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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.15 Bogotá July/Dec. 2011

 

Puntadas sobre la relación entre estudios culturales y antropología en Colombia1

Some quips on the cultural studies-anthropology couple in Colombia

Apontamentos sobre a relação entre estudos culturais e antropologia na Colômbia

Alhena Caicedo2
Universidad ICESI3, Colombia
alhenauta@yahoo.com

1Este artículo es producto de la investigación «relaciones entre estudios culturales y antropología».
2Pregrado en Antropología Universidad Nacional de Colombia -Bogotá, Colombia, DEA en Antropología social y etnología, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales EHESS, Paris, Francia, Doctorante en Antropología social y etnología Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales EHESS. Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales EHESS. Paris, Francia.
3Directora del Programa de Antropología y profesora del Departamento de Estudios Sociales, de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.

Recibido: 27 de septiembre de 2011 Aceptado: 07 de noviembre de 2011


Resumen:

Desde hace unos años, la relación entre antropología y estudios culturales ha Suscitado distintos debates académicos. No sólo se han puesto en evidencia conflictos «generacionales» promovidos por el indisciplinamiento de las ciencias sociales. Más allá, esos debates han puesto sobre la mesa ciertas discusiones sobre el carácter situado de estas producciones que permiten comprender sus particularidades como resultado de contextos institucionales, económicos, políticos y epistemológicos concretos donde operan unos y otros. El presente artículo propone algunas pistas para pensar los debates actuales entre la antropología y los estudios culturales en el caso particular de la academia y otras prácticas intelectuales Colombianas (como las llama Daniel Matto) y sus posibilidades, continuidades, encuentros y desencuentros en los últimos años.

Palabras clave: Colombia, antropología, estudios culturales, prácticas intelectuales


Abstract:

The relationship between anthropology and cultural studies has given rise to various Academic debates dating back from several years ago. Not only ''generational'' conflicts Have been brought to light fostered by the undisciplining social sciences. Furthermore, those debates have put on the table certain discussions on the situated character of those productions allowing to understand their particularities as a result of institutional, economic, political and epistemological contexts where everybody operate. This paper puts forward a number of hints to think the current debates between anthropology and cultural studies, especially in the case of the Colombian academia and other intellectual practices (as Daniel Matto calls them), and their possibilities, continuities, agreements and disagreements in the last few years.

Keywords: Colombia, anthropology, cultural studies, intellectual practices.


Resumo:

Há alguns anos a relação entre Antropologia e Estudos Culturais vem suscitando Diferentes debates acadêmicos. Não somente tem-se evidenciado conflitos «geracionais» Promovidos pela «indisciplina» das ciências sociais. Além disso, esses debates têm colocado em evidência certas discussões sobre o caráter localizado dessas produções, permitindo compreender suas particularidades como resultado de contextos institucionais, econômicos, políticos e epistemológicos concretos nos quais operam. O presente artigo propõe pistas para pensar os atuais debates entre a Antropologia e os Estudos Culturais no caso específico da academia e de outras práticas intelectuais colombianas (como denominadas por Daniel Matto) e suas possibilidades, continuidades, encontros e desencontros nos últimos anos.

Palavras chave: Colômbia, Antropologia, Estudos Culturais, práticas intelectuais.


El intento de relacionar a cada teoría con el respectivo medio
histórico que genera la posibilidad de su aparición, solamente puede
sostenerse después de desechar el punto de vista de que las «ideas»
son capaces por sí mismas de generar ideas
(Héctor Díaz- Polanco).

Hablar sobre la relación entre antropología y estudios culturales no es algo fácil, al menos para quienes como yo, desde la antropología, nos hemos encontrado de tiempo en tiempo con este campo de estudio sin poder todavía comprender la dimensión y complejidad de la producción que se adjudica el nombre de «estudios culturales». Por eso decido ofrecer una reflexión desde mi lugar como antropóloga, como estudiante y como docente, en el contexto particular de Colombia e intentando delinear una experiencia particular de esa relación desde la exterioridad que supone el no haberme sentido nunca comprometida con el campo de los estudios culturales4.

Mi primer encuentro con los estudios culturales se pueden resumir en la sorpresa de dar con una serie de debates teóricos, metodológicos y políticos novedosos en el campo académico del país, que estaban hablando impúdicamente cuestiones que yo siempre había considerado intuiciones construidas desde la perspectiva de quienes no tienen el poder -o mejor, no han tenido la legitimidad- de nombrar las cosas. Todos esos debates interpelaban abiertamente mi pregunta de investigación desde una manera diferente de plantear la articulación local/global, o el problema de la escala y la relación entre cultura y política en el contexto del capitalismo. En otras palabras ponían sobre la mesa la articulación entre cultura y poder y la remitían a contextos puntuales. En parte creo que por eso considero que no hay pregunta pertinente actualmente en antropología que pueda responderse prescindiendo de ese enfoque. Sin embargo, a lo que voy es que muchos de esos debates que para mi habían propiciado ese «descubrimiento» de perspectiva, o más bien, esta suerte de «nombramiento» de preocupaciones y maneras de abordar que yo no había dudado en reconocer como antropológicas, tenían el nombre de estudios culturales5.

La antropología como disciplina interpela esta cuestión que -al menos en Colombia- se han denominado estudios culturales. Sin embargo esto no quiere decir que otras disciplinas no lo hagan. De hecho algo que caracteriza los estudios culturales es la relación que se plantean con preocupaciones de la economía, la ciencia política, la publicidad, los estudios en comunicación, la sociología, etc. Desde esa lógica creo que los estudios culturales están hablando desde los vacíos y los no dichos que han fabricado los limites disciplinares. Uno de los aportes de los denominados estudios culturales a la antropología es sin duda -como ya lo han señalado en otros lugares-la introducción de una nueva y diferente forma de entender lo cultural en términos relacionales. Ya no como objeto sino como campo de confrontación por el sentido6 que tiene lugar en un determinado contexto histórico. Y que en la actualidad ese contexto histórico es el capitalismo globalizado que constituye actores culturalmente desiguales. En ese sentido, si bien muchas de las antropologías del sur (Krotz, 1993; Boivin et al ., 2004) han privilegiado la pregunta por la desigualdad en diferentes contextos, la propuesta de pensar lo cultural como producción social co-constitutiva con las dimensiones políticas y económicas, reformula la manera de entender esa desigualdad al historizarla. Es justamente en ese sentido que considero que lo que no se había dicho se hace explícito desde esta nueva teorización.

Ahora bien, mis múltiples intentos por comprender mejor ese campo me han dejado más dudas que certezas. A pesar de que cada vez es más recurrente escuchar el nombre de estudios culturales al parecer cada quien tiene una versión diferente de qué los constituye y los diferencia como proyecto y como práctica. En ese sentido, el problema más que el nombre es la falta de consenso, y en muchos casos de criterio para definir qué se entiende por estudios culturales. Por un lado, existen quienes piensan los estudios culturales como el campo de los estudios sobre la cultura. Esto es, un campo amplio donde caben diversas reflexiones multidisciplinares sobre el término cultura en relación con el proceso de globalización7. Para otros, estudios culturales equivale a una propuesta difusionista de orden interdisciplinario definido por unas genealogias específicas y por el eclecticismo metodológico (Szurmuk y Mckee, 2009). Desde esta perspectiva, los estudios culturales se acercan cada vez más a ser una disciplina autónoma en proceso gradual de institucionalización. Finalmente están quienes los definen como una forma de crítica cultural en la que se aplican metodologías y teorías multidisciplinarias críticas de la producción y el consumo de la cultura, como parte de un proyecto abiertamente político que se interroga por las formas de articulación con el poder y desde donde se proponen espacios de intervención (Grossberg, 2006). Como estas múltiples versiones se mezclan constantemente en los espacios desde donde se hace visible el rótulo de estudios culturales (maestrías, eventos y una que otra publicación) uno realmente no sabe nunca con qué se va a encontrar8.

Sin duda la falta de acuerdo sobre qué son y qué constituye los estudios culturales en Colombia ha jugado a favor de una cierta ambigüedad en la manera de abordar cualquier debate con respecto a este campo. Por eso, prefiero hacer una lectura etnográfica del campo de los estudios culturales en el país que muestre al menos algunas de sus características más visibles. ¿Qué son estudios culturales en Colombia? ¿Qué define los estudios culturales en Colombia? ¿Quién los define?

Actualmente en Colombia, los estudios culturales se visibilizan gracias a la emergencia de espacios de formación de postgrado que han institucionalizado el campo. Para quienes no tenemos relaciones con la academia estadounidense, muchos de los debates y planteamientos que se llaman estudios culturales han sido encuentros fortuitos y las más de las veces intuitivos donde uno encuentra afinidades en las preguntas y las propuestas de elaboración. Aun así, creo que es importante entender que aquí en Colombia, los estudios culturales se han posicionado -aunque tímidamente-en el discurso académico nacional a la par que se institucionalizan formaciones de postgrado en su nombre. Eso tiene implicaciones importantes: entre otras, que las discusiones o los planteamientos no han circulado antes de institucionalizarse. A esto agregaría que además lo han hecho desde ciertos espacios y desde ciertos actores: instituciones de elite, profesores titulados en el exterior, y unos poquísimos debates apoyados en el éxito mediático de ciertas teorías de moda9.

Algo que llama la atención entre muchos de quienes de alguna manera se ha acercado o han pasado por los programas o por cursos de formación en estudios culturales en Colombia es la recurrencia a marcar una radical diferenciación entre los estudios culturales y cualquier disciplina de las ciencias sociales clásicas. En el caso concreto de unos cuantos antropólogos he escuchado en más de una ocasión la frase: «uno hace estudios que el problema más allá de si se trata o culturales o uno hace antropología». El problema, creo yo, no es la decisión de seguir un programa de trabajo, sino que en términos pragmáticos hay una especial facilidad para marcar fronteras y límites infranqueables. Programáticamente quienes hacen estudios culturales defienden Radicalmente la transdisciplinariedad, y buena parte de su proyecto pasa por allí, sin embrago no se hace visible una reflexión profunda sobre las implicaciones prácticas de asumir la transdiciplinariedad.

La institucionalidad de los estudios culturales en Colombia ha jugado como aislante de cualquier debate con otras disciplinas. Aún son tímidos los intentos por posicionar abiertamente el debate que proponen los estudios culturales al interior de las disciplinas clásicas de las ciencias sociales, o su relación de aporte, complementariedad o franca contradicción. Tal vez la confrontación en el terreno específico de la oferta académica de programas de postgrado (que implica tener profesores con cierta titulación doctoral, generar espacios académicos independientes, sacar publicaciones, organizar eventos, congresos, etc. y posicionar discursos), donde el diálogo no incluye a las otras disciplinas, haya propiciado cierta impermeabilidad. En ese sentido y como lo ha señalado en su momento Daniel Mato (2003), a pesar de que los estudios culturales defienden y se autodefinen en la transdisciplinariedad, existe una tendencia a que quienes dicen hacer estudios culturales naturalicen la lógica del adentro/afuera. Al menos en los espacios de formación en Colombia, eso parece ocurrir.

En ese sentido, la relación entre antropología y estudios culturales ha sido menos interesante que lo que podría ser puesto que no sólo se trata de un aislamiento «voluntario». También se trata de una relación que por su misma inmadurez en el contexto académico Colombiano, en términos conceptuales y de debate, se ha desarrollado de manera indirecta sobre todo desde los estereotipos elaborados por unos y otros, que sugieren más una confrontación que una relación de mutuo enriquecimiento. En parte, es posible que eso se deba a la dificultad para definir y diferenciar las especificidades programáticas tanto de la antropología como de los estudios culturales, y la falta de consensos en el intento. Tratare de hablar sobre la manera como he percibido yo desde estos espacios que abogan por una superación de lo disciplinar, la caricaturización de la antropología.

La antropología y culturalismo

Una de las críticas más recurrentes a la perspectiva disciplinar de la antropología ha sido su anclaje en el concepto de cultura. Esta crítica -por demás hecha también dentro de la misma disciplina-se reconoce actualmente como el escenario por excelencia desde donde hacer una diferenciación radical y tajante con el proyecto de estudios culturales -cualquiera que este sea (Castro-Gómez, 2003). Se tiende a afirmar que la cultura -a pesar de no contar con un consenso- se ha constituido como el objeto de la antropología en tanto disciplina que se pregunta por la alteridad. Dicha pregunta, que podría considerarse el centro de la perspectiva antropológica, también podría entenderse como una tradición disciplinar osificada en una manera particular de entender la otredad. Pero también podría entenderse como una particular manera de acercarse al campo social y de construir diversidad desde una lógica anti-etnocéntrica que oscila entre la familiarización de lo exótico y la exotización de lo familiar (da Matta, 2004; Sánchez, 2004).

Podríamos seguir analizando las múltiples definiciones propuestas para la disciplina, pero para hablar de la antropología conviene hablar más antropológicamente. Señalar, como se hace recurrentemente, un anquilosamiento de la disciplina antropológica en la noción de cultura como una entidad discreta, aislada y auto-contenida puede ser acertado a condición de pensar la antropología como una disciplina definida como esencia. Por el contrario creo que comprender la complejidad y la densidad histórica de la pregunta por la diferencia pasa necesariamente por sobrepasar ese mismo esencialismo y más bien entender el ejercicio de los antropólogos como una práctica de actores históricamente ubicados que responden a condiciones específicas y a preguntas puntuales en momentos concretos. Lo que no quiere decir que la pregunta anteceda las condiciones históricas en que se produce. En otras palabras, es preferible ver y aproximarse a la antropología por la vía de la práctica antes que por la vía del discurso. En esa dirección, creo que asimilar antropología a culturalismo es caer en una simplificación que sólo da cuenta de la versión liberal y acrítica del ejercicio antropológico que ha hecho hegemonía desde la academia del norte. Lejos de pensar la antropología como una entidad trascendente, autocontenida, discreta e inconmensurable con otras perspectivas (Castro-Gómez), se trata de considerar su ejercicio como una práctica definida por relaciones y tensiones con otras apuestas disciplinares y con otras prácticas académicas y en buena medida, con otras no académicas. En ese sentido hacemos eco de los planteamientos de quienes discuten la cuestión de las antropologías del mundo (lins Ribeiro y Escobar, 2004) y sus apuestas por revelar la geopolítica del conocimiento y las relaciones de poder que han constituido históricamente las formas de hacer antropología en Colombia y en otras versiones del sur. Y, extendiendo esa misma discusión al campo general de la práctica intelectual.

En ese sentido, el reduccionismo culturalista con que se estereotipa a la antropología (no solo desde ciertos sectores que se definen como estudios culturales, sino en general) reproduce visibilidades e invisibilidades que revelan antes que nada una cierta ignorancia sobre la historia de las antropologías nacionales y las diferentes prácticas de los antropólogos (lo que hacen, lo que dicen que hacen y cómo lo hacen), prácticas que han existido al interior o al margen de la academia Colombiana y que han trabajado desde diferentes perspectivas la relación entre lo cultural y el poder. No puedo afirmar que sea la mayoría, pero si considero que entre esos otros, retomando la idea de Mauricio Caviedes, ha habido históricamente varios anónimos estudiantes de pregrado10. Esta ignorancia producto también del colonialismo intelectual -filtrado en las formas en que se enseñaba hasta épocas recientes la historia de la antropología en Colombia y sus aportes teóricos-hace que no se perciban escenarios claves de debate desde donde se ha problematizado contundentemente la desigualdad como una particular manera de entender la otredad, la relación entre práctica y teoría, entre métodos y metodologías y particularmente entre práctica académica y práctica política. Pero volveré más tarde sobre ese punto.

Etnografía y metodología

Otro efecto de esta suerte de economía mental del poder que son los estereotipos, es la tendencia al menos desde la versión más visible de los estudios culturales de entender la etnografía como una técnica de recolección de datos in situ. Esta versión light de la descripción etnográfica ya tiene referentes deplorables en el uso que se le da en el estudio de mercados. Banalizar el trabajo de campo y evitar la confrontación del investigador con la perspectiva de los actores es siempre una salida cómoda. A pesar de no ser una condición generalizada al interior de los estudios culturales, son muchas las personas que han señalado el textualismo como recurso sobrevalorado de los últimos (Reynoso). De igual forma existe cierta manera de hacer estudios sobre la cultura que propone como objeto de estudio un objeto o un producto cultural interrogándose por los modos en que la cultura significa en contextos amplios (Szurmurk y Mckee, 2009; Walsh, 2003). Estas formas de enfocar lo cultural en términos de fenómeno, bastante recurrentes desde los proyectos interdisciplinares, suele caer en el problema de desconocer la práctica de los sujetos sociales y la práctica del propio investigador y sus interacciones.

Sin embargo esa tendencia a la banalización de la etnografía también se reciente desde la misma disciplina (Restrepo, 2006). En la actualidad varios antropólogos han abierto la reflexión a propósito de la invisibilización del trabajo de campo como centro de gravedad de la construcción de conocimiento social. Estas posturas problematizan el trabajo de terreno y el vacío reflexivo existente alrededor de la manera cómo se construyen las relaciones entre el investigador y la gente con la que trabaja. Relaciones que se han considerado acríticamente como naturalmente fluidas (en ambas direcciones) y exentas de contradicción, discontinuidad y conflicto. El problema que entraña esa invisibilización del otro se ha pensado como la imposición de una autoridad etnográfica que supone una relación de poder irresoluble o soluble sólo en el texto. Pero el canon académico hegemónico ha sido reacio a pensar en términos de la relación misma y del lugar del trabajo de campo como co-construcción de conocimiento de la alteridad.

En este sentido creo que sería muy interesante tanto para la antropología que se hace en Colombia como para los estudios culturales que plantean un proyecto serio de vocación política que, siguiendo con lo que de acuerdo con Eduardo Restrepo puede entenderse como una politización de la teoría y una teorización de la política (ver el artículo) trabajar sobre el concepto de etnografía en un sentido más amplio. Si bien la etnografía puede considerarse una metodología, también puede ser una perspectiva de aproximación a lo social que contempla de manera central la relación entre los sujetos en el proceso de construcción de conocimiento (Guber, 1998). En este sentido, las problematizaciones que sobre ésta han proporcionado debates como los desarrollados por Orlando Fals Borda (1972) por fuera y dentro del canon académico y disciplinar, en que se cuestiona abiertamente las relaciones de poder que estructuran y constituyen el conocimiento científico social hegemónico, son una veta de análisis que una perspectiva de trabajo sobre la articulación entre cultura y poder en Colombia podrían retomar.

Práctica académica

Esa misma ignorancia con respecto a las tradiciones intelectuales propias como lo expone bien Daniel Mato (2003), puede observarse en las dificultades para ubicar genealógicamente las reflexiones y debates sobre la articulación entre cultura y poder de la practica antropológica aquí -entre otras prácticas intelectuales. A este respecto, la reflexión de este autor es importante ya que desnaturaliza la ecuación que iguala academia y práctica intelectual. Efectivamente en Colombia, pero también en otros países latinoAmericanos y del sur global, la Academia ha estado aislada e impermeabilizada de la práctica intelectual con vocación política (que por lo general es de izquierda). Lo que ha servido (desde sus universidades, sus dinámicas internas y sus lógicas de funcionamiento) como campo de reproducción del poder más que como campo de confrontación por el poder.

Un efecto de este hecho es el recelo de determinadas generaciones frente a la discusión académica. Si bien muchos de los antropólogos de mi generación no problematizan su práctica en términos políticos, si existe entre muchos de quienes practican la antropología y ejercitan una perspectiva crítica sobre el statu quo una tendencia histórica de descartar la academia como escenario de disputa política. De hecho pareciera haber un sentido común de lectura sobre el compromiso político y social de los intelectuales en términos de: entre menos académico más político y más compromiso (cuestión que para la misma izquierda constituye un buen reto). Esta versión de las cosas tiende a posicionar el trabajo intelectual en una suerte de desventaja que, o cierra filas alrededor del compromiso con la producción en serie y a la carta de científicos sociales para el trabajo de prestación de servicios, o añora romántica y perversamente la militancia política. En ese sentido creo que en la actualidad, la propuesta de comprender la academia como terreno de disputa no solo es sugestiva retóricamente sino que abre la posibilidad de entender formas de reproducción cultural del poder que empiezan a visibilizarse como importantes mecanismos de construcción de subjetividades, que pueden intervenirse. En sentido inverso, para las prácticas disciplinares, encontrar un lugar no estandarizado desde dónde pensar su quehacer más allá de lo académico no sólo es alentador sino que reconduce la reflexión de para qué somos útiles los científicos sociales, por qué y cómo.

Ahora bien, repensar la práctica intelectual en términos políticos pasa por poner en cuestión el sentido común que opone academia/y política. No se trata de convertirse en activista por que si, ni en enarbolar las banderas de la reivindicación social de los desposeídos como algo que se muestra como «políticamente correcto». Al contrario, una de las contribuciones que han hecho las teorías sociales contemporáneas es reconocer la multiplicidad de los espacios de confrontación política y en esa medida resignificar las luchas que desde el campo teórico deben darse en una confrontación por el sentido, desde la formulación de conceptos y aproximaciones teóricas que hacen posible pensar otros mundos posibles.

Este hecho sin embargo puede convertirse en un arma de doble filo. Y en este caso la historia de buena parte de los estudios culturales estadounidenses sirve de ejemplo. Arrastrar la reflexión política hacia la academia desconociendo la necesidad de establecer puntuaciones prácticas corre el riesgo de convertirse en una banalización discursiva y en una retórica autocomplaciente. Que los estudios culturales estadounidenses estén centrados en la academia sigue siendo indicativo de la dificultad para sobrepasar la dicotomía clásica entre teoría y praxis.

Así las cosas, creo que no se puede juzgar a la antropología como disciplina inerte si se está juzgando a los estudios culturales como proyecto político. Ambas deben mirarse en un sentido contextual y como prácticas. La historia de la antropología en Colombia puede ser más abierta de lo que el canon disciplinar quisiera. Al contrario, los estudios culturales que hay actualmente en el país parecieran más cerrados e inflexibles de lo que presumen. Actualmente, la antropología está sufriendo una suerte de institucionalización tendiente a convertir a la disciplina en una herramienta del establecimiento11. Por su parte, los estudios culturales continúan inscritos en un ámbito académico y de élite. Lo claro en ambos casos es que lo retos de estas prácticas Intelectuales no puede dejarse caer en la retorica de moda. Las intervenciones sobre la realidad deben pelearse desde múltiples flancos. Para eso creo que hay que preocuparse por hacer antes de nombrar, a riego de que la intención se desvirtúe y se convierta en pura retórica por efectos de la institucionalidad y los secuelas del poder mediático.

Desde esta perspectiva, y a pesar de que antropología y estudios culturales puedan tratarse como proyectos diferentes, en el momento actual no tienen una práctica tan diferente12, y los retos tampoco parecen ser muy distintos.

Algunas puntadas de remate

Sin duda la conversación que pueda establecer la antropología con los estudios culturales y con otras formas de teoría crítica contemporánea contribuye a asacudir al establecimiento (exterior e interiorizado en muchos antropologos) al recordarnos nuestros propios arcaísmos disciplinares, y al poner a prueba la sensibilidad antietnocéntrica, la reflexividad y la capacidad de desnaturalización, para pensar críticamente nuestra propia práctica localizada.

¿Son los estudios culturales redundantes para la antropología en Colombia? Creo que si, en parte. Esta afirmación la hago porque creo que la práctica de muchos antropólogos en Colombia ha sido lo suficientemente abierta como para integrar lo mejor de la propuesta de estudios culturales y de otras teorías críticas. A pesar de que se desconozca mucho de su genealogía y desarrollos en la academia anglófona, son lugares para enunciar preguntas sugestivas desde la antropología. En ese sentido no es gratuito que actualmente constituyan los insumos conceptuales con los cuales se está produciendo buena parte del conocimiento antropológico y, a mi modo de ver, el mejor. No digo que los estudios culturales sean antropología in stricto sensu , sobretodo porque pienso que la práctica de los antropólogos no pasa necesariamente por la reflexión de si se trata de una cosa o de otra.

A pesar de que desde muchos escenarios se piensa que los antropólogos creen que los estudios culturales usurpan el campo de análisis de la cultura a la antropología, aquí en Colombia parecen ser muy pocos los antropólogos que se interesan por el campo de los estudios culturales y debaten sus intersecciones con la antropología. Es más, diría que el común denominador de esa relación es la ignorancia atrevida. Obviamente eso también se ha prestado para que de manera diletante se juzguen los estudios culturales desde las críticas ya institucionalizadas de autores como Carlos Reynoso. Sin embargo, pareciera que muchos de los detractores de los estudios culturales que se apoyan en Reynoso tuvieran una lectura vaga y más bien mediocre de la propuesta de este autor. Aun así, sí considero que la preocupación por comprender la relación entre cultura y poder en contextos concretos si hace parte de la práctica de mucha gente en Colombia antropólogos y no antropólogos. En esa dirección, hay que reconocer que muchos de los trabajos de grado que se están haciendo en los programas de antropología, y, en general de las investigaciones de los antropólogos, sus preguntas e inquietudes pueden ser consideradas más afines con los estudios culturales que con la versión clásica de la disciplina. Tan lejos de esa versión clásica como estamos, para mí, muchas de las preguntas de los estudios culturales no son diferentes a las que se plantean desde la antropología.

Sin duda un diálogo desprevenido con los estudios culturales pueden ayudar a la antropología a desentramparse de una cierta inercia irreflexiva producto del romanticismo multicultural en efervescencia que sólo entiende lo cultural como equivalente de lo étnico. Esta ecuación, que efectivamente es en parte un producto de la misma antropología, ha hecho perder de vista el carácter histórico tanto de las identidades como de las teorizaciones hechas también por antropólogos preocupados por reivindicar el carácter localizado de las producciones culturales (pienso por ejemplo en el trabajo de Guillermo Bonfil Batalla). E igualmente ha confundido las posibilidades de pensar las intervenciones políticas frente a un sistema que oculta profundas desigualdades detrás del elogio a lo diverso. Finalmente, creo que una apertura conflictiva hacia los estudios culturales tal vez visibilice nuevas maneras de entender contextual, histórica y políticamente la diferencia, reconociendo que la diversidad puede ser mucho más amplia que la desigualdad.


Pie de página

4Este escrito reúne una serie de reflexiones sobre las que hemos venido trabajando alrededor de la relación entre estudios culturales y la antropología en el contexto Colombiano. Se trata todavía de reflexiones en elaboración o de puntos de partida frente a un tema donde todavía queda mucha tela que cortar.
5Cuando digo que para mí siempre han tenido un carácter antropológico lo hago desde la consideración de las posibilidades de ruptura sociocéntrica y que otras disciplinas no lo hagan. De etnocéntrica que propone la antropología como ejercicio epistemológico permanente. En otras Palabras, esos «descubrimientos» jugaron en la lógica de «exotizar lo familiar y familiarizar lo exótico» y de con preocupaciones de la economía, desnaturalizar el canon (como lo llama Roberto Da Matta, 2004).
6Aun así considero que esa nueva manera de entender la cultura no es radicalmente inconmensurable con las propuestas desde las globalizado que constituye actores antropologías y la sociología de la cultura -sobre todo las de la modernidad.
7El seminario internacional sobre estudios culturales que se llevó a cabo en la Universidad por unas genealogías específicas y Nacional de Medellín en marzo de 2009 es un buen ejemplo de esta versión.
8Actualmente en Colombia hay cuatro programas de maestría en estudios culturales (Universidad Nacional sede Bogotá, Universidad Nacional sede abordar cualquier debate con respecto Medellín, Universidad Javeriana, Universidad de los Andes). Llama la atención la reciente apertura de becas para la financiación de investigaciones una lectura etnográfica del campo en estudios culturales por parte del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.
9Otro de los puntos álgidos de discusión tiene que ver con el colonialismo intelectual. ¿son los estudios culturales producto del Colonialismo intelectual?, ¿Se trata de una narrativa monopolizante de los desarrollos teóricos, prácticos y metodológicos que se han constituido a partir de determinadas prácticas intelectuales y que responden críticamente al contexto histórico actual de globalización capitalista? Es posible. Creo que el problema mas allá de si trata o no de colonialismo intelectual es plantear críticamente la relación que se establece con tradiciones de pensamiento propias. Hay quienes defienden el nombre de estudios culturales y hay quienes alegan la necesidad de renombrar. Yo pienso que teniendo claro el objetivo, lo que hay que hacer no es copiar el modelo sino encontarr la manera de nombrar lo que se ha hechoi aquí sobre esa misma lógica.
10Sería interesante rastrear más a fondo la manera como desde la tesis de los programas de antropología en los últimos quince años se ha historia de la antropología en Colombia trabajado la perspectiva de la reflexividad que ubica al investigador como parte del universo estudiado.
11Esta idea se relaciona con las nuevas modalidades y las preocupaciones que están orientando los programas de antropología en las universidades del país.
12En términos laborales, por ejemplo, muchas de las plazas que esperan ocupar quienes se forman en manos de antropólogos. Y este fenómeno es relativamente reciente. Los antropólogos han desplazado paulatinamente de estos cargos a sociólogos, al recordarnos nuestros propios historiadores, trabajadores sociales, etc.


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