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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.4 Bogotá Jan./June 2006

 

GEOGRAFÍAS DEL CONOCIMIENTO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

 

(Geographies of Knowledge in World Politics)

 

JOHN AGNEW1

University of California, Los Angeles, UCLA (Estados Unidos)2 jagnew@geog.ucla.edu

Artículo de reflexión Recibido: Marzo 30 de 2006 Aceptado: Abril 26 de 2006

(Traducción del manuscrito en inglés de María Luisa Valencia)


 

Resumen.

El problema de los «fundamentos» es decisivo para cualquier area de estudio, tal vez particularmente para un área con un posible repertorio de fuentes elementales tan variado como el estudio de políticas mundiales. En este trabajo yo quiero llamar la atencion a algunas maneras diferentes de pensar sobre donde y como se produce el conocimiento; como el conocimiento que circula puede ser usado para informar nuestro entendimiento sobre las geografías del conocimiento en políticas mundiales. Estas geografías, sin embargo, no son fines en si mismos. Es importante entender las bases ontológicas del saber, desde perspectivas que no privilegian una sola historia del conocimiento asociada con una región específica del mundo, o de opiniones sobre conocimiento que implícita o explícitamente presumen su universalidad auto-evidente.

Palabras clave: Conocimiento, políticas mundiales, geografías.


 

Abstract

The problem of «foundations» is a crucial one for any field, particularly perhaps one with as varied a possible repertoire of elementary sources as the study of world politics. In this paper, I want to draw attention to some different ways of thinking about how and where knowledge is produced; how knowledge circulates can be used to inform understanding about geographies of knowledge of world politics. Such geographies, however, are not ends in themselves. The point is to understand the ontological bases of knowing from perspectives that do not privilege a singular history of knowledge associated with a specific world region or of conceptions of knowledge that implicitly or explicitly presume their self-evident universality.

Key words: Knowledge, world politics, geographies.


 

Se ha convertido en lugar común proclamar que lo que sabemos es una función, al menos hasta cierto punto, del lugar en que estamos o de donde venimos. La pregunta: «¿de dónde vienes?» es más que una floritura retórica o filosofía callejera. Sin embargo, en la práctica mucha parte del conocimiento sobre política mundial, por ejemplo, involucra la universalización de lo que podría llamarse «dudosos particularismos». Éstas son concepciones tomadas de la experiencia de lugares y momentos específicos sobre todos los lugares y tiempos. Gran parte de esto es resultado de la imposición de hegemonías políticas e intelectuales de algunos lugares sobre otros. De este modo, mucho de lo que hoy en día se presenta como «teoría de las relaciones internacionales» es la concepción del mundo en las ideas originadas en los Estados Unidos sobre la naturaleza de la estadidad y la economía mundial aun cuando esto puede a menudo diferir notablemente de la práctica real en la política exterior estadounidense. En este artículo, quiero analizar de manera crítica algunas de las formas en las que puede introducirse «la geografía del conocimiento» en el estudio de la política mundial. El propósito es analizar este campo en desarrollo y lo que puede ofrecer a quienes estudian la política mundial, no dar una explicación definitiva sobre la mejor manera de hacerlo.

En años recientes han sido muy observadas tres tendencias de pensamiento sobre el mundo y el conocimiento que es importante reconocer y combatir con el fin de cultivar mejor el estudio sobre la geografía del conocimiento. Una es la imaginación del espacio global como una «superficie» en lugar de, digamos, como sugiere Doreen Massey (2005:4), una «coincidencia de historias». La importancia de esto radica en que una superficie (al menos en el sentido euclideano) presupone una total facilidad de movimiento, atemporalidad, ningún sesgo direccional y una visión arquimedeana del todo. Sin embargo, la historia mundial ha sido una historia de colisiones entre concepciones del espacio (y del tiempo), en cuanto el mundo mismo se formó por la imposición de coordenadas dominantes (piénsese en la latitud y la longitud o en el establecimiento de la fecha basado en las eras cristiana y precristiana) más que en una incisión directa de la historia sobre una superficie pasiva. Otra tendencia es la de convertir el tiempo en espacio al considerar que algunos lugares «siguen los pasos» de otros en la medida en que recapitulan la historia previa. Ésta es la dirección principal de la modernización y de otras concepciones desarrollistas del espacio y el tiempo. El último es el marcado contraste que a menudo se traza entre el espacio, como representación de lo general o universal, por un lado, y entre el lugar, que representa lo local y lo específico, por el otro. A menudo se conciben los lugares como si fueran «fortines» o comunidades aisladas separadas de cualquier otro lugar. Para el nacionalismo y la política identitaria, el lugar se considera como el ideal en el que el grupo vive herméticamente cerrado a todos los otros. Para los cosmopolitas, en contraste, el espacio es el ideal; un mundo sin fronteras en el que la hibridación y las relaciones interculturales imperan en todas las direcciones. Esta oposición, presente con mayor claridad en los debates contemporáneos sobre la globalización entre quienes se encierran en un mundo territorializado y quienes proclaman un mundo incipiente de flujos de no lugares, carece tanto del alcance en el que los lugares siempre hacen parte de redes espaciales que abarcan barreras culturales y políticas y hasta entornos en los que se dan hábitos y rutinas sociales y morales distintivas.

Es posible que mucha parte de la teoría literaria y cultural del último cuarto de siglo haya estado absorbida en el debate de estos problemas aun cuando a menudo lo haya hecho usando diferente terminología. Pero la cuestión de la «pertenencia ontológica» ha confundido cada vez más el debate: desde la política de la identidad grupal hasta el «choque de civilizaciones». En esta construcción, tal vez demasiado de la discusión sobre la geografía del conocimiento se acerca mucho a lo que Timothy Brennan (2006:6) llama «un enfoque religioso del conocimiento en general, es decir, de la creación de comunidades de pensamiento similar con base en convicciones trascendentales». Sea como sea, el conocimiento nunca está libre de compromisos ontológicos, sean ellos nacionales, de clase, de género o de cualquier otra índole. Éste es precisamente el punto al referirnos a la geografía del conocimiento: la cuestión de dónde reúne bajo la rúbrica de la diferencia espacial un amplio rango de efectos ontológicos. Al mismo tiempo, cambios amplios y profundos en el mundo están modelando cambios (independientemente de con quién o dónde estemos) en las maneras como nos involucramos en la forma como se ordena y circula el conocimiento. Así mismo, anomalías en las teorías dominantes y los límites a los términos convencionales en los que se han organizado las teorías de la ciencia social —los Estados contra los mercados, Occidente contra el resto del mundo, el pasado contra el presente, el telos de la historia contra el flujo perpetuo— plantean serios desafíos a los códigos disciplinarios que han dominado durante largo tiempo el pensamiento sobre la política mundial. Quizá el problema más grave se refiere a la continuada relevancia de la oposición idiográfica/nomotética (particulares/universales) que ha atormentado a la ciencia social desde el Methodenstreit de finales del siglo XIX. El conocimiento siempre se construye en algún lugar por personas particulares que reflexionan sobre la experiencia histórica en su lugar. Los «universales» surgen por lo general de la proyección de dichas experiencias en todo el mundo. Lo que se requiere son formas de entender cómo sucede esto y llamar la atención sobre la necesidad de negociar entre diferentes perspectivas con el ánimo de que la política mundial en sí misma pueda ser menos el resultado de imposiciones hegemónicas (y un diálogo de sordos) y más el resultado del reconocimiento de las diferencias y el respeto hacia ellas, tanto culturales como intelectuales.

En términos generales hay cinco formas diferentes en las que puede entenderse la «geografía» como parte de la producción y circulación del conocimiento. Estoy seguro de que otros podrían dividirlas de manera diferente o identificar otras que he pasado por alto. Tipologías como ésta son problemáticas en sí mismas, en cuanto simplifican una imagen mucho más compleja con el fin de obtener algún beneficio de ello. La primera es etnográfica, por la que me refiero a enfoques que conciben el conocimiento como plural por sí mismo y se centran en las jurisdicciones y los sitios en los que se produce y consume el conocimiento. El enfoque aquí radica en la rehabilitación de lo que en ocasiones se ha llamado «conocimientos indígenas» o en señalar la manera como la «ciencia» está modificada por la cultura. Otra posición relacionada pero diferente tiende a privilegiar el rol de la «colonialidad» o los efectos del colonialismo en las jerarquías del conocimiento. Un tercer enfoque se deriva de manera más inmediata de las filosofías de la fenomenología que hacen énfasis en las relaciones íntimas entre contextos particulares del «ser», por un lado, y la adquisición del conocimiento, por el otro. Aunque también se cree que el conocimiento se produce localmente, un cuarto enfoque hace mayor énfasis en cómo lo local se convierte en global dado el ascenso y caída de ideas en la medida en que sus padrinos políticos sufren un proceso similar. Finalmente, el énfasis ha cambiado de algún modo en algunos recuentos recientes de la producción del conocimiento para dirigirse a la circulación y al consumo del mismo resaltando lo que se llama «geografía de la lectura». Lo que se intenta aquí es asumir que ideas similares tienen amplia circulación pero generan lecturas diferentes según los lugares, con lo que se crean perspectivas distintas.

Quiero subrayar un ejemplo de cada enfoque para dar una impresión general de la riqueza de la epistemología geográfica contemporánea, para acuñar un término que cubra todas las perspectivas, y la manera como cada una de ellas podría ofrecer interpretaciones diferentes que facilitaran la comprensión de los modos de acción y la práctica de la política mundial. La colección editada por Laura Nader Naked Science: Anthropological Inquiry into Boundaries, Power, and Knowledge (Routledge, 1996) ofrece muchos buenos ejemplos del primer enfoque. Una contribución suya radica en el desafío a la noción de que cierta idea de «ciencia» como actividad técnico-racional geográfica fija más allá de la sociedad produce un conocimiento de mejor calidad que otras «formas del saber». Pero la ciencia misma asume diferentes inflexiones intelectuales dependiendo de dónde se practica. Uno de los capítulos más relevantes e interesantes en este aspecto es una comparación de los campos de la primatología en Japón y Canadá (Asquith, 1996). En este caso, las perspectivas de la «naturaleza de la naturaleza» reflejan supuestos no articulados sobre los roles de los grupos y los individuos en el comportamiento de simios y monos. En Japón, los primatólogos optan por la observación de los grupos durante largos periodos, haciendo énfasis en las relaciones inter- e intra-grupales, las jerarquías y la afiliación de los individuos al grupo. En Canadá, el enfoque radica en la observación intensa durante cortos periodos de las conductas adaptativas de los individuos. Estas diferencias no parecen ser coincidencia. La sociedad humana en Japón es célebre por su orientación grupal en comparación con la de Canadá o la de los Estados Unidos. Como el escrito de Donna Haraway Primate Visions (1989), sobre la manera en que se unen lo político y lo psicológico, este estudio es un ejemplo fascinante sobre cuán inmersa en la cultura puede estar la ciencia y, por ende, sobre cómo el conocimiento no se construye de la misma manera en todos los lugares aun cuando se conserven ciertos cánones de observación y registro de la información. Diversos «estudios sociales» de la ciencia llevan esta interpretación al nivel del laboratorio y el salón de clases. En el contexto de la política mundial, lo que indican es que todo el conocimiento, incluyendo el que se atribuye la calificación de ciencia, está condicionado al menos socialmente. Así, el supuesto de la «anarquía» más allá de las fronteras del Estado no es un hecho objetivo sobre el mundo, sino más bien un reclamo construido socialmente por teóricos y actores que operan en sitios y jurisdicciones condicionadores (universidades, centros de conocimiento, oficinas gubernamentales, etc.) que reproducen irreflexivamente el supuesto sin tener en cuenta su estatus de «verdad» empírica. Al hacerlo, por supuesto, y si es lo bastante fuerte, pueden convertirlo en verdad.

El ejemplo de la primatología, sin embargo, presume que el conocimiento viene empacado en contenedores territoriales con etiquetas como «Japón» y «Canadá» y por lo tanto dicha práctica se ha desarrollado de manera separada en ambos países. A escala mundial, quizá la característica notable de los siglos pasados haya sido la forma en la que se han incorporado la mayoría de los lugares a los flujos de conocimiento dominado por los europeos y por extensiones de Europa al otro lado del océano, como los Estados Unidos. Ésta es la historia, en la evocadora frase de Eric Wolf, de Europa y la Gente sin Historia (University of California Press, 1982). Desarrollado en especial por Edward Said (1978) y más recientemente por Walter Mignolo (2000) y otros, se considera que el colonialismo está sentando las bases para la geopolítica global del conocimiento. Inicialmente dando origen al tipo de conocimiento tipificado por el orientalismo, éste ha dado lugar posteriormente a reacciones a las que suelen anexarse expresiones como «conocimientos subalternos» y «pensamiento fronterizo». Desde tal punto de vista, la modernidad asociada a Europa ya no puede imaginarse como el único lugar de la epistemología. Mignolo (2000:95), por ejemplo, hace énfasis en lo que llama una «razón subalterna» como «una serie diversa de prácticas teóricas que surgen de y responden a legados coloniales en la intersección de la historia moderna euroamericana». Gran parte de estos escritos centra la experiencia del colonialismo (en sus diferentes manifestaciones) como clave para la producción del conocimiento. En lugar de una experiencia singular, sin embargo, esto se considera plural. El «lugar de la teorización», en el sentido de provenir de un lugar, venir de un lugar y estar en un lugar, condicionan lo que pueda o quiera decirse (Mignolo, 2000:115). Esto no significa que sólo las personas de un lugar X puedan decir esto y aquello, sino que lo que se dice es una fusión de «circunstancias históricas y sensibilidades personales», lo que hace que éste pueda ser el caso. Sin duda, las teorías de la ciencia social, como la teoría de la dependencia y géneros literarios como el realismo mágico, con sus obvias raíces en Latinoamérica, así como los estudios subalternos, con sus estrechos lazos con la India, sugieren que Mignolo ha dado en el clavo con esto. En efecto, él sugiere que los Estados Unidos, como sociedad de colonizadores con sus raíces mismas en el colonialismo, puede mirarse también bajo una óptica similar en lugar de verse simplemente como una extensión de Europa en América. Su lema «estoy donde pienso» ve con claridad la producción del conocimiento como geográficamente relacional: reflejando historias coloniales particulares y cómo ellas estimulan el contenido local generado por los nativos.

Mi tercer tipo de geografía del conocimiento es fenomenológico, con su peso en la preocupación por las formas de actuación y conocimiento que los seres humanos traen para «estar en el mundo». Partiendo de Martin Heidegger y otros filósofos, pero con raíces también en la disciplina de la geografía (Wright, 1947; Lowenthal, 1961), el interés aquí radica más en establecer cómo las concepciones de espacio, lugar y tiempo dependen por sí mismas de lo que Edward Casey (1996:19) llama la «dialéctica de la percepción y el lugar» porque los seres humanos están «ineluctablemente limitados por el lugar». Por supuesto, es un lugar común hoy en día decir que vivimos en un mundo que está desterritorializándose y «deslocalizándose». Sin embargo, empíricamente puede ser más útil decir que la situación actual para muchas personas es «crisis y una modificación de nuestra experiencia tradicional del espacio y el lugar» (Hönnighausen, 2005:46) más que una desespacialización total de la vida. Como lo señala Clifford Geertz: «Nadie vive en el mundo en general». Los lugares reales, tanto en la experiencia como en la imaginación, sirven para anclar concepciones sobre cómo se estructura políticamente el mundo, quién está a cargo, dónde y con qué efectos, y qué nos preocupa en este lugar. Así, los estadounidenses y los creadores de políticas en este país aplican a sus acciones en el mundo toda una serie de presuposiciones sobre aquél, derivadas de sus experiencias como «americanos»; en especial algunos relatos sobre la historia de los Estados Unidos y su «misión» en el mundo, que a menudo resultan obstaculizados por debates académicos sobre «teorías» que no llegan a tener en cuenta este fundamental condicionamiento geográfico de fondo. Con cierta nota de ironía, la misma visión del mundo en Heidegger podría servir para ilustrar este punto. Como ha afirmado hace poco Dean Lauer (2005), la geopolítica de Heidegger era el resultado de su aparente filosofía «académica» del «estar ahí».

EE.UU. y la antigua Unión Soviética, en esta construcción, universalizaban la victoria de los credos universalizantes sobre el estar en un lugar. En el contexto de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, en consecuencia, «Heidegger ve a Europa como atrapada entre las piedras angulares del liberalismo americano y el bolchevismo ruso» (Lauer, 2005:134). Según esta lógica, son metafísicamente lo mismo porque ellos, «América y Rusia», están atrapadas en un «sombrío frenesí tecnológico, la misma organización desarraigada del hombre promedio. En una época en la que los rincones más recónditos del globo han sido conquistados por la tecnología y abiertos a la explotación económica» (Heidegger, 1987:37). Por supuesto, ambos credos tenían en realidad raíces geográficas definidas, sus propios estar en el lugar, aun cuando se embarcaron en una competencia hegemónica global.

Cómo han reclutado partidarios los credos universalizantes más allá de sus lugares de origen es la principal preocupación del cuarto enfoque. Éste podría pensarse como una cuestión de difusión espacial. A decir verdad, hay algo de esto en ello. Así, algunos se han centrado en la forma como se difunden las ideas sobre los partidos y otras formas institucionales por imitación de un país a otro (veáse por ejemplo, Pombeni, 2005), mientras que otros han rastreado la influencia de la conversión intelectual en la difusión de las políticas fiscales y monetarias de corte neoliberal, por ejemplo (un caso está en Biersteker, 1995). De manera más holística, sin embargo, el concepto de «hegemonía» en Gramsci es útil para tratar de entender cómo las elites (y las poblaciones) aceptan e incluso aclaman ideas y prácticas sobre la política mundial y su lugar en ellas que son importadas de países y organizaciones más poderosos. En un reciente libro (Agnew, 2005) he tratado de mostrar que si bien parte de la hegemonía estadounidense en el mundo contemporáneo consiste en «enrolar» a otros en sus prácticas de consumo y mentalidad de mercado, también se adapta en la medida en que lo hace ajustándose a normas y prácticas locales. Esto hace parte de su «genio». Durante la Guerra Fría, la alternativa soviética siempre planteó el riesgo de la división política entre los seguidores porque involucraba la adopción de una serie de medidas político-económicas más que un paquete de mercadeo que pudiera acomodarse a circunstancias locales en la medida en que respondiera a ciertos criterios mínimos de conformidad a las normas gobernantes. Hoy en día, el conflicto entre el Islam militante y el gobierno de los Estados Unidos se trata en gran medida de resistir el llamado de una hegemonía estadounidense cada vez más desligada del patrocinio directo de este país y con muchos defensores en el mundo musulmán mismo. El mensaje parece ser: mejor hacer el intento y socavarla mientras aún parece tener una sede fija.

Finalmente, aun frente a tendencias hegemónicas, no menos que la de la difusión mundial del conocimiento científico, el donde sigue teniendo importancia, pero con respecto a cómo se entienden las ideas (cómo se leen los textos) más que en términos de dónde se produce originalmente el nuevo conocimiento. Así, al hacer un recuento de varias diferencias en la forma como se construyó en varios escenarios la teoría biogeográfica de Darwin sobre la evolución por selección natural, David Livingstone (2005) sugiere, citando a Edward Said (1991), que la «teoría viaja». Esto no quiere decir simplemente que los textos y las ideas se muevan de un lugar a otro, sino también que al hacerlo se modifican. En cierto sentido, por lo tanto, el conocimiento se construye en la medida en que circula; nunca se desarrolla en un lugar para luego consumirse en otro. En la política mundial, las ideas constitutivas del llamado realismo, como lo plantearon Maquiavelo, Hobbes y otros, han asumido, a manos de los académicos alemanes refugiados en los Estados Unidos, como Morgenthau, y posteriormente a manos de teóricos más americanizados, como Gilpin, una forma muy distinta de la que sus creadores podrían haber sugerido alguna vez que fuera la cuestión. Más notable aun es el hecho de que el llamado neorrealismo combina elementos de realismo político y economía liberal que han recorrido cierta distancia intelectual desde sus raíces geográficas en la Italia del Renacimiento y la Escocia de finales del siglo XVIII, respectivamente.

Conclusión

En resumen, he tratado de mostrar algunas de las maneras en las que podemos construir una «geografía del conocimiento» para la política mundial, que se base en algunas de las formas en las que se han incorporado el espacio y el lugar en estudios recientes sobre la producción de conocimiento y su circulación. Mi objetivo no es defender ninguna de éstas por sí mismas. A decir verdad, creo que cada una ofrece algo distintivo y de utilidad para la tarea en conjunto. Ninguna ofrece una solución total. La primera (la etnográfica) y la quinta (la geografía de la lectura) son las más útiles para resaltar las prácticas de conocimiento y su condicionamiento social. Las otras tres llaman la atención respecto a las condiciones políticas en las cuales se produce y difunde el conocimiento, privilegiando, respectivamente, el colonialismo, el estar en el lugar y la hegemonía. Cualquier recuento relativamente completo necesitaría interrogar, relacionar y luego combinarlos todos. Eso está por hacerse.


1 Ph.D. Geography, Ohio State University

2 Department of Geography


 

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