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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.8 Bogotá Jan./June 2008

 

El juego de la guerra, niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado Colombia1

 

The Game of War: Boys, Girls and Teenagers in the Armed Conflict of Colombia

 

Ojogo da guerra. Meninos, meninas e adolescentes no conflito armado na Colômbia

 

Yuri Romero Picón2, Yuri Chávez Plazas3

Universidad Antonio Nariño y Pontificia Universidad Javeriana, Colombia yuri.romero@uan.edu.co

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, Colombia ychavezp@unicolmayor.edu.co

Recibido: 21 de abril de 2007 Aceptado: 07 de abril de 2008


 

Resumen

La violencia en Colombia ha sido objeto de estudio desde diferentes perspectivas, teniendo como punto de confluencia el impacto sobre la vida y la dignidad de los seres humanos. Si bien la presencia de menores de edad fue evidente en las guerras civiles del siglo XIX y el período de la violencia de mediados del siglo XX en el país, hoy día el pueblo colombiano no desea que otra generación de jóvenes pierda su infancia en la guerra. Este artículo ofrece una mirada a esta problemática y sugiere una ruta de atención a los menores desvinculados del conflicto en las iniciativas de investigación y servicio social de las universidades.

Palabras clave: conflicto armado, derechos de los niños, atención psicosocial.

Palabras clave descriptores: conflicto armado, derechos del niño, niños y guerra.


 

Abstract

Violence in Colombia has been studied from different perspective, taking as a point of confluence the impact on life and dignity of human beings. Although the presence of minors was evident in the country’s civil wars of the 19th century and the period of violence during the middle of the 20th century, today the Colombian people do not want to see another generation of young people lose their infancy to the war. This article offers a look at this issue and suggest a path of attention to those minors separated from the conflict, through initiatives of investigation and social services of Universities.

Key words: armed conflict, children’s rights, attention, psychosocial.

Key words plus: armed conflicto, children’s rights, children and war.


 

Resumo

A violência na Colômbia tem sido objeto de estudo a partir de diferentes perspectivas, tendo como ponto de confluência o impacto sobre a vida e dignidade dos seres humanos. Embora a presença de menores de idade tenha sido evidente nas guerras civis do século XIX e no período da violência em meados do século XX no país, atualmente o povo colombiano não deseja que outra geração de jovens perca sua infância na guerra. Este artigo oferece um olhar a esta problemática e sugere uma rota de atenção aos menores desvinculados do conflito nas iniciativas de pesquisa e serviço social nas universidades.

Palavras-chave: conflito armado, Direitos da criança, atenção psico-social.


 

Introducción

Nadie desconoce que la cronicidad del conflicto armado en Colombia es la principal causa de violación de los Derechos Humanos. Sin embargo, es difícil imaginar el impacto que el juego de la guerra ha tenido sobre los niños, las niñas y los adolescentes que en él participan. Este artículo ofrece una mirada a esta problemática a partir de fuentes documentales, en el marco de una reflexión conjunta de profesores que hemos estado interesados en problemáticas sociales como el desplazamiento forzado (Chávez, Falla y Romero, 2008) y los impactos de la guerra en la juventud colombiana. Metodológicamente, la reflexión se sustenta en un ejercicio de análisis documental que en el pasado nos ha servido para comprender otras dimensiones del conflicto colombiano. En síntesis, el análisis consta de tres fases: una descriptiva, donde se ordena la información disponible sobre el tema y se identifican categorías de análisis; otra interpretativa, cuya intención es desvelar lo que subyace en los textos, lo que está entre líneas y la intención de los autores y, luego, una fase de constitución de sentido, donde se busca comprender lo mejor posible la problemática para aplicar ese conocimiento en la definición de líneas de investigación y servicio social en las universidades. Los temas de análisis de los que parte la reflexión son: las razones por las cuales se vinculan menores a un grupo armado ya sea guerrilla o paramilitar; las razones por las cuales permanecen en éste; los efectos psicosociales de su permanencia y los impactos generados por la desvinculación del grupo armado.

Sobre la vinculación de los niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado

El Informe de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), consideraba que en el año 2000 había aproximadamente 6000 niños y niñas vinculados a los grupos alzados en armas en Colombia. En el 2004, Human Right Watch estimaba en 11000 el número de menores vinculados, con edades entre 7 y 17 años y un promedio de escolaridad de cuarto grado de primaria. Burbano (2005:5) indica que desde 1999 hasta junio de 2004, sólo se habían desvinculado 1.426 de la totalidad de niños y niñas en las filas de grupos armados irregulares. Esta situación ubica al país en el cuarto lugar con mayor número de menores combatientes en el mundo, después de Myanmar, Liberia y República Democrática del Congo (Watchlist, 2004). En el caso colombiano, los motivos de vinculación han sido diversos, dependiendo del lugar donde habitan. Por ejemplo:

En las zonas rurales inciden factores como el control territorial de los grupos armados, la vinculación de uno o varios familiares y la ausencia de oportunidades. En la ciudad el fenómeno de vinculación tiene otras características. Si bien existe el reclutamiento de milicianos, también se dan mezclas, cruces y ambigüedades entre grupos de delincuencia común y organizada. En algunos casos, las pandillas ofrecen sus servicios al actor armado (PNUD, 2003:251).

En este sentido, se puede apreciar tres formas de vinculación: voluntaria, forzosa y de nacimiento.

Vinculación voluntaria: los niños de uno u otro sexo que se incorporan a las guerrillas de manera voluntaria lo hacen porque piensan que así obtienen reconocimiento social y poder con las armas, o quieren salir de la pobreza modificando su situación social, o quieren vengar la muerte de un pariente, o están buscando protección de otro grupo armado, o sienten simpatía ideológica por algún grupo, o se sienten presionados por sus progenitores o, en algunos casos, por decepciones amorosas. De acuerdo con la Procuraduría General de la Nación y el ICBF, el concepto de «voluntariedad» en el reclutamiento debe entenderse siempre y en todos los casos como la conjugación de factores externos que forzan a los niños, niñas y adolescentes a tomar decisiones que por principio están viciadas (PGN e ICBF, 2004).

Vinculación forzosa: Hay niños, niñas y adolescentes que participan en las hostilidades del conflicto porque han sido obligados y forzados física y psicológicamente. Algunos han sido entregados por sus madres o padres en contra de su voluntad, al sentirse presionados y amenazados por parte de uno u otro grupo armado. Otros ingresan porque en algunas regiones del país es obligación aportar un miembro por familia al grupo armado del área de influencia.

Vinculación de nacimiento: Hay niños y niñas que literalmente nacieron en la guerrilla en condición de hijos de combatientes. Son menores de edad que no conocen otra forma de vida y son considerados propiedad de ésta. Según la Defensoría del Pueblo, tales menores son dejados al nacer para su crianza en zonas rurales y al cabo de varios años son reclutados en la organización a la cual pertenecieron sus padres, así ellos hayan muerto (Grajales, 1999).

A partir de diferentes testimonios se sabe que los niños, niñas y adolescentes que han escogido la vía de las armas de manera «voluntaria», ven en ellas símbolos de poder que les permiten tomar decisiones y tener algo de ese poder. Igualmente, sienten fascinación por los potentes vehículos, los uniformes y los radios (Human Right Watch, 2004). El poder también se concibe como una aventura: algunos menores han afirmado haber ingresado a uno u otro grupo armado por el ideal que representan esos grupos y por la «vida de campamento» que la asocian con la aventura (PGN e ICBF, 2004). Sin embargo, muchos menores desvinculados del conflicto afirman que la clase de formación recibida, por ejemplo, en la guerrilla, sólo se basa en el reconocimiento del arma, las estrategias de combate y el aprendizaje del reglamento interno (Defensoría del Pueblo, 1998). Desafortunadamente, el maltrato infantil y la violencia intrafamiliar es una de las principales causas por la que muchos menores huyen de sus hogares buscando un «mejor futuro» en algunos de esos grupos. Incluso, muchas niñas lo han hecho buscando escapar del abuso sexual recibido en sus hogares (PGN e ICBF, 2004). Cuando los menores son maltratados física y psicológicamente, no encuentran en el espacio vital de la familia el apoyo necesario para su bienestar. Si bien miles de niños y niñas en el país sufren esta misma situación y no por ello se vinculan de manera directa al conflicto, es notorio que en las zonas donde hay presencia de actores armados, éstos se ven como «una salida» a su situación de maltrato (Ruiz, 2002:27). Muchos menores buscan en los grupos armados el afecto del que adolecen en sus hogares.

Entre tanto, otros menores han ingresado a los grupos armados porque miembros de sus familias allí militan o porque en los sitios donde habitan tienen como único referente la autoridad de aquellos. La cotidianidad de la guerra en algunas regiones del país hace que los niños y los adolescentes construyan imaginarios y formas de relación mediados por los valores y símbolos propios de la guerra. Formar parte de un grupo armado se convierte en una expectativa de vida. Sin embargo, no se puede desconocer que:

La construcción social de un niño o joven se hace a través de la relación que tienen con el otro, con su familia, con sus vecinos, con sus pares y con los valores que son socialmente construidos por las costumbres y la cultura; todos estos aspectos, y muchos más, son modificados, influidos, trastocados y tergiversados por el conflicto armado. Cuando hay actores armados en un territorio todo cambia, las relaciones están permeadas por el miedo y la desconfianza, que se constituyen a su vez en los elementos más importantes en la ruptura de redes sociales (Ruiz, 2002:28).

El sentimiento de venganza por el asesinato de sus familiares ha motivado a muchos jóvenes a militar en grupos armados o hacer de la violencia una forma de vida. La historia del país da cuenta de varios casos que tristemente se hicieron famosos después del período de la violencia bipartidista a mediados del siglo XX (Claver Téllez, 1987; Sánchez y Meertens, 1992) y de un número aún mayor de casos registrados en testimonios recogidos en una u otra investigación. La vinculación de niños, niñas y adolescentes a grupos armados podría ser menor si en las zonas donde hay mayor presencia de tales grupos existieran alternativas de vida diferentes y en las que encontraran apoyo para su situación personal, tanto afectiva como económico y social. En un estudio realizado por Linares (2001: 24) se muestra que el 17% de los jóvenes entrevistados aseguró que la pobreza y la falta de alternativas los obligó a optar por lucha armada. Por otra parte, algunas familias envían a sus hijos a combatir porque no pueden mantenerlos y saben que la participación en uno de tales grupos les garantiza comida y ropa, además de la promesa de un salario (PGN e ICBF, 2004; Méndez, 2003).

Sobre la permanencia de niños, niñas y adolescentes en un grupo armado

Algunos niños y adolescentes que participan en el «juego de la guerra», se mantienen motivados porque se sienten «premiados» y «líderes» dentro del grupo cuando asumen la responsabilidad de comandar a otros. Sin embargo, después de que pierden el «encanto» los símbolos de poder y la aventura, la intimidación y el miedo a que les hagan daño se convierten en los factores por los cuales es difícil tomar la decisión de abandonar el grupo.

Los niños y niñas desertores de la guerrilla enfrentan la posibilidad de un juicio dentro de la organización a la que pertenecían, que puede concluir con una condena de muerte. La amenaza es mayor si el menor de edad ha dado informaciones al Ejército. En condiciones de persecución deben abandonar su región de origen y romper la relación con sus familias. Según los testimonios recogidos por la Defensoría del Pueblo, en algunas ocasiones los niños y niñas deben pagar un tributo de trabajo forzado para salir de las filas de la organización (Grajales, 1999).

Por otra parte, Springer (2007) en su investigación muestra datos tan preocupantes como que el promedio de edad de los niños y niñas vinculados a un grupo armado es de 13 años aproximados, edad a la que prácticamente empiezan su sexualidad en el grupo. Además, que más de la mitad de los menores entrevistados tuvieron como primera responsabilidad transportar minas antipersonales.

Sobre los efectos psicosociales de la permanencia en un grupo armado

De acuerdo con Álvarez y Aguirre (2002:45), se ha tomado en consideración el impacto que tiene sobre los menores el hecho de matar, herir, torturar y cometer actos violentos contra personas desconocidas o de la misma familia. En la mayoría de los casos se observa insensibilidad emocional, probablemente debido a las frecuentes escenas de muerte que deben presenciar en su quehacer cotidiano, razón por la cual no todos los desvinculados manifiestan sentimientos de culpa. Al respecto, Castaño afirma:

Cuando hablábamos del impacto de la guerra en los niños, nos referimos a su adaptación (insensibilidad) a ella, a su disposición a participar en ella, a las naturales manifestaciones de dolor, rabia, tristeza, inmovilidad de estos infantes, a la alteración o cambio en su cotidianidad, en su familia y en su entorno y a las desviaciones en el desarrollo psicosocial de los mismos. Como ya anotamos, la mayoría de los niños se adaptan a la situación de guerra y desde el punto de vista psicológico y psiquiátrico no presentan trastorno en su salud mental, es decir no sienten molestia emocional frente a su propias actitudes violentas. Como individuos actuarán, pensarán y sentirán como el medio en que les ha tocado socializarse (1998:49).

Los menores que participan en el conflicto armado se enfrentan a cambios significativos en la forma de vida que tenían hasta ese momento (De Rooy, 2001; Orduz, 2000). Su rol de hijo, hermano, niño o adolescente va cambiando a una nueva clase de vida que implica formas de interacción distintas, roles diferentes y nuevas expectativas. Asimismo, quedan a merced de diferentes trastornos afectivos. El permanente estado de guerra y las relaciones que se construyen a su alrededor produce en los menores: depresión, ansiedad, trastornos del sueño, irritabilidad, agresividad, miedo, temor, aislamiento, desesperanza, desconsuelo, desconfianza, prevención, dificultades para establecer lazos afectivos con personas diferentes a su grupo, dificultad para trazar proyectos de vida por fuera del grupo, baja autoestima por las relaciones basadas en el autoritarismo y la negación de sus derechos, dificultad para tomar decisiones autónomas, estrés, indiferencia a la muerte y adaptación sicológica al fenómeno de la violencia, desarrollando formas de sentir, pensar y actuar que en muchos casos los hace parecer insensibles emocionalmente. Por otra parte, durante su permanencia en el grupo armado pocas veces pueden elaborar el duelo de manera adecuada, sobre todo cuando se enfrentan a situaciones de perdida de sus seres queridos. Por lo general, son privados de espacios físicos y temporales donde puedan expresar su pérdida, viéndose forzados a continuar con su rutina cotidiana. No obstante, la pérdida no sólo se da por la muerte, sino también por la separación cuando la posibilidad de regresar al seno de sus familias o mantener contacto con ellas se hace imposible. Incluso, en algunos casos, la separación del grupo armado también es percibida como una pérdida, pues su marco de referencia se desvanece y con él los lazos afectivos, los proyectos de vida y la propia identidad.

La guerra deja profundas huellas que determinan la identidad, los imaginarios y los modos de comprensión de la vida de los menores de edad. Los niños y niñas desvinculados no siempre logran romper los vínculos interiores que los unen con las prácticas de la muerte. El efecto más devastador del conflicto armado sobre la población infantil, que vive en las zonas de alta confrontación, es la formación de imaginarios favorables a la violencia. Los niños y niñas aprenden con facilidad que las armas dan la «razón», que la fuerza convertida en violencia ofrece espacios de reconocimiento y que, en actos de atrocidad en los que el cuerpo de los enemigos se mutila, queda establecido que la violencia se ejerce sin limites ni control (Grajales, 1999).

Un aspecto importante a tener en cuenta sobre la situación emocional que experimentan los menores durante su vinculación a un grupo armado, es la relación que establecen con el arma. Al aprender a vivir en estado de alerta total, su confianza sólo la depositan en el rifle, haciendo de éste un objeto receptor de sus afectos, símbolo de poder y compañía. Alrededor del poder de las armas se construye una ética organizadora de la vida, donde prima el orden de la imposición y la verticalidad de las relaciones. En los grupos armados, se obedece o se muere. El interés por ascender en la escala de mando da sentido a la vida: el mayor logro es llegar a ser comandante. La verticalidad descalifica, amilana y coarta iniciativas. La ejecución de órdenes, el sometimiento severo a normas de comportamiento y la represión del castigo, limitan la estructuración del pensamiento autónomo y la elaboración de alternativas para la solución de problemas. De acuerdo con Álvarez y Aguirre (2002:1999), dichos patrones se mantienen entre los menores de origen campesino después de la desvinculación, quienes requieren constante aprobación para realizar actividades sencillas, ya que temen efectuar actos por iniciativa propia debido a las constantes asociaciones que hacen entre sanción y acto realizado sin previa autorización. La orden es que deben permanecer atentos a recibir instrucciones, siguiendo patrones rígidos de disciplina.

Otro aspecto importante de referencia es la relación de los menores con el sexo. Diferentes autores coinciden en que la etapa de la adolescencia es importante en la construcción de imaginarios y significados sobre el sexo. En el caso de los menores vinculados a grupos armados, dicha construcción se asocia estrechamente a la posición que se tiene en la cadena de mando: las relaciones sexuales se perciben como relaciones de poder y el máximo poder lo tiene el comandante. Los menores internalizan normas de convivencia que conceden privilegios a los intereses del que tenga mayor poder, imposibilitando una opción de vida donde sus derechos sean una realidad (Sedky, 1999:121). Incluso, no es desconocido que las niñas y las adolescentes enlistadas en los grupos armados son discriminadas y agredidas sexualmente, obligándolas a usar una «T de cobre» para evitar embarazos y a abortar si es del caso. Las versiones dadas por algunas menores de edad, que fueron escogidas para satisfacer las necesidades sexuales de los compañeros de columna, son escalofriantes. Entre sus funciones, además de combatientes regulares, era la de servir de objetos sexuales (Grajales, 1999). Son conmovedores los testimonios que se leen en trabajos investigativos sobre los impactos de la guerra en los niños, niñas y adolescentes, no necesariamente militantes de algún grupo armado, como por ejemplo el una niña del Caquetá que afirma «Mi cuerpo es como una cobija de pobre: llena de remiendos» (Lozano, 2007).

Sobre la desvinculación de niños, niñas y adolescentes de grupos armados

En Colombia, el manejo jurídico de la desvinculación de menores del conflicto armado no tenía una ruta clara para dar respuesta a la problemática. Por lo general, los menores eran judicializados del mismo modo que cualquier menor infractor de la ley, negándosele la posibilidad de que se le restituyeran sus derechos. Sólo después del 2001 se empezó a considerar al menor excombatiente como víctima y no como actor armado del conflicto. Los niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados son entregados al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, entidad encargada de avisar al Ministerio de Defensa Nacional para que verifique su vinculación al grupo armado y al Ministerio del Interior para su seguimiento y posterior reconocimiento de beneficios. El programa de atención a niños, niñas y jóvenes desvinculados del conflicto está orientado a lo terapéutico, jurídico y pedagógico, y se desarrolla en tres tipos de centros: 1- Hogares transitorios, donde se confirman sus datos personales y la vinculación al grupo donde estuvo. 2- Centros de atención especializada, donde reciben atención terapéutica, pedagógica y capacitación vocacional, con el fin de prepararlos para una labor productiva en el corto plazo. Y se busca un acercamiento con sus familias. 3- Casas juveniles, que albergan los menores cuyos vínculos familiares no se pudieron restablecer. Allí conviven bajo la supervisión de un tutor y pueden permanecer hasta que cumplan la mayoría de edad o más tiempo, según sean las circunstancias (DNP, 2002). A modo ilustrativo, entre 1999 y 2005, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar atendió 2176 menores desvinculados del conflicto armado, de los cuales: 1570 (72.15%) eran de sexo masculino y 606 (27.85%) femenino; de ellos, 1185 militaron en las FARC, 631 en las AUC, 238 en el ELN y el resto, posiblemente en otros grupos. La desvinculación de los menores del conflicto, entendida como acto y como proceso, conlleva diversos efectos según las condiciones del caso, ya sea por deserción o por captura del menor. También influye el entorno, representado por la sociedad que lo recibe y al mismo tiempo lo estigmatiza por su condición de exintegrante de un grupo ilegal.

Según Álvarez y Aguirre (2002:205), los menores desvinculados de tales grupos presentan trastornos de estrés postraumático, principalmente los que fueron sometidos a eventos únicos y no recurrentes como los sucedidos en el momento de la captura por parte de organismos del Estado, las persecuciones emprendidas por compañeros del mismo grupo (en los casos de deserción), el recuerdo de las acciones bélicas en contra de la población civil en los que participaron y todos aquellos actos donde fueron obligados a propiciar acciones violentas en contra de sus familiares o personas significativas. Si la desvinculación parte de una decisión voluntaria del menor, es común que en él se presente incertidumbre sobre la pertinencia y oportunidad de la decisión por temor a represalias de sus excompañeros o de enemigos. Entre tanto, los niños y los adolescentes que han sido desvinculados por iniciativa del grupo armado, tienden a sentirse abandonados, desorientados, perseguidos, sin apoyo de sus antiguos compañeros y sin la guía de un «superior» que les diga qué hacer. En cierto sentido, deben asumir un desarraigo social. Por otra parte, aquellos menores que han sido capturados por la Policía o las Fuerzas Militares son los que afrontan mayores traumatismos emocionales, pues con frecuencia son interrogados una y otra vez para obtener información sobre el grupo al que pertenecieron y sus superiores. Es común que por el hecho de haber sido desvinculados a la fuerza deseen regresar a aquel (Méndez, 2003:118).

Ruiz (2002:38) indica que entre menos edad tenga un menor y mayor tiempo haya pasado vinculado al grupo armado, es mayor la dificultad para reconocer referentes de vida alternos, por lo que el proceso de desvinculación implica mayor impacto emocional: El proceso de desaprender las formas de relación mediadas por la lógica del grupo al que perteneció tiende a ser más lento y se observa la tendencia a reproducir esquemas de corte autoritario, así como mayor dificultad para adquirir destrezas diferentes a las del uso de las armas. Los menores de origen campesino, por lo general presentan dificultades para realizar actividades diferentes a las agrícolas, se muestran apáticos e indiferentes a otras actividades, lo cual agrava la visión que tienen de su futuro. De hecho, la desconfianza es uno de los aspectos más difíciles de manejar en la desvinculación, puesto que da lugar a conductas de aislamiento y silencio, limitando los contactos interpersonales y los apoyos sociales. Además, tal como lo expresan Álvarez y Aguirre.

Se observan reacciones emocionales de desesperanza y de incertidumbre, debido a que el niño no cuenta con perspectivas claras sobre su futuro. Se evidencia falta de un pensamiento congruente acerca de la que puede llegar a ser el desarrollo de la vida personal, ya sea de manera independiente o con la familia, por lo cual se le dificulta la planeación de procesos, y con frecuencia tienen fantasías de lo que podría ser su ideal de vida, llegando en casos extremos a desencadenar tentativas de suicidio o suicidios consumados (2002:200).

Una ruta para la atención a menores desvinculados del conflicto

A partir de lo expuesto, consideramos que una ruta de atención a menores desvinculados del conflicto y residentes en hogares transitorios, en el marco de programas o proyecto universitarios de servicio social debe poder articular los siguientes aspectos:

•Empoderamiento para la toma de decisiones, entendiendo el empoderamiento como las acciones encaminadas a la expansión de la libertad de escoger y actuar, aumentando la autoridad y el poder del individuo sobre los recursos y las decisiones que afectan su vida.

•Reconocimiento de que cada individuo es un sujeto con derechos y responsabilidades. El «darse cuenta» de que la permanencia en determinado grupo armado vulneró sus derechos como individuo y confirió a otros la responsabilidad sobre su vida y sus actos, debe también permitir un «darse cuenta» de que es posible vivir en sociedad haciendo uso de sus derechos y asumiendo responsabilidades como seres humanos y ciudadanos.

•Construcción de nuevas narrativas de vida. El buscar hacer catarsis sobre la experiencia vivida, mediante la atención psicosocial, debe formar parte de un proceso de cambio donde se quiera, de manera consciente, construir mundo con otros. Es decir, buscar darle un sentido diferente a la vida en interacción con otros.

De ahí que creamos que los jóvenes estudiantes universitarios ofrecen un gran potencial para interactuar con los menores desvinculados del conflicto, en programas y proyectos de atención integral, diseñados en ámbitos universitarios con el concurso o la anuencia del ICBF, así como de ONG´s interesadas en la misma problemática. Igualmente, creemos que es importante acoger el llamado de diferentes autores que reclaman que el «mundo de los adolescentes» ha sido construido más por los adultos que por los propios adolescentes. Es el «mundo de los adultos» con sus normas y reglas convencionales el que intensifica las contradicciones del adolescente, condicionadas por el descubrimiento de un nuevo cuerpo, la definición de su rol en la sociedad y de su nueva identidad; en lugar de hacerse cargo del proceso adolescente y de aceptarlo como un hecho normal, evitando todo intento de coartarlo o frenarlo (Aberasturi y Knobel, 1997). Por ello, de lo que se trata es de no buscar curar la crisis del adolescente, ni de acortarla, sino de acompañarla, de utilizarla para que el adolescente obtenga el mayor provecho de ella y pueda continuar su desarrollo progresivo hacia la etapa adulta.

Redondeando la reflexión

Con la expresión, el juego de la guerra, en el título de este artículo, queremos enfatizar que en el trasfondo del conflicto colombiano hay un juego de intereses radicales que ha venido utilizando a niños, niñas y adolescentes como peones de batalla, ahondando aún más las situaciones de injusticia social que, paradójicamente, hacen parte de las raíces del conflicto armado. No es desconocido que todo programa de atención psicosocial requiere de tiempo y esfuerzo para lograr que un menor maltratado se reencuentre con los valores positivos de la vida. Quienes hemos participado en proyectos interdisciplinarios orientados a brindar apoyo a personas en situación de vulnerabilidad social como consecuencia de la violencia, vemos que los procesos de restablecimiento emocional pueden ser muy lentos y que se requieren de una gran voluntad y sensibilidad humana por parte de quienes brindan el apoyo. Si bien la Corte Constitucional colombiana en la sentencia C-203-05, considera víctimas del conflicto armado a los menores desvinculados de éste, dicha condición no los exime de responsabilidades penales. En consecuencia, el proceso de restablecimiento de sus derechos, como correlato de la restauración de su dignidad e integridad como sujetos y de la capacidad para hacer un ejercicio efectivo de los derechos que le han sido vulnerados, tal como se lee en el artículo 50 de la Ley 1098 de 2006 (por la cual se expide el Código de la infancia y la adolescencia), se torna como un proceso difícil de acoplar con aquel otro en el que se busca una adecuada atención psicosocial. Dicho de otro modo, el estrés que genera resolver la situación penal dificulta la recuperación emocional. El drama que se vive en Colombia es de dimensiones inimaginables. Se habla de miles de menores de edad vinculados al conflicto armado que están creciendo sin conocer una vida diferente a la de estar sometidos a los avatares de la guerra. Entonces, ¿cómo se puede hablar de desarrollo sostenible como meta social en Colombia, tal como lo expresa la Constitución Política de 1991, si no se puede hacer sustentable la vida? El sentido de la vida es vivirla, pero vivirla con dignidad siendo responsables consigo mismos, con los otros y con el entorno. Colombia necesita de un nuevo pacto social para asumir esto como un reto.


1 La investigación realizada para este artículo está basada en un análisis documental realizado por los autores en el marco de un acuerdo entre grupos de investigación de las Universidades Antonio Nariño y Colegio Mayor de Cundinamarca, adscritas a la Asociación Grupo Interuniversitario Investigare.

2 Antropólogo y Especialista en Antropología Forense de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Desarrollo Regional de la Universidad de los Andes. Candidato a Doctor en Desarrollo Sustentable de la Universidad Bolivariana de Chile. Investigador del grupo Urdimbre, sobre las problemáticas del conflicto social en Colombia, adscrito a la Universidad Antonio Nariño. Docente de antropología en la Pontificia Universidad Javeriana.

3 Trabajadora Social y Especialista en Promoción en Salud y Desarrollo Humano de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca. Magíster en Planeación Socioeconómica de la Universidad Santo Tomás de Aquino. Docente e Investigadora del Grupo Odisea de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca.


 

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