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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715X

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.15 no.1 Manizales jan./jun. 2017

https://doi.org/10.11600/1692715x.1510804082016 

Primera sección: teoría y metateoría

 

DOI: http://dx.doi.org/10.11600/1692715x.1510804082016

 

Jóvenes y patriarcado en la sociedad TIC: Una reflexión desde la violencia simbólica de género en redes sociales*

 

Young people and patriarchy in the ICT society: A reflection from the symbolic gender violence of social networks

 

Juventude e patriarcado na sociedade TIC: Uma reflexão desde a violência simbólica de gênero em redes sociais

 

 

Paula Flores1 , Rodrigo Browne2

 

1 Doctoranda en Ciencias Humanas, Universidad Austral de Chile, Chile. Becaria del Programa Becas Doctorado Nacional, Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología Conicyt, Chile. Doctoranda en Ciencias Humanas, Mención Discurso y Cultura, Universidad Austral de Chile; Valdivia, Chile. Correo electrónico: paula.flores@uach.cl

2 Profesor Universidad Austral de Chile, Chile. Doctor en Comunicación, Universidad de Sevilla, España, Instituto de Comunicación Social, Universidad Austral de Chile; Valdivia, Chile. Correo electrónico: rodrigobrowne@uach.cl

 

 

Artículo recibido en agosto 4 de 2016; artículo aceptado en noviembre 4 de 2016 (Eds.)

 


Resumen (analítico):

Este artículo analiza cómo se transforman las representaciones de violencia de género -propias del patriarcado- en una sociedad influida por las tecnologías de la información y la comunicación, donde los y las jóvenes son protagonistas. Particularmente, se enfoca en las redes sociales, cuyo nivel de uso por las nuevas generaciones chilenas alcanza una trascendencia tal que reconfigura sus procesos identitarios y sus paradigmas relacionales. Así se configura un escenario habilitado para magnificar o anular las expresiones de violencia de género (explícita y simbólica). Según esto, se hace una reflexión teórica analítica que, mediante la metodología de la revisión documental, señala la necesidad de cuestionarse sobre cómo la Internet impacta el modo en que los y las jóvenes construyen sus identidades de género y sus relaciones sociales, como actores de una cultura paternalista.

Palabras clave: Patriarcado, violencia de género, jóvenes, tecnologías de comunicación, redes sociales (Thesaurus de Género: lenguaje con equidad. Instituto Nacional de las Mujeres, México).

 


Abstract (analytical):

This paper analyses how representations of gender violence are either perpetrated or transformed in our society. A society permeated by information and communication technologies where young people are the main protagonists. Specifically, this paper focuses on social networks. These platforms have reached such a significance in their level of use among new generations that they have reconfigured identity processes and relational paradigms. As a result, spaces are provided for the magnification or annulation of a myriad of expressions of gender violence expressions that are both explicit and symbolic. Based on this conceptualization, a theoretical analytical reflection was conducted by the authors using the methodology of literature review. This evidenced the need to question how the internet impacts on the way in which young people build their gender identities and social relationships as social actors in a paternal culture.

Key words: Patriarchy, gender violence, young people, communication technologies, social networks (Thesaurus for Gender: language with equity. National Institute of Women, Mexico).

 


Resumo (analítico):

Este artigo analiza como se transformam as representações de violência de gênero -próprias do patriarcado- em uma sociedade permeada pelas tecnologias da informação e da comunicação, onde os jovens são protagonistas. Particularmente enfoca-se nas redes sociais, plataformas cujo nível de uso por parte das novas gerações chilenas alcança uma transcendência tal que reconfigura seus processos indentitários e paradigmas relacionais. Então, defne-se um cenário habilitado para a consolidação ou anulação de inúmeras expressões de violência de gênero (explícitas e simbólicas). A partir daí realiza-se uma análise de reflexão teórica, que sob a metodologia da análise de documentos, evidencia a necessidade de se questionar sobre como a Internet impacta a forma como os jovens constroem suas identidades de gênero e relações sociais, enquanto atores/ atrizes de uma cultura paternalista.

Palavras-chave: Patriarcado, violência de gênero, jovens, tecnologias de comunicação, redes sociais (Thesaurus de Gênero: linguagem com equidade. Instituto Nacional das mulheres México).

 


 

1. Introducción

 

La violencia de género es un fenómeno que alcanzó gran notoriedad mediática en el último tiempo, sin embargo, atraviesa la historia de las mujeres desde épocas inmemoriales. Hablamos de un tipo de abuso que, bajo el amparo de la ideología patriarcal, ha encontrado variados canales y formas de manifestarse, llegando a impregnar los espacios públicos y privados, de modo que se ha vuelto invisible y habitual. En las culturas contemporáneas, este tipo de violencia encuentra nuevos medios para reproducirse, pues el alto nivel de tecnocentrismo ha situado a Internet como un campo comunicativo fundamental, con propiedades capaces de magnificar las expresiones marcadas por la hegemonía del género masculino.

En este escenario, las generaciones jóvenes se desenvuelven con gran naturalidad, utilizando la interacción en la Web para la conformación/consolidación de relaciones interpersonales, la reafirmación de identidades y las manifestaciones relativas a sus quehaceres cotidianos. Pues bien, en este contexto los estereotipos y la violencia de género parecen abrirse paso para dar continuidad a su imperio.

Las reflexiones aquí depositadas derivan de un proceso metodológico de análisis documental, el cual forma parte del desarrollo teórico del trabajo de investigación doctoral titulado "Comprensión del Impacto que los hábitos de consumo de Redes Sociales tienen en la (No) Perpetuación de Violencia -Simbólica- de Género en adolescentes de la Región de Los Ríos". El trabajo recoge y entrelaza teorías de autores centrales para el estudio en curso.

 

2. Jóvenes en la Sociedad Red

Para comprender las dinámicas de las redes sociales, empezaremos considerando que éstas se circunscriben en la sociedad del conocimiento, la cual, en palabras de Manuel Castells, remite a un nuevo paradigma tecnológico, donde Internet surge no como una simple tecnología, sino como una producción cultural, que se presenta en distintas capas: la universitaria (cultura de la investigación por la investigación); la hacker (la pasión de innovar y crear); las formas culturales alternativas (gente insatisfecha con la sociedad actual que encuentra en Internet formas alternativas de vivir) y la cultura empresarial (representada por empresarios sin aversión al riesgo y con gran capacidad para innovar) (Castells, 2002).

Situándonos en este entramado, proyectado por Castells hace casi 15 años, hoy podemos atestiguar la masividad en el uso de las herramientas que otorga la Web. Al tercer trimestre de 2015, la Red Social Facebook1 contaba con más de 1.550 millones de usuarios a nivel mundial. Esta red social, al igual que Twitter, Instagram, entre otras, debe su popularidad a las herramientas que entrega para que sus usuarios generen y compartan contenidos afines, refuercen lazos sociales ya existentes, conecten con personas nuevas, desplieguen sus intereses de forma anónima, valoren información, entre otras (Schneider, Feldmann, Krishnamurthy & Willinger, 2009).

Datos como estos confirman que Internet se ha convertido en un espacio preferencial para desarrollar distintas habilidades de socialización -ejemplo de ello es que hoy la principal motivación de gran parte de los usuarios de la Web es la creación de contactos (Kadushin, 2013) y que precisamente son las redes sociales los medios que ayudan a aumentar el capital social de los y las jóvenes (Ellison, Steinfield & Lampe, 2007).

La habitualidad con la que hoy vemos a jóvenes y adolescentes conectados es impactante, se estima que un 75% de los usuarios de Internet menores de 25 años cuentan con un perfil en alguna red social (Lenhart en Dueñas, Pontón, Belzunegui & Pastor, 2016). Desde el surgimiento de Fotolog (plataforma donde cada usuario exhibía fotografías personales seguidas de comentarios) el camino ha sido sin retorno. Cada vez es mayor el tiempo que las personas parecen dedicar a la conectividad, la cotidianeidad se deja expuesta en las redes sociales, en aplicaciones de mensajería instantánea, esperando la respuesta y valoración de esa otra realidad que ha cobrado un rol trascendental:

    Precisamente, la seducción que sienten los más jóvenes por las redes sociales virtuales puede atribuirse a que satisfacen las necesidades de comunicación, de contacto de manera inmediata, sin esfuerzo y de forma divertida. Simultáneamente, las redes virtuales son una excelente herramienta para aquellos que quieren darse a conocer y ser reconocidos. Así́, tal y como sucede con el teléfono móvil, muchos jóvenes piensan que estar en una red es imprescindible para mantener una vida social plena (Espinar & González, 2009, p. 103).

En la misma línea, Dueñas et al. (2016) plantea que la Web 2.0 se presenta como un lugar de socialización necesario para los y las jóvenes, pues se han vuelto escenarios de relación en los que insertarse, edificar la identidad y representarse a sí mismos, compartir temas comunes y hacerse de habilidades para la evolución individual y social. Frente a dicha realidad, es preciso reparar en cómo la conformación identitaria y el establecimiento de relaciones son procesos que se reconstruyen en el paisaje virtual, acarreando nuevas características en los modos de socialización.

A este respecto, Espinar y González sostienen que, entre las posibilidades que las redes sociales brindan a sus usuarios, destacan dos actividades especialmente comunes: "la primera, "colgar" fotos, compartirlas y comentarlas con los amigos y, la segunda, usar la red como medio de comunicación, de forma directa, mediante mensajes personales o, indirecta, a través de mensajes públicos" (Espinar & González, 2009, p. 101). Ambas tendencias denotan actividades cotidianas que hacen relación con la búsqueda de integración y aprobación social. Si reparamos en la habitual publicación de fotografías por los y las adolescentes, podemos además identificar un primer indicio de buscar validación entre sus pares a través de la objetivización del cuerpo, respondiendo a los cánones estéticos establecidos por la sociedad patriarcal.

La conformación de este paisaje nos hace reflexionar acerca de la repercusión que las nuevas maneras de comunicación tienen en la formación de las nuevas generaciones, quienes no conciben su vida -íntima y social- sin la presencia de las redes sociales. En este sentido, Martucelli (en Dueñas et al., 2016) afirma que Internet cumple un rol trascendental en el proceso de individuación de los sujetos, situación que puede intervenir parcialmente en la formación de adolescentes y jóvenes, quienes comunican, sienten y viven sus relaciones interpersonales a través de Internet, dejando en un plano complementario la comunicación física (Castells, 2001).

En este contexto, y para comprender la influencia de la comunicación digitalizada en los y las jóvenes de hoy, repararemos en los mecanismos a través de los cuales se forma la identidad y en los elementos que influyen en dicho período, donde las personas se encuentran especialmente vulnerables a los paradigmas políticos, económicos e históricos, los que valiéndose de la eficacia de Internet como medio masivo de comunicación, pueden llegar a ser altamente riesgosos o ventajosos dependiendo del uso que se les dé.

 

3. Identidad y adolescencia en la Sociedad Red

El que la tecnología signifique un bien de primera necesidad para los y las jóvenes de hoy (Fundación Telefónica, 2010) cobra especial trascendencia a la hora de pensar en cómo se construye la identidad con la drástica influencia de las experiencias vividas en la Red y, más específicamente, en las redes sociales.

Podemos pensar la adolescencia como una etapa de carácter cultural-cognitiva, fruto de una construcción social, donde las personas evolucionan de acuerdo con los cambios que experimenta su cultura. Se trata de una etapa dinámica-evolutiva, pues intervienen "(...) elementos culturales que varían a lo largo del tiempo, de una sociedad a otra y, dentro de una misma sociedad, de un grupo a otro" (Dávila, 2002, p. 92).

Para Dávila, los conceptos de adolescencia y juventud se relacionan con una construcción social, histórica, cultural y relacional, "que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido adquiriendo denotaciones y delimitaciones diferentes" (Dávila, 2002, p. 87). Así, las generaciones nativas adquieren rasgos propios de la sociedad y la cultura en que se encuentran inmersas, contexto en el que Chile se destaca por una lógica de libre mercado, donde el consumo de tecnologías es muy frecuente y accesible.

En este escenario, irrumpido por espacios y mecanismos de comunicación digitales y reproductor de rasgos patriarcales en sus lógicas relacionales, podemos abordar la construcción de identidad como uno de los fenómenos más trascendentales que puede vivenciar una persona. A partir de las teorías desarrolladas en el campo de la psicología, la identidad se ha entendido como el sentido personal de ser uno mismo a lo largo del tiempo y, a su vez, poder diferenciarse de los otros. Sin embargo, la definición de un término tan complejo ha sufrido constantes modificaciones. Dicho concepto se presenta como una paradoja al contemplar la idea de singularidad, al mismo tiempo que alude a la homogeneidad que permite a una persona ubicarse como parte de un grupo de referencia.

Concretamente en lo que al género respecta, la definición social de lo que significa ser hombre y ser mujer proviene de los estereotipos que la cultura patriarcal ha construido y cuya carga de violencia simbólica es absoluta (Bourdieu, 1998 y 2002). Estos encasillamientos utilizan la ventaja de su hegemonía para desparramarse con impresionante fuerza y rapidez entre grupos de pares, traspasando y reproduciendo las inequidades, perpetuando la díada sumisión/ dominación entre las nuevas generaciones, que buscan encajar entre sus más cercanos (mediante la homologación) y paralelamente buscan destacarse valiéndose de múltiples mecanismos violentos, pero socialmente aceptados.

De este modo, el proceso de desarrollo identitario incluye dos polos principales: a) la individualidad, alcanzada por reconocerse como una persona única y diferente al resto y b) el constructo social, que considera la interiorización de las normas sociales que permiten al reconocerse en una categoría específica de personas, pertenecientes a un grupo determinado.

En una mirada sociológica, se afirma que la identidad es un sistema central de significados de una personalidad individual que orienta de manera normativa y da sentido a la acción de las personas. Dichos significados nacen como producto de la interiorización de valores, normas y códigos culturales consensuados y compartidos por un sistema social. Por eso, la definición que una persona hace de sí misma no surge únicamente de su interacción cotidiana (cómo se observa y cómo actúa), sino de todos los aspectos que cultural y socialmente es capaz de interiorizar (Parsons, 1968a, en Rocha, 2009).

En este sentido la cultura se vuelve un factor trascendental en el desarrollo identitario, donde la construcción de una autodefinición está determinada por el carácter histórico-social. Es así como un sujeto llega a definirse/concebirse a sí mismo, cuestión que está supeditada a las condiciones socioculturales de una época determinada y que se encuentran, en este caso, marcadas por sistemas machistas. Ahora bien, tomando en cuenta las consideraciones anteriores, es posible adentrarse en la conceptualización y desarrollo de la identidad de género, la cual se erige como trascendental en el desarrollo individual y social de las personas en tanto se forja en el entramado de un cuerpo biológicamente definido y un conjunto de valores y significaciones en torno a éste.

Trew y Kremer (1998) dan a conocer varias aproximaciones asociadas al estudio del constructo de género e identidad, cuyos resultados han confirmado la conformación de este tipo de identidad dependería de diversas variables simultáneas. De este modo, los autores dividen las aproximaciones de la siguiente manera (a) aproximaciones multifactoriales, que consideran la identidad de género como una autocategorización en un constructo multifacético que incluye rasgos de personalidad, actitudes y percepciones de sí mismo; (b) aproximaciones esquemáticas que consideran la formación y el desarrollo del género como un esquema que permite la categorización del sí mismo; (c) aproximaciones de identidad social que consideran el género como la pertenencia a un grupo social y con una identidad colectiva, y (d) aproximaciones autoconstructivas, que consideran que los auto conceptos de ser hombres y mujeres difieren en contenido, estructura y función (Trew & Kremer, 1998 en Rocha, 2009).

Algunas perspectivas integradoras (Rossan, 1987) se refieren a la identidad global, definiéndola como un conglomerado complejo y parcialmente integrado de actitudes que alguien tiene sobre sí mismo. Así, según la autora, la identidad estaría conformada por sub identidades, que surgirían como producto de los roles que las personas juegan en la sociedad y se modifican en función del contexto y el período de vida.

De este modo la sociedad, los estereotipos, las experiencias personales y sociales, las expectativas se visibilizan como variables trascendentes en la construcción de la identidad de género, por lo que dicho proceso puede ser entendido como un fenómeno complejo, cambiante y compuesto por múltiples factores, que involucran variables culturales, sociales y personales. Pues bien, mientras la cultura actual esté empapada de comportamientos hegemónicos, podemos asumir que -ya sea en las experiencias virtuales o en las análogas- los jóvenes están condenados a que el patriarcado invada sus identidades, siendo necesario un trabajo de concientización que desnaturalice y visibilice todos los vicios del sistema social histórico y actual.

En este sentido la sociedad tiene pendientes desafíos tan trascendentales como guiar a las nuevas generaciones hacia una postura crítica -al menos- frente al contenido que cotidianamente consumen y construyen a través de las redes sociales, de lo contrario fenómenos como las expectativas impuestas por los estereotipos de género, los mitos que aglomera el amor romántico y las conductas violentas normalizadas por la hegemonía patriarcal continuarán su círculo de legitimización, situación que analizaremos en el siguiente tópico.

 

4. Género en las redes sociales

Para dar paso a la comprensión de las experiencias virtuales desde la perspectiva de género, primeramente es necesario destacar que dicho concepto se erige como el producto de una construcción sociohistórica, que poco tiene que ver con las condiciones biológicas de una persona, y que establece diferencias jerárquicas entre hombres y mujeres, diferencias que a través del tiempo han sido naturalizadas y legitimadas por distintos órdenes sociales basados en la jerarquía patriarcal.

El escenario de dominación paternal se expresa en el espacio privado, social y político donde la figura masculina se impone a la de la mujer, acaparando las estructuras de poder y subordinando al rol femenino en instancias que van desde el núcleo familiar hasta las instituciones gubernamentales y los procesos políticos. En este sentido, se pueden comprender dos ámbitos de acción y producción simbólica separadas e independientes entre sí. "Una, la pública, es reservada a los varones para el ejercicio del poder político, social, del saber, económico, etc.; y la otra es para las mujeres quienes asumen subordinadamente el rol de esposas y madres" (Facio, 1999, p. 6).

A partir de allí se establece una relación de tensión permanente entre hombres y mujeres, donde los primeros instituyen pactos simbólicos para perpetuar su dominio sobre lo público, mientras que las segundas continuarían siendo relegadas a lo privado, al rol principal de la reproducción y la sumisión: "

    (...) el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo- políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia" (Fontenla, 2008, p. 3).

Lo anterior resulta especialmente relevante pues consideramos que las directrices que caracterizan a nuestra sociocultura -en relación a las estructuras dominantes y las relaciones de poder- pueden ser plasmadas en las relaciones interpersonales desarrolladas en la Web, espacio que según Puente, Fernández, Sequeiros y López utilizan 9 de cada 10 jóvenes, quienes tienen como motivaciones primordiales el mantener contacto con amigos, compartir prácticas y hacer planes con ellos/as (Puente, Fernández, Sequeiros & López, 2015). De esta forma, podemos suponer que la popularidad en el uso de esta plataforma conduce a la reproducción de estereotipos de género, y podríamos encontrar el surgimiento de ideas contrarias a las corrientes tradicionales. Dicha situación se daría gracias al gran impacto que las redes sociales tienen en la socialización y particularmente en la socialización de género (Gómez, 2010, Huffaker & Calvert, 2005, Bortee, 2005, Thelwall, 2008, en Dueñas et al., 2016, p. 69).

Según esta moción, analizamos algunos aspectos de teorías del género y los estudios preocupados de la dominación bajo la figura de la violencia simbólica, paradigma que nos permite comprender cómo se ha naturalizado y legitimado un modelo social basado en la desigualdad y el sometimiento; procesos que llevan consigo cargas hegemónicas tan potentes, que han pasado a formar parte del inconsciente de las personas.

    Para Bourdieu, la violencia simbólica es una suerte de intimidación socialmente permitida que busca instalar un grupo determinado de significaciones y que se puede aplicar sólo sobre sujetos cognoscentes, "(...) pero cuyos actos de conocimiento, por parciales y falseados, contienen el reconocimiento tácito de la dominación implicada en el desconocimiento de los verdaderos fundamentos de la dominación" (Bourdieu, 2002, p. 22). Se refiere a un poder simbólico amparado en las prácticas establecidas por nuestras sociedades, capaz de establecer orden y realidades, pues "(...) los símbolos son los instrumentos por excelencia de la 'integración social': en cuanto instrumento de conocimiento y de comunicación (...) hacen posible el consenso sobre el sentido del mundo social..." (Bourdieu, 2000b, p. 67-68).

Este tipo de violencia teorizada por Bourdieu se convierte en una de las más riesgosas, puesto que llevado al campo de la dominación patriarcal, permite la reproducción histórica de modelos de acoso, donde sutilmente se relega y se somete a la mujer al espacio de la maternidad, de la normativa heterosexual, de lo privado, al dominio sobre su cuerpo. Expresiones normalizadas como la valoración del cuerpo en tanto objeto de deseo, el control de los horarios de llegada a través del teléfono móvil, el no derecho a decidir sobre el propio cuerpo cuando se habla de abortar, el cobro extra del sistema de salud por ser mujer, la inequidad salarial, la sexualidad reprimida, entre muchas otras, son situaciones que día a día podemos atestiguar y que nos demuestran la eficacia con la que la violencia simbólica -y a veces no tanto- se infiltra en nuestra sociedad.

 

5. Género: nociones sobre violencia simbólica y explícita

Desde su génesis (Rubin, 1975), la teoría de género se enfocó en establecer distinciones entre sexo y género, comprendiendo al primero como una condición biológica expresada a través de los sistemas hormonales y los órganos genitales; en tanto el segundo se vinculó a los procesos y las conductas sociales que crean y mantienen las diferencias entre lo femenino y lo masculino. El surgimiento de este tipo de investigaciones permitió cuestionar los roles asociados a cada sexo en su entorno social, entendiéndolos como conductas artificiales que se construyen bajo la sombra del dominio masculino.

A este respecto, autores como Bourdieu (2000a) y Rodríguez (2004) confirman la predominancia del poder masculino en la sociedad como herencia del sistema patriarcal, significando a los grupos subordinados - principalmente a las mujeres, los niños y las niñas- como objetos sumisos, dispuestos a normalizar comportamientos paradójicos que guardan implícitas declaraciones de violencia y abuso.

Es así como hemos pasado de una violencia definida a priori, por nuestra condición sexual, a la violencia generada por los estereotipos socioculturales. El rol actual de la violencia es el de reforzar y reproducir el sistema de desigualdad sexual (de Miguel, 2005). No necesitamos vivir o presenciar un abuso directo, pues -aunque a nuestros ojos sea extraordinariamente invisible- somos víctimas constantes de lo que Bourdieu llamó violencia simbólica, una violencia amortiguada e insensible, perpetrada a través de canales puramente simbólicos de la comunicación y del (des)conocimiento (Rodríguez, 2004). En este sentido Vázquez & Castro aseguran que las mujeres se ven enfrentadas a barreras legitimadas para poder superar la violencia de la que son víctimas, pues:

    "(...) además del miedo, están las normas de género inculcadas desde la niñez, que incentivan el sometimiento femenino: la creencia de que el amor "lo puede todo", el valor asociado con la virginidad, y el sentimiento de culpa al perderla, que sin duda contribuyen a que una relación violenta se prolongue a lo largo del tiempo." (Vázquez & Castro, 2008, p. 734).

Con lo anterior, la historia patriarcal se transforma en una "segunda naturaleza" y, acto seguido, la arbitrariedad cultural en natural. Desde que nacemos, la cultura nos impone normas y comportamientos propios del sexo y la condición con el que llegamos al mundo (Butler, 2006). Desde ese momento, comienza una nueva reproducción de reglas comportamentales no equitativas. A partir de ese instante, cada género emprende la carga de una mochila que lleva implícitas infinitas directrices propias de la violencia y la inequidad. Lo que, de alguna manera y en el seno de las sociedades disciplinarias, Michel Foucault diferencia entre sexo y sexualidad, pues esta última es un dispositivo de poder que estereotipa y sataniza al sexo en su sentido más lato: "La sexualidad es algo que nosotros mismos creamos (...) Debemos comprender que con nuestros deseos, y a través de ellos, se instauran nuevas formas de creación. El sexo no es una fatalidad, es una posibilidad de acceder a una vida creadora" (Foucault, 1999, p. 417).

Refiriéndose a la perspectiva androcéntrica de la sociedad, Pierre Bourdieu (1998) señala que ésta se establece como imparcial, la que sustentada en la división sexual, no tiene necesidad de legitimarse a través de los discursos. "Se atribuye un simbolismo a los distintos sexos, simbolismo que es percibido casi como natural, pero, en cambio, es algo que proviene de una construcción social" (Blanco, 2014, p. 4).

El sistema de género hace posible la comprensión de un modelo de sociedad donde las disimilitudes biológicas entre hombres y mujeres se proyectan como desigualdades en lo social, político o económico, siendo las mujeres las más desfavorecidas (Rubin, 1975). Los elementos mencionados contribuyen a la edificación de estructuras universales que organizan los comportamientos humanos y las prácticas socioculturales en torno a la diferenciación entre hombres y mujeres (Bourdieu, 2000a) y terminan por configurar dos clases de personas: las mujeres, que se han desarrollado como tales debido a que tienen una concepción compartida y consensuada de lo que implica ser una mujer, y los hombres, que se expresan como tales bajo el mismo prisma. Ejemplo de ello es que actualmente la sociedad tiende a enfatizar la autoridad, la autonomía y la autosuficiencia como elementos característicos de la masculinidad hegemónica, mientras que la feminidad idealizada se relaciona a la satisfacción de las necesidades y los deseos de los hombres (Connell, 1995).

Las raíces que sostienen las diferencias históricamente construidas en torno a los estereotipos de género pueden ser comprendidas a partir del modelo patriarcal sobre el cual se ha formado nuestra cultura. Las esferas políticas, económicas y sociales esconden largas tradiciones machistas, habitus que han relegado al rol de la mujer hacia lo menos significante de la escala social. En este sentido, Simone de Beauvoir pensaba que la educación de las mujeres es completamente diferente a la de los hombres, pues está dirigida a la subordinación y a un estado permanente de inmanencia, evidenciando la presencia de atributos tradicionalmente femeninos como el pudor, el orgullo o la extrema delicadeza que en palabras de la autora, son -en cierto sentido- defectos adquiridos en su socialización, que nacen fruto de la dependencia adquirida" (Beauvoir, 1999). La feminidad a la que se relega a las mujeres se proyecta desde los tiempos de Beauvoir hasta nuestra época, donde las nuevas generaciones se expresan en las redes sociales con notoria influencia de sus respectivos estereotipos de género, produciendo:

    "(...) autopresentaciones altamente sexualizadas, tanto a través de los alias como mediante las imágenes. Por una parte, los alias reflejan un patrón de roles sexuales activos/pasivos en función del género, en el que los chicos indican lo que pueden hacer a las chicas (conforme a los modelos tradicionales de atracción). Por otra, y mediante las fotografías, los chicos se retratan en poses activas, dando especial importancia a partes del cuerpo que transmiten fuerza (torso, músculos), mientras que las chicas focalizan en la belleza y la intimidad, a través del escote, las piernas, los labios, la espalda o los hombros" (Puente et al., 2015, p. 165).

Así, la dominación masculina deja ver la necesidad de mirar más allá de lo aparente, pues si bien hoy somos capaces de reconocer las marcas explícitas de violencia entre géneros que nos ha heredado la cultura patriarcal, también se da una violencia invisible, intrincada en las estructuras y en los inconscientes. Este tipo de violencia amenaza con la misma fuerza que aquella de fácil reconocimiento, pues nace en la base de nuestras estructuras sociales, aprendemos a legitimarla desde que nacemos y, por eso, es casi imposible de percibir. A este respecto Vázquez y Castro recuerdan la importancia de interesarse por la manera en que la sociedad nos enseña a legitimarnos como hombres y mujeres, pues estudiar este fenómeno -sobre todo en la juventud- permite analizar:

    la génesis de las desigualdades en las relaciones de pareja, las formas en que se ponen en práctica las diversas desde la infancia, así como el grado en que los adolescentes y las adolescentes están dispuestos o dispuestas a jugar con estas reglas de género (Vázquez & Castro, 2008, p. 716).

Surge entonces el fenómeno de los juegos de poder, donde el hombre naturalmente tiene ventaja intelectual, física, emocional, política, económica y social en tanto la mujer debiera encontrar su realización personal satisfaciendo las expectativas del hombre. Si bien actualmente podemos ver aminoradas algunas brechas de género, aún existen infinitos modos de ejercer la violencia "entre líneas". Es por ello que Bourdieu destaca la necesidad de hacer explícitos los valores antes mencionados, para que -una vez descubiertos- sea posible intentar derribar aquella violencia simbólica:

    (...) violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento o, en último término, del sentimiento" (Bourdieu, 1998, p. 12).

La poca conciencia sobre el fenómeno descrito por el autor se ejemplifica en casos en los que los jóvenes no reparan en los factores contextuales que anteceden a episodios de violencia, a pesar de que:

    (...) los principales factores que inciden en las conductas violentas, son de carácter social. Dichos factores no suelen ser tomados en cuenta cuando se trata de definir la violencia, centrándose más en las manifestaciones y en las consecuencias que en los factores reinantes en una sociedad que pueden influenciar la aparición de estos fenómenos (García- Villanueva, De la Rosa-Acosta & Castillo-Valdés, 2012, p. 507).

En esta línea, Bourdieu señala que los logros alcanzados por los movimientos feministas no consiguen llegar al problema de base o de fondo, y es que la sociedad patriarcal se perpetúa gracias a su accionar por medio de diversos mecanismos simbólicos:

    Si en el pasado las mujeres eran explícitamente concebidas como inferiores, y no había problema en contraponer, por ejemplo, una supuesta inteligencia masculina frente a una supuesta carencia intelectual en las mujeres, en la actualidad, este desprecio abierto, despreocupado, de lo femenino se presenta como políticamente incorrecto, de lo que se deriva que ese mismo desprecio haya de filtrarse de manera disimulada por medio de mecanismos implícitos. El resultado es que los valores androcéntricos se perpetúan de una forma o de otra (Acosta, 2012, p. 250).

Pues bien, la cosificación de la mujer, el sometimiento de su cuerpo, la hipersexualización de niñas a temprana edad, los acosos verbales, psicológicos, físicos y cibernéticos, la menor paga salarial, las dificultades en las coberturas de salud, la violencia obstétrica, la validación de las adolescentes basada en la estética, entre muchas otras expresiones culturales, son modos de violencia establecidos por la dominación masculina, fenómeno que busca ser erradicado por los movimientos feministas.

 

6. Las redes sociales como espacio para la (contra) hegemonía de género

Derivado de lo anterior, podemos suponer entonces que los rasgos patriarcales pueden traspasar a los nuevos espacios comunicativos, por lo que la Internet se presentaría como un universo interaccional donde los ejercicios de violencia intergénero pueden ejercerse continuamente, o bien donde se pueden visibilizar los mecanismos simbólicos que atentan contra la igualdad. Esto pues la Web ya no sólo se presenta como un elemento material o como una finalidad en sí misma, sino que representa:

    (...) un espacio simbólico con capacidad mediadora y transversal a multitud de espacios, tiempos, relaciones, instituciones y relaciones que conforman nuestra cotidianidad. Esta pluralidad permite que otros significados operen de manera paradigmática con el concepto Internet (Puente et al., 2015, pp. 156- 157).

En este sentido es interesante preguntarse si las redes sociales se constituyen como un espacio de formación tan trascendente como la escuela o la familia, donde la dominación masculina se ejerce de manera permanente (Bourdieu, 1998) pues de ser así, Internet sería una plataforma donde dicha hegemonía podría encontrar cortapisas o bien continuar su histórico legado. A este respecto, Bourdieu concuerda con dicha hipótesis al referirse a los medios socializadores, pues Internet -en tanto agente socializador- puede mantener el status quo del machismo, logrando la permanencia del estado de subordinación femenina. Releyendo a Bourdieu, así lo sintetiza Acosta:

    "(...) Ocurre entonces que por medio de la violencia simbólica, en un nivel inconsciente, se expulsa a las mujeres de las posiciones de autoridad y de credibilidad, se las ridiculiza abiertamente y, como consecuencia, sus reivindicaciones quedan reducidas a meros caprichos o pataletas infantiles. Y es de forma inercial como luego cada cual tiende a realizar todos aquellos actos propios asignados al género por medio del llamado efecto Pigmalión, esto es, mujeres y hombres actuarán en base a lo que socialmente se espera de ellas y de ellos" (Acosta, 2012, pp. 261-262).

De este modo, el patriarcado y sus intrínsecos modos de agresión se inmiscuirían en la sociedad de la información, sirviéndose de las tecnologías y aplicaciones para depositar sus expresiones. El modo en que los y las jóvenes vivencian sus relaciones interpersonales en las redes sociales es mediada por la tradición machista, por el concepto de amor romántico que se abre paso en la Red y que deja ver precisamente aquellas diferencias de las que Pierre Bourdieu advertía.

Las repercusiones de este modo de concebir las relaciones amorosas han sido de tal trascendencia en la perpetuación del dominio masculino, que fueron denunciadas por las teorías feministas durante el siglo XX, esto debido al rol social ejercido por el amor romántico, en tanto herramienta de dominación y de sumisión interpersonal, de control sociocultural y de disciplinamiento patriarcal para influir y construir las emociones y los sentimientos de las personas, especialmente las mujeres. Dicho paradigma se presenta como la base de gran parte de las expresiones de violencia y micromachismos (Bonino, 2004)2 que los y las jóvenes de hoy están reproduciendo dentro y fuera de la Web.

Con este panorama, las mujeres -niñas, adolescentes y jóvenes- encuentran su satisfacción personal en la satisfacción del otro, en la entrega total, en un amor demostrado pasionalmente, en la despersonalización y la pérdida de la privacidad, en la aceptación del control y los celos, pues la permanencia de la relación justifica cualquier conducta. Es así como desde su infancia se enseña a las personas a sentir y actuar bajo los papeles del dominante y el dominado, poniendo -en el caso de la mujer- el cuerpo y las emociones al servicio de la sumisión y en el caso del hombre cumpliendo el rol de la fortaleza emocional, física, intelectual y política.

A este respecto, Blanco señala que fenómenos como la serie Violetta o la Saga Crepúsculo3 perpetúan y legitiman los mitos del amor romántico, donde "de formas más o menos explícitas se potencian los tópicos sexistas, se erotizan la sumisión y entrega de la mujer, a la vez que se potencia la agresividad y dominio en el hombre" (Blanco, 2014, p. 14).

En Internet, el paisaje parece reflejar fielmente la realidad e inclusive exacerbar ciertas conductas, pues la conectividad permanente da cabida a conductas como el control, la intromisión en la privacidad, el acoso, la violencia psicológica y las amenazas que de ella forma parte. Así, micromachismos como "por qué tienes de amigo/a a tu ex", "con quién estás hablando", "dame tu clave de Facebook", "por qué estas conectado/a a esta hora" y expresiones de violencia explícita como los mensajes públicos denostando al otro -o mensajes directos con carga de violencia explícita- perpetúan el modelo de dominación hegemónica que afecta a los géneros:

    "Las personas que ejercen la violencia a través de las redes sociales, y en general en Internet, se sirven del anonimato, la rapidez y el contenido personal que se aloja en estas 'comunidades red' (fotos, vídeos, datos personales como teléfono, email, ciudad, etc.) para extorsionar, amenazar o burlarse de sus víctimas con tan solo pulsar una tecla y sin que nadie les haya podido ver" (Blanco, 2014, p. 16).

En este sentido, un estudio preocupado por conocer el comportamiento de los y las jóvenes en Internet (Estébanez, 2012) confirmó que entre hombres y mujeres hay una diferencia significativa en la percepción de necesidad de límites, pues ellas tienden a confundir un comportamiento de control como un signo de amor, y no de control en sí mismo, lo que se puede transformar en la antesala para fenómenos de violencia más explícita:

    (...) Y en algunas ocasiones se pasa de un comportamiento controlador, a la ejecución de violencia virtual mientras se mantiene la pareja, como humillaciones públicas (publicación de fotos humillantes, o de comentarios que intentan ridiculizarla), y amenazas ("si me dejas, voy a publicar las fotos que tú y yo sabemos"), que cuando la relación termina se manifiestan en realidad mediante la publicación de fotos íntimas o vídeos íntimos en su red social, o el acoso virtual (mandarle mensajes constantes a través de las redes sociales a pesar de que ella no contesta, o seguir insistiendo en todas sus redes) (Estébanez, 2012, p. 4).
En otro estudio preocupado por los comportamientos de los adolescentes en la red se pudo observar que:

    ...cerca del 30% de la población estudiada declaró controlar a su pareja o ser controlados/as en relación a quien les agrega o habla a través de las redes sociales, los mensajes que llegan a Whatsapp y las fotografías que tienen en sus teléfonos, dándose la tendencia de ser mutuo entre los integrantes de la pareja (aunque no tiene por qué ser mutuo, hemos visto que generalmente se da esta tendencia) (...) Así también el 20% de las mujeres y el 30% de los hombres declararon haber sido objeto de algún tipo de amenaza, insulto o humillación a través de las redes sociales" (Blanco, 2014, pp. 12-14).

Es así como los y las adolescentes pueden llegar a cimentar una relación opresiva donde "el control que se ejerza sobre la pareja se justifique por el sentimiento amoroso" (González & Santana, 2001 en Estébanez, 2010, p. 49). En el escenario previamente descrito -donde las desigualdades y tipos de violencia están socialmente legitimados- se puede explicar en parte por la plena presencia y validez que tiene el discurso del amor romántico entre la juventud. Mitos como el de la mujer perfecta a toda hora, hipersexualizada, la realización personal con el hallazgo del "amor verdadero", la premisa de que el amor verdadero lo puede todo, los celos como muestra de amor, entre otros vicios de las relaciones patriarcales se presentan como una tendencia mayoritaria, sobre todo en la primera etapa de la adolescencia (Blanco, 2014).

Pues bien, dicha concepción -errónea y desigualitaria- donde el control a la otra persona es considerado como una muestra de amor, puede constituir el primer eslabón de la violencia de género, pasando completamente desapercibido para sus participantes.

De esta forma, podemos ver cómo se "digitalizan" los mecanismos de control, las situaciones violentas o intimidatorias. Esta violencia "virtual", más tenue y que pasa más desapercibida -bajo los mecanismos simbólicos postulados en la perspectiva de Bourdieu- se convierte en un pie forzado que potencialmente puede hacerse presente las 24 horas del día a través de las redes sociales.

Sin embargo, los jóvenes parecen no darse cuenta de que todas estas conductas no son más que expresiones de violencia simbólica, pues, como observó Estébanez en su estudio, los y las adolescentes tienden a negar y justificar las situaciones de violencia:

    ...siendo éste el principal argumento de las jóvenes para quitar importancia a la gravedad de conductas de sus novios: 'Si no le haces caso, no es violencia', al tiempo que se normalizaban conductas de control y celos en base a la habitualidad (Estébanez, 2012, p. 2).

Si bien la sociedad ha avanzado en el derribar unas cuantas inequidades de género -las más básicas y notorias, por cierto- aún persisten las asimetrías más difíciles de superar, pues, como indica Bourdieu, no basta con hacernos conscientes sobre los mecanismos y las conductas de violencia simbólica que observamos y experimentamos a diario, ya que este tipo de hegemonía es increíblemente difícil de erradicar. Es por ello que se requiere de la creación de estrategias que, con la misma tenacidad y efectividad, logren cambiar el orden sociocultural acostumbrado, partiendo desde el modo en que están pensadas y organizadas las grandes estructuras políticas y llegando hasta aquellas microconductas machistas que llevamos arraigadas en el inconsciente.

En este tejido social, Internet se presenta como un espacio idóneo para -al menos- comenzar a transparentar y masificar una reflexión acerca de las penurias que el patriarcado trae consigo, para dar pie a la transformación. Si bien los y las jóvenes -llamados nativos y nativas digitales- en su gran mayoría parecen reproducir el sistema hasta ahora establecido, e incluso exacerbarlo en la Web, no podemos desconocer el potencial que este escenario tiene para hacer posible la reformulación de ideologías tendientes a la equidad relacional intergénero.

 

7. Reflexiones finales

Al igual como ha sucedido a lo largo de la historia, los nuevos espacios comunicativos - ahora digitales- se presentan como escenarios donde las expresiones violentas siguen teniendo cabida. El eficaz efecto masificador y descontrolado que tiene Internet logra que éste se transforme en un medio idóneo para perpetuar la hegemonía de género.

Este fenómeno se da porque los estereotipos sexuales y la violencia simbólica entre hombres y mujeres están imbricados en las raíces que sustentan los pilares de la sociedad, en la escuela, en la casa, en el supermercado, en el sistema de salud, en la calle, en la publicidad, en la televisión, en la radio, en los colores, en la vida en sí misma. Si bien la Web se presenta como una oportunidad democratizadora, que abre y facilita los debates para visibilizar los vicios patriarcales, parece no ser suficiente para generar un cambio en la sociocultura.

Debemos reconocer que se ha avanzado en la inequidad de género, sin embargo -como postuló Bourdieu, Simone de Beauvoir, Kate Millet, entre otras- es necesario ir más allá de lo aparente. Urge modificar los actuares cotidianos, la forma de pensar las relaciones, los mecanismos bajo los que se expresa el amor, pues al día de hoy, dichas costumbres matan cada día a cientos de personas, muchas de ellas mujeres, pero también otros tantos -no menos relevante- que no se identifican con las normas legitimadas binariamente para cada género.

Nos encontramos frente a la necesidad de elaborar estrategias simbólicas capaces de transformar los mecanismos de inequidad social, de imponer formas de organización y de acción colectivas capaces de quebrantar las instituciones, estatales y jurídicas, que contribuyen a eternizar dicha situación, pues:

    (...) una aprehensión realmente relacional de la relación de dominación entre los hombres y las mujeres tal como se estableció en el conjunto de los espacios y subespacios sociales, es decir no únicamente en la familia sino también en el universo escolar , en el mundo del trabajo, en el universo burocrático y en el ámbito mediático, conduce a derribar la imagen fantasmal de un 'eterno femenino', para resaltar con mayor claridad la persistencia de la estructura de la relación de dominación entre los hombres y las mujeres, que se mantiene más allá de las diferencias sustanciales de condición relacionadas con los momentos de la historia y con las posiciones del espacio social (Bourdieu, 1998, pp. 126- 127).

Es una tarea difícil que, de comenzar a superarse, probablemente visibilice sus frutos en la vida de nuestros nietos, sin embargo para poder llegar a ser testigo de esa realidad, las nuevas maneras de comunicarse deben ser mejor aprovechadas como canales vehiculizadores de expresiones con nuevos sentidos, tendientes hacia el respeto por el otro, la confianza, el

despojamiento del afán de control, hacia la equidad de género.

Si el lenguaje puede crear realidades, la comunicación debe poder entonces generar las fracturas necesarias para desfigurar los roles de género hasta ahora conocidos. Los celos, el control, la cosificación de la mujer, la hipersexualización de las niñas, la presión sobre los varones en su fortaleza y virilidad, son todos vicios que las nuevas generaciones debieran aprender a reconocer y, en un esfuerzo posterior, desechar de sus modos de relacionarse, de ser en el mundo.

No obstante, hasta hoy el derrotero nos muestra que en la cultura digital, la violencia de género se reformula, adoptando nuevos modos de expresión, pero debido a su naturalización, sigue estando presente en el día a día. Una vez más podemos atestiguar que se trata de una violencia que está desparramada por todas las áreas de nuestra sociedad, a veces con mayor claridad y a veces transparente, imperceptible a nuestros ojos.

Si bien el contexto no parece muy alentador, Internet, las redes sociales -y todas las nuevas realidades comunicativas que viven los y las jóvenes- deben ser aprovechadas para aportar a un cambio de paradigma. Pues bien, será labor de los que somos conscientes, transparentar y concientizar acerca de las infinitas expresiones de violencia naturalizadas, debido a que -al menos- estaremos confrontando a la permanencia del machismo y quizá evitando alguna de las consecuencias tan amargas y nefastas que la violencia de género trae consigo.

 


 

Notas:

* Este artículo de revisión de tema, se presenta como una reflexión analítica que forma parte del desarrollo del entramado teórico correspondiente al trabajo de tesis doctoral "Comprensión del Impacto que los hábitos de consumo de Redes Sociales tienen en la (No)Perpetuación de Violencia -Simbólica- de Género en adolescentes de la Región de Los Ríos", el que comenzó con fecha 24/08/2015 y que actualmente se encuentra en ejecución; además este artículo se presenta como un aporte a CRIC - "Cultural Narratives of Crisis and Renewal". European Union: Horizon-2020, Marie Sklodowska Curie Research and Innovation Staff Exchange (RISE) -{H2020-MSCA-RISE-2014-645666}-. área de conocimiento: Ciencias Sociales, Subárea: Temas especiales.

1 Sobre este tema en particular y sobre la influencias de Facebook en las sociedades contemporáneas, revisar Serrano-Marín (2016).

2 El autor Luis Bonino acuña el concepto de micromachismos para referirse a aquellas maniobras que abusan de la confianza y credibilidad de las mujeres ocultando su verdadero afán de dominio, actuares que son más habituales de lo que puede parecernos a priori y que, en el fondo, se acercan a un tipo de sexismo tradicional que se daba por superado.

3 Series y películas que fueron mundialmente exitosas y donde se plasma explícitamente los procesos propios del mito de amor romántico.

 


 

Lista de referencias

 

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    Referencia para citar este artículo: Flores, P. & Browne, R. (2017). Jóvenes y patriarcado en la sociedad TIC: Una reflexión desde la violencia simbólica de género en redes sociales. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 15(1), pp. 147-160.

 

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