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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.9 Bogotá July/Dec. 2008

 

La María de Jorge Isaacs y su aporte en la construcción de la identidad de los sujetos1

Jorge Isaacs’s “Maria” and Its Contribution to the Construction of Subject Identity

A«María» de Jorge Isaacs e sua contribuição na construção da identidade dos sujeitos

MARIBEL FLORIAN-BUITRAGO2

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca3, Colombia maribelflorianbuitrago@yahoo.es

Recibido: 04 de septiembre de 2007 Aceptado: 25 de mayo de 2008


Resumen

Dado que fue en el siglo XIX cuando, ante la emergencia y consolidación de los nacionalismos, la formación de las identidades nacionales se convierten en el foco de las más diversas prácticas culturales, en especial de la literatura, optamos por recurrir a una de las obras más representativas de la literatura colombiana como lo es María4, para analizar cómo, a través de la representación del sentimiento amoroso y el registro de una serie de ficciones autorreferenciales narradas en la novela, se empezó a modular los tonos de lo colectivo y a preparar a la gente para la vida social.

Palabras clave: identidad, institución familiar, proceso de nacionalización.


Abstract

Given that it was in the 19th century when, confronted with the emergence and consolidation of nationalisms, the formation of national identities became the focus of the most diverse cultural practices, especially literature, we decided to resort to one of the most representative works of Colombian literature such as “Maria” to analyze how, through the representation of affectionate feelings and the record of a series of self-referential fictions narrated in the novel, collective tones were beginning to be modeled, and people were being prepared for social life.

Key words: identity, familiar institution, nationalization process.


 

Resumo

Dado que foi no século XIX quando, perante a emergência e consolidação dos nacionalismos, a formação das identidades nacionais se converteu no foco das mais diversas práticas culturais, em especial da literatura, optamos por recorrer a uma das obras mais representativas da literatura colombiana como é María, para analisar como, através da representação do sentimento amoroso e do registro de uma série de ficções auto-referenciais narradas na novela, se começaram a modular os tons do coletivo e a preparar as pessoas para a vida social.

Palavras chave: identidade, instituição familiar, processo de nacionalização.


¿Qué presentó el texto de Isaacs al público lector del siglo XIX? Este es el interrogante general que nos hemos propuesto resolver en el presente artículo, para entender qué lugar ocupó María con sus narraciones amorosas en la construcción de la identidad de los sujetos.

Dicho lugar tiene que ver con la resuelta intención de controlar las libertades humanas, pues con el advenimiento de la libertad moderna los sujetos estaban llamados a elegir su propia regla de vida. Por esta razón, fue necesario generar expectativas acerca del modo como las personas debían comportarse recíprocamente. María, en este sentido, por subrayar la presencia del amor en el matrimonio y representar roles de género basados en la división sexual del trabajo, contribuyó notablemente a ordenar la identidad de los sujetos en provecho de la vida familiar.

Este asunto era de vital importancia en la Colombia del siglo XIX, ya que repercutiría en la formación de la Nación, pues la familia como célula básica de la sociedad estaba llamada a garantizar el pleno funcionamiento de la misma. Sus funciones, previamente ordenadas para que incidieran en las demás instituciones de la sociedad, ayudarían a configurar un cuerpo social y una estructura administrativa plenamente congruente con las expectativas del proyecto de nacionalización. En adelante, la generalización de sentido entre la gente, solidaridad, comunión y un profundo orgullo patrio, como rasgos inherentes de una nación, serían valores que se aprenderían y se administrarían primordialmente en el seno del hogar.

1. La idea del amor en María

José María Vergara y Vergara dice en el año de 1867: «María pertenece en literatura al género sentimental (...) es la narración de los amores de dos jóvenes, rodeados de muchas personas, viviendo en una misma casa y profundamente enamorados» (Vergara y Vergara, 1867:9). Según este criterio, podemos inferir que María fue recibida en el siglo XIX como una novela de orden sentimental, en la que se promovía una idea específica del amor: el amor que lleva al feliz término del matrimonio. Veamos un ejemplo:

Soñé que María era ya mi esposa: ese castísimo delirio había sido y debía continuar siendo el único deleite de mi alma (María, p.204).

Pero esta idea del amor no había sido una constante de la experiencia humana; ésta aparece justamente cuando los Estados o las colonias, en el caso latinoamericano, empiezan a fundarse como Estados-Nación. Las razones que llevaron a ello tienen que ver fundamentalmente con los cambios que proponía una época moderna: la industrialización, la vida urbana, el progreso y el desarrollo de las libertades humanas. Esto, categóricamente, llevó a que se transformara la institución familiar, es decir, que se pasara de una familia doméstica que, por ser ordenada de acuerdo con una economía agrícola tradicional, solía ser bastante extensa, a una familia nuclear: unidad móvil y funcional para el desarrollo de la sociedad industrial.

Si bien la familia doméstica debía su unidad al vínculo matrimonial, éste no era ordenado por el sentimiento amoroso, pues las condiciones sociales que imperaban en ese momento hacían que se atendiera a otro tipo de intereses, ya fueran económicos o de preservación del estatus social. La idea de insertar el sentimiento amoroso en el matrimonio se da a la par con el advenimiento de la libertad moderna y con el desarrollo de la individuación. Ante estos nuevos valores, que fueron proyectados a la par con el deseo de forjar una sociedad organizada y civilizada, fue necesario ordenar los sentimientos, en especial el sentimiento amoroso, en provecho de la vida familiar, pues su no orientación podía ocasionar la creación de familias multiparentales, el crecimiento de hijos naturales y la desorganización en la transmisión de bienes económicos y principios de convivencia social, que para nada ayudarían al fortalecimiento de la nación.

Esta breve explicación pone de manifiesto que los sentimientos pueden cambiar con el tiempo o, por lo menos, su dirección. Antes el amor no se circunscribía al matrimonio porque las expectativas no lo ameritaban, pero a medida que fueron cambiando las trayectorias económicas y políticas, y se apuntaló el proceso de civilización y modernización, la familia, como ese lugar privilegiado para la transmisión de bienes y valores, tuvo que incorporarlo.

María es testimonio de una época en la que se requería con urgencia establecer estos cambios, la entrada a la fase de nacionalización solicitaba que se ordenaran los sentimientos en provecho de la vida familiar, porque la idea era organizar un gobierno a través de la familia. Como prueba de ello están las palabras que emitió Salvador Camacho Roldán, ensayista y escritor colombiano del siglo XIX, quien a través de uno de sus escritos nos deja ver cuán importante fue organizar los sentimientos en provecho de la vida familiar, dada su repercusión en los asuntos de orden público.

El matrimonio es el acto más solemne de la vida del hombre, el que más decisiva influencia ejerce sobre la dirección de las costumbres públicas. Institución encargada de arreglar la necesidad del más constante e irresistible impulso de la naturaleza humana, que eleva al hombre de la humilde condición de pupilo de las augustas funciones de la paternidad, punto de enlace entre los nietos y los abuelos, las generaciones pasadas y las presentes, el presente y el porvenir, sólo con un santo temor debemos abordar las cuestiones que afectan su duración y la esencia de los lazos que santifica (Camacho s.f, citado en Bermúdez, 1992:152).

1.1 María como testimonio de la mentalidad colectiva de la época

Las fantasías que propone Isaacs en su novela, aunque puedan atribuírsele a él como individuo, tejen un puente entre la imaginación personal y colectiva. María fue pensada y creada para un público lector que ya venía leyendo este tipo de literatura gracias a la circulación de novelas foráneas. Antes de culminar el siglo XIX, se tenían publicadas alrededor de tres ediciones en Colombia y ocho en el extranjero (Rodríguez, 1967:8-13). En los periódicos de la época se consignaron críticas positivas, que hoy día permiten ver el gusto que despertó esta novela:

Nosotras hemos leído mil veces a María, i siempre que se deslizan nuestros ojos por sobre esas líneas, encontramos algo nuevo que no habíamos hallado anteriormente. – los suspiros de María, las lágrimas y sentidas quejas de Efraín, han hallado un eco hermano en nuestros corazones i hemos llorado mucho al leer esas líneas5.

El eco apasionado que suscitó María en su tiempo y la gran acogida que obtuvo por parte del público lector, alcanza a iluminar ese segmento de cultura del que brota y al que se dirige la novela. Una cultura que, como podemos ver, se complacía leyendo en la novela de Isaacs un sinfín de códigos melodramáticos. Esos códigos melodramáticos podrían ser entendidos, atendiendo a lo que señala Brooks (1995), como uno de los mecanismos más útiles para llevar a la conformación y propagación de la República, pues Brooks, en su estudio sobre la imaginación melodramática, «ha mostrado la relación entre el melodrama y el intento de la revolución francesa por desacralizar el mundo para entronizar la república como el régimen de la virtud y la moralidad» (Silva, 2000:32), en otras palabras, según el propio Brooks, «el habla pública revolucionaria es melodramática» (1995:55). Por consiguiente, no debe extrañarnos que en esa época se haya dado un gran despliegue de códigos melodramáticos puesto que el país se encontraba en proceso de afirmarse como una República soberana e independiente. Si la sociedad colombiana se complacía leyendo la novela de Isaacs, era porque en ella estaban condensadas las preocupaciones, expectativas y temas que justificadamente por estar a la altura de los ideales del momento, tuvieron forma de asirse en el imaginario colectivo.

Visto de este modo, cabe considerar la novela de Isaacs como un recurso civilizador que fue llamado a orientar ese complejo mundo de los sentimientos, cómo sentir, qué sentir y expresamente hacia qué o por qué, es en síntesis, un indicador que revela el avance que se dio en el siglo XIX en torno a las estrategias de control social. Teníamos que ser un pueblo civilizado y ordenado para forjar una nación sólida e independiente, pero eso no se podía hacer dejando de lado la impronta de la civilización, es decir, combatiendo el desorden con técnicas que denotaban tanta o más barbarie como la de los años anteriores. Teníamos que encontrar otras formas de dominación, y conforme la educación se convirtió en el instrumento preferido de control social, la novela sentimental –su discurso– resultó ser una estrategia bastante provechosa, pues no sólo tenía como tarea orientar las pasiones de los hombres, sino que además cargó todo su acento en subrayar la presencia del amor en el matrimonio (Luhmann, 1985). Entiéndase que el matrimonio y por extensión la familia seguía siendo una institución importante y permanente en el cambio de generación (colonia-república), pero que debido a los adelantos de la época no podía seguir siendo controlada de la misma manera. En adelante eran otras las condiciones sociales, ya que los lazos clasistas sucumbían ante la idea o el desarrollo de una singularidad individual en la que los sujetos estaban llamados a elegir su propia suerte.

Centrando su atención en el tema del amor como educador supremo, los novelistas del siglo XIX descubrieron que la mejor forma de llegarle a los lectores o de persuadirlos no era por medio de la razón, como intentaban hacerlo algunos filósofos de la época, sino por medio del sentimiento. Dicho sistema de persuasión se sustenta en las reglas que soportan la composición de la novela sentimental en el siglo XIX6. Conmover el corazón de los lectores para hacerles amar lo que es perfecto y detestar lo defectuoso, fue la regla que por antonomasia acogió a todas las demás. Esto hecho puede ser corroborado a partir del comentario que emitió uno de los lectores de María en el año de 1869:

¿Cómo no llorar de dolor al leer esas líneas escritas, no con la mano – sino con el corazon; no dictadas por la cabeza – sino por el sentimiento mismo?7

Persuadir al público lector a través del sentimiento para enseñarle a amar lo «perfecto» y detestar «lo defectuoso», fue una fórmula bastante efectiva para domesticar las pasiones, y por esa misma vía, controlar la sociedad que se encaminaba hacia una civilización progresista. En la época se tenía conciencia de ello, es decir, se sabía claramente cuál era la función de la novela sentimental. En el mismo año en que se publicó María, apareció en un periódico que fue emitido en la ciudad de Bogotá lo siguiente:

Me supongo que la mira del novelista es sorprender i excitar nuestros afectos, en tal o cual pasaje en que están combinados los hechos o los acontecimientos para concurrir a un fin moral.8

En ese orden de ideas podríamos preguntarnos a continuación, ¿a qué fin moral quería llegar Isaacs con su novela? Pero para resolver esta inquietud es necesario saber en detalle qué representó María para los letrados del país.

2. Qué Representó María

María es una novela altamente emotiva y dolorosa. La intensidad del sentimiento se estructura en escala ascendente: comienza con la separación de María y Efraín en la temprana juventud; continúa con la noticia de la enfermedad de María; se agudiza con la conversación que sostienen Efraín y su padre, pues éste se da cuenta del afecto que ha crecido entre ellos y teme que ese amor les lleve al fracaso; posteriormente, alcanza gran intensidad con la partida de Efraín a Londres y, por último, con la separación final y definitiva que provoca la muerte de María.

Como podemos ver Isaacs hace uso del recurso de la amplificación, toda vez que sabe, como lo señala Gomes Hermosilla, autor del texto que en materia de retórica obtuvo mayor difusión en el siglo XIX, que «para inspirar á cualquiera los sentimientos, que deben hacerle mirar un objeto bajo aquel aspecto que le convenga al orador, todo lo que este tiene que hacer… [es] pintar con energía y viveza aquellas cosas que sean causa de las pasiones que quiera conmover (1929:307)». Sin lugar a dudas, Isaacs quiso avivar el sentimiento de dolor en sus lectores, presentándoles una historia de amor que jamás llega a consumarse; pero, ¿qué conveniencia podría haber en el hecho mismo de representar el amor de esta manera, es decir, bajo el código «amor por el otro como dolor promovido por la separación o la distancia absoluta de la pareja amante», si se supone que lo que se buscaba en el siglo XIX era precisamente fortalecer la idea del amor en el matrimonio y la orientación hacia el mismo? ¿Cómo podría contribuir esa representación amorosa en el contexto del siglo XIX a la formación de la familia? Para desarrollar estas inquietudes es necesario resolver qué es lo que ocasiona la separación de la pareja amante y qué consecuencias se derivan de ello.

Existe un punto coyuntural en la novela del cual podrían desprenderse dos explicaciones: la muerte de María, pues no es claro si María muere de amor por la ausencia de Efraín o por la enfermedad que ha heredado de su progenitora (epilepsia).

Hay razones para pensar que lo que ocasiona tal desenlace no es la enfermedad de María, sino la ausencia de Efraín, pues en una de las cartas que María le dirige a Efraín con el señor A..., estando ella enferma y Efraín en Londres, puede notarse el reproche que ella hace a quienes se encargaron de separarlos:

Vente —me decía— ven pronto, o me moriré sin decirte adiós. Al fin me consienten que te confiese la verdad: hace un año que me mata hora por hora esta enfermedad de que la dicha me curó por unos días. Si no hubieran interrumpido esa felicidad, yo habría vivido para ti (María, p. 307).

Pese a que en la novela quien asume dicho reproche es el padre de Efraín, al decir «yo autor de ese viaje maldecido, ¡la he muerto!» (María, p.348), se debe considerar que las intenciones que dieron curso a la realización de este viaje fueron, además del simple y llano deseo del padre de Efraín, las costumbres sociales de la época. En efecto, en Colombia durante el siglo XIX la familia se circunscribía al marco de las relaciones patriarcales, un modelo que suponía la autoridad política del padre sobre el hogar; por ello no es sorpresivo el comentario que le hace el padre de Efraín a su hijo cuando advierte que éste se ha enamorado de María: «No ignoras que pronto la familia necesitará de tu apoyo, con mayor razón después de la muerte de tu hermano» (María, p. 52). Por otra parte, el imaginario que se tenía con relación a la educación influyó bastante. En el siglo XIX, como lo señala Safford, «la medicina era una profesión socialmente aprobada, una carrera que los jóvenes neogranadinos no dudaban seguir en los comienzos de la época republicana» (1989:14), pues con ello se contribuía al progreso material y científico del país, necesidades que tenían como columna vertebral el camino hacia la modernización y consolidación de los países que querían entrar en la fase de nacionalización.

De esta manera puede concluirse, en un primer intento de explicación, que la imposibilidad del idilio amoroso en María representa la fragmentación de la comunidad tradicional específicamente localizada en el área rural, debido a los nuevos intereses que imponía el proceso de modernización. Efraín se aleja de María porque debe culminar su carrera de medicina y cumplir con las expectativas que en él había sembrado su padre. De hecho, la historia de amor entre Braulio y Tránsito, que se da paralelamente a la de Efraín y María, permite corroborar este planteamiento. Cuando Efraín se encontraba tan triste y casi a punto de suicidarse por la pérdida de su amada, cuenta que alguien lo observaba y lo llamaba entre los rosales. Era Tránsito, quien temía lo peor y trató de persuadirlo para que se alejara del abismo; aunque en un inicio Efraín no quiso hacerle caso, la mujer le menciona a Braulio y a su hijo, luego de lo cual se retracta de su decisión y pide perdón. La escena termina cuando Tránsito pone a su hijito en las piernas de Efraín, mirando complacida cómo él lo acaricia.

Posiblemente Isaacs, con el desarrollo de esta historia paralela, quiso mostrar las diferencias que entre las parejas de novios dieron curso a finales disímiles. Braulio no era un niño de la alta sociedad como Efraín, había llegado de Antioquia al Valle del Cauca hacía dos meses, y se encontraba profundamente enamorado de su prima. Tránsito tampoco era como María y, lo más importante, no estaba enferma. Isaacs se refiere a ellos como una familia de humildes montañeses, profundamente cristianos y de buenas costumbres. Quizá esta familia, al no estar contaminada por las exigencias que imponía la modernización, pudo perpetuarse y ser feliz, demostrándose con ello, al cabo de este ejemplo, que la modernización ponía en riesgo la comunidad tradicional.

Isaacs pone en tensión dos expresiones, que si bien no son enteramente nuevas, por lo menos, cobran especial atención en el arduo camino hacia la modernización de las naciones. Estas son: la inserción del sentimiento amoroso en el matrimonio y la educación. Por un lado, queda claro en la novela que el camino para la celebración del matrimonio debe estar presidido por el sentimiento amoroso; pero por otro lado, Isaacs hace ver como un obstáculo para el amor o para la materialización del matrimonio, el hecho de que Efraín deba salir de su país a terminar sus estudios de medicina, o por lo menos, así fue la interpretación dada a la obra en 1867.

Era preciso que el jóven Efraín completase sus estudios, y su padre habia resuelto enviarlo por aquellos años a Londres. Nada bastó para disuadirlo de su resolución: ni el amor de Efraín i María, ni el temor de perder a su hijo lejos de su casa, ni el revés con que la fortuna acababa de herirlo en sus intereses. Su determinación era irrevocable, i el pobre jóven tuvo que aplazar su felicidad i abandonar a su María, tal vez para siempre.9

El problema que se suscita con antelación podría tener dos explicaciones: primero, Isaacs pone en tensión estas dos cosas (la inserción del sentimiento amoroso en el matrimonio y la educación) porque, como lo señala Georges Duby, «los sistemas de valores son altamente resistentes al cambio y en muchas ocasiones actúan como traba de las modificaciones materiales» (1980:5), lo cual podría indicar que Isaacs estaba de acuerdo en que el matrimonio se celebrara por amor, pero no con el hecho de armar un nuevo horizonte de expectativas que pusiera en riesgo la consecución del mismo; es decir, Isaacs trató de conmover y persuadir a sus lectores, a través del recurso de la amplificación, con el fin de hacerles ver que ciertas ambiciones que se venían adoptando en aras del progreso, en este caso, la idea de que Efraín estudiara medicina en Londres, podrían atentar seriamente contra la estructura familiar. Segundo, el progreso material de la nación que pedía médicos para estar a tono con las expectativas del momento, pedía al mismo tiempo una cuota de dolor y sacrificio. Las dos explicaciones parecen ser acertadas, aunque la segunda nos permite ir más lejos en la interpretación.

María, en el capítulo XXXIX, es persuadida por el padre de Efraín para que le diga a éste que promete casarse con él en cuanto regrese de Londres, y que, como condición para cumplir con la promesa, él debe irse contento y estudiar mucho. A pesar del consuelo que ellos reciben, María y Efraín son concientes del gran dolor que les espera, se acercan las escenas en las que María no puede ocultar el llanto y Efraín empieza a sufrir de insomnio. «Un estremecimiento nervioso me despertó dos o tres veces en que el sueño vino a aliviarme» (María, p. 301), dice Efraín un día antes de emprender el viaje y añade «no eran las cinco todavía cuando después de haberme esmerado en ocultar las huellas de tan doloroso insomnio, me paseaba en el corredor, oscuro aún» (María, p. 302). El dolor es el camino que necesariamente María y Efraín deben salvar para alcanzar la felicidad, María es prometida a Efraín mediante una ausencia terrible que pronto la llevaría a la muerte.

Pero entonces, ¿qué intención pudo tener Isaacs como portavoz de un imaginario colectivo al sacrificar a María? Hasta el momento todo parece indicar que Isaacs pone de relieve la educación, incluso por encima de la institución matrimonial, pero esta intención no es congruente con las expectativas de la época, puesto que se requería fortalecer la familia, justamente para llevar a cabo muchos de los proyectos que demandaba el proceso de modernización. Uno de esos proyectos era la construcción de las esferas masculina y femenina para mantener el orden social y así preservar los valores.

La muerte de María secundada por la ausencia de Efraín no tendría sentido en este panorama, porque las dos cosas (la educación y la inserción del sentimiento amoroso en el matrimonio) fueron dos partes de un mismo proceso. Pero si se le atribuye la muerte de María a la enfermedad de la cual era víctima, entonces podría pensarse que Isaacs veía como un verdadero obstáculo para el matrimonio el hecho de que María estuviera amenazada de muerte, pues la esperanza de llegar a consolidar una familia feliz y con hijos era bastante remota. Esta visión se puede confirmar en la novela cuando el padre de Efraín le dice a su hijo:

Debes saber también mi opinión sobre tu matrimonio con ella, si su enfermedad persistiere después de tu regreso a este país... pues vamos pronto a separarnos por algunos años: como padre tuyo y de María, no sería de mi aprobación ese enlace (María, p. 54).

Así, no cabe duda que Isaacs, imbuido por la mentalidad de la época, estaba comprometido con los ideales del momento, al revelarle a sus lectores que el dolor era el camino que le esperaba a aquél que se enamorara de una mujer como María –un imposible erigido en ley amorosa–. Sin embargo, durante el siglo XIX, gracias a la influencia del romanticismo, se logró la inversión del sentimiento del dolor, pues el amor imposible se instaló entre los románticos como un ideal supremo que, entre otras cosas, también ayudó a fomentar la inserción del sentimiento amoroso en el matrimonio. A simple vista podría parecer contradictorio, puesto que se trata de la búsqueda de una síntesis, que se sabe por anticipado no puede ser realizada –la paradoja romántica–. No obstante, la explicación está en que la gratificación de la distancia entre los amantes, en este caso María y Efraín, permite un compromiso que, como lo señala Luhmann, «en gozo directo acabaría por perderse» (1985:146), lo cual tiene sentido si se tiene en cuenta que para fortalecer la inserción del sentimiento amoroso en el matrimonio, debía al mismo tiempo fortalecerse la promesa de una felicidad invariable, es decir, sembrar la certeza de que el amor iba a durar incólume para siempre. Este hecho puede ser corroborado en la novela, finalmente, porque es la única condición que María le impone a su amado, las otras, como lo señala el siguiente diálogo, son impuestas por el padre de Efraín:

M. — ¿Por qué no hablas? ¿Te parecen buenas las condiciones que pone?

E. —Sí, María. ¿Y cuáles son las tuyas en pago de tanto bien?

M. —Una sola.

E. —Dila.

M. —Tú la sabes.

E. —Sí, sí; pero hoy sí debes decirla.

M. —Que me ames siempre así —respondió, y su mano se enlazó más estrechamente con la mía (María, p. 212).

Como podemos ver, esta novela coadyuvó al proceso de formación de la nación haciendo solidarios amor y matrimonio. No se trataba, en definitiva, de apurar el goce de las pasiones entre los cónyuges, sino de fortalecer la institución matrimonial bajo los mismos parámetros ideológicos que habían dado curso a la emancipación y a la formación de las naciones: libertad e igualdad. Sin duda alguna, estos parámetros también alimentaron el progreso de individuación, que es considerado por algunos teóricos como el logro más admirable de la civilización moderna; ello no quiere decir que antes de la configuración del Estado Moderno o de la República el hombre no hubiera desarrollado ningún tipo de racionalización individual, sino que al cambiar la forma en que los hombres acostumbraban a convivir bajo una forma específica de organización política, también cambió su comportamiento; lo revelador en esa época es que la psicologización y racionalización individual se hizo más patente, en cierta medida, por los adelantos que dieron cauce a la configuración del Estado Moderno, entre ellos el desarrollo de la imprenta. En adelante, las personas tenían derecho a elegir por sí mismas su propia regla de vida, y todo gracias al advenimiento de la libertad moderna que aconteció por el descrédito de ciertos órdenes morales que venían imperando hasta el momento, como la monarquía y la religión. Sin embargo, esto no fue más que una coartada, porque el Estado Moderno que se venía instituyendo había integrado, como lo señala Foucault (1985:85-105), una vieja técnica de poder originada en las instituciones cristianas que él mismo resolvió llamar poder pastoral.

Foucault expone cómo esa vieja técnica –el poder pastoral– se fue extendiendo y multiplicando por fuera de la institución eclesiástica, ya que algunas de las estrategias que habían sido diseñadas para la consecución de sus objetivos, como la salvación individual en el otro mundo, la ocupación no solamente de la comunidad sino de cada individuo, el sacrificio por la salvación del rebaño y el conocimiento interior de las mentes de la gente y de sus almas, fueron acogidas por una nueva forma de organización política como lo es el Estado Moderno, obviamente con algunas modificaciones, puesto que ya no se buscaba asegurar la salvación de los individuos en el otro mundo, sino en éste, sustituyendo así los objetivos religiosos por los mundanos, y adhiriendo al sistema una serie de instituciones políticas y sociales que se encargarían de ejercer dicho poder.

En la Colombia del siglo XIX, más específicamente después de la segunda mitad, este asunto del control social amparado por la técnica del poder pastoral, se expresó de maneras distintas. Esto tuvo razón de ser porque las dos vertientes políticas (liberalismo y conservadurismo), que se erigieron para establecer un orden social, tenían objetivos e intereses disímiles. Los liberales, más abiertos a las ideas contemporáneas, trataron de quitarle poderío a la iglesia católica, estableciendo otro tipo de estrategias para el control de las libertades humanas. Fue por ello que bajo el olimpo radical se hizo énfasis en que la mujer no estuviese todo el tiempo en la iglesia, sino que aprovechara el tiempo libre haciendo caminatas para mantener un estado saludable, o leyendo libros y periódicos propios de su sexo. Por otro lado, los conservadores creían que la única forma de forjar un pueblo civilizado era a través de la religión. Si bien Isaacs vive entre el desconcierto de estas dos vertientes, y decide cambiarse de partido político volviéndose liberal en la década de 1860, no cabe duda de que aquellas ideas de avanzada alimentaron la producción y recepción de su obra. Aunque en María existen muchas referencias cristianas, el hecho de no estar amparada bajo el nombre de catecismo, por ejemplo, hace que su acogida se vea como testimonio de la introducción y el éxito que tuvieron las ideas liberales en el control de la individualidad.

El hecho, finalmente, es que el Estado Moderno combina perfectamente las técnicas de individualización con los procedimientos de totalización. El poder pastoral no es más que una forma de poder individualizante, y por eso es que tiene cabida en la producción de la individualidad. La fórmula es producir la individualidad, pero al mismo tiempo moldearla y someterla a un conjunto de patrones específicos, para que con ello se puedan ajustar las partes relativas de la libertad humana.

Con base en lo anterior no debe sorprendernos que la novela de Isaacs haya cumplido una labor estratégica en el desarrollo y control de la individualidad durante esa época. Este tipo de literatura ampliamente difundida durante el siglo XIX coadyuvó al proceso de educación sentimental, trazando itinerarios sentimentales y proponiendo modelos de conducta, que por supuesto estaban encaminados a fortalecer y a preservar el orden social. Todo esto fue posible gracias al desarrollo de la alfabetización, que entre otras cosas, sirvió para que cada individuo se hiciera una imagen del mundo por sí solo. Al particularizarse la lectura –lo que no quiere decir que se haya dejado de leer en voz alta– se modificó de igual manera el registro que se tenía hasta el momento de las relaciones interpersonales, pues los sujetos poseían una herramienta más al servicio de su individualidad, que les permitiría ampliar el horizonte de comportamientos posibles dentro de la vida social. Pero si se tiene en cuenta, como lo señala Philippe Ariès «que ese individualismo de costumbres declinó desde finales del siglo XVIII en provecho de la vida familiar» (1989:15), entonces tendría sentido analizar en detalle cómo Isaacs colabora en la producción y control de la individualidad, a través de la representación del sentimiento amoroso en María.

3. Producción y Direccionamiento de la Individualidad

En María se teje una amplia red de representaciones que, hiladas unas con otras, colaboraron en la construcción de normas sociales, como el vínculo matrimonial por amor celebrado a través del rito católico. Con todo y lo concreto que pueda parecer esto, en María se hace alusión a una serie de detalles llamados a orientar la constitución y sociabilidad entre los llamados a constituir la pareja. Veamos a continuación algunos ejemplos que Isaacs nos brinda a través de su agente narrador (Efraín):

Apenas nos tomábamos la libertad de pasear algunas veces solos en el jardín y en el huerto. Olvidados entonces de mi viaje, retozaba ella a mi alrededor, recogiendo flores que ponía en su delantal para venir después a mostrármelas (María. p.246).

Este ejemplo revela la ubicación del encuentro amoroso en lugares cuyas características sugieren una medianía entre lo público y lo privado. Efraín y María tienen la libertad de pasear solos, pero no les es permitido salirse del perímetro ordenado.

Otro ejemplo que ayuda a vislumbrar el control de la sociabilidad entre los llamados a constituir la pareja, es cuando Efraín narra, en el capítulo XIV, que posterior al ataque nervioso que sufrió María, entró olvidado de toda precaución, como él mismo dice, a la alcoba en donde ella se encontraba, claro está, con la salvedad de estar acompañada por toda su familia. Continúa la narración diciendo: «Volví por la noche a verla, cuando la etiqueta establecida en tales casos por mi padre lo permitió» (María, p. 44). Dicho testimonio nos deja ver la existencia de un protocolo familiar que Efraín ya había ajustado a su diario vivir. Nótese aquí la aprehensión de un discurso, más explícito si se quiere, llamado a cumplir la misma función de la novela sentimental en el siglo XIX. La urbanidad o la etiqueta, fue también un recurso civilizador, bastante apropiado, por cierto –ya que algunos manuales fueron concebidos como libros de bolsillo–, pero no tan persuasivo como la novela sentimental.

Pero, ¿cuál era la finalidad de este tipo de representaciones? ¿Qué se pretendía con la orientación del encuentro amoroso en estos lugares? Si los paseos por el jardín y el huerto de los que habla Efraín en la novela, por su inmediata conexión con la casa, no permitían a la pareja de enamorados sustraerse a la mirada de los demás, y lo mismo podría decirse de aquellos encuentros que se daban en otros lugares –como la alcoba– que, pese a ser privados, estaban reglamentados y condicionados por la etiqueta que regía en la época, se ha de notar que la intención, en todo caso, no era otra que asegurar la salvaguarda del pudor femenino y obstaculizar el desenfreno de las pasiones que entre los enamorados podían acarrear terribles consecuencias.

La dirección que toma el encuentro amoroso en el contexto del siglo XIX, debe ser entendida como uno de tantos rituales que fueron llamados a ordenar la constitución de la pareja, denotándose con ello que la idea no apuntaba solamente al incremento de la tasa poblacional –que era un factor importante para el progreso económico de la nación–, sino al desarrollo de una estrategia que le confería a la institución matrimonial el papel de agente reproductor y regulador de la sociedad.

Debía prevenirse a toda costa cualquier hecho que atentara contra la pervivencia familiar, por lo que se castigó el incesto, el parricidio, la infidelidad, la fuga y la pérdida de la virginidad, entre otras cosas que pudieran atentar contra el orden de la institución; no obstante, la aplicación del castigo ya era una medida extrema, era la respuesta a un problema concreto, que podía evitarse de muchas maneras. En vista de esto, fue preciso ordenar hasta el más mínimo detalle que condujera a la constitución de la pareja, fundamentalmente porque este asunto redundaría en la construcción de las identidades individuales y, por esa misma vía, en la construcción de una identidad nacional.

Algunas experiencias vivenciales narradas en María dejan ver de manera minuciosa la riqueza que toma el encuentro amoroso, como también la proliferación de ciertos clichés10 propios de este tipo de literatura, que continuaron informando los caminos de lo imaginario y regulando la producción de la significación.

Los clichés más representativos en María son completamente análogos a los de otras novelas foráneas del mismo género. Al parecer había una marcada influencia de novelas francesas tales como Atala (1801), de René de Chateaubriand, y Pablo y Virginia (1788) de Bernardin de Saint-Pierre, que, como lo confirman algunos periódicos de la época, circularon en Colombia durante el siglo XIX.

Bertnardin de Saint-Pierre narra una trágica historia de amor en la que la heroína muere por un gesto de pudor bastante exagerado: «su negativa, cuando su barco está a punto de ser quebrado por la tormenta, a librarse de sus ropas para poder ser salvada por un semidesnudo marinero y por su propio enamorado» (Torres, 1995:7-9). Esta historia pone su acento en el pudor femenino adornándolo con los dones de la cristiandad; entre tanto, Chateaubriand, de manera más explícita, aunque también religiosa, propone el tema de la virginidad, pues Atala prefiere morir antes de violar la promesa que había hecho a su madre moribunda de permanecer virgen para siempre. Como podemos ver, en estas historias el tema de la virginidad y del pudor femenino cobra especial atención, y aunque no entremos a detallar en el cuerpo del artículo toda la filigrana que en ellas se expresa, por lo menos ya hemos encontrado un punto de partida para el análisis de un sinnúmero de detalles que están consignados en María y que fueron elaborados con la misma intención: convertir a la mujer en el recurso civilizador más substancial de la época.

Isaacs pinta con gran agilidad escenas que conducen a la salvaguarda del pudor femenino, no sólo con la circunscripción del encuentro amoroso en lugares que, por ser de índole social, nos llevan a comprender que la tarea de sustraerse a la mirada de los demás era casi imposible, sino añadiendo a su discurso amoroso otras formas de comunicación, que ilustran bastante bien la importancia que empieza a tener el desarrollo de una etapa preliminar para la consecución del matrimonio. Por ello, no es de extrañar que en adelante se haya impuesto un nuevo código de ordenamiento comportamental, soportado en un sinfín de metáforas: «Comprendió ella la causa de mi resentimiento, y me lo dijo tan claramente una mirada suya, que temí se oyeran las palpitaciones de mi corazón» (María, p. 36). Este ejemplo denota la tentativa de restringir el acercamiento más proclive, más concreto, entre los amantes «novios», privando la palabra y cediéndole el turno a la mirada; igualmente la lejanía o el recuerdo de la voz mantienen esta lógica:

La voz de María llegó entonces a mis oídos dulce y pura: era su voz de niña, pero más grave y lista ya para prestarse a todas las modulaciones de la ternura y de la pasión. ¡Ay! ¡Cuántas veces, en mis sueños, un eco de ese mismo acento ha llegado después a mi alma…! (María, p. 16).

Lo mismo podría decirse del famoso cliché de la irrupción de la silueta fugitiva: «y como concluyendo una reflexión empezada, me dijo tan quedo que apenas pude oírla: “Entonces... yo recogeré todos los días las flores más lindas”; y desapareció (María, p. 37)». Estas narraciones, con todo y lo sencillas que puedan parecernos, controlaron por aquel tiempo la producción de la significación. Obsérvese, no ya un ejemplo que permite ver los límites impuestos a la pareja, sino una referencia que indica lo que pasa cuando se infringen estos límites, cuando el individuo, a través de un proceso complejo de racionalización, articula las opiniones sociales con su «yo» y las convierte en autocoacciones. Veamos a continuación el ejemplo:

Luego que me hube arreglado ligeramente los vestidos, abrí la ventana y divisé a María en una de las calles del jardín, acompañada de Emma: llevaba un traje más oscuro que el de la víspera, y el pañolón color de púrpura, enlazado a la cintura, le caía en forma de banda sobre la falda…ella y mi hermana tenían descalzos los pies… Descubrióme Emma: María lo notó, y sin volverse hacia mí, cayó de rodillas para ocultarme sus pies, desatóse del talle el pañolón, y cubriéndose con él los hombros, fingía jugar con las flores (María, p. 16).

Este es quizá uno de los ejemplos que mejor ilustra el tema de las autocoacciones, pues María se cubre primorosamente sus hombros y al mismo tiempo sus pies descalzos buscan el amparo de su vestido, justamente porque los pies son un símbolo de recato virginal, como más adelante Efraín nos lo hace saber, cuando continúa en su narración diciendo:

Oían sin dejar sus labores. María me miraba algunas veces al descuido, o hacía por lo bajo observaciones a su compañera de asiento; y al ponerse en pie para acercarse a mi madre a consultar algo sobre el bordado, pude ver sus pies primorosamente calzados: su paso ligero y digno revelaba todo el orgullo, no abatido, de nuestra raza, y el seductivo recato de la virgen cristiana (Maria, p. 17).

Lo significativo en este ejemplo, que ha sido estructurado en dos partes, es que las autocoacciones que se vislumbran a través de la representación de comportamientos que revelan vergüenza, perturbación o rubor, son enganchadas al personaje femenino de la novela, confirmándose con ello que Isaacs, al igual que Saint-Pierre y Chauteubriand, eligió a la mujer como recurso civilizador, es decir, Colombia adoptó, finalmente, el modelo de educación que venía imperando en occidente.

Estas escenas llaman la atención no porque ante nuestros ojos adquieran tal significado, sino porque, a través de algunas fuentes documentales, hemos podido darnos cuenta de que estos clichés fueron interiorizados por los sujetos en el siglo XIX. Veamos a continuación lo que dice el señor Briceño, a propósito de Isaacs y de su obra para corroborar este argumento:

Encontramos al autor más fuerte en la reproducción de esas escenas de amor, en que las palabras, los movimientos, las miradas hallan eco en nuestro interior, que en las bellas descripciones con que obliga a su pluma la pompa de la naturaleza.11

Todos estos discursos normaron el tema de la sociabilidad entre los potencialmente llamados a constituir la pareja, pues nótese que al escribir Isaacs en su novela «He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquel a quien tanto amasteis y que ya no existe» (María, p. 7), está demarcando por derecho propio el público lector al que va dirigida la novela. Este hecho nos lleva a ratificar una vez más las intenciones políticas que soportaron el discurso de Isaacs, en tanto que el adolescente, como lo sugiere el mismo término, adolece de algo, y por ello se hace más proclive a la dirección de múltiples tutores para la construcción de su propia identidad.

Dirigiendo el sentimiento amoroso en provecho de la vida familiar, Isaacs nos lleva a comprender que las maneras de sentir y por supuesto de amar, están estrechamente ligadas a la historia política del país. Un país que basó la construcción de su identidad nacional, durante el siglo XIX, en las cualidades subjetivas y emocionales de la gente, pues como lo refiere Norbert Lechener, la identidad nacional «también es inventada a partir de valores afectivos como los hábitos y los estilos de convivencia» (1999:68). Pese a que dicha determinación –la construcción de una identidad nacional bajo este aspecto– no haya sido manifiesta con total explicitez, ese marcado acento en temas relacionados con la vida privada de los hombres, sentimientos, emociones y comportamientos, lo convierten en un gesto político por derecho propio.

Orientar los sentimientos en provecho de la vida familiar fue el gran propósito de la época, porque además de lograrse con ello un control más severo de las libertades humanas, los sentimientos concentrados en la institución familiar, claramente encauzados, podían contribuir a la formación de la nación, pues «la esencia de una nación está en que todos los individuos tengan muchas cosas en común» (1993:23). Por ello, siendo la familia ese lugar privilegiado para la transmisión de principios de convivencia social, la idea de construir un proyecto común de futuro, amparado por el desarrollo de una identidad nacional, se veía bien espectado.


1 Este artículo es resultado de la investigación titulada «María: la imaginación sentimental y la construcción de una identidad nacional en la Colombia del siglo XIX (1867- 1879)».

2 Maestría en Historia, Pontificia Universidad Javeriana. Trabajadora Social, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca.

3 Profesora en la Facultad de Ciencias Sociales.

4 Novela colombiana escrita por Jorge Isaacs en el año de 1867. La edición de la que han sido tomadas las citas con relación a la novela es de Norma S.A., 1990, pues coincide en su totalidad con la edición de 1868, que es la segunda edición de María.

5 Alcídes, «Jorge Isaacs», La Aurora: periódico dedicado al bello sexo, Medellín 7 de agosto de 1869, p. 3. Dado que se están citando fuentes del siglo XIX y de principios del XX, cuya ortografía difiere de la actual, se han conservado las faltas ortográficas y tipográficas, por respeto al carácter histórico de los documentos. Este criterio se sigue en el resto del artículo.

6 Al respecto, véase el texto que, en materia de retórica, obtuvo mayor difusión en la Colombia del siglo XIX: El Arte de Hablar, en prosa y verso de José Mamerto Gómez Hermosilla. Pese a que este autor vivió entre los años de 1771 y 1837 y sus publicaciones en orden cronológico fueron: 1842, 1850, 1853, 1877, 1883, 1912 y 1929, sólo se tuvo acceso a esta última.

7 Alcídes, «Jorge Isaacs», La Aurora: periódico dedicado al bello sexo, Medellín 7 de agosto de 1869, p. 2.

8 E. Briceño, «La María», El Iris: periódico dedicado al bello sexo, Bogotá 31 de agosto de 1869, p. 75. (El número de página de este periódico no es el original, sino el que la BLAA le ha asignado en el microfilm).

9 «María, novela por Jorge Isaac», El Iris: periódico dedicado al bello sexo, Bogotá, 6 de octubre de 1867 p. 151.

10 Este concepto se entiende aquí como la apropiación particular que se da en la Colombia decimonónica de algunas de las estructuras retóricas que tocan a la narrativa romántica europea. Isaacs recurrió a una intertextualidad que le permitió la recreación de ciertos lugares comunes, especialmente los que se referían a la mujer como recurso civilizador.

11 E. Briceño, «La María», El Iris: periódico dedicado al bello sexo. Bogotá, 31 de agosto de 1867. p. 76.


Referencias

Fuentes primarias

Alcídes. 1869. «Jorge Isaac». La Aurora: periódico dedicado al bello sexo. Medellín 7 de agosto.        [ Links ]

Briceño, E. 1867. «La María». El Iris: periódico dedicado al bello sexo. Bogotá 31 de agosto.        [ Links ]

Isaacs Jorge. 1990. María. Bogotá, Norma.        [ Links ]

El Iris. 1867. «María, novela por Jorge Isaac». El Iris: periódico dedicado al bello sexo. Bogotá 6 de octubre.        [ Links ]

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