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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.8 Bogotá Jan./June 2008

 

Re-pensando la geopolítica del conocimiento: reto a las violaciones imperiales1

 

Rethinking the Geopolitics of Knowledge: A Challenge to Imperial Visions

 

Re-pensando a geopolítica do conhecimento: desafio às visões imperiais.

 

David Slater2

Loughborough University, UK d.slater@lboro.ac.uk

Recibido: 10 de enero de 2008 Aceptado: 24 de abril de 2008


 

Resumen

El objetivo global de estas notas exploratorias es abrir el debate sobre ciertos aspectos importantes de las intersecciones entre poder, conocimiento y geopolítica, y hacerlo en el contexto del resurgimiento de visiones imperiales y de la necesidad urgente de una descolonización de la imaginación. El terreno analítico es extenso y las vías de pensamiento esbozadas aquí representan un intento de contribuir a una serie actual de estudios y proyectos de investigación que retan viejas y nuevas formas de perspectiva colonial e imperial. Partiendo de una primera y breve reflexión sobre poder, conocimiento y geopolítica, el estudio valora la importancia de lo crítico en el conocimiento crítico para a continuación refutar el predominio del pensamiento euroamericano, para llegar a una consideración final acerca de la importancia del poder colonial e imperial.

Palabras clave: poder/conocimiento, geopolítica, pensamiento crítico, diferencia colonial/imperial.

Palabras clave descriptores: movimientos sociales, movimientos indígenas - América Latina.


 

Abstract

The global objective of these exploratory notes is to open the debate about certain important aspects of the intersections between power, knowledge and geopolitics, and doing so in the context of the resurgence of imperial visions and the urgent need for a decolonialization of the imagination. The analytical terrain is vast, and the paths of thought outlined here represent an attempt to contribute to an actual series of studies and investigative projects that challenge old and new forms of colonial and imperial perspective. Based on a first and brief exploration of power, knowledge and geopolitics, the study values the importance of the critical in critical knowledge in order to, subsequently, refute the predominance of Euro-American thought, to arrive at a final observation about the importance of colonial and imperial power.

Key words: power/knowledge, geopolitics, critical thinking, colonial/imperial difference.

Key words plus: social movements, indians movements - Latin America.


 

Resumo

O objetivo global destas notas exploratórias é abrir o debate sobre certos aspectos importantes das interseções entre poder, conhecimento e geopolítica, e fazê-lo no contexto do re-surgimento das visões imperais e da necessidade urgente de uma descolonização da imaginação. O terreno analítico é extenso e as vias de pensamento esboçadas aqui representam uma tentativa de contribuir para uma série atual de estudos e projetos de pesquisa que desafiam antigas e novas formas de perspectiva colonial e imperial. Partindo de uma primeira e breve reflexão sobre poder, conhecimento e geopolítica, o estudo valoriza a importância do crítico no conhecimento crítico para, em seguida, refutar a precedência do pensamento euro-americano. A idéia é chegar a uma consideração final acerca da importância do poder colonial e imperial.

Palavras-chave: poder colonial, poder imperial, conhecimento, geopolítica.


 

La presencia predatoria del colonizador, su deseo desaforado de dominar no sólo el espacio físico sino también los espacios históricos y culturales de aquellos invadidos, sus maneras dominadoras, su poder subyugador sobre tierras y gentes, su incontrolada ambición de destruir la identidad cultural del indígena, considerados como inferiores cuasi-bestias - nada de eso puede ser olvidado...

Paulo Freire (2004: 53-54)

Dice usted que en la tierra caen el trigo y la cizaña, y que sólo el trigo da pan. Tiene usted razón. Acá decimos que en la tierra caen el cinismo y la rebeldía, y que sólo la rebeldía da mañanas.

Subcomandante Marcos (2001: 87).

I. Poder, conocimiento, geopolítica

Hay muchas maneras de ilustrar los traslapos y las intersecciones entre poder, conocimiento y geopolítica. Comienzo haciendo referencia al trabajo del influyente teórico de las sociedades occidentales, Zygmunt Bauman. Para Bauman (1999), una característica clave de nuestro periodo es el hecho de que el poder verdadero fluye y que, debido a su movilidad cada vez menos limitada, puede ser considerado como extraterritorial. Hoy en día, por tanto, los principales factores que marcan las agendas son «presiones del mercado» que a su vez están reemplazando la legislación política, y mientras que el espacio geográfico se mantiene como hogar de la política, el capital y la información habitan un ciberespacio en el cual el espacio físico se ve neutralizado. La era del espacio fue la época en que las fronteras se podían impermeabilizar, pero ahora, tras el 11 de Septiembre, todo esto ha cambiado ya que nadie puede desvincularse del resto del mundo. Los lugares ya no protegen, y las amenazas y la seguridad se han convertido en «asuntos extraterritoriales (y difusos) que evaden soluciones territoriales (y concretas)» (Bauman, 2002:88-89). Hay un número de puntos que son relevantes para el tema central de mi argumentación. Primeramente, es útil que recordemos la diferencia y también la conexión entre el «poder sobre» y el «poder hacia». El primer término está asociado con un estado de dominación en el cual un agente es capaz de ejercer una influencia que repercute sobre otro agente (o sujeto social) y en el que las relaciones de poder se caracterizan por una cierta rigidez, de tal manera que pueden aparecer congeladas en el tiempo y en el espacio. En contraste, el «poder hacia» se puede referir a la habilidad de resistir o contrapasar la influencia de otro, especialmente demostrada en los efectos de acción colectiva y movimientos sociales radicales. otras palabras, la resistencia hacia la injusticia social o hacia formas de opresión pueden ser consideradas en sí mismas como una forma de poder en cuanto el poder consiste en una capacidad para retar y actuar en contra de dispositivos existentes del «poder sobre». En ambos tipos de poder, se puede argumentar que no hay razón justificable para excluir dominio o espacio de efectos alguno. Con el «poder sobre», las fuerzas de la globalización (como, por ejemplo, el rol de las compañías transnacionales) pueden ser consideradas como parte del espacio de flujos tal y como las contemplaba Bauman, pero este tipo de poder requiere una conexión con las estructuras de la normativa del Estado, para que su impacto pueda ser interiorizado con efectividad, existiendo tanto territorial como extraterritorialmente. Correlativamente, movimientos sociales como el de los zapatistas en México ejercen una especie de contrapoder que se manifiesta en múltiples espacios: el comunal o local, el regional, el nacional, el supranacional y el global. Es necesario recalcar aquí, por tanto, que mientras que en nuestra era global el poder parece fluir con mayor rapidez y extensión debido a la incrementada eficiencia de las redes de comunicación y de la existencia de una mayor interconexión global, al mismo tiempo viejas formas del «poder sobre», que están plantadas en el ámbito de Estados territoriales, continúan siendo altamente significativas. Asimismo, el «poder hacia», arraigado en la forma de movilizaciones colectivas, ha encontrado un cierto número de expresiones, dos de las cuales pueden ser apuntadas aquí. La primera, de la que son buena muestra una amplia gama de movimientos indígenas en América Latina, destacando entre ellos de manera notable los zapatistas en México3, está dentro de los confines de los Estados-nación, donde han surgido luchas que, a la vez que desarrollan y mantienen enlaces transnacionales, están arraigadas en la política territorial de ciertas Naciones-Estado donde las movilizaciones abarcan los diversos dominios espaciales (local, regional y nacional) del quehacer político. La segunda, de la que es buen ejemplo el Foro Social Mundial fundado en Porto Alegre (Brasil), surge en ciertos contextos donde se han unido movimientos y asociaciones a través de espacios nacionales para forjar nuevos tipos de poder colectivo que son a la vez transnacionales y nacionales4. De manera parecida, en las manifestaciones globales en contra de la inminente invasión de Irak en 2003, la capacidad de retar y oponerse era parte de un alternativo «flujo de poder», sobre todo vinculado a través del ciberespacio y de la globalidad de la imagen televisiva, pero con el flujo de «poder hacia» también enraizado en espacios nacionales. En este sentido, pues, el «poder hacia» necesita ser visto como fluyendo a través de múltiples espacios los cuales no deberían estar limitados a un solo significante, ya sea éste global, nacional o local.

Un segundo punto que surge de la perspectiva de Bauman concierne al hecho de que, tras Foucault, es menester que cada uno recuerde que el poder es construido y opera en relación a una gama de asuntos que abarcan desde las estructuras macro de la economía hasta ―a través del dominio del Estado― instituciones sociales tales como el colegio, el hospital y el manicomio. Una historia completa de los espacios está aún por ser escrita, argumenta Foucault, y este sería la historia de los poderes desde «las grandes estrategias de la geopolítica a las pequeñas tácticas del hábitat» (Foucault, 1980:149). Es precisamente este sentido de apertura y pluralidad al análisis del poder el que puede permitirnos hacer esta historia de los espacios, ya que evita aquella posición que tendería a obscurecer las complejas multiplicidades de la relaciones de poder. Lo que también hay que tener en cuenta, y esto sería un tercer punto, es la conexión íntima entre las relaciones de poder (como, por ejemplo, autoridad, coacción, dominación, persuasión o seducción) y los modos de conocimiento que confieren al poder su potencial de efectividad. Tal y como lo expresó Foucault (1979:27), no hay relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de conocimiento. Conocimiento y poder están entrelazados, y la manera en que los conocimientos son representados y empleados es central a dicha interrelación. Del mismo modo, ya que se puede argumentar que el poder tiene su traslapo de «poder sobre» y «poder hacia», así también se puede considerar que el conocimiento tiene la dualidad del «conocimiento sobre» y el «conocimiento hacia», de tal manera que el primero se puede asociar con conocimiento que es producido como parte de un proyecto de mando y dominación (como los informes del Banco Mundial o del FMI), en tanto que el segundo se puede asociar a movimientos sociales que producen conocimientos alternativos como parte de un proyecto (por ejemplo, retando los efectos de la globalización neoliberal). Esto nos lleva a un cuarto punto que es eje de toda la discusión. Poder y conocimiento necesitan estar conectados a las cuestiones de la representación. Una perspectiva crítica cuestionaría las geografías de referencia para uno mismo y para otro, y su interrelación o intersubjetividad. Por ejemplo, lo que falta tanto en Bauman como en Foucault, y también en los trabajos de tantos otros teóricos y filósofos de las sociedades occidentales, es un sentido de la diferencia que marcan las relaciones coloniales e imperiales en los modos en que poder, política y conocimiento se combinan y afectan el cambio social. Spivak (1999), por ejemplo, en su trabajo sobre lo poscolonial nos ha recordado de manera relevante la «ignorancia sancionada» y la ceguera ante las etapas coloniales e imperiales en el pensamiento occidental posestructuralista. Las maneras en que se han representado -y se sigue representando- al otro no-occidental se refleja en una amplia gama de formas subordinadas de clasificación, vigilancia, negación, apropiación y envilecimiento en contraste con una autoafirmación positiva de la identidad occidental (ver, por ejemplo, Spurr, 1993). Estas formas de representación, analizadas incisivamente por Said (1978, 1993), encuentran expresión dentro del marco de las relaciones entre Norte y Sur, tras 1989, y su producción es vital para sustentar ciertas relaciones de poder y subordinación (para un análisis, ver, Doty, 1996). Habiendo considerado brevemente algunos puntos clave concernientes a los trasalapes de poder, conocimiento y geopolítica, y habiendo también señalado la importancia de cómo estas intersecciones se representan, principalmente, en el contexto de las relaciones entre Norte y Sur, es ahora necesario plantearse la siguiente cuestión: ¿qué tipo de perspectiva sería la más apropiada o, más concretamente, cómo podemos pensar críticamente en este campo de investigación ―cómo contextualizamos, por ejemplo, lo crítico en el análisis crítico―?

II. Lo crítico y la política del conocimiento

En su argumentación acerca de las diferencias entre las teorías tradicionales y críticas de la cultura, el científico social colombiano Castro-Gómez (2000) recalca un punto según el cual el objetivo fundamental de la teoría crítica es reflexionar acerca de las estructuras sobre las que se construyen la realidad social y las teorías que tratan de comprenderla, incluyendo la propia teoría crítica. La cultura, sugiere él, se puede considerar como la red de relaciones de poder que produce valores, creencias y formas de conocimiento. Además, «el teórico no es un sujeto pasivo que asume una actitud científica, objetiva y neutral, sino un sujeto activo que se encuentra afectado por las mismas contradicciones sociales que el objeto al que escrutina» (Castro-Gómez, 2000:507). Ser crítico implica retar y negarse a aceptar la disposición dada de las relaciones de poder a la vez que tratar de descubrir caminos alternativos para un mundo justo, igual y emancipador. También requiere asumir una posición de autorreflexión tal que el sujeto de la investigación crítica esté abierto a ser retado y rebatido. Ser crítico se puede situar atendiendo a un número de criterios que ilustran y sugieren un terreno de pensamiento mucho más amplio5. A continuación señalamos unos cuantos temas, que se podrían desarrollar con mucho mayor detalle, pero el objetivo aquí es señalar brevemente su importancia antes de entrar a debatir el euroamericanismo y la relación imperial.

1. La presencia de la ausencia. Cuando se trata el fenómeno de los silencios y las omisiones es importante recordar debates tanto de los temas u objetos del conocimiento como de los agentes o sujetos del conocimiento. En lo que se refiere al objeto de análisis, se halla un silencio sintomático en los estudios occidentales de la modernidad y de la democracia que ignoran o apartan el impacto crucial de la diferencia colonial/imperial en la formación del sistema mundial. Enrique Dussel (1996) ha mostrado cómo esta diferencia ha afectado no sólo a las esferas socioeconómicas y políticas sino también a la esfera del conocimiento, de tal modo que la conquista antecede y estructura el contexto en el cual se formuló, sustentó y reprodujo una perspectiva cartesiana de pensamiento y racionalidad en el mundo occidental. Adicionalmente, Dussel (2002) llama nuestra atención sobre la naturaleza múltiple de la modernidad, sugiriendo el término «transmodernidad» para reemplazar la noción unilateral occidental de una modernidad singular. Afecta de manera crucial a dicha ausencia o silencio, que sigue siendo característico de los escritos occidentales, una nula apreciación del significado global de la invasión, penetración y posesión occidentales sobre las sociedades no-occidentales, la cual ha tenido y continúa teniendo un impacto asimétrico en la formación del sistema global. Además, la exclusión o la inclusión subordinada del otro-intelectual, ubicado en el Sur, reflejan una dimensión adicional del privilegio occidental. Señalar tal ausencia no implica un retrato idealizado y sin crítica del otro no-occidental sino más bien debería conducir tanto a un cuestionamiento crítico de los escritos que hacen invisible al Sur intelectual, como a una apertura y ensanchamiento del terreno analítico, confiriendo a la ausencia una presencia crítica. La ausencia, por tanto, tiene una dualidad tal y como se ha definido aquí: es temática y conceptual, y está también presente en relación a la exclusión diferencial de agentes de conocimiento ubicados en el Sur.

2. Representando perspectivas teóricas. Ser crítico también debe vincularse al modo en que las posiciones teóricas se sitúan y se representan. Una perspectiva crítica debe engranar con la naturaleza conceptual del conocimiento y, en particular, se puede sugerir que las diferencias y similitudes dentro de sistemas de pensamiento dados, tales como el análisis marxista, precisan ser identificadas. La diferencia, por ejemplo, entre Marx y Gramsci con respecto a la conceptualización de la dinámica de lo político, por la cual Gramsci comenzó a alejarse del centralismo de la clase con sus conceptos de hegemonía y voluntades colectivas, puede alertarnos del peligro de esencializar una tradición teórica dada6. De modo similar, tal y como he mostrado en otras ocasiones (Slater, 2004), es importante esbozar las diferentes tendencias dentro del pensamiento posmoderno con referencia a la caracterización de las relaciones Norte-Sur. Al mismo tiempo, es necesario ser consciente de los cambios conceptuales e innovaciones en el seno de discursos conformistas tales como la perspectiva neoliberal en cuanto al desarrollo y la globalización, en la cual términos como «ajuste estructural», «buen gobierno», «Estados mínimos» y «capital social» reflejan un repertorio conceptual en expansión que ha sido afectado por circunstancias geopolíticas cambiantes. Ser crítico en este contexto de tratamiento del análisis teórico requiere una combinación de consistencia conceptual y apertura a nuevas interpretaciones con el objetivo de evitar tendencias rígidas al tiempo que se es cauteloso de un eclecticismo amorfo. Además, como se debatirá más adelante, las geografías de la producción, circulación y consumo del trabajo teórico precisan ser valoradas críticamente en el marco del «occidentocentrismo».

3. Relaciones poder/conocimiento. Mientras que la indivisibilidad de poder y conocimiento ya ha sido señalada, y conectada con la política de representación, es bastante evidente que el binomio poder/conocimiento puede llevarnos a un extenso terreno analítico. Por tanto, y para apoyar mi presente argumento, me gustaría mencionar cuatro puntos interrelacionados: a) ser crítico conlleva ser consciente del modo en que percepciones de eventos geopolíticos clave, tales como la caída del Muro de Berlín en 1989 o el 11 de Septiembre, encarrilaron nuevas interpretaciones y prioridades temáticas; lo cual es especialmente relevante en el sentido de que una perspectiva crítica debe retar los discursos de política mundial oficiales, tanto en términos del sentido que se le da a eventos específicos, como también a los indicadores subyacentes de interpretación y acción estratégica; b) asumir una postura crítica también requiere escrutar el conocimiento que se produce desde instituciones internacionales como el Banco Mundial, el FMI y la OCDE, ya que el «poder sobre» de tales organizaciones no sólo abarca efectos de normativas actuales sino también la manera en que se enmarcan tales normativas y se estructuran los discursos oficiales del «conocimiento sobre»7; c) ser crítico en relación al binomio poder/conocimiento también requiere desarrollar un enfoque que considere que los procesos sociales ocasionan ganadores y perdedores, costes y beneficios, así que procesos tales como la globalización o el desarrollo no se prevén implícitamente como beneficiosos para todos los afectados8; y d) en referencia a la diferencia que marcan los agentes del conocimiento, una perspectiva crítica ha de incluir un análisis de las contrarrepresentaciones de estos procesos sociales que han sido desarrollados en el Sur global, y tal análisis puede ser considerado como parte de la descolonización del conocimiento (para una consideración general, ver, por ejemplo, Grosfoguel et al., 2005).

4. Apertura a lo diferente y las dinámicas del pensamiento. Se puede considerar que mantener una perspectiva crítica implica una apertura a aprender de interpretaciones opuestas y a aceptar tanto la realidad de la omnipresente diversidad del conocimiento como la dinámica y contradicciones que afectan las trayectorias individuales de autores concretos. Estar abiertos a interpretaciones que entran en conflicto con el enfoque adoptado puede ser de ayuda para poner a punto argumentos concretos y para permitir que el escritor evite los obstáculos de una orientación inflexible o dogmática. En este contexto, puede resultar difícil encontrar un equilibrio entre mantener una perspectiva consistente y coherente y estar abierto a las implicaciones analíticas de una postura contraria, y las decisiones tomadas son parte integral de la positiva diversidad de la producción del conocimiento. De modo parecido, vale la pena estar abierto al punto que se refiere a que la diversidad del conocimiento alarga el ciclo vital de autores concretos: Marx, por ejemplo, tuvo importantes cambios de pensamiento en el modo en que teorizó sociedades no-occidentales, así que en sus últimos años sus escritos acerca del colonialismo en la India estuvieron más cerca de los escritos sobre la dependencia producidos en el siglo XX que a sus propios escritos anteriores9. Aquí, finalmente, es relevante que recordemos la observación de Said (1978) acerca del argumento de Gramsci de la necesidad para todos los escritores de elaborar un inventario intelectual de su trabajo para evaluar cómo las circunstancias de la vida unidas al cambio social habían impactado su trayectoria de pensamiento en desarrollo. Este vínculo evidente entre lo personal/político y lo intelectual lo es mucho más en el trabajo de teóricas feministas cuyas originalidades conceptuales no pueden ser comprendidas fuera del contexto de su propia experiencia en cuanto a discriminación de género y opresión10. Y, de modo similar, se puede sugerir que la literatura más profunda acerca de la raza y lo étnico ha sido producida por escritores que de hecho han experimentado el lado duro de la discriminación racial.

5. Deconstrucción y reconstrucción. Las críticas constituyen modos de escritura que retan y cuestionan la manera en que enmarcamos nuestro pensamiento. También son parte de una genealogía del conocimiento que puede considerarse que incluyan la recuperación de intervenciones ocultas y/o olvidadas. El pensamiento crítico en la forma de genealogía se puede interpretar como ruptura y como renovación; busca liberarse de los regímenes de verdad conformistas y también contrarresta la razón cínica que sofocaría todas las formas de conciencia oposicional, negando la viabilidad de cualquier alternativa a la disposición de las relaciones de poder establecidas. Poner en duda textos y documentos a través del rastreo de la persistencia de ausencias puede conducir al surgimiento de lecturas alternativas, y de reconstrucciones que constituyan el trazado de nuevos caminos conceptuales y temáticos. Así, por ejemplo, concentrarse en el silencio en torno a la colonialidad del poder en muchas lecturas occidentales de la historia mundial puede llevarnos a puntos de partida alternativos y perspectivas contrastadas sobre la globalización, tal y como, por ejemplo, ha mostrado Quijano (2000).

6. Reflexividad y las geografías de referencia y situación. Un elemento clave del pensamiento crítico debe involucrar la ubicación del conocimiento, las geografías de referencia y la posicionalidad del autor. Desde las primeras críticas feministas de la teoría política (ver, por ejemplo, Pateman, 1971), se argumentó que el individuo en el análisis del pensamiento político siempre debía de ser un individuo varón y que la masculinidad era la norma. La sintomática invisibilidad de la mujer fue puesta de manifiesto por escritoras feministas y el asunto de quién habla y qué voz se escucha se posicionó de una manera específica en cuanto al género. Este tipo de crítica feminista no sólo señaló la inclinación androcéntrica de la teoría política, sino que también provocó un enfoque más habilitador de las relaciones de género como parte de un proyecto de reconstrucción analítica. De modo similar, otras teóricas feministas tales como Mohanty (1988) y Spivak (1988) incluyeron en la agenda las cuestiones de la raza y de las relaciones occidente/no-occidente argumentando que gran parte de la teoría occidental, incluyendo el feminismo occidental, empleaba categorías occidentales de manera universalista a la vez que marginaba las contribuciones conceptuales de escritoras no-occidentales. De ahí, por tanto, la ubicación del conocimiento conectado con el género y con las diferencias occidente/no-occidente de un modo que también ayudó a enfocar las cuestiones de las geografías de referencia y de la posicionalidad diversa del autor. Las geografías de referencia pueden llevarnos a una debate acerca de las maneras en que la ubicación geográfica afecta, implícita y explícitamente, el encuadre, la contextualización y la orientación analítica de un texto determinado y que el hacer asociaciones explícitas entre ubicación y dirección temática puede considerarse un elemento constructivo en el pensamiento crítico. Un ejemplo al que volveremos más adelante concierne el modo en que Occidente, como particularidad geopolítica/epistémica, obtiene relevancia universalista en un amplio registro de la literatura euroamericana. Finalmente, se puede inferir que la posicionalidad del escritor se refiera a una serie de temas vinculados, entre otras cosas, al colonialismo, el imperialismo, la justicia social, el género, la raza y a formas de opresión que requieren la formulación de una postura ética crítica y eludir una actitud espuria de «objetividad equilibrada» y neutralidad analítica aparente. Habiendo esbozado algunas facetas del pensamiento crítico, ahora es necesario establecer una conexión con los modos en que se enmarcan las comprensiones de las relaciones globales y, en particular, centrarse en los límites de las perspectivas euroamericanas.

III. Más allá del euroamericanismo

Tal y como he sugerido en otras ocasiones (Slater, 2004), el euroamericanismo, como perspectiva «occidentocéntrica», puede representarse como teniendo tres rasgos constituyentes: a) una tendencia a presentar Occidente en términos de una serie de atributos especiales o primarios de desarrollo propio, tales como racionalidad, democracia, modernidad, y derechos humanos que no pueden hallarse en otras partes; b) la matriz esencial de atributos que supuestamente sólo posee Occidente es considerada intrínseca al desarrollo europeo y americano, y no como el producto de encuentro cultural cruzado alguno, y c) el desarrollo de Occidente se considera constituyente de un paso universal para la humanidad entera, o, tal y como lo expresó Hegel (1967:212), Europa se podía definir como sinónimo del pensamiento y lo universal. Adicionalmente, en un marco euroamericano, estos tres rasgos tienden a asociarse con esencializaciones negativas del otro no-occidental, de tal manera que mientas se considera a Occidente como motor esencial del progreso, la civilización, la modernidad y el desarrollo, el no-Occidente se considera un receptor pasivo o recalcitrante, lo cual no se aleja mucho de la posición hegeliana de ver la población no-occidental como un «nivel bajo de civilización». Tal perspectiva encuentra resonancia en el campo de estudios de desarrollo de tal manera que, por ejemplo, según un documento de la OCDE bastante reciente, a principios de 1950 «la mayoría de la gente fuera de países desarrollados vivían tal y como habían vivido siempre, luchando en el límite de la subsistencia, sin apenas conocimiento de los asuntos globales o nacionales, ni voz propia en ellos, y pocas expectativas más allá de una vida corta de trabajo duro con pocas recompensas a cambio» (OCDE, 1996:6). Esta imagen de estancamiento, falta de conocimiento y participación política, privaciones extendidas y de continuidad negativa contrasta con la realidad vibrante del cambio urbano-industrial ya en marcha en muchas partes de América Latina en aquellos tiempos, principalmente en Argentina, Brasil y México, y de corrientes heterogéneas de nacionalismo por toda Asia, África y Latina, y de incipientes formas de gobierno democrático en establecidas mucho antes de principios de 1950. Los retratos negativos del mundo no-occidental en los cuales se destaca el autoritarismo, la corrupción, los conflictos étnicos, la violencia y la polarización social, contrastan de manera destacada con representaciones de Occidente en las cuales algunos de estos rasgos se pueden mencionar pero que están contextualizados como fenómenos discretos o aislados ―no se emplean para cuestionar la sociedad occidental en su totalidad, mientras que en el caso del no-Occidente tales rasgos se asocian a un enjuiciamiento esencialmente negativo de lo que sería el fracaso de las sociedades no-occidentales en su conjunto (para una discusión de este punto, ver Lazreg, 2002)―. Esto plantea la cuestión no sólo del tipo de categorías del pensamiento que se están empleando sino de la manera en que se emplean y la política de su contextualización (ver, por ejemplo, Bourdieu y Wacquant, 1999; Lal, 2002). Una manera de ilustrar brevemente este problema es observar cómo los discursos occidentales de democracia y liberalismo tienden a crear una posición privilegiada para Occidente a la vez que reproducen un lugar subordinado para las sociedades del Sur global11. Dicho argumento se puede resumir en cinco puntos12.

Primero, eventos geopolíticos importantes que han sucedido en la periferia son frecuentemente excluidos de informes occidentales de la historia democrática global. Por ejemplo, Trouillot (1995), en su estudio del «silenciamiento del pasado» demuestra cómo en buena parte de la erudición occidental, incluyendo tanto la angloamericana y la francesa, la revolución haitiana ―y su conexión fundamental con diversos asuntos de racismo, esclavitud y colonialismo― ha sido predominantemente borrada de la historia o arramblada a un lugar que no se corresponde con su gran relevancia. Un largo proceso de rebelión social a partir del levantamiento inicial de los esclavos en 1791 y hasta la proclamación de independencia en 1804 representa una lucha autóctona por la libertad, la dignidad y la independencia, y como tal proceso social tiene unas implicaciones clave para la comprensión global de las políticas democráticas. Como ha sugerido Dubois (2000: 22), los esclavos insurgentes reclamando la ciudadanía republicana y la igualdad racial expandieron y globalizaron la idea de los derechos, de forma tal que el desarrollo en las Antillas «de hecho se adelantó a la imaginación política de la metrópoli, transformando las posibilidades contenidas en la idea de ciudadanía». Dicho de otro modo, y en oposición al discurso occidental, la revolución haitiana nos ofrece un ejemplo de cómo la periferia iba por delante del centro en la formulación de una posición multidimensional sobre la democracia y los derechos humanos (para un debate útil ver, por ejemplo, Lander, 2000:28-30).

En segundo lugar, siempre conviene tener en mente ―recordar― que en contraste con el discurso oficial de la difusión occidental de la democracia hacia las regiones no-occidentales, los acontecimientos históricos reales se caracterizan por intervenciones geopolíticas que han finalizado experimentos democráticos en el Tercer Mundo. Las intervenciones estadounidenses en Guatemala en 1954 y en Chile en 1973, así como la intervención angloestadounidense en Irán en 1953 representan ejemplos de incursiones imperialistas que aseguraron el derrocamiento de gobiernos elegidos democráticamente y su reemplazo por regímenes militares. En los ejemplos de la República Dominicana en 1965 y Nicaragua en la década de 1980, las intervenciones aseguraron el emplazamiento de gobiernos proestadounidenses, al igual que en el caso de Panamá en 198913. Además, el apoyo de EE. UU. a regímenes militares como los de Brasil de 1964, o Argentina en 1976, o Indonesia en 1965 socavan la noción de que Occidente ―o más concretamente EE. UU.― haya sido siempre un defensor de la libertad y la democracia14.

Tercero, una noción occidental de «democracia» fundamentada en mercados libres, competencia electoral e individualismo, ha proporcionado un patrón para justificar intervenciones geopolíticas tales como la de la región centroamericana y caribeña en la década del 1980 (Carothers, 1991)15. Falk (1995) se ha referido a este fenómeno como la apropiación geopolítica de «la democracia», señalando anticipadamente la importancia de la lucha actual en torno a los significados de democracia y democratización. Esto tiene mucha resonancia contemporánea ya que el poder de Estados Unidos para inmiscuirse en «cambios de régimen» está justificado por la idea que tal cambio provocará nuevos surgimientos de democracia en el mundo, como en Afganistán y en Irak16. Lo que aquí conviene rebatir no es únicamente el «velo de democracia» bajo el cual se encuentran intereses geopolíticos vitales, sino también la definición euroamericana de la democracia, la cual ignora o malinterpreta tradiciones y prácticas no-occidentales de tomas de decisión colectivas y de democracia popular.

Cuarto, es preciso recordar que muchos de los textos occidentales fundacionales de la democracia se han caracterizados por afirmar privilegios etnocéntricos, lo que a menudo ha sido ignorado entre sus comentaristas. Por ejemplo Tocqueville (1990), escribiendo hacia mediados del siglo XIX, vinculó la democracia estadounidense a una política fundacional de tal manera que la violencia contra el indio se podía consentir ya que los primeros indígenas carecían tanto de derechos sobre la tierra como de soberanía. Dado que se les consideraba una gente inferior, sus derechos, según el razonamiento racista de Tocqueville, podían ser negados legítimamente. Además, no sólo eran los indios los que se consideraban superfluos en el momento de fundación de la democracia sino que también se representaba a la población negra como una seria amenaza; Tocqueville (1990:356) escribió que «el más tremendo de todos los males que amenazan el futuro de la Unión proviene de la presencia de población negra en su territorio». De igual modo, J. S. Mill (1989) en la década de 1850 ligó el derecho a la justicia social y libertad con la existencia de una «comunidad civilizada». Para Mill, los principios de justicia solo podían ser aplicados a seres humanos con facultades maduras, así que se podían excluir de consideración «aquellos estados sociales subdesarrollados en los cuales la propia raza puede considerarse como rasgo de inmadurez» (Mill, 1989:13). Como consecuencia, «el despotismo es una forma legítima de gobierno al tratar con bárbaros, siendo el objetivo su mejora, y estando los medios justificados para llegar a tal fin» (Mill, 1989:13). Por supuesto que el terreno etnocéntrico sobre el que Mill construyó su argumento no era singular en el siglo XIX, ni tampoco en periodos subsiguientes, y la división binaria entre civilizados y bárbaros, o gentes con historia y aquellos desprovistos de ella, fueron argumentos reelaborados en el siglo XX bajo la forma de dicotomías moderno/tradicional, avanzado/primitivo y desarrollado/subdesarrollado. Lo que quiero decir aquí es que los razonamientos etnocéntricos y racistas que han permeado en Occidente los textos fundacionales sobre la democracia, la libertad y los derechos políticos ha tendido a ser envueltos en silencio en vez de ser examinados críticamente como parte de un análisis de los límites de las perspectivas euroamericanas en torno a la democracia y la política.

En quinto y último lugar, como se sugirió antes, la cuestión de los agentes del conocimiento nos conduce a destacar el hecho de que frecuentemente han sido autores no-occidentales quienes han introducido en la agenda muchos de los asuntos mencionados arriba. Autores como Dhaliwal (1996), Parekh (1993, 1999), Rivera (1990) y Sheth (1995) todos han argumentado, de maneras diferentes pero relacionadas entre sí, que las representaciones occidentales de la democracia y del liberalismo a menudo suponen que las disposiciones institucionales y los valores culturales tienen validez universal, pero pueden no ser aplicables a otras regiones del mundo. Estos cinco puntos ilustran brevemente algunos de los límites de las interpretaciones euroamericanas de la política democrática. También enlazan con uno de los silencios clave en las principales posturas occidentales, un silencio que afecta a una amplia gama de disciplinas.

IV. Acerca de la diferencia colonial/imperial

En su estimulante debate acerca de la antropología y los regímenes del conocimiento, Restrepo y Escobar (2005:104) sugieren que hay una importante dimensión geopolítica en la antropología que hay que hacer visible. Argumentan, concretamente, que el régimen moderno del poder es colonialista y que algunas de las implicaciones de este hecho han eludido el enfoque analítico de los antropólogos. Refiriéndose al trabajo de un grupo de autores latinoamericanos, en el que se incluyen a Dussel, a Mignolo y a Quijano, Restrepo y Escobar (2005) llaman nuestra atención sobre el concepto de «colonialidad», definida como la subordinación del conocimiento y la cultura de grupos oprimidos y excluidos que acompañó al colonialismo y que hoy en día continúa con la globalización. Tal colonialidad se considera constitutiva de la modernidad: «no hay modernidad sin colonialidad, y es así que la unidad adecuada de análisis no es la modernidad ―como lo es en todos los análisis intraeuropeos de la modernidad― sino la modernidad/colonialidad, o el sistema mundial moderno/colonial» (Restrepo y Escobar, 2005:104). Adentrémonos con más detalle en este concepto de colonialidad. Para Quijano (2000) aquello que hoy se denomina globalización es, de hecho, la culminación de un proceso iniciado con la formación de un capitalismo eurocéntrico como nuevo poder global, y uno de los componentes vitales de este modelo de poder es la clasificación social de la población mundial en torno a la idea de raza. Según Quijano (2000:533) el eje racial tiene un origen colonial, pero ha demostrado ser más duradero que el colonialismo en el que fue establecido, de tal manera que «el modelo de poder que hoy en día es globalmente hegemónico presupone un elemento de colonialidad». Además, el proceso de independencia de los Estados latinoamericanos no implicó el desarrollo de Estados-nación modernos, ya que no fue acompañado de la descolonización de la sociedad y más bien fue una «rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales» (Quijano, 2000:567). Por tanto, para Quijano no es posible encontrar en la América Latina de hoy en día una sociedad íntegramente nacionalizada, ni siquiera un Estado-nación genuino. La homogeneización nacional de la población únicamente podía haberse logrado a través de la democratización radical del Estado y de la sociedad, y tal proceso de democratización sólo podía ocurrir mediante la descolonización de las relaciones sociales, políticas y culturales que mantienen y reproducen la clasificación social racial. Por tanto, desde el punto de vista de los grupos dominantes «la construcción de la nación, y por encima de todo del central, ha sido conceptualizada y empleada en contra de los indios americanos, de los negros y de los mestizos» (Quijano, 2000:567). Como consecuencia, «la colonialidad del poder aún ejerce su dominación en la mayor parte de Latinoamérica, en contra de la democracia, la nacionalidad, la nación y el Estado-nación moderno» (Quijano, 2000:567).

Adoptando un punto de vista similar sobre la colonialidad del poder, Mignolo (2005: 11) nos relata que la lógica de la colonialidad puede considerarse como que trabaja a través de cuatro amplios dominios de la experiencia humana: 1) «la económica: apropiación de la tierra, explotación de la mano de obra y control financiero; 2) la política: control y autoridad; 3) la cívica: control de género y sexualidad; 4) la epistémica y la subjetivo/personal: control del conocimiento y de la subjetividad». Una vez más, tal y como vimos anteriormente, el binomio conocimiento/poder es vital, y en este punto Mignolo (2005) sugiere que lo que él denomina occidentalismo era y continúa siendo el nombre de aquella parte del planeta y la ubicación epistémica de aquellos quienes clasifican el planeta: «el occidentalismo no era sólo "un campo descriptivo" sino que también era ―y aún es― principalmente el locus de articulación; es decir, la localización epistémica a partir de la cual el mundo fue clasificado y evaluado» (Mignolo, 2005:42)17. Este sentido de privilegio epistémico que separa a Occidente del resto del mundo sigue siendo un componente básico de la geopolítica del conocimiento. Restrepo y Escobar (2005:115) nos ofrecen un ejemplo contemporáneo de lo que ellos denominan la «ignorancia asimétrica» que caracteriza a la antropología moderna, una ignorancia que de hecho también afecta a otras disciplinas. Las tradiciones de la antropología están todas basadas en Occidente y, tal y como indican Restrepo y Escobar (2005:115), los antropólogos que trabajan en el centro aprenden rápidamente que pueden ignorar lo que se hace en lugares periféricos sin pagar (o apenas pagando) por ello algún coste en lo profesional, mientras que cualquier antropólogo periférico que ignore el «centro» pone en tela de juicio su competencia profesional. Tal ignorancia asimétrica es caracterizada mediante el presupuesto occidental de que la teoría es un atributo occidental, y las regiones no-occidentales únicamente son relevantes como fuente de información, o como fuente de los materiales de conocimiento básicos, pero no como una base para la conceptualización y para la formación de teorías. En este contexto de asimetría, uno puede discernir situaciones en las que el científico social no-occidental está más globalizado en cuanto a su perspectiva de conocimiento, siendo más conocedor de la producción del conocimiento tanto occidental como no-occidental que su homólogo occidental quien está limitado a un marco occidental de comprensión en vez de a uno global. Es irónico que, debido a la naturaleza del occidentalismo, y en concreto por los propios límites de autoaislamiento occidental, una genuina perspectiva global del poder y del conocimiento es más difícil de conseguir dentro de Occidente que en el no-Occidente. Esto no debe tomarse como una diferenciación inflexible ya que, obviamente, lo que aquí debatimos es una tendencia dominante y no una fijeza de discurso; es obvio que uno puede encontrar eruditos prooccidentales ubicados en el Sur global, intelectuales que, por ejemplo, defienden los supuestos beneficios del neoliberalismo, a la par que en Occidente hay escritores que son capaces de y están dispuestos a ir más allá del occidentocentrismo. Pero yo argumentaría que la tendencia dominante se caracteriza por una asimetría que confiere a Occidente una posición central continuista y privilegiada en cuanto a la producción y distribución del conocimiento, principalmente del conocimiento teórico. Y aquí existe una relación interesante con la geopolítica general de las relaciones entre Norte y Sur. Por tanto, se puede argumentar que la cultura imperial nutre un tipo concreto de amnesia geopolítica. En el territorio original del Imperio, una visión esencializada de tierras colonizadas elimina el hecho brutal de la conquista y margina o reduce la historia de la dominación. Una contextualización anestesiante del encuentro colonial da énfasis a los supuestos beneficios del colonialismo como precursor del progreso y la modernización. Esta representación de la colonización está basada en una falta de respeto por, y reconocimiento hacia, los colonizados, quienes son retratados de una serie de maneras negativas tal y como se señaló previamente. Este tipo de asimetría del poder/conocimiento no depende únicamente de las capacidades económicas y militares, sino que está anclada a los efectos del enmarcado del discurso. poder del discurso implica implementar un régimen de verdad que se alienta, persuade e induce a adoptar y a hacer suyo a las naciones subalternas. Por tanto, la dependencia geopolítica puede verse como una limitación sobre el movimiento interpretativo independiente; las realidades de las relaciones de poder geopolíticas dificultan operar fuera de un marco occidental de verdad que es móvil y potencialmente envolvente. El caso más evidente de esto es el del discurso neoliberal que enmarca y da sentido al desarrollo, y según el cual la producción de conceptos de gobierno tales como «ajuste estructural», «buen gobierno» y «capital social» se acompaña de la puesta en práctica de políticas institucionalizadas fundamentadas en tales conceptos. Las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el FMI tienen el poder global para emplear tales políticas de forma que consolidan la naturaleza asimétrica de las relaciones entre Norte y Sur18.

Hay dos dimensiones en este tipo de asimetría: una tiene una clara dicotomía en cuanto a los efectos del poder/conocimiento a través de la línea divisoria entre Norte y Sur y la otra tiene una asimetría Norte-Sur arraigada en subjetividades diferenciales. Por lo tanto, tal y como se indicó anteriormente, el «poder sobre» contenido en el momento colonial/imperial exhibe una tendencia hacia la amnesia por parte de la sociedad imperial ―la sociedad dominante puede permitirse olvidar―. Sin embargo, y en contraste, las naciones subalternas son menos capaces de olvidar los efectos continuados del poder occidental desde la era colonial y hasta los tiempos neoliberales; la colonialidad del poder sigue repercutiendo en la realidad de la vida diaria en la periferia capitalista. De esta asimetría se deriva el potencial de resistencia, dado que la carga que supone la subordinación puede generar la chispa de la conciencia opositora. Esta conciencia opositora expresa una imaginación descolonizadora, localizable, por ejemplo, en los escritos y comunicaciones de los zapatistas y del Foro Social Mundial. No obstante, a pesar de la relevancia de tales movimientos y asociaciones, es también necesario evitar idealizar al resistente y tener en cuenta que el poder occidental no siempre es retado, ya que históricamente también ha sido aceptado por las elites tercermundistas y en otras ocasiones ha sido acogido con indiferencia política y/o alcanzado varios tipos de acomodamiento19. Hasta ahora, al darle forma a algunas ideas sobre la geopolítica del conocimiento, me he referido a la diferencia colonial e imperial y a la colonialidad del poder. Mientras que no hay espacio aquí para entrar en un análisis de las diferencias entre todos los términos que actualmente se utilizan (por ejemplo, colonialismo y colonialidad, imperialismo e imperialidad, neocolonialismo e imperio) quisiera concluir estas notas sugiriendo que la imperialidad del poder o, más concretamente, la relación imperial puede ser abordada del siguiente modo. Ante todo, quiero sugerir que la relación imperial tiene un ámbito potencialmente más amplio que la relación colonial en cuanto que un poder imperial, como lo es Estados Unidos, no ha necesitado, con la excepción de Filipinas y el caso ambivalente de Puerto Rico20, colonias para proyectar su voluntad en el mundo. Un poder imperial no precisa de colonias, y mientras que la colonialidad del poder es un término relacionado con, pero distinto deel colonialismo,21 y es un término con mucha mayor relevancia, se puede sugerir que la imperialidad del poder nos otorga un término de mayor alcance. Entonces, ¿cómo podríamos definir la relación imperial? Se pueden proponer tres elementos de esa definición, que están entrelazados entre sí.

Primero, uno puede proponer la existencia de una geopolítica de la invasividad expresada a través de estrategias de apropiación de recursos y materias primas y/o de aseguramiento de emplazamientos para bases militares, las cuales van acompañadas del establecimiento de unos nuevos diseños de infraestructuras y unas nuevas regulaciones gubernamentales. La invasividad, o los procesos de penetración en Estados, economías y órdenes sociales puede ser vinculada a lo que Harvey (2003) ha denominado «acumulación por medio de la desposesión», por la cual los recursos y la riqueza de sociedades periféricas son extraídas de manera continuada para beneficio del centro imperial. Pero tal invasividad también es cultural, política y psicológica; de hecho es un fenómeno multidimensional por el que las decisiones y las prácticas determinantes son trasladadas a la esfera de lo geopolítico. Por ejemplo, la violación de la soberanía en una sociedad del Tercer Mundo no es únicamente una cuestión de trasgresión de leyes internacionales sino que, a un nivel más profundo, refleja una negación de la voluntad y dignidad de otra gente y otra cultura. Las violaciones de soberanía niegan el derecho autónomo de sociedades periféricas a decidir por sí mismas sus propias trayectorias de existencia política y cultural, o como lo han expresado los zapatistas, la soberanía se puede concebir como el derecho de una nación a decidir su rumbo (EZLN, 2005).

En segundo lugar, a la invasividad de los proyectos imperialistas, le sigue la imposición de valores, maneras de pensar y prácticas institucionales dominantes desde el poder imperial sobre la sociedad sujeta a la incursión imperial. A veces esto se presenta como parte de un proyecto de «construcción de la nación», en el cual los parámetros efectivos de dominación reflejan una creencia clara en la superioridad de la cultura imperial de la institucionalización. Evidentemente, bajo el colonialismo tales imposiciones fueron transparentes y justificadas como parte de un proyecto occidental de llevar «la civilización» al Otro no-occidental. En la era contemporánea, y concretamente en relación con Irak, llevar allí la democracia y el neoliberalismo, al estilo estadounidense, han sido impuestos como parte de un proyecto de redibujar el mapa geopolítico de Oriente Medio (Achcar, 2004; Gregory, 2004; Taibo, 2004). Mientras que la violación de la soberanía se puede considerar más apropiadamente bajo la categoría de invasividad, la correlativa imposición de normas culturales y gubernamentales constituye un efecto de tal violación, aunque aquí el proceso de orientación geopolítica se puede interpretar mejor en términos de gubernamentalidad imperial. Tal gubernamentalidad incluye el establecimiento de normas básicas para la política democrática pero, fundamentalmente, la gubernamentalidad implica establecer nuevas normas, codificaciones y prácticas institucionales ancladas en un conjunto específico de racionalidades transferidas desde el exterior (o el «conocimiento sobre»), tales como desarrollo y democracia «dirigidos por el mercado», Estados efectivos, «buen gobierno», derechos de propiedad, «economías abiertas», etc. La imposición es, por tanto, un proyecto de transformación societaria que aspira a superar los gobiernos imperializados «propiedad» de y dirigidos por líderes domésticos. Que tales proyectos puedan resultar efectivos es altamente dudoso, dadas las realidades de su naturaleza impuesta, pero el resultado final dependerá mucho de las complejidades de la política nacional y local.

Tercero, es importante hacer hincapié en que la relación imperial conlleva una falta de respeto y reconocimiento hacia los colonizados o, expresado en términos más amplios, hacia la sociedad imperializada. Por tanto, los procesos de penetración e imposición son considerados como beneficiosos para las sociedades que están siendo arrastradas hacia la órbita del poder imperial. La supuesta superioridad del «progreso», «la modernización», «la democracia», «el desarrollo» y «la civilización» occidental son empleados para legitimar un proyecto de invasividad que perdura, caracterizado por una ausencia de reconocimiento hacia la autonomía, dignidad, soberanía y valores culturales de la sociedad imperializada. De manera general, hay una misión de occidentalizar el mundo no-occidental, y las resistencias a tal misión, especialmente en sus formas más militantes, se considera que son anormales e irracionales y que precisan represión y cura. Tal misión, reavivada a partir del 11 de Septiembre, se lleva a cabo con violencia, una violencia que cada vez se hace más aséptica mediante las representaciones occidentales de los «daños colaterales», las «reacciones desproporcionadas» y las imágenes tecnificadas del conflicto, donde la supuesta eficacia de la máquina eclipsa la angustia de la muerte, el dolor y las cicatrices físicas y psicológicas de la guerra.

V. Para concluir

Estos tres elementos de la relación imperial están entrelazados y son inseparables. Conectan el poder con el conocimiento de muchas maneras y captan un hecho geopolítico central en nuestra era. El resurgimiento de la imperialidad requiere una serie de respuestas y resistencias vibrantes, multidimensionales y fuertes. Debemos enfrentarnos a todo conocimiento disciplinario y académico que circunvale, ignore, empequeñezca, margine, niegue y justifique tal resurgimiento. La descolonización del conocimiento debe incluir una crítica continuada del recrudecimiento de la arrogancia y ambición imperiales. Estas notas conforman un camino introductorio para contribuir a una crítica tal. Necesitamos rebeldía,22 memoria crítica, fuerza analítica y compromiso ético, como nunca antes lo habíamos necesitado.


1 Este artículo es producto de la investigación realizada en la Universidad de Loughborough sobre geopolítica y poder imperial/pensamiento descolonial.

2 Profesor en el Department of Geography de Loughborough University (Reino Unido). Este artículo es resultado de la ponencia presentada en el seminario «El pensamiento descolonial y el surgimiento de los indígenas como nuevo sujeto político en América Latina», realizado en El Escorial (España) entre el 24 y el 28 de Julio de 2006.

3 Para estudios esclarecedores acerca de la rebelión zapatista ver, por ejemplo, Ceceña (2004), González Casanova (1995), Harvey (1998) y Higgins (2004). Para un reciente y estimulante tratamiento de los movimientos indígenas y su relación con la geopolítica del conocimiento, ver Mignolo (2005).

4 Para una revisión actualizada de las - recientes del Foro Social Mundial, ver, por ejemplo, Vivas (2004).

5 Una versión anterior de mi posición en cuanto al pensamiento crítico se pude encontrar en Slater (2004). En relación a la literatura geopolítica crítica ya existe un trabajo extenso ―ver, por ejemplo, Agnew et al. (2003), Ó Tuathail and Dalby (1998) y Routledge (2003).

6 Para un acercamiento pionero a esta temática, el lector puede consultar Laclau y Mouffe (2001).

7 Adicionalmente, es cada vez de mayor importancia analizar documentos de seguridad producidos por el gobierno de Estados Unidos, sobre todo dada nuestra preocupación con la geopolítica del conocimiento el reciente documento de Seguridad Nacional de Estrategia estadounidense (US National Security Strategy) para 2006 es una fuente para entender de manera crítica la orientación de la geopolítica imperial estadounidense (ver White House, 2006).

8 Para una colección de documentos relevantes que valoran críticamente la globalización desde puntos de vista latinoamericanos, ver, por ejemplo, Sáenz (2002).

9 Además, en otro marco, Carver (1998) ha mostrado en su libro sobre El Marx postmoderno (The Postmodern Marx) que algunas de las consideraciones de Marx sobre la democracia eran menos economistas que lo que a menudo se ha asumido, dando más énfasis a los agentes con respecto a las estructuras. En general lo que se puede apuntar aquí es que a menudo en el «mundo real» de la vida intelectual hay mucha mayor complejidad, disonancia y ambivalencia que la que a veces deseamos aceptar.

10 Aquí sería posible hacer referencia a una amplia bibliografía, de la que se puede señalar, de entre los que más he leído, los trabajos de Pateman (1971), Mohanty (1988), Dagnino (1998) y Lazreg (2002), entre otros muchos, que han sido especialmente estimulantes.

11 Aquí conviene aclarar que por «discursos occidentales» no elimino el hecho de que indudablemente hay enfoques críticos al pensamiento democrático provenientes de Occidente. Por «discurso occidental» me refiero a las consideraciones dominantes, las cuales también pueden ser adoptadas por autores no-occidentales. Para un debate esclarecedor ver Mignolo (2005).

12 Una version anterior de este tema se puede encontrar en Slater (2002).

13 Es preciso apuntar aquí que mi énfasis recae en intervenciones que derribaron gobiernos elegidos democráticamente, más que aludir al total de intervenciones. Para un estudio detallado de tales intervenciones, ver, por ejemplo, Suárez Salazar (2001).

14 El apoyo actual a regímenes no democráticos incluye los casos de Pakistán y Arabia Saudita.

15 Un ejemplo claro de la postura contradictoria de EE. UU. se vio en el caso de Nicaragua durante la década de 1980 cuando la Administración Reagan siguió desestabilizando al Gobierno sandinista tras las elecciones de 1984 que fueron consideradas justas y bien organizadas por observadores independientes, y que fueron ganadas por los sandinistas.

16 He analizado algunos de estos asuntos en otras partes, ver Slater (2006). El texto de Gregory (2004) también es muy relevante aquí.

17 La importancia de la geopolítica del conocimiento fue previamente analizada por Dussel (1996) para el campo de la filosofía, en el cual, de manera original, vinculó el ego cogito cartesiano al ego conquiro del pensamiento y la práctica occidental.

18 Un bien conocido texto sobre esta temática es el de Escobar (1995). Ver también Slater (2004: capítulo 4).

19 Vale la pena recordar aquí un artículo de Daniel Mato en el que subraya la importancia de estudiar los efectos de poder de las instituciones globales, a la vez que sugiere que la existencia de agentes globales tales como el Banco Mundial y la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (U.S. Agency for International Development) no se pueden interpretar en «términos simplistas de dominación o imperialismo». Más bien, «los procesos de globalización […] son mucho más complejos y habitualmente implican experiencias de aprendizaje, coproducción, apropiación, adaptación, reelaboración, negociaciones y otras interacciones dinámicas entre agentes sociales en escenarios heterogéneos» (Mato, 2000: 489). Es en este tipo de contexto en el que la complejidad de los agentes sociales hace que cualquier debate en torno al encuentro colonial/imperial sea potencialmente más multiestratificado e impredecible. Centrarse en el resistente subalterno no debería conducirnos a olvidar la durabilidad de los acomodamientos políticos.

20 Para el caso de Puerto Rico, ver el artículo reciente de Pantoja-García (2005).

21 Aunque Said (1993:8) recalcaba la naturaleza territorial del colonialismo como se deduce de «la implantación de asentamientos en un territorio distante» y el hecho de que el colonialismo fuera consecuencia del imperialismo, también vale la pena recordar cómo Césaire (2000:43) subrayaba la naturaleza invasiva y multidimensional del colonialismo, que provocaba «culturas pisoteadas, instituciones socavadas, tierras confiscadas, [...] y extraordinarias posibilidades eliminadas». Arraigado en este escenario, la colonialidad del poder se refiere a los principios colonizadores de dominación fundamentados en diferenciaciones raciales y de género que continúan hasta el periodo contemporáneo. Para una distinction entre colonialismo y colonialidad ver, por ejemplo, Mignolo (2005:83).

22 En castellano en el texto original [Nota del Trad.].


 

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