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Revista Guillermo de Ockham

versão impressa ISSN 1794-192Xversão On-line ISSN 2256-3202

Rev. Guillermo Ockham vol.21 no.2 Cali jul./dez. 2023  Epub 26-Jul-2023

https://doi.org/10.21500/22563202.6455 

Editorial

Formas actuales del devenir comunista

Alain Badiou1  2  * 

1 École européenne supérieure, Université de Reims ; Reims ; France.

2 École Normale Supérieure de Paris ; Paris ; France.


No cabe duda de que hoy en día la palabra comunismo ha recibido un veredicto abrumadoramente negativo, hasta el punto de que es casi unánime. Sólo se utiliza para describir el imparable declive de los partidos comunistas en Europa Occidental, especialmente en Italia, Francia, España y Portugal. Obsérvese su rechazo casi total en el espacio de las conquistas o reconquistas de la Rusia soviética al final de la última guerra mundial: de Polonia a Alemania del Este, de Hungría a la reciente Ucrania, de Bulgaria a los Estados Bálticos; la secuela comunista de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial está cayendo en el olvido. En Rusia, la palabra comunismo se refiere ahora casi exclusivamente a residuos estatales o patrióticos. Y en la propia China, donde la palabra comunista sigue asociada al partido único dominante, apenas se utiliza. Decimos el Partido del mismo modo que decimos el Estado. Cuando Xi Jinping declara solemnemente que, y cito, “el Partido lo decide todo”, prescinde del adjetivo comunista, aunque los dirigentes chinos nunca lo han suprimido.

En la propia Francia, durante mucho tiempo, digamos que durante medio siglo, desde 1920 hasta finales de los años 70, el comunismo estuvo, cada vez más unívocamente, representado por el Partido Comunista Francés (PCF), que dictó, en cierto modo, el “verdadero” significado de la palabra a través de sus orientaciones ideológicas y sus formas prácticas de representación y existencia.

Estas observaciones, y muchas otras, nos permiten formular la siguiente hipótesis: para hablar positivamente de comunismo, ahora es necesario separar la palabra de cualquier referencia estatal del pasado y reconducirla a su uso teórico, ideológico y militante, bajo cuya bandera se constituyó esta orientación política a partir del siglo XIX.

Para verlo con claridad, es necesario enunciar la siguiente tesis: el comunismo, como convicción política referida a una doctrina de valor científico y de uso militante revolucionario, ha pasado históricamente por dos etapas, y hoy se encuentra en la apertura indecisa y crucial de una tercera. Sin esta visión global, es prácticamente imposible comprender y evitar lo que bien puede llamarse la corrupción práctica de la palabra comunismo. Es en el marco de estas tres etapas donde la expresión comunismo puede recobrar una vitalidad militante.

Permítanme esbozar estas etapas. La primera va desde los levantamientos proletarios de la década de 1840 en Europa, especialmente en Francia e Inglaterra, hasta la Primera Guerra Mundial. La segunda va desde 1917 hasta los años cincuenta del siglo XX. La tercera, que vivimos actualmente y que sigue sin decidirse, debe tener un balance de la desaparición progresiva de la empresa comunista en el mundo, de la mala reputación de la palabra comunismo, incluso en muchos movimientos rebeldes, y de la necesidad de restablecerla en su verdad y su poder.

Estas tres etapas deben ser reconocidas por nombres propios, en función de su origen práctico y su constitución teórica. La primera la podemos señalar en la función original de Marx, Engels y su entorno inmediato. La segunda es, obviamente, designada por Lenin y Trotsky. Con respecto a la tercera, trataré de mostrar, si no su existencia, al menos su necesidad, la cual fue pensada y experimentada por Mao Tse Tung.

Las tres etapas estuvieron marcadas, bien hacia su propio origen, bien hacia el final de su existencia, o ambas cosas a la vez, por situaciones sociales y políticas que pueden pensarse bajo el concepto bastante vago de “revolución”, pero también a partir de la constatación del fracaso, o del final, en lo que concierne a cada etapa, e indicando la necesidad de entrar en una nueva.

La primera etapa del comunismo, en el siglo XIX, estuvo marcada positivamente, en términos de movimientos revolucionarios de masas, por la Comuna de París y terminó cuando los “grandes partidos”, como los partidos socialdemócratas franceses o ingleses, ya sospechosos de colaboración de clases parlamentarias, se disolvieron en la furia nacionalista y tomaron parte en la matanza imperialista que fue la Guerra del 14-18.

Marx había aprendido mucho de la Comuna de París sobre el Estado visto por los comunistas. En aquella ocasión formuló el siguiente principio fundamental: los comunistas no deben, y de hecho no pueden, hacerse cargo del Estado burgués tal como está y conducirlo hacia el comunismo. Los comunistas deben, en primer lugar, tomar el poder en una forma que permita la destrucción total del aparato estatal burgués; es decir, la llamada dictadura del proletariado. Al mismo tiempo, deben trabajar por la desaparición completa del Estado en general, sustituido por una red de asambleas populares con poder de decisión.

Esto es lo que se llama el “marchitamiento del Estado”. Lo cual propuso Lenin a su regreso a Rusia, cuando la revolución comunista había derrocado tanto a la monarquía zarista como a la embrionaria asamblea parlamentaria: “todo el poder a los soviets”, dijo a su llegada, ante una atónita dirección del Partido.

Pero el Partido Comunista Ruso no siguió estos principios durante mucho tiempo: la segunda etapa fue, de hecho, el desarrollo de una forma dictatorial estable, la del Partido, que se convirtió en un Partido-Estado, de forma cada vez más evidente tras la muerte de Lenin y bajo la autoridad continuada de Stalin. Lenin, como verdadero comunista, estaba preocupado por este tipo de Partido-Estado desde principios de la década de 1920. Incluso, se preguntó si este Estado -que se había convertido en una de las formas posibles del Partido Comunista- no era tan burocrático y malvado como el Estado zarista. Pero murió demasiado pronto para meditar e imponer una reorientación política fundamental, y no pudo volver en la práctica a su axioma inicial, antipartido, a saber, “todo el poder a los soviets”, y por tanto todo el poder a las asambleas obreras y populares.

La tercera etapa está hoy indecisa. La forma Partido, no sólo en su forma corrupta de Partido-Estado, sino en sí misma, está expuesta a la duda. ¿Qué es exactamente un partido que se declara comunista, pero cuyo objetivo no sería, ni lo es ya, convertirse en Partido-Estado? ¿Un partido capaz, desde el momento de su victoria, de trabajar para destruir el Estado?

Si el nombre de Mao Tse Tung está ligado a la apertura de la tercera etapa del comunismo, es porque aquellas son las preguntas que se hace tras la victoria militar dirigida por el llamado Partido Comunista. Se pregunta tanto por las experiencias proletarias como por el funcionamiento del Estado. Así, tras numerosas investigaciones en las fábricas, en particular durante los años 60, se hace la siguiente pregunta: “¿Difieren radicalmente nuestras fábricas, en cuanto a la vida obrera y las jerarquías de trabajo, de las fábricas americanas?”. La duda de Mao se refiere a la realidad de una organización verdaderamente comunista del trabajo obrero en el país del que es el principal dirigente. La sospecha es que las fábricas chinas, cada vez más, están bajo la ley que regula la explotación del proletariado. A saber, horas de trabajo que permiten la elaboración de productos cuyo valor de mercado, especialmente en el mercado capitalista mundial, supera con creces el valor salarial de estas horas de trabajo. Esta es la ley de la plusvalía capitalista, que Mao se pregunta si no se ha reconstituido en una China que se dice comunista.

Se le podría preguntar, entonces, a Mao: “¿Pero dónde se encuentra esta burguesía en una China gobernada por un Partido Comunista?”. Mao responde bruscamente a esta pregunta: “La burguesía en China está en el Partido Comunista”.

Estas son las cuestiones fundamentales que suscitaron lo que conocimos desde los años 60, hasta finales de los 70 en China, como la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP). Estas revueltas, ocupaciones de universidades, corrientes opuestas, vínculos fundamentales de estudiantes y obreros, acontecimientos violentos, Estado y Partido profundamente divididos, finalmente fracasaron ante la resistencia reaccionaria del Partido Comunista y del Ejército. Asistimos, entonces, especialmente tras la muerte de Mao, no sólo a una restauración de todos los parámetros del Partido-Estado, sino a una progresiva alineación de la política china, dirigida por los caciques del Partido, con las necesidades de la competencia capitalista a escala mundial.

Esto se extiende a la clara aparición de un conflicto estratégico entre China y Estados Unidos. El cual es presentado burlonamente por la propaganda occidental como el conflicto entre las llamadas “democracias” europea y estadounidense y el “totalitarismo” chino. Entre la libertad y la coerción. Cuando en realidad es el conflicto por el control económico y monetario del mercado capitalista mundial, entre Occidente dominado por Estados Unidos y la potencia emergente de China. En resumen, un conflicto entre un capitalismo con pretensiones liberales y un capitalismo que puede describirse como monopolio estatal.

Ante esta situación, podemos decir simplemente lo siguiente: la gran dificultad a la que se enfrenta hoy la ideología comunista es que aún no ha inventado la forma que debe adoptar para construir su tercera etapa.

A finales del siglo XIX se produjo el fracaso total de los partidos socialdemócratas, tanto en Francia como en Alemania, dada su sumisión al nacionalismo y a la impostura parlamentaria. Esto condujo a la segunda etapa, que vio el fracaso -al que asistimos hoy, tanto en Rusia como en China- de los Partidos-Estado que se proclamaban comunistas. Por ello es importante abrir una tercera etapa.

Sabemos dónde están los obstáculos, los que se refieren a la parte política de la ideología. A saber, la construcción militante de una poderosa red organizada que se distinga tanto de los partidos de la democracia, en el sentido burgués del término, característicos de la primera etapa, como de los Partidos-Estados del comunismo dogmático de la segunda etapa. En resumen, para hablar el lenguaje de nuestros adversarios: no queremos ni la caricatura burguesa de democracia que es el parlamentarismo, ni el aventurerismo despótico de la falsa dictadura del proletariado encarnada por el Partido-Estado.

En este tipo de situación hay que fijarse tanto en las pistas reales como en los pensamientos retenidos. Podemos decir lo siguiente sobre lo que rechazamos y lo que nos inspira.

Contra el fetichismo electoral. Las elecciones, bajo la dominación burguesa, no son más que el protocolo para designar lo que Marx llama “los agentes del Capital” para dirigir el Estado. Y esto es lo que son hoy en todas partes, en el universo subyugado (y en absoluto libre) de los países occidentales. Será necesario tomar una decisión, una propuesta militante, bastante radical: la de una ausencia proletaria y popular masiva durante las ceremonias electorales. Viva la abstención comunista, motivada por la negativa a arbitrar entre los futuros representantes estatales de la dominación capitalista.

En su sabiduría pasiva, el pueblo desconfía cada vez más de las elecciones. No utilicemos esta desconfianza como argumento a favor de la extrema derecha, que siempre ha aprovechado electoralmente su posición “fuera de la red” para hacerse con un poder inalterado. Hagamos de nuestra abstención masiva la promesa de un poder totalmente ajeno a las construcciones parlamentarias, un auténtico poder popular. Un poder en la forma, ya deseada por Lenin, de una constelación de reuniones realmente convocadas para debatir y decidir.

¡Abajo las elecciones! Implacablemente sometidas a un Estado que es en realidad el de una camarilla de multimillonarios. Una consigna posible sería: abstención total y reuniones populares masivas. En resumen, y por último: todo el poder a los soviets.

Dos episodios, uno de la primera etapa del marxismo revolucionario y el segundo de la segunda etapa, atestiguan que este tipo de programa puede tener una oportunidad e iniciar una tercera etapa de marxismo militante.

Mi primer ejemplo proviene de la primera etapa del comunismo, la de su creación moderna, la de Marx y Engels. Se conoce como la Comuna de París, y ha sido comentada a lo largo de su existencia y a lo largo de las etapas posteriores. Fue la Comuna de París la que Lenin celebró cuando se propuso destruir la influencia parlamentaria y nacionalista del Partido Socialdemócrata Alemán. Este es un ejemplo de un fracaso casi total, tras semanas de “victoria” a escala de la ciudad de París, pero también es una demostración de que el futuro del comunismo no depende de construcciones parlamentarias. En 1871 se puso en marcha lo que aún hoy conocemos; es decir, la máquina pseudodemocrática representada por las elecciones y el retorno infernal y constante al poder de los mismos títeres del orden económico existente. La Comuna de París desafió este orden, dio el poder real a las fuerzas obreras y al pueblo en armas. Fue aplastada, pero, como bien vio Marx, sus lecciones son inmortales.

Mi segundo ejemplo lo tomo de la segunda etapa del comunismo, la etapa del Partido-Estado. Y es la Revolución Cultural en China de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Ella es a la segunda etapa lo que la Comuna de París fue a la primera: la enseñanza fundamental, pero aún demasiado débil, de una lección política comunista. En el caso de la Comuna de París, se trataba en última instancia de la impostura que, bajo la dictadura del Capital, designa la llamada democracia formal de los Estados imperiales. En el caso de la Revolución Cultural, se trata, en última instancia, de la impostura del llamado comunismo de Estado.

Hoy, es de rigor republicano y demócrata decir mecánicamente: “¿La Revolución Cultural? Millones de muertos”, sin saber siquiera de qué se trataba. Así que digamos: en este país de más de mil millones de habitantes, el choque político, de una importancia y novedad sin precedentes, que representó la revolución en la que participó el propio Mao Tse Tung y a la que se opusieron las más altas figuras del Partido Comunista; un movimiento que duró varios años y que estuvo marcado por episodios tanto estudiantiles como obreros en casi todas las ciudades del país, llegando en ocasiones a enfrentamientos armados, un movimiento que encendió una nueva visión en todo el mundo sobre las fortalezas y debilidades del futuro comunista de nuestro tiempo, pues bien, ¿qué dicen las estadísticas controlables? Coinciden en la cifra de 700 000 muertos.

Desde luego, ¡no es nada! Sin embargo, aún estamos muy lejos de los dramáticos y vagos “millones” movilizados por la propaganda. Recordemos, por ejemplo, que sólo los cuatro años de la Primera Guerra Mundial causaron 1 400 000 muertos en Francia, un país con una población veinticinco veces menor que la de China; eso es el doble de los que murieron durante la Revolución Cultural en un país con más de mil millones de habitantes... No sé si esto ha condenado a muerte a nuestro querido paradigma capitalista-parlamentario.

Para una visión tanto científica como política de la Revolución Cultural, recomiendo la lectura del libro de la militante maoísta Cécile Winter, prematuramente fallecida, La Grande Eclaircie de la Révolution Culturelle, publicado en mayo de 2021 por Delga.

En conclusión: para que el comunismo vuelva a ser una posibilidad activa de la política planetaria, hay que llevarlo a su tercera etapa. Y para ello, tenemos que volvernos escépticos y armarnos de la teoría marxista (Marx, Lenin, Mao) así como de la historia de los fracasos (socialdemocracia, Partido-Estado), para hacer presente y activa una posible historia de éxitos.

O también: pensando en nuestras respetuosas visitas al monumento a los muertos de la Comuna de París, saludemos las invenciones, los lazos fecundos entre los estudiantes y los obreros que, con ocasión de su movilización durante la Revolución Cultural, llamaron a su acción, en homenaje a un modelo lejano tanto en el tiempo como en el espacio, “La Comuna de Shanghái”. Una forma para que la muy temprana tercera etapa celebre un acontecimiento decisivo en la transición del comunismo desde sus orígenes hasta las cuentas y los errores de su segunda etapa.

Citar así: Badiou, Alain. (2023). Formas actuales del devenir comunista. Revista Guillermo de Ockham, 21(2), pp. 373-377 https://doi.org/10.21500/22563202.6455

Editor en jefe: Carlos Adolfo Rengifo Castañeda, Ph. D., https://orcid.org/0000-0001-5737-911X

Coeditor: Claudio Valencia-Estrada, Esp., https://orcid.org/0000-0002-6549-2638

Copyright: © 2023. Universidad de San Buenaventura Cali. La Revista Guillermo de Ockham proporciona acceso abierto a todo su contenido bajo los términos de la licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Interna-cional (CC BY-NC-ND 4.0).

Declaración de intereses: El autor ha declarado que no hay conflicto de intereses.

Disponibilidad de datos: Todos los datos relevantes se encuentran en el artículo. Para mayor información, comunicarse con el autor de correspondencia.

Financiación: Ninguno. Esta investigación no recibió ninguna subvención específica de agencias de financiamiento de los sectores público, comercial o sin fines de lucro.

Descargo de responsabilidad: El contenido de este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa una opinión oficial de sus instituciones ni de la Revista Guillermo de Ockham.

Recibido: 20 de Mayo de 2023; Revisado: 26 de Mayo de 2023; Aprobado: 31 de Mayo de 2023

*Autor de la correspondencia: Isabelle Vodoz. Correo electrónico: isvodoz@gmail.com

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