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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.19 Bogotá July/Dec. 2013

 

De fracaso y frustración en el trabajo de campo: cómo asumir la ética de la representación en la investigación participativa1

Of failure and frustration in field work —how to assume the ethics of representation in participatory research

Do fracasso e frustração no trabalho de campo: como assumir a ética da representação na pesquisa participativa

Ulrich Oslender2
Florida International University,3 USA
uoslende@fiu.edu

1Este trabajo es fruto de mis investigaciones en el Pacífico colombiano desde los años 1990. Una versión anterior fue presentada en la conferencia anual de la Asociación de Estudios Latinoamericanos LASA en San Francisco en Mayo de 2012.
2PhD en geografía, University of Glasgow, 2001. MA en Geografía y estudios hispánicos, University of Glasgow, 1997.
3Departamento de Estudios Globales y Socioculturales.

Recibido: 24 de septiembre de 2013 Aceptado: 22 de octubre de 2013


«Un fenomenólogo debe decirlo todo» Gaston Bachelard (1994:236), Poética del espacio

Resumen

La investigación participativa ha vuelto a la agenda por estos días. Sin duda en la academia convencional ha cobrado mayor aceptación que por allá en la década de 1970, cuando Orlando Fals Borda y otros desarrollaron lo que se dio a conocer como investigación-Acción Participativa (iAP). Los consejos de investigación muestran cada vez mayor interés en financiar propuestas de investigación en colaboración, al parecer deseosos de escuchar y aprender de las experiencias de grupos subalternos. Lo sorprendente quizás es que muchas de estas investigaciones se reinventan hoy sin referencia siquiera al trabajo pionero de Fals Borda y otros. Otra carencia en los debates metodológicos se refiere a la falta de enfrentar abiertamente problemas de fracaso, decepción o frustración que el académico-activista pueda haber experimentado en el trabajo de campo. En este artículo, quisiera reflexionar sobre una experiencia de investigación en colaboración en la que participé y considerar de manera crítica aquellas situaciones que generaron alguna decepción personal, mostrando así las limitaciones en el campo de la investigación participativa. Hasta ahora me he abstenido de escribir sobre esto, pues plantea problemas éticos significativos en la posible identificación de sujetos de investigación, que hacen parte de esta historia. Sin embargo, creo que es solo mediante el examen crítico y abordando los fracasos y las frustraciones de las agendas de investigación en colaboración que pueden evitarse tales disgustos en el futuro. Cómo escribir sobre estos fracasos es una cuestión que no se responde fácilmente.

Palabras claves: Metodología, investigación acción participativa (IAP), Fals Borda, Afrocolombia, comunidades negras, Guapi, movimientos sociales, tradición oral, décimas, azar, geopolítica, geografía política.


Abstract

Collaborative research is back on the agenda these days. It has certainly become more accepted in mainstream academia than back in the 1970s, when Orlando Fals Borda and others developed what came to be known as Participatory Action-research (PAr). Research councils are increasingly interested in funding collaborative research proposals, seemingly willing to listen to and learn from the experiences of subaltern groups. Surprisingly maybe, much collaborative research reinvents itself today without reference to the pioneering work of Fals Borda and others. One of the lacunas of methodological engagement is the lack to address issues of fracaso, or failure, where the academic-activist him/herself has experienced deep disappointment or frustration in the way the research situation unfolded on the ground. In this article, i want to reflect on a collaborative research experience that i have been involved in and critically think through those situations that resulted in personal disappointment, as i was facing the limitations in the field of my maybe too naïve approach to collaborative research. I have so far refrained from writing about these issues, as they pose significant ethical problems in possibly identifying research partners, who are part of this story of disappointment. However, i believe that it is only through critically examining and addressing the failures and frustrations of collaborative research agendas that those disappointments may be avoided in the future. How to write about these failures is a question not easily answered.

Key words: Methodology, Participatory Action-research (PAr), Fals Borda, Afrocolombia, black communities, Guapi, social movements, oral tradition, decimas, chance, geopolitics, political geography.


Resumo

A pesquisa participativa voltou à agenda nos últimos dias. Sem dúvida, há maior aceitação hoje, na academia convencional, do que na década de 1970, quando Orlando Fals Borda e outros pesquisadores desenvolveram a Pesquisa-Ação Participativa. Os conselhos de pesquisa demonstram, a cada dia, um maior interesse em financiar propostas de pesquisas colaborativas, desejosos de escutar e aprender a partir das experiências de grupos subalternos. O mais surpreendente é que hoje a pesquisa colaborativa se reinventa sem referência ao trabalho pioneiro de Fals Borda e outros estudiosos. Um dos vazios na colaboração metodológica é a dificuldade para enfrentar problemas vinculados ao fracasso, quando o(a) acadêmico(a) experimenta uma profunda decepção ou frustração com relação à forma como a situação pesquisada se desenvolveu no campo. Neste artigo, busco refletir sobre uma experiência de pesquisa colaborativa em que participei, considerando, criticamente, aquelas situações que geraram uma decepção pessoal visto que, no meu caso, enfrentava as limitações, no campo, da minha –provavelmente ingênua- aproximação à pesquisa participativa. Evitei, até agora, escrever sobre isso, pois é um assunto que envolve problemas éticos significativos na possível identificação de colegas de pesquisa que fazem parte dessa história de desconforto. Contudo, considero que somente mediante a avaliação crítica dos fracassos e frustrações das agendas de pesquisa colaborativa podem ser evitados tais desconfortos no futuro. Como escrever sobre esses fracassos é uma questão que não se reponde facilmente.

Palavras chave: metodologia, Pesquisa Ação-Participativa, Fals Borda, Afro-colômbia, comunidades negras, Guapi, movimentos sociais, tradição oral, décimas, azar, geopolítica, geografia política.


El encuentro con don Agapito

Oscurecía cuando subí los peldaños de una escalera de madera que llevaba a una pequeña plataforma desde la que entré a la casa de don Agapito. Él me esperaba, meciéndose en su sillón. Era una tarde calurosa y húmeda en los trópicos. Apenas empezaba a acostumbrarme al clima. «Buenas tardes, don Agapito», saludé a mi anfitrión y extendí mi mano hacia la suya, inmensamente más grande y firme, pues pertenecía a un campesino y pescador que con más de ochenta años aún se veía en plena forma.

Había venido a hablar con don Agapito sobre la vida que había llevado a lo largo de las orillas del río en la región de la costa Pacífica colombiana. Una reciente legislación había abierto canales para que las poblaciones rurales afrodescendientes en esta región solicitaran títulos colectivos sobre la tierra. Esto había desatado una amplia movilización política a lo largo y ancho de las cuencas ribereñas de las tierras bajas del Pacífico. Con la introducción de un nuevo régimen territorial, se presentaban discusiones sobre cómo demarcar los terrenos que se titularían. En incontables reuniones y talleres —formales e informales— se movilizó la memoria colectiva de las poblaciones locales para reflexionar sobre las formas previas de ocupación de sus territorios y lo que ellas podrían deparar para las futuras estrategias de territorialización. Los ancianos —tradicionalmente respetados en esas comunidades— se consideraban ricas fuentes de conocimiento sobre la tierra, las costumbres y la historia. La mayor parte de esta información se había transmitido por generaciones en la tradición oral. Y esto era precisamente lo que yo quería explorar con don Agapito: su relación con la tierra, el río y lo que él pensaba sobre estas nuevas posibilidades políticas que se abrían y alrededor de las cuales se estaba formando un creciente movimiento social de comunidades negras en colombia. En esa época, a mediados de la década de 1990, yo comenzaba a analizar lo que luego llamaría las «geografías de los movimientos sociales» y cómo estas se configuraban y constituían mediante epistemologías locales y prácticas cotidianas en torno al «espacio acuático» en esa región (Oslender, 2001, 2002, 2003, 2008).

Me senté frente a don Agapito, sosteniendo una taza de agua de panela que su esposa me había ofrecido durante su fugaz aparición, al terminar la cual desapareció de nuevo tras una cortina que llevaba a la cocina. Mientras seguía balanceándose en su mecedora, don Agapito comenzó a contarme de su vida de muchacho pescando en los ríos y acompañando a los mayores en sus viajes al interior —al monte— adonde iban a cazar. En esos viajes en sus potrillos pasaban el tiempo desafiándose entre sí en la narración de historias que a menudo tomaban la forma de décimas: poemas con una estructura de rima bastante compleja. De hecho, a don Agapito le encantó interpretar estas décimas durante toda su vida, y yo tuve la buena fortuna de grabarlas, ya que él aún las recordaba y se sentía contento de que yo las recogiera en mi grabadora, bastante rudimentaria en esa época.

Por supuesto, me entusiasmé con esta oportunidad que había surgido por casualidad (y creo que deberíamos teorizar mucho más este elemento del azar en nuestro trabajo de campo y en nuestra metodología de investigación, en cuanto abre estos canales de encuentro a menudo insospechados —esos «encuentros casuales»— que terminan impactando de manera significativa nuestra comprensión de una situación de investigación específica). Unos días antes, yo había visitado la oficina local del programa de conservación de la biodiversidad Biopacífico. Allí mencionaron que don Agapito era uno de los ancianos reconocidos en el pueblo, respetado decimero —o poeta de la tradición oral. Dos días después entonces yo estaba sentado en su sala, encantado con la riqueza de sus historias, su capacidad para recitar largos poemas, y en general su gusto por hablar sobre esos días de antaño (aunque se quejaba con frecuencia de su actual estado de salud).

De pronto un grupo de tres jóvenes entraron a la sala y me preguntaron sin rodeos quién era yo, qué hacía allí y quién había autorizado mi presencia. Yo estaba atónito. ¿Quiénes eran esas personas? Y, ¿qué derecho tenían para irrumpir en la casa de don Agapito y hacerme esas preguntas? no sabía qué decir ni cómo reaccionar. Miréa don Agapito. Él seguía meciéndose en su silla, como lo había hecho durante la última hora. La expresión de su cara no cambió en absoluto... Fue entonces que uno de la cuadrilla dio un paso adelante y explicó que eran miembros de la organización regional de comunidades negras; que debía informárseles si alguien quería hacer 'investigación' en su comunidad; que todos esos gringos habían causado bastantes daños ya en la región; que los tiempos estaban cambiando...

De inmediato me di cuenta de mi error. En realidad debí haber tenido mejor juicio. Sabía de varias organizaciones comunitarias activas en el pueblo, y en realidad debí contactarlos con anterioridad. De hecho, pensé en hacerlo, pero estaba tan emocionado por la oportunidad de hablar con don Agapito que momentáneamente había dejado de lado esa consideración. Lo que siguió fue un intento de explicar mi situación: quién era yo, de dónde venía y con qué fines — hacer etnografía—, y que no, no era uno de esos gringos que venían a explotar los saberes locales para luego venderlos. Era una situación embarazosa.

Pero, pasado un rato, el tono un tanto agresivo que en un principio subyacía a la conversación se desvaneció. La esposa de don Agapito entró a la sala otra vez trayendo más tazas de agua de panela para las visitas. Para entonces todos nos habíamos sentado, y de pronto me encontré hablándoles de la Universidad de Glasgow (donde estaba haciendo mis estudios de doctorado en esa época). Les interesó especialmente oír sobre las crecientes señales de devolución de escocia. ¿sí era ese el primer paso para la independencia escocesa del reino Unido? Y a su vez me contaron sobre los intentos de algunos por ejercer presión sobre el estado colombiano para que se les devolviera la región de la costa Pacífica, argumento basado en la fuerte especificidad cultural de la región debido a su composición étnica, conformada casi por 95% de afrocolombianos. En resumen, nuestro encuentro inicialmente bochornoso se convirtió en una animada y amigable discusión, explorando lazos y experiencias comunes, conectando realidades locales en las tierras bajas del Pacífico colombiano (reordenamientos territoriales y política cultural) con procesos globales más amplios de cambio político. Mis interlocutores eran jóvenes educados, habían pasado por la universidad, y se interesaban por comprender las intersecciones de procesos locales y globales para ubicar mejor su lucha en la historia más general de los derechos de las minorías, la tierra y las luchas campesinas.

Fue en esta primera discusión —seguida por muchas más en los días y meses siguientes— que surgió la idea de hacer un tipo de investigación más en colaboración. Creí que podía ser útil basar mis propios temas de investigación en el proyecto de las comunidades como el de la recuperación de las memorias colectivas (véase Oslender 2003). Para mí, mis intereses de investigación adquirieron una relevancia potencial para el proyecto político del movimiento social de comunidades negras, que no había previsto hasta ese momento. Era claro que el encuentro inicial con estos tres activistas me había obligado a repensar mi estrategia de trabajo de campo, pero también abrió nuevos canales de hacer investigación que me parecían muy interesantes. De nuevo, fue este encuentro casual el que desencadenó este proceso. Es importante reconocer que el trabajo de campo se compone precisamente de experiencias de este tipo y de «encuentros casuales». Hasta donde sé, nadie ha intentado hasta el momento teorizar en profundidad sobre estas relaciones; después de todo, teorizar sobre la casualidad —el azar— es un procedimiento difícil y, para muchos en las ciencias sociales, sin duda «acientífico».4 ¿Cómo queremos fijar algo el tiempo suficiente para construir una teoría de él, si se basa en el azar y en algo inasible? Podríamos también coincidir con la opinión del filósofo Patrick Suppes de que el universo es de naturaleza esencialmente probabilística, o, para decirlo en términos más coloquiales, que el mundo está lleno de acontecimientos fortuitos (Suppes, 1984: 27).

Sin embargo, creo que debemos acoger estos sucesos casuales como parte integrante de la experiencia del trabajo de campo. Debemos abordarlos frontalmente como una fuerza constructiva en la investigación, y no solo rehuirlos, como si nos avergonzara reconocer la presencia de elementos del azar en nuestras formas de «hacer investigación». Desde este punto de vista, admitir los elementos fortuitos en el trabajo de campo sería un rechazo contra la muy repetida crítica —proveniente en su mayor parte de los sectores de conversos cuantitativos de la teleología de los cálculos en masa— de que las metodologías de investigación cualitativa son «acientíficas». También me opongo a los muchos intentos de hacer más «científica» la metodología cualitativa abarrotándonos de más artilugios tecnológicos que de algún modo racionalizarían y disciplinarían lo que por naturaleza son asuntos muy heteróclitos. Cualquiera que haya enviado alguna vez una solicitud de financiamiento a un consejo de investigación sabe de qué estoy hablando. Las últimas décadas han visto el surgimiento de una «tiranía de la metodología» en los consejos de investigación, a menudo dominados por las disciplinas de la monoteísta religión cuantitativa, en las que cualquier tipo de investigación cualitativa ha tenido cada vez más que «justificar» sus métodos y su mérito científico incorporando programas de software para análisis del discurso y otros artilugios tecnológicos para racionalizar y controlar eso que hace tan poderosa y gratificante la investigación cualitativa: la reflexión personal, en profundidad, y el análisis, que a menudo se extiende por mucho tiempo.

Como resultado de esta tendencia por «tratar de complacer» y «suplicar ser considerados relevantes», han aparecido de repente todo tipo de metodologías de investigación supuestamente «nuevas». En ningún lugar parece tan obvio esto como en el campo de la investigación en colaboración. Sorprende, sin embargo, que muchas de estas propuestas «nuevas» se reinventen sin siquiera la más mínima referencia al trabajo pionero del sociólogo colombiano Orlando Fals Borda y otros en lo que se denominó la Investigación-Acción Participativa (IAP) en Latinoamérica. Puede parecer que al calor de la «novedad», lo «viejo» se haya quedado a un lado del camino.5 Hablando de un gran encuentro en Cartagena, Colombia, en 1997, en conmemoración del vigésimo aniversario del lanzamiento global del movimiento de la IAP, por ejemplo, el antropólogo colombiano Arturo Escobar afirma claramente que «estos encuentros más orientados al tercer mundo tienden a quedar por fuera de los reportes del norte sobre el movimiento de justicia global» (2008: 365). Por eso es útil analizar brevemente la IAP a la luz de esta 'tendencia a olvidar', y pensar en reactivar algunas de sus propuestas centrales.

Investigación-Acción Participativa (IAP)

En colombia, la IAP se ha asociado principalmente con el sociólogo Orlando Fals Borda, quien considera «el enfoque de la investigación-Acción Participativa como un insumo original desde la periferia mundial, una investigación dialógica orientada a la situación social en la que viven las personas» (Fals Borda, 1987: 336). Otra de las figuras centrales de la IAP, Mohammed rahman describe la postura teórica de la IAP en estas palabras:

La ideología básica de la IAP es la de que clases y agrupamientos auto-conscientes, aquellos que en el presente se encuentran pobres y oprimidos, irán transformando su medio ambiente progresivamente, a través de su propia praxis. En este proceso otras personas pueden desempeñar papeles catalíticos y de apoyo, pero no podrán dominar el proceso (Rahman, 1991: 23).

La IAP se concibió inicialmente en la década de 1970, como respuesta a:

Las míseras situaciones de nuestras sociedades, a la excesiva especialización y al vacío de la vida académica, y a las prácticas sectarias de gran parte de la izquierda revolucionaria. Sentimos que eran necesarias y urgentes las transformaciones tanto de la sociedad como del conocimiento científico, que generalmente había quedado atrás, en la era newtoniana, con su orientación reduccionista e instrumental. Para comenzar, decidimos emprender la búsqueda de respuestas adecuadas a los dilemas de aquellos que habían sido víctimas de las oligarquías y sus políticas de desarrollo: las comunidades pobres del campo (rahman y Fals Borda, 1991: 39).

Hasta 1977, la IAP se caracterizó por el activismo e incluso por el anti profesionalismo. Gustavo esteva (1987: 128) destaca la posicionalidad ambigua del activista e investigador, y promueve la idea de un «intelectual desprofesionalizado» como única manera de trabajar con grupos oprimidos y contra modelos y paradigmas académicos establecidos. Muchos de los primeros activistas de la iAP en realidad renunciaron a sus puestos académicos, al involucrarse más a fondo con los proyectos de IAP.6 Las primeras iniciativas de la IAP tuvieron gran influencia de otras metodologías de investigación participativa, como la intervention sociologique, por el sociólogo francés Alain Touraine (1988), y el concepto de conscientização, desarrollado por el educador brasileño y defensor de la pedagogía crítica Paulo Freire (1971). Esta última en particular —entendida como un proceso de aprendizaje para percibir las contradicciones sociales, políticas y económicas y emprender acciones contra los elementos opresivos de la realidad— sentó la base para una metodología con articulación más clara en la IAP: en la que la división tradicional entre el investigador (sujeto) y el investigado (objeto) se sustituyó por una relación sujeto/sujeto, en donde debía darse un diálogo de confianza mutua entre el investigador y los sujetos del estudio que llevara a una participación reflexiva de parte de los participantes (Freire, 1971: 38-52). Tal proceso también implicaba el «renacimiento» de la investigadora misma (p. 47), una noción que spivak (1996) ha desarrollado al insistir en la necesidad de desaprender los propios privilegios al realizar investigación, así como esteva (1987: 141), quien acentúa la necesidad de desaprender el lenguaje de la dominación. Freire estaba mayormente preocupado por una nueva «pedagogía para los oprimidos», que rechazara el «concepto de educación bancaria» tradicional, que alimenta a los estudiantes con información en una relación maestro/sujeto-estudiante/objeto sin fomentar el pensamiento crítico, por ende sirviendo a los intereses de la opresión (Freire, 1971: 64). En cambio propuso una «educación que planteara problemas», que respondiera a la esencia de la consciencia en el estudiante como sujeto histórico intencional, que tomara la historicidad como punto de partida.

La IAP llevó esas consideraciones un paso adelante haciendo énfasis en el factor de la «acción» en la investigación dialógica entre grupos oprimidos e investigadores. El simposio internacional sobre investigación Acción y Análisis científico, que tuvo lugar en cartagena, colombia, en 1977, proporcionó un primer espacio internacional de reflexión sobre los avances de la IAP en los campos teórico y metodológico, así como una primera medición de sus implicaciones prácticas y su éxito. Unos setenta y cinco investigadores y activistas de diferentes lugares del mundo analizaron los avances de sus metodologías de investigación participativa como las aplicaban en el campo. Estos intercambios y discusiones dieron como resultado dos volúmenes que llegaron a constituir formalmente la IAP. Como afirman rahman y Fals Borda en retrospectiva:

Comenzamos a entender la IAP como una metodología de investigación con evolución hacia la relación sujeto/sujeto para conformar patrones simétricos, horizontales y no-explotadores en la vida social, económica y política, y como una parte del activismo social con un compromiso ideológico y espiritual para promover la praxis popular (colectiva) (Rahman y Fals Borda, 1991: 40).

Esos objetivos se articularon aún más durante el X congreso internacional de sociología de México en 1982. Como resultado del ejercicio colectivo de auto reflexión de parte de los investigadores y activistas participantes, se exploró un campo de acción más amplio, que trascendió las preguntas comunitarias y campesinas en un inicio algo restringidas para incluir dimensiones de la vida urbana, económica y regional.

La IAP pasó a ser así una «ciencia revolucionaria», que «se vuelve posibilidad real, no solo necesidad sentida» (Fals Borda, 1987: 330). Ahora implica una demistificación de la investigación, ya no realizada exclusivamente por académicos «expertos» aislados, sino como investigación colectiva, donde investigadores y los sujetos del estudio trabajan juntos en la definición de los objetivos y la metodología del estudio. Fals Borda concibe la IAP como un aporte al «poder popular»:

La capacidad de los grupos de base, que son explotados social y económicamente, para articular y sistematizar el conocimiento (tanto el propio como el que viene de afuera) de manera que puedan convertirse en protagonistas en el avance de su sociedad y en defensa de sus intereses de clase y grupo (Fals Borda, 1987: 330).

El poder popular por ende actúa como «poder compensatorio ejercido contra los sistemas de explotación» (Fals Borda, 1987: 331).7 El énfasis en la acción diferencia la IAP de otras formas de investigación participativa, como la intervention sociologique de Touraine (1988). Comparte con estos métodos de investigación la opinión de que el papel del investigador es crucial en la activación y orientación de procesos de auto reflexión en grupos subordinados, y para ofrecer contextos que vayan más allá de las implicaciones inmediatamente visibles. Dice Fals Borda (1987: 334) que «los agentes catalizadores externos cumplen un rol crucial en el enlazamiento de la dimensión local con la regional y, en etapas posteriores, con los ámbitos nacionales e internacionales».

Puede plantearse una objeción a esta afirmación de que el investigador active procesos de auto reflexión en los subordinados, en cuanto parece implicar que los subordinados no pueden hacer sus propias conexiones y reflexiones, y que el rol del investigador es el de alguien cercano a una vanguardia intelectual. Existe un peligro de que la IAP dé prioridad al rol del investigador negando las capacidades de auto reflexión de las personas. Sin embargo, antes que rechazar de plano la posible contribución del investigador en estos procesos de auto reflexión, debemos hacer énfasis en su impacto potencialmente positivo al añadir una dinámica y dar cierto tipo de orientación a estos procesos.

Se han identificado cuatro puntos principales en la IAP:

  1. Investigación colectiva grupal. esta implica un diálogo consciente que asume la forma de encuentros y seminarios donde se articulan procesos de auto reflexividad (el proceso de conscientização, o conscientización, de Freire). El investigador actúa como «agente catalizador» para estimular y contribuir a los debates.
  2. Recuperación crítica de la historia. el objetivo es aprovechar la memoria colectiva de las comunidades. Con frecuencia pueden hallarse rastros en la tradición oral, en la forma de historias, poemas y leyendas. Estas historias son ricas en simbolismos y metáforas. Se ha argumentado que la recuperación de la memoria colectiva funciona como «corrector popular de la historia oficial» (Fals Borda, 1987: 341).8 Hace uso práctico del concepto de 'memoria como lugar de resistencia' (Foucault, 1980), en cuanto pueden imaginarse y ponerse en práctica nuevas visiones y proyectos alternativos con base en las experiencias históricas de las personas.
  3. Valoración y aplicación de la cultura popular. estrechamente conectados con el punto anterior, aspectos de la cultura local tradicional, como la música, danzas, narraciones y creencias religiosas se aplican activamente en la articulación de una lucha popular. En cuanto a Fals Borda (1987: 343), «todos estos elementos de la cultura oral pueden explotarse como un nuevo y dinámico lenguaje político que pertenece al pueblo. [...] sentimientos, imaginación y sentido de juego son evidentemente fuentes inagotables de fuerza y resistencia entre las personas. Estos tres elementos tienen una base común que no puede ignorarse en la lucha por promover la movilización y el poder popular en nuestros países: creencias religiosas».
  4. Producción y difusión del nuevo conocimiento. Como paso final debe haber una diseminación sistemática del conocimiento derivado de la investigación dialógica. Como recalca Fals Borda (1987: 344), «existe la obligación de devolver este conocimiento en forma sistemática a las comunidades y organizaciones obreras porque ellas siguen siendo sus dueñas». Fals Borda mismo ha aplicado esta sentencia. En su bien conocida Historia Doble de la Costa —proyecto publicado en cuatro volúmenes entre 1979 y 1986— la presentación de los hallazgos de la investigación comprende una «doble historia» en el sentido de que aplica dos estilos diferentes de narrativa paralelos entre sí; uno con fines académicos y otro para consumo local. En la publicación, la página izquierda narra, analiza y explica la investigación y sus resultados en un vocabulario académico, mientras que la página derecha usa un lenguaje más coloquial explicando el contenido, el contexto y el análisis de la problemática al lector no iniciado en la academia.

Este tipo de presentación de los resultados de investigación ha sido criticado por algunos por exponer una actitud condescendiente de que la iAP puede desarrollar, y también por la falta de una identificación más estrecha del investigador con los sujetos del estudio. Esto es porque sigue habiendo una diferenciación en el idioma elegido, haciendo énfasis así en la aparente superioridad intelectual del investigador. Al mismo tiempo, la iAP ha sido y sigue siendo criticada por elementos reaccionarios en la academia como «acientífica» y subjetiva. Estos elementos, por supuesto, se ocultan tras pretensiones de investigación científica objetiva, insostenibles en cualquier caso, y simplemente no se relacionan con los sujetos de su estudio. A sabiendas o sin darse cuenta, promueven la «continuación de una idea de conocimiento jerárquica que falsifica y mantiene estructuras de dominación», como lo diría la crítica feminista afro estadounidense Bell hooks (1991: 128).

IAP, «encuentros casuales» y frustraciones

No es mi intención entrar en las diferentes críticas con las que se ha confrontado la iAP a lo largo de los años. Por supuesto, su mismo lenguaje puede parecer a algunos relativo a una época diferente, enraizado en el pensamiento estructuralista al que le importaban un comino las incertidumbres postmodernas. Otros pueden hallar una problemática percibida con la jerarquía, en la que el investigador externo como «agente catalizador» parece desempeñar un rol dominante. Pero lo que sobresale en la iAP es el vínculo serio y sistemático con los conocimientos locales (la «cultura popular» en el punto tres antes mencionado) y el rol crítico de la memoria colectiva. Este no está en mi opinión tan retirado de la «opción descolonial» que los seguidores del proyecto Modernidad/colonialidad/ decolonialidad proponen hoy (escobar, 2008; Mignolo, 2005); y sin embargo casi nunca mencionan la iAP.

Para mí era claro que no podía acuñar un proyecto de iAP así como así, desde cero. En particular el punto uno —la investigación colectiva grupal— requiere una enorme cantidad de preparación y discusiones antes de embarcarse en un proyecto formal de iAP. Sin embargo, en términos más informales, se hacía evidente en las conversaciones con los activistas que nuestros intereses respectivos coincidían, y combinarlos podía ser de beneficio mutuo. Mi investigación se hizo así más colaborativa a medida que avanzaba. Acompañé a los líderes del movimiento en sus viajes a las comunidades ribereñas. Realicé talleres sobre «cartografía social» (explorando las percepciones territoriales con las comunidades locales que sirvieron en la demarcación de las tierras para la titulación colectiva). Pasamos horas y horas de encuentros y discusiones.

Una de mis preocupaciones era lo que percibía como una falta de cooperación entre las diferentes organizaciones comunitarias en la región. Yo me había presentado a todos esos grupos y comencé a proponer relaciones de investigación en colaboración. Pero era claro que había divisiones entre estos grupos, y cada vez más sentía que ese era un obstáculo real en el avance de lo que me parecía la principal meta política, a saber, el empoderamiento territorial de las comunidades locales de cara al estado y la explotación capitalista de sus tierras. Traté estas inquietudes con los diferentes grupos y les planteé claramente que pensaba que esta falta de cooperación era en extremo destructiva. Me di cuenta de que los problemas personales entre líderes del movimiento tenían que ver con la animosidad con la que se confrontaban entre sí. Me desesperé cada vez más con lo que parecían ser divisiones banales. Como último recurso para tratar de ayudar a reconciliar los diferentes grupos — ¿y qué diablo me hizo pensar que yo podía hacer esto en primer lugar? — invité a los diversos líderes del movimiento a una cena en mi casa. Desafortunadamente nadie apareció (y no creo que era por desconfianza colectiva en mis cualidades culinarias o por temor a la cocina alemana ...). Esta situación fue sin duda una de las mayores frustraciones en mi intento de investigación en colaboración, pues puso en evidencia las limitaciones de mi potencial como «agente catalizador externo» (en la jerga de la IAP).

Nunca antes había escrito sobre esta frustración, y aún no estoy seguro de que debiera hacerlo. Después de todo, ¿qué de bueno puede salir de ahí? ¿sería dañino para el movimiento verse retratado en mi escrito como un movimiento donde las reyertas internas primaban sobre los problemas «reales» de la representación de los intereses de la comunidad en relación con el estado colombiano? ¿no sería contraproducente mi historia de divisiones para la construcción del poder popular que Fals Borda defiende como uno de los objetivos centrales de la IAP?

Al final, el tiempo pasó, y ahora, unos quince años después, me siento menos traumatizado por lo que pasó. ¿En realidad fue tan malo como parecía en esa época? (sí, lo fue). ¿No es natural que se presenten diferencias en todos los procesos de movilización social? (sí, ¿pero tenían que ser tan destructivas?)

Entonces, ¿qué podía aprenderse de este fracaso? Primero, me enseñó a ser humilde en mi acercamiento al trabajo de campo. A aceptar las limitaciones. A no verme como «agente catalizador», sino más bien como un amigo que acompaña el proceso político con cualesquiera modestas contribuciones que estuvieran a mi alcance. Ser amigo del proceso también significaba aceptar las imperfecciones de la movilización política; trabajar en ellas, sí; ¿pero perder la esperanza por ellas? no. Muy al contrario, las limitaciones y los mismos fracasos pueden movilizarse para trabajos en colaboración en el futuro y para definir mejor las expectativas y las posibilidades. Segundo, me enseñó a reconocer el proceso de movilización política por lo que es: un proceso. Un proceso que atraviesa diferentes fases. Hoy, quince años después, se han construido nuevas alianzas en la región; líderes de movimientos que anteriormente eran antagonistas están trabajando juntos (¡solo dios sabe cómo lo resolvieron!) y han seguido adelante. Siempre lo hacen. Conmigo o sin mí. De nuevo, la humildad ayuda.

En un incidente particular, lo que sentí como frustración en el momento, se ha convertido en un resultado positivo... Con el tiempo. En 1999, sugerí a un grupo de activistas que cambiáramos el nombre del aeropuerto local en un evento de acción directa. En ese tiempo, el aeropuerto llevaba el nombre de Julio Arboleda. Si se les preguntara quién era Julio Arboleda, la gente en colombia que hubiera oído de él respondería que fue un célebre poeta. Menos conocido era el hecho de que Julio Arboleda era uno de los esclavistas más crueles del país. Era de la ciudad de Popayán y tenía varias minas de oro en la región de la costa Pacífica. Poco antes de la abolición oficial de la esclavitud en 1851, vendió a 99 adultos esclavizados y a 113 niños por 31.410 pesos a Perú (Mina, 1975: 40-41). De este modo no solo desafiaba las ideas de la abolición, sino que también actuaba de manera ilegal, ya que entonces ya iba contra la ley vender esclavos al exterior.9

Es irónico que Julio Arboleda fuera ampliamente conocido como poeta de renombre, aun en el área de la costa Pacífica por los descendientes de los mismos esclavizados que maltrató y vendió. A mí me parecía incomprensible que el aeropuerto local se llamara en honor a ese hombre, en una ciudad donde la población estaba conformada por más del 90% de afrocolombianos. Sin embargo, hasta los líderes de las comunidades negras recordaban a Julio Arboleda como poeta y no como cruel esclavista. Julio Arboleda ha entrado a la historia oficial como respetado poeta y sus manos y su corazón manchados de sangre han sido lavados por la amnesia colectiva y las representaciones históricas dominantes.

Sentados alrededor del patio de mi casa, reflexionando sobre un cambio de nombre para el aeropuerto local, alguien propuso ponerle el nombre de una educadora local. Al día siguiente pintamos un aviso grande con el nuevo nombre, que iba a cubrir las «letras que decían esclavitud» en el aeropuerto. Acordamos una hora para realizar el evento e hicimos arreglos para que la emisora local cubriera la acción en vivo. Pero en el último minuto algunos líderes se retractaron de la idea, y dijeron que tal vez sería mejor discutir el tema con el alcalde en lugar de usar la acción directa. Es probable que fuera una decisión sensata no seguir adelante con la acción planeada. Una fuerza policial ya nerviosa, alerta a la presencia de fuerzas guerrilleras en las cuencas cercanas, podría haber reaccionado de manera hostil, algo que estaba más allá de nuestros planes. Sin embargo, me sentí decepcionado por lo que percibí en el momento como haber fracasado en hacer una declaración potencialmente significativa en la «recuperación crítica de la historia» (numeral dos en el modelo de la IAP). Agente catalizador o no, me puse muy contento cuando supe por mis amigos que en 2005 la administración municipal entrante hizo del cambio de nombre del aeropuerto una de sus prioridades. Hoy en día el aeropuerto lleva el nombre del historiador local de la cultura tradicional Juan casiano solís. Parece que el tercer punto de la IAP —valorar y aplicar la cultura tradicional— se siguió en el proceso de cambio de nombre.

Comentarios finales

El universo tiene una naturaleza esencialmente probabilística. El mundo está lleno de sucesos fortuitos. Los encuentros casuales enmarcan nuestras vidas cotidianas. Impactan de igual modo en nuestras experiencias en el trabajo de campo etnográfico, a menudo abriendo canales de análisis hasta entonces insospechados. Por ende, el azar se convierte en elemento constitutivo del trabajo de campo. Deberíamos acoger esta posibilidad como una característica esencial de la interacción humana en el mundo y no ignorarla u ocultarla detrás de una chueca pedantería de que solo si controlamos por completo la situación de investigación, suprimiendo la coincidencia, «hacemos ciencia».

Al mismo tiempo, las frustraciones y fracasos forman parte esencial de la experiencia de investigación en colaboración. En lugar de tratar de ignorarlos, o mantener silencio sobre ellos, debemos acogerlos como constitutivos del proceso de investigación. La ética de la investigación en colaboración nos desaconsejaría exponer a nuestros aliados de investigación bajo una luz negativa. Pero confesar las frustraciones, fracasos o discrepancias internas en un movimiento social, por ejemplo, no tiene necesariamente que ser un impulso destructivo o una traición. Muy por el contrario, puede ayudar a mejorar nuestra comprensión de las siempre heteróclitas constelaciones de la investigación en el terreno, y quizás los mismos errores. Cómo escribir sobre estos fracasos —o si debe escribirse sobre ellos en absoluto— es una pregunta completamente distinta y una que aún no he respondida y quizás jamás lo haga.


Pie de página

4Estoy descartando aquí las tentativas en la filosofía, pues se las ha encontrado insatisfactorias, en su mayoría orientadas a la «matemática de la casualidad» y con frecuencia confundiendo las diferencias en las visiones del azar objetivista y subjetivista, como lo hace Richard Johns (2002) en su «teoría causal del azar».
5Como un buen ejemplo, y solo para ilustrar esta tendencia más generalizada, Rachel Pain en su «reseña de la investigación orientada a la acción», publicada en tres partes en la prestigiosa revista Progress in Human Geography no menciona ni una vez a Fals Borda (Pain, 2003, 2004, 2006). En la única mención que hace de la IAP, de modo algo extraño afirma que «la investigación acción participativa [es] más común en países ricos» (Pain, 2004: 653). También es preocupante la afirmación de Geraldine Pratt de que la «Investigación acción participativa es un proceso de investigación que surgió de la geografía feminista y humanista» (Pratt, 2000: 574). Es cierto que la IAP ha sido aplicada en la geografía feminista y humanista, pero no surgió de ellas sino «como un insumo original de la periferia mundial», en palabras de Fals Borda (1987: 336). No es mi intención culpar a Pain o a Pratt en particular por sus omisiones y tergiversaciones, sino más bien destacar la amnesia más general que ha acaecido a mucha parte de los debates sobre la investigación-acción.
6De manera similar a finales de la década de 1960, con el surgimiento de la «geografía radical», el geógrafo estadounidense William Bunge se fue en contra de la «tiranía de la profesionalización» en la academia y muy literalmente sacó la geografía a las calles de Detroit para aplicar la disciplina de manera práctica en intentos de resolver problemas sociales reales y tangibles (Bunge, 1977)
7Nuevamente puede extraerse una comparación entre el enfoque de la IAP y los debates en la geografía a finales de la década de 1960. En ese entonces, los primeros geógrafos radicales hicieron el reclamo por una geografía del pueblo, lamentando la falta de conexión entre una geografía académica establecida y los problemas y luchas socioeconómicas del mundo real. Para ellos, una geografía del pueblo estudiaría estos problemas con un ojo en el diseño de soluciones viables de una manera que incluyeran a las personas ordinarias que estaban sometidas a dichos problemas y soluciones. Reminiscentes de anteriores debates sobre el activismo geográfico que tenían su origen en los trabajos del geógrafo anarquista Pyotr Kropotkin (1995[1899]), los geógrafos radicales querían que la investigación se centrara en preguntas con carga política, en las que los geógrafos mismos se involucraran con la gente y las comunidades estudiadas para trabajar juntos en procesos de búsqueda de soluciones. Uno de los intentos más originales de crear una geografía popular puede hallarse en las 'Geographical Expeditions' de William Bunge en la ciudad Detroit (Bunge, 1977).
8Algunos pueden preocuparse por esta propuesta de que exista un relato de la historia «más verdadero» o «más auténtico». Pero creo que que hay de hecho una historia más auténtica por recuperar de «otras voces» y que es una presunción postmoderna pensar que este no es el caso, y que no deberíamos pensar en estos términos. La noción de un «corrector de la historia oficial», en lugar de disputar a favor de una sustitución completa de la historia oficial por una «historia popular» acentúa la necesidad de tomar en serio esas «otras voces», y descubrir esas historias anteriormente desatendidas, ignoradas o silenciadas que arrojan una nueva luz y así «corregir» versiones oficiales de la historia con H mayúscula.
9La Ley de Libertad de Vientres de 1821 establece en su artículo 6 que «queda estrictamente prohibido vender esclavos afuera del territorio colombiano», y el artículo 7 prohibía todo tipo de negociaciones con esclavos.


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