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Revista Guillermo de Ockham

versión impresa ISSN 1794-192Xversión On-line ISSN 2256-3202

Rev. Guillermo Ockham vol.20 no.2 Cali jul./dic. 2022  Epub 26-Ago-2022

https://doi.org/10.21500/22563202.5848 

Artículo de investigación

Hermenéutica y política: releyendo el inconsciente político

Robert T. Tally Jr.1  * 
http://orcid.org/0000-0001-7089-7739

1 Honorary Professor of International Studies at Texas State University; EE. UU.


Resumen

Como dijo Karl Marx, en el undécimo de sus Tesis sobre Feuerbach, “Los filósofos solo han interpretado el mundo, de varias maneras; el punto, sin embargo, es cambiarlo” (p. 145). La urgencia, así como la verdad de esta declaración es, sin duda, tan poderosa hoy como cuando Marx la escribió por primera vez. Pero, como un eslogan popular frecuentemente citado por pensadores y activistas radicales, la Tesis 11 desafortunadamente se ha convertido en un rechazo relativamente simplista de la teoría a favor de una visión algo antintelectual de la praxis. Tal es el peligro de la sabiduría así expresada que puede caber en una calcomanía de parachoques, un destino que el propio Marx probablemente nunca imaginó para esta mordaz observación. El marxismo, después de todo, implica la unidad dialéctica de la teoría y la práctica, y el propio Marx, por supuesto, pasó su vida comprometido con el análisis crítico o la interpretación de las sociedades capitalistas modernas, al tiempo que seguía comprometido con el movimiento dedicado a cambiar el mundo. El quid de la Tesis 11, de hecho, reside no tanto en la oposición entre teoría y práctica, como en la conexión que hace Marx entre interpretar el mundo y cambiarlo. La interpretación, si bien no es un fin en sí mismo, es absolutamente fundamental para cualquier proyecto para imaginar alternativas y transformar el statu quo. En esta situación, la hermenéutica inevitablemente adquiere una importancia política y crítica. Podría decirse que siempre tuvo tal peso, pero se ha vuelto más apremiante en nuestro tiempo, tal vez, que el mismo acto de interpretación es en sí mismo también un acto político, que está íntimamente conectado con el proyecto de crítica.

Palabras clave: hermenéutica; política; inconsciente; interpretación; teoría crítica

Abstract

As Karl Marx (1978) famously put it in the eleventh of his “Theses on Feuerbach,” “The philosophers have only interpreted the world, in various ways; the point, however, is to change it.” (p. 145). The urgency, as well as the truth of this statement, is undoubtedly as powerful today as when Marx first wrote it, but as a popular slogan frequently cited by radical thinkers and activists, Thesis 11 unfortunately has been rendered into a relatively simplistic dismissal of theory in favor of a somewhat anti-intellectual vision of praxis. Such is the danger of wisdom so phrased that it can fit on a bumper-sticker, a fate Marx himself likely never imagined for this trenchant observation. Marxism, after all, involves the dialectical unity of theory and practice, and Marx himself, of course, spent his life engaged in the critical analysis or interpretation of modern capitalist societies while also remaining committed to the movement devoted to changing the world. The crux of Thesis 11, in fact, lies not so much in the opposition between theory and practice, as in the connection Marx makes between interpreting the world and changing it. Interpretation, while not an end in itself, is absolutely critical to any project for imagining alternatives to and transforming the status quo. In this situation, hermeneutics inevitably takes on political and critical import. Arguably, it always bore such weight, but it has become more pressing in our time, perhaps, that the very act of interpretation is itself also a political act, one that is intimately connected to the project of critique.

Key words: hermeneutics; politics; unconscious; interpretation; critical theory

La idea del inconsciente político está estrechamente relacionada con el principio que rige la Tesis 11 de Marx, ya que el concepto implica tanto la interpretación del mundo como su transformación. No es de extrañar que al acuñar el término y elaborar la noción en The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act (1981), comience con un largo capítulo titulado “Sobre la interpretación”, antes de esbozar las formas en que se emplea una hermenéutica marxista propiamente dialéctica para comprender los textos sociales y literarios, centrándose en los géneros clave del romanticismo, el realismo, el naturalismo y el modernismo para ilustrar cómo funciona todo esto. El inconsciente político tiene mucho que ver con la cuestión de la interpretación.

En Fredric Jameson: The Project of Dialectical Criticism, he sugerido que toda la carrera de Jameson podría ser imaginada como una cartografía cultural del sistema mundial, un intento de trazar un mapa figurativo de la totalidad de las relaciones sociales tal como pueden ser reveladas a través de una variedad de formas de narrativa (Tally Jr., 2014). El trabajo de Jameson ha implicado “una meditación continua y duradera sobre la narrativa, sobre sus estructuras básicas, su relación con la realidad que expresa y su valor epistemológico en comparación con otros modos de comprensión más abstractos y filosóficos” (Tally Jr., 2014, s.p.), que es en realidad la forma en que Jameson caracterizó la carrera de Georg Lukács en Marxismo y forma (Jameson, 1971). A lo largo de más de veinticinco libros y cientos de artículos, Jameson ha sido notablemente coherente, manteniendo su particular propuesta de crítica dialéctica y marxista, al tiempo que evaluaba continuamente nuevos fenómenos culturales, intelectuales y sociales. El resultado es una extraña mezcla de lo absolutamente vanguardista y lo aparentemente anticuado. Jameson se ha encontrado en el centro de las controversias culturales y críticas más actuales, moviéndose con gran agilidad por la espesura teórica del existencialismo, el estructuralismo, el posestructuralismo, el posmodernismo y la globalización. Sin embargo, a lo largo de todas estas intervenciones poscontemporáneas, Jameson ha estado entre los teóricos y críticos marxistas más decididamente tradicionales.

Al mismo tiempo que se involucra en investigaciones que van desde la ficción narrativa y la teoría crítica hasta el cine y la televisión, la arquitectura y la historia del arte, la música, la filosofía, etc. (“nada cultural le es ajeno”, como dijo en una ocasión Colin MacCabe, 1992), Jameson ha sustentado que el marxismo no es solo la práctica teórica y crítica más eficaz, sino la única capaz de comprender adecuadamente las narrativas con las que damos sentido o forma al mundo. La crítica dialéctica de Jameson analiza y evalúa el paisaje cultural con una precisión casi milimétrica, pero situando siempre estas intervenciones en un sistema coherente, aunque flexible y complejo, a través del cual se puede vislumbrar la totalidad que, en última instancia, da sentido a cada uno de los elementos que lo componen. De este modo, Jameson parece ser un teórico posmoderno ultra contemporáneo y un pensador tradicional, casi decimonónico, todo al mismo tiempo.

Además, Jameson ha seguido comprometido con un proyecto crítico propiamente literario, incluso cuando se aventura en otros campos disciplinarios. En una época un tanto posliteraria, en la que la teoría de los medios de comunicación y los estudios culturales usurpan los papeles que antes desempeñaban la crítica literaria y la historia de la literatura, la crítica y la teoría de Jameson, especialmente en su atención a la narrativa, la forma, el género y los tropos, parecen representar una perspectiva casi perversamente ludita. Incluso, cuando se ha adentrado en la arquitectura, el cine, las artes visuales o la crítica de los medios de comunicación, Jameson siempre ha actuado como crítico literario, prestando especial atención a las formas y funciones normalmente asociadas a la ficción narrativa. A pesar de su notable amplitud de investigación cultural, Jameson sigue siendo, en algunos aspectos, el alumno de Erich Auerbach, uno de sus profesores en la escuela de posgrado de la Universidad de Yale, en la década de 1950, y de la gran tradición filológica de principios del siglo XX. Desde sus primeros textos hasta los más recientes, Jameson se ha preocupado sobre todo por el modo en que las expresiones individuales, de hecho las frases, se relacionan con las formas, que a su vez derivan su fuerza y su significado de la totalidad de las relaciones sociales, políticas y económicas que operan en un determinado modo de producción. Para Jameson, la perspectiva crítica propia de la crítica literaria permite una crítica propiamente marxista del sistema mundial.

En este aspecto, Jameson ha sido criticado ocasionalmente, ya que algunos se han preguntado, con razón, cómo es posible que un análisis novedoso de una novela francesa del siglo XIX o la elaboración de una teoría hermenéutica puedan promover una agenda marxista. Pero esta literariedad, de hecho, se ajusta al marxismo de Jameson y a su proyecto general de crítica dialéctica. Según Jameson, la condición existencial de la vida personal y social en las sociedades organizadas bajo el modo de producción capitalista requiere, necesariamente, una forma de actividad interpretativa o alegórica, lo que significa, en última instancia, que la tarea de dar sentido al propio mundo entra en el ámbito tradicional de la crítica literaria. Los textos literarios llegan al lector como objetos ya construidos, situados en una compleja historia literaria y social, y por lo tanto no pueden leerse necesariamente de forma “literal”, aunque ese sea el método preferido, ya que incluso una lectura “literal” implicará algunas formas de interpretación. De la misma manera, nuestra interpretación del texto social; es decir, del mundo en el que vivimos también requerirá una especie de metacomentario, por invocar otro famoso concepto jamesoniano. Como explica Jameson (1981) en The Political Unconscious

ninguna sociedad ha estado nunca tan mistificada de tantas maneras como la nuestra, saturada como está de mensajes e información, que son los vehículos mismos de la mistificación (el lenguaje, como dijo Talleyrand, nos fue dado para ocultar nuestros pensamiento). Si todo fuera transparente, entonces no sería posible ninguna ideología ni tampoco ninguna dominación: evidentemente no es ese nuestro caso. Pero por encima y más allá del puro hecho de la mistificación, debemos apuntar al problema suplementario implicado en el estudio de los textos culturales o literarios, o en otras palabras, esencialmente en las narraciones: pues aún si el lenguaje discursivo hubiera de tomarse literalmente, hay siempre, y de manera constitutiva, un problema sobre el “significado” de la narración como tal; y el problema de la evaluación y subsiguiente formulación del “significado” de tal o cual narración es la cuestión hermenéutica que nos deja tan profundamente inmersos en nuestra presente investigación como cuando se planteó la objeción. (p. 61)

Dado que las narraciones son formas que dan sentido al mundo por parte de los sujetos individuales y colectivos, el proyecto de la crítica literaria coincide con el de otros sistemas de creación de sentido, como la religión, la filosofía y la ciencia. Sin embargo, como deja claro la propia crítica dialéctica de Jameson, el crítico literario está profesionalmente en sintonía con la presunción de mistificación o, por decirlo de otra manera, con la necesidad de interpretación. Aquí es donde la noción del inconsciente político se vuelve también tan crítica.

En las famosas palabras iniciales de su prefacio, “¡Historicemos siempre!”, el inconsciente político anuncia un aspecto crucial de su proyecto, pero el historicismo exhaustivo de la crítica dialéctica de Jameson no es fácilmente reducible a los métodos interpretativos que a veces se asocian con el término historicismo. Por un lado, Jameson rara vez permite que uno se quede tranquilo en la suposición de que situar a un determinado autor o texto en su contexto histórico dará, por sí mismo, los resultados deseados. También, se muestra extremadamente cauteloso con los diversos métodos historicistas, incluido el llamado “Nuevo Historicismo” -que entonces ganaba adeptos en Estados Unidos- que considera insuficientemente dialécticos o marxistas. Sobre todo, Jameson (1981) considera que la investigación histórica de un artefacto cultural concreto sin tener en cuenta su inevitable situación dentro de un marco de referencia supraindividual, una estructura o sistema social más amplio como el modo de producción es, en el mejor de los casos, bastante limitada e incompleta y, en el peor, engañosamente falsa o ideológicamente sospechosa. Así, mientras que “historizar siempre” es el “único imperativo absoluto y hasta podríamos decir ‘transhistórico’ de todo pensamiento dialéctico”, y mientras que “a nadie sorprenderá que resulte ser también la moral de The Political Unconscious” (p. 9), el argumento más apremiante de Jameson en este estudio implicará las categorías por las que tal proyecto historicista es posible o incluso concebible.

No es de extrañar que el marxismo ofrezca la clave para resolver el problema teórico y metodológico al que se enfrenta el historicista comprometido.

Solo el marxismo puede darnos cuenta adecuadamente del misterio del pasado cultural, que, como Tiresias al beber la sangre, vuelve momentáneamente a la vida y recobra calor y puede una vez más hablar y transmitir su mensaje largamente olvidado en un entorno profundamente ajeno a ese mensaje. (Jameson, 1981, p. 9)

De este modo, la hermenéutica marxista esbozada en The Political Unconscious no solo se opondrá a otros modelos interpretativos y a las teorías supuestamente anti-interpretativas asociadas con el posestructuralismo o la deconstrucción, sino que también propondrá un modelo por el que los textos puedan leerse en sus contextos históricos y culturales globales, así como en el nuestro. Así, la posibilidad misma de la interpretación, así como el acto interpretativo en sí mismo, es el verdadero enfoque de The Political Unconscious.

La interpretación, por tanto, no puede entenderse como un proceso a través del cual el significado se lee simplemente en la superficie del texto en cuestión, o incluso se “encuentra” en las entrañas del mismo, como si el Ding an sich fenomenológico pudiera ser percibido por el observador sagaz. En efecto, los textos son en sí mismos objetos históricos y culturales que contienen en su interior, por así decirlo, las percepciones e interpretaciones de los mismos a lo largo de su historia. Siguiendo su argumento anterior, expuesto por primera vez en su artículo de 1971, Metacomentary, Jameson (1981) explica que

nunca nos enfrentamos plenamente a un texto de forma inmediata, en toda su frescura como algo en sí mismo. Más bien, los textos se presentan ante nosotros como algo ya leído; los apreciamos a través de capas sedimentadas de interpretaciones anteriores, o, si un texto es totalmente nuevo, a través de los hábitos de lectura sedimentados y las categorías desarrolladas por esas tradiciones interpretativas heredadas. (p. 9)

La interpretación nunca es, por tanto, un acto aislado realizado por un lector sobre un texto, “sino que tiene lugar en un campo de batalla homérico, en el que entran en conflicto, abierta o implícitamente, una gran cantidad de opciones interpretativas” (p. 13). No se interpreta un texto, sino que se traduce en un código interpretativo para revelar o construir un significado que se sitúa a su vez en un campo de batalla semántico de significados diferentes, a veces opuestos.

Por consiguiente, en opinión de Jameson, la interpretación es un acto fundamentalmente alegórico, por el que hay que traducir de un código a otro, a lo largo de diferentes registros y según un código maestro concreto. Estos “códigos maestros” pueden referirse en última instancia a los distintos métodos o “escuelas” de la crítica. La crítica marxista, que para Jameson está marcada por su visión dialéctica y totalizadora, puede revelar las limitaciones de estos métodos parciales o locales, identificando las “estrategias de contención” por las que los textos y las interpretaciones fomentan la ilusión de completitud mientras suprimen el contenido histórico (y, por tanto, también social y político). En este sentido, la teoría de la interpretación de Jameson puede verse como una versión propiamente literaria de la antigua práctica de la crítica de la ideología, en la que se expone la falsa conciencia de una clase determinada y el análisis “científico” del sistema total revela las relaciones sociales ocultas bajo la superficie visible de las cosas, de forma muy parecida a la investigación reveladora del propio Marx sobre el trabajo alienado o el fetichismo de la mercancía en El capital. Sin embargo, Jameson no sostiene que la interpretación marxista esté libre de ideología, ya que todo pensamiento es obligatoriamente ideológico. Más bien, considera que el marxismo es la práctica que puede reconocer reflexivamente su propia posición ideológica y, al luchar consigo mismo de este modo, abrir la posibilidad de trascender la ideología.

Así, el argumento en esencia polémico de The Political Unconscious se dirige contra aquellos que segregan lo “político” de otras áreas de la experiencia humana y, al hacerlo, niegan u ocluyen también lo histórico. Obviamente, esto incluye enfoques no marxistas de la literatura, pero el argumento de Jameson se enfrenta, en definitiva, a algo así como la falsa conciencia en las sociedades organizadas bajo el modo de producción capitalista en su conjunto. La teoría de un “inconsciente político”, entonces, se formula como un medio para aprehender y hacer visible la narrativa reprimida de la historia que, siguiendo a Marx, Jameson entiende como la historia de la lucha de clases y, por tanto, como esencialmente política. Aquellos críticos o pensadores que distinguen los textos culturales que son sociales y políticos de los que no lo son, en opinión de Jameson, no sólo están en un error, sino que son (quizás sin quererlo) apologistas y reforzadores de “la cosificación y privatización de la vida contemporánea”. Como continúa Jameson (1981),

Imaginar que, a salvo de la omnipresencia de la historia y la implacable influencia de lo social, existe ya un reino de la libertad, ya sea el de la experiencia microscópica de las palabras en un texto o el de los éxtasis e intensidades de la varias religiones privadas, no es más que reforzar la tenaza de la necesidad en esas zonas ciegas donde el sujeto individual busca refugio, persiguiendo un proyecto de salvación puramente individual, meramente psicológico. La única liberación efectiva de semejante constricción empieza con el reconocimiento de que no hay nada que no sea social e histórico; de hecho, que todo es ‘en último análisis’ político. (p. 20)

De esta manera, podemos ver que Jameson no aboga por una interpretación política, a diferencia de los métodos psicoanalíticos, religiosos, lingüísticos u otros métodos hermenéuticos, sino que aboga por una crítica marxista y dialéctica capaz de hacer visible la totalidad social oculta pero demasiado real de la que todos los textos, al final, forman parte (Eagleton, 1982, p. 195).

En cuanto a la metodología, Jameson insiste en que las ideas de la crítica marxista ofrecen “precondición última semántica para la inteligibilidad de los textos literarios y culturales”, y que el “enriquecimiento y ampliación semánticos de los datos y materiales inertes de un texto particular” tiene lugar dentro de tres marcos de referencia superpuestos o “concéntricos”. Es decir, el texto se situaría en primer lugar en su propio tiempo o historia política (en un sentido estricto del acontecimiento situado en su propia secuencia cronológica), después en el conjunto de la sociedad (un sistema algo más sincrónico) y, por último, en la propia historia, “concebida ahora en su sentido más vasto de secuencia de modos de producción y de la sucesión y el destino de las diversas formaciones sociales humanas, desde la vida prehistórica hasta lo que la lejana historia futura nos tenga deparado” (Jameson, 1981, p. 75).

Cabe señalar que el proyecto de seis volúmenes de Jameson, aún inacabado, The Poetics of Social Forms, del que The Political Unconscious puede entenderse en retrospectiva como la introducción, parece ser un intento de examinar el terreno temporal esbozado en esta tercera fase de la interpretación, la propia historia. La trayectoria histórica de las formas culturales y de los modos de producción poética procedería de la creación de mitos primitivos de los antiguos en un próximo volumen, quizás esto sea en sí mismo parte de las circunvoluciones de la dialéctica, pero el “último” volumen que aparecerá impreso será en realidad el volumen 1 de The Poetics of Social Forms, y de ahí a las alegorías románticas de una época premoderna y precapitalista que se desarrollan en nuevas formas con el surgimiento de la modernidad y la posmodernidad en Allegory and Ideology, y que, finalmente, abarcan los modos culturales realistas, modernistas y posmodernistas, asociados a su vez con las etapas del capital de Ernest Mandel, es decir, la fase del capital, (i.e., mercado, monopolio y capitalismo tardío o multinacional) y abordados en Las antinomias del realismo. Una modernidad singular (complementada por The Modernist Papers) y El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, de Jameson, respectivamente. Por último, estos modos de producción cultural nos invitan a considerar un futuro apenas imaginable fuera de los ámbitos de la utopía y la ciencia ficción, como ha explorado Jameson en el sexto y último volumen, Arqueologías del futuro: el deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción.

En la práctica, para volver a The Political Unconscious, estas fases de lectura se moverán principalmente en un arco cada vez más amplio desde el propio texto individual hasta el orden social del que forma parte, y de ahí a una visión más amplia del texto en la historia. Pero Jameson deja claro que todo ello se entiende en términos marxistas, de modo que incluso el primer análisis, más discretamente textual, que podría parecer similar a la forma tradicional de una explicación de texto, entenderá necesariamente la obra como un “acto socialmente simbólico” (como reza el subtítulo de Jameson). En el plano social, el análisis de Jameson se extendería más allá del texto para examinar el ideologema o “la unidad mínima inteligible de los discursos esencialmente antagonísticos de las clases sociales”. Y en el horizonte de la historia, el texto y sus ideologemas pueden verse en términos de lo que Jameson llama “la ideología de la forma”, en la que el modo de producción puede discernirse de alguna manera en la organización de las propias formas. (Jameson, 1981, p. 76). En The Political Unconscious, los capítulos centrales, nominalmente sobre la crítica de género y luego las novelas de Honoré de Balzac, George Gissing y Joseph Conrad, respectivamente, exploran estos tres horizontes de interpretación.

Fijándose en este último “horizonte” por un momento, Jameson (1981) indica que en este punto la forma misma se reconoce como contenido, marcando así una inversión dialéctica en la que un análisis formal puede revelar los procesos heterogéneos de un texto cultural dado y determinar un “contenido de la forma” social. Es decir, se ha hecho posible “aprehender tales procesos formales como contenido sedimentado por derecho propio (...) distintos del contenido ostensible o manifiesto de las obras”. (p. 99). Jameson se esfuerza por demostrar esto examinando el género, una categoría principalmente formal que, según demuestra, tiene contenido sociopolítico por derecho propio. Su extenso capítulo sobre “el uso dialéctico de la crítica de los géneros”, que se compromete de forma productiva con una convincente teoría literaria no marxista (es decir, la Anatomía de la crítica, de Northrop Frye), saca a relucir las implicaciones sociales de esa teoría al tiempo que demuestra la noción provocativa de Jameson sobre la ideología de la forma.

La idea de Jameson de las “discontinuidades genéricas”; es decir, la presencia de múltiples géneros dentro de un texto literario dado (incluso, o especialmente, un texto ya situado en un género reconocible, como un romance), escenifica a nivel de historia literaria el tipo de heteroglosia textual que Mijaíl Bajtín (1982) ha considerado tan fundamental para la forma de la novela. Utilizando “una especie de técnica de rayos X”, el lector puede revelar “la estructura estratificada y jaspeada del texto”, mostrando así que la novela “no es tanto una unidad orgánica como un acto simbólico que debe reunir y armonizar paradigmas narrativos heterogéneos que tienen su propio significado ideológico específico y contradictorio”, como lo social frente a lo psicológico, por ejemplo (Jameson, 1981, p. 144). En este sentido, incluso las características aparentemente apolíticas y ahistóricas de una determinada forma genérica se revelan imbuidas de contenido social y político.

El objetivo de esta teoría del inconsciente político es, en esencia, revelar la dimensión histórica oculta o reprimida tanto de la experiencia vivida como de las representaciones de la realidad en los textos literarios y culturales. Pero, como deja claro Jameson, la historia no puede ser experimentada y comprendida en sí misma, como una cosa o incluso como una historia, sino que solo puede ser descubierta a través de los procesos de la narrativa que, famosamente, Jameson (1981) considera “la función o instancia central del espíritu humano” (p.13). Basándose en la concepción de Louis Althusser, derivada a su vez de Spinoza, de la “causa ausente”, Jameson propone que

la historia no es un texto, una narración, maestra o de otra especie, sino que, como causa ausente, nos es inaccesible salvo en forma textual, y que nuestro abordamiento de ella y de lo Real mismo pasa necesariamente por su previa textualización, su narrativización en el inconsciente político. (p. 35)

Al trabajar a través de las mencionadas fases u horizontes de la interpretación textual, desde el acto simbólico puntual hasta el sistema social más amplio y hasta el vasto territorio espacio-temporal de la historia humana, el proceso hermenéutico de The Political Unconscious llega a “un espacio donde la Historia misma se vuelve el cimiento último así como el límite intrascendible de nuestra comprensión en general y de nuestras interpretaciones textuales en particular” (Jameson, 1981, p. 100).

Además, para una analítica propiamente marxista, la historia en este sentido debe entenderse como “la experiencia de la Necesidad”, ya no en términos de su contenido (como en un antiguo discurso de las “necesidades”, como la comida y el refugio) sino como “la forma inexorable de los acontecimientos”. Como dice notoriamente Jameson, “la historia es lo que duele, es lo que rechaza el deseo y establece límites inexorables a la praxis tanto individual como colectiva, que sus ‘artimañas’ convierten en espeluznantes e irónicas inversiones de sus intenciones manifiestas” (Jameson, 1981, p. 102). Entendido así, pues, el programa metodológico y hermenéutico de The Political Unconscious, para revelar la dimensión histórica que había sido oscurecida o reprimida en los propios textos culturales, al igual que en otras prácticas interpretativas, puede verse como una crítica a la ideología o a la falsa conciencia, por mucho que Jameson, quizá con razón, quiera evitar las implicaciones de estos antiguos lemas en otros aspectos. Al desvelar la narrativa de la historia, como Jameson dejará claro en la conclusión del estudio, el crítico también puede orientar su visión hacia una alternativa utópica.

En ese capítulo final, reveladoramente titulado La dialéctica de utopía e idelogía, Jameson (1981) discute cómo esta concepción innovadora de un inconsciente político es también una parte muy importante de la ideologiekritik marxiana “clásica” y apunta hacia un sentido más amplio de la conciencia de clase que las versiones anteriores de la teoría marxista podrían haber previsto. La posición de Jameson (1981) amplía y perfecciona este proyecto. Propone que “toda conciencia de clase”, incluida la de la clase dominante, es fundamentalmente utópica, en la medida en que expresa “la unidad de una colectividad” de forma alegórica o figurativa (pp. 289, 291). Queda claro que incluso las posiciones políticas reaccionarias o conservadoras de una clase (y, por supuesto, de las narrativas producidas por los miembros de esa clase) mantienen un núcleo utópico que no puede ser ignorado por una crítica propiamente dialéctica.

Frente a la insufrible, aunque a menudo comprensible, moralización que se encuentra en tantas filosofías y métodos radicales, Jameson (1981) afirma que “tal visión dicta una perspectiva ampliada para cualquier análisis marxista de la cultura, que ya no puede contentarse con su vocación desmitificadora de desenmascarar y demostrar las formas en que un artefacto cultural cumple una misión ideológica específica”, sino que debe tratar de “proyectar” el “poder simultáneamente utópico” (p. 291) de un objeto cultural. Por lo tanto, implica una “mala fe” por parte de los marxistas u otros críticos que descuidan esa última lección de la dialéctica; es decir, la inversión dialéctica, en la que lo negativo y lo positivo pueden combinarse en la unidad de los opuestos. Podría decirse que la salida de Jameson de la concepción simplista de la “falsa conciencia” es en sí misma una afirmación de una versión más compleja y robusta de la misma, ya que está sugiriendo un tipo de falsa conciencia en nombre de los críticos incapaces o no dispuestos a ver los elementos utópicos de las formas ideológicas. Al contemplar la coexistencia de lo positivo y lo negativo, de lo utópico y de lo ideológico, también se admite que la obra, así como el intérprete, se sitúa dentro de la pesadilla de la historia. El inconsciente político de Jameson puede verse como otro medio por el que nos orientamos dentro de esta totalidad e intentamos cartografiarla.2

La célebre undécima tesis de Marx sobre Feuerbach, “los filósofos solo han interpretado el mundo de diversas maneras; la cuestión es cambiarlo”, es una advertencia bien hecha a quienes se conforman con leer el presente, sin esforzarse debidamente por comprender el pasado o proyectar visiones alternativas para el futuro. Sin embargo, nadie sabía mejor que Marx el valor de la crítica, que necesariamente implica análisis, interpretación y evaluación. De hecho, incluso antes de sus Tesis sobre Feuerbach, y décadas antes de que se negara a dar recetas para las cocinas del futuro, Marx explicó a Arnold Ruge que

“construir el futuro y resolverlo todo para todos los tiempos no es asunto nuestro”; está más claro lo que tenemos que lograr en el presente: Me refiero a la crítica despiadada de todo lo que existe, despiadada tanto en el sentido de no tener miedo de los resultados a los que llega como en el sentido de tener igualmente poco miedo al conflicto con los poderes. (Tucker, 1978, p. 13)

Dentro de la esfera cultural, en sentido amplio, esta “crítica despiadada” ha sido y es el proyecto permanente de la carrera de Jameson.

El utopismo de Jameson está directamente vinculado a este proyecto crítico literario en lo que él denominó la dialéctica de la utopía y la ideología, ya que cualquier proyecto utópico orientado al futuro debe enfrentarse necesariamente a las relaciones sociales mistificadas o reificadas del presente. Al final, la vieja tensión dentro del marxismo entre voluntarismo y determinismo, entre la actividad de la lucha de clases y la forma estructural del modo de producción, o quizás más simplemente entre política e historia, probablemente deba permanecer en algún tipo de tensión productiva en las labores del crítico marxista. Cualquier intento de formular un futuro radicalmente diferente debe, primero y siempre, llegar a un acuerdo con el sistema escasamente representable en el que nos encontramos. Jameson resume el problema y su solución en constante evolución en Valencias de la dialéctica, donde demuestra el impulso utópico que anima el propio esfuerzo crítico:

Una política marxista es un proyecto o programa utópico para transformar el mundo y sustituir un modo de producción capitalista por otro radicalmente distinto. Pero también es una concepción de la dinámica histórica en la que se postula que todo el mundo nuevo está también objetivamente en emergencia a nuestro alrededor, sin que necesariamente lo percibamos de inmediato. De tal manera que, junto a nuestra praxis consciente y a nuestras estrategias para producir el cambio, también podemos adoptar una postura más receptiva e interpretativa en la que, con los instrumentos y el aparato de registro adecuados, podemos detectar las agitaciones alegóricas de un estado de cosas diferente, las maduraciones imperceptibles e incluso inmemoriales de las semillas del tiempo, las erupciones subliminales y subcutáneas de formas de vida y relaciones sociales totalmente nuevas. (Jameson, 2009, p. 416)

El proyecto de la crítica dialéctica, por lo tanto, implica la lectura paciente, meticulosa y atenta de la situación en la que nos encontramos, pero en esta actividad analítica e interpretativa también se encuentran las fuerzas revolucionarias de las luchas actuales y futuras.

La teoría cultural no puede sustituir a la teorización revolucionaria, al igual que las prácticas culturales no pueden sustituir a la praxis revolucionaria. The Political Unconscious no confunde interpretar el mundo con cambiarlo. Al igual que la teoría no puede sustituir a la práctica, la lectura no puede sustituir a la acción. Pero también es cierto que una práctica que merezca la pena no puede prescindir por completo de la teoría, y la acción directa no puede producirse fuera de un contexto que, a su vez, debe ser comprendido para que dicha acción sea eficaz. Así, teniendo en cuenta las lecciones de Marx y del marxismo, y de acuerdo con el concepto de inconsciente político, podemos reformular el énfasis de la undécima tesis sobre Feuerbach de la siguiente manera: los filósofos hasta ahora solo han interpretado el mundo; la cuestión, sin embargo, es cambiarlo. Es decir, debemos ser capaces de interpretar el mundo para poder cambiarlo. Por tanto, la hermenéutica siempre implica la política, y viceversa.

El inconsciente político pone de manifiesto otra tesis: Si tenemos alguna esperanza de cambiar el mundo para mejor, debemos ser capaces de encontrar nuevas y mejores formas de interpretarlo.

REFERENCIAS

Bakhtin, Mikhail M. (1982). “Discourse in the Novel”. In: The Dialogic Imagination: Four Essays, translated by Caryl Emerson and Michael Holquist. Austin: University of Texas Press. [ Links ]

Colin MacCabe (1992). “Preface.” In: Jameson. The Geopolitical Aesthetic: Cinema and Space in the World System. Bloomington and London: Indiana University Press and the British Film Institute. [ Links ]

Eagleton, Terry (1982). Literary Theory: An Introduction. Minneapolis: University of Minnesota Press. [ Links ]

Jameson, Fredric (1971). Marxism and Form: Twentieth-Century Dialectical Theories of Literature. Princeton: Princeton University Press. [ Links ]

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Jameson, Fredric (2008). “Metacommentary.” In The Ideologies of Theory. London: Verso. [ Links ]

Marx, Karl (1978). Theses on Feuerbach. In The Marx-Engels Reader, 2nd ed., edited by Robert C. Tucker (New York: W. W. Norton). [ Links ]

Marx, Karl (2009). For a Ruthless Criticism of Everything Existing. In The Marx-Engels Reader. [ Links ]

Robert T. Tally Jr. (2014). Fredric Jameson: The Project of Dialectical Criticism. London: Pluto Press. [ Links ]

Tucker, Robert C. (1978). The Marx-Engels Reader. Ed. Norton & Company [ Links ]

2. Véase, por ejemplo, mi On Always Historicizing: The Dialect of Utopia and Ideology Today, PMLA 137.3 (mayo de 2022), de próxima publicación.

Citar así: Tally Jr., Robert T. (2022). Hermenéutica y política: releyendo el inconsciente político. Revista Guillermo de Ockham 20(2), pp. 261-269. https://doi.org/10.21500/22563202.5848

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Editores invitados: Nicol A. BarriaAsenjo, Ph.D., https://orcid.org/00000002-0612-013X

16Slavoj Žižek, Ph.D., https://orcid.org/0000-0002-1991-8415

Editor en jefe: Carlos Adolfo Rengifo Castañeda, Ph.D., https://orcid.org/0000-0001-5737-911X

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Declaración de intereses: El autor declara no tener ningún conflicto de intereses.

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Financiamiento: Ninguno.

Recibido: 29 de Marzo de 2022; Revisado: 04 de Mayo de 2022; Aprobado: 09 de Mayo de 2022

*Correspondencia: Robert T. Tally Jr. Correo electrónico: robert.tally@txstate.edu

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