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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.6 Bogotá Jan./June 2007

 

Nuria Varela

Feminismo para principiantes Ediciones B S.A., Barcelona 2005, Pp. 415.

 

CATALINA LASERNA ESTRADA

Pontificia Universidad Javeriana (Colombia) claserna@javeriana.edu.co


Si una marciana pretendiera entender la Tierra a través de la publicidad, difícilmente llegaría a ninguna conclusión aproximada de lo que son las mujeres. Pensaría que éstas sólo tienen un objetivo fundamental: exhibirse como reclamo sexual o conseguir el blanco más reluciente y satisfacer las necesidades de la familia en una casa con los suelos más brillantes de todo el barrio (Cristina Fuentes y Arantxa Zabaleta, Andra, enero, 2003). El fragmento anterior lo tomé citado de Feminismo para principiantes y me parece lo suficientemente explicativo para pensar por qué aún hoy, es justo hablar de este movimiento. El libro podría denominarlo en mis términos, como una enciclopedia o un manual del feminismo. Como su nombre lo indica, es para principiantes; maneja un tono didáctico y sencillo, sin perder por esto rigor alguno. Aún así, es muy útil para aquellos y aquellas que ya han tenido un recorrido dentro de este campo y quieren organizar sus conocimientos. Es un libro que muestra paso por paso cómo se ha ido desarrollando el feminismo desde hace tres siglos y, asimismo, muestra todos los procesos que ha tenido que pasar para consolidarse como teoría política y práctica de la justicia. Así, lo que pretende la periodista Nuria Varela, es presentar todas las diversas posturas que puede tener el feminismo hoy en día a través de una herramienta muy efectiva; el sentido común y la ausencia de agresividad. Para mí es claro que hasta aquellos hombres que se ofuscan con el tema, resultarán también impactados al leer este texto.

Pero, ¿qué hace que aún pensemos que esto es algo nuevo?, ¿por qué las mujeres todavía sentimos que hay espacios privados para nosotras y desconocemos nuestros derechos?, ¿por qué incluso aún hay mujeres que sufren la violencia doméstica que se sufría en el siglo XVIII? y ¿por qué el feminismo ha sido algo silenciado?

Todos los grupos de mujeres que han militado en el movimiento feminista, tienen su propia historia, sus victorias y anécdotas, pero es evidente que la historia oficial no ha hecho justicia y, de muchos relatos oficiales, se han silenciado las acciones de las mujeres. Como si nunca hubieran existido. Cita la autora una frase de Rosa Cobo: «A todos los grupos oprimidos se les roba la historia y la memoria» (p.159). Por ello, el feminismo hoy en día trabaja por la recuperación de la historia robada. ¿Cuánto queda por escribir? Hay un largo camino para la reivindicación de la escritura femenina y la creación de un saber femenino.

Por ejemplo, cuenta Varela que dentro de la historia que comúnmente se estudia, se ocultó que el sufragismo inventó las formas de manifestar, tan populares hoy día, la interrupción de oradores mediante preguntas sistemáticas, la huelga de hambre, el autoencadenamiento, la tirada de panfletos reivindicativos…«El sufragismo innovó las formas de agitación e inventó la lucha pacífica que luego siguieron movimientos políticos posteriores como el sindicalismo y el movimiento en pro de los Derechos Civiles » (p.51).

Ahí están las Mujeres de Negro, palestinas y judías juntas, desafiando a la violencia, gritando al viento que no son enemigas y construyendo paz. O las mujeres de la India, abrazándose a los árboles para frenar leyes devastadoras. O las mujeres africanas, negociando con sentido común para sus países, denunciando a las multinacionales por sus precios abusivos hasta en los medicamentos. O las indígenas, evitando que los comerciantes del norte patenten sus plantas, sus conocimientos ancestrales, su sabiduría; diciendo no a los transgénicos. O a las mujeres europeas, luchando por la paridad que haga a las democracias occidentales merecerse el nombre. O a las mujeres españolas, manifestándose todos los 25 de cada mes, durante siete años, en invierno y en verano, en vacaciones y en Navidad para exigir que el país entero, hombres y mujeres, digan no a la violencia de género (p.173).

***

Este libro es una «toma de conciencia», porque como bien lo plantea la periodista: es imposible solucionar un problema si éste no se reconoce. Entonces ella misma nos hace plantearnos los siguientes interrogantes que se han estado haciendo las mujeres durante siglos y aún no hemos dejado de hacernos: ¿Por qué están excluidas las mujeres? ¿Por qué los derechos sólo corresponden a la mitad del mundo, a los varones? ¿Dónde está el origen de esta discriminación? ¿Qué podemos hacer para combatirla?

Y no se trata únicamente de elaborar sobre estos temas, exponerlos y dejarlos en lista de espera. El feminismo tiene respuestas para el mundo en el que estamos. Hombres y mujeres tenemos mucho por hacer juntos, ambos tenemos todas las posibilidades para dialogar, para debatir posturas, sin guerra, sin competencias. Se busca romper la tan famosa guerra de los sexos, que se ha difundido dentro del sistema patriarcal y que se aleja bastante de las ideas que propone el feminismo. Porque no se trata de decir quién es más capaz que quién o quién es superior a quién… se trata de comprender el mundo que tenemos ahora y transformarlo hombres y mujeres, juntos, dentro de una corresponsabilidad, rompiendo con roles y estereotipos. Es necesario que construyamos una sociedad justa y realmente democrática. Nuria Varela nos propone entender que la base de toda esta doctrina es mostrar que las mujeres son actoras de su propia vida y que lo normal no es el modelo masculino. Ser mujer no implica anormalidad. Como afirma la autora: «A las mujeres se las coloca siempre por debajo o por encima de la norma y nunca dentro de ella» (p.341).

El asunto es, que tener conciencia de género a veces parece una condena, porque a la vez significa tener una actitud muchas veces belicosa aunque no se quiera, pero es inevitable porque la injusticia es milenaria y el cambio lo amerita. Las mujeres estamos a la defensiva, pero esto irá cambiando cada día más…sólo el ejercicio de la justicia permitirá que el asunto entre hombres y mujeres recupere su equilibrio. Y sin duda la educación y la lucha contra el olvido tienen que verse reflejadas en el lenguaje, las acciones y las palabras que usamos en nuestra vida cotidiana.

Lo que es claro, es que muy a pesar de esta actitud conflictiva, es justo que toda mujer consiga entender por qué ocurren las cosas como ocurren. Conocer el feminismo le ha dado fuerza a muchas mujeres para vivir su día a día. «Porque el feminismo hace sentir el aliento de nuestras abuelas, que son todas las mujeres que desde el origen de la historia han pensado, dicho y escrito libremente, en contra del poder establecido y a costa, muchas veces, de jugarse la vida y, casi siempre, de perder la “reputación”» (p.19).

Ahora bien, pensemos en la desigualdad entre hombres y mujeres. Dice Varela: «el padre de todos los prejuicios, es el que dice que la desigualdad entre hombres y mujeres es natural –no las diferencias biológicas, sino las desigualdades entre los derechos de unas y otros-, y prueba de ello –se añade- es que ha existido siempre» (p. 339). Y veamos ahora el comentario de un famoso poeta opinando sobre otra menos famosa poeta. Esa otra que como diría Simone de Beauvoir, parece pisar un territorio que no le pertenece:

[…] los pensamientos varoniles de los vigorosos versos que reveló su ingenio, revelaban algo viril y fuerte en el espíritu encerrado dentro de aquella voluptuosa encarnación pueril. Nada había de áspero, de anguloso, de masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer, y de mujer atractiva; ni la coloración subida de la piel, ni espesura ni brusquedad en sus maneras. Era una mujer; pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura de carne femenina (p.341).

Y es de esperarse que hasta los más grandes intelectuales con la «guía de la razón» del siglo XVIII plasmaran en sus textos ideas sexistas, que muchas veces al ser leídas por las mujeres, creaban en ellas argumentos perfectamente racionales de por qué eran inferiores [cosa que aún sucede porque no se nos enseñan estos autores con una mirada crítica acerca de estos puntos]. Porque « aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder» (p.112).

Recordemos que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades, la ciencia, la política y las finanzas –en una palabra, todas las vías del poder, incluida la fuerza coercitiva de la política-, se encuentran por completo en manos masculinas. Y como la esencia de la política radica en el poder, el impacto de ese privilegio es infalible. Por otra parte, la autoridad que todavía se atribuye a Dios y a sus ministros, así como los valores, la ética, la filosofía y el arte de nuestra cultura –su auténtica civilización, como observó T. S. Eliot-, son también de fabricación masculina […] (p.113).

***

Cuenta Varela que para evitar ser excluidas o excluidos, todas y todos estamos desde que nacemos, en un proceso de aprendizaje a través de la socialización que se encarga de reprimir o fomentar actitudes. Se aprende viviendo y se trata de ser una niña o un niño con un comportamiento que se considera correcto para cada sexo. La consecuencia que trae este proceso es que se producen y reproducen estereotipos de género que luego dan pie a agentes de discriminación. Por esto, no es preciso decir con certeza que a los niños les gusta el fútbol y a las niñas las barbies, por dar un ejemplo. Desde el momento en que nacemos, nos preparan una habitación, llena de colores que tengan relación con nuestro sexo. Cabe destacar: «género no es sinónimo de sexo. Cuando hablamos de sexo nos referimos a la biología –a las diferencias físicas entre los cuerpos de las mujeres y de los hombres-, y al hablar de género, a las normas y conductas asignadas a hombres y mujeres en función de su sexo» (p.181). Pero todo sería distinto, si desde el principio, nos criaran con las mismas condiciones y privilegios, sólo así, de verdad veríamos nuestras diferencias.

Ahora, si miramos más allá, la escritora nos pone el ejemplo de una mujer negra que, como muchas otras, no sabía leer ni escribir, pero su trabajo siempre había consistido en arar, plantar y cosechar (tan bien o mejor a como lo haría un hombre) y, a pesar de haber tenido trece hijos, nada le impidió desarrollar sus labores. Su fuerza para nada dependía de su condición de mujer y ¿acaso podríamos decir que se trata de un error de la naturaleza? Adicionalmente, ésta no sólo era excluida por ser negra, sino también por ser mujer. De hecho, «la consecuencia más significativa que provoca el nacimiento de la teoría feminista es una crisis de paradigmas» (p. 183).

Hoy por hoy, se torna absolutamente necesario disociar la masculinidad del valor, el dominio, la agresión, la competitividad, el éxito o la fuerza, porque de ahí vienen muchas de las conductas violentas. Una guía es querer ser un varón justo y respetuoso, empezar a generar asociaciones de la virilidad con la prudencia, o tal vez, con la expresión de sentimientos, la capacidad de ponerse en el lugar del otro o la búsqueda de soluciones dialogadas a los conflictos. Y claro, no es fácil, siempre está presente el miedo a la marginación y los hombres prefieren en momentos reservarse sus propias ansiedades y miedos. Todo esto supone un gran esfuerzo; implica renunciar a derechos adquiridos, cuestionar hábitos propios, pensar la identidad masculina, la imagen que se tiene de las mujeres, entre otros. Sin duda, hay una resistencia al cambio. Todo indica que en muchos varones, el temor a lo nuevo, está fuertemente arraigado. La igualdad es un reto masculino. «Todo lo demás son excusas, ya no vale la nostalgia del machismo perdido o el victimismo del varón resentido. » (p.131) Es claro que en el tema de la educación hay mucho que estudiar. Cito:

[…]es necesario explicar a niños y jóvenes por qué ser hombre no impide ser dulce, sensible o cariñoso y enseñar a los niños a atender sus necesidades domésticas y a compartir responsabilidades en el hogar. Ayudarles también a reconocer el dolor y las angustias, a expresar los sentimientos y pedir ayuda, a buscar apoyo y consejo. Aclararles que no necesitan demostrar que son fuertes, valientes… y que tampoco es realmente importante no serlo demasiado. Y decirles que la heterosexualidad no es sinónimo de masculinidad ni motivo de la orientación del deseo sexual. Insistirles en que hay que pedir permiso para tener contactos sexuales y aceptar las negativas. Porque no es cierto que un no es un quizás y un quizás, un sí, si insisten […] También es imprescindible que los medios de comunicación comiencen a transmitir mensajes sobre modelos masculinos igualitaristas, y lo mismo hagan las campañas institucionales. Hasta ahora, estos mensajes van casi exclusivamente dirigidos hacia las mujeres –como en las campañas contra los malos tratos, donde sólo se interpela a las mujeres para que denuncien, o en aquella campaña sobre la desigualdad del salario femenino en la que se decía a las mujeres: «Si pagas lo mismo, ¿por qué cobras menos?»; como si fuese una cuestión de las trabajadoras y no de los empresarios-. En definitiva, se trata de que los varones sean valientes y ante las injusticias y las desigualdades entre hombres y mujeres en la sociedad, se atrevan a decir: no en mi nombre. (p.132).

Por todo esto, es como mínimo paradójico escuchar tantos discursos de los varones reclamando la justicia social frente a por ejemplo, grupos más desfavorecidos económicamente, y olvidan por completo, la injusticia entre hombres y mujeres. De igual manera es sorprendente ver cómo muchos jóvenes luchan en el movimiento antiglobalización, por dar otro caso y, viajan a diversas partes del mundo solidarizándose con comunidades, pero ni se enteran del abuso, la explotación o la sensación de asfixia de las mujeres que los rodean.

Y bien, hasta aquí, una de las cosas más grandiosas que ha conseguido el feminismo ha sido visibilizar lo escondido y exponerlo al debate político y social. Ha logrado iluminar a las mujeres para dar nuevos métodos de análisis y modificar la realidad. Y no se trata de quitarle visibilidad a los hombres, no se trata de robar espacios, salarios, puestos de trabajo. No. Se trata de vivir en un mundo más justo, donde la economía se maneje de manera más equilibrada, más compartida (se maneje de una manera más compartida y equilibrada o más equitativa, para que todas y todos podamos salir de la crisis mundial de pobreza, marginación, violencia, injusticia, entre otros. Por eso el feminismo es subversivo, (y) busca cambiar el orden establecido, un orden que ha afectado a muchos, y especialmente a las mujeres de lo que la llamada feminización de la pobreza es sólo un ejemplo.

Por otra parte el libro realiza un recorrido por las formas en que se ha tratado de mantener un orden patriarcal a través del uso de la lengua, los medios de comunicación y que tanto las religiones como los gobiernos han querido mantener y, asimismo, muestra cómo las entidades internacionales que controlan a los países del tercer mundo, entre ellas el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, la ONU, imponen sus políticas a cambio de «ayuda» para salir de la pobreza, disminuyendo así la asistencia en los asuntos sociales, lo que en últimas afecta principalmente a los grupos más vulnerables, entre ellos por supuesto a las mujeres.

***

Pensemos ahora en el color violeta como parte de la mitología del feminismo. Esto ocupa una buena parte de los inicios del feminismo. Empecemos por la portada de nuestro texto: aparentemente una escultura de una mujer de los años 30 o 40, cumpliendo con todos los estereotipos de la época, una figura esbelta, muy a la moda y con una gran particularidad, unas grandes gafas violeta. El violeta es el color de este libro y así mismo, es el color del feminismo. La idea de las gafas supone una manera distinta de ver el mundo, de tomar conciencia de la discriminación de las mujeres, de ver las mentiras sobre las que se levantó nuestra historia, nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra economía, los grandes proyectos y todas las particularidades cotidianas. Para hablar de esto Nuria Varela expone todos los conceptos que se han tenido que construir para darle nombre a cada uno de los hechos que han silenciado o menospreciado a la presencia femenina. Tal es el caso del concepto de micromachismos, definido como aquellas pequeñas maniobras que realizan los varones cotidianamente para mantener su poder sobre las mujeres. Así, las gafas nos permiten ver los micromachismos, la cosificación de la mujer día a día en la publicidad, el hecho de estar infrarrepresentadas en la política sin tener poder real. Con ellas, es necesario aprender cuál es el componente de poder que subyace en el núcleo de toda verdad y desconfiar de muchas de las verdades aun aparentemente bien establecidas.

El violeta es el color del feminismo. Nadie sabe muy bien por qué. La leyenda cuenta que se adoptó en honor a las 129 mujeres que murieron en una fábrica textil de Estados Unidos en 1908 cuando el empresario, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la empresa con todas las mujeres dentro. Ésta es la versión más aceptada sobre los orígenes de la celebración del 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres. En esa misma leyenda se relata que las telas sobre las que estaban trabajando las obreras eran de color violeta. Las más poéticas aseguran que era el humo que salía de la fábrica, y se podía ver a kilómetros de distancia, el que tenía ese color. El incendio de la fábrica textil Cotton de Nueva York y el color de las telas forman parte de la mitología del feminismo más que de su historia, pero tanto el color como la fecha son compartidos por las feministas de todo el mundo (p. 18).

Es imposible no dejarse tocar por el feminismo, éste se encuentra hoy en todo, pues sin duda, todo lo que toca, lo politiza. Varela utiliza muchas voces dentro de su texto, usa testimonios, ejemplos de mujeres que llevaron luchas individuales, habla de prácticas culturales dentro de comunidades que suelen afectar especialmente a la mujer, como sucede con la extirpación del clítoris en la comunidad musulmana; comenta cómo la anorexia y la bulimia está acabando con millones de mujeres en occidente o de cómo cada vez las mujeres tienen que responder a cánones más exigentes de belleza. Por supuesto, también la autora se ubica a ella misma dentro del libro; desde su propia condición personal en el mundo, como española, como periodista, como mujer intelectual, como feminista. Presenta casos de mujeres que pensaban distinto para su época, de cómo fueron censuradas, calladas y, en algunos casos, asesinadas simplemente por buscar una vida digna. Mujeres que se lanzaron a hablar, a escribir, a crear, que construyeron formas de asociación entre ellas mismas, por lo general, de maneras clandestinas.

El libro permite ver cómo las mujeres hablan de sus vidas, cómo las diferentes realidades atraviesan la vida individual de cada mujer, cómo ellas hablan de ellas mismas a partir del lenguaje que conocen y cómo las conexiones que establecen revelan el mundo que ven y en el cual actúan. «De hecho, podemos hablar de sufragismo y feminismo de la igualdad o de la diferencia, pero también de ecofeminismo, feminismo institucional, ciberfeminismo…, y podríamos detenernos tanto en el feminismo latinoamericano como en el africano, en el asiático o en el afroamericano» (p.15).

El feminismo está construido para todas las personas que piensan y repiensan la vida y, por lo tanto, que se preguntan por sus propias realidades. Porque no hay persona a la que no se le revuelque la vida cuando tiene un contacto con el feminismo. Por ejemplo cita Nuria Varela: escritoras como Angeles Mastreta cuentan: «como ahora, yo quería ir al paraíso del amor y sus desfalcos, pero también quería volver de ahí dueña de mí, de mis pies y mis brazos, mi desfuero y mi cabeza.[…] pocos de esos deseos hubieran sido posibles sin la voz, terca y generosa, del feminismo. No sólo de su existencia, sino de su complicidad y de su apoyo.[…] nos dio la posibilidad y las fuerzas para saber estar con otros sin perder la índole de nuestras convicciones» (p.16).

Para cerrar, quisiera decir que este libro deja mucho para reflexionar, me gustaría pensar que podría ser un texto obligado en nuestro sistema educativo y aunque es cierto que abre un camino muy importante, también deja una sensación de pesimismo. Son muchos los logros y las mujeres aprendieron a superar el victimismo histórico, pero no podemos decir que la lucha ha terminado, aún hoy se padecen discriminaciones y opresiones en todo el mundo. Todavía la violencia de género es común a las mujeres y no cabe duda de que a nivel laboral y educativo, hay una discriminación sexista y racista que aún no cesa. Esto es algo de no detenerse, de recordar todos los días, de no permitirse cerrar los ojos y conformarse porque hemos conseguido algo de lo que queríamos. Hay mucho trabajo que han hecho las mujeres, pero poco en cuanto a la igualdad por parte de los hombres. Muchos de ellos han decidido tomar una posición conformista, esperando que las cosas se den como tengan que darse, sin resistir, pero también sin soñar con sociedades más justas y libres. Son realmente muy pocos los hombres que ya entendieron que la pérdida de privilegios no significa una pérdida de derechos. Y cito:

Una última propuesta. Para estrenar las gafas violeta, no sería mala idea preguntarse siempre: ¿Dónde están las mujeres? Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta los resúmenes de fin de año de las televisiones; desde los cursos de verano de las universidades hasta el listado de los puestos directivos de los colegios profesionales; desde las Academias a los consejos de Administración de las empresas. Preguntárselo ante los libros de historia, las portadas de los periódicos, los ensayos clínicos, los especiales al estilo de «las 100 mejores canciones del siglo XX» o «las 10 mejores novelas de la década»… ¿Dónde están las mujeres? (p.204).

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