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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

versão impressa ISSN 1692-715Xversão On-line ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.20 no.1 Manizales jan./abr. 2022  Epub 22-Fev-2022

https://doi.org/10.11600/rlcsnj.20.1.4809 

Estudios e Investigaciones

Prácticas espaciales de infancias en edificio de gran altura y densidad habitacional*

Spatial practices of childhood in a high-rise and high-density building

Práticas espaciais da infância em um prédio alto e densamente povoado

Mg. Julián Reyes-Bahamondes1 

Mg. Diana Cornejo-Díaz2 

1 Universidad de las Américas, Chile. Trabajador Social, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Psicología, mención Psicología Social, Universidad Diego Portales. Docente del Centro de Estudios Interdisciplinarios de Infancias y Espacialidades, Universidad de las Américas, Santiago, Chile. 0000-0002-4934-570X. H5: 0. Correos electrónicos: jareyesb@gmail.com; ceiies.udla@gmail.com

2 Universidad de las Américas, Chile. Licenciada en Psicología y magíster en Psicología mención Psicología Clínica, Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente del Centro de Estudios Interdisciplinarios de Infancias y Espacialidades, Universidad de las Américas, Santiago, Chile. 0000-0002-2853-371X. H5: 0. Correos electrónicos: dcornejod@gmail.com; ceiies.udla@gmail.com


Resumen (analítico)

El objetivo del artículo es analizar las prácticas y representaciones espaciales de niños/as residentes de un edificio de gran altura y densidad habitacional del centro de la capital chilena. Con un diseño cualitativo, crítico-etnográfico, y un modelo colaborativo, se contó con la participación de 5 niños/as de 10 a 13 años, y 6 adultos/as de 25 a 55 años, de diversas nacionalidades y tiempos de residencia. El análisis de contenido constató que la composición física y dinámicas relacionales en el edificio, han restringido severamente las posibilidades de despliegue espacial de niños/as residentes en este, contribuyendo a su histórica invisibilización y encierro. A pesar de esto, se encontraron prácticas de resistencia y resignificación del espacio por parte de los niños/as, que crean comunidad en un marco urbano que no la favorece.

Palabras clave: Infancia; niñez; espacio urbano; edificio; etnografía; densidad de población; planificación urbana. Tesauro de la Unesco

Abstract (analytical)

The objective of this article is to analyze the spatial practices and representations of children living in a high-rise building in the center of the Chilean capital. With a qualitative, critical-ethnographic design and a collaborative model, 5 children from 10 to 13 years old and 6 adults from 25 to 55 years old, of different nationalities and residence times, participated in both studies. The content analysis found that the physical composition and relational dynamics in the building have severely restricted the possibilities of spatial deployment of children residing in the building, contributing to their historical invisibility and confinement. In spite of this, practices of resistance and resignification of space were found on the part of the children, who create community in an urban framework that does not favor it.

Keywords: Childhood; urban space; building; ethnography; population density; urban planning

Resumo (analítico)

O objetivo do artigo é analisar as práticas e representações espaciais das crianças que vivem em um prédio alto e densamente povoado no centro da capital chilena. Com um desenho qualitativo, crítico etnográfico e um modelo colaborativo, 5 crianças de 10 a 13 anos e 6 adultos de 25 a 55 anos, de diferentes nacionalidades e durações de residência, participaram dos estudos. A análise de conteúdo constatou que a composição física e a dinâmica relacional no edifício restringiram severamente as possibilidades de implantação espacial das crianças que vivem no edifício, contribuindo para sua invisibilidade e confinamento histórico. Apesar disso, foram encontradas práticas de resistência e resignificação do espaço por parte das crianças, que criam comunidade em uma estrutura urbana que não a favorece.

Palavras-chave: Infância; espaço urbano; construção; etnografia; densidade populacional; planejamento urbano

Introducción

En este escrito, de corte crítico etnográfico, se conjugan las nociones de infancia y espacialidad con el objetivo de analizar las prácticas y representaciones espaciales de niños y niñas1 residentes de un edificio de gran altura y densidad habitacional de la comuna de Estación Central, ubicada en la zona céntrica de la capital chilena.

Las dos investigaciones que nutren este artículo se desarrollaron en los alrededores e interiores de un edificio representativo de los que se han construido en los últimos años en distintas ciudades del país y que, a mediados del año 2017, concitaron la atención de los principales medios de comunicación nacional porque se trata de entornos residenciales verticales de gran altura, altamente densos (Vergara, 2020), que algunos autores consideran como una nueva forma de precariedad habitacional (Rojas, 2017).

En la actualidad, somos testigos de las consecuencias de un profundo proceso de enraizamiento del capitalismo neoliberal, cuyo despliegue ha impactado en la configuración estructural espacial de la urbe metropolitana nacional (Cubillos-Celis, 2021; De Mattos, 2015). Entre muchas otras cosas, el modelo capitalista ha cobrado presencia en el explosivo desarrollo inmobiliario que ha tenido lugar durante los últimos años y, específicamente, en la construcción de edificios de gran altura y alta densidad habitacional. La aparición de este tipo de edificios, conocidos como «guetos verticales», ha abierto un debate público sobre la calidad de vida de quienes los habitan (Vergara, 2020).

Según el último censo realizado en Chile por el Instituto Nacional de Estadística (2017), el 42% de las viviendas de la comuna corresponde a departamentos. El 29% de los habitantes de la comuna vive en edificios, esto es, 42 153 personas. El 23% de ellas, es decir, 9000 habitantes, corresponde a menores de 18 años.

A nivel teórico, se trabajó con una noción que concibe el espacio, no solo como un escenario que opera como receptáculo pasivo de objetos y de cuerpos, sino como un soporte de las relaciones económicas y sociales que se establecen a partir del movimiento dialéctico entre ser producto y productor de realidades (Espinosa, 2020; Márquez, 2021). Desde esta perspectiva, el espacio es visto como un campo de expresiones, conflictos y luchas sociales, pero también como un generador de subordinaciones. Es decir, el espacio urbano, por una parte, se convierte en una mercancía susceptible de ser consumida y, a su vez, condiciona las prácticas espaciales de los ciudadanos, que ven limitadas sus posibilidades de participar en la definición de un modelo de ciudad (Harvey, 2020; Márquez, 2021).

En nuestro estudio se trabajó a partir de la distinción de los espacios que presenta la trialéctica espacial desarrollada por el filósofo francés, Henri Lefebvre2 (Lefebvre, 2013). El autor distingue tres tipos de espacios que operan de forma integrada: el concebido, el percibido y el vivido. Desde esta perspectiva, en este estudio el primer tipo de espacio -el concebido- ha sido configurado por el mundo tecnocrático, que procede bajo cánones capitalistas y ha ido transformando el espacio en una mercancía en sí misma. El segundo tipo de espacio -el percibido- está vinculado con nuestra práctica cotidiana del espacio; en él se van produciendo la convivencia con la materialidad y las experiencias de despliegues, disputas y consensos espaciales. Por último, el tercer tipo -el vivido- representa el espacio de las significaciones, de los valores, de la cercanía o del distanciamiento respecto de un determinado lugar (Delgado, 2013; Espinosa, 2020; Lefebvre, 2013; Márquez, 2021; Martínez, 2013; Martínez, 2014; Oliván, 2018). Cabe señalar que estas conceptualizaciones no consideran de manera específica las espacialidades de los niños.

En relación a la infancia, se la concibe como una condición social, construida cultural e históricamente, que ha sido predefinida y universalizada por los adultos, así como configurada en base a relaciones de poder, corporalidad, temporalidad y espacialidad (Delgado-Fuentes, 2020; Vergara et al., 2015). Respecto de la producción de conocimiento, la infancia no ha sido considerada, al menos desde un enfoque cualitativo, entre los abordajes y entendimientos que hacen referencia al impacto que produce en ella esta configuración de ciudad (Cornejo-Díaz & Reyes-Bahamondes, 2019; Hernández, 2020). Esta situación, unida con un compromiso ético-social con los sujetos -en este caso niños y niñas- y sus experiencias de habitabilidad en estas megaconstrucciones, actuaron como impulso para el desarrollo de este estudio, así como para dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué prácticas espaciales generan niños y niñas que residen en un edificio de gran altura y de alta densidad habitacional?

Finalmente, tomando en consideración que el pensamiento espacial ofrece diversas perspectivas sobre la construcción de la realidad social, este trabajo pretende ser una contribución multidisciplinaria a la reflexión sobre la generación de conocimiento en el campo académico y un insumo para la discusión respecto del diseño de políticas urbanas y la conformación de ciudad que se ha ido desplegando en el último tiempo. Estas deben comenzar a considerar e involucrar a sus propios habitantes, entre ellos, a los niños y niñas.

Método

Objetivos y diseño de las investigaciones

El estudio se propone analizar las prácticas y representaciones espaciales de niños y niñas que residen en un edificio de gran altura y alta densidad habitacional, de la comuna de Estación Central. A nivel de objetivos específicos, se propone describir el contexto físico de los espacios comunes interiores del edificio, abarcando su materialidad y analizando las relaciones sociales que se desarrollan en dichos espacios, así como las posibilidades que estos factores proporcionan en las prácticas espaciales y en las representaciones espaciales por parte de los niños y niñas residentes del edificio.

Este trabajo se basa en un diseño de carácter cualitativo, de corte etnográfico, que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de los propios agentes sociales (Guber, 2016), posicionándose desde los diseños críticos (Creswell & Creswell, 2018; Hernández-Sampieri & Mendoza, 2018) que permiten abordar cuestiones como el poder, la injusticia, la hegemonía y la represión, esclareciendo la situación de sujetos relegados. Así, se espera posicionar a los niños, no solo como informantes, sino también como actores sociales, garantizando que sean ellos quienes compartan sus experiencias de vida (Delgado Fuentes, 2020; Gaitán, 2006; Milstein, 2006; Rodríguez, 2007), en este caso, de habitabilidad en un edificio en altura, tomando distancia de una mirada instrumentalizadora de la infancia. Esta postura epistemológica recoge una visión desde los estudios sociales de la infancia (Chávez & Vergara, 2017; Gaitán, 2006; Pavez, 2012; Peña et al., 2015; Rodríguez, 2007; Vergara et al., 2015) y desde la filosofía marxista lefebvriana (Delgado, 2013; De Mattos & Link, 2015; Lefebvre, 1974, 2013; Márquez, 2021; Martínez, 2014). Esta última, no solo otorgó un filtro teórico-crítico al análisis, sino que también orientó el desarrollo metodológico, al posibilitar el establecimiento de un énfasis en el desarrollo del trabajo de campo, a partir de las distinciones que proporciona la trialéctica espacial.

La elección de este marco metodológico permite ampliar un terreno poco explorado desde las ciencias sociales y el abordaje cualitativo, aportando a la comprensión del fenómeno de habitabilidad de la infancia en edificios de gran altura y densidad. Se asumió como premisa la imposibilidad de generar conocimiento sobre los sujetos sin que este sea co-construido desde la articulación de saberes diversos y jerárquicamente dispares entre los agentes involucrados, especialmente si se piensa en la díada adulto-investigador/ niños-investigados (Delgado-Fuentes, 2020). En esta misma línea, cobra relevancia la incorporación de impresiones y alusiones de los investigadores a partir del trabajo de campo, acompañando las experiencias de los participantes y develando la postura ético-política-teórica de los investigadores, reconociendo de manera explícita la mediación de la propia experiencia en la interpretación de los fenómenos (Van Manen, 1988, como es citado en Martos-García & Devís-Devís, 2015).

Para el análisis se realizó una revisión sistemática de los registros, siguiendo tanto una lógica intracaso como una transversal, intercaso. Estas permitieron identificar continuidades y rupturas, así como establecer los relatos comunes en torno a las prácticas y representaciones espaciales de los niños en el edificio. Lo anterior, para efectuar un análisis de contenido que desencadenó en la identificación de unidades de significado, agrupadas en categorías descriptivas, a partir de las cuales se levantaron ejes temáticos emergentes e interpretables (Hammersley & Atkinson, 2020). Estas interpretaciones permitieron «visibilizar la relación entre representaciones sociales, significados, sentido de la acción, prácticas y actores» (Güereca et al., 2016, p. 65).

Los participantes y el procedimiento

La primera etapa del proceso contempló un trabajo de campo que se extendió entre septiembre de 2017 y marzo de 2019 (Reyes-Bahamondes, 2019). En cuanto a los participantes, en el entendido de que las voces son históricas, sociales y se construyen dialógicamente (Chávez & Vergara, 2017), para abordar la pregunta de investigación, se trabajó con niños y niñas de entre 10 y 13 años y con adultos (hombres y mujeres) de entre 25 y 55 años (tabla 1). El tiempo de residencia de los participantes en el edificio fluctuó entre los dos meses y los cuatro años. Hubo participantes chilenos, venezolanos y colombianos.

Para definir el total de participantes, se utilizó el criterio de saturación teórica. Con relación al proceso de reclutamiento tanto de niños como de adultos, este se realizó a través de intermediarios, de muestreo en cadena y también de contacto directo y voluntario. En cada uno de los casos se cumplió con los criterios éticos de consentimiento, asentimiento, voluntariedad y confidencialidad, así como con el resguardo del anonimato, no existiendo vínculos previos con el investigador.

Asumiendo un enfoque pluralista, coherente con el trabajo con infancia (Delgado Fuentes, 2020; Gaitán, 2006), se utilizaron distintas técnicas de producción de información: observación participante, acompañada de registros fotográficos y notas de campo (Guber, 2016); entrevista etnográfica en modalidad individual y grupal (Guber, 2016; Rodríguez, 2007), las cuales se efectuaron en las dependencias del edificio, en espacios cercanos y en una escuela aledaña, contando con los registros de audio e imagen previamente autorizados. El trabajo de campo con los niños se acompañó con la técnica de ilustración espacial o de mapeo del edificio (Perera, 2019).

En una segunda fase se buscó profundizar en la experiencia de los niños sin la participación directa de adultos residentes para poder otorgar mayor integridad metodológica a los hallazgos. Así, se plantea un segundo diseño derivado, de carácter microetnográfico en un marco temporal acotado, con visitas de campo intermitentes (Silva & Burgos, 2011). Se utilizó un modelo de colaboración, que aborda la brecha jerárquica adulto-in-vestigador/ niños-investigados para la selección de las estrategias/técnicas del trabajo de campo y la revisión del análisis de los datos (Milstein, 2015), evidenciando la influencia de la aproximación participativa de la investigación y de las revisiones técnicas de los childhood studies, de modo de contar con herramientas que faciliten la participación activa y equitativa de los niños en el proceso investigativo, validando diferentes vías de comunicación lenguaje para la representación de sus creencias y experiencias, como los métodos visuales (Delgado-Fuentes, 2020; Perera, 2019), especialmente el uso del fotorregistro.

Durante el trabajo de campo se llevó a cabo una reunión-visita semanal del equipo investigador en las dependencias de un establecimiento educacional aledaño al edificio. En cada una de estas reuniones, el equipo colaborador realizó el análisis del material de campo levantado, definió las preguntas directrices para el trabajo de cada semana y las consideraciones y hallazgos emergentes. Los investigadores, por su parte, presentaron el análisis efectuado en la semana del material de la sesión anterior, sometiéndolo a validación y consenso, fomentando la posición de coinvestigadores (Hammersley & Atkinson, 2020).

Se estableció un trabajo de caso tipo con un niño de 12 años, venezolano, con seis meses de residencia en el edificio, con quien se implementaron todos los protocolos de consentimientos y asentimientos informados voluntariedad, confidencialidad, anonimato y autorización de registros de audio e imagen correspondientes.

Tabla 1 Participantes de los estudios 

Antecedentes del edificio

El edificio seleccionado forma parte de una serie de edificaciones de gran altura y alta densidad construidas por una inmobiliaria entre los años 2013 y 2016 (figura 1). Este edificio en particular cuenta con dos torres unidas, pero no conectadas entre sí, de 24 pisos cada una. Contiene en total 1017 departamentos (Rojas, 2017), cuya dimensión fluctúa aproximadamente entre los 25 y 45 m2. Si se considera un promedio de tres personas por departamento, se concluye que el recinto tiene cerca de 3050 habitantes. En los departamentos en que viven los niños que participaron en el estudio habitan cuatro o cinco personas; sin embargo, en sus relatos se mencionan departamentos en los cuales residen hasta siete personas. De acuerdo con López (2018), estos departamentos son asequibles, principalmente, para los segmentos medios y medios-altos de la sociedad, sobre todo para inversionistas y personas con capacidad de ahorro. Personas de un menor nivel socioeconómico «solo pueden acceder a esta vivienda a través de la multiocupación y en condiciones muy precarias» (p. 149).

El edificio cuenta con tres zonas de estacionamientos, dos en la superficie y una en el subterráneo. En consecuencia, dispone en total de cerca de 230 estacionamientos, es decir, de un estacionamiento por cada cuatro o cinco departamentos. En el salón de entrada al edificio se encuentran cuatro torniquetes de seguridad, que fueron instalados con posterioridad a la construcción del edificio para controlar el ingreso de las personas. Asimismo, hay seis ascensores, tres en cada torre, lo que se traduce en ciento setenta departamentos por ascensor, o bien, en un promedio de quinientos ocho personas por ascensor. A todo ello se suma una sala de ejercicios, una lavandería, un salón multiuso y un quincho, espacios de acceso restringido que para ser utilizados deben ser arrendados.

Figura 1 Edificio estudiado (exterior) 

Por último, para terminar de situar el perfil de sujetos que acceden a estos espacios, cabe señalar que el precio de estos departamentos supera los 50 millones de pesos chilenos (65 180 USD). Los dividendos fluctúan entre los 240 y 350 mil pesos (entre 313 y 456 USD) y para acceder a ellos se requiere contar con una renta mínima de un millón de pesos (1304 USD). Estos montos pueden llegar a triplicar el salario mínimo mensual de un trabajador, que corresponde a 337 mil pesos chilenos (439 USD). Y es que, después de las comunas de Macul y de Santiago, Estación Central se ha transformado en una de las que exigen mayor renta para poder optar a subsidio habitacional y comprar un departamento de menos de 40 m2 (Rojas, 2017); lo que da cuenta que, como se mencionó anteriormente, se trata de una oferta destinada a la clase media. En uno de los estudios realizados en torno a este fenómeno de edificación, se detectó que «en los departamentos de las zonas de boom inmobiliario en [comunas de la capital como es el caso de] Estación Central, Independencia, Santiago Centro y San Miguel, no hay residentes (propietarios y arrendatarios) de los segmentos socioeconómicos D y E, mientras que la incidencia de segmentos ABC1 y sobre todo C2 es muy alta, cercana al 60%» (López, 2018, p. 149).

Resultados

A partir del trabajo de campo se logró evidenciar que la composición física del edificio y la alta densidad habitacional que presenta han ido mermando la habitabilidad y la convivencia cotidiana de los sujetos. Unánimemente, los niños y adultos participantes coinciden en que el edificio no cuenta con las condiciones necesarias para el despliegue de las personas que lo habitan, destacando el hecho de que cada uno de los espacios de los que dispone el edificio se caracteriza por sus dimensiones extremadamente pequeñas para su uso individual y colectivo. La idea de que se trata de un edificio «chico» o «pequeño » en el que «no hay espacio» se repite en las palabras de adultos y niños para caracterizar en forma negativa espacios tales como el salón de entrada o conserjería, los estacionamientos, los pasillos y los departamentos.

A continuación, se hará referencia a las características físicas del edificio y a las dinámicas relacionales que se desarrollan en él, y se mencionarán algunos de los factores que condicionan el uso del espacio por parte de los niños que lo habitan.

El salón de entrada

La sala de entrada cuenta tan solo con una banca en la que pueden sentarse dos personas como máximo; junto a ella, se encuentra el mesón de conserjería, lugar en el cual se registra el ingreso de las personas y se atienden las necesidades de los residentes. El ingreso de personas está mediado por cuatro torniquetes instalados en la entrada del edificio.

La activación de los torniquetes se realiza a través de una clave, o bien, por medio de una aplicación instalada en los celulares de los residentes. Los niños señalaron que con esta aplicación es más rápido ingresar, siempre y cuando no presente problemas en su configuración. Tienen conocimiento de que los torniquetes fueron instalados como una medida de fomentar la seguridad y el control de acceso al edificio. «Entraban desconocidos y hubo robos», señala Sofía. Esta medida no representa un tema relevante para los niños, pero sí para los adultos, quienes reconocen que una de las pocas ventajas de vivir en el edificio se relaciona con el alto nivel de seguridad que este les ofrece. Para los niños participantes del estudio, en cambio, los torniquetes son un elemento habitual, casi invisible. Solo cuando se les pregunta por ellos los recuerdan y los mencionan en las conversaciones. La invisibilización de este objeto en el discurso de los niños no necesariamente quiere decir que no genera impacto en sus prácticas espaciales en la sala de entrada del edificio. Desde el campo de los estudios de materialidad, Miller (2015) nos dirá que «cuando menos conscientes somos de los objetos, más poderosamente pueden determinar nuestras expectativas a establecer la escena y asegurar una conducta normativa, sin ser susceptibles de oposición» (p. 293). Cuando los niños aluden a estos mecanismos, declaran que es genial tenerlos e ingresar al edificio a través de una clave o del celular; como si se tratase de una película de ciencia ficción. Cristian reconoce que le gusta que exista este sistema, aunque generalmente no lo utiliza, sino que simplemente pasa por debajo de la barra horizontal del torniquete. Con esto da a entender que tiene dicha atribución a propósito de que es un residente antiguo del edificio.

Considerando que el salón de entrada del edificio es un espacio reducido para el volumen de gente que circula por él, la presencia de los torniquetes ralentiza aún más el tránsito de las personas. A pesar de eso, lo que genera mayor congestión son los ascensores.

Los ascensores

Para los residentes los ascensores representan un espacio de conflicto y disputa cotidiana. En el caso específico de los niños, estos solo hacen comentarios negativos respecto de su experiencia de práctica espacial en ellos. Así, por ejemplo, Sofía expresa su hastío señalando que «uno se demora tres años en poder subir» y llegar al hogar. Vive en el 16° piso y le molesta que haya personas que solicitan el ascensor para subir solo hasta el 2°. El colapso que se produce es permanente y no solo se limita a los horarios punta de la mañana y de la tarde. Esto se debe, en parte, a la alta densidad de habitantes, al número insuficiente de ascensores instalados y a las frecuentes fallas que presentan. «Los ascensores están malos, hay algunos que están súper malos», señala Cristopher. María Victoria, a pesar de llevar un par de meses viviendo en el edificio, comparte esta opinión y ya se ha formado una idea negativa de los ascensores. En una oportunidad, ella tuvo que subir 19 pisos para llegar a su hogar ya que se había cortado la luz en el edificio, hecho que, según se infiere del relato del resto de los niños, ocurre con frecuencia. Incluso la posibilidad de quedar encerrado en el interior del ascensor es alta. Esto le ocurrió a Sofía; estuvo encerrada durante media hora, junto a un par de personas que no conocía.

Ahora bien, hay que señalar que se observó la instalación de un discurso generalizado que, en parte, responsabiliza a los niños del mal funcionamiento, dado que, de acuerdo con ese discurso, les dan un mal uso. En este sentido, Carla, una de las adultas entrevistadas, señaló lo siguiente:

El otro día, estuve discutiendo con un montón de personas porque el ascensor estaba apretado con la flecha para arriba y para abajo (…) Claro, hay niños más maldadosos que otros. Hay algunos que hacen maldades, que juegan en el ascensor, que aprietan los botones; pero yo veo que están aburridos, entonces, no lo veo tan grave como lo ve el resto.

A pesar de las fallas recurrentes y del temor que genera quedar encerrado en su interior, los niños señalan que no van a dejar de utilizarlos. Si bien, las escaleras representan una alternativa para llegar a sus hogares, además de la gran cantidad de pisos que algunos deben subir, también corresponde a una zona que genera inseguridad. Aun cuando poseen cámaras de vigilancia, no todos los sectores de las escaleras tienen sus sistemas de iluminación funcionando correctamente. A ello se suma lo señalado por Marcos que, junto con otros niños, evitan utilizar las escaleras dado que les producen temor porque en ellas algunos adultos consumen drogas y ellos sienten que pueden hacerles daño.

Para Graham (2016), es aún incipiente la producción de conocimiento multidisciplinario en torno a este medio de transporte vertical, al menos en el debate de las ciencias sociales sobre las ciudades y el urbanismo. Esto hace que los ascensores sean un interesante tema de estudio. En todo caso, Graham señala que aún no se han logrado avances sustanciales en la optimización de su funcionamiento en edificaciones de gran escala y alta densidad, y que son un cuello de botella de este tipo de instalaciones.

Los estacionamientos de la superficie

Respecto de la composición física de los dos estacionamientos de la superficie, uno de ellos limita con un muro de no más de dos metros de altura, el cual demarca la frontera entre el edificio y otros dos proyectos inmobiliarios de la misma empresa (figura 2). La distancia entre un edificio y la muralla de división con el proyecto contiguo es de aproximadamente 12 metros, es decir, ambos edificios están separados por cerca de 24 metros. La forma encajonada de este espacio, además de afectar la privacidad de las personas por la proximidad de los proyectos inmobiliarios, amplifica el sonido ambiente. Por otra parte, impide que la luz del sol llegue de forma directa, lo que genera un leve oscurecimiento de la visión y una baja en la sensación térmica del lugar.

Figura 2 Edificio estudiado (vista interior altura) 

En relación con las prácticas de espacialidad, la utilización de los estacionamientos del edificio no está totalmente definida. Esto da origen a cotidianas disputas espaciales. Oficialmente, no está permitido que los niños corran y jueguen allí, no solo porque es un lugar que no fue diseñado para dicho uso, sino también porque, según los adultos, los niños generan ruidos molestos y puede ser un lugar riesgoso por el permanente tránsito de vehículos. Pero, por otro lado, es el único espacio en el cual es posible estar, transitar y jugar en el interior del edificio; de hecho, algunos de los niños denominan este lugar como el «patio».

Durante las tardes, luego de llegar del colegio, antes de las 19:00 horas, algunos niños comienzan a bajar al estacionamiento. Según lo que señalan, en el edificio viven muchos niños; sin embargo, no es recurrente ver a más de doce de ellos en el estacionamiento. Cristian menciona que «la mayoría de ellos nunca sale» y cuando lo hacen, es con mayor frecuencia durante los fines de semana. Ahora bien, quienes tienen mayores posibilidades de salir de sus hogares son los niños, sobre todo aquellos que tienen más de 10 años. Sofía reclama que preferentemente «salen los hombres a jugar a la pelota, todos los días». Igual situación ocurre con la hija de Dayana o la nieta de Carla, a quienes no dejan salir a jugar al estacionamiento por su corta edad (6 y 3 años, respectivamente) y porque son niñas.

Considerando la variable de género, observamos que los adultos son más permisivos con los niños que con las niñas en cuanto a sus salidas del hogar para transitar en espacios dentro o fuera del edificio. A las niñas, por lo general, solo se les permite salir en compañía de un mayor de edad. Al respecto, Gaitán (2006) dirá que dentro de las familias las relaciones de poder son desiguales, más aún cuando se trata de mujeres, a quienes dicha desigualdad afecta mayoritariamente. La subordinación de las mujeres se produce, entre otras razones, a partir de la «interiorización del temor ante la amenaza de la violencia del género masculino, [el cual se da] en la casa, en el trabajo, en la vía pública» (Soto, 2007, p. 40). Este miedo a ser víctimas de alguna agresión está siempre presente en la experiencia de habitabilidad en la ciudad.

En cuanto al uso del estacionamiento, cuando hay pocos automóviles, principalmente en horario laboral, algunos niños transforman las zonas en arcos de fútbol, otros aprovechan de desplazarse en patinetas o patines. Hay quienes corren y juegan «al pillarse», también conocido como «pilla pilla», a las escondidas o, simplemente, se juntan a conversar en ese lugar. Ante esta utilización del espacio, la administración del edificio ha ido determinando un horario de uso del estacionamiento por parte de los niños. En verano estos tienen permiso para jugar hasta las 24:00 horas, mientras que en invierno la restricción comienza a contar de las 22:00 horas. Otro factor que posibilita o restringe la utilización del espacio, tiene que ver con la voluntad de algunos conserjes y su relación con los niños. Aquellos que son más cercanos a los niños y más permisivos respecto de las normativas del espacio. Según lo relatado por Carla:

Don Vicente, uno de los conserjes, él es bien consciente con los niños. Estaba regando y les empezó a tirar agua, estaban todos metidos, fascinados porque les estaban tirando agua, tiraron detergente, se tiraban de guata y se resbalaban; estuvieron jugando un buen rato.

Aunque menos, en festividades tales como Navidad o Año Nuevo, los niños han tenido la posibilidad de quedarse hasta tarde en el estacionamiento, en el que se han llegado a congregar hasta 200 niños, entre residentes y visitantes. Cristian, con cierta nostalgia, recordó un momento ocurrido hace dos años: «El único día en que usted tiene "chipe libre" es en el Año Nuevo, porque podí tirar cohetes, podí salir corriendo, podí gritar, podí quedarte hasta el amanecer afuera».

Como se señaló, la práctica espacial trae consigo una permanente fricción entre los habitantes: entre adultos, entre adultos y niños, y entre los propios niños. Unos proponen que el espacio también sea utilizado por los niños, pero otros no aceptan la idea de que sea un lugar para la recreación y exigen que se respeten las normas de convivencia. La señora Gladys, adulta dirigenta del edificio, afirma que hay niños y jóvenes que «son vándalos»; señala, entre otras cosas, que «les pegan pelotazos a los vehículos, les colocan cosas a los carros y hacen destrozos en las escaleras».

De acuerdo con Cristian, «le pegas un pelotazo a la pared y al tiro te retan y te sacan una multa; o sea que por todo te sacan una multa». Y es que los niños conocen muy bien las sanciones que establece la administración del edificio. Según se indicó, dependiendo de la magnitud de la falta cometida, estas fluctúan entre los 50 y los 100 mil pesos (65 a 130 USD). Incluso, como señala Cristian, una sanción reiterada puede llevar a la expulsión del edificio: «Ahora yo no estoy saliendo mucho porque yo antes era el más desordenado; entonces, yo puedo hacer una cosa y me sacan multa, y me pueden echar». Como se constata, Cristian vive bajo la amenaza latente de recibir una multa y carga con la responsabilidad de que puedan echarlo junto a su familia del edificio.

Control y monitoreo

En la actualidad, la seguridad se ha convertido en un bien de consumo, casi tan importante como lo son el agua y la electricidad. Esto ha derivado en una composición urbana militarizada visto en términos de Graham (2012). En ella se justifica la instalación de sofisticados sistemas tecnológicos de monitoreo de la vida cotidiana de los sujetos. En el edificio que nos ocupa fueron instalados torniquetes y cámaras de vigilancia. Sin embargo, a pesar de que su función es resguardar la integridad de los residentes, estos sistemas se utilizan también como tecnología coercitiva del comportamiento cotidiano de los sujetos, con el propósito de disciplinarlos. En el caso de este edificio, se pretende disciplinar a los niños que transitan en los espacios comunes. Trayendo a colación el clásico proyecto de panoptismo foucaultiano, entendido como un «principio general de una nueva "anatomía política" cuyo objeto y fin no son la relación de soberanía sino las relaciones de disciplina» (Foucault, 1974, p. 212). En el espacio común del edificio, el niño operaría como el recluso que no puede ver si el vigilante está o no está en la torre. Su comportamiento siempre se acomoda a una vigilancia a priori constante y cuando no es así; el mundo adulto se encarga de recordar su mirada omnipresente; como cuando Sofía contó la vez en la cual un conserje le develó que la había visto a través de las cámaras haciendo una travesura en uno de los pasillos del edificio, semanas posteriores a la ocurrencia del hecho. «De ahí el efecto mayor del panóptico; inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder» (Foucault, 1974, p. 204). Y es que «la visibilidad es la nueva paz: el nuevo cálculo del poder [que] actúa sobre el material humano para producir cuerpos dóciles» (Tirado & Mora, 2002, p. 27). Los niños tienen conciencia de que las cámaras están en todos lados, operando como ojos que observan permanentemente su actuar.

En términos generales, los espacios se organizan «en torno al poder de los adultos para determinar el carácter de la experiencia de los niños» (Gaitán, 2006, p. 88); de esta manera, estos terminan bajo la mirada controladora de los padres y de otros adultos que les impiden transitar en un escenario libre de la hipervigilancia. De acuerdo con Gaitán (2006), nos encontramos en un periodo en el cual un complejo aparato disciplinario, donde contamos con «modernas formas de supervisar y monitorizar al niño en mente y cuerpo. Vigilancia que se ejerce en la forma de cuidado infantil (…) todo ello por su propio bien» (p. 77). De esta forma, el mundo adulto para ejercer dicho cuidado despliega todo tipo de atribuciones autoimpuestas que lo llevan a ordenar unilateralmente las prácticas espaciales de los niños. Los adultos tienen el poder de gobernar la vida de los niños y en ocasiones abusan de esa facultad. Aun cuando el niño no pertenece a nadie, dirá Gaitán (2006), «todo el mundo parece tener competencia para controlarlo» (p. 70), tal como se puede observar en este caso de estudio. En este escenario, en el cual los niños tienen poco poder de decisión: «se les dan pocas oportunidades para implicarse en la toma de decisiones o en la negociación de las reglas por las que deben regirse» (Gaitán, 2006, p. 138).

Ahora bien, como se ha señalado, los niños tienen plena conciencia de los mecanismos y artefactos dispuestos para monitorear a los sujetos. No obstante, lejos de quedarse inmóviles, algunos de ellos han inventado algunas estrategias para poder hacer uso del espacio. No solo conocen y comparten entre sí información referente a los horarios de mayor uso vehicular de los estacionamientos y de las jornadas de trabajo de los conserjes con los que tienen mayor cercanía y confianza, sino que además han tenido que mapear muy bien el espacio y, por eso, conocen con precisión la ubicación de cada una de las cámaras y saben cuál es su alcance de vigilancia. De este modo, saben cuándo estas se encuentran operativas y, cuando la luz roja deja de estar encendida, consideran que es el momento preciso para hacer algún tipo de acción, con frecuencia indebida desde la perspectiva del mundo adulto. Lo anterior da cuenta de la existencia de ciertas prácticas de resistencia espacial cotidiana de los niños en el edificio en cuestión.

La acústica

A propósito de la composición del edificio, los niños manifiestan que produce una falta de privacidad. Por ejemplo, Cristian señala: «Básicamente, no tienes espacio personal ahí [en el edificio]». Esto no solo dice relación con el permanente monitoreo visual ejercido por el mundo adulto, sino también con un problema de acústica que se genera en distintas zonas del edificio, ya a causa de la forma encajonada que tiene el sector de uno de los estacionamientos, ya sea por la insuficiente aislación entre los departamentos.

En la zona de estacionamientos, los sonidos se amplifican y generan graves conflictos de convivencia a toda hora (figura 3). Para los participantes, los problemas de acústica se han incrementado con la presencia del proyecto inmobiliario colindante. El discurso xenófobo de algunos de los residentes responsabiliza a los inmigrantes por el aumento de ruido:

El problema es con los del frente, del edificio donde todos son venezolanos (…). Son terribles, terribles [en cuanto al ruido que generan]. De hecho, hace poco tuvimos una pelea con ellos (…). Eran las 3:30, y dije: «¡ya!», me levanté, abrí, les grité. De ahí ellos me contestaron, se metieron todos, y de aquí te diré que se metieron como dos chilenos a prestarme ayuda contra los venezolanos. Era una verdadera cárcel óvalo.

Si alguno de los niños eleva un poco la voz, esta es oída por algún adulto quien, probablemente, le llamará la atención desde la ventana de su departamento, o bien, contactará a conserjería para que detenga cualquier actividad que el niño esté realizando en el estacionamiento. Al respecto, Cristian señaló lo siguiente: «Ese espacio, como es muy chiquitito y ahí hay partes como que hacen eco, aunque tu hablí bajo, igual se escucha en todas partes».

Los niños se ven constantemente obligados a regularse entre ellos para evitar que un adulto les llame la atención. De hecho, en una de las visitas a terreno, conversando con niños en el edificio, frente a cualquier alza de la voz, ellos no solo se enmudecían, sino que automáticamente comenzaban a mirar con inquietud hacia las ventanas de los departamentos que dan a los estacionamientos, como si estuvieran esperando a ser reprendidos. Al respecto, Carla señaló que hay muchos vecinos que reclaman diciendo: «Es que estos niños, que no dejan dormir, tenemos que trabajar (…). Les molesta cuando los niños gritan. Que los niños le pegaron con la pelota al auto, que los niños…; todo les molesta».

Figura 3 Edificio estudiado (vista interior suelo) 

La contaminación acústica interfiere en la intimidad de las personas. Adultos y niños entrevistados señalaron que por las noches se escuchan las fiestas de los vecinos e, incluso, cuando se encuentran en un momento de intimidad. Según señala Cristian: «En las noches se escuchan, eh…, ruidos de gemidos y cosas así, y empiezan a tirar condones y todas esas cosas». Esto fue corroborado por todos los participantes, quienes lo consideran un tema frecuente e incómodo.

Por otra parte, tanto adultos como niños mencionaron que se escuchan discusiones que dejan en evidencia la presencia de violencia intrafamiliar. Carla afirmó que en esas instancias nadie se entromete, pero que debería ser en esos momentos cuando la gente tendría que quejarse para que conserjería cursara una multa que contribuyera a evitar que se sigan repitiendo estos actos de violencia. Por su parte, Cristian considera que hay mucho maltrato animal en el edificio. Dice que es frecuente escuchar a los animales llorar por mucho rato.

La violencia

Como se ha indicado, en el edificio se suscitan frecuentes agresiones verbales y físicas entre los vecinos. Al respecto, Sofía mencionó que una vez estaba jugando con Cristian y unas amigas, y una señora empezó a decirle garabatos por la ventana, sin que ella entendiera el motivo de esa agresión.

Los niños, en forma unánime, señalaron que sienten que los adultos del edificio son «muy enojones» y que los retan por todo. Esta idea es confirmada por los adultos participantes de estos estudios, quienes también narran historias de violencia entre vecinos, las cuales han sido cada vez más recurrentes. Carla ha sido testigo de descalificaciones de adultos hacia los niños:

El hermano de otro niñito, de la otra torre, un cabro grande, como de 20 años, había peleado con mi hijo y con un mocosito, y se armó el medio escándalo; lo amenazaron, que si lo pillaban le iban a pegar.

En otra ocasión, alrededor de las 19:00 horas, a Sofía le cayó un vaso desde un departamento. Esto derivó en una discusión que trajo consigo amenazas de agresión con un cuchillo cocinero por parte del hermano de una de las niñas que había arrojado el vaso: «Si no se van de aquí, vamos a meterles el cuchillo», le dijo.

Para los niños, se ha vuelto habitual que las personas arrojen objetos desde los departamentos hacia la zona interior del edificio o hacia las calles contiguas. Por ejemplo, Raquel, la hija mayor de Carmen, cuenta que hace un tiempo había un vecino que les tiraba melones, comida, botellas y agua a los niños.

Cristian menciona que hay vecinos que tiran botellas de vidrio. A su vez, Sofía cuenta que otros arrojan cigarros todos los días; de hecho, a su abuela le han caído, entre otras cosas, cigarros encendidos y yogurt. Por su parte, Trinidad relata un episodio en el cual «una chica tiró una mochila del pololo para abajo», mientras, «se decían puros garabatos».

Los lugares para/de los niños

La composición del edificio permite suponer que no fue diseñado para propiciar la interacción entre los vecinos, sino, por el contrario, desde una percepción de la habitabilidad como algo individual, con un diseño funcional para el constante desplazamiento de los sujetos y posterior ingreso de estos a sus respectivos hogares. De esta forma, postulamos que los niños habitan en un contexto que puede ser experienciado como un no lugar, si se lo ve desde Augé (2008).

Un no lugar representa un espacio social que no favorece la permanencia en él, sino que se limita a contener el incesante flujo de individuos, quienes, a pesar de la frecuencia de uso del espacio, no se encuentran entre sí, sino que solo comparten la coexistencia en un espacio, aunque en general, no sean conscientes de ello (Augé, 2008). De acuerdo con esto, se podría decir que espacios como los que posee el edificio tienen un tipo de configuración y práctica espacial que los hace ver como no lugares. Sin embargo, estos también se configuran en lugares, por cuanto en ellos se producen prácticas que originan múltiples significaciones en los sujetos. Para Gaitán (2006), los niños «pretenden desesperadamente encontrar un lugar en los no lugares, en espacios de anonimato como son las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes» (p. 174), que le signifiquen la conformación de un espacio de pertenencia y contención afectiva. Estos últimos, visto desde Rasmussen (2004), han de entenderse como lugares de niños. Este autor dice que los niños se relacionan, no solo con los lugares oficialmente designados, creados y provistos por adultos como los lugares para niños, sino también a lugares informales, a menudo inadvertidos para adultos.

Los lugares de niños hablan del espíritu de un lugar, de la idiosincrasia y de la significación de un espacio. Aun cuando no siempre se logra acceder verbalmente a ellos, estos lugares «son a menudo menos conspicuos que los lugares para los niños, y los adultos los perciben desde una perspectiva diferente a la de los niños, al verlos como ejemplos de desorden, destrucción y comportamiento prohibido» (Rasmussen, 2004, p. 162). Como lo que ocurrió con una jardinera ubicada en uno de los estacionamientos (figura 4); inicialmente no estaba siendo una zona considerada por los investigadores, así como tampoco había aparecido en el relato del mundo adulto residente del edificio; sin embargo, sí fue señalada por los niños participantes de los estudios. Este espacio les ha significado un punto de referencia para el encuentro, el descanso y la contemplación. En palabras de Marcos:

Cuando yo llegué aquí, bajé a jugar la primera vez, fue el lugar donde mis amigos me hablaron un poco de aquí y me dieron la bienvenida; así que es un lugar como medio relajante donde puedes pensar en nada (…). Nos acostamos a hablar cosas, se puede pisar, pero no jugar ni arrancar las plantas porque te sacan multa.

Figura 4 Dibujo de niña participante (vista aérea edificio) 

Un lugar se convierte en un «lugar de niños después de que un niño se conecta físicamente con él» (Rasmussen, 2004, p. 165); como es el caso de los lugares del edificio en los que los niños juegan, a saber, pasillos, ascensores o estacionamientos. Eso sí, advierte que estos no duran para siempre, sino que se extienden durante el tiempo de significación que le otorguen los propios sujetos. En este sentido, Gaitán (2006) dirá que «hay lugares para niños, diseñados para ellos por los adultos y lugares de niños que por sí mismos recrean conforme a lo que resulta significativo desde su visión» (p. 172). Lo anterior lleva a reflexionar sobre la distancia que se produce entre las prioridades y significaciones que les otorgan adultos a un espacio interno del edificio y las que les otorgan los niños.

Ahora bien, la significación que un lugar adquiere para los sujetos no necesariamente se traduce en su apropiación. Junto con la composición física del edificio y las dinámicas relacionales de subordinación de los niños hacia el mundo adulto, la relación de los primeros con el espacio se va mermando a propósito de la corta estadía de habitabilidad en el edificio que tienen junto a sus familias. Según los participantes, el tiempo promedio de permanencia de las familias habitando en el edificio fluctúa entre uno y dos años. Esta alta rotación de personas podría generar una menor apropiación del espacio. De hecho, los niños señalaron que no sienten aprecio por el lugar en el que residen. Al respecto, cuando se les preguntó qué harían en dicho espacio si tuvieran mucho dinero, algunos dijeron que harían «cualquier cosa», porque si pudieran, se irían cuanto antes del edificio. Cristian, quien lleva más años viviendo en este edificio, afirma: «[Si tuviera mucho dinero] denunciaría este edificio…, porque los conserjes algunas veces llegan a tratar muy mal a los niños, no nos dejan hacer na, no dejan jugar y na’».

Discusión

A partir de estos dos estudios se ha intentado generar una contribución multidisciplinaria avanzando en la construcción de conocimiento en torno a la infancia y sus prácticas y representaciones de espacialidad cotidiana, en un escenario de habitabilidad urbana, desde una perspectiva crítica. Tomando en consideración que el capital «se materializa a partir de la construcción urbana, el establecimiento de relaciones sociales en la ciudad y la organización del espacio en la ciudad» (Harvey, 2020, p. 23), estos estudios han puesto su mirada en mapear esta conjunción de elementos con el propósito de evidenciar algunas de las tensiones socioespaciales en la actual conformación de ciudad; sobre todo, desde la perspectiva de los niños y niñas entendidos como sujetos quienes, junto con ser históricamente invisibilizados y subordinados por el mundo adulto, no son ajenos a este contexto de capitalismo salvaje.

Desde la generación de conocimiento, los niños comúnmente han sido estudiados en torno a la familia o la educación, en algunos casos, aún desde una mirada pasiva de la niñez. De allí que estos dos estudios han pretendido ser un aporte a la discusión, por cuanto no solo se sitúan desde un entorno emergente como es la habitabilidad en un edificio de gran altura y densidad habitacional, sino también porque se realizan desde la mirada de los propios niños. En este sentido, el develar prácticas y representaciones espaciales de un mundo social previamente construido y moldeado por los adultos, a partir de la visibilización de relatos y perspectivas de los niños, implica tanto una validación de sus testimonios, así como también un refuerzo del carácter agencial y político que poseen.

Junto con lo anterior, la problematización de este contexto implicó abordar la categoría de espacialidad desde una noción compleja y dinámica. En el entendido que la espacialidad humana, en todas sus formas y expresiones, se produce socialmente y puede llegar a ordenar, prescribir y proscribir lo social. Esta puede traer consigo efectos tanto positivos como negativos para los sujetos, entendiendo que los espacios no son neutros, sino que «encuadran, legitiman y promulgan ideales de ser humano que asientan las bases de un sistema social y político» (Cuervo-Montoya & Giraldo-Urrego, 2020, p. 3). Las geografías en las que se vive «pueden proporcionar ventajas y oportunidades, estimular, emancipar, entretener, encantar, posibilitar. También pueden limitar las oportunidades, oprimir, encarcelar, subyugar, despojar de derechos, cerrar posibilidades» (Soja, 2014, p. 149); siendo todas estas acciones que se producen a partir de una conjugación de procesos subjetivos y objetivos.

Estas investigaciones, que están en consonancia con estudios similares, dan cuenta de algunas de las consecuencias que ha ido generando un tipo de desarrollo habitacional en altura «sin precedentes para las ciudades chilenas» (Rojas, 2017, p. 6); estos descansan sobre una fortalecida alianza público-privada que le otorga amplia permisividad y autonomía de acción al sector inmobiliario que, debido a la falta de sistemas de planificación urbana específicas, actualizadas y participativas, se ha enfocado en generar provechosas ganancias en relación con la inversión realizada (Contreras, 2016; De Mattos, 2015; Rojas, 2017), sin considerar las consecuencias sociales o medioambientales. De esta forma, siguiendo el compás del sistema capitalista, los actuales procesos de urbanización se centran «en construir ciudades en las que las personas puedan invertir, y no en desarrollar entornos en los que puedan vivir decentemente» (Harvey, 2020, p. 64). Es decir, este tipo de edificaciones se sostiene sobre la base de una mirada de acumulación infinita de capital. No buscan generar espacios de co-construcción que satisfagan las particularidades, intereses y necesidades de sus habitantes (en este caso de niños y niñas), basándose en criterios de calidad espacial en los que exista un equilibrio entre el diseño del espacio privado y el público, en aras de un ejercicio democrático de ciudadanía, que facilite el encuentro y socialización colectiva y que incluya la perspectiva de género que diversifica las subjetividades y visibiliza las desigualdades (Arboleda & Bedoya, 2020; Gutiérrez-Valdivia, 2020).

Dentro de los hallazgos de estos estudios se evidencia que las prácticas de espacialidad de niños y niñas que habitan en el edificio se hallan altamente condicionadas por diversos factores, entre los que se cuentan la composición física de la mega estructura y, también, de dinámicas relacionales entre sus habitantes.

Por una parte, desde una panorámica general, se ha de señalar que el sector inmobiliario abocado a la construcción de este tipo de edificaciones defiende sus diseños compactos, asegurando que contar con espacios reducidos responde a un estilo de vida urbano más funcional y pragmático, que permite el ahorro de tiempo y dinero en el mantenimiento de los departamentos, la optimización energética y la seguridad para sus residentes (Jobet et al., 2015). Inclusive, dicho imaginario de ciudad ha tendido a priorizar la reducción del espacio, a fortalecer la conectividad virtual, por sobre el contacto y el traslado físico de las personas; visión que cada vez logra más adeptos, sobre todo a propósito de la progresiva irrupción de las denominadas Smart Cities y que, de hecho, en el actual escenario de pandemia, ha tomado una gran relevancia. De esta forma, la instalación de estos imaginarios urbanos de habitabilidad vertical, de alta densidad, visto desde la teoría lefebvriana de la trialéctica espacial, evidencia la existencia de una permanente tensión e imposición de parte del espacio concebido, sobre los espacios percibido y vivido. Dicho de otro modo, en el actual contexto de sociedad capitalista, prima el despliegue del espacio concebido, el cual termina imponiendo sus reglas de coherencia y determinaciones, con su campo cientificista, técnico y de verdad incuestionable, por sobre las prácticas cotidianas y las representaciones e imaginarios del espacio de parte de los ciudadanos (Delgado, 2013; Lefebvre, 1974, 2013; Martínez, 2013), entre ellos, los niños.

Ahora bien, en lo específico, en relación al caso del edificio estudiado, tanto niños como adultos residentes consideran como un elemento negativo el hecho de que la construcción en la que se encuentran presenta espacios con dimensiones altamente reducidas y una gran densidad habitacional. Desde la perspectiva de los niños, esta condición impacta en su privacidad, desplazamiento y posibilidades de reunirse. Esto último se ve amplificado con la ausencia de zonas de encuentro, recreación y esparcimiento, lo que ha llevado a los niños a tener que practicar su espacialidad en lugares que no son considerados para esos fines, como es el caso de los estacionamientos, trayendo consigo importantes conflictos situados en la frontera de lo público y lo privado.

Si bien, en la actual Ley de Copropiedad Inmobiliaria (República de Chile, 1977) se establece que los estacionamientos forman parte de los inmuebles de dominio exclusivo a favor de distintos propietarios (salvo los de visitas), cabe la posibilidad de establecer acuerdos formales entre los residentes del edificio para que los niños puedan practicar su espacialidad en dicho lugar sin que ello traiga consigo tensiones entre niños y adultos. No obstante, de momento en este lugar, el uso alternativo de estos espacios queda sujeto a la voluntad del conserje de turno.

Lo anterior permite suponer que el imaginario que hay detrás de estas construcciones está concebido exclusivamente para satisfacer las necesidades del adulto asalariado y que no considera las de otros sujetos, tales como los niños residentes en el edificio. En este sentido, se está frente a un diseño inmobiliario urbano que, desde una visión espacial, refuerza la tesis de la invisibilización de la infancia (Chávez & Vergara, 2017; Gaitán, 2006; Pavez, 2012), impactando en la identidad y en la subjetividad de las niñas y los niños.

De esta manera, los niños no solo no participan en la toma de decisiones que son exclusivas del mundo adulto, sino que además quedan confinados en espacios cerrados, confeccionados por tecnócratas, a lo cual Rasmussen (2004) denomina el triángulo institucionalizado. Desde esta perspectiva, la escuela, las instalaciones recreativas y los hogares son zonas estructuradas por adultos que conforman los vértices de un triángulo que se termina de completar a partir de conexiones que representan las rutas de traslado de los niños de un lugar a otro. Ahora bien, en lo específico del caso estudiado, junto con estar envueltos en la dinámica de encierro detrás de este triángulo, lejos de encontrarse en un hogar acogedor, los niños que residen en el edificio se encuentran confinados en un espacio vigilado a partir de diversos mecanismos tecnológicos; están recluidos bajo un estricto régimen de control y restricción como si se tratase de un sistema penitenciario, a la espera de cumplir la condena que implica ser niño, para reinsertarse lo más pronto posible en esta sociedad capitalista, como un auténtico adulto maduro, con potencial de consumo (Cuervo-Montoya & Giraldo-Urrego, 2020).

En lo relacional, en el interior del edificio las restricciones espaciales se vinculan con una postura adultocéntrica de los sujetos, otorgándoles arbitrariamente atribuciones para ejercer poder sobre la infancia. Tanto el grupo familiar de cada niño como también los vecinos, conserjes y administradores del edificio son quienes toman decisiones, en ocasiones incluso por medio de la fuerza, respecto de las prácticas de espacialidad de los niños, lo que deviene en las dinámicas de control y encierro antes mencionado. En este sentido, cabe señalar que otros estudios centrados en representar prácticas espaciales infantiles en lugares de niños, contrario al fenómeno de encierro descrito en este artículo, destacan dentro de sus hallazgos la apropiación de la calle y el espacio público por parte de los niños y niñas, en respuesta a la precariedad de la vivienda y sus respectivos barrios en los que residen, lo que ha traído consigo un fortalecimiento de los sentidos de apropiación espacial y de autonomía de los niños y niñas (Hernández, 2020). Ello invita a ampliar la mirada respecto de sus prácticas espaciales, desde su relación con otras variables tales como el tipo de vivienda, el género, el multiculturalismo, las clases sociales, entre otros.

Ahora bien, en cuanto al edificio en cuestión, cada uno de los factores señalados en este artículo, sumado a las breves estadías de habitabilidad en el edificio que tienen los niños junto con sus familias, van mermando las posibilidades de afecto y apropiación que los sujetos tienen con el lugar. Aun así, los niños dan cuenta del uso del espacio, el cual disputan por medio de estrategias orientadas a sortear las restricciones que se les imponen, además de otorgarles mayor significación a algunas zonas específicas del recinto.

Así, es posible destacar el carácter exploratorio de los dos estudios desarrollados, aportando a las nociones de espacialidad aplicadas a los niños y, especialmente, desde la propia vivencia de estos como agentes sociales. En esa línea, los resultados están en consonancia con la revisión teórica presentada, pero desde una visión particular que la amplía al caso de las megaestructuras chilenas e incorpora los discursos infantiles, incluyendo algunas diferencias de género respecto de las posibilidades de prácticas espaciales encontradas, especialmente vinculadas a la idea del miedo urbano. Dentro de las fortalezas de los estudios que llevaron a la redacción de este artículo, se considera que poseen un abordaje interdisciplinario, que se materializó desde su propio diseño metodológico, que buscaba la apertura de espacios de debate y de reflexión sobre las posibilidades de co-construcción de saberes a través de la investigación colaborativa con niños.

Con ello se pretendió desplazar los límites clásicos del rol del adulto-investigador y los espacios normativos de la producción científico-académica, promoviendo la validación de vías alternativas para la presentación de hallazgos investigativos que apunten a la democratización de los saberes, relevando la colaboración en el trabajo etnográfico con niños como un espacio que otorga la posibilidad de asumir el control de su participación, de definir sus vías de expresión y de posicionar el impacto sociopolítico de sus voces. Junto con esto, se trató de reposicionar técnicas clásicamente marginalizadas en un discurso dominante de la investigación, aportando a la decolonización y complejización de la investigación sobre y con niños.

Ahora bien, estos estudios se centran en un caso particular que, si bien cobra relevancia en la capital chilena y corresponde a un estilo urbanístico en auge, aunque reciente, no se debe obviar la limitación que impone el modelo de estudio de caso a la luz del alcance y generalización de las reflexiones. En esa misma línea, se deben contemplar las características de esta comunidad residencial tanto a nivel socioeconómico y cultural como a nivel de las características constructivas y de diseño del edificio (dimensiones, equipamiento, vigilancia); y como también su ubicación, conectividad y equipamiento urbano comunal, entre otros factores que inciden y podrían limitar los resultados.

Otro elemento que resulta relevante contemplar a nivel de alcances y limitaciones se vincula con el estigma social asociado al concepto de gueto vertical acuñado en la prensa para referirse a estas construcciones, sin mediar mayor análisis respecto de la idoneidad del concepto y de los efectos de su uso por los residentes del edificio. El efecto de este fenómeno mediático pudo verificarse en algunos de los adultos residentes que fueron invitados a estas investigaciones y que se negaron a participar, dado que asociaron los propósitos de la academia con los de la prensa sensacionalista, lo que derivó en una serie de desconfianzas y aprehensiones con relación al estudio. Ahora bien, en cuanto a los niños, no se alcanzó a percibir esta situación; incluso, quienes participaron manifestaron abiertamente no haber oído hablar antes de la expresión gueto vertical, ni de los elementos estigmatizadores derivados de su uso.

En cuanto a los desafíos éticos, es importante considerar la complejidad del fenómeno. Como se señaló, la convivencia entre los habitantes se ha vuelto cada vez más hostil. Esto ha acentuado el distanciamiento entre ellos y ha limitado sus posibilidades de hacer uso de los espacios comunes. Esto, además, sumado a la gran rotación de residentes y a la sobreexposición mediática de la intimidad de las personas, como ya se mencionó, trajo consigo un marco inicial de resistencia a participar en el estudio y duda acerca de conceder acceso a los niños. De allí que se torna relevante que prime no solo el espíritu de denuncia crítica y de un compromiso político de parte de estos estudios y de quienes los realizan, sino además que se garantice el cuidado y el respeto por los participantes. Incluso debiera ser posible avanzar hacia un trabajo de co-autoría con los niños.

Al pensar en proyecciones futuras, cabe preguntarse por el tipo de ciudadano que se está formando en esta configuración de ciudad y por las posibilidades de que se desarrolle un tejido social que dé cuenta de una comunidad fortalecida, en este tipo de edificios. Así, la academia tiene el rol clave de seguir ahondando en comprender la forma en que las personas habitan este tipo de construcciones, acentuando, una mirada que considere la clase social, el género, la multiculturalidad e, incluso, la diversidad funcional. Asimismo, debe tener presentes diseños de corte comparativo para diferentes comunas, que permitan ampliar la revisión de la conformación de ciudad, de las brechas que existen en ella y de la posibilidad de agencia de los diversos actores sociales y, especialmente, de los niños y niñas.

Por su parte, a nivel del diseño de políticas públicas en esta materia, y en sintonía con las metas del objetivo de ciudades y comunidades sostenibles de la Agenda 2030 (Ministerio de Desarrollo Social, s. f.), sin duda se puede nutrir la discusión redoblando los esfuerzos por conjugar los saberes académicos con los de la ciudadanía en su amplio y diverso espectro. Sobre todo si pensamos que la revolución subyace a la vida cotidiana, donde el espacio está en constante disputa, pero a través del cual se albergan múltiples posibilidades de replanteamiento y reconfiguración de lo social, de co-construcción del hogar y la ciudad, desde una perspectiva conjunta entre el mundo adulto y el de los niños y niñas. En este sentido, a nivel macro, resulta crucial el desarrollo de políticas sociales que aseguren la construcción de viviendas y de sus entornos, con adecuados estándares de calidad de vida habitacional y el resguardo de los equilibrios urbanos, entre los que se cuenta la mantención de la fluidez vial, la privacidad, la presencia y calidad de áreas verdes, espacios comunes y espacios de uso público. Todo esto a partir de una participación ciudadana que posibilite la consideración de las particularidades de los diversos sujetos que la componen, así como también del establecimiento de espacios físicos que permitan y potencien el encuentro de estos, de manera tal que se fortalezca el sentido de pertenencia espacial, tanto individual como colectivo.

En definitiva, la cuestión del espacio ha de ser abordada por «una gestión y por una apropiación colectiva» (De Mattos & Link, 2015, p. 31) que surja desde las calles, desde los barrios, desde la propia ciudadanía. Ello en el entendido de que «el espacio no es solo producto de la dominación capitalista, sino también de las resistencias y de las rebeliones que se dan en la vida cotidiana» (Márquez, 2021, p. 81). Situados en el terreno de la intervención, este caso específico presenta desafíos a corto y mediano plazo, que suponen no seguir invisibilizando las consecuencias de este tipo de edificaciones y, por otro lado, contribuir mediando, conteniendo u organizando a la comunidad del edificio en pro de mejorar la convivencia y la calidad de vida de sus residentes; asimismo, suponen velar por la instalación de más áreas verdes públicas para la comunidad en general, que compensen las desigualdades espaciales generadas por este tipo de construcciones.

Agradecimientos

Agradecemos a cada una de las personas que apoyaron en la realización de este trabajo. Agradecemos especialmente a las niñas, niños y adultos que participaron a lo largo de estos estudios, quienes muy generosamente pusieron a disposición sus diversos saberes y sentires cotidianos.

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* Este artículo deriva de dos investigaciones: la primera, denominada No nos dejan hacer na’, fue presentada por uno de los autores como tesis para optar al título de magíster en Psicología (Universidad Diego Portales), realizada entre septiembre de 2017 y octubre de 2019. La segunda, denominada Producción de espacialidad de niños y niñas que habitan un edificio de Estación Central: investigación etnográfica en colaboración y co-autoría, desarrollada por ambos autores entre octubre de 2018 y mayo 2019, está inscrita en el Centro de Estudios Interdisciplinarios de Infancias y Espacialidades de la Universidad de Las Américas. Área: ciencias Sociales. Subárea: Interdisciplina.

1En adelante se hablará de niño o niños en términos genéricos, como opción meramente funcional para el escrito.

2La obra de Lefebvre destaca, entre otros aspectos, porque trató un muy variado espectro de temas y problemas sociales, donde resaltan sus aportes en el campo del estudio de la dimensión espacial y la conformación de ciudad. En la actualidad, estos planteamientos siguen estando vigentes y han sido motivo de revisitación por parte de diversas disciplinas tales como la sociología, geografía, antropología y filosofía. La amplitud en su mirada respecto del espacio, junto con su perspectiva marxista caracterizada por tener un enfoque «relativamente heterodoxo, apegado invariablemente a una visión humanista y libertaria» (De Mattos & Link, 2015, p. 38), fueron algunas de las razones que impulsaron su revisión y utilización en el presente artículo.

Para citar este artículo: Reyes-Bahamondes, J., & Cornejo-Díaz, D. (2022). Prácticas espaciales de infancias en edificio de gran altura y densidad habitacional. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 20(1), 1-31. https://dx.doi.org/10.11600/rlcsnj.20.1.4809

Recibido: 01 de Marzo de 2021; Aprobado: 20 de Septiembre de 2021

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