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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.8 Bogotá Jan./June 2008

 

Stuart Hall y el descenso a lo «mundano». Una forma de imaginar y practicar los estudios culturales1

 

Stuart Hall and the Descent to the "Mundane" – A Way of Imagining and Practicing Cultural Studies

 

Stuart Hall e a descida ao «mundano». Uma forma de imaginar e praticar os estudos culturais

 

Roberto Almanza-Hernández

Pontificia Universidad Javeriana, Colombia almanzarob@gmail.com

Recibido: 24 de junio de 2007 Aceptado: 25 de marzo de 2008


 

Resumen

El presente escrito expone de manera breve lo que a mi entender define la especificidad de los estudios culturales y su importancia como «caja de herramientas» analítica y de aprehensión del mundo. A través de la selección de algunos textos me interesa detenerme en la particular manera en que Stuart Hall se relaciona con la teoría porque, si bien éste no es un texto sobre el teórico jamaiquino, dicho autor me permite, con su práctica, acercarme al espíritu de los estudios culturales, esto es, a su vocación política desde los conceptos de contextualismo radical y articulación.

Palabras clave: Stuart Hall, estudios culturales, articulación, contextualismo radical.

Palabras clave descriptores: Hall, Stuart, 1932, critica e interpretación, estudios culturales.


 

Abstract

This paper briefly presents what is, in my opinion, the specificity of cultural studies and its relevance as an analytical "tool box," as well as a way of understanding. I pay particular attention to the way in which Stuart Hall relates himself to the theory, using some of his works. Even though this is not a paper about the Jamaican scholar, with his practice he allows us to understand cultural studies projects and their political will from the concepts of radical contextualism and articulation.

Key words: Stuart Hall, cultural studies, rrticulation, radical contextualism.

Key words plus: Hall, Stuart,1932, criticism and interpretation, cultural studies.


 

Resumo

O presente texto expõe brevemente o que, a meu ver, define a especificidade dos estudos culturais e sua importância como "caixa de ferramentas" analítica e de apreensão do mundo. Por meio da seleção de alguns textos, me interessa deter-me na maneira particular como Stuart Hall se relaciona com a teoria pois, embora não seja um artigo sobre o teórico jamaicano, dito autor permite, com sua prática, aproximar-me do espírito dos estudos culturais, isto é, a sua vocação política a partir dos conceitos de contextualismo radical e articulação.

Palavras-chave: Stuart Hall, estudos culturais, articulação, contextualismo radical.


 

El coyunturalismo es una filosofía surgida de las condiciones de contradicción, crisis y ruptura y como respuesta a ellas. Sin la modestia que nos enseña el coyunturalismo, cualquier posición teórica está en peligro de reproducir las mismas especies de universalismo en contra de las que ha luchado Stuart Hall a lo largo de toda su carrera. Pero al final, creo también que el coyunturalismo de aquél demanda una especie de filosofía de la esperanza que se vislumbra en el futuro pero que aun no se hace completamente visible (Grossberg, 2006:63).

La alternativa al relativismo son los conocimientos parciales, localizables y críticos, que admiten la posibilidad de conexiones llamadas solidaridad en la política y conversaciones compartidas en la epistemología. El relativismo es una manera de no estar en ningún sitio mientras se pretende igualmente estar en todas partes (Haraway, 1995:329).

Pensar los estudios culturales y pensarse como sujeto académico gravitando en los estudios culturales es supremamente conflictivo. Sin embargo, esta tensión permanente y problemática parece ser la naturaleza de este encuadre teórico-político, de esta «disciplina bastarda» debido a su emergencia marginal e ilegitima. No han sido pocas las disciplinas en humanidades y ciencias sociales que han manifestado su malestar o que se han sentido amenazadas por la práctica de los estudios culturales al ver violado su campo de estudio por un espectro amorfo carente de «especificidad de objeto» y «sin una metodología propia». Los defensores acérrimos de las parcelas disciplinarias caen en un delirio semejante a los personajes de «la casa tomada» de Cortazar, donde «algo» se apropia poco a poco de su hogar, expulsándolos finalmente de ella o como dice la vieja salsa de la Fania All Star, el temor de un: «quítate tú pa’ ponerme yo2».

Cabe aclarar que este artículo no se concentra en Hall —aunque el título lo sugiera así—, ni es mi interés contextualizar su trabajo en Birmingham, simplemente es una lectura de algunos artículos de Hall y otros textos que giran en torno a su figura, como los de Grossberg (1997, 2006), que son los que me han llevado a pensar lo que a mi juicio son el espíritu y los aportes más fecundos a la teoría social critica contemporánea y al ejercicio ético-político. No está de más reconocer que mi posición no es neutra, pues responde a una mirada muy particular que se identifica con lo que algunas «figuras» que practican los estudios culturales —me refiero específicamente a Stuart Hall y a Lawrence Grossberg— llaman «vocación política», es decir, me interesa problematizar el aporte más substancial de dicha vertiente, así como la práctica del «contextualismo radical» y la noción de «articulación».

Evitando la tentación de la pureza del origen

A pesar de lo tentador que puede ser comenzar estas líneas aludiendo a una especie de refrito genealógico, reseñando el origen de los estudios culturales británicos en Birmingham y venerando a los cuatro demiurgos de los Cultural Studies (Richard Hoggart, Raymond Williams, E. P Thompson y Stuart Hall), prefiero dejar la puerta abierta, pues de hecho considero más estimulante, el brote de múltiples trazos genealógicos de «eso» que en algunas locaciones geográficas e institucionales cobra el nombre de estudios culturales, y que tiende a homogeneizar o a incorporar en dicho rótulo a una serie de personajes y de trabajos que se imaginan o son imaginados dentro del espectro de los estudios culturales. Esta diversidad genealógica cobra sentido —académico-político— en las locaciones que se erige, evitando la seducción o interpelación de «la Historia» mitificada y centralizada con su violencia epistémica y sus borramientos, hago alusión concreta a los trabajos de García Canclini, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz y Daniel Mato, que aunque diversos y en algunos momentos inconmensurables son pensados como cuatro de los representantes más conspicuos de los estudios culturales latinoamericanos, aunque estos no se sientan cómodos con dicha inscripción. No obstante considero central para efectos de este texto y de lo que imagino como estudios culturales hacer referencia a las contribuciones de Stuart Hall en este campo, delineando la silueta de una forma de entender y practicar los estudios culturales que considero la más creativa, estimulante y políticamente fértil.

Definir los estudios culturales es una empresa compleja, podría parecer más fácil y efectiva caracterizarla en términos de lo que sus representantes hacen en cuanto tales. No obstante, este modo de definición desencadenaría problemas más delicados suscitando ciertos interrogantes como: ¿Todo lo que la gente hace a nombre de estudios culturales son estudios culturales? ¿Todo cabe en los estudios culturales? Ambos interrogantes surgen a propósito de la proliferación descomunal de trabajos que se dicen operar en este campo, por lo que algunos personajes, quienes defienden una forma particular de hacer estudios culturales, se han visto en la necesidad de problematizar y de buscar una especificidad en la diversidad del «hacer» en este horizonte (Hall, 1992, Grossberg, 1997). Estos intentos de dar una definición, es una forma de decir: ¡no todo cabe! son una reacción frente al «río revuelto de los estudios culturales», frente a su bonanza, a su institucionalización y a su muerte política, rasgo que se ve materializado en Norteamérica3 —en algunos casos— y que se irrigó por el hemisferio gracias al vigor de su industria académica. De modo que se volvió urgente pensar en el campo no en términos de un «dónde» sino de un «cómo» en el que, más allá de ser un lugar o un terreno específico de estudio, sea una «actitud», una «condición» frente al conocimiento y frente al mundo (si es necesario poner esto por separado). Hall (1992) en su artículo Los estudios culturales y sus legados teóricos manifiesta su incomodidad frente a lo que la gente hace a nombre de estudios culturales y señala que si bien es una propuesta abierta y flexible no quiere decir que todo quepa:

(…) Si, se niega a ser un discurso maestro o un meta-discurso de cualquier clase. Si, es un proyecto que siempre se encuentra abierto a lo que no conoce todavía, a lo que todavía no puede nombrar. Pero si tiene alguna voluntad de conexión; si tiene algún interés en las escogencias que hace. Si importa si estudios culturales es esto o eso. No puede ser simplemente cualquier cosa vieja que escoge marchar bajo cualquier bandera. Es una empresa o proyecto serio que se inscribe en lo que a veces se llama aspecto «político» de estudios culturales (Hall, 1992:278-279).

Hall expresa el lugar de tensión que implica para el teórico actuar, por un lado, en términos de «árbitro» señalando qué se «hace» dentro del campo y, por otro lado, como jugador en la arena, una especie de «juez y parte» que le obliga a sustentar su lugar, su locus de acción en el terreno. Hall alude a la noción «cerramiento arbitrario» para referirse a un cierto rasgo, a una diferencia, a posiciones no acabadas, a un descenso a lo concreto, que determinaría el intersticio de acción de los estudios culturales; de manera que el autor de origen jamaiquino propone un rasgo distintivo de los estudios culturales: como una suerte de hacer política —sobre esta forma particular de hacer política o de abordar lo político, volveremos más adelante—.

Definiendo un «deseo»

Pienso en los estudios culturales, siguiendo a Frederic Jamenson, como eso que se «desea», como un «querer-ser», lo cual, más allá de ser una propuesta meramente disciplinar «es el deseo de formar un nuevo bloque histórico de la izquierda» (Beverley 1996:474). Los estudios culturales son una práctica intelectual que trasciende los marcos de producción de conocimiento, de descripción del mundo en horizontes demarcados disciplinarmente, que gravita en una suerte de contaminar la política con teoría y la teoría con política. Es un modo, una forma de intervenir en el mundo sin perder sus vínculos con la academia. Es decir, de ejercer con todo el rigor intelectual, pero tomando distancia de ciertas posturas que asumen la elaboración teórica como «objeto de veneración» en sí misma, como fin último.

Sobre este aspecto Hall ha sido irreducible y enfático en su relación con la teoría y su rechazo a llamarse «teórico»:

Tengo una relación estratégica con la teoría. No me considero un teórico en el sentido de que ése sea mi trabajo. Siempre me intereso por seguir teorizando sobre el mundo, sobre lo concreto, pero no estoy interesado en la producción de teoría como objeto a título propio. Y por tanto uso la teoría en formas estratégicas [...] porque considero que mi objeto es pensar en la concreción del objeto en sus muchas relaciones diversas (Hall, 1997: 152).

Partiendo de este argumento, la teoría en estudios culturales oscila de acuerdo a las especificidades concretas de los fenómenos culturales de análisis, dicho de otro modo, la teoría opera en contextos específicos en los niveles más bajos de abstracción, en su impureza si se quiere, la teoría no es un a priori para la práctica de los estudios culturales, no es un constructo conceptual doxático que es susceptible de ser extrapolado y empleado en contextos históricos sin cambios substanciales. De hecho, una de las características de los estudios culturales desde los trabajos pioneros del CCCS (Center for Contemporary Cultural Studies) en Birmingham, fue sin duda su vocación «descaradamente oportunista de la importación teórica» (Mattelart y Neveu, 2002) rasgo que le ha permitido trasegar por diversos territorios teóricos, rearticulando nociones y evitando la adhesión a ciertos horizontes analíticos que osificarían su práctica. Poniéndolo en otros términos, el «hacer» de los estudios culturales está supeditado al locus de coyuntura, a las particularidades, a las características articulatorias del fenómeno de análisis. Los estudios culturales son, en sí mismos un campo de tensión incesante y de contradicción continua, que requieren de una reflexión constante de su quehacer.

La relación entre los estudios culturales y el marxismo es un buen ejemplo de esta tensión permanente y de la relación que se ejerce con la teoría en lo concreto:

La única teoría que vale la pena tener es aquella que usted tiene que luchar para rechazar, no aquella que tiene una fluidez profunda. Quiero decir algo más tarde acerca de la fluidez teórica sorprendente de los estudios culturales ahora. Pero mi propia experiencia de la teoría —y el marxismo es ciertamente un caso en ese punto— es de forcejeo con los ángeles —una metáfora que usted puede tomar tan literalmente como quiera (Hall, 1992:280-281).

La bella metáfora de la lucha con los Ángeles de Hall ilustra la relación siempre conflictiva con la teoría, poniendo de manifiesto que a ésta no se debe acceder dócilmente, sin ponerla en cuestión, sin someterla a sospecha, como estrategia para no caer en los a priori, en una ceguera cuasi-religiosa por la teoría, como si las teorías fueran modelos universales de los fenómenos sociales, no susceptibles a cuestionamientos. Este «forcejeo» con la teoría implica rigor académico y creatividad intelectual para imaginar, construir y articular instrumentos conceptuales que nos permitan entender e intervenir el mundo de manera más eficaz, recorrer caminos e inventarse otros nuevos. La experiencia de Hall con el marxismo fue una relación de amores y odios, donde sentía mucha afinidad con dicha teoría social, pero a la vez reticencias inconmensurables, por lo menos desde ciertas tradiciones marxistas ortodoxas, donde habitaba el silencio ante sus interrogantes para dilucidar fenómenos contemporáneos. Y es sólo a partir de lo que Hall (1997) llamó el «desvío» a través de Gramsci, autor marginal por mucho tiempo e intelectual de la escena política italiana de los años treinta del siglo XX, que hoy goza de absoluto prestigio o, para utilizar una noción del mismo autor, hace parte del «sentido común» en el marco de la teoría social contemporánea. El aporte de Gramsci a los estudios culturales es medular, puesto que contribuyó a problematizar el vínculo entre el ejercicio académico y el quehacer intelectual. Este «des-cubrimiento» o lo que en Grossberg (2006) es una «segunda lectura» de Gramsci en el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS), le permitió a Hall objetar algunas interpretaciones que se hacían de la obra de dicho intelectual italiano, donde discute la «miopía» de ciertos críticos al referirse a los aportes conceptuales de Gramsci, según los cuales, operan en la «sordidez de lo concreto» por falta de elaboración conceptual para encumbrarlo en los niveles puros de la abstracción teórica:

El punto importante es no «confundir» un nivel de abstracción con otro. Nos exponemos a cometer un grave error cuando tratamos de «extrapolar» conceptos diseñados para representar un alto nivel de abstracción como si automáticamente produjeran los mismos efectos cuando trasladamos a otro nivel concreto más bajo. Los conceptos de Gramsci fueron diseñados de manera bastante explicita para obrar en los niveles bajos de la especificidad histórica (Hall, 2005:222-223).

Con Gramsci se logra el «descenso de los cielos», la caída del reino de las teorías puras hacia lo mundano de las prácticas cotidianas y hacia marcos analíticos más «sucios» por su indisoluble vínculo con la materialidad. En este sentido es oportuno decir que los estudios culturales son producidos en la arena política desbordando la preocupación por la teoría producida en los recintos iluminados y en las mentes eruditas de pensadores; obedece más al ejercicio continuo, al encuentro con los sujetos o colectivos sociales inmersos en juegos de poder histórica y contextualmente localizados; como nos recuerda Grossberg: «[…] buscan producir conocimiento que ayude a la gente a entender que el mundo es cambiante y a ofrecer algunas indicaciones de cómo cambiarlo» (Grossberg, 1997:267). Pero este conocimiento no se produce en el aire, son conocimientos situados (Haraway, 1995) y contextualmente producidos. Es gracias a este re-encuentro con los textos de Gramsci que toma cuerpo lo que a mi entender es el rasgo distintivo, la impronta de los estudios culturales: el «contextualismo radical», «es un Gramsci radicalmente coyunturalista, centrado en la formación social como unidad o totalidad compleja articulada» (Grossberg, 2006:35). En Hall es notorio este tratamiento del ejercicio teórico-político en su estilo de abordar el problema del racismo con el que no pretende elaborar una teoría sobre la raza o el racismo en una escala «universalizante», que se tome como diseño global susceptible de ser aprehendida indiscriminadamente en distintas locaciones sociales, no esta teorizando desde el punto cero (Castro-Gómez, 2006). Hall es consecuente con la escala de abstracción en que gravita su trabajo sobre el racismo, el cual se encuentra concretamente localizado —Gran Bretaña— y específicamente contextualizado —formación social racializada—. Esta característica es notable en el trabajo Policing of the Crisis (1978), donde a partir de un acontecimiento sangriento que involucró a unos inmigrantes se aplicó una política pública que criminalizaba a esta población en medio de una atmósfera paranoica frente a la gente negra y de la que hicieron parte los mismos medios de comunicación —como antesala del tacherismo—. A través de esta investigación, Hall dio inicio a su análisis sobre el migrante en la sociedad británica y los procesos de construcción de etnicidad (Mattelart y Neveu, 2002).

El «contexto», en este sentido, es el encuadre teórico-político de la acción en los estudios culturales. Es una construcción contingente y estriada, donde emergen las coyunturas histórico-culturales, es decir, las formaciones sociales como articulación e intersticios de tensiones y contradicciones que, cual placas tectónicas en perpetua fricción e inestabilidad, buscan acomodarse —equilibrarse— a través de una serie de tácticas políticas que se manifiestan en las luchas de colectivos sociales. Es necesario explicitar, que si bien todas las coyunturas se despliegan en un contexto, no todos los contextos son coyunturales, como lo expresa Grossberg en términos de la práctica contextual y coyuntural:

El coyunturalismo requiere del contextualismo, pero no es su equivalente, no todos los contextos son coyunturas. Si el contextualismo entiende cualquier evento de manera relacional, como una condensación de múltiples efectos y determinaciones (Frow y Morris, 1993), un análisis coyuntural define una serie especifica de prácticas críticas y analíticas. […] no es un pedazo de tiempo o un periodo, sino un momento definido por una acumulación o condensación de contradicciones, una fusión de diferentes corrientes o circunstancias (2006:56).

De modo que los contextos-coyunturales históricos son la arena de intervención propicia para los estudios culturales, donde los eventos animados por las luchas sociales son el germen de la producción teórica. Es este terreno en donde encuentra razón de ser la existencia de los estudios culturales, donde su vocación política no sea una retórica —artilugio discursivo— sino, por el contrario, sea un instrumento intelectual-académico que contribuya con propuestas políticas a las luchas anti-capitalistas, anti-eurocéntricas, anti-racistas, anti-patriarcales que se libran actualmente en diferentes escenarios sociales del mundo.

Hablar de un contextualismo radical implica indefectiblemente hacer mención de la noción de «articulación», instrumento que le ha sido muy útil a Hall «para pensar» y operar en el horizonte de las coyunturas. La «articulación» es un instrumento teórico-político central en la obra de Hall, que toma Ernesto Laclau (1987), pero que en el teórico caribeño encuentra su más alto grado de sofisticación. Dicha noción fue un avance substancial para pensar los postulados marxistas y las apuestas teóricas del feminismo a principio de los setentas (García y Romero, 2002). La «articulación» surge como una respuesta en contra de los reduccionismos económicos y los esencialismos de clase, y es una plataforma de imbricaciones teóricas y políticas de interconexiones no imperiosas —no-necesarias— que dieron pie a nuevas y más complejas lecturas, las cuales abrieron el espectro social, como lo expresa Eduardo Restrepo: «Las relaciones establecidas entre dos o más aspectos o planos de la vida social son resultado de articulaciones específicas que no emanan, directamente, de un sujeto soberano trascendental o de una esencia determinada sino que son contingentes e históricamente producidas y localizadas» (2004:31). En este sentido, los sujetos no nacen ocupando ciertas locaciones sociales como un efecto natural o biológico, son producto de accidentes contextuales que hacen que en un momento determinado ocupen ciertas locaciones, aunque ello no implique su adscripción definitiva. La articulación es una respuesta contundente frente a las visiones esencialistas de lo social. De forma general Hall:

entiende por articulación el no necesario vínculo entre dos planos o aspectos de una formación social determinada, es decir, una clase de vínculo contingente en la constitución de una unidad. Este enlace no se estable casualmente; existen condiciones históricas en las cuales puede ser o no ser producido, pero la presencia de esas condiciones no es garantía suficiente para su producción (Citado en Restrepo, 2004:132).

Las articulaciones son redes en movimiento que requieren de dinamismo y de actualización constante porque siempre se encuentran con la amenaza de desaparecer y de que emerjan otras en su sitio. En las articulaciones, en lugar de reinar la estabilidad, reina la incertidumbre, la no garantía. Por consiguiente, la «articulación» como instrumento teórico-político, ocupa un lugar medular en el marco del contextualismo radical, dado que permite analizar de forma compleja, los diferentes y heterogéneos planos de la formación social y sus especificidades contextuales y coyunturales.

Decir que los estudios culturales son un contextualismo radical, es sostener que su proyecto, su intervención —política—, sus objetos —sujetos—, su teoría y su método están supeditados a las características del contexto y de la coyuntura histórica en que operan; el contexto no es un marco, es el sustrato de las luchas y el terreno de las articulaciones. El «contextualismo radical» es un proyecto que se ocupa de problemáticas concretas, que se opone a las visiones «universalizantes» de lo social, el cual se subleva frente a las concepciones teleológicas de la historia, brega desde la contingencia y desde el imperativo de que las cosas pueden ser de otra manera y no necesariamente como es el mundo. Es una apuesta por intervenir el mundo desde su complejidad relacional, desde su maraña de articulaciones. Es una práctica intelectual que se opone a los reduccionismos en sus múltiples manifestaciones, es el resultado de una construcción teórico-política que surge de los márgenes de una izquierda marxista crítica de las interpretaciones reduccionistas y deterministas del marxismo. En este sentido, podemos sostener que el espíritu o la vocación política e intelectual de los estudios culturales ligados al proyecto de Birmingham, siendo Hall su más vigoroso exponente, es la lectura crítica de las coyunturas. Esto quiere decir, que dicha práctica tiene como desafío intelectual intervenir desde una lectura crítica, aguda y creativa a las gramáticas coyunturales históricas y culturales abriendo nuevas sendas para entender, y en últimas, trasformar nuestra realidad social desde luchas globales articuladas.

Finalmente, esta forma particular de practicar y de imaginar los estudios culturales, exige un compromiso absoluto por parte del intelectual en este ejercicio teórico-político en el que la lucha con los ángeles que refiere Hall se asuma como un desafío a nuestra creatividad teórica y nuestras formas de intervención en el mundo. Esta propuesta nos invita a tomar en serio las especificidades concretas de los lugares y convoca a nuestro «hacer» a operar en las coyunturas históricas, pues es en éstas donde nuestra praxis tiene mayor relevancia. Este «deseo» como sugestivamente Jameson lo denominó, considera que su impronta es su vocación política y por tanto, toma distancia del boom editorial de trabajos descafeinados —apolíticos— y celebradores del capitalismo. Los estudios culturales desde esta perspectiva pretenden abrir espacios de intervención teórico-políticas en luchas coyunturales que puedan posteriormente articularse y consolidarse como un bloque histórico a escala global, donde se celebre la eficacia de lo contaminado en lo concreto y se desprecie la inoperancia de la pureza de los universalismos.


1 Este artículo es producto de la investigación realizada por el autor sobre la especificidad de los estudios culturales frente al «disciplinamiento» de las ciencias sociales. Esta investigación es realizada en la Pontificia Universidad Javeriana.

2 Ver debate Reynoso (2000) y Castro-Gómez (2003).

3 Según Castro-Gómez, el «tránsito» transoceánico de los estudios culturales de Europa a Estados Unidos trajo como consecuencia el debilitamiento de su praxis política y la levedad conceptual de los trabajos en este campo. «En los Estados Unidos los EC se empieza a distanciar del rigor analítico propio de las ciencias sociales y adquieren un perfil más "textualista", que no se interesa demasiado por el control empírico y metodológico de sus afirmaciones» (2003:63).


 

Referencias

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