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Revista Guillermo de Ockham

Print version ISSN 1794-192XOn-line version ISSN 2256-3202

Rev. Guillermo Ockham vol.19 no.1 Cali Jan./June 2021  Epub May 06, 2021

https://doi.org/10.21500/22563202.5229 

Fronteras

Entre el devenir y la desterritorialización: hacia una lectura experiencial de Kafka

Between becoming and deterritorialization: towards an experiential reading of Kafka

Helen Yulieth Hernández Páez1  * 
http://orcid.org/0000-0002-7264-9330

Édgar Andrés Leal Gil1 
http://orcid.org/0000-0001-6415-5261

Leonardo Augusto Monroy Zuluaga1 
http://orcid.org/0000 -0001-6760-8932

1Departamento de Estudios Interdisciplinarios. Instituto de Educación a Distancia IDEAD. Universidad del Tolima, Ibagué, Colombia.


Resumen

Pensar la lectura desde la experiencia, permite voltear la mirada y retornar hacia Kafka como un escritor que advierte potencias insospechadas en rutas menores. Esta lectura experiencial ofrece un recorrido por Gregorio Samsa, Josefina, Pedro El Rojo, Odradek, y el Perro investigador, personajes que posibilitan una reexistencia a los dispositivos de control expuestos en las narrativas mayores como El castillo y El proceso. Los cuestionamientos aquí desprendidos trazan caminos que dan cuenta no sólo de los devenires y de las desterritorializaciones (Gilles Deleuze y Félix Guattari) acontecidas por los personajes, sino que, además, de la acción de lectura como movimientos y fuerzas en la descentralización del orden de la significación, la enunciación y la representación.

Palabras claves: devenir; desterritorialización; lectura; experiencia; Kafka; literatura menor; territorialización; reterritorialización; líneas de fuga; agenciamiento

Abstract

Thinking the read from the experience, allow you to turn the gaze and return to kafka as a writer who warns unsuspected powers on minor routes. experiential read offers a path of: Gregor Samsa, Josephine, Red Peter, Odradek, and the investigating dog; characters that enable a re-existence to the control devices exposed in the majore narratives such as The Castle and The Trial Questions emitted here trace paths that show, not just the becoming and the deterritorialization (Gilles Deleuze and Felix Guattari) that occur by the caracthers, but also the action of reading as movements and forces in the decentralization of the order of significance, enunciation and representation.

Keywords: Becoming; deterritorialization; reading; experience; Kafka; minor literature; territorialization; reterritorialization; lines of flight; assemblage

Apertura

Nosotros no creemos sino en una política de Kafka que no es ni imaginaria, ni simbólica. Nosotros no creemos sino en una máquina o máquinas de Kafka, que no son ni estructura ni fantasma. Nosotros no creemos sino en una experimentación de Kafka; sin interpretación, sin significancia, sólo protocolos de experiencia.

Deleuze y Guattari

Nuestro propósito de escritura se basa en el desarrollo de búsquedas frente a los vínculos filosóficos entre Kafka y la reflexión literaria latente en la obra colectiva de Deleuze-Guattari y Deleuze, establecidos a partir de los devenires animales en personajes como Gregorio Samsa (Kafka, 2010), Pedro el Rojo (1994a), Josefina la cantora (2003a), Odradek (2003b) y el perro investigador (2004). Testimonios que dan cuenta de la configuración de otras comprensiones que posibilitan rupturas e irrupciones, en los devenires materializados en flujos y líneas de fuga incesantes que desterritorializan el sentido, y en la apertura para la configuración política de una literatura menor.

Kafka, como escritor, es un despliegue de múltiples relaciones que emergen entre el lenguaje, sus formas de escritura y sus intentos por desmarcarse de cualquier lugar representativo.1 Al parecer, la mirada desolada de un poder devastador que no brinda esperanza, es visible dentro de las situaciones experienciales narradas. Son pocas las posibilidades que tiene Josep K., dentro de las dinámicas del poder acusatorio. Son también, pocas las posibilidades de K. de escapar de las lógicas de El castillo. De hecho, sus actitudes muestran que no urge pensar sentidos donde reconfigurar otras formas que no desemboquen en principios de control dentro del engranaje de una sociedad, la cual dispone elementos para su funcionamiento y burocratización.

No obstante, en ese mundo carente de expresiones singulares y aparentemente sin salida, existen alternativas para resistir a las acusaciones del poder y a la homogenización de una sola manera de existir. ¿Cómo hallar refugios para protegernos de la intemperie que crea los juicios interminables del laberinto como sistema? ¿Cómo intentar saltar los puntos que ordena el mundo de los archivos, de los sellos y protocolos? ¿Cómo encontrar lugares para narrarnos con Kafka y afirmar otras comprensiones que se interesen más por el movimiento que esquiva el carácter de univocidad y revitalizan lugares en donde aún queda mucho por pensar, por preguntar, por experienciar?

En el pálido mundo de El castillo, a través de su blanco grisáceo se engloba la rutina habitual que vive Samsa (Kafka, 2010) con la costumbre de ir y venir, de salir de la oficina y por cualquier motivo, tener que regresar cada día a ella. Ese mundo, contiene, además, despachos oscuros. Es el mismo mundo de Pedro el Rojo (Kafka, 1994a), Josefina (Kafka, 2003a), Odradek (Kafka, 2003b) y el perro que investiga (Kafka, 2004). Todo parece ser un callejón sin salida, un sendero con un único trayecto que se efectúa y en lugar de permitir desplazamientos, nos hunde en la disolución de lo que somos y de nuestros recuerdos. Es curioso cómo la alusión de algo distinto parece imposible. El acontecimiento de un rostro que se pueda levantar de las amplias páginas construidas por una narración, parece improbable. No obstante, pudiésemos pensar ¿Quién nos ha oído en el mundo de Kafka?, ¿Qué rostros nos han mirado?, ¿En qué torrentes hemos devenido para repensarnos en ese mundo de territorios fijos e inmutables?

Kafka es un escritor de experiencias. La obertura de su obra brinda espacios y reviste las posibilidades de poder abrir ese callejón atrapado entre la niebla de El castillo y las acusaciones del estrado. El movimiento que exige Kafka está latente aun cuando todo apunta a considerar a K. como alguien culpable y apresado en las dinámicas del sistema. A pesar de ello, podemos creer que todavía existen líneas donde la mirada de El castillo no entra; que existen rincones en donde las palabras adquieren fuerzas de afectación. No obstante, este movimiento debiésemos comprenderlo bajo la perspectiva de Deleuze y Guattari (1978, 2005, 2010), no como una salida que busca escapar o derribar aquellas relaciones arrasadoras, sino como otros caminos trazados como líneas de fuga en las cuales el poder no nos encuentre completamente y el control no puede disponer del todo sus ejecuciones.

Aquella escritura desoladora nos encamina a encontrar alternativas frente a aquellas unidades sólidas materializadas, ya sea en el aparato judicial o en el sistema burocrático o en una máquina de tortura. Creemos por ello, que la lectura y escritura de Kafka, más que situaciones con callejones cerrados son posibilidades para hallar sentidos como salidas (Deleuze, 1989). Sin embargo, la salida bien podría ser la misma entrada o cualquier otra línea: un corredor, una habitación, un violín, que son al tiempo, desarticulaciones de la enunciación inmediata de todo orden informativo, del lenguaje como apertura constante respecto a una unidad, de la descentralización de un poder organizacional con reconocimiento solo de formas ya constituidas. Kafka nos muestra la posibilidad del devenir, no solo porque él deviene constantemente con otros devenires, sino porque, además, su lectura implica una transformación del devenir.

¿Por qué devenimos con Kafka? ¿Qué formas experienciales nos comprometen con estar siempre en devenir para habitar sensaciones e intensidades que nos atraviesan? ¿Cómo Kafka, a quien relacionamos con un mundo de extremo control y de ejercicios de poder, es también un lugar para comprender que hay sitios en los que podemos no ser siempre los mismos, en los que la añoranza de nuestros sueños más profundos cobra sentidos?

Del puro devenir: devenir animal-devenir otro

Pensar el devenir en relación con Kafka y con nuestra lectura de Kafka, traza líneas que mueven los territorios del lenguaje, la significación y las formas experienciales. Por esto mismo, Kafka para nosotros “no es sólo un hombre escritor, sino es un hombre político, y un hombre máquina y un hombre experimental, (que en esta forma deja de ser hombre para convertirse en mono, coleóptero o perro o ratón, devenir-animal.)” (Deleuze y Guattari, 1978, p.17). Las formas desterritorializantes desmarcan los puntos en el que los animales2 mantienen una relación con su territorio que subyace entre el control y el dominio. Los animales de Kafka muestran una distancia frente al entendimiento disyuntivo que ubica en esferas distintas a un yo y a un otro. Se encamina, por el contrario, a trazar formas poéticas que arrastran la superficie del pensamiento y entretejen acciones basadas en una otredad exiliada, en principios de alteridad y en una multiplicidad desbordante.

El devenir animal, como acontecimiento de la experiencia, dilucida una alteridad radical. Con Gregorio Samsa, Josefina la cantora, Pedro el Rojo, Odradek y el perro investigador, resulta imposible afirmar enunciados en relación con la configuración de un territorio animal. No se trata pues, de jugar a ser otros, ni de ponerse en el lugar del otro. Hay interpelaciones más profundas para comprender que en la literatura hay movimientos que no son una imitación o una representación como una correspondencia de relaciones. El devenir es conceptualizado como una condición de posibilidad de emergencia de toda realidad; un flujo que devora continuamente las formas, pero también un flujo continuo que genera la producción de nuevas multiplicidades (Deleuze y Guattari, 2010).

La cuestión del devenir resulta inmanente con los ejercicios de territorialización capaces de condensar nuevos devenires. La desterritorialización es entendida como un discurrir de un agenciamiento a otro, es decir “el movimiento por el cual se abandona el territorio. Es la operación de la línea de fuga.” (2010, p. 517). Una dinámica de apertura del territorio como “el proceso de desterritorialización que constituye y amplía el propio territorio” (p. 378). Por ello, el devenir “no nos conduce a parecer, ni ser, ni equivaler ni producir.” (p. 245) Nos propone pensar que “lo que es real es el devenir, el bloque del devenir y no los términos supuestamente fijos en los que se trasformaría el que deviene” (Deleuze y Guattari, 2005, p. 244).

Si recordamos La Metamorfosis, el flujo de la desterritorialización comienza en el momento en que Samsa, luego de levantarse una mañana, se ve convertido en un monstruoso insecto. Luego de aquel acontecimiento no podemos hablar en términos dicotómicos. “Ya no hay ni un hombre, ni un animal, ya que cada uno desterritorializa al otro” (Deleuze y Guattari, 1978, p.37). Samsa no es del todo Samsa, pero tampoco pudiésemos afirmar que es un animal completamente. ¿Qué decir, entonces? ¿En qué ha devenido Gregorio Samsa? ¿En qué hemos devenido nosotros? El devenir animal plantea una alteración de la territorialidad humana y de su identidad, un movimiento que desdibuja un cuerpo, un lugar y un lenguaje. Samsa, cuanto menos pertenece al mundo de las cancillerías y protocolos, más bicho es. A medida que Gregorio ya no es Gregorio, desterritorializa su vida de comerciante, en donde el sistema, la ley y su familia, ya no tienen la misma fuerza control.

Samsa se ve con la forma e imagen más insignificante y repugnante con la que al ser humano se le ha comparado: la del bicho. Pero bastaría tener en cuenta que esa misma forma brinda líneas de fuga, para que Gregorio pudiese pensar y experienciar acontecimientos que en su condición humana no lo hubiese hecho. La desterritorialización hace posible que Gregorio pueda ser algo que no sea ser Gregorio Samsa. Crea un conflicto profundo con todo lo que es, o con las implicaciones representativas de un territorio. La Metamorfosis nos recuerda que a medida que Gregorio ya no es, la ley también deja de ser; que a medida que Gregorio deja de funcionar y de asistir a su trabajo, el sistema burocrático también pierde fuerza de aplicación y de autocontrol, pues “más que cambiar de ser, la metamorfosis, es un dejar de ser. Un acto fundamental de renuncia” (Hopenhyan, 1983, p. 62).

La tensión que establece el dejar de ser para dejar ser otro, abre un espacio en donde toda certeza perece. En el momento en que el territorio de viajes y negocios de Gregorio se desvanece entre la angustia y el sueño, emergen formas experienciales para poder acontecer ante el enigmático acto de la existencia. El devenir animal posibilitó que Samsa sintiera la asfixia dolorosa de tener que existir, de tener que levantarse un día para no reconocerse. Gregorio comenzó a existir porque no sintió vida su propia vida, porque no sintió cuerpo su propio cuerpo, porque no sintió lenguaje su propio lenguaje. El devenir animal le mostró las implicaciones de la otredad y el costo que lleva consigo la extranjería. Gregorio fue un “extranjero en su propia casa e insecto en su propio cuerpo” (Hopenhyan, 1983, p. 75).

Nuestra lectura experiencial de Kafka nos imposibilita a contestar ¿Qué pudo saber Samsa de aquello de lo que era y qué sabemos nosotros de aquello de lo que somos? Tal vez, lo único que pudiésemos decir es que: “Somos devenir: nos podemos transformar monstruosamente en una noche. Pero la pesadilla nos trae algo común: nada estable hay en nosotros, ni el cuerpo, ni el yo”. (Jiménez, 1993, p. 245)

El devenir animal supone, entonces, que podemos devenir en tanto “somos cuerpo.” (Nancy, 2007). La filosofía de Deleuze y de Guattari reclama la presencia del cuerpo como afirmación trágica de la vida (Pabón, 2010) que va más allá de sentirlo como unidad.

El devenir consiste en “tornar sensibles las fuerzas insensibles que pueblan el mundo, que nos afectan y nos hacen en devenir” (Deleuze y Guattari, 2005, p. 235). La advertencia de las fuerzas como afectación incide en que el movimiento del devenir no es “el afecto ni es el pasaje de un estado vivido a otro, sino el devenir no humano del hombre” (p. 224). Con Kafka se experimenta una indeterminación que tiene que ver con la liberación de flujos de intensidad para que “de todas las significaciones, significantes y significados pueda aparecer una materia no formada, flujos desterritorializados y signos asignificantes” (Deleuze y Guattari, 1978, p. 24).

En El informe para una academia como en La Metamorfosis, no comprendemos cómo vive un bicho o un simio, ni cómo un animal pasa de un estado a otro. El simio que deviene hombre, que es a su vez “un devenir-hombre del mono” (p. 25) deviene porque su cuerpo se hace presente, se transforma y se afirma en el devenir. Ahora bien, no pudiésemos en este sentido hablar sólo de un devenir animal porque Pedro el Rojo ya es un animal, nos encaminamos a experienciar un devenir humano animal porque el humano es su otro, su no territorio.

El devenir otro del simio crea formas que traspasan la racionalidad estable:

El animal capturado por el hombre es desterritorializado por la fuerza humana; todo el principio del informe insiste en ello. Pero a su vez la fuerza animal desterritorializada precipita y hace más intensa la desterritorialización de la fuerza humana desterritorializante. (pp. 25-26)

La historia de Pedro el Rojo se muestra bajo fuerzas simultáneas que no soportan la separación o distinción de un devenir antes o un devenir después, sino que se mueve en dos sentidos desterritorializadores: el animal desterritorializado y la fuerza humana desterritorializante.

En su vida animalesca, Pedro el Rojo sintió que “No tenía salida, pero tenía que conseguir una: sin ella no podía vivir” (Kafka, 1994a, p. 259). Esa salida fue su devenir hombre. No obstante, la desterritorialización no abarca, como creía en primera medida Pedro el Rojo, solo una pérdida territorial que busca una salida para esquivar lo vivido. Pedro el Rojo, mientras pensaba que avanzaba de animal a humano, se dio cuenta de que, en lugar de considerar ese suceso como un salto, lo sintió y vivió como un acontecimiento. Queriendo encontrar una salida para huir de su animalidad, encontró con un horror mayor: el ser humano.

El devenir hombre le recordó a Pedro el Rojo que no hay territorios por recuperar como escape total, sino como formas experienciales y estéticas que trazan líneas como ruptura para poder reexistir. El devenir hombre nos mostró la pobreza de experiencias de quienes utilizan con exactitud su razón. Pedro supo que para ser hombre solo basta con imitar: “Siempre tienen las mismas caras, los mismos gestos; a menudo parecen ser uno solo hombre” (Kafka, 1994a, p. 260). Nuestro simio humanizado no pudo soportar la imitación siempre territorial. “Repito: no me cautivaba imitar a los humanos; los imitaba porque buscaba una salida” (p. 263). Así que la fuerza humana desterritorializante lo llevó a querer moverse de nuevo. No importa hacia qué dirección. Lo que pedía el cuerpo de Pedro el Rojo era movimiento.

La desilusión y la profunda tristeza por el abismo de las acciones humanas llegan a Pedro el Rojo como un desasosiego inevitable. Quiso encontrar un refugio en la academia; quiso hallar una salida en la razón para no sentirse solo, o en sus palabras, para sentirse libre. Pero ¿Qué encontró? Tropezó con el sufrimiento de la desterritorialización de sentir que nada le es próximo. Sentía el vacío de sí mismo porque sabía que aún había en él algo de animal, que su racionalidad no era del todo el reflejo de la razón, que tenía experiencias de su pasado y huellas que perduraron en su cuerpo como maneras de evocar recuerdos. El hastío de la razón hizo de él un personaje vulnerable:

Pedro el Rojo no era un investigador de la conducta de los primates, sino un animal marcado y herido que se presentaba a sí mismo como testimonio parlante ante una reunión de académicos. No era un filósofo de la mente sino un animal que exhibe, aunque no exhiba ante una reunión de académicos, una herida que lleva tapada debajo de la ropa pero que toca con cada palabra que dice. (Coetzee, 2015, pp.75-76)

El devenir humano animal nos permite entonces pensar ¿quiénes son los que se enuncian desde la academia? Sabemos que la academia está escuchando a Pedro el Rojo. Él lee un informe ante ellos, pero con el devenir pudiésemos interpelar ¿Qué cuerpo habita la academia? ¿Qué acciones desterritorializantes intentaron comprender a Pedro el Rojo? Sin embargo, nos damos cuenta de que cuando la lectura del informe termina, se acaba el relato. No hubo un gesto. No hubo una respuesta.

El lamento del simio humanizado sucede en la medida en que él no desea ser el reflejo de un cuerpo y un pensar automatizado. Devino en primera medida, en humano. Ahora quizá desea con su fuerza humana desterritorializar ese territorio en el que él solo es objeto de razón y de representación. Con Pedro el Rojo comprendemos que las acciones de la desterritorialización conllevan un movimiento incesante e infinito. Implica pues, desterritorializarse para volver a desterritorializar esa experiencia y encontrarnos en otras desterritorializaciones. Si bien, Pedro el Rojo desterritorializó su animalidad, luego de ello sintió la necesidad de volver a hacerlo, porque hubo una territorialización de aquel territorio desterritorializado. El devenir vivido por Samsa y Pedro el Rojo no supone una elección o una decisión racional y planeada, sino una exposición, una experiencia que estratifica territorios de certezas embarcados en un movimiento con dirección a lo infinitivo.

Tanto con Pedro el Rojo, como con Gregorio Samsa, podemos pensar que la desterritorialización no abarca un pensamiento total, el cual desea derribar, destruir o cambiar un territorio por otro. Si vemos, Samsa no pudo dejar de ser completamente humano. El simio no pudo dejar de ser completamente animal. No hubo una desterritorialización como unidad completa porque ni Gregorio ni Pedro pudieron renunciar a su territorio. La desterritorialización refiere mejor al agenciamiento que dotan a las materias de expresión de fuerzas, para que de esta manera sea posible una reinvención territorial. Esto debido a que el devenir no acontece fuera del mundo, fuera de un territorio o fuera de un cuerpo. En lugar de ello, propone afirmaciones para experienciar cómo provocamos fugas, cómo trazamos líneas poéticas en un territorio, cómo reexistimos ante las estructuras significantes del mundo, cómo afirmamos un poco de caos, pero también “un poco de orden para protegernos del caos” (Deleuze y Guattari, 2005, p. 202). Cómo trastocamos los planos de la percepción para construir, desde el cuerpo, otras existencias, otras experiencias que afirmen con fuerzas activas (Deleuze, 2013) el esplendor de la vida. Kafka también nos lo recuerda: “No quiero evolucionar de un modo determinado, quiero cambiar de lugar… me bastaría estar cerca de mí mismo; me bastaría poder considerar distinto el lugar donde estoy” (Kafka, 1995, p. 114).

¿Es posible que un territorio pueda ser otros territorios? ¿Podemos experienciar un territorio que esté atravesado por nuevos territorios? Si recordamos a Josefina la ratona, evocamos una historia con contornos de alegría y esperanza. Josefina, al igual que el movimiento del ritornelo, vuelve sobre sus huellas para crear su morada a través de la materia expresiva del canto. Josefina no es un roedor cualquiera. Su cuerpo, su existencia devela la posibilidad de ser algo más que un animal como respuesta convincente. Josefina puede cantar. Ahora bien “¿cómo puede afirmarse que realmente canta? ¿No sería más exacto decir que silva?” (Kafka, 2003, p. 61). “¿Cómo puede ser que entendamos el canto de Josefina, o más bien creamos entenderlo?” (p. 60). ¿Es posible considerar un silbido como canto, y más aún cuando todos los ratones del pueblo también pueden hacerlo y a nadie se le ocurriría entenderlo como una forma de arte?

Josefina, como el niño del ritornello, canta, y con ello crea un territorio como “esbozo de un centro estable y tranquilo, estabilizante y tranquilizante en el seno de caos” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 318). Las acciones creadoras de Josefina la tranquilizan en un lugar donde la barbarie arrolladora del mundo la espera. Fundar un territorio la remite a un centro intenso como patria desconocida, en la que traza una línea para salir y, de este modo, encontrar formas para vivir en el territorio, y para sentirse vivir en el mundo. Cuando Josefina canta:

… la frágil criatura es agitada por un temblor que resulta especialmente inquietante; al verla así, se dirían que todas sus fuerzas están concentradas en el canto, que se han liberado de todo lo que no esté al servicio de su arte, de toda energía, de casi de todo lo que la mantiene viva, y aparece desenmascarada rendida, como si, sustraída por completo a sí misma, habitara únicamente el canto y una leve corriente pudiera arrebatarle la vida al pasar. (Kafka, 2003, p. 66)

El paisaje melódico de Josefina dilucida que la forma de su canto en su devenir animal llega al punto tal que ya no forma parte del paisaje. No pudiésemos hablar, entonces, de una división porque la materia expresiva del territorio propone que no es posible, por un lado, encontrar a un personaje que canta, y, por otro, un ritmo asociado a un personaje. Ahora el propio ritmo es el personaje. Josefina es el mismo paisaje melódico, es el ritmo que no cesa de habitar su canto. Sabemos que Josefina no sabe silbar, pero, aun así, es la ratona que canta, la ratona que convoca y que persuade a su pueblo. “Su canto posee la capacidad de salvarnos de todas las penalidades políticas, y si no logra disipar las amenazas, por lo menos nos infunda de fuerzas para hacerle frente” (Kafka, 2003, p. 71). El canto de Josefina territorializa con acciones creadoras un territorio que transforma las posibilidades del canto y “hay un silbido que le arranca a las palabras su música y su sentido” (Deleuze y Guattari, 1978, p. 25). Un silbido que desterritorializa una melodía en donde la voz ya no es experienciada como voz; en donde el canto no es percibido simplemente como canto.

Josefina es quien crea en el pueblo de los ratones. Sus acciones producen un agenciamiento territorial que poseen una fuerza de afectación en quienes escuchan su canto. Hemos puesto en consideración que Gregorio Samsa y Pedro el Rojo desterritorializaron sus formas existentes en su devenir animal, pero en el devenir animal de Josefina acontece una territorialización. Crea, con su silbido, un canto, hace del canto su línea de fuga, su acto de resistencia. No obstante, lo inquietante del pensamiento de Deleuze y Guattari es la imposibilidad de experienciar todo bajo una combinación lógica: si se habla de la desterritorialización como movimiento, habría que anteponer el territorio como algo estático. Si bien un territorio muestras límites de inmutabilidad, también, “un territorio siempre está en vías de desterritorialización, en vías de pasar a otros agenciamientos” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 332).

Un acto de territorialización muestra, entonces, un cúmulo de experiencias desterritorializantes. Cuando Josefina canta desterritorializa su voz, pero a su vez territorializa, funda un territorio hecho de desterritorializaciones: un silbido no es canto, un animal no es cantante, pero en ella experienciamos un silbido que no es ya silbido, una ratona que no es solamente ratona. Ella deviene, pero no porque deviene cantante deja de ser animal; no porque desterritorializa su silbido deja de silbar. Agencia en medio del torbellino en el que está expuesta. Sin embargo, ese movimiento, al que Deleuze llamó la paradoja del devenir, abre posibilidades de otras territorializaciones movidas por “el agenciamiento territorial que implica una descodificación y es inseparable de una desterritorialización que lo afecta.” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 340). Los ejercicios creadores de Josefina como los acontecidos en el niño del ritornello, son una territorialización compuesta de desterritorializaciones.

Josefina es quien muestra capacidad de agencia en su pueblo, lo cual, en efecto, se mueve por su componente de desterritorialización. Cuantas más desterritorializaciones potencien y habiten un territorio, más acontece la territorialización. Es decir, cuantas más acciones territorializantes encarna Josefina, más es desterritorializada: se transforma en música a través de su silbido, es la única que se transforma en canto.

Si el problema concierne en que el territorio es inseparable de ciertos coeficientes desterritorializadores, donde el agenciamiento territorial es el componente más desterritorializado, habría que tener presente, entonces, que el agenciamiento territorial es también un agenciamiento desterritorializante. No existe un agenciamiento en sí o para sí. El agenciamiento territorial abre paso a otros agenciamientos que se desbordan para conectarse con otros agenciamientos. Josefina agenció su territorio y, por tanto, pudo moverse entre varios agenciamientos que posibilitaron experienciar su canto desde una colectividad, para poder devenir animal.

El devenir no para, pues, de transformase, porque se hace con otros devenires (Deleuze y Guattari, 1978, 2005, 2010). El devenir animal de Gregorio es capaz de potenciarse cuando se abre a otros: devenir puerta, devenir violín, devenir comida, devenir manzana; el devenir hombre del mono tiene obertura hacia el devenir cicatriz, devenir caza, devenir discurso; el devenir ratón está atravesado por el devenir silbido, devenir canto, devenir pueblo. La multiplicidad del devenir traza agenciamientos territoriales capaces de desplegarse entre la afección y la expresión.

Para René Scliérer (1998):

El devenir se manifiesta en este caso bajo los rasgos más propios, en el borde extremo de una frontera, en la ocupación de una zona de “indecidibilidad” entre lo viviente y lo muerto, lo humano y lo animal. Rasgos significativos en los modos de existencias. (p. 62)

El devenir como acontecimiento no se define por las clasificaciones (viviente y no viviente, animado e inanimado, corpóreo e incorpóreo). En la multiplicidad de los devenires, se permiten el acontecimiento y la experiencia de los movimientos desterritorializantes cuyos agenciamientos están en movimientos “Un devenir siempre está en el medio, sólo se puede pensar en el medio. Un devenir no es lo uno, ni los dos, ni relación de los dos, sino entre dos, frontera, o línea de fuga, perpendicular a los dos” (Deleuze y Guattari, 2010, p. 293).

La escritura de Kafka como bloques de sensaciones, nos sitúa entre devenires. Él posibilita que quien deviene se hace en el devenir. El devenir objeto que atraviesa y se conecta con otros devenires en los trazos narrativos de Kafka, cruza el punto de oposición que remite a alguna clasificación. Con Kafka no se establecen certezas frente a un cuerpo. Ni Gregorio, ni Pedro el Rojo, ni Josefina, ni Odradek saben qué es su cuerpo. No obstante, la experiencia del cuerpo señala cierta fascinación por la frase de Spinoza (Deleuze, 1996) según la cual no sabemos todavía de lo que un cuerpo es capaz, ni de lo que puede como capacidad de afectar y de ser afectado.

Odradek, el protagonista de Preocupaciones de un padre de familia, deviene cuerpo por su extrañeza. Odradek es un objeto, pero no es un objeto cualquiera:

A primera vista -Odradek- tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas. (Kafka, 2003, p. 53)

No resulta sencillo decir que Odradek es trozo de madera o una suerte de carrete de hilo. Odradek, al igual que Samsa, Pedro el Rojo y Josefina, no es completamente lo que es. La experiencia del devenir configura espacios y formas de habitar, para poder devenir cuerpo (Beaulieu, 2012): un objeto que no es del todo objeto; un cuerpo que no es un cuerpo total. Es necesario tener presente que Odradek no solo experiencia un devenir cuerpo, configura su devenir en relación con un devenir cuerpo lugar. Odradek “habita alternativamente bajo la techumbre, en la escalera, en los pasillos y en el zaguán.” (Kafka, 2003b, p. 54). Ahora bien ¿qué permite evocar los espacios? Pareciese que Odradek asiste a un tiempo y a un lugar para estar en los trastes, los sitios que albergan los objetos olvidados e inservibles. La extrañeza de Odradek se anuda al lugar donde habita un cuerpo; un cuerpo que, entre otras cosas, se encuentra roto e incompleto.

La experiencia del devenir como multiplicidad plantea también la posibilidad de un devenir de sí. A diferencia de Josefina, en Investigaciones de un perro tenemos a un protagonista que deviene sobre sí mismo, pero como otro; un retorno de su origen y sus prácticas. El perro que deviene perro, como movimiento territorial, al igual que Pedro el Rojo y Josefina, no deja de pertenecer al territorio animal. Sin embargo, los diversos cuestionamientos sobre el sentido de su vida perruna, pone en duda existencial una respuesta sustentada en una única certeza. El camino trazado por el devenir perro muestra un trayecto sin rumbo y marcado por impulsos de interrogantes deseantes que se pierden entre más cuestionamientos.

El perro investigador no cesa de preguntarse acerca de condición: “¿Qué hay fuera de los perros?, ¿a quién recurrir fuera de ellos en el inmenso mundo vacío?” (Kafka, 2004, p. 268), sino que, además, deviene sobre sí para continuar con interrogantes como “¿de dónde proviene el alimento de los perros?, ¿de dónde toma la tierra nuestro alimento?” (p. 271). El padecimiento frente a las pocas repuestas sobre la esencialidad remite a irrupciones y variaciones de un territorio frente a cualquier unidad identitaria. Guattari, junto con Deleuze, han sustentado que en el devenir no es posible encontrar identidades porque es necesario insistir sobre el borde intenso de las multiplicidades. La noción de identidad se rompe cuando brota una pregunta que deviene en forma de preguntas o, para ser más precisos, cuando el perro que investiga es el mismo perro que interroga.

La vida de los personajes de Kafka son testimonios desprendidos de todo anclaje de representatividad, identidad e imitación. Las figuras animalescas y objetivadas frente al mundo totalitario del poder, en efecto, configuran trazos de otredad.

Nada más mediocre que Josefina la ratona cantora, ni más triste que el destino del simio humanizado, ni más desnaturalizante que el perro que indaga sobre su raza. Nada más hibrido y deforme que Odradek, ni más asfixiante que la vida de Samsa…los animales son expresiones del sistema, pero rebasan lo que el sistema está dispuesto a reconocer de sí mismo. Es una alteridad suscitada que lleva al extremo lo negativo de la totalidad: la alienación, la desnaturalización etc. (Hopenhyan, 1983, p. 210)

Deleuze y Guattari muestran en Kafka personajes obstinados en agotar las posibilidades del sistema, expresando potencias narrativas desplegadas en existencias singulares apartadas de cualquier sistema de control, para proponer un lugar experiencial del devenir, donde quien deviene es siempre distinto.

Acerca de una literatura menor

Los animales narrados por Kafka han sobrevivido a la acción regulada de un poder invisible articulado en la ley como entidad ideal que se repite y define a sí misma3 (Derrida, 1984). Las formas de resistencias poco se ubican en individualización de un personaje que revolucione el orden de las cosas o cambie los mecanismos del poder, lo que trasforma la comprensión del sistema se develan en las presencias de Samsa, Pedro el Rojo, Josefina, Odradek, el Perro investigador; figuras que desterritorializan y reterritorializan acciones entre devenires. Percibimos que en Kafka no hay héroes; las trasformaciones no son generalizadas. El movimiento total queda situado en los dispositivos mayores percibidos en El castillo (Kafka, 2010), El proceso (Kafka, 1975), Ante la ley (Kafka, 2003) y La colonia penitenciaria (Kafka, 1994), como imagen de un universo total y absoluto, difuso entre la inmensidad del tiempo y del espacio. Kafka, además de ello, presenta movimientos extendidos en rutas menores, una comunidad de perros, ratones, escarabajos, objetos inútiles.

La literatura menor4 socava condiciones establecidas por la norma entre mayor o menor, problematizando las producciones de sentido en un territorio. Se trata de un modo menor basado en tres características fundamentales: la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato político y el dispositivo colectivo de enunciación (Deleuze y Guattari, 1978). La literatura menor es definida por su relación con el uso menor de la lengua; una lengua que no es opuesta o sustituta a una lengua mayor. El adjetivo menor produce un modo menor de hacer literatura que afecta las maneras en que se produce una lengua mayor.

La literatura menor muestra un ejercicio de desterritorialización política, donde lo menor no desconoce ni niega un lenguaje mayor.5 Deleuze y Guattari (2010) llaman la atención sobre el estudio de la lengua menor alejada del postulado moderno de la lingüística según el cual “sólo se podría estudiar científicamente la lengua en las condiciones de una lengua mayor o estándar” (p. 103); es decir, bajos constantes y universalidades. La noción de que una lengua menor se enuncia al interior de una lengua mayor, concibe el empleo de los mismos sistemas de significación, pero opera en las variaciones.

En las narraciones de Kafka, los devenires producen relaciones con la lengua más allá de los componentes de la significación y de los rasgos de distintivos. Dentro de los principios conectivos del signo lingüístico la entidad que significa posee una relación en tanto que produce una cadena de significantes. La significación sobrevive aun al objeto que designa. No obstante, esta relación debe estar ligada al punto que el significante no puede producir un significado sin que el mismo significado produjese a su vez un significante (Saussure, 1973). En efecto, la característica de un régimen significante es la territorialización del significado. Dentro de la lengua mayor, el significante territorializa el significado y de este modo, se señalan convenciones, las cuales deben proporcionar forma y sustancia al significado-significante (Hjelmslev, 1984).

La mirada experiencial del devenir no se sitúa en el centro de la significación porque el estudio del significado supone un agenciamiento dentro de la articulación ejercida sobre los signos. La lectura y escritura de Kafka desterritorializa el significado; no dice lo que realmente dice; en ocasiones dice lo que no dice y podría decir lo que aún no se encuentra dicho (Larrosa, 2003, 2009). La experiencia supone acontecimientos en donde la indecibilidad permite una desterritorialización conexa al devenir menor de una lengua. La desterritorialización de la significación produce que lo importante no sea conocer lo que un signo significa, es decir, lo que dice la obra de Kafka, sino ¿a qué otros signos nos remiten?, ¿a qué parajes nos llevan esas lecturas?, ¿con qué horizontes nos entrecruzamos?, ¿qué devenires se extravían?

La desterritorialización de la significación se encuentra atravesada por la desterritorialización de lengua en donde lo menor no construye imperativos de significancia. Hay espacios, lugares, cuerpos que confluyen en constante movimiento y se diluyen en las pretensiones de un orden jerárquico y organizativo. ¿Cómo mantener dentro de los límites establecidos a alguien que es lo que no es y no es lo que es? ¿Cómo controlar el lenguaje de alguien que en lugar de palabras significantes emplea voces desterradas, cantos desgarradores, graznidos dolorosos? ¿Cómo pueden dominar una lectura si no se mueve bajo las lógicas representacionales de las consignas que atraviesan el campo social en función de un orden hegemónico que eventualmente toca las prácticas de lecturas?

Las condiciones que efectúa una literatura menor producen devenires que son las posibilidades revolucionarias (Deleuze y Guattari, 1978) de toda literatura menor. La lengua mayor se erige como una máquina abstracta en la medida en que constituye y produce consignas. En las narraciones mayores de Kafka, los personajes que se mueven en el uso mayor de la lengua quedan al margen de la experiencia del devenir al estar situados en una posición dominante opuesta a lo menor.

Para Videla Zavala (2018), la literatura menor puede ser definida como una poética de los desplazamientos porque en ella se enuncian las condiciones revolucionarias sobre el orden de las significaciones y de las cadenas de significantes que neutralizan las expresiones. Los desplazamientos vivenciados por Samsa, Pedro el Rojo, Josefina, Odradek, el Perro investigador, al provocar movimientos desterritorializantes, mueven el correlato del significado en el plano de la representación correspondiente; configuran trazos de una lengua que no es propiamente neutra, ni individualizada, sino colectiva.

Una conclusión (Im) posible

La lectura experiencial de Kafka reconoce puntos conflictivos en sus narrativas menores; personajes que discurren entre la diferencia con voces arrancadas del dominio de la representación y del “yo” cartesiano, donde sus formas de escritura propenden hacia un movimiento incesante dentro de colectividades que creen en el porvenir de los acontecimientos. Desde rutas menores, se experiencian devenires, los cuales confluyen en otros devenires que alteran el sistema de consignas: un humano que no lo es del todo, una ratona que no es ratona completamente, un objeto que no es plenamente un carrete.

La obra de Kafka, como lo sugiere Rella (1989), no es ya el camino de las fronteras conocidas como hibridación o, en términos de Deleuze y Guattari, de semejanza, evolución o arquetipo; la cuestión del devenir implica condiciones desterritorializantes desde una doble perspectiva: territorializantes y reterritorializantes de la significación, la enunciación, la representación. Así, no podemos sólo hablar de devenir, ni de la desterritorialización, al margen de lo que pasa con la lectura de Kafka. La experiencia de leer obliga, como dice Blanchot, (1991) a traicionar su verdad como fuerza extraliteraria, porque reconocemos con certeza que “…sus relatos son ilegibles y radicalmente imperfectos” (Blanchot, 2002, p.179). Kafka no sólo narra cómo Samsa, Josefina, Pedro el Rojo, Odradek y el perro que investiga, presentan puntos de fuga, sino que permite que nosotros, como lectores, podamos devenir, desterritorializar y reterritorializar, agenciamientos en la lectura de sus palabras.

La importancia de desarrollar el vínculo entre Kafka y el problema de la literatura en Deleuze y Guattari, ahonda en la necesidad de traer a la contemporaneidad, no solo a Kafka y su manera de leer la realidad, sino que también convoca a Deleuze y Guattari, quienes, en Kafka, rescatan y potencian gestos de resistencia y reexistencia para afrontar una realidad despojada de deseo y creación. Rescatar -desde una lectura experiencial- discusiones, problematizaciones e inquietudes entre el devenir y la desterritorialización, aporta reflexiones que bajo la lente de las palabras y personajes de Kafka adquieren profundidades, otorgando líneas de fuga para habitar de otras formas en esta sociedad que anunciaba Kafka y que Deleuze y Guattari pensaron: la sociedad de control.

Referencias

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1El tema de la representación en la filosofía de Deleuze y Guattari, propone un desplazamiento de concepciones dicotómicas. En primer lugar, influenciados por Kant (2017), colocan al sujeto por un lado y al objeto por otro, y es el primero quien otorga representación al segundo a través de su capacidad cognoscitiva, es decir, el objeto es una representación del sujeto. En segundo lugar, se aleja también de la mirada de Schopenhauer (2007), quien, a pesar de poner al mismo nivel al sujeto y al objeto, refuta los juicios a priori que le dan al sujeto una propiedad sensible. Prosigue pensando en términos de representación, de sujeto y objeto. En Deleuze y Guattari hay una ruptura no con la concepción de la representación, sino con la representación misma. No hay dicotomías ni dualismos. Aparece el rizoma, la máquina, los puntos de fuga. Por esta razón, destaca a Kafka como un escritor resiste a las formas representaciones de la escritura literaria.

2Deleuze, quien en su filosofía se aleja de lo esencial, pone de manifiesto el devenir, la diferencia, el movimiento y lo múltiple. Para ello, recurre al animal no solo como forma de presentar aquello de manera radical, sino que lo convierte en un lugar de escape y línea de fuga. Como lo expresa Anne Sauvagnargues (2006) “El estatuto del animal, en Deleuze, transforma la comprensión de lo humano y permite descartar la idea de una esencia invariante y personal, para adoptar, en cambio, una etología de los afectos y una pluralidad de los modos culturales de subjetivación”. (p. 14)

3Según Derrida, la ley en Kafka, específicamente en el relato Ante la ley presenta una abstracción: “En cada ley podemos suponer que es la ley misma, aquello que hace que las leyes sean leyes, es el ser-ley de las leyes.” (1984, p. 105).

4Sobre la discusión acerca de la conceptualización de la literatura menor, la cual tuvo lugar hace más de cinco décadas por parte de Deleuze y Guattari (1978), ha tenido resonancia, incluso en este tiempo, bajo el diálogo entre política, literatura y filosofía. Los aportes de Claudia Fagaburu (2011) entre al cruce de política, literatura y filosofía, dan cuenta de la interpelación del lenguaje como fisura y sustracción de la puesta en crisis de un lenguaje mayor en las disposiciones de poder. Así mismo, Marilé di Filippo (2012) piensa el carácter político del funcionamiento de un arte menor en un punto de convergencia entre arte, política en las sociedades de control. Por su parte, Fabián Videla Zavala (2018) aborda desde Deleuze y Guattari una teoría política de la literatura, en relación con una literatura menor como ejercicio cartográfico y poético en un territorio.

5La literatura menor no se presenta como contraposición de una mayor, sino como posibilidad, como literatura en potencia, y no sólo como literatura sino como una comunidad que por situarse en los márgenes crean otras formas, otras maneras, otras lenguas, las cuales, no son residuales ni subsidiarias del centro. Una literatura menor no se aísla de la literatura mayor, halla un lugar de agenciamiento, de desterritorialización, pero también de reterritorialización que posibilita la transformación y el devenir literario. La literatura menor está en constante movimiento, es una producción de producción: “la producción como proceso desborda todas las categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo en tanto que principio inmanente” (Deleuze y Guattari, 2009, p. 14) No es, por tanto, “la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor.” (Deleuze y Guattari, 1978, p. 28)

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Citar así: Hernández Páez, Helen Yulieth; Leal Gil, Édgar Andrés; Monroy Zuluaga, Leonardo Augusto. (2021). Entre el devenir y la desterritorialización: hacia una lectura experiencial de Kafka. Revista Guillermo de Ockham. 19(1), 147-159. https://doi.org/10.21500/22563202.5229

Recibido: 17 de Enero de 2021; Revisado: 08 de Abril de 2021; Aprobado: 15 de Abril de 2021

*Correspondencia. Helen Yulieth Hernández Páez, Email: hyhernandez@ut.edu.co

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