, actitudinal, etc.9) que permiten significar y actualizar la vida en común de una sociedad.

Así planteada la cuestión, abrimos la noción de política para pensarla como una dimensión clave de la relación de los ciudadanos con el "proyecto común", que visto históricamente es la nación, "comunidad imaginada" (Anderson, 1983/1993) y dotada de potencia proyectiva (Kriger, 2010a). Pensarlo así nos puede resultar muy útil para comprender más densamente el pasaje entre lo que suele designarse como la despolitización de los 90 y la politización de la última década en contextos neocoloniales10 como el nuestro, donde el sentimiento de pertenencia a la nación juega un rol nodal en la relación histórica con la política, a su vez, subyacentemente atravesada por los imaginarios de lo popular11.

Para justificar este punto, nos referiremos a una investigación (Kriger, 2007) realizada en Buenos Aires en el periodo posterior a la crisis del 2001, entre estudiantes que habían vivido el estallido social nominado "el argentinazo" como un hito biográfico generacional12. Existía entre ellos un radical rechazo a la política -a la cual calificaban como: "sucia", "corrupta", "mancha todo lo que toca"- que no se distinguía de lo que otros investigadores describían en países muy distintos (Hahn, 2006, Coleman & Hendry, 2003). La única diferencia radicaba en que en nuestro contexto el distanciamiento de la política no cursaba con la indiferencia sino, contrariamente, con un alto interés y sentimiento de pertenencia de los jóvenes respecto de la Argentina. Encontramos que para conciliar este conflicto y salvar al proyecto del que se sentían parte, su estrategia simbólica solía ser la de hacerle pagar el costo de la crisis a la política, mediante variaciones del siguiente argumento: Si nuestra nación ha defaulteado integralmente no es porque la Historia (Mayúscula) ha fracasado, sino porque la política (y no sólo los políticos, ya que la política corrompe en sí misma a los hombres) la desvió de su destino ontológico triunfal.

Esto nos permite entender por qué los jóvenes de aquel momento adoptaban a los próceres decimonónicos -Belgrano y San Martín a la cabeza del ránking mediático de sus favoritos- como modelos propios, mientras que subestimaban o ignoraban a los políticos del presente y a los de casi todo el Siglo XX (incluidos íconos como el Che Guevara). Es decir: el sacrificio de la política en nombre de la nación histórica y su recuperación en clave de "Gran Narrativa" (Alridge, 2006), fue un modo efectivo y accesible de cumplir el deseo de proseguir el proyecto común al cual se sentían convocados. Por último, ello les ofrecía el beneficio adicional de poder fugarse de un presente marcado por el fracaso de la generación adulta a cargo (y por ende, de su propia orfandad en términos simbólicos) hacia un origen fundacional reconvertido así en destino refundacional (lo cual no es otra cosa que la nación teleológica13).

Por todo ello, entendimos que nuestro punto de partida como investigadores no debía ser la apatía de los jóvenes sino su altísimo interés por la nación, y desde esa perspectiva era posible decir que el rechazo de la política era un problema genuino de los propios actores (un problema de ellos y no sobre ellos), ya que: ¿Cómo harían para congeniar su auténtico anhelo de ser parte de la Argentina como proyecto común, prescindiendo al mismo tiempo de la política y de la experiencia generacional previa (el legado)?

Frente al déficit de herramientas cognitivas que habilitaran un pensamiento político potente, se hipertrofiaron las herramientas afectivas disponibles para crear pertenencia.

Principalmente la identidad nacional, recurso altamente disponible y de probada efectividad tras doce años de escolarización con énfasis patriótico (Carretero, 2007). El resultado fue lo que entonces denominamos "hipertrofia identitaria" (Kriger, 2007), que permitía a los jóvenes continuar y retomar el proyecto de nación con las herramientas disponibles; aunque menos en la clave de la reconstrucción política que la de la refundación nacional, ya que la identificación no puede reemplazar a la comprensión histórica, proveer la reflexividad y el reconocimiento del carácter multifacético del mundo, ni -sobre todo- la conciencia de la propia intervención histórica en él. De modo que -pensamos- si bien esta estrategia permitía a una nueva generación salir del naufragio colectivo en que estaba el país, muy pronto sería necesario incorporar las herramientas faltantes para llegar a buen puerto. En otras palabras: esos jóvenes que reafirmaban la ilusión democrática tras el "nunca más" y la ilusión nacional tras la "caída del mapa", no estaban aún suficientemente provistos de los recursos necesarios para realizar sus expectativas. En pos de convertir el impulso refundacional en una construcción política viable era crucial componer la relación entre la ciudadanía y la política, tras su divorcio en los sucesos del 2001. Mientras tanto, debimos cambiar la mirada y tomar como punto de partida no la imposibilidad sino la potencialidad de los jóvenes: su interés y afecto respecto de la nación.

Aquí se fundamenta la decisión de no analizar abstracta ni restringidamente el vínculo de estos jóvenes con "la política", sino a través de su relación más amplia y también más intensa con el "proyecto común". La consideramos entonces como una dimensión del mismo, que junto con la de "la ciudadanía" y "la identidad nacional", han ido articulando relacional y constitutivamente sus significados a lo largo de la historia y hasta la actualidad. Surgen entonces diversas creencias y modos de imaginar el pasado, presente y porvenir de esa identidad colectiva histórica que es "la nación" -en este caso Argentina- y en la que se imbrican sentidos, trayectorias y experiencias vitales de varias generaciones.

 

5. La politización en la Argentina actual: un abordaje psicosocial

¿Cómo estudiar los procesos de politización de los jóvenes en sociedades contemporáneas, y articular sus diversas dimensiones? ¿Cómo incorporar para la comprensión de estos procesos, la problematización de las relaciones entre lo individual/lo social, lo cognitivo/lo afectivo, como términos que en la experiencia se constituyen recíprocamente? ¿Cómo y por qué -movidas por qué impulsos, motivaciones, conocimientos, y/o afectos- las significaciones y valoraciones de la política pueden devenir en disposiciones, y éstas en prácticas de participación? ¿Y qué "restricciones sociales14" (Castorina & Faingelbaum, 2003) y determinaciones objetivas (como por ejemplo, la pertenencia de clase) operan sobre este proceso?

Para comenzar a responder, debemos interrogar las concepciones teóricas de la política e investigar para construir nuevas categorías empíricamente fundamentadas. Desde una perspectiva psicológica cultural se espera ahondar en la indagación y comprensión de los procesos que -entre la individuación y la socialización, entre lo cognitivo y lo afectivovan tejiendo transversalmente una terceridad, en las que cobran sentido las subjetividades políticas colectivas.

En esta línea, resituándonos en la que hemos caracterizado como segunda construcción de la juventud en la que los propios actores recuperan los proyectos históricos de los que forman parte, comentaremos algunos hallazgos de una investigación más reciente (2010- 2013) realizada en Buenos Aires con jóvenes estudiantes (N=275) de 17 y 18 años de edad, provenientes de 7 escuelas de diverso nivel socioeconómico15.

Con el fin de relevar los aspectos que consideramos importantes del vínculo de los sujetos con la política, operativizamos variables psicosociales para establecer relaciones entre el plano de la representación y el de la acción política (Kriger & Bruno, 2013). Más específicamente: intentamos constatar si la valoración de la política determinaba la acción, y si la creencia en ella lograba generar una mayor participación entre los jóvenes. Propusimos entonces cuatro dimensiones, las dos primeras ligadas a la motivación16: la creencia y la valoración de la política, y las otras a la actitud hacia la política, desde la disposición17 a la participación efectiva (pasada, presente y potencial, llevada a cabo en ámbitos colectivos con diverso grado y tipo de politicidad18).

Encontramos que tanto la creencia en la política como su valoración tendieron a ser positivas en términos relativos, restituyendo legitimidad a la política al reconocerla como herramienta clave de la democracia, y distinguirla de los usos que le pudieran darle los políticos. Dos datos significativos para ilustrar este punto: un 61,9% de los entrevistados consideró que "la política es buena pero suele usarse mal", mientras que quienes tenían una posición negativa absoluta, es decir que no creían ni en una ni en los otros, no llegaron al 10%. En cuanto a las actitudes hacia la política, encontramos que cuando pasábamos del plano de la representación al de la acción, el vínculo se debilitaba notablemente. Algunos datos al respecto: un 60,4% de los jóvenes dijo que "prefiero hacer otras cosas" y un 54,9% que "no participó", "no participa" y "no participaría" en ninguno de los ámbitos propuestos.

De modo que aún cuando tenemos elementos para señalar un cambio positivo en los sentidos y percepción moral de la política, lo cierto es que aún no lo vemos expresado en las disposiciones explícitas, y menos en la participación política efectiva de los jóvenes (Kriger & Bruno, 2013). Asimismo, e incorporando una mirada bourdeana que analiza las disposiciones políticas en relación con la composición del capital global (Kriger & Dukuen, 2012), notamos que predominaba la participación de tipo social sobre la propiamente política, con más presencia en movimientos sociales que en partidos políticos, en todas las clases sociales y con acento en las populares. Propusimos que esto podría deberse a "la imbricación que en los modos de interpelación política nacionales y populares (pensamos en las diferentes variables del peronismo) tienen partido(s) y movimiento(s) social(es) y su carácter territorial en el sentido de Merklen (2005)" (Kriger & Dukuen, 2012, p. 6).19

En suma, lo hallado contrasta con la percepción social de una extendida politización de los jóvenes, pero confirma que estamos ante un proceso que va en esa dirección. Esta idea se refuerza en los resultados ligados a la percepción del presente por parte de los jóvenes, que tendieron a construir modelos de ciudadanía donde se valorizan las prácticas cívicas individuales por encima de las políticas colectivas y de la acción directa (Kriger & Fernández-Cid, 2011). En cuanto a las representaciones sociales de la política fueron más positivas, pero subyace su asociación con "la corrupción" (Bruno, Barreiro & Kriger, 2011). Y en relación con el pasado reciente, encontramos que si bien entre las "memorias sociales emblemáticas de la dictadura"20 (Levin, 2008) ha ganado peso la "militante" y lo ha perdido absolutamente la "militar", ligada a la "guerra sucia", la que más presente estuvo entre los jóvenes de nuestro estudio es la que radicaliza los presupuestos de la "teoría de los dos demonios"21, en una memoria singular que denominamos "hiper-victimizante"22 (Kriger, 2011), muy poco apta para habilitar una comprensión histórico-política del pasado reciente.

Asimismo, existieron diferencias significativas al pasar de la instancia de indagación individual a la grupal. Utilizando una propuesta metodológica de trabajo con dilemas morales (Ruiz-Silva, 2009) pudimos notar que la deliberación tendía a elevar la motivación y favorecer la disposición a participar (Kriger, 2013). Adicionalmente, notamos que al cambiar la interpelación de un registro intelectual a uno emocional en actividades ligadas a la discusión y resolución de situaciones de vulneración de derechos sociales (Kriger & Fernández- Cid, 2011), se generaban nuevas estrategias psicológicas de comprensión del conflicto, de identificación y de posicionamiento, que estimulaban la disposición y la acción común.

 

6. Conclusiones y perspectivas

A lo largo de este artículo hemos podido advertir que la relación de los jóvenes con la nación ha sido casi tan determinante para la configuración de las juventudes como sujeto social, como para la propia continuidad y resignificación del proyecto común. Lo que se produjo en la primera etapa de "invención" de la juventud desde arriba por los Estados Nacionales, y de construcción desde abajo por los propios jóvenes en relación con el belicismo/ el sistema y el pacifismo/la revolución, pareció revertirse en un segundo momento. Cuando el Estado des-inventó el vínculo entre nación, política y juventud, los jóvenes contestaron rescatando su herencia desde varios eslabones atrás en la cadena intergeneracional, desenterrándola -metafóricamente- como si fuera un tesoro descubierto en el fondo de la propia casa.

El problema es cómo lograr ir más allá de la invención restitutiva o de una conservadora "refundación" de la nación, hacia la recuperación histórica del pasado, apropiándose de el y dando lugar a la construcción progresista de un presente político. Si no es así, la re-nacionalización y la re-politización de los jóvenes puede generar en la práctica una inadecuación: al no poder ser ni soldados, ni pacifistas, ni revolucionarios, corren el riesgo de quedar restringidos a ser los intérpretes de místicas generacionales ajenas. Para componer su propia canción y ser protagonistas de su proyecto histórico, es necesaria la re-significación (y no el retorno) de la nación y la política.

Se trataría entonces de evaluar si más allá de la reivindicación moral, voluntarista y mal o bien intencionada de la política tras la crisis que la desbancó en el ocaso del siglo, los actuales jóvenes disponen de recursos y decisión para reinventar políticamente lo común. Recordemos -finalmente- que la juventud "no es más que una palabra" (Bourdieu, 1984/1990), y es cada generación la que viene a hacer el relevo de/ contra la anterior, la de los viejos. Se dice que ella recibe el legado, a veces puede rechazarlo y otras debe reclamarlo, pero sin dudas siempre es la que trae lo nuevo (aún cuando no sea novedoso): lo que aún no estaba, lo que se espera, lo que no se imagina siquiera, lo que se teme, lo que se desea, y lo por-venir (todo simultáneamente).

Debemos por ello atender a lo que hoy estamos empezando a reconocer como una tercera "invención" de la juventud, que ya no refiere a los propios sujetos ni a una condición o atributo de los mismos, sino a su objetivación, también como una causa consagrada por los adultos. La juventud deviene en arena de lucha, pero no conocemos aún cuál será la construcción contra-hegemónica que realizarán los propios jóvenes; nos falta escuchar sus voces, las respuestas que darán a esta interpelación que -más allá de generar adhesiones o estigmatizaciones- puede habilitar sus propias posiciones e invitarlos a autocalificarse como legítimos dueños de esa suerte de valor en alza en que se han convertido para las sociedades contemporáneas.

Lo dicho es un desafío no sólo para los jóvenes, sino para la sociedad integralmente, que cree y espera continuar en ellos su proyecto. Esto nos convoca, como investigadores, a seguir indagando los diversos aspectos del vínculo con lo común; a saber: el modo en que los grandes paradigmas de la nación subyacen y coexisten en las concepciones políticas actuales de los jóvenes, qué imaginarios de ciudadanía y de lo popular vitalizan o paralizan sus disposiciones a participar, cuáles son las herramientas de que disponen, les han sido legadas y /o acuñan por cuenta propia; qué relatos y qué valores organizan el ethos solidario y político generacional, etc.

Para terminar, queremos recordar que los jóvenes no componen un sujeto colectivo homogéneo sino que son muy diferentes entre sí. Asimétricamente diferentes, en correspondencia con las desigualdades de clase, étnicas y culturales, además extremas en América Latina. Por eso mismo es tan complejo pero también tan relevante -casi indispensablepoder encontrar no solo rasgos comunes, sino vivencias, horizontes, experiencias generacionales en común, compartidos o a compartir, que atraviesen y vertebren esta apuesta por seguir viviendo juntos (Touraine, 1997), esta variante al fin de la "aventura obstinada" (Badiou & Truong, 2012) que seguimos llamando "proyecto común".

 


 

Notas

* Artículo corto. Con base en investigaciones realizadas entre marzo de 2011 y diciembre del 2014: Proyecto PIP Conicet (112 201001-00307), del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.Título: "Comprensión histórica, conocimiento social y formación política: Un estudio empírico de las representaciones de jóvenes ciudadanos argentinos escolarizados". (Directora: Dra. Miriam Kriger). Junio 2012 a Diciembre 2015: Proyecto UBACyT (GEF 20020110200204), de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales. Título: "Juventud, Política y Nación. Un estudio empírico de las representaciones de jóvenes escolarizados sobre el proyecto común y su comprensión histórico-política". (Directora: Dra. Miriam Kriger). Julio 2012 a Julio 2015: Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica PICT 2012-2751, de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT).Título: "Juventud, política y nación: Un estudio sobre sentidos, disposiciones y experiencias en torno a la política y el proyecto común". (Directora Principal: Dra. Miriam Kriger; Directores reponsables: Dra. Silvia Elizalde, Dr. Pedro Núñez, Dra. Miriam Kriger, Dra. Florencia Saintout, Dr. Pablo Vommaro). área: Ciencias Políticas; subárea: Ciencias Políticas.

1 Esto se debe a la profundidad que alcanzó la crisis, llevando a un estallido social conocido como el "argentinazo" del 2001, donde la ciudadanía destituyó al gobierno, y luego a la acefalia y default integral del país.

2 Recordemos en este sentido, que "la congruencia que funda al Estado Nación no fue simultánea sino resultado de un largo proceso de producción -cultural y política- de tal magnitud que conllevó la redefinición radical de la condición humana y su relación con el universo y la naturaleza" (Carretero & Kriger, 2004, p. 76).

3 Citamos un fragmento de este trabajo, sobre la enseñanza de la historia en Europa de entreguerras: "Mientras en Francia se imponía el estudio de la historia nacional a lo largo de toda la educación con el objetivo de generar el sentido de veneración por la patria, los textos alemanes definían a esa nación como ‘una tierra enteramente rodeada de enemigos‘" (Vázquez & Gonzalbo-Aizpuru, 1994, p. 3)

4 Respecto del patriotismo, es utilizado aquí el término en la acepción que ofrece de él el discurso nacionalista. Sin embargo, es preciso aclarar que existen diferencias entre el concepto de patria y nación, señaladas extensamente en diversos trabajos, entre ellos el de Pérez- Vejo (1999). Este autor reivindica la idea de patria por su impronta universal y más positiva, definida en relación al amor por el terruño y al Pater, ajena a las implicancias excluyentes y belicistas de la nación.

5 También en Europa encontramos estos movimientos revolucionarios juveniles durante los 70, ligados a viejas o profundas identidades nacionales (IRA, ETA, etc.), y en el mundo árabe (Panteras Negras).

6 En Argentina, encontramos que la organización de los jóvenes va en aumento desde la salida de la crisis, por un lado como correlato de políticas gubernamentales que favorecen su inclusión y ampliación de derechos, y por el otro, estableciendo sus propios desacuerdos, en particular en el ámbito estudiantil. En la medida en que la educación pública se convierte en estos años en un derecho asegurado, la conflictividad se desplaza de la supervivencia a la disputa política, con creciente reclamo de protagonismo de parte de los estudiantes en los espacios de poder y decisión: desde lo referido a cuestiones edilicias hasta el propio gobierno de las instituciones escolares y universitarias, pasando por la elaboración e implementación de políticas educativas y planes de estudio

7 Surgió en ese contexto la hipótesis de la "generación desheredada", ampliamente sostenida por el discurso social adulto, que marcó el debate crítico educativo de los 90 en Argentina. Frente al endeudamiento creciente del país y la privatización de sus recursos se formuló el concepto de "vaciamiento" o "desfondamiento" de las instituciones, particularmente del Estado y de la escuela, colocando en primer plano la preocupación por los escasos recursos materiales y simbólicos que heredarían los jóvenes.

8 En el caso argentino, la promulgación en el 2012 de la ley 26774 que habilita el derecho a votar a partir de los 16 años, así como los debates públicos en torno a la baja de la edad de imputabilidad, pueden ser ejemplos de tal "invención", en una dimensión jurídica ligada a la figura del joven. Casi todas fueron y siguen siendo impulsadas por iniciativa adulta, con mejor o peor recepción posterior entre los jóvenes, que de este modo en las políticas públicas se siguen perfilando más como destinatarios que protagonistas.

9 Esta conceptualización de la politización ha sido trabajada en un artículo reciente en el cual se presentan también resultados empíricos en relación con variables psicosociales (véase Kriger y Bruno, 2013).

10 Se hace referencia a la tensión entre colonia/metrópoli reeditada como centro/periferia, o como norte/sur, ya que en estas sociedades las pugnas dependencia/independencia han marcado tensiones fundacionales en la historia y el pensamiento político de las naciones. Los recientes procesos de globalización reactualizaron y profundizaron las mismas, reeditando de modo explícito la disyuntiva entre el poder nacional y el internacional devenido en transnacional como disputa en la cual se juegan la soberanía y el "progreso".

11 En cuanto a lo popular, tomamos de Svampa el rol del dilema Civilización Vs. Barbarie: "suerte de matriz que parece sostener las recreaciones posteriores acerca del tema de la Argentina dividida" (Svampa, 2006, p. 11), que se desplaza y reacondiciona al imaginario de la masa, de la clase obrera, de los múltiples sujetos e interpelaciones de lo subalterno, y cuya expresión discursiva más brutal tal vez haya sido la del "aluvión zoológico", frente a la cual el peronismo implicó la "vehiculización del fantasma de la barbarie" (Svampa, p. 283). Es crucial enfatizar lo que ha significado el peronismo en términos de la singularidad histórica de la Argentina en relación con otros procesos políticos de la región, en cuanto a la incorporación de los sectores populares y la integración de clases en un proyecto estatista modernizador.

12 Al respecto, hemos utilizado la metáfora de la identidad como epifanía para describir la vivencia del 2001 entre muchos de estos jóvenes (para ampliar, véase: Kriger, 2010a cap. 2).

13 Se alude aquí a una concepción de nación esencial proveniente del romanticismo alemán y tributaria del motivo del Volheit renneriano (el despertar de los pueblos y comunidades lingüísticas dormidos por siglos, para la realización de su destino como nación), donde el origen marca el destino de la nación, y la idea de historia queda subsumida a esa predeterminación ontológica (ampliar en Carretero & Kriger, 2011). De modo que no hay agentes sociales que construyen la historia, sino sujetos a los cuales la Historia les tiene reservado un lugar, y más que sujetos, son objetos de la misma.

14 El concepto de "restricciones sociales" tiene aquí un doble significado: alude a que ciertos elementos (entre ellos: desarrollo cognitivo, creencias colectivas, ideologías) limitan y posibilitan a la vez los modos específicos de significar los objetos de conocimiento.


15 Se trata de la investigación dirigida por la Dra. Miriam Kriger, presentada en la primera nota de este artículo, cuyo trabajo de campo se realizó en siete (7) escuelas de Buenos Aires y Suburbano, de diverso nivel socioeconómico, sobre estudiantes de ambos géneros, de 17 a 19 años de edad. Contempló una etapa cuantitativa, basada en un cuestionario escrito autoadministrable elaborado ad hoc para la investigación que fue aplicado a la muestra total (N=275), y una cualitativa consistente en entrevistas individuales, y actividades grupales de interpretación y resolución de conflictos y dilemas.

16 Si bien hemos tomado como referencia empírica general la operativización realizada por Hahn (2006), ambas se relacionan conceptualmente con la confianza, entendida como productora de "una ampliación de la calidad de legitimidad, agregando a su carácter estrictamente procedimental una dimensión moral (la integridad en sentido amplio) y una dimensión sustancial (la preocupación por el bien común)" (Rosanvallon, 2006/2007, p. 22).

17 La noción de disposición la hemos trabajado posteriormente y parcialmente desde una perspectiva bourdeana (Kriger & Dukuen, 2012), pero para su indagación y su análisis en el artículo mencionado (Kriger & Bruno, 2013) la consideramos como variable psicosocial, dando tres opciones: a) disposición baja, ligada al motivo de la preferencia/interés individual; b) alta, ligada al motivo del compromiso con lo común; y c) nula-inhibida, que refiere al miedo a participar y expresa la transmisión intergeneracional de un mandato antipolítico, ligado a la experiencia del pasado traumático dictatorial y la desaparición de personas (Kriger, 2011).

18 Para esta variable categorizamos los ámbitos de participación de acuerdo con su tradicionalidad y su distancia respecto del desempeño social de los jóvenes, a partir de opciones sugeridas por ellos: a) partido político, b) movimiento social, 3) centro de estudiantes, 4) ONG‘s y organizaciones ecologistas.

19 De acuerdo a Pérez y Natalucci (2012), tal tendencia adquiere rasgos singulares en la Argentina a partir del 2003 con el kirchnerismo que, como emergente de la crisis del sistema político, desarrolló la estrategia de fundar transversalidad absorbiendo bajo un gran paraguas partidario a las organizaciones de todo el espectro ideológico, recreando "una gramática movimentista" (Pérez & Natalucci, 2012, p. 11).

20 Las memorias emblemáticas que señala Levin (2008) son cuatro: la militar, asociada a la "guerra sucia", la de los "dos demonios", la victimizante que se expresa en el "Nunca más", y la militante.

21 La teoría de "los dos demonios" es la que sostiene que la sociedad resultó ser "espectadora y víctima de lo ocurrido, ya que se sostenía que había resultado engañada y perjudicada por una guerra entre dos grupos armados: los militares de un lado y los guerrilleros del otro" (Amézola, 2010, p. 18)

22 Incorporamos una nueva categoría entre las memorias sociales del pasado dictatorial desdoblando la memoria victimizante asociada a la narrativa del Nunca Más en dos vertientes: una que sigue estando ligada a teoría de los dos demonios, y otra donde la culpabilidad es sólo militar y que podríamos llamar, parafraseando a la anterior, de un solo demonio, pero no porque reivindique la lucha revolucionaria sino porque la niega, invisibilizándola de un modo radical.

 


 

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    Referencia para citar este artículo: Kriger, M. (2014). Politización juvenil en las naciones contemporáneas. El caso argentino. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 12 (2), pp. 583-596.