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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.19 Bogotá July/Dec. 2013

 

Memoria Mediática y construcción de identidades1

Mediatic memory and identity construction

Memória midiática e construção de identidades

Salomé Sola Morales2
Universidad de Santiago de Chile
salome.sola@usach.cl

1El artículo presentado fue resultado de la tesis doctoral de la autora titulada «La dialéctica entre las narrativas mediáticas identitarias y los procesos de identificación», realizada al amparo de la Universidad Autónoma de Barcelona gracias a una beca pre-doctoral PIF 2008-2012.
2Ph.D. Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora del Master en Comunicación, Periodismo y Humanidades de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora Asociada, Escuela de Periodismo, Universidad de Santiago de Chile.

Recibido: 16 de septiembre de 2013 Aceptado: 30 de octubre de 2013


Resumen

Este artículo presenta un marco teórico para el estudio de las relaciones entre los medios de comunicación y la memoria, desde una perspectiva psico-social y comunicativa. Como es bien sabido las narrativas mediáticas tienen un rol fundamental en la construcción de la memoria compartida. Pero, ¿pueden los medios construir una memoria más allá de los propios sujetos o colectivos? Nuestra premisa principal es que la memoria mediática es un fenómeno multidimensional que afecta la construcción y la transformación de las identidades. La principal conclusión a la que hemos llegado es que para comprender a fondo el funcionamiento de una cultura o comunidad es necesario analizar el modo como se configuran y conservan dichas comunidades, y la propia memoria cultural, comunicativa y mediática.

Palabras claves: memoria, medios de comunicación, identidades.


Abstract

This paper presents a theoretical framework for the study of relations between mass media and memory from a psycho-social and a communicative perspective. As it is well known, mediatic narratives play a fundamental role in the construction of shared memory. But, can media build a memory beyond subjects or collectives themselves? our main pressuposition is that mediatic memory is a multi-dimensional phenomenon affecting identity creation and transformation. Our main conclusion up to present is that in order to deeply understand how a culture or a community operate, it is necessary to analyze the way they are configured, preserved, and their own cultural, communicative and mediatic memories.

Key words: memory, media, identities.


Resumo

Este artigo apresenta um marco teórico para o estudo das relações entre a mídia e a memória a partir de uma perspectiva psicossocial e comunicativa. Sabe-se que as narrativas midiáticas têm um papel fundamental na construção da memória compartilhada, mas será que a mídia pode construir uma memória para além dos próprios sujeitos e coletivos? Nossa premissa principal é que a memória midiática é um fenômeno multidimensional que afeta a construção e a transformação das identidades. A principal conclusão à qual chegamos é que para compreender o fundo do funcionamento de uma cultura ou comunidade é necessário analisar o modo em que se configuram, conservam a própria memória cultural, comunicativa e midiática.

Palavras chave: memória, mídia, identidades.


Introducción: la dialéctica entre la memoria y el olvido

Igual que el lenguaje, la memoria y el olvido son fenómenos de naturaleza psicosocial que permiten a los sujetos y a los grupos codificar, almacenar y recuperar el pasado o, lo que es lo mismo, administrarlo y gestionarlo, si se quiere utilizar un vocabulario más institucional. Pero, ¿acaso son la memoria y el olvido procedimientos que solo afectan a los individuos o también a los grupos? en este artículo exploraremos, en primer lugar, el alcance psicológico de la memoria como proceso constructivista. En segundo lugar, pondremos de relieve el carácter social, comunicativo y cultural de la memoria. Y finalmente, prestaremos atención a la llamada «memoria mediática» y destacaremos su papel crucial en la construcción de las identidades tanto individuales como colectivas (ambas interrelacionadas). La tesis que sostendremos aquí es que la memoria es clave para organizar nuestro recuerdo biográfico y para crear el sentido grupal o sentimiento de pertenencia. Partiremos de la premisa según la cual recordar y olvidar son condiciones de posibilidad de la humanización, de la socialización y de la biografía personal de cada individuo (ruiz Callejón, 2001: 236). En este sentido, podríamos afirmar que la memoria es coextensiva a los procesos de individuación y a los de socialización, en los que profundizaremos a continuación.

La memoria como proceso psíquico

Desde la perspectiva de la psicología cognitiva y de la neurociencia cognitiva de la memoria, existen diferentes sistemas en el cerebro que rigen diversas tipologías de memoria, con sus respectivas funciones y efectos. En su conocida Principios de psicología (1989), William James propuso un modelo dual, bastante arraigado hoy en día, según el cual existen una memoria primaria, a corto plazo o inmediata, y una memoria secundaria o a largo plazo. Ahora bien, para desarrollar el vínculo existente entre los imaginarios colectivos y la memoria prescindiremos de la primera y nos centraremos en el funcionamiento y los efectos de la segunda.

En 1985, endel Tulving diferenció entre tres tipos de memoria a largo plazo: la episódica, referida a una vivencia personal; la semántica, relacionada con un hecho general, y la procedimental, donde podríamos incluir la memoria motora, implícita o automática. Dos años más tarde, larry r. Squire, en Memory and Brain (1987), optó por un modelo dual: una memoria declarativa, que englobaría la memoria episódica y la semántica, y otra procedimental o no declarativa. Aquí dejaremos a un lado aquellos tipos de memoria que no nos conciernen, como la memoria motora (un tipo de memoria procedimental que responde al aprendizaje de tareas automáticas, como caminar o conducir), las memorias sensoriales o perceptivas (icónica o visual y ecoica o auditiva) o la llamada memoria espacial; y nos centraremos en las memorias declarativas propiamente, es decir, en la episódica y la semántica. Veamos por qué.

La característica principal de las memorias declarativas es que son explícitas y permiten recuperar voluntariamente desde porciones del lenguaje hasta imágenes mentales. Dicho con otras palabras, gracias a ellas se puede evocar conscientemente recuerdos concretos de acontecimientos o estímulos tales como escuchar un programa radiofónico, visionar una película o participar en un foro virtual. El hecho de que sean intencionadas pone de manifiesto el carácter selectivo de toda reconstrucción narrativa. Pero diferenciemos entre los dos tipos de memoria declarativa que nos ocupan.

La primera, la memoria episódica, es capaz de implicar un contexto determinado, ya que incluye información sobre el momento, el orden y las circunstancias en los que sucedió un acontecimiento. De ahí que pueda aportar elementos estructurales acerca del contexto social, cultural o mediático en el que el sujeto se inserta. Es una memoria de carácter específico, pues se refiere a un tiempo y a un lugar concretos (Carlson, 2010: 313), el momento mismo del visionado o la participación virtual. Pero, además, como todo episodio, representa un acontecimiento único vivido por alguien en primera persona. Lo que viene a significar que tiene un importante componente subjetivo. Como es evidente, diferentes personas pueden participar en un mismo evento o ser testigos de un acontecimiento dado, pero tener de él recuerdos diversos. Del mismo modo, diferentes receptores pueden ver un mismo filme y construir a su manera una experiencia única y recordarlo de forma diversa. A pesar de ello, sus recuerdos episódicos siempre podrán aportar conocimiento sobre el orden o las circunstancias en que se dio un suceso concreto.

La segunda, la memoria semántica, propuesta por primera vez por Tulving (1972), representa el conocimiento del mundo y del lenguaje. Por tanto es menos específica y versa en su lugar sobre hechos generales, conceptos o categorías más abstractos que no tienen que relacionarse necesariamente con la vivencia propia. Es más, este tipo de memoria no tiene por qué incluir la información sobre el momento o el contexto de aprendizaje (Carlson, 2010: 313), ni tampoco tiene que ser vivida en primera persona. En definitiva, «se refiere —más bien— al significado, la comprensión y otros conocimientos que no se encuentran relacionados con experiencias o acontecimientos específicos de la vida de la persona» (Ballesteros, 2010: 118). Esta memoria no hace referencia solo a palabras o frases concretas, sino también, y principalmente, a estructuras de información y conocimientos superiores que ayudan a configurar la memoria desde una concepción constructivista. De aquí se deriva una cierta semejanza con las nociones de marco, esquema o frame (Goffman, 1974; entman, 1993). recordemos que todas ellas son unidades de representación psicológica del conocimiento acerca de reglas, normas, símbolos o conceptos compartidos en una sociedad. Ahora bien, sería pertinente cuestionar cómo han llegado a instaurarse estos patrones organizados de pensamiento en la sociedad. No podemos perder de vista que los medios de comunicación aportan una información esencial sobre las conductas apropiadas o las maneras de reaccionar ante una situación dada.

La teoría de los guiones

El concepto psicológico de guión, propuesto por roger Shank y robert P. Abelson (1977), es de gran utilidad en el estudio de la memoria semántica. Se trata de un tipo específico de esquema compartido sobre situaciones cotidianas o habituales, gracias al cual las personas saben cómo comportarse en cada momento. Es importante señalar que no todas las formas de memoria semántica son conscientes o enseñadas de manera expresa. Seguramente nadie nos ha explicado en detalle cómo tenemos que comportarnos dentro de un supermercado, pero la mayoría de los sujetos siguen pautas similares: cogen un carro, eligen productos, hacen cola para pagar, entregan el dinero a los cajeros, meten los productos en bolsas y se marchan. Este tipo de comportamientos espontáneos y automáticos forma parte de la memoria semántica que se organiza en relación con esquemas cognitivos simplificados. Para Shank y abelson, parte del conocimiento que los seres humanos tienen acerca del mundo está organizado de acuerdo con numerosas situaciones estereotípicas. Así, el término guión hace referencia a «a estructura de memoria que una persona tiene para codificar, a diferentes niveles de abstracción, su conocimiento general acerca de ciertas acciones o situaciones ordinarias» (Santalla, 2000: 478). Ahora bien, aquí lo interesante sería cuestionar hasta qué punto algunas de estas secuencias estereotípicas pueden llegar a ser instituidas por los medios, como ya hemos anunciado.

Es importante matizar que los guiones son aprehendidos —consciente o inconscientemente— e integrados en la memoria semántica, de modo que ante una situación dada el sujeto en cuestión evoca estas pautas de conducta ordenadas y aceptadas socialmente. «los esquemas y guiones son muy importantes porque nos ayudan a formarnos expectativas sobre lo que podemos esperar en una determinada situación» (Ballesteros, 2010: 214). Pero, ¿cómo se construyen estos guiones? estos esquemas se componen de planes (objetivos hacia los que se dirige una actividad concreta), los que, a su vez, se basan en temas. Dicha información básica permite construir las predicciones sobre un objetivo dado, proporciona el contexto previo para una acción y, sobre todo, da sentido al comportamiento de una persona o a un rol social determinado. Tales temas contienen reglas, riesgos o beneficios asociados, planes típicos de actuación, guiones situacionales concretos (Burke y Stets, 2009), es decir, son fórmulas estereotipadas acerca de una categoría social dada o un modo de comportarse. A este respecto, valdría preguntarse si los relatos mediáticos influyen de algún modo en la configuración de estos guiones, que se integran en la memoria semántica y son utilizados a diario por los miembros de una comunidad.

En gran medida, podríamos considerar que muchas de las pautas comportamentales pueden estar influidas por las estructuras típicas, arquetípicas y estereotípicas que circulan en los medios de comunicación. Pero, ¿cómo pueden influir estos guiones en la construcción de las identidades? los aportes del enfoque psicológico nos permiten entender la memoria como el espejo en el que la persona se reconoce y adquiere conciencia de sí misma. De manera que el origen de la idea de sí surge de las facultades de recordar y olvidar. En este lugar, el self obtiene el sentido de continuidad o mismidad (sameness). Recordemos que, para el psicólogo cognitivo Vittorio Guidano, como lo hace notar alfredo ruiz (2003), el self es una semejanza del sistema consigo mismo que se reconoce en su propia activación y continuidad, en términos de una memoria histórico-temporal y de un proceso activo. De hecho, es necesario saber quiénes hemos sido para saber quiénes somos (Freeman, 1993); y del mismo modo puede serlo olvidar quiénes fuimos para poder ser otros. Aquí es donde mejor se evidencia el vínculo necesario entre la biografía individual y el imaginario social, comunicativo y cultural, elementos clave en la construcción de la identidad propia y ajena.

La memoria como fenómeno social, comunicativo y cultural

Cuando recordamos u olvidamos, no solo nos adentramos en la interioridad propia, sino que hacemos referencia a una estructura social concreta, que condiciona toda nuestra experiencia vital. La memoria nos permite compartir, adquirir conciencia, reconocer y comunicar los universos simbólicos comunes, gracias a los cuales los humanos socializan y configuran sus sentimientos de pertenencia grupales. Ahora bien, como ha subrayado Jan assman, cuando recordamos podemos hallar dos tipos de memoria o procesos recurrentes: la memoria episódica o de experiencia y la semántica o de aprendizaje (2008: 18). Mientras que la primera hace alusión a la vivencia y experiencia propias, la segunda se refiere a lo aprendido y recordado y se encuentra vinculada al significado y el sentido. Pero, ¿cómo se aprende y se retiene este material? De acuerdo con el egiptólogo alemán, esta memoria está más bien organizada lingüísticamente, de forma narrativa.

Está claro que la influencia creadora de sentido y de estructura propia de nuestra vida en sociedad, con sus normas y valores, sus definiciones de lo que tiene sentido y lo que es importante, repercute incluso hasta en nuestros recuerdos más íntimos (assman, 2008: 19).

A continuación, partimos de esta base para postular que la cultura mediática promueve la creación de la memoria y su exteriorización. Los relatos mediáticos figuran y configuran, en gran medida, la memoria «individual» y la memoria «social» o «colectiva», que son, sin duda, las dos caras de la misma moneda. De modo que la memoria individual es eminentemente social, lo cual no quiere decir que la memoria esté fuera de los individuos, sino que está determinada social y culturalmente.

El investigador por excelencia de la memoria social es maurice Halbwachs, para quien el ser humano necesita relacionarse para poder recordar. Si bien desde un punto de vista psicológico los recuerdos son vividos de modo individual, no podemos olvidar que la sociedad interviene siempre en estos procesos cognitivos y afectivos. En Los marcos sociales de la memoria (2004), Halbwachs se desprende de la concepción interior que sostienen agustín o Henri Bergson, que se fundamenta principalmente en la vivencia subjetiva, y llega hasta las condiciones sociales y emocionales de la memoria. Para él, recordar es reconstruir el pasado desde los marcos sociales presentes en una comunidad o grupo. En este caso, el marco es entendido como una estructura de pensamiento, o sistema de representaciones, capaz de agrupar a las personas y de crear la visión del mundo que unifica la narración. Los marcos sociales permiten reconstruir el pasado más que revivirlo propiamente. Por eso, lo que importa de un acontecimiento recordado es el modo en que es significado y relatado por los grupos sociales. El autor se refiere aquí a «grupos permanentes de los cuales hemos sido o somos parte integrante, sea porque nos vinculamos por intervalos más o menos distantes, sea porque nos adherimos a ellos de modo permanente» (Halbwachs, 2004: 167). La idea de reconstrucción del recuerdo es importante porque este se compone de elementos previos y posteriores al suceso, por lo que no puede desvincularse ni del pasado anterior ni del presente desde el que es recordado. Por lo tanto, si tratamos de analizar un recuerdo mediático tendremos que tener en consideración el contexto general en el que se encuentra el sujeto receptor o usuario.

Pero el pasado no puede conservarse intacto, como ha hecho notar por ejemplo Paul ricoeur, ya que es creado y recreado por los marcos sociales, transitado por la experiencia propia y transformado en cada memoria individual. El individuo no puede llegar a ser nunca completamente independiente de su pasado, ya que su self está construido por las imágenes que posee del pasado (Todorov, 2000: 25-26). Imágenes que están cada día más instauradas por los medios de comunicación y tienen que ver a veces más con anhelos o deseos colectivos que con necesidades propias. De esta manera, para entender el recuerdo propio hay que reubicarlo en el pensamiento del grupo y el marco interpretativo cultural en el que se inserta. Y es que aunque un recuerdo dado pueda ser íntimo siempre guardará un vínculo con el medio social. Además, como subraya Halbwachs (2004: 233), «no puede existir ni vida ni pensamiento social sin la presencia de uno o varios sistemas de convenciones». Así, las ideas vehiculadas por los medios de comunicación y otras instituciones se convierten en hábitos de pensamiento e influyen en el medio social.

Ahora bien, no podemos ignorar que esta memoria vinculante es de carácter colectivo. Por ello también podría ser llamada memoria colectiva, cuya función principal consistiría en transmitir un esquema de referencia grupal. Diremos que la sociedad se inscribe a sí misma en esta memoria, con sus normas y sus valores compartidos: tradiciones culturales, imaginarios colectivos, imágenes recurrentes y demás mitos vehiculados por los medios de comunicación, elementos fundamentales en la construcción de la identidad. Además, si los recuerdos reaparecen, se debe a que la sociedad dispone en cada momento de los medios adecuados para reproducirlos (Halbwachs, 2004: 337). De ahí la íntima conexión entre memoria, identidad, narración y medios de comunicación. Es más, si los archivos y documentos de todo tipo (entre los que podemos encontrar, sin duda, los relatos mediáticos) sirven de base para la memoria colectiva, como ha planteado José mª rubio Ferreres, es porque son «testimonio» del pasado o, lo que es lo mismo, porque han dejado una «huella» o un vestigio que permite hacer presente lo que «ya no es» u olvidar lo que fue. En sus palabras, la memoria

Hace «permanecer todavía» (memoria) lo que «ya ha pasado» (pretérito). En este sentido se puede decir que el pasado no es sólo lo que «ha pasado» (aspecto transitorio), sino también lo que «sigue estando preservado en el presente» (aspecto permanente), es decir, se lo está reteniendo mediante una memoria narrada (rubio, 2001: 303).

Estas formas de narración son muy diversas, de ahí que se pueda afirmar que en la memoria colectiva podemos hallar el rastro invisible de muchas otras narraciones: una cierta polifonía de recuerdos diversos que constituyen la memoria compartida. En una línea similar, Gerard Hauser (1999) ha planteado que las narrativas incorporan y rehacen el conocimiento histórico y mitologizan el pasado como parte de la conciencia de las personas. De esa manera, proporcionan en gran medida la base de la memoria compartida. La memoria es vivenciada en el presente mediante una «reconstrucción», que se encuentra estructurada por dos elementos inseparables: «el mantenimiento de un 'núcleo narrativo' (la memoria) y la recomposición simbólico-literaria de ese núcleo (actividad mimética)» (rubio, 2001: 303). La dialéctica entre memoria y olvido también puede observarse en el carácter selectivo del relato construido, como ya lo expresara Tzvetan Todorov. Y es que «las experiencias 'contadas' dejan de ser simplemente 'vividas' y son 'transmitidas', esto es, 'comunicadas'» (rubio, 2001: 298). Pero las diversas configuraciones o fabulaciones pueden incluso convertir la memoria en algo patológico, dice el investigador. En ocasiones se pueden producir «sueños funestos del pasado» que descansan en un anhelo inalcanzable de dominación (aranzueque, 1997). En cierta medida, las comunidades imaginadas propuestas por Benedict anderson (1993) adquieren su vigencia gracias a la memoria imaginada construida y elaborada de acuerdo con unos fines, en muchas ocasiones, políticos, económicos o emocionales.

En La mémoire collective (1968), maurice Halbwachs se pregunta por las fuentes de la memoria y considera que, a menudo, las ideas, reflexiones, sentimientos o pasiones individuales han estado inspirados por nuestro grupo. Así, las llamadas identidad individual y memoria biográfica están inextricablemente vinculadas a lo colectivo y lo social. Esto no significa que nuestra memoria se pueda confundir con la de otros, sino que la evocación del pasado necesita el bagaje de los recuerdos históricos para constituirse: memoria de los otros que no completa o fortalece la mía, sino que es la única fuente que me permite configurarla y construirme como sujeto. La memoria colectiva es interna, por eso es la imagen del grupo visto desde dentro y durante un periodo concreto, que no sobrepasa la duración media de la vida humana. Ella presenta al grupo un cuadro de sí mismo que se desarrolla en el tiempo —ya que se trata del pasado— y en el espacio —ya que se halla muy vinculada a los contextos sociales en los que se da—. Además, este cuadro da la posibilidad a los sujetos y a los grupos reconocerse siempre en una serie de imágenes sucesivas (Halbwachs, 1968: 78) mediante las cuales pueden reconstruir su propio pasado y su propia tradición, al tiempo que proyectan su futuro. Y estos esquemas recurrentes, vehiculados por los medios de comunicación, darán lugar a tejer las diversas identificaciones individuales y colectivas que forman la base de las llamadas identidades (véase Sola morales, 2012).

El egiptólogo Jan assmann ha propuesto dos formas de memoria colectiva: la memoria comunicativa y la memoria cultural. La primera es de carácter genealógico o, lo que es lo mismo, abarca el tiempo generacional. La memoria comunicativa se crea y desaparece con los que comparten un mismo espacio-tiempo. Este tipo de memoria, que ha sido retomada por ana luengo (2004), surge en el contacto entre los seres humanos en actividad. La segunda, la memoria cultural, que el investigador ha desarrollado junto con aleida assman, es clave para entender el vínculo entre memoria y procesos de construcción de identidades. Los investigadores alemanes van más allá de los marcos sociales propuestos por Halbwachs y se refieren a los marcos simbólicos y culturales de la memoria. En contraste con la memoria comunicativa, «la cultural abarca lo originario, lo excluido, lo descartado y en contraste con la memoria vinculante y colectiva, abarca lo no instrumentalizable, lo herético, lo subversivo, lo separado» (assman, 2008: 47). Esta última se concentra en puntos concretos del pasado y funciona como un dispositivo mental y cultural. Como dice el autor en Religión y memoria cultural:

La teoría de la memoria cultural, que equivale a una especie de «giro ontológico de la tradición» puede sintetizarse con la fórmula: «el ser que puede ser recordado es texto». El lenguaje es diálogo, comprensión mutua, comunicación. El texto, en cambio, se constituye apelando a una comunicación previa. Siempre está en juego el pasado. La memoria une el intervalo entre entonces y ahora (2008: 15).

Para assman, la memoria no solo tiene una base social, como bien formuló Halbawchs, sino también un fundamento cultural que la hace convertirse en «memoria cultural» compartida por un grupo de sujetos. A este respecto es crucial la interacción entre psique, conciencia, sociedad y cultura. Desde esta perspectiva, los rituales escenifican la interacción entre lo simbólico y lo físico y, sobre todo, ayudan a mantener la memoria: «Traen al presente algo lejano y ajeno, que no tiene lugar en la vida diaria y por lo tanto debe ser evocado en intervalos regulares, con el fin de preservar un contexto amenazado por la desintegración y el olvido» (assman, 2008: 34). Este vínculo de sentido, que puede nacer como una alianza política o económica, por ejemplo, es el que conforma el sentimiento de grupo o el «nosotros», y hace que los individuos se integren en una comunidad de aprendizaje y recuerdo.

El miedo al olvido —o a la desaparición del grupo o las señas colectivas— hace que las identificaciones, a veces, se reformulen de forma desproporcionada o esencialista. No olvidemos que muchos ismos, tales como los imperialismos o los racismos, surgen como un miedo a ser dominados por otros, es decir, por la amenaza que la alteridad supone para el mantenimiento de la supuesta estabilidad grupal. Si los otros ocupan el espacio y lo transforman con sus diversas formas de hablar, actuar o de ser, el «nosotros» puede resquebrajarse o tambalearse. Desde esta perspectiva, desgraciadamente, se olvida el enriquecimiento que siempre puede aportar la diferencia. Ahora bien, la pregunta que cabría hacer es: ¿cómo se configura la memoria mediática?, ¿funciona del mismo modo que la memoria cultural?

La memoria mediática: entre ritualidad y provisionalidad

Hasta aquí hemos referido que los marcos sociales permiten organizar nuestro recuerdo biográfico y a la vez el sentido grupal o sentimiento de pertenencia. Es así como debemos entender el vínculo necesario entre el lenguaje y la memoria, elementos clave tanto en la rememoración individual como en la experiencia colectiva. A este respecto, la pregunta clave final que habríamos de plantearnos sería: ¿Cómo los relatos mediáticos traman y urden la memoria y el olvido compartidos? en «la urdimbre mitopoética de la cultura mediática», albert Chillón ha señalado que «la cultura mediática ejerce un papel preeminente en la configuración de la memoria y de las proyecciones colectivas» (Chillón, 2000: 134). Las mediaciones comunicativas actuales proponen un abanico de configuraciones simbólicas que graban en la conciencia de los grupos no solo los acontecimientos más significativos sino también un sinfín de imágenes recurrentes, esquemas simbólicos de tenor arquetípico, típico y estereotípico, que sin duda pueden condicionar las relaciones intersubjetivas o la adscripción de roles sociales.

No obstante, la cuestión más problemática a la hora de estudiar el modo en el que se configura la memoria mediática es el equilibrio que ésta establece entre la ritualidad y la provisionalidad, es decir, entre la continuidad y el cambio. Si bien los relatos mediáticos reproducen de manera rítmica la «cultualidad» (los nacimientos, los casamientos, los divorcios, las defunciones son algunos de sus temas recurrentes), al mismo tiempo se basan, como es sabido, en lo provisional, lo espontáneo y lo novedoso. El culto a lo efímero no solo es observable en los relatos acerca del cuerpo, la moda, el consumo o el dinero, por citar unos pocos temas repetitivos, sino también, y principalmente, en los llamados hechos o acontecimientos, material principal de los informativos. Como es bien sabido, la mayoría de estos sucesos tienen una vida corta, y con la misma rapidez que irrumpen en las agendas, repentinamente son desplazados, silenciados o condenados al olvido. Estamos pensando sobre todo en la cobertura de ciertos conflictos que aparecen y desaparecen de la agenda. Por tal razón, esta memoria se basaría en unos recuerdos un tanto fugaces y poco consolidados.

Pero además de ritual (repetitiva) y provisional (efímera), la memoria mediática se encuentra a caballo entre las dos memorias declarativas mencionadas al principio de este artículo. Por una parte, está cercana a la memoria episódica o de experiencia, porque se basa en el recuerdo acerca de una vivencia —el propio acto de recepción es una actividad cognitiva, afectiva y efectiva— y de una experiencia —aunque sea mediada o sobre otros—. Por otra parte, es similar a la memoria semántica o de aprendizaje, ya que implica un conocimiento impersonal acerca del mundo y de los otros. Y aunque no sea vivida en primera persona sí que es reapropiada de manera singular en el proceso de recepción. Pero veamos los que, a nuestro juicio, son algunos de los aspectos más relevantes de este tipo de memoria. En primer lugar, es de carácter generacional, como la memoria comunicativa de assmann, ya que es compartida por grupos de personas que han vivido un mismo momento histórico aunque no necesariamente en primera persona. El casamiento de lady Di, el escándalo lewinsky, el ataque a las torres gemelas o la ejecución de Sadam Hussein podrían ser algunos de los recuerdos mediáticos colectivos compartidos por una misma generación. En segundo lugar, esta memoria es inestable como ya hemos anunciado, porque cada individuo puede conservar recuerdos específicos en función de su manera de relacionarse con los medios y de su trayectoria biográfica. Aquí entrarían en juego la curiosidad (véase Blumenberg, 2008) y el interés de los receptores por unas temáticas o contenidos concretos que harán que recuerden mejor unos contenidos que otros. En tercer lugar, este tipo de memoria es muy moldeable, ya que puede modificarse, completarse o transformarse por la influencia de otras fuentes o agentes exógenos. Las diferentes instituciones socializadoras (familia, escuela, religión, lugar de residencia) son también muy influyentes. En cuarto lugar, si las figuraciones llegan a ser interiorizadas o apropiadas por los receptores, podrían convertirse en parte del universo simbólico compartido de un grupo determinado. Finalmente, como es bien sabido, la memoria mediática tiene una relación directa con las percepciones, y en muchas ocasiones es prefigurada gracias a su transmisión sensorial, icónica o auditiva. Dicho de otro modo, los receptores o usuarios pueden llegar a recordar un evento dado no ya por su contenido sino por la espectacularidad de las imágenes transmitidas.

Conclusiones

En definitiva, la memoria mediática es clave para organizar nuestro recuerdo biográfico y para crear el sentido grupal o sentimiento de pertenencia, elementos fundamentales en los procesos de construcción de identidades. Al mismo tiempo, esta memoria se encuentra en la base de las creencias, los valores y las tradiciones compartidos por una sociedad, un colectivo o una comunidad dada. No olvidemos que a través de las narrativas mediáticas los grupos —generalmente poderosos— refuerzan el sistema hegemónico. De manera que para comprender a fondo el funcionamiento de una cultura o comunidad será necesario analizar el modo en que ésta ha configurado, conservado y transmitido su propia memoria cultural, comunicativa y mediática. Así, la repetición constante de una serie de temáticas o relatos acerca de un colectivo —éxodo o genocidio, por ejemplo, en el caso judío, hará que éstos construyan una identidad victimizada—. Por el contrario, la omisión o la negación de una parte clave de la historia o del pasado de un colectivo anularán cualquier posibilidad crítica o de resistencia por parte de sus miembros. En cualquier caso, solo desde la memoria —recordando— es posible comprender el presente y construirse en él de manera coherente y saludable. Y aquí, sin duda, los medios de comunicación cumplen un papel fundamental para equilibrar la balanza entre la memoria y el olvido, entre la ritualidad y la provisionalidad, entre el individuo y la sociedad.


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