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Eidos

Print version ISSN 1692-8857On-line version ISSN 2011-7477

Eidos  no.24 Barranquilla Jan./June 2016

https://doi.org/10.14482/eidos.24.7920 

DOI: http://dx.doi.org/10.14482/eidos.24.7920

Causa y determinación del sujeto

Sylvia De Castro Korgi
Universidad Nacional de Colombia
sylviadecastro@gmail.com

Fecha de recepción: 30 de mayo de 2015
Fecha de aceptación: 13 de septiembre de 2015


Resumen

Este articulo propone diferenciar los asuntos de la causa y la determinación cuando del sujeto se trata; y lo hace en relación con una preocupación relativa al lugar que ocupa lo humano en el contexto actual del discurso de la ciencia, que pretende reintegrarlo al ámbito de los objetos naturales. Frente a este 'prejuicio biológico', el psicoanálisis propone una concepción inédita de la causalidad, en virtud de la cual la causa proviene de la manera como un sujeto se sitúa frente a las determinaciones, sustrayéndose a su imperativo. El sintoma se presenta como el recurso del sujeto y la via de aprehensión de dicha sustracción.

Palabras clave: causa, determinación, 'prejuicio biológico', psicoanálisis, síntoma, sujeto.


Abstract

This paper suggests differentiating the issues of cause and determination when thinking about the subject. The idea is to address a certain concern about the place of the human within the current discourse of science, which seeks to integrate it into the field of natural objects. Before this «biological prejudice*, psychoanalysis proposes an innovative conception of causality, according to which the cause stems from the way the subject places itself in front of determinations, avoiding their imperative. Symptom appears as a resource of the subject and a way of understanding such avoidance.

Keywords: cause, determination, 'biologicalprejudice', psychoanalysis, symptom, subject.


Causa y determinación del sujeto

De nuestra posición de sujeto somos siempre
responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran.
Tengo derecho a sonreír, pues no será en un
medio donde la doctrina es abiertamente materia
de compromisos, donde temeré ofuscar a nadie
formulando que el error de buena fe es entre todos
el más imperdonable.
Jacques Lacan

i

Quiero empezar por situar el punto de partida de la reflexión que emprendo en relación con la causa y la determinación del sujeto. Palabras pesadas estas -causa, determinación y sujeto-por la carga que cada una soporta de una tradición que es tanto filosófica como científica, con respecto a la cual me distancio sin detenerme especialmente en las razones, para afrontar rápidamente la particularidad de su consideración en el campo del psicoanálisis y el tratamiento que le daré al asunto, con lo cual espero rozar, después de todo, dichas razones. Mi interés por este tema nace de la preocupación que me asiste, que nos asiste a muchos, en relación con el lugar que es llamado a ocupar lo humano en el mundo contemporáneo, sea que lo pensemos desde el campo de la ciencia y su lógica de objetivación, sea que lo hagamos en el marco del capitalismo y su lógica mercantil. En el primer caso asistimos a la reintegración de lo humano al ámbito de los objetos naturales de la ciencia, lo cual merece la acepción de biologismo, o como lo propone el psicoanalista Marie-Jean Sauret (Sauret, 2012, p. 237), de prejuicio biológico. Este prejuicio equivale a un rechazo del sujeto y se manifiesta de manera grosera en la sobrevaloración de las determinaciones biológicas, lo que coincide, por lo demás, con un desconocimiento de la causalidad que comanda los hechos del único "objeto", de todos aquellos examinados por la ciencia, que habla y que se pregunta por su ser. Esta causalidad que el discurso de la ciencia desconoce coexiste, en el campo del psicoanálisis, con el silencio de las determinaciones naturales, que son, justamente, aquellas que la ciencia celebra.

Ahora bien, en el movimiento contemporáneo en curso no se trata exclusivamente de la sobrevaloración las determinaciones biológicas, pues como podrá suponerse, la ideología de la ciencia, ese prejuicio biológico, ha ocupado también los espacios de reflexión que previamente correspondían a las llamadas ciencias humanas. Uno se sorprende al constatar la manera férrea como la misma lógica en juego en la consideración de las determinaciones naturales se mantiene cuando se trata de determinaciones psicológicas, incluso sociales, como si un naturalismo psicosociológico se hubiera apoderado de aquellas, de las disciplinas de lo humano.

Este prejuicio es cuestionado por la experiencia psicoanalítica, cuya textura más propia, al decir del psicoanalista Pierre Bruno (2011), "consiste en recusar toda combinatoria entre determinaciones biológicas, sociológicas y psicológicas" (p. 15) cuando del sujeto se trata. Bruno, quien se ocupa a fondo de esta cuestión, advierte que en la actualidad las distintas escuelas de lo patológico, por así decir, se acogen a esta combinatoria de determinaciones, si bien en diferente proporción según sus propios intereses. La consideración de esta combinatoria culmina por construir un 'sujeto' reducido a "un paralelogramo de fuerzas" (Bruno, 2011, p. 15). Por supuesto, la concepción del sujeto derivada de ese ejercicio no tiene nada que ver con el decidido determinismo freudiano, que apostó siempre por verificar la causa (significante) de los fenómenos que sometió a análisis, el síntoma en particular; y nada tiene que ver tampoco con la cura psicoanalítica, que lejos está de una intervención cuya pretensión fuera hacer el recorrido de cada variante, biológica, sociológica y psicológica, de la historia, que a su término, le permitiera al sujeto un engañoso conocimiento de sí: finalidad de una cura que supone un sujeto transparente a sí mismo, con lo cual estamos en las antípodas del sujeto del inconsciente.

Bruno llama la atención sobre un asunto crucial, sobre una verdad que pasa desapercibida en la consideración de esas determinaciones: es el hecho de que, sean las que sean las consecuencias sobre el sujeto, las circunstancias de lo vivido no pueden modificarse, pues ellas proceden de la realidad. Pero advierte, además, y esto es quizás lo más importante, que de esas consecuencias el sujeto no podrá "inocentarse" por considerar que lo ocurrido estuvo al margen de su elección. Lo vivido tiene efectos, no los mismos para todos, y es en relación con el efecto sobre el sujeto que este podrá reconocer su participación en los hechos y que podrá, en todo caso, esperar alguna modificación.

Es esto, fundamentalmente, lo que está implicado en "una concepción inédita de la causalidad" (Bruno, 2011, p. 16), en virtud de la cual la causa proviene de la manera como un sujeto se sitúa frente a lo que él es como efecto. Ahora bien, este sujeto, en la medida en que queda constituido como respuesta al efecto, puede oponer a la realidad, es decir, al conjunto de las determinaciones, una respuesta, precisamente, no cualquiera, la más real, cuya forma paradigmática es el sintoma. De entrada el sintoma le permite al sujeto sustraerse al imperativo de las determinaciones; imperativo que lo fija en esa posición oprobiosa que es la del sometimiento al Otro o a las circunstancias; dicho de otro modo, una posición de victima que implica una "pasivización" (Bruno, 2011, p. 17). Por supuesto, que el síntoma sea aquí la respuesta excluye que sea el problema; pero entonces habrá que tomar nota de que la concepcion del síntoma en juego se aparta radicalmente de una vertiente patológica, incluso psicopatológica. El síntoma en este caso es un recurso del sujeto para impedir su sometimiento a la voluntad del Otro -cualquiera sea quien encarne a este Otro-; voluntad que es de goce, es decir, un exceso cuya satisfacción se traduce en sufrimiento1.

El asunto es complejo, pero la simplicidad con la que Freud lo introduce al momento de dilucidar el enigma en el que consistía el síntoma de las por entonces llamadas neurosis de guerra allana la dificultad. En efecto, en 1919, en un contexto social marcado por las condiciones de la guerra, cuando Freud es requerido por las autoridades que tenían a su cargo el diagnóstico y el tratamiento de los soldados aquejados, produce una pieza de doctrina sobre el síntoma. En primer lugar, destaca la homología de estructura entre las neurosis guerra y las neurosis a secas, dada "la naturaleza psíquica de la causación" (Freud, 1980c, p. 209). En cuanto a los síntomas, dice que también en las neurosis de guerra estos son efecto de la represión como defensa frente a un traumatismo, en este caso la guerra; traumatismo cuyos elementos en tensión son, de un lado, las exigencias culturales y, del otro, los intereses libidinales del yo a reprimir. Y bien, el síntoma de las neurosis de guerra le permite al sujeto concernido sustraerse de los "servicios de la guerra". Su síntoma es entonces el lugar de un rechazo del sometimiento que le es exigido a los requerimientos del Otro; sometimiento que implicaría para él situarse a merced de la voluntad de ese Otro. Gracias a la constatación de que nunca un mercenario presenta síntomas de neurosis de guerra se entiende bien qué se juega para aquel que hace un síntoma cuyo valor es el de una denuncia, de una objeción de conciencia, como dice Freud explícitamente. No solamente el síntoma es un rechazo a sacrificar su libido narcisista, es también una "renuencia ante la orden de matar" (Freud, 1980c, p. 211), esto es, a satisfacer el goce propio de sus mociones asesinas.

ii

Gracias al síntoma nos ha sido posible acercarnos, pues, a esta novedosa concepción de la causa que ahora estamos en posibilidad de examinar desde la perspectiva de la formación misma del síntoma en un ejemplo que nos revela tanto sus elementos constitutivos como el análisis al que es sometido en la búsqueda de su sentido. Es el ejemplo princeps, llamativamente presentado bajo el título de "la proton-pseudos histérica", y nos es entregado por Freud en un momento muy temprano de su elaboración. Se trata de una mujer aquejada de un síntoma fóbico que le impide ingresar sola a una tienda. Ella recuerda, a propósito, que a la edad de 12 años entró, en efecto, sola a una tienda en la que los empleados que la atendieron reían entre sí, lo que ella achacó a su forma de vestir. De esta ocasión también recuerda que uno de los empleados le gustó. Ahora bien, ella no puede entrar sola a una tienda aun habiendo modificado su forma de vestir pero, en cambio, puede hacerlo si un niño -de quien no esperamos que pueda protegerla- la acompaña. Así las cosas, Freud (1980a) concluye que este recuerdo "no explica ni la compulsión ni el determinismo del síntoma" (p. 401). La exploración subsiguiente arroja otro recuerdo, que la mujer recupera en ese momento de su cura con Freud, es decir que ella no sabía de esto previamente, y no sabía porque le era inconsciente: a los 8 años, según dice, fue sola en dos oportunidades a la tienda de un pastelero y este señor, entrado en años, la tocó a través del vestido, lo que constituye ciertamente un traumatismo sexual... Por lo demás, este señor acompañó su atrevimiento con una risotada.

Quiero destacar lo que quizás ya ha sido notado en el relato, y es que de una escena a la otra, de un recuerdo a otro, las palabras utilizadas por la paciente de Freud se repiten: la risa de los empleados y la risotada del pastelero, el encontrarse sola, tanto en la tienda como en la pastelería, la mención del vestido. Digamos, para ir rápido, que en el momento del segundo acontecimiento, a los 12 años, la risa de los empleados evocó inconscientemente la risotada del pastelero en el curso del primer acontecimiento, a los 8 años, lo que trajo a su recuerdo el tocamiento a través del vestido... Por eso, por esa evocación, ella sale corriendo de la tienda de los empleados (a los 12 años) en la que se encontraba sola como aquella vez en la tienda del pastelero. En fin, Freud (1980a) sostiene: "La conclusión de no permanecer sola en la tienda a causa del peligro del [abuso] se formó de manera enteramente correcta, con miramiento por todos los fragmentos del proceso asociativo" (p. 402).

El síntoma quedó así constituido; pero se constituyó a propósito del segundo acontecimiento, no del primero. Y Freud afirma que por extraño que parezca, este modo de ocurrencia particular en el que el segundo acontecimiento en el tiempo adjudica valor y sentido a lo ocurrido en el primero caracteriza los hechos de la vida psíquica inconsciente. Freud proporciona la noción de "posterioridad" (aprés coup en francés, Nachträglich en alemán) para nombrar esta rareza que es el tiempo en psicoanálisis, cuyas consecuencias son enormes en lo relativo particularmente a la causalidad; tiempo que nada tiene de lineal, que desprecia la cronología, que permite descartar la prevalencia de los orígenes y de la función diacrónica y que, en el campo del psicoanálisis, Jacques Lacan radicaliza hasta convertirlo en el esquema explicativo de la significación, que solo es posible por retroacción, al término de la cadena hablada.

Repasemos rápidamente, con el caso clínico freudiano, los elementos en juego en esta concepción inédita de la causalidad del síntoma. En primer lugar, el reconocimiento del efecto retroactivo del acontecimiento -o sea, del traumatismo-; efecto retroactivo que impide pensar en una consecuencia directa e inmediata, y en una consideración cronológica del tiempo también, es decir, en una (clásica) relación lineal de causa a efecto en la que, siendo así, no hay cabida para el sujeto: el solo enunciado de una tal ecuación, puesto que contempla dos términos, C^E, elide al sujeto. La causalidad descubierta por Freud introduce, en cambio, decididamente al sujeto, y es por eso que no puede designarse simplemente como psíquica, por oposición a la causalidad implicada en los hechos físicos, pues en los dos casos, sea psíquica, sea física, la ecuación es la misma. Ahora entendemos a qué responde la designación lacaniana de causalidad lógica.

El segundo elemento en juego que podemos destacar es el hecho de que el síntoma, que constituye la respuesta-sujeto, por así decir, no absuelve al sujeto, es decir, justamente, no lo "inocenta". Ya la paciente de Freud afirma en el curso del relato un elemento sorprendente para ella misma: que luego de la agresión sexual del pastelero, regresó a la tienda una segunda vez, como si buscara que el atentado se repitiera, por lo cual se reprocha. Lacan (1990a), por su parte, no deja de mencionar al respecto que este elemento del recuerdo "resuena con la idea de la atracción sexual experimentada en el otro recuerdo" (p. 92). Ahora bien, el reproche de la paciente es correlativo del efecto de culpabilidad, que en este caso es un índice del sujeto. La clínica psicoanalítica muestra de qué manera, tras la queja a veces acendrada de ese sujeto que reclama su inocencia, se descubre un acuciante sentimiento de culpabilidad. Insistamos entonces en el hecho de que solo el reconocimiento de su participación en aquello que lo aqueja le permitirá al sujeto sustraerse de esa posición pasivizada que es la de la víctima.

Se diría que en quien asume esa posición de víctima opera un rechazo del saber: lo que no se quiere saber es la participación en el asunto; participación activa o pasiva, poco importa. Ahora bien, este [no] saber que se rechaza se refiere entonces a la causa, y su procedimiento -el de no querer saber- equivale a valorar la determinación por encima de la causa. Por el contrario, el psicoanálisis se orienta de tal modo que se pueda liberar la causa de la determinación. La mujer del caso clínico freudiano arriba comentado tendría muchas determinaciones a su disposición: uno puede imaginarlas simplemente haciéndose eco de la simpleza de las explicaciones mediante las cuales la psicología y la psiquiatría actualmente en boga inundan tanto los consultorios en los servicios de atención como las franjas destinadas a entrevistar a los profesionales de la llamada salud mental en los noticieros de televisión.

Por lo demás, esta consideración de la participación del sujeto en el asunto del que se queja no quita en absoluto el reconocimiento de la presencia del abuso del Otro: de quien impone, o pretende imponer, su voluntad de goce.

iii

Ahora abordaré el asunto de la causa por otra vía. La importancia de este otro abordaje radica en el hecho de que aquí la causa es una forma de nombrar al sujeto del que se ocupa el psicoanálisis: un sujeto causado por el lenguaje. El lenguaje, es, pues, lo que opera como causa del sujeto del inconsciente. Así las cosas, si el sujeto es efecto del lenguaje no es, no podría ser, causa de sí mismo.

Entonces, en el campo del psicoanálisis situamos la causa en el lenguaje; y esto marca de hecho una posición frente a lo humano, más específicamente, frente al sufrimiento humano. Por dar un ejemplo diré que mientras los psicoanalistas creemos en la causa del lenguaje, el psiquiatra o, para estar a tono con la época, el neuropsiquiatra, piensa que la causa de la paranoia es una proteína o una enzima. Puede que esta proteína o esta enzima no hayan sido del todo estudiadas y que las investigaciones de laboratorio no hayan arrojado resultados inequívocos, pero eso no le resta seguridad alguna a la posición del psiquiatra, cuya creencia responde, no a su arbitrariedad, sino a la lógica en juego en la explicación de la ciencia. Entre tanto, Freud inventó una teoría para la paranoia, que es el delirio. Todo freudiano sabe que el delirio es una tentativa de curación, un intento de reconstrucción del mundo exterior entre tanto sumergido por el retraimiento narcisístico del sujeto. Ahora bien, el mecanismo en juego en el delirio consiste en un procedimiento de transformación de una proposición inicial que se reduce a una frase, y las distintas formas del delirio corresponden a la diferentes posibilidades gramaticales de declinarla. Asunto, pues, de gramática...

Remontémonos, por poco que sea, al punto de partida. El psicoanálisis es ante todo la experiencia de palabra que Freud inaugura en vísperas del siglo XX. El momento preciso de su instauración no es en absoluto ajeno a mi punto de partida para pensar los asuntos de la causa y la determinación. Freud era un médico vienés con ambiciones de investigador, inscrito en la corriente cientificista de la época representada por sus maestros -Brücke en especial, heredero del ideal científico de Helmholtz, Ludwig y Du Bois-Raymond-, quienes habían adherido a una posición que defendían como la Verdad, según la cual la explicación científica de los fenómenos exigía la aplicación de leyes fisicoquímicas, se tratara de fenómenos naturales o de organismos vivos, el hombre entre ellos, lo que, dicho en otros términos, consistía en "hacer entrar a la fisiología y a las funciones del pensamiento a las que se consideraba incluidas en aquella, en los términos matemáticamente determinados de la termodinámica" (Lacan, 1985, p. 836). Solo que Freud, por razones poco científicas, pues tuvieron que ver en últimas con la conciencia de su exclusión de los medios académicos en virtud de su pertenencia a la comunidad judía, se orienta hacia la psiquiatría naciente -una psiquiatría que, como la medicina de entonces, aún contaba con el enfermo-, y empieza a ocuparse de la clínica de las llamadas enfermedades nerviosas. Es en el curso de esa desviación, por así decir, que Freud se encuentra con las histéricas. Tal vez no sobre tener presente que en los albores de la construcción freudiana el síntoma despreciado por la ciencia médica era precisamente el síntoma histérico, al cual se lo reconocía como producto de la simulación de la enferma... Freud da el giro decisivo al respecto cuando reconoce que el síntoma tiene sentido no obstante su sinsentido aparente, y cuando, operando con el rigor que imprimió en él la marca del ideal científico, descubre que es el efecto de una causa, que existe un nexo causal entre el proceso ocasionador y el fenómeno patológico, nexo del cual el sujeto no sabe.

Pues bien, en el curso de su tratamiento, una paciente, Emmy von N, le pide en una oportunidad que la deje hablar... Y así, como dice Sauret (2008), "por primera vez en la historia de la medicina, de la psiquiatría, de la psicología, la palabra le es dada a los pacientes" (p. 15). El psicoanálisis nace en esa experiencia de palabra que reconoce al paciente como un sujeto, al que hay que distinguir del yo, incluso de la persona, pero sobre todo, al que hay que distinguir del individuo bio-psico-social.

Este sujeto, irreductible al individuo, es aquel quien dejándose interrogar por su sufrimiento no encuentra, por lo menos no encontraba en la época de Freud, respuesta a las preguntas sobre su ser de sujeto en las determinaciones individuales, sean estas, como ya lo he dicho, biológicas (de las que el caso de moda es "el santo ADN", como dice Bruno al referirse a estos asuntos), psicológicas (por ejemplo, haber sido objeto de prácticas abusivas) o incluso de carácter social (por ejemplo, contarse entre las familias desplazadas por la violencia del conflicto armado). Puede sonar extraño que lo social se agregue al listado de determinaciones individuales, pero es que aquí lo social no es más que es un tipo de realidad cuya consideración se plantea en el mismo nivel de las otras. En el discurso de las determinaciones, bajo la misma lógica se sitúan todas esas realidades de distinto orden.

Ahora bien, en relación con el psicoanálisis se impone esta: ¿qué de esta experiencia de palabra permite reconocer en el individuo a un sujeto o, más precisamente aun, escuchar en él a un sujeto? Este sujeto, aprovechemos para decirlo, es aquel a quien Lacan nombra con un neologismo en su lengua, en francés, parlêtre (hablanteser), y no, como sería debido, être parlante (ser que habla), con lo cual antepone el hablar al ser (Friedman, 2010). Es decir, que es el lenguaje el que produce la idea del ser. Es este parlêtre el que viene al lugar del sujeto del inconsciente.

En principio uno podría decir que el sujeto es quien habla en el individuo; pero dicho esto, el individuo abandona la escena, porque de ahí en más es la estructura del lenguaje la que responde por la condición de sujeto, es decir, por la condición de quien, en últimas, tiene a su disposición la posibilidad y el poder de decir "yo soy...", sin que ese "yo" -y aquí está lo importante- pueda reducirse a los factores biológicos, psicológicos o sociales -incluso históricos, económicos, la lista puede ser larga-; factores a los cuales está de todos modos ligado, por supuesto, pero a los que no se reduce, como tampoco se reduce a la interacción compleja de todos ellos.

El lenguaje mismo impide esa reducción porque en cuanto el sujeto dice "yo", en eso que dice él no está sino representado. Dicho de otro modo, en cuanto él se pregunta por su ser no encuentra otra respuesta que "lenguajera". Así pues, el sujeto no está en las palabras con las que responde a la pregunta por su ser; digamos mejor que a falta de estar in effigie, se encuentra allí in absentia (Sauret, 2008, p. 15). En otros términos, le falta el ser; y esa falta es lo que lo constituye como deseo. Este es el sujeto del inconsciente.

En algún momento Lacan (1990b) sostiene que

El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra sobre un sujeto, en el nivel en que el sujeto se constituye por los efectos del significante... con el término sujeto... no designamos el sustrato viviente necesario para el fenómeno subjetivo, ni ninguna especie de sustancia, ni ningún ser de conocimiento en su patía. ni siquiera el logos encarnado en alguna parte, sino el sujeto cartesiano, que aparece en el momento en el que la duda se reconoce como certeza -solo que en nuestra manera de abordarlo, los fundamentos de este sujeto se revelan mucho más amplios y, por consiguiente, mucho más sumisos, en cuanto a la certeza que yerra. Eso es el inconsciente. (pp. 132-133).

En fin, lo que el psicoanálisis sitúa en el punto de partida es al Otro del lenguaje, en razón de lo cual el sujeto no es "autónomo" como lo quiere la ideología liberal: se constituye como sujeto en el Otro del que se reconoce dependiente en el sentido de que requiere de él los elementos del lenguaje indispensables para tomar la palabra. Si la toma, si hace de la palabra un acto mediante el cual verifica su existencia de sujeto, podrá a su vez tomar distancia del Otro, e incluso subvertir su discurso. Así pues, su necesaria dependencia no supone el sometimiento a la voluntad de ese Otro. Y es esto lo que nos introduce de manera explícita en el tratamiento de los límites a las determinaciones del Otro.

La fórmula lacaniana según la cual "el inconsciente es el discurso del Otro" recoge con una economía impresionante de palabras ese dato de la determinación del sujeto por el discurso al estipular lo esencial de lo que le es transmitido, no cualquier cosa: lo decisivo en la constitución del sujeto del inconsciente. Pero aun si existiera una voluntad de dominio sobre aquello que se pretende transmitir, hay que contar con el hecho de que un punto permanece opaco, un punto que constituye lo indecible, que se halla por fuera de los enunciados formulados por los padres y que, sin embargo, se articula a esos enunciados en virtud de lo inconsciente (Izcovich, 2005, p. 13). La misma fórmula del inconsciente como discurso del Otro señala un equívoco, pues también puede leerse en el sentido de que el sujeto es hablado por el Otro... ¿Y, acaso no? En otro momento decía Lacan (1999): "La frase ya ha sido empezada antes del él" (p. 192), antes del niño, de su nacimiento incluso, pero lo decía no sin advertir que él, el mismo niño, tiene que interpretarla, proseguirla y, en últimas, asumirla como propia, cuando no modificarla. En todo caso, en la diferencia entre hablar y ser hablado se juega el destino del sujeto -sujetado al Otro, ciertamente, pero no mediante los hilos de la marioneta-.

Aun otra fórmula, aquella según la cual "el deseo es el deseo del Otro", permite situar la misma alternativa, en el sentido de que si bien la posición frente al deseo está antecedida por el deseo del Otro -en cuanto que solo en el espacio de la falta materna el sujeto entra a jugar-, el sujeto es en últimas responsable del juego que juega., de la posición que elige. Esto merece una atención especial, pues plantea ya aquí el asunto de la responsabilidad asunto que como puede suponerse, es uno de los elementos propios de la causa, no de las determinaciones.

Cuando Freud (1980b) aseguraba que "ninguna generación es capaz de ocultar a la que le sigue sus procesos psíquicos de mayor sustantividad" (p. 160), no dejaba de señalar, en relación con esa continuidad de una generación a la siguiente, que "una parte parece estar a cargo de la herencia de predisposiciones psíquicas" [esos eran los términos en los que se planteaba en su tiempo la discusión], mientras que, y esto constituye la otra parte, "necesitan de ciertos enviones en la vida individual para despertar a una acción eficaz" (Freud, 1980b, 159)2. En relación con ello Freud menciona la máxima de Goethe:

Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo.

De manera simultánea, si no pudiéramos salvaguardar un margen de libertad frente al Otro, no habría cabida alguna para la responsabilidad del sujeto. La clínica freudiana enseña de qué modo el neurótico se presenta como el producto de un destino trazado de antemano... Al respecto podríamos decir que allí donde Freud no se dejó engañar por la queja del sujeto inocente de su participación en aquello de lo que se quejaba, el discurso de la psicología, en cambio, concluyó que aquel, el neurótico, era el resultado de una cadena de determinaciones, su víctima.

Es entonces la responsabilidad del sujeto la que queda en entredicho, pero no solamente. Es que así tampoco sería posible pensar una ética (Soler, 2014, p. 35). Ni una ética ni incluso una política; y es en el terreno de la ética y de la política donde vale la pena advertir de qué manera la primacía de las determinaciones en desmedro de la causa arriesgan el lugar del sujeto en favor de su supresión... Me apoyo en las palabras de Sauret (2000) para precisar que

La posibilidad de que un sujeto escape a la determinación significante a la cual, en cuanto objeto, él es irreductible [es condición], para que pueda hablar en su nombre propio... por ejemplo. El sujeto no es igual a sus determinaciones... Quien habla debe escapar al hecho de ser hablado por el Otro -si no, es la ecolalia, la repetición, el conformismo, la lengua del disimulo [de lo políticamente correcto], la idolatría del saber, la servidumbre, la adhesión ciega. La lista de los accidentes de la relación con el Otro 'completo' no queda con lo dicho terminada. (pp. 160-161)

Quiero concluir diciendo que es en el plano de la causa que el sujeto se extrae, o puede extraerse, del lugar de objeto a ser gozado por el Otro. Correlativamente, se extrae, o puede extraerse, del imperio, del imperativo de las determinaciones... En un psicoanálisis el sujeto se encamina por la vía de la subjetivación de las determinaciones que lo han producido, para descubrirse como no siendo el producto de ellas, las que sin embargo experimentó antes de reconocerlas (Bruno, 2011, 29).

Quizás no haya otra forma de libertad.


Notas

1 El acento puesto aquí en la voluntad de goce del Otro no exime que el propio sujeto, identificado con ello, sea quien se imponga la sumisión al Otro. En ese caso es la textura del fantasma del sujeto lo que nos es revelado: "Es así como el fantasma impone al sujeto el sometimieto a la voluntad de goce del Otro, a consecuencia de lo cual su yo no quiero estar a su disposición no puede mantenerse, en virtud de lo cual su propia, a pesar del fantasma, sino por el síntoma" (Bruno, 2012, p. 8).

2 En el curso de esa discusión Freud no se aventura a afirmar la transmisión de los 'procesos psíquicos' al margen de la explicación filogenética, en virtud de lo cual adopta el punto de vista de la herencia soslayando lo que sin embargo anticipa: "el peso de la cultura sobre la constitución de lo humano" (Jaramillo, 1987, p. 32).


Referencias

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