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Revista Guillermo de Ockham

versão impressa ISSN 1794-192Xversão On-line ISSN 2256-3202

Rev. Guillermo Ockham vol.21 no.2 Cali jul./dez. 2023  Epub 26-Jul-2023

https://doi.org/10.21500/22563202.5917 

Artículo de reflexión

Arte religioso, experiencia de fe y evangelización

Religious Art, Experience of Faith and Evangelization

Andrea Guerrero-Rubio1 
http://orcid.org/0000-0002-9017-8835

John Jairo Pérez-Vargas2  * 
http://orcid.org/0000-0001-9978-3997

Johan Andrés Nieto-Bravo2 
http://orcid.org/0000-0002-8608-8511

1 Religiosa de las Hermanas Franciscanas de la Sagrada Familia.

2 Facultad de Educación; Universidad Santo Tomás; Bogotá; Colombia.


Resumen

El arte religioso ocupa un lugar relevante en la historia de la Iglesia y, de manera específica, en las experiencias de fe de los creyentes, en las cuales se han ido configurando comprensiones particulares que ha adquirido la fe desde la enseñanza teológica. Este texto pretende identificar la unidad y la correlación existentes entre arte y teología, mientras se analiza cómo estos dos aspectos pueden potenciar las experiencias de fe y de evangelización como caminos de encuentro que posibilitan desarrollos de especial impacto histórico y eclesial, tanto en la vida individual como en la comunitaria del creyente. Para ello se hace un ejercicio de reconstrucción histórica en torno de la importancia del arte para la consolidación de saberes teológicos y de experiencias de fe, se prosigue con una lectura teológica de la belleza y su impacto en la vivencia de la fe y se cierra con una referencia a los procesos de evangelización por medio del arte religioso. Desde este recorrido se reconocen las rutas de acción prospectivas que dan cabida a la vinculación entre arte, experiencia de fe y evangelización en un sentido actualizante.

Palabras clave: arte; experiencia de fe; evangelización; Iglesia; catequesis

Abstract

Religious art occupies a relevant place in the history of the Church and in a particular way in the faith experiences of believers where particular understandings that faith has acquired from theological teaching have been configured. This text aims to identify the unity and existing connections between art and theology, analyzing how these two aspects can enhance the experiences of faith and evangelization as paths of encounter that enable developments of special historical and ecclesial impact, both in individual and community life believer. For this, a historical reconstruction is made around the importance of art for the consolidation of theological knowledge and experiences of faith, it continues with a theological reading of beauty and its impact on the experience of faith and closes with a reference to the processes of evangelization through religious art. Under this route, prospective action routes are presented that make room for the link between art, experience of faith and evangelization in an updated sense.

Keywords: art; faith experience; evangelism; church; catechesis

Introducción

El arte dentro de la Iglesia se convirtió, por un lado, en un modo de reconocer el misterio de Dios y, por otro, en un instrumento de evangelización, por lo cual es un camino de encuentro y de búsqueda que permite redescubrir el sentido de la fe y su compromiso en la vida cotidiana. Se puede decir con esto, que el arte religioso es una oportunidad siempre nueva para crear y vivir experiencias que reconocen la belleza como “un mundo encarnado, penetrado por el amor” (Špidlík y Rupnik, 2013, p. 520).

Desde este presupuesto el presente artículo apuesta por el reconocimiento de la importancia del arte dentro de la experiencia de fe de la Iglesia y la evangelización. Para ello, se determina su unidad y relación con la belleza, pues se comprende que esta se teje con la interacción del sujeto que la conoce, por ende, el arte es vinculante con la vida humana y al mismo tiempo poseedor de una fuerza creadora que se genera en la propia vida (Ruiz de Loizaga, 2021).

En consecuencia, la experiencia de fe a partir del arte religioso mueve al encuentro con la belleza que se da en la vida concreta y cotidiana. Así lo presenta la Sagrada Escritura, en donde el camino de fe en unión con el sentido de belleza recrean y otorgan nuevas lecturas teológicas en las cuales se conectan la vida y la fe. Este camino espiritual a través del arte es una experiencia de unidad, comunión y diálogo en medio de realidades que han ido perdiendo el sentido de la belleza de la fe como una senda de búsqueda de vivencias e identidades espirituales.

A propósito de este contexto, la evangelización por medio del arte cobra significado al encontrar una riqueza insoslayable entre la experiencia de fe de la Iglesia y la belleza (Špidlík y Rupnik, 2013). Ahondar y reconocer cómo los caminos de evangelización responden a las necesidades y a los retos de la sociedad actual, los cuales están muchas veces apartados del sentido del bien y de la belleza, resulta ser un desafío que se afronta reflexivamente en este manuscrito desde el arte y la teología como una manera unitaria y significativa de llevar a cabo los procesos de evangelización gracias a la integración del arte con el ser y la problematización de esta (Pena, 2009).

Finalmente, en las intencionalidades de este escrito se encuentra resaltar la generación de espacios evangelizadores como alternativas frente a una sociedad donde los conceptos pierden la capacidad persuasiva, mientras la belleza consolida la capacidad de asombro y admiración (Dicasterio para la Cultura y para la Educación, 2004). Por tal motivo cobra sentido ver en el encuentro cotidiano un signo de luz para la propia experiencia de fe y, de igual modo, proporcionar nuevas oportunidades de reflexión y de misión a los espacios evangelizadores.

El arte religioso y la experiencia de fe

Para comprender el significado que ha tenido el arte religioso cristiano en la vida de la Iglesia es importante identificar, de forma general, su origen e influencia en las vivencias de fe. En primer lugar, se destaca que a lo largo de la historia, el arte religioso, sacro, litúrgico y espiritual cristiano ha tenido distintas maneras de expresión y que según la época ha reflejado diferentes concepciones del mundo, del hombre y de Dios (Ruiz de Loizaga, 2017). Para ello, como punto inicial es oportuno nombrar dos influencias que han sido relevantes: una de estas hace referencia al ícono y la otra, a lo arquitectónico. Con respecto a la primera es de mencionar que desde el VII Concilio Ecuménico se teje una doctrina de la imagen que promueve la veneración del ícono y la consolidación de un proceso de enseñanza desde la imagen (Aguirre, 2016). Es conveniente hacer notar que los íconos y la veneración de estos provienen con mayor fuerza de las tradiciones de la Iglesia cristiana oriental, pues a partir de estas se desarrolla toda una teología de la imagen, la cual hace manifiesto el misterio de Cristo, por lo que se recalca su carácter contemplativo en la experiencia de oración y en la liturgia (Plazaola, 1998).

De modo general, el ícono es una herencia de la Iglesia en cuanto experiencia de fe, historia, arte y teología, que históricamente adquiere unos matices que en algunos contextos devienen -por su origen- en una asociación a la ortodoxia (Aguirre, 2016); lo cual, entre otros factores, contribuye al tejimiento de la diferencia y la posterior ruptura entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, acontecimiento que cambió de forma significativa el sentido del ícono, pues para Oriente el ícono es más oración y contemplación que herramienta pedagógica, mientras que para la Iglesia católica occidental sí cumple esta segunda función (Plazola, 1998).

El segundo aspecto en el arte religioso son los diseños arquitectónicos, los cuales fueron surgiendo y cambiando a lo largo de la historia. En un inicio, la Iglesia primitiva no tenía un templo en sí, en cuanto celebraban la fracción del pan en la casa de un miembro de la comunidad. Esta manera de vivir la fe se transformó paulatinamente y de acuerdo con la necesidad surgieron lugares de encuentro específicos que otorgaron un sentido trascendental a las celebraciones litúrgicas y a la celebración de la fe con un gran significado emblemático reflejado en las estructuras (Borobio, 2000); de ahí que las muestras arquitectónicas proporcionan un lenguaje simbólico dentro de la experiencia de fe de la Iglesia.

La imagen y el lugar se constituyen en representaciones concretas de una experiencia de fe, encuentro y comunión, y de una vida en relación, puesto que para la comunidad eclesial, Cristo es “imagen del Dios invisible” (Santa Biblia: RVA, 2015, Col. 1:15); dicha imagen es contemplada y el lugar en el que está se reconoce como escenario donde habita una presencia, el cual habla desde el símbolo posibilitando la transmisión de la fe y con ello, la estructuración de propuestas evangelizadoras y de catequesis, al lado de la predicación del misterio de Cristo (Pellitero, 2008). Ello sería uno de los sentidos del arte y su relevancia en la experiencia de la Iglesia.

Habiendo esbozado estas ideas generales del ícono y de lo arquitectónico, conviene a continuación profundizar en la experiencia, el sentido y la belleza de la fe vivida y manifestada a través del arte que, como se señaló, integra estos dos horizontes de comprensión y da cabida a otras maneras de representación simbólica que han surgido en la Iglesia y que dieron -y aún hoy lo hacen- un importante significado a la fe de los cristianos.

Así las cosas, la experiencia de fe se propone como fundamento, sentido y significado en la vida de los creyentes cristianos. En ese sentido, se debe tener en cuenta que, si bien no siempre se usó la expresión de la experiencia en la tradición cristiana, sí se produjo un interés en ahondar en el camino que el creyente construía del encuentro con Dios en la historia personal y comunitaria. A fin de cuentas, sin usar de forma específica el término experiencia, se pretendía comunicar un mismo sentido, aunque se denominara de diferentes maneras (Špidlík y Rupnik, 2013). Con ello se comprende que la experiencia adquiere un sentido dinámico que crea y construye una misma aproximación y vivencia religiosa en la vida concreta de la Iglesia, pero con distintos colores, matices y formas.

Reconociendo, de este modo, la trascendencia de la experiencia de la fe, se resaltan enseguida algunos elementos que se consideran esenciales. Primero que todo, se puede decir que la experiencia de fe acontece como un encuentro personal y fraterno con Dios y con el otro. Por ende, “la experiencia de fe más que una opción individual es también una opción frente a la vida que evoca comunión” (Lezcano, 2019, p. 34). Es preciso decir, entonces, que la experiencia de fe es un encuentro vivo con Cristo y con los hermanos, que traza un camino continuo de búsqueda de la verdad y de la belleza tras la humanidad y la espiritualidad. Esto exige una apertura al misterio como acogida de la grandeza de Dios, incapaz de ser comprendida exclusivamente desde la razón intelectiva humana.

En consecuencia, la apertura interior abre esa dimensión espiritual que es capaz de trascender y dejar espacio al don de Dios (Moraga, 2006). Es así como se comprende que la iniciativa es de Dios, Él entra en la historia para que el ser humano creado a su imagen experimente la unión con su creador, pues la “revelación solo es perceptible dentro del plano de la historia” (Baena, 2005, p. 377). Este ponerse en contacto habla ya de aquel encuentro como experiencia espiritual, trascendental, histórica y humana que configura el acto revelatorio.

De lo anterior se comprende que en medio de las diversas realidades y dimensiones del ser humano se da la experiencia de fe, la cual transita por escenarios de oscuridad, como ocurrió con la comunidad apostólica tras la muerte de Jesús; sin embargo, es este mismo devenir el que abre la puerta a la pascua como un nuevo encuentro que cambia el miedo y la incertidumbre por una experiencia de entrega total hasta dar la propia vida (Noratto, 2008). En ese orden de ideas, además de ser un encuentro, la experiencia de fe es una dialéctica de don y gracia, porque “Jesucristo nos enseña a descubrirnos capaces de vivir la salvación, la autorrevelación de Dios como gracia y camino dinámico que ilumina la realidad de cada ser humano y pueblo que la acoge” (Lezcano, 2019, p. 37). A partir de lo expuesto, se descubre que un fundamento de la experiencia de fe es el encuentro con Cristo que motiva la respuesta creyente como conversión, opción de vida y seguimiento.

Con base en este encuentro se puede asociar el arte con la experiencia de fe, debido a que la Iglesia desde sus inicios y en el transcurso de la historia ha elaborado manifestaciones artísticas para representar esa experiencia religiosa. Al respecto se dice que en un inicio el arte religioso se inclinaba hacia la imagen de Cristo, en especial de su rostro. Por ello, los primeros íconos resaltan al Hijo, imagen de ese Dios invisible, que después otorgará un mayor sentido cristológico a la expresión artística (Plazaola, 1999; Radoslav, 1999).

Por tal motivo, luego de las figuras simbólicas y alegóricas que usaban los primeros cristianos en las catatumbas, surgió la imagen de Cristo, la cual tuvo varias connotaciones y estilos. Entre otros, la imagen del pastor y más adelante, la del Señor pantocrátor; de este modo se dieron sucesivamente distintas imágenes, generando una estrecha relación entre la progresión de la religión, la fe y el arte, lo que posibilitó la contemplación ultrasensible desde la imagen representada, encarnando lo espiritual en el campo de la belleza, la comprensión y la vivencia de la fe (Radoslav, 1999).

El sentido teológico de la belleza y su impacto en la experiencia de fe

Para hablar de belleza en el arte cristiano y en las experiencias de fe a través de este, conviene primero que todo, comprender que en la historia ha existido una importante relación entre belleza y revelación, que debería ser inseparable, promoviendo conjunciones entre teología dogmática y teología espiritual (Martínez, 2018), pues el arte religioso no solo se muestra desde una estética, sino que posee una reflexividad teológica que introduce en la comprensión profunda y más significativa al misterio, de modo que se les confiere a las experiencias de fe un significado humano-divino comprensible y menos abstracto. En ese sentido, se destaca lo bello, lo cual parte de la premisa de que “si Dios se había hecho visible como hombre, se hacía posible su representación en imagen” (Belting, 2009, p. 16).

Refiriéndose a las obras de arte religioso, Sánchez, (2019) mencionó que en estas “se da la apertura al misterio de la trascendencia” (p. 117), con ello, el ser humano es capaz de reconocer en la propia vida y experiencia el sentido de la fe, por lo cual la búsqueda de la belleza guiada por la trascendencia brinda la oportunidad de desvelar en lo más humano de la vida, un rastro de divinidad. En consecuencia, “se descubren los nexos profundos del mundo real y del hombre cotidiano quien, en definitiva, no puede hablar una palabra humana sin referirse a los atributos divinos” (Sánchez, 2019, p. 117), por tanto, el arte siendo ese lugar humano y cotidiano, puede ser también ese espacio divino y trascendente que permite ver la vida y vivir la fe desde sentidos y significados diversos.

Por consiguiente, el arte religioso se reviste de una riqueza espiritual que, en sus diferentes etapas y desarrollos a lo largo de la historia, ha representado de distintas maneras la revelación y el misterio que lo encierran (González-Bernal, 2021). El arte ha sabido dar imagen a la palabra y ha permitido profundizar desde la sensibilidad humana lo trascendente, de esta forma, “lo bello patentiza de modo inmediato tres propiedades que le son inherentes: la gratuidad, la otredad y la dialogicidad” (Avenatti, 2006, p. 138); estas posibilitan comprender que la experiencia de la fe a través del arte puede reconocer y descubrir la belleza como un camino de encuentro humano en donde Dios tiene un papel protagónico.

El encuentro que se da entre arte y teología supone una comprensión más profunda de la dimensión trascendental humana, de ahí que la comunicación entre lo divino y lo humano parta de un encuentro expresado mediante la imagen como escenario de contemplación sensible del misterio de Cristo (Favier, 1962). En concordancia con Plazaola (1998), se concibe el vínculo que tiene toda palabra con la dimensión sensitiva otorgando un orden visual en donde esta va acompañada de la imagen.

Se puede decir, entonces, que “desde la teología, el arte adquiere una dimensión nueva, una orientación dinámica, una meta definida. Desde el arte, la teología encuentra una proyección vital de suma importancia para la vida humana” (Favier, 1962, p. 131). Es en este sentido como la teología y el arte integran de manera significativa la experiencia de Dios y la humana; permitiendo vivir el encuentro con lo trascendente al partir de las posibilidades humanas y culturales en la historia, en donde el Espíritu de Dios actúa y recrea.

Comprender la experiencia de fe a partir del arte acarrea dar un significado y un sentido teológico a las mismas expresiones artísticas, de forma que pueda ser entendido como lugar teológico en donde se descubre la belleza del misterio en medio de las realidades humanas y sus expresiones culturales. Por esto “el fundamento de las posibles relaciones entre arte y teología no puede estar en el aspecto de ciencia que tiene la teología ni en el de técnica que tiene el arte, sino en el misterio que descubren” (Favier, 1962, p. 133).

Sumado a lo anterior es imperante reconocer que el acontecer del Dios que se acerca y se revela es vivido desde la experiencia humana, en donde emerge de la palabra una imagen. Así, el arte, el artista o el intérprete convierten, traducen y presentan la palabra valiéndose de figuraciones, acto que permite a estas poseer y despertar una sensibilidad profunda -ser dadoras de sentido- para que el creyente pueda reconocerse y sentirlas como parte de su misma historia y experiencia (Lezcano, 2019; Vanrell, 2016).

A pesar de ello, hay que reconocer que en el transcurso de la historia de la Iglesia, las imágenes y el arte no siempre fueron aceptadas. Incluso, “para los primeros escritores eclesiásticos, unos herederos de la tradición judaica y otros nutridos del neoplatonismo, la imaginería no tenía sentido, porque la verdadera imagen de Dios es Cristo Jesús, y también el hombre santificado por la gracia” (Plazaola, 1998, p. 17); de hecho, este punto históricamente ha sido fuente de grandes coyunturas en la unidad eclesial.

Sin embargo, en épocas ulteriores, cobra una relevancia que permite reivindicar su sentido como parte de las narrativas que reflejan una experiencia de fe presente a través de la imagen, capaz de expresar la relación profunda y significativa que puede darse entre Dios y el ser humano gracias a la percepción de lo bello, pues “lo bello viene a nuestro encuentro, se hace íntimo, cercano, emparentado con la sustancia misma de nuestro ser” (Evdokimov, 1991, p. 26).

Evangelización por medio del arte religioso

El arte posibilita la realización de un camino dinámico hacia el encuentro con la vida, por ello, el arte religioso ha sido de gran valor y significación en la vida de la Iglesia para la fe de los creyentes y la estructura eclesial. Se ha considerado, de igual modo, como una posibilidad que a lo largo de la historia ha comunicado simbólicamente experiencias de fe para la comprensión y la contemplación del misterio de Dios (Ruiz de Loizaga, 2021). Asimismo, el magisterio de la Iglesia ha invitado con la exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa Francisco (2013), a propiciar nuevas experiencias que resignifiquen la fe de los creyentes al reconocer en las artes una forma de dinamizar la evangelización desde la riqueza del pasado y la novedad de las emergentes manifestaciones artísticas. Se reconoce, entonces, que la evangelización ha de ser, por una parte, un viaje de fe personal y, por otra, uno de encuentro con la realidad. Este encuentro debe llevar, por tanto, a reconocer el rostro de Dios en la historia y en cada situación de la vida que acontece.

De manera particular, llama la atención cómo la Iglesia invita y es invitada a hallar en las expresiones artísticas actuales un lenguaje teológico para identificar nuevos signos de luz en medio de las diferentes realidades. Reconociendo de este modo, la riqueza y el sentido que posee el arte en la tarea evangelizadora, siendo importante identificar los significados de la evangelización como acción continua de la Iglesia.

En este contexto, primero que todo es propio mencionar que “el término evangelización incluye dos tipos de realidades unificadas, pero diversas; incluye un contenido a comunicar y la acción de comunicar ese contenido” (Sobrino, 1984, p. 267). En ese orden de ideas, la evangelización es el acto de comunicar un mensaje, pero además debe comportar, ante todo, una experiencia, debido a que no basta con tener una idea de Dios o con comunicar conceptos o abstracciones.

De ahí que la evangelización desde los primeros cristianos se caracterice por transmitir con base en la propia experiencia de fe, un estilo de vida que buscaba crear fraternidad y comunión a ejemplo de Jesucristo. Así pues, es la misma vida de Jesús la que se comunica, con sus palabras, gestos y acciones. Adicionalmente, a lo largo de la historia, la Iglesia se ha empeñado en la tarea evangelizadora, la cual parte en principio de la buena noticia que las mujeres llevan a los discípulos en el momento de la resurrección de Jesús. Este encuentro con el resucitado es el impulso esencial que permite que el contenido del mensaje se transforme en una palabra viva, capaz de transformar la mente, el corazón y la vida.

Al reconocer estos aspectos se hacen notorios los retos que exige este hacer camino de experiencia de Dios y la misión de comunicar el mensaje de Cristo en la actualidad. Dichas realidades, que también la Iglesia vivencia ante los múltiples problemas, pueden llegar a desorientar el sentido de la propia fe y ocultar la belleza que posee. Por ello, en el Concilio Vaticano II (1965), de manera particular en Gaudium et spes, la Iglesia invita a una nueva relación entre Iglesia-mundo, a caminar y dialogar con sus problemas e inquietudes.

Es de esta manera como la evangelización cobra siempre valor y sentido al descubrir las necesidades de los pueblos y buscar dar respuestas oportunas a ellas. De esta suerte, ante las distintas complejidades del mundo, resulta fundamental confrontar la fe y la vida, pero esto implica un encuentro, un diálogo, una experiencia, una respuesta y una propuesta. Esto no quiere decir que sea imposible resignificar la experiencia de fe y renovar una vez más la tarea evangelizadora, descubriendo en el arte un camino de encuentro y diálogo siempre abierto e interpelador.

Según el Congreso Eclesial (2018) celebrado con motivo de los cincuenta años de Medellín, se ha resaltado que la evangelización de América Latina ha sido incompleta, en el sentido que el mensaje de Cristo inicialmente pudo haber sido llevado teniendo en cuenta el encuentro, el diálogo y la confrontación, elementos que son esenciales para la verdadera construcción del reino de Dios.

Lo expuesto va de cierta manera relacionado con los procesos de la catequesis, pues la instrucción de la fe quedó por mucho tiempo en el plano memorístico y conceptual (Ruiz, 2018). Este panorama ha exigido que la Iglesia emprenda siempre un camino auténtico de renovación en donde la evangelización priorice la adhesión libre del creyente y que la vivencia de fe más que aprendizajes memorísticos, sea un sendero común, construido con base en experiencias de encuentro y admiración de la belleza.

Se puede decir, de este modo, que la evangelización es un salir para encontrar al otro y comunicar la buena noticia de Cristo, aunque también es escuchar y acoger al otro. Esta es la buena noticia que, en el contexto latinoamericano, se identifica como la liberación ante la opresión y marginación. Por consiguiente, los retos que el mundo pone a la evangelización en la actualidad son grandes, los cuales exigen flexibilidad, apertura, discernimiento y diálogo para resignificar la fe de los creyentes en contextos secularizados.

Claro está que la secularización igualmente puede ser una oportunidad y un espacio para el encuentro sin prejuicios ni barreras, en donde se logre acoger la diversidad y construir la paz. Con lo reflexionado, es oportuno considerar algunas cuestiones que planteó Plazaola (1998) al problematizar la función del arte como un fin catequético de los ya iniciados o como un medio de evangelización al mundo secularizado, todo esto desde el horizonte de la pluralidad frente a un mensaje que es claramente unitario.

Con lo anterior se puede ayudar a dar consistencia a lo expresado en cuanto a la importancia de descubrir en el arte un camino de encuentro y diálogo, para hallar en las realidades humanas la presencia de la belleza y en esta, el encuentro con la vida misma. Sin duda alguna, dentro de los contextos latinoamericanos “el arte puede colaborar en el proceso de salvación en su dimensión histórica” (Chong, 2020, p. 4), debido a que es posible encontrar gracias a este la oportunidad de transmitir el deseo de una vida más digna y justa; de modo que involucrar la lucha de estos valores ya es un paso hacia la liberación y la construcción del Reino. De acuerdo con lo dicho hasta el momento, el arte y las nuevas expresiones pueden conducir a una experiencia de Dios, a una experiencia de fe compartida y comprometida con la realidad, y a una experiencia personal y comunitaria de la belleza y la fe.

Un punto esencial para hablar de las experiencias catequéticas y de evangelización a través del arte en los contextos latinoamericanos es reconocer que puede ser una ocasión para manifestar de distintas maneras las experiencias de la fe y las nuevas posibilidades para la misión evangelizadora y catequética. Puesto que el arte en toda cultura también abre las puertas a la experiencia religiosa, “experiencia (…) de una llamada persistente que nos atrae, de una añoranza de respuesta total aun en el desfallecimiento y la incoherencia. Experiencia de una relación interpersonal con el misterio que nos arropa, nos transforma y sostiene” (De Roux, 2002, p. 478).

En este sentido, la fe y la comprensión de lo trascendente por medio del arte patentiza y permite descubrir lo divino en las experiencias humanas. En medio de estas vivencias se identifica igualmente el sentido de la propia vida y de experiencias particulares de fe, en donde la relación con Dios y con los demás sobrepasa lo humano, llevando con ello a resignificaciones.

Según De Roux, (2002), es posible que la experiencia religiosa se una con una experiencia artística, en cuanto que estas dos pueden otorgar a la persona la oportunidad de transformar la conciencia. Con respecto a esto, el autor señaló que “ambas rompen las estrecheces de una urgencia del logro inmediato y practicista. Ambas, al romper la cerrazón del entorno inmediato, nos abren y nos lanzan a posibilidades insospechadas de sentido y valor, de afecto y compromiso” (p. 480). Es así como la unidad entre experiencia de fe y creatividad artística hace viable comprender mejor que arte y teología pueden correlacionarse y ofrecer a los senderos catequéticos el sentido, a veces perdido o menospreciado, del lenguaje simbólico. En relación con este lenguaje a través del símbolo, se puede añadir que este último “consiste en ser epifanía del misterio, manifestación de lo indecible. Abre a la trascendencia en el seno de la inmanencia, apunta a la presencia en medio de la ausencia, abre caminos de comunicación” (Tamayo, 2011, p. 108).

De este modo, la evangelización y la catequesis, siendo espacios esenciales para la madurez de la fe, han de desarrollar una pedagogía creativa que facilite comprender el sentido y valor de la dimensión espiritual que el ser humano posee y desarrollarla en las experiencias cotidianas. Además de esto, es importante que el espacio de la evangelización y la catequesis contribuya a responder a la vocación común y personal; aunque “pareciera que en algunos tiempos de la historia eclesial se ha quedado en el olvido, por ello, en el momento presente la Iglesia ha expresado la necesidad de que el sacramento (…) entre en un sendero de renovación” (Ochoa et al., 2021, p. 134). En función de lo expuesto hasta el momento sobre la experiencia artística y el planteamiento referente a la pedagogía experiencial, se puede decir que es considerada oportuna en el ámbito catequético, debido a que puede ofrecer un proceso más consciente y una experiencia más comprometida en cuanto a la vivencia de la fe.

Con lo anterior es menester añadir que el arte, además de contribuir a aprender y comprender conceptos que son fundamentales, permite experimentar y vivir la experiencia de fe como un encuentro personal y comunitario. Se descubre, de este modo, cómo la pedagogía experiencial vivida desde el arte puede establecer de manera flexible, conexiones con una pedagogía creativa o con un aprendizaje creativo. Con respecto a ello, Vizcaya resaltó que

La pedagogía creativa ha de tener el poder de concentrar las energías mentales, de estimularlas, de facilitar los procesos de ideación y pensamiento dialéctico, de romper la lógica cuando sea preciso, de provocar y sorprender (…), de ser plural, diversificados, flexible y muy motivadora. (p. 107)

Es así como estas perspectivas pueden aportar en el fortalecimiento de procesos, dar nuevos significados y ofrecer respuestas a la realidad, en cuanto la experiencia evangelizadora artística tiene el potencial de pervivir en el tiempo, comunicar desde la intuición y crear puentes entre el misterio de Dios y la identidad del hombre (Dicasterio para la Cultura y para la Educación, 2004). Por ende, se considera que este aspecto artístico y creativo genera nuevas formas de orientar la fe dentro de la propia historia y realidad que abre el diálogo entre la belleza y la comprensión de la realidad.

Conclusiones

Para concluir es menester subrayar al menos tres nociones sobresalientes que se han determinado en el desarrollo de esta reflexión. En primer lugar, la identificación de algunos elementos del origen del arte religioso y su influencia en las experiencias de fe proporcionan una visión un poco más profunda del significado que ha tenido para el creyente, el camino de fe vivido dentro de la Iglesia y en cada momento de la historia. Esta visión de la fe a través del arte se fue construyendo y permitió al mismo tiempo, otorgar nuevos significados a las experiencias de fe históricas.

Igualmente, las distintas maneras de expresión artística que la Iglesia fue manifestando han dejado una riqueza espiritual de gran magnitud, porque transmiten de alguna forma, el misterio de la fe. Se reconoce, entonces, que el arte y la experiencia de fe son un encuentro con la belleza y un encuentro fraterno con los demás. Son asimismo una senda, una opción y una relación que permiten reconocer lo divino desde lo humano.

Es de este modo como el sentido de belleza, al tomar un sentido teológico, habla de revelación y del aspecto trascendental del ser humano, que en cierta medida busca y desea encontrar -o dejarse encontrar- por la fuente de toda belleza. Por tanto, hablar de arte y teología es dar cabida a la belleza como un lugar humano y cotidiano, divino y trascendente, que permite unificar la vida y la fe. De la misma forma, cobra valor hablar de palabra e imagen, elementos presentes en la Sagrada Escritura y en el arte religioso, pues tanto la imagen como la palabra se remiten la una a la otra, ofreciendo en tal caso, un sentido unitario que permite comprender y acoger el misterio de Dios de una manera tanto objetiva como subjetiva, y hacerla parte de la experiencia personal y comunitaria de la fe.

En segunda instancia, se descubre que la experiencia bíblica de la fe ha inspirado a muchos artistas para plasmar por medio de la imagen una palabra concreta, un encuentro determinante, una escucha atenta, un diálogo, un deseo o una fragilidad. Esto ha posibilitado que el creyente se halle y se identifique tanto con una palabra como con una imagen, haciendo de una historia la propia historia.

Así, el ser humano de frente a este carácter artístico de la fe puede llegar a comprenderse con Dios y descubrir en la vida, la propia experiencia religiosa. Por ende, si “la obra de arte comienza con la escucha de la palabra de Dios y termina dando a esta palabra divina una forma humana” (Špidlík y Rupnik, 2013, p. 234), el que la realiza y el que la contempla alimentan la vida espiritual; esta es la gran riqueza que ofrece la palabra junto con el arte religioso.

Por último y como resultado, se puede determinar la relevancia que tiene para la evangelización la dimensión artística, debido a que posibilita un camino de encuentro con Dios y con la realidad. Pues la evangelización al comunicar un mensaje debe de crear de alguna manera estrategias y métodos que puedan ayudar significativamente a transformar la mente, el corazón y la vida. Esto mediante espacios de diálogo y comunión que promuevan dentro de los procesos catequéticos y la misión evangelizadora, una pedagogía creativa y experiencial que fomente encuentros de fe significativos para un compromiso con la fe, la Iglesia, la vida personal y la sociedad.

Referencias

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Citar así: Guerrero-Rubio, Andrea; Pérez-Vargas, John Jairo; Nieto-Bravo, Johan Andrés. (2023). Arte religioso, experiencia de fe y evangelización. Revista Guillermo de Ockham, 21(2), pp. 657-667, https://doi.org/10.21500/22563202.5917

Editor en jefe: Carlos Adolfo Rengifo Castañeda, Ph. D., https://orcid.org/0000-0001-5737-911X

Coeditor: Claudio Valencia-Estrada, Esp., https://orcid.org/0000-0002-6549-2638

Copyright: © 2023. Universidad de San Buenaventura Cali. La Revista Guillermo de Ockham proporciona acceso abierto a todo su contenido bajo los términos de la licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0).

Declaración de intereses: Los autores han declarado que no hay conflicto de intereses.

Disponibilidad de datos: Todos los datos relevantes se encuentran en el artículo. Para mayor información, comunicarse con el autor de correspondencia.

Financiación: Ninguna. Esta investigación no recibió ninguna subvención específica de agencias de financiamiento de los sectores público, comercial o sin fines de lucro.

Descargo de responsabilidad: El contenido de este artículo es responsabilidad exclusiva de los autores y no representa una opinión oficial de sus instituciones ni de la Revista Guillermo de Ockham.

Recibido: 05 de Mayo de 2022; Revisado: 20 de Octubre de 2022; Aprobado: 24 de Octubre de 2022

*Autor de correspondencia: John Jairo Pérez-Vargas. Correo electrónico: johnjapeva@gmail.com

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