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Eidos

versão impressa ISSN 1692-8857versão On-line ISSN 2011-7477

Eidos  no.40 Barranquilla jul./dez. 2023  Epub 13-Jan-2024

https://doi.org/10.14482/eidos.40.823.446 

Dossier

EL MUSEO ITINERANTE DE LA MEMORIA Y LA IDENTIDAD DE LOS MONTES DE MARÍA (MIM): EL MOCHUELO COMO ESPACIO HETEROTÓPICO*

The Itinerant Museum of Memory and Identity of the Montes de María (MIM): El Mochuelo as a Heterotopic Space

Sara Alarcón** 

Luz María Lozano*** 

Italia Samudio**** 

** Universidad del Atlántico. saaraalarcon@mail.uniatlantico.edu.co. Filósofa y magíster en Filosofía de la Universidad del Atlántico. Joven investigadora de Minciencias durante el proyecto 121587279449. Líneas de investigación: Filosofía política y ética.

*** Universidad del Atlántico luzlozano@mail.uniatlantico.edu.co Doctora en Filosofía por la Universidad Paris VIII-Vincennes Saint Denis. Profesora de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad del Atlántico. Líneas de investigación: Filosofía política y ética, decolonialidad, educación

****Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21. italiasamudio@gmail.com. Antropóloga, magíster en Etnografía Contemporánea y especialista en Gerencia Social y Gestión Comunitaria. Miembro del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 y gestora del Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María - El Mochuelo (MIM). Líneas de investigación: territorio, identidad, narrativas, reconciliación y construcción de entendimiento para la paz y el desarrollo.


RESUMEN

El concepto heterotopía, definido por Michel Foucault como espacio otro, es retomado en este artículo, desde un enfoque crítico, para analizar los procesos de construcción, gestión y puesta en marcha del Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de Los Montes de María, El Mochuelo. Bajo la premisa de que el desarrollo de los procesos de memorialización debe atenderse más allá del cumplimiento normativo por parte del Estado, puesto que estas prácticas de memoria territoriales en El Mochuelo subvierten el estatismo y la homogeneidad con los cuales se instauran las verdades oficiales.

PALABRAS CLAVE: heterotopía; El Mochuelo Itienerante de la Memoria (MIM); espacios de memoria; prácticas de memorialización; Acuerdo de Paz; transformación

ABSTRACT

Heterotopia concept, defined by Michel Foucault as another space, is taken up in this article to analyze the processes of construction, management, and implementation of the Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de Los Montes de María, El Mochuelo (Itinerant Museum of Memory and Identity of Los Montes de María, El Mochuelo). Under the premise that the development of memorialization processes must be addressed beyond regulatory compliance by the State since these territorial memory practices in El Mochuelo subvert the statism and homogeneity with which official truths are established.

KEYWORDS: heterotopia; El Mochuelo Itinerante de la Memoria (MIM); memory spaces; memorialization practices; Peace Agreement; transformation

INTRODUCCIÓN

Siguiendo a Edgardo Castro (2018), Foucault describe en las conferencias que dedica a la reflexión sobre el espacio en 1966 y 1967 que las heterotopías son "esos lugares reales fuera de todos los lugares; su función es desafiar los espacios comunes, sus reglas y sus límites" (p. 202). Y, con respecto a estos lugares desafiantes, el francés contempló una ciencia que llamó heterotopología, que, como ejercicio de análisis, consiste en diagnosticar aquellos lugares que han interrumpido la forma oficial en la que se ha distribuido el espacio dentro de la sociedad. Estos espacios siempre han existido, pero también han desaparecido, es decir, cada época ha consumado, conservado o producido emplazamientos que fijan espacios límites contra toda regla. Por lo tanto, cada grupo humano desde la consolidación de una episteme particular de estrategias de poder ha dibujado sus propias heterotopías, sus propios espacios fronterizos.

Desde esta concepción de la heterotopía explicada por Foucault se puede observar un itinerario de análisis de los diferentes emplazamientos localizables e ilocalizables en una sociedad pasada, presente o futura (muchos de ellos estudiados por el autor en espacios de exclusión como la clínica psiquiátrica o la prisión), pero también para aquellos emplazamientos en los que el francés hace uso solo a modo de referencia como el jardín, el teatro, las casas de citas, el cementerio o, incluso, el museo. Sobre este último espacio, Laura González (2002) afirma que las características de la heterotopía permiten ser foco de explicación en el caso de los museos de fotografía, precisamente por el carácter trasgresor que envuelve su historia y su relación con el arte, permitiéndose concluir que los museos de fotografía son heterotopías: la imagen como recurso de interpelación de la representación misma.

Resulta provocador dirigir la mirada hacia un complejo espacial como lo es el Museo Itinerante de la memoria y la identidad de los Montes de María (En adelante MIM), un espacio fronterizo y aparentemente ilocalizable, por su concepción itinerante, que nace antes de que se estableciera la construcción de la memoria histórica y la reparación simbólica como herramientas de cumplimiento del Estado y de posturas gubernamentales para compensar el daño ocasionado por el conflicto armado (Bayuelo, Samudio, Castro, 2013). Siguiendo lo expresado en el texto Museos disidentes por William López (2019), el MIM es un espacio de memoria que nació como una apuesta arriesgada de resistencia ante las imposiciones hegemónicas de la normalización de la violencia derivada del conflicto interno, por lo que sus gestores han trabajo de manera intensa en la recuperación y en el reconocimiento individual y colectivo de esas voces silenciadas con violencia. La pequeña figura representada en el ave llamada mochuelo y el fuerte canto que emite durante sus altos vuelos son la metáfora de esta apuesta luego de años de constante diálogo y reflexión territorial.

En este orden de ideas, el siguiente artículo tiene el objetivo de considerar El Mochuelo como heterotopía desde los factores determinantes y constitutivos de la conceptualización foucaultiana y los alcances misionales del Museo que resultan comunes. El Mochuelo es un espacio de memoria que nació y se consolidó al margen de la apuesta institucionalizada de paz desde las iniciativas del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 (CCMML21) en 1994, cuando un grupo de comunicadores, mucho antes de la relevancia que empiezan a tener las víctimas para el Estado,1 apostaron por modos de comunicación alternativos que promovieran la participación ciudadana, la memoria, la reparación y la identidad del territorio. Por lo tanto, dentro de las razones para mirar el proyecto El Mochuelo como espacio heterotópico, llama poderosamente la atención el hecho de que no pertenece a los efectos de efectividad del discurso institucional sobre la reparación de víctimas, el cual determina estrategias de cumplimiento para la paz: el Centro Nacional de Memoria Histórica a través del Museo Nacional de Memoria. Siguiendo lo descrito en el texto Museo itinerante de la Memoria y la identidad de los Montes de María: tejido memorias y relatos para la reparación simbólica, la vida y la convivencia, desarrollado por miembros del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21, El Mochuelo es una respuesta territorial ante la búsqueda por recuperar la confianza característica del territorio montemariano:

Ellos y ellas, sin más armas que su fuerza organizativa, sus memorias y sus esperanzas, resisten desde sus cotidianidades para proyectarse allí, aún a pesar del miedo, como ciudadanos en un territorio que ha sido suyo siempre a pesar de la ambición y de la ignominia de la guerra, pero además con una actitud propositiva de conciliación y convivencia. (Bayuelo, Samudio, Castro, 2013, p. 61)

El Museo, según sus gestores, emerge bajo la premisa de trabajar por la dignificación de las poblaciones de los Montes de María a través del reconocimiento de sus habitantes como ciudadanos con derecho para plantear, promover y desarrollar proyectos de vida con autonomía y en virtud de las alternativas contempladas desde sus necesidades y trayectorias; desde sus memorias y anhelos. Es por todo lo anterior que esta apuesta museística, pedagógica y comunicativa reconoce en el centro de su trabajo a las comunidades como sujetos políticos protagónicos de la transformación individual y colectiva de su territorio, apelando a sus memorias identitarias organizativas, culturales y políticas basadas en la solidaridad y el trabajo asociativo.

Con el propósito de ir enunciado particularidades presentes en la apuesta desmarcada de institucionalidad que distingue a El Mochuelo, en un primer momento, se analizan los rasgos de los desafíos que pueden enfrentar los espacios de memoria desde su momento genitivo, tales como: el interés particular que puede llegar a existir al momento de organizar las memorias y su función social, la preservación del sentido de los relatos depositados por las víctimas, o, incluso, la ubicación y estrategias de los espacios de memoria. Con este enfoque crítico motivamos la relación analítica entre El Mochuelo y la noción de heterotopía, siguiendo la idea de que los espacios de memoria emergen en realidades donde la violencia exacerbada robó la tranquilidad del paisaje que identifica a un territorio y promovió nuevas tensiones y conflictividades que se sumaron y superpusieron a las ya existentes.

En un segundo momento, analizamos el concepto de hete-rotopía en Foucault desde las características que permiten una vinculación con el museo de Montes de María; reunir sectores históricamente segregados por la norma: las víctimas estigmatizadas, hacer que cambie históricamente la funcionalidad de un espacio: museo itinerante, vivo y comunitario; yuxtaponer lo real y utópico: memorias para transformar la realidad; suspender el tiempo tradicional: la muerte no impuso el silencio, y, por último, evidenciar el reto que significa poner en lo público contenidos que resultan capitales en una sociedad donde todos los sectores buscan ingresar y promover sujetos políticos conscientes de la agencia transformadora ciudadana.

I. DESAFÍO DE LOS ESPACIOS DE LA MEMORIA

En América Latina, países como, El Salvador, Guatemala, Argentina, Perú, Chile, Uruguay y Brasil han transitado procesos de paz a través de la justicia transicional, implementado estrategias para la construcción de la memoria histórica y la reparación simbólica por el sufrimiento de conflictos internos o terrorismo de Estado (Theidon, 2004; Reátegui, 2011, Cuya, 2011; Collins, 2013). Los espacios de memoria, creados para ir contra el olvido y la impunidad, como los memoriales y los mismos museos dan fe de estos caminos. Algunos espacios vinculados al terrorismo de Estado se han resignificado con el propósito de transmitir la memoria colectiva y promover los derechos humanos (Guglielmucci, 2013; Collins, 2013; Álvarez, 2014; Colosimo, 2017; Bernhard, 2019). Se configuraron políticas de la memoria que permitieron transformar espacios en donde sucedieron hechos violentos en sitios de la memoria, los restos de los lugares se transfiguran como dispositivos de restauración y de conmemoración (Halbwachs, 1990; Nora, 2009; Mora, 2013; Pizarro, 2019).

En el caso colombiano se construyó un edificio para el Museo de Memoria, ubicado en Bogotá, con el fin de habilitar una plataforma de reparación simbólica que, a través de la memoria histórica, cumpliera con el mandato gubernamental de no olvidar lo ocurrido, fortaleciendo así lo plasmado en la Ley 1448 de 2011 y en el Acuerdo de Paz en torno al fin de la guerra y la búsqueda de verdad, justicia y reparación para las víctimas. Dicho museo, más que ser un lugar de la memoria, busca articular las voces e iniciativas de lugares de la memoria que han surgido en el seno de los territorios. Sin embargo, esta apuesta institucionalizada podría correr el riesgo de la selectividad de la memoria, construyendo así lo que podría denominarse una historia nacional: "una memoria pasada por el filtro de la historia" (Allier, 2008, p. 175). Filtrar es hacer selección, en detrimento de la multiplicidad de las memorias.

Pensar en la memoria como pretensión de verdad, ser fiel a los restos de la memoria podría significar un desafío, entendiendo que la reparación simbólica por medio de la construcción de la memoria en América Latina no ha sido llevada (ni debe hacerse) de forma exclusiva por un solo sector de la sociedad, ya que tanto el Estado como las comunidades de víctimas, al igual que las organizaciones que protegen los derechos humanos a nivel nacional e internacional, se han visto involucradas produciendo, según Fernández (2015), batallas al momento de delimitar qué dejar al olvido, qué contar y cómo contarlo, en qué espacio reunirlo, etc. De acuerdo con este autor, estas tensiones construyen dentro de las ciudades "archipiélagos de memorias, donde la visibilidad y el acceso a ellos implican la relevancia a sí mismos, sin embargo, en muchos casos, los espacios de memoria son pocos y sus características muestran poca visibilidad y relevancia" (p. 115).

En consecuencia, el verdadero desafío sería impugnar la memoria institucionalizada, abrir espacios de memoria es una gran responsabilidad tanto al momento de conservar el sentido de las memorias a través del relato como al momento de definir las estrategias a través de las cuales se van a comunicar los relatos producidos por las víctimas, pues "los recuerdos del pasado son sumamente subjetivos, y juegan un papel crítico en la construcción del imaginario colectivo de la violencia pasada y en la construcción de subjetividades en el presente" (Burt, 2010, p. 169). Por lo tanto, la construcción de la memoria no puede quedar reducida al uso que se le quiera dar a partir de determinados proyectos políticos porque se incurriría en lo que ha sido denominado abusos de las memorias (Huyssen, 2004). Contrario a ello, los espacios de memoria deben ser comprendidos en el marco de la verdad y la justicia, y en su compromiso con los procesos de reparación, sanación y comprensión para las víctimas y para los visitantes.

Los desafíos que comunican los procesos de reparación en el marco del conflicto, hacen que la apuesta de consolidar las memorias interrumpa el espacio común situándose fuera de todos los lugares para no correr el riesgo de aceptar la institucionalización de la memoria. Por tal motivo, una de las características más generosas que tienen las memorias, en términos de potencia para la transformación, radica en que no son homogéneas ni pasivas; por el contrario, son activas, versátiles, polifónicas y dialogantes. Esto último es lo que podemos observar en el trabajo de El Mochuelo de los Montes de María, puesto que:

La construcción participativa del Museo Itinerante de la Memoria en los Montes de María (MIM) desde un primer momento, se han desempeñado en acciones de visibilización y activación de la memoria organizativa en el territorio, con los cuales se proporcionan y potencian los canales de comunicación con las comunidades en un esfuerzo por devolver su voz política y propiciar lazos e intercambios de experiencias en aras de facilitar el acceso y el ejercicio de sus derechos ciudadanos, a través de la generación de espacios que faciliten el análisis y la reflexión sobre la memoria de nuestros pueblos, sobre las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales que han sido atravesadas por el conflicto armado y sobre el papel de la sociedad civil y del Estado en la transformación de las realidades. (Bayuelo, Samudio, Castro, 2013, pp. 166-167)

Allende el marco jurídico-político que emana de la Ley 1448 de 2011, de los Acuerdos de Paz y de la pretendida centralidad de las víctimas en cuanto a reconocimiento de los daños y su reparación, el Colectivo de Comunicaciones Montes de María a través de su plataforma museística El Mochuelo ha promovido históricamente la emergencia de este proyecto como estrategia para acceder, por fin, a una comprensión más profunda de las causas del conflicto entre los habitantes del territorio, reconociéndose efectivamente su identidad política como ciudadanía que exige de manera activa sus derechos al Estado, y asumiendo para sí mismo como proceso territorial la agencia política negada en la disputa de poderes en el territorio donde su voz era opacada, silenciada, postergada y en todo caso ausente de las decisiones sobre sus realidades y su propio futuro (Ramírez, 2013).

Como sujetos políticos conscientes de su protagonismo negado y también de su responsabilidad ciudadana asumen esta agencia en función de la transformación de unos contextos violentos que pretendieron borrar de tajo su existencia política. Ya no serán más cifras de víctimas si reconocen para sí mismos que además del daño ocasionado también fue lesionada su identidad política.

II. EL ESPACIO HETEROTÓPICO

Michel Foucault (1999) define las heterotopías como aquellos espacios reales y absolutamente otros -en comparación con los no lugares de las utopías-, puesto que no pertenecen al mapa del espacio común; son las impugnaciones que ubican en el límite las relaciones y elementos del espacio en el que se vive normativamente. Para el análisis de las heterotopías, el pensador francés indaga sobre los acontecimientos que han configurado dichos espacios. De esta manera, pudo concebir que el tema del espacio en Occidente reviste de importancia. Se observa, por ejemplo, que, en Vigilar y Castigar, el problema es la construcción del diagrama del poder disciplinario que se describe a través de un modelo arquitectónico: el panóptico, concebido como "[...] el diagrama de un mecanismo de poder referido a su forma ideal; su funcionamiento, abstraído de todo obstáculo, resistencia o razonamiento" (Foucault, 1976, p. 202).

Desde la lectura de Foucault, el espacio puede ser determinado por los acontecimientos históricos que han marcado los diferentes modos en los que ha sido concebido. En la llamada Edad Media el espacio respondía a la estructura de la localización donde se hallaban cosas puestas de forma violenta o de manera natural. Posteriormente, en la época clásica y con el redescubrimiento de que la tierra giraba alrededor del sol, se instaura una postura del espacio a través de la idea de extensión, esto es, el espacio pensado de forma infinita y abierta. Dicha relación entre espacio y extensión es reemplazada por la idea de emplazamiento, donde el espacio va a ser entendido en correspondencia con una organización discreta del almacenamiento y de las salidas aleatorias. No obstante, Foucault (1999) explica que el espacio contemporáneo no ha quedado reducido a la idea de emplazamiento, ya que existen un conjunto de oposiciones que no se pueden mirar o que los sistemas actuales no han decidido mirar:

No vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, al contrario, en un espacio totalmente cargado de cualidades, un espacio tal vez también rondado por un fantasma; el espacio de nuestra percepción primera, el de nuestras ensoñaciones, el de nuestras pasiones tiene en sí-mismo cualidades que son intrínsecas; es un espacio ligero, etéreo, transparente, o bien es un espacio oscuro, rocoso, atiborrado: es un espacio de arriba, un espacio de las cumbres, o al contrario es un espacio de abajo, un espacio del fango, es un espacio que puede ser corriente como el agua viva, es un espacio que puede estar fijado, cuajado como la piedra o como el cristal. (pp. 17-18)

Bajo esta reflexión crítica acerca de los espacios que no se han examinado, Foucault distingue los espacios absolutamente otros en el sentido de que impugnan los efectos de efectividad de las relaciones discursivas saber-poder que organizan los elementos del espacio común.

Los espacios heterotópicos llegan a fijarse a través de diferentes características. La primera característica radica en que las heterotopías han sido vinculadas a los espacios de crisis en un sentido socialmente primitivo, los cuales pudieron ser espacios privilegiados, sagrados o prohibidos destinados a personas en estado de crisis como las mujeres menstruantes o en procesos de parto, adolescentes o ancianos, pero que actualmente sobreviven a través de la escuela, la prisión o centros militares, es decir, a todos aquellos lugares destinados a individuos a quienes se les debe guiar su conducta porque ponen en crisis a la norma, están fuera de los márgenes concebidos y normados en la cotidianidad. Al interpelar lo impuesto ponen en crisis el orden y, este, a cambio, les devuelve una identidad liminal que les recuerda su poder a través de la creación (y confinamiento) de espacios de exclusión hasta que vuelvan al orden. Son personas en el límite que, pretendidamente o no, desafían lo normado.

La segunda característica del espacio heterotópico responde a la variabilidad de sus funciones en el transcurso de la historia, tal como ocurre con los cementerios que se construyeron inicialmente en el centro de las ciudades, pero que más tarde fueron desplazados a los límites de ellas debido a la percepción imperante de la extensión de la enfermedad y del rechazo a la muerte como proceso natural. En el caso de los museos su surgimiento está situado en el goce y disfrute de objetos reservados para la burguesía (Luna, 2018, p. 38).

La tercera característica que Foucault propone acerca de la heterotopía está en que yuxtapone el espacio real y el espacio abstracto. Esto se puede ver, por ejemplo, a través de los cines, los teatros y los jardines, puesto que sus proyecciones en pantallas, escenarios y divisiones simbólicas de apertura y cierre hacen que se produzca una movilización a otras dimensiones distinguidas por una suerte de perfección utópica.

El cuarto principio que Foucault refiere para explicar las heterotopías radica en que están marcadas por el ejercicio de "recortar" el tiempo, mostrando su relación con las heterocronías, es decir, son esos lugares que representan las consecuencias de la temporalidad en tanto que las experiencias de la vida tienen un final, pero también la posibilidad de que aquello que ha cesado quede suspendido en la eternidad. Esto ocurre con los cementerios, las bibliotecas y los museos, pues son producto de la "voluntad de encerrar en un lugar todas las épocas constituyendo un lugar de todos los tiempos, situándose él mismo, fuera del tiempo e inaccesible a sus dentelladas, son proyectos que organizan acumular indefinidamente el tiempo" (Foucault, 1999, p. 23). Son una especie de memoria que ofrece la posibilidad de desdibujar la linealidad unidireccional del tiempo en relación a no dejar al olvido procesos y efectos en la historia.

La última característica que se puede resaltar de las heteroto-pías consiste en la función de que estos espacios pueden estar abiertos a todo público, y, sin embargo, o por lo mismo, ingresar a ellos supone quedar segregado de lo normativo. De acuerdo con Foucault, en esos espacios se crea la ilusión de penetrar el centro de una normalidad, pero dicho ingreso no implica llegar a ser parte del saber/poder que gobierna o, en este caso particular, de quien narra oficialmente e institucionaliza las memorias.

El espacio heterotópico, entendido como respuesta a las crisis y su configuración de lugares reservados a ciertos sectores humanos que se sitúan históricamente en desviación de la norma -leprosarios, clínicas psiquiátricas, prisiones, etc.-, nos permite situar a las víctimas y sus relatos en los lugares otros. Los individuos afirman su pertenencia a una comunidad a partir de la expulsión de otros, determinando seguramente un carácter de homogeneidad a partir de unas reglas que permiten al mismo tiempo la exclusión de algunos individuos. Aquí podría también, por ejemplo, hacerse referencia a esos espacios actuales que reúnen poblaciones de víctimas por terrorismo de Estado o conflictos internos. La víctima es una absoluta diferenciación con respecto al resto de la comunidad, considerada como una heterogeneidad, y puede ser definida desde la categoría de exclusión.

Asimismo, se halla dentro de lo heterotópico la particularidad de que la función para la que han sido creados varía dependiendo de nuevas exigencias, sin que el nuevo destino de sus funciones haga desaparecer el espacio que se ha venido presentado históricamente. Tal es el caso de los cementerios y los museos, donde los primeros nacieron en el centro de las ciudades y, sin embargo, ahora están a las afueras de estas debido a la nueva relación que se tiene con la muerte; los segundos, nacieron como grandes estructuras estáticas que buscan la contemplación y el deleite, además de suspender el tiempo. Los espacios otros tienen la cualidad de desafiar el tiempo en la medida en que lo interrumpen; son espacios que se suspenden en la eternidad y, si se prefiere, pueden ser mirados como espacios en los que se borran los límites del olvido puesto que conservan archivos y memorias, lo mismo que ocurre con los museos, las bibliotecas y los cementerios.

La fijación constante de heterotopías es producto de que las sociedades, a pesar de los múltiples intentos por organizarse desde lógicas homogéneas, fracasaron, dado que, como dice Foucault (1999), "el espacio en el que morimos y amamos es un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas de sombra, diferencias de nivel, escalones, huecos, relieves, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables y porosas" (p. 3). Entonces, se debe destacar que la vida no se ha desarrollado a partir de una sola distribución espacial, dejando camino a la existencia de las heterotopías, fijándose de esta forma la lectura foucaultiana del espacio como mirada arqueológica que no olvida aquellos signos que fueron o siguen siendo aceptados en el presente, pudiéndose decir que el espacio conserva memoria.

Como consecuencia, la definición del espacio heterotópico como lugar desafiante que va contra toda regla evidencia que no se vive en un espacio homogéneo porque interioriza el cuestio-namiento del discurso saber/poder que ha generado que ciertos elementos y experiencias estén ubicados de una forma y no de otra, es decir, haciendo para este análisis viable la consideración de relacionar como heterotopía el trabajo de memoria desarrollado a través del MIM, un espacio que se nutre de las memorias relatadas por sus sobrevivientes en contextos violentos y en permanente y constante reformulación desde la ciudadanía, y como espacio público en franca interpelación a los poderes de la narración hegemónica y sus silencios, abusando de la memoria.

III. EL MIM COMO HETEROTOPÍA

El Mochuelo como heterotopía irrumpe conscientemente en esta creación de espacios otros e interpela la concepción tradicional de museo en diversos niveles. En un primer momento, se observa tal condición cuando arquitectónicamente no quiere ser un espacio fijo, anclado en un lugar al cual se debe llegar; en cambio, quiere llegar metafóricamente volando, haciendo nidos en otros espacios a través de la itinerancia porque, de acuerdo con lo expresado por sus promotoras, los guerreros también prohibieron la práctica tradicional de recorrer sus caminos con libertad imponiendo fronteras en sus espacios vitales por donde ancestralmente han circulado las cosechas, las amistades, los vínculos familiares, la economía local y la vida cultural. En este sentido, El Mochuelo es itinerante debido a que desafía abiertamente cualquier atadura que le impida a sus comunidades ser y habitar sus espacios:

La condición itinerante de El Mochuelo no riñe con la posibilidad de crear una institución permanente, con personería jurídica, estructura orgánica, presupuesto y una sede en El Carmen de Bolívar, que sería en este caso el punto de partida y de llegada de ese vuelo del mochuelo por el territorio Montemariano, de su viaje por la memoria. Esta sede no tendrá, sin embargo, la función de un edificio que contiene toda la exposición sino la de una organización que concilia la conservación de los elementos patrimoniales de la memoria regional con el espíritu que le da origen y administra la infraestructura y el patrimonio cultural representado en su colección. (2013)

Ahora bien, de acuerdo con lo propuesto, se examinan las características expuestas en el apartado anterior, para tener en cuenta las definiciones que Foucault establece del espacio heterotópico durante el escrito Espacios otros y los puntos de convergencia que pueden tener con El Mochuelo.

IV. YUXTAPOSICIÓN DE LO REAL Y LO UTÓPICO

El MIM resulta ser un espacio imaginado, abstracto, entendiendo que la paz era un proceso con pocas probabilidades de materialización hace años atrás y difícil de sostener en el presente. Y, a pesar de ello, empujando la materialización de lo que no ha sido posible hasta hoy, el museo se sitúa entre la yuxtaposición de lo real y utópico, configurando localizaciones con acceso concreto en la sociedad, pero que a su vez son espacios que persiguen significados de perfección o de deterioro que solo podrían ser posibles en lo abstracto. Esto podría visualizarse actualmente por medio de aquellos espacios de memoria existentes que involucran anhelos para concretar una paz estable y duradera.

La tercera característica que Foucault propone acerca de la heterotopía está en que yuxtapone el espacio real y el espacio abstracto. Esto se puede ver, por ejemplo, a través de los cines, los teatros y los jardines, puesto que sus proyecciones en pantallas, escenarios y divisiones simbólicas de apertura y cierre hacen que se produzca una movilización a otras dimensiones distinguidas por una suerte de perfección utópica. En el caso particular de El Mochuelo, se genera la yuxtaposición heterotópica entre el espacio real y el abstracto cuando, primero, es posible un ingreso físico al museo, y segundo, cuando sus contenidos museológicos despliegan elementos no tangibles como los sueños de transformación y de no repetición de las violencias. Estos contenidos invocan la idea compartida de recuperar la confianza que fue arrebatada y que aun hoy no está garantizada por la seguridad guerrerista proporcionada por el Estado y los Gobiernos.

A contracara, resaltan los esfuerzos del territorio por cambiar las políticas intervencionistas de la guerra y también del desarrollo y de la paz recordando que la partitura transformadora de sus realidades debería contar con el sello propio y contextualizado de sus comunidades. El Mochuelo es un museo sin paredes. El despliegue de sus contenidos que posibilitan su itinerancia se sostiene en la versatilidad de disposición de sus piezas logrando acoplarse a la locación o nido a donde llega, incluso si no es posible montar la estructura donde reposa originalmente, tal como ocurrió durante el cierre por las cuarentenas durante 2020 y 2021 que enfrentaron todos los museos. Pese a ello, El Mochuelo pudo continuar con sus vuelos a través de exposiciones sin requerir de su estructura física, especialmente porque el colectivo del museo manifiesta que el sentido y la función principal está en el corazón de las comunidades donde las conversaciones postergadas y silenciadas históricamente empiezan a tener lugar. Esto muestra que las itinerancias de El Mochuelo se centran en la provocación que desafía el silencio impuesto y que no necesariamente esto ocurre como consecuencia de estar dentro de un espacio físico.

El trabajo pedagógico con los nuevos colectivos que se forman y fortalecen en cada itinerancia es parte de la misionalidad del museo de Montes de María. Por ejemplo, en Chalán-Sucre viajó sin la estructura física y acompañó la creación de la Casa de Memoria y fortaleció el trabajo del Colectivo Juvenil y LGTBIQ+, además de afianzar el trabajo con mujeres. Son los "Mochuelos Cantores", que en esencia son los jóvenes realizadores audiovisuales e investigadores formados en las líneas pedagógicas del Colectivo de Comunicaciones Montes de María, quienes asumen la tarea de acompañar a los visitantes y desarrollar con las comunidades anfitrionas los talleres pedagógicos de Memoria y de la Escuela Audiovisual de donde surgirá el trabajo investigativo y de realización de los nuevos contenidos museísticos del Mochuelo.

El Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María se concibe entonces, como una oportunidad para volver a construirse esta vez desde los deseos y sueños; dialogando con la memoria individual y colectiva en función de un territorio para la vida, la dignidad y la libertad. (2013, p. 194)

En este marco, El Mochuelo, al igual que las heterotopías, tiene la función de visibilizar desde los espacios reales el espacio soñado. La evolución de la guerra ha puesto límites para que lo anhelado no sea pensado ni materializado, bloqueando con el silenciamiento y el aturdimiento de la violencia sin límites el ejercicio reflexivo de las comunidades. Esto se puede mirar en muchos casos en los modos tal vez frívolos y carentes de sentido comunitario de reparación simbólica implementados por el Estado a través de placas conmemorativas, monumentos y discursos de reconocimiento de responsabilidad, que no logran propiciar los diálogos necesarios, aunque dolorosos, sobre lo ocurrido en medio de la guerra, asunto que poco a poco llama más la atención de investigadores que hoy preguntan por su sostenibilidad y efectividad. Así pues, el Mochuelo es esa estructura soñada y real, cuya visibilidad y relevancia en los procesos de memorialización reside en los relatos que incomodan a la sociedad y también a los actores de la guerra en Colombia, llegando a revelar su estructura enmarañada y anquilosamiento dentro la misma sociedad, tal como lo menciona María Toro (2017):

Es interesante comprender nuestra sociedad y nuestra civilización mediante sus sistemas de exclusión, sus formas de rechazo, de negación, a través de lo que no se quiere, a través de sus límites, del sentimiento de obligación que incita a suprimir un determinado número de cosas, de personas, de procesos a través, por tanto, de lo que deja oculto bajo el manto del olvido. (p. 25)

De acuerdo con lo anterior, los espacios de memoria institucionalizada resultan insuficientes y no necesariamente proactivos para una sociedad que debe mirarse al espejo y preguntarse por su responsabilidad por acción y omisión ante las afectaciones tan lamentables para millones de coterráneos. Estos espacios que se insertan dentro del orden normativo no comunican de manera efectiva el significado de lo ocurrido, dejando mucho al olvido y prolongando de manera pasiva el silenciamiento que cuestiona con fuerza una experiencia. Esto puede ser comprendido siguiendo a Foucault, por el hecho de que las sociedades han sido distribuidas de una forma homogénea, y contrario a lo que se espera, la experiencia de vivir se desenvuelve más allá de un espacio oficialmente cuadrado. Lo anterior no implica descartar el análisis sobre los propósitos que acompañan a los espacios que son protagonistas en el campo de cualquier episteme, debido a que a partir de la relación entre exterioridad e interioridad se alcanza un examen espacial de las organizaciones estructurales del adentro (cuerpos, lenguajes, cosas, comportamientos). María Toro (2017) expresa muy bien que el comienzo del acontecimiento entre los emplazamientos externos es "referente a su estructura, pero también difieren de ella, se hallan en un tiempo presente y en un presente progresivo a la vez: son emplazamientos imprecisos, porque están sujetos a ser posibilidad de lo que aún no son" (p. 33). De esta forma, El Mochuelo es un lugar tan real que embarga las ilusiones de que la vida no siga desenvolviéndose desde el manto de la indiferencia, ya sea en el sentido de trabajar en las garantías para la no repetición, así como en preservar las memorias de la historia más reciente del país.

V. LA RELACIÓN CON LA NORMA Y LA CRISIS

Cuando se caracteriza lo heterotópico como espacio para ubicar los individuos en crisis, de individuos que desafían lo normado, observamos que esta característica estaría presente en el MIM cuando se le observa como un espacio que se abre para cerrarse en la durabilidad del sentido y la resignificación del conflicto y sus múltiples efectos en la ciudadanía, priorizando a las voces silenciadas históricamente. Su itinerancia evade el confinamiento y ejerce su propio poder a través de la enunciación de sus memorias sin someterse al orden impuesto por la guerra, en el cual está la normativa de la paz en la medida en que, si bien acompaña la implementación de los Acuerdos de Paz porque es su naturaleza misional, El Mochuelo crea sus propias metodologías narrativas y atiende con prelación las agendas enunciadas por sus habitantes.

En efecto, se comprende como un proceso de apertura permanente a las voces, sueños, recuerdos, esperanzas y dolores de las poblaciones que han sido segregadas y hoy desean exteriorizar sus experiencias en la tarea al mismo tiempo de invitar a los demás habitantes a romper ese silencio impuesto. Esta voluntad misional se puede ver en la apuesta de sus salas y colecciones que relatan la lucha del campesinado contra el control hegemónico de las tierras, a partir de una apuesta política fortalecida en la hipótesis de análisis que visibiliza a las mujeres del territorio como las voces portadoras del liderazgo en la implementación de técnicas de resolución en Montes de María. En esa intención de narrar sujetos políticos colectivos, se hacen descripciones del recorrido que han hecho los habitantes en la búsqueda de la paz, redescubriendo y recordando al territorio el protagonismo de las mujeres en esas gestas. A través de la sala Mujeres con los pies en la tierra, El Mochuelo cuenta a la ciudadanía que ha sido silenciada culturalmente en sociedades profundamente patriarcales.

Al desligarse del modelo institucional, El Mochuelo como heterotopía interpela y dialoga reflexivamente con otros espacios y otros territorios que han pasado por situaciones como las que ellos mismos han sufrido. Su interpelación no es negación sino provocación. Bajo esta apuesta, el Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21, que soporta El Mochuelo, se aleja de las prácticas de memoria institucionalizadas que reducen su trabajo al recuento de los hechos a través de cifras y líneas de tiempo y, en contravía, son presentadas a los visitantes mediante las salas expositivas las voces de quienes vivieron cada hecho a través de conversaciones que se pueden escuchar y observar en los dispositivos audiovisuales dispuestos para este propósito. Finalmente, al llegar a la última sala expositiva del museo, el cual es un patio de juegos que puede visitarse a través de la página web, los propios visitantes son quienes toman la palabra para completar con nuevos contenidos y sentidos a El Mochuelo. Con todo esto, funda su praxis museológica a partir de un diálogo -ya de tres décadas- con el territorio. El Colectivo ha trabajado para visibilizar la dignidad de las personas afectadas por la violación de sus derechos durante el conflicto y también para recordarles que sus apuestas y sueños deben convertirse en una realidad que pueden y deben narrar con voz propia y sin mediaciones o imposturas, contrario a lo que ha ocurrido con los grandes terratenientes, quienes decidían qué sembrar, dónde vivir, o qué comer, actuaciones que han persistido a la sombra de las políticas económicas y militares impuestas por los gobiernos anteriores en Montes de María y en muchos territorios del país.

Cabe destacar que esta monumental estructura de madera lleva cuatro años y siete itinerancias por el territorio haciendo nidos en el seno de las comunidades, las cuales gestionan su llegada y apertura motivando las conversaciones que fueron prohibidas en la guerra (Florero, 2020). Su apuesta por la no repetición de las violencias y por la resignificación de la identidad política de sus víctimas y su dignidad, se hace con los lenguajes propios porque como organización territorial no se conciben a sí mismos como una institución que llega, sino como parte del territorio con partitura y metodologías emanadas de sus propias realidades.

VI. LA FUNCIÓN DE LA HISTORIA

Como describimos anteriormente, el espacio heterotópico responde a la variabilidad de sus funciones en el transcurso de la historia, tal como ocurre con los cementerios y con los museos. Sin embargo, cuando se hace referencia a los museos de memoria, esta función pretérita excluyente y clasista queda cuestionada, ya que, retomando la misionalidad del MIM, éste no se pretende la contemplación de hechos y objetos como disfrute banal, sino motivar la reflexividad en los visitantes a través del contacto directo con las voces que narran las memorias y anhelos de quienes han habitado por centurias los territorios de los Montes de María.

Ahora bien, no solo es la experiencia que comunica El Mochuelo lo que hace que se pueda pensar como espacio heterotópico, sino que es un lugar absolutamente otro por el hecho de transgredir el formato arquitectónico tradicional de los museos en la medida en que fueron pensados como lugares estáticos. Por su parte, la arquitectura del museo de Montes de María es en sí misma una propuesta artística acompañada de metáforas sobre la itinerancia, tomando el vuelo libertario de las voces a través del canto de un pájaro que es reconocido como propio por los habitantes de Montes de María, lo cual manifiesta la invitación latente a narrar con voz propia lo que había sido silenciado.

De esta forma, la canción Mochuelo de autoría del escultor Adolfo Pacheco Anillo es, y ha sido desde hace mucho tiempo, una tonada que se evoca en población montemariana para celebrar el amor, la confianza y la libertad con la cual tejían sus vasos comunicantes como territorio. Esta cualidad de ser itinerante hace que deba ser armado y desarmado por la misma población que a través de su participación construye el sueño de vivir en paz. En el presente, este espacio se ha extendido también a la virtualidad con el objetivo de llevar su diálogo a más visitantes de otras latitudes, rompiendo así los límites presenciales de ingreso que han definido a muchos de los museos tradicionales en Colombia y en el mundo.

VII. EL TIEMPO

El MIM es concebido como una gran memoria de tiempo fuera de todo tiempo porque su perdurabilidad no tiene marcada una fecha de finalización; además de viajar en el espacio, lleva consigo las memorias de lo vivido, pero también de lo anhelado y las invoca incesantemente en el tiempo presente de la evocación para la praxis transformadora. En efecto, se podría decir que es una heterocronía.

Dicho esto, el cuarto principio que Foucault refiere para explicar las heterotopías radica en que están marcadas por el ejercicio de "recortar" el tiempo, mostrando su relación con las heterocronías, es decir, son esos lugares que representan las consecuencias de la temporalidad en tanto que las experiencias de la vida tienen un final, pero también la posibilidad de que aquello que ha cesado quede suspendido en la eternidad. Esto ocurre con los cementerios, las bibliotecas y los museos, pues son producto de la "voluntad de encerrar en un lugar todas las épocas constituyendo un lugar de todos los tiempos, situándose él mismo, fuera del tiempo e inaccesible a sus dentelladas, son proyectos que organizan acumular indefinidamente el tiempo" (Foucault, 1999, p. 23). Son una especie de memoria que ofrece la posibilidad de desdibujar la linealidad unidireccional del tiempo para no dejar al olvido procesos y efectos en la historia.

En este orden, El Mochuelo trabaja desde el presente por resignificación del pasado y en la construcción de un futuro distinto al que fue determinado por la violencia, propiciando con ello una ruptura con el tiempo tradicional, aquel en que prevalecía el silenciamiento que favorece a los victimarios. Este tipo de disposición activa otros modos de enunciación e interpelación al discurso imperante sobre la violencia y a las explicaciones proferidas por sus protagonistas en armas. La neutralización de la invariabilidad del tiempo en relación permite forjar y recuperar los sentidos y significados de estar y habitar un lugar signado siempre por otros y sus intereses:

A partir de objetos evocadores que permiten rememorar hechos sensibles para la población, se procura arrimar distintas dimensiones temporales entre sí -pasado, presente y futuro- con la intención de promover la reflexión sobre el peso de la historia en el presente y cómo el presente también moldea el pasado y el futuro. En términos historiográficos, el guión no resulta lineal y es disruptivo. (Guglielmucci, 2015, p. 19)

VIII. LA SEGREGACIÓN DE LO NORMATIVO

La última característica que se puede resaltar de las heterotopías y su relación con El Mochuelo consiste en la función de que estos espacios pueden estar abiertos a todo público, y sin embargo, ingresar a ellos supone quedar segregado de lo normativo. De acuerdo con Foucault, en esos espacios se crea la ilusión de penetrar el centro de una normalidad, pero dicho ingreso no implica llegar a ser parte del saber/poder que gobierna o, en este caso particular, de quien narra oficialmente e institucionaliza las memorias. En este sentido, vemos que el museo de la identidad montemariana está diseñado para el ingreso masivo de personas con el propósito de generar cercanías con las memorias que generosamente las comunidades han dispuesto allí para producir transformaciones en la realidad y el futuro a partir del diálogo público. No obstante, todo el público no tiene el mismo propósito al momento de acceder a la historia reciente de Colombia, a partir de Cossio e Hincapié (2021) "la transformación exige un costo que toda la sociedad no está dispuesta a pagar, pues ello implica arriesgar lo que ya se posee o enfrentar la incertidumbre de luchar contra lo que parece inevitable" (p. 104).

En consecuencia, El Mochuelo se encuentra siempre abierto para el acceso libre de quien desee participar, al tiempo que reconoce los marcos normativos institucionalizados como parte explicativa importante de la exclusión que no es otra cosa que una forma más de violencia. No hay restricción de acceso yéndose por fuera de las partituras oficialistas frente a la memoria. Esa es, tal vez, su potencia mayor. Las heterotopías, entendidas desde este punto, son prácticas en espacios límites que interpelan los órdenes y expanden las fronteras reflexivas en función de unas nuevas-antiguas narraciones evocadas e imaginadas. El Museo de Montes de María asume esta tarea en clave de acción transformadora, factor del cual precisamente carecen muchos de los espacios de memoria institucionalizada existentes.

IX. CONCLUSIONES

La lucha hacia los saberes y poderes que buscan la institucionalización de la memoria reciente de Colombia se puede observar en la conformación y gestión de espacios como El Mochuelo. A la luz de esto, el museo ubicado en Montes de María puede ser comprendido como una experiencia que desemboca en la configuración de un espacio heterotópico porque su estar ahí impugna la mitificación y las realidades impuestas por el conflicto armado. Las estrategias implementadas por este espacio problematizan el modo en el que han sido formadas y dirigidas las normativas del Acuerdo de Paz en materia de memoria y reparación simbólica de las víctimas. Acercarse a los márgenes desafiando las imposturas narrativas normadas para los territorios desde los centros de poder armados, ilegales o legales no solo evidencia la urgencia de atender las voces silenciadas en clave de comprensión de lo que ha ocurrido en Colombia, sino, además, la importancia de reconocer que en estos lugares otros están transcurriendo la vida reflexiva territorial de la cual dependerá, en una porción muy importante, el avance de la implementación de los Acuerdos de Paz.

El Mochuelo, como un contra-emplazamiento respecto a los lugares institucionalizados de la memoria histórica, es un espacio al margen de las dinámicas de la política estatal. En este sentido, quizá debería ser entendido como un espacio de resistencia desde el cual se observa otra cartografía del territorio montemariano a partir de los relatos de voces que quieren contar sus identidades y ensoñaciones. Así, este espacio de la memoria adquiere un nuevo carácter, se torna heterogéneo, fértil, múltiple, estratégico y político. Por ello, los gestores de El Mochuelo insisten en que el contacto con las memorias no puede darse desde la relación vacía del espectador, sino, motivando la autorreflexividad porque de una manera u otra todos y todas hemos sido afectados por el conflicto. En efecto, el Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 interpela a la sociedad, al Estado, a la narración oficial sobre el conflicto, sus causas y sus consecuencias. Está en las manos de los ciudadanos hacer parte de esa transformación y el primer paso está en recuperar nuestra voz política como agentes de la transformación anhelada.

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* Este artículo es uno de los resultados de la investigación adelantada en el marco del proyecto financiado por Minciencias durante la convocatoria 872-2020: Conflicto armado, las víctimas y la historia reciente de Colombia. Código del proyecto: 121587279449.

1Las víctimas del conflicto armado empiezan a tener relevancia por parte del Estado a partir del 2005 con la Ley 975 de Justicia y Paz, y con la Ley 1448 de 2011 y en el Acuerdo de paz de 2016, el Estado se vio en la obligación de brindar garantías plenas para implementar una "estrategia de cumplimiento de medidas materiales, administrativas y simbólicas dirigidas a resarcir el daño, crear obras de infraestructura y arquitecturas conmemorativas" (Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, 2016, p. 180).

Recibido: 15 de Octubre de 2022; Aprobado: 17 de Marzo de 2023

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