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Tabula Rasa

versão impressa ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.21 Bogotá jul./dez. 2014

 

Descentrar las miradas. Institucionalización de la antropología académica en la sede Temuco de la pontificia Universidad Católica de Chile (1970-1978)1

Decentering looks. The institutionalization of academic anthropology at Chilean Pontificia Universidad Católica's Temuco regional location (1970-1978)

Descentrar os olhares. Institucionalização da antropologia acadêmica na Sede Temuco da Pontifícia Universidad Católica de Chile (1970-1978)

Héctor Mora Nawrath2
Universidad Católica de Temuco, Chile3
hectmora@uct.cl.

1 Este trabajo forma parte de la investigación doctoral «Una aproximación a los estilos de antropología presentes en la producción académica en Chile post-dictadura». Una versión preliminar fue presentada en el XXIX Congreso Latinoamericano de Sociología 2013.
2 Doctorando en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de La Plata (Argentina).
3 Departamento de Antropología.

Recibido: 20 de junio de 2014 Aceptado: 10 de noviembre de 2014


Resumen:

Este artículo se sitúa en la dirección que han seguido múltiples investigaciones en américa Latina, que tratan acerca de las condiciones en las que surgen y se desarrollan las antropologías en nuestro continente, en particular, entre aquellos esfuerzos que han buscado inscribir las antropologías regionales subalternizadas dentro los circuitos antropológicos nacionales. El objetivo es poner de manifiesto lo que podemos denominar «producción de las ausencias», y relevar una experiencia olvidada en el discurso y la historización de la antropología en Chile, llamando la atención sobre la necesidad de descentrar la mirada, y trascender los relatos construidos desde los circuitos «metropolitanos». En tal sentido, este artículo analiza el proceso de institucionalización académica de la antropología en la sede regional temuco de la Pontificia Universidad Católica de Chile, entre 1970 y 1978. Se presentan aspectos vinculados a la creación de un centro de investigación y a dos programas de formación académica, entregando antecedentes referidos al contexto social de emergencia, así como a los equipos de investigadores, orientaciones teóricometodológicas, y currículum formativos que consideraban dichos programas.

Palabras clave: Institucionalización, antropología académica, antropología científica, antropologías subalternas.


Abstract:

This paper stands on the direction manifold inquiries have followed all over Latin america, by dealing with the conditions in which anthropologies emerge and develop in our continent. Particularly, among those efforts that have strived for inscribing subalternized regional anthropologies within nationwide anthropological circuits. It aims to make evident what we may call «a production of absences», and to relieve an experience forgotten in the discourse and historization of anthropology in Chile, putting a spotlight on the need to decenter the look, and to transcend narratives built at «metropolitan» circuits. In this line, this paper analyzes the process of academic institutionalization of anthropology at Chilean Pontificia Universidad católica's temuco location, between 1970 and 1978. Several aspects related to the creation of a research center and two educational programs are presented, bringing background related both to the emergence social context and to the research team, theoretical-methodological approaches, and formation curricula used by those programs.

Keywords: Institutionalization, academic anthropology, scientific anthropology, subaltern anthropologies.


Resumo:

Este artigo localiza-se na mesma direção que têm seguido múltiplas pesquisas na américa Latina, as quais tratam das condições em que surgem e se desenvolvem as antropologias no nosso continente, em particular, aqueles esforços que tem buscado inscrever as antropologias regionais subalternizadas dentro dos circuitos antropológicos nacionais. o objetivo é evidenciar o que podemos denominar como «produção das ausências» e colocar em destaque uma experiência esquecida no discurso e na historicização da antropologia no Chile, chamando a atenção para a necessidade de descentrar o olhar e transcender os relatos construídos desde os circuitos «metropolitanos». Nessa direção, o artigo analisa o processo de institucionalização acadêmica da antropologia na sede regional temuco da Pontifícia Universidad Católica de Chile, entre 1970 e 1978. Apresentam-se aspectos vinculados à criação de um centro de pesquisa e de dois programas de formação acadêmica, apresentando os antecedentes referentes ao contexto social de seus surgimentos, assim como de suas equipes de pesquisadores, suas orientações teórico-metodológicas e os currículos formativos que eram considerados em seus programas.

Palavras-chave: Institucionalização, antropologia acadêmica, antropologia científica, antropologias subalternas.


Hasta 1973, Chile se perfilaba como una «cosmópolis intelectual» que ofrecía condiciones adecuadas para el florecimiento de las ciencias sociales. Esto era producto del escenario de estabilidad política, la temprana modernización del sistema educacional universitario y la gestión de redes internacionales tejidas por algunas universidades (Garretón, 2005; Beigel, 2010). En este contexto, el país figuraba como centro de operaciones y sede de instituciones internacionales (CEPAL, UNESCO, FAO, FLACSO), y se potenciaban y desarrollaban distintos centros académicos de investigación y formación. Esto trajo a Chile a intelectuales latinoamericanos, europeos y norteamericanos, quienes se insertaron en estas instituciones con el objetivo de fortalecer dichas iniciativas, como también movilizar a aquellos interesados en analizar los procesos sociopolíticos que estaban teniendo lugar, o conocer las particularidades socioculturales de su población. Sin embargo, el modelo sociopolítico centralizado que ha caracterizado a Chile tuvo efecto sobre la definición de los circuitos académicos del país, los cuales se afianzaron y establecieron en torno a la metrópoli santiaguina, concentrando los recursos tanto económicos como intelectuales.

Este metropolitanismo también parece ser constitutivo de los relatos tejidos en torno a las ciencias sociales nacionales, considerando sólo lo que aconteció en dichos circuitos (Orellana, 1994; Berdichewsky, 2004; Garretón, 2007), obliterando o dejando en el olvido aquellas iniciativas periféricas. En este sentido, se hace escasa o nula alusión a centros de investigación y programas de formación en ciencias sociales desarrollados en el sur de Chile, como, por ejemplo, los que surgieron al alero de la Universidad de concepción -donde se abrió la primera carrera de Licenciatura en antropología en Chile- y de las escuelas universitarias de La Frontera, sede Temuco de la Pontificia Universidad Católica de Chile (actual Universidad Católica de Temuco).

El artículo busca relevar una de las trayectorias que siguieron las ciencias sociales y las antropologías regionales, y que se inició con las escuelas universitarias de La Frontera (temuco, Chile). En estas escuelas se implementó un proyecto académico de formación profesional iniciado en 1970 e interrumpido en 1978, y cuyos antecedentes se encuentran en las primeras Semanas Indigenistas (1963) y la instalación de la cátedra Juan XXIII (1968). Dicho proyecto, promovido por las autoridades universitarias regionales y apoyado por el obispado de Temuco,4fue liderado por el antropólogo checo Milan Stuchlik, el lingüista adalberto Sala, el psiquiatra Martín cordero y un cuerpo de académicos de distintas disciplinas y nacionalidades. Implicó la creación de un centro de investigación de carácter interdisciplinario, el centro de Estudios de la realidad regional (CERER), y en 1971, la apertura de una carrera de especialización de posgrado en investigación en ciencias sociales, antesala de la fundación de una carrera de licenciatura en antropología en 1973. Este programa de formación -descrito como integral, exigente, con una fuerte orientación científica-, incorporó la discusión contemporánea en ciencias sociales y antropología, incentivando el desarrollo de perspectivas teóricas que impactaron las ciencias sociales y la antropología británica (Barth, 2012), posibilitando la formación de estudiantes, algunos de quienes se constituirían en académicos en instituciones universitarias Chilenas.

El interés estaba puesto en visualizar cómo la situación sociopolítica, las redes interpersonales, el carácter internacional de su plantel, los compromisos políticos y las definiciones institucionales jugaban un papel fundamental en su definición y puesta en marcha, como a su vez se constituían en determinantes para su desaparición. En este sentido, compartía lo vivido por la mayoría de los programas y centros académicos durante la década de 1970, cuando los regímenes políticos autoritarios marcaron y trazaron, con diversos matices, el desarrollo de las ciencias sociales en nuestro continente, dando lugar a mutaciones y proyectos inconclusos, muchos de ellos, dejados en el olvido.

Breves referencias al proceso de institucionalización de la antropología científica y académica

La antropología científica se desarrolló desde mediados del siglo XIX en los países que se constituyeron como centros hegemónicos en su producción científica -Francia, alemania, Inglaterra y Estados Unidos (Stocking, 1982)-. Logrado el reconocimiento como campo autónomo hacia 1840 (Urry, 1984), se institucionalizó en museos y sociedades especializadas (cuadro 1), que promovieron la investigación y publicaciones científicas, dando paso, en las primeras décadas del siglo XX, a la formación profesional en instituciones académicas universitarias (Mitra, 1933; Urry, 1984; Beleé, 2009; Barth, Parkin, Silverman & Gingrich, 2012 [2005]).5

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En américa Latina, las primeras investigaciones antropológicas o etnológicas se desarrollaron hacia fines del siglo XIX. Esto se trasformó en contexto de investigación para los centros antropológicos, motivando a investigadores europeos y norteamericanos a asentarse en la región. De hecho, los nuevos estados nacionales llevaron a cabo una política de institucionalización científica que reproducía el modelo de la ciencia europea, el que se inspiraba en los ideales de la Ilustración y del pensamiento positivista, y estaba en sintonía con los principios republicanos dispuestos en aras de consolidar los proyectos nacionales en américa (Vessuri, 2007). Mantuvo su base en la fundación de museos y sociedades de especialistas, tal y como ocurrió en los países centrales (Barth, Parkin, Silverman y Gingrich, 2012 [2005]), pensados como espacios de investigación e ilustración ciudadana, permitían albergar el conocimiento y el material obtenidos en el marco de la caracterización de la historia natural de las nuevas naciones -un área de interés para los científicos europeos-.9 Estas instituciones eran ad hoc a las exigencias cognoscitivas de la ciencia de la época;10 entretanto el conocimiento albergado constituía un referente importante para la definición de la identidad nacional, pues permitían acopiar evidencia acerca de los recursos, el ambiente y la población nativa, en el marco de la proyección del potencial económico presente en los distintos territorios (Vessuri, 2007). En este proceso resulta gravitante la participación de destacados científicos europeos y norteamericanos, que en algunos casos, fueron contratados por los distintos gobiernos11 o se asentaron en los distintos países con el objetivo de contribuir a impulsar la profesionalización y expandir los principios de la ciencia, y que facilitan a intelectuales locales su formación y/o especialización en grandes centros de investigación12.

La institucionalización13 de las ciencias se hace posible debido distintos factores: el surgimiento de una «política científica», la destinación o gestión de recursos económicos, la presencia y consagración investigadores extranjeros y nacionales con formación en distintos campos de conocimiento, la generación de una serie de investigaciones sistemáticas sobre un campo especifico y diferenciable, la fundación de instituciones especializadas como los museos, y la conformación de sociedades científicas.

Sin embargo, situaciones vinculadas a motivaciones geopolíticas y científicas de algunas potencias, procesos sociopolíticos y económicos internacionales y nacionales, y el interés que suscita para las elites intelectuales, políticas y distintos gobiernos la consideración de la población originaria o indígena en el proyecto nacional, gatillan que la institucionalización científica y académica exprese claras diferencias entre y al interior de los distintos países, lo que repercute en la emergencia -temprana o tardía y continua o discontinua- y en las particularidades que adquiere el desarrollo y formación en antropología (Lévi-Strauss, 1995 [1968]; Urry, 1984).

Institucionalización de la antropología científica

En Chile, la institucionalización de la antropología se inició a fines del siglo XIX (Orellana, 1996, 1997; Berdichewsky, 1980, 2004; Gunderman y González, 2009), y se gestó al alero de disciplinas como la botánica, la prehistoria, la arqueología y la paleontología, impulsada por eruditos, filántropos, naturalistas, viajeros y profesionales de formación u oficio (Porter, 1910; Brand, 1941; Orellana, 1991). Siguiendo una dinámica similar a la que aconteció en países como EEUU, México, Brasil, colombia, Argentina, entre otros (Fowler y Wilcox, 2000; Melatti, 1980; Uribe, 1980; Silverman, 2012 [2005]; Soprano, 2006, 2008; ratier, 2010), se inscribió en la lógica de lo que Peirano (1981) y más tarde Stocking (1982) denominaron nation-building, debido a que el objeto de estudio se define considerando la «otredad radical interna». El trabajo antropológico quedó asignado a grupos sociales que se asentaron -o más bien quedaron cautivos- en los límites del territorio nacional, y se vinculó directa o indirectamente con una política estatal orientada a la construcción y consolidación del proyecto nacional. En este sentido, los primeros trabajos se iniciaron con empresas de exploración e investigación destinadas a relevar información de corte geográfico, ambiental y económico, que encargadas por el gobierno o realizadas como iniciativa personal (Berdichewsky, 2004; Gunderman y González, 2009), permitían acumular conocimiento respecto de los habitantes «aborígenes», delimitar el territorio y explorar las áreas en conflicto (Gunderman y González, 2009). Esto hizo posible la utilización explícita o implícita de dicho conocimiento con fines de expansión territorial hacia las áreas de ocupación indígena -así como el establecimiento de aparatos de hegemonía de Estado-, permitiendo asimilar o integrar estas poblaciones al proyecto nacional, en una lógica que buscaba consolidar a nivel nacional un modelo económico exportador (Pinto, 2008).

Un hito importante en esta dirección resultó el trabajo Los aborígenes de Chile, publicado en 1882 por el historiador José Toribio Medina,14 quien además es reconocido como uno de los precursores de la antropología científica nacional (Orellana, 1996, 1997; Berdichewsky, 1980, 2004).15 Esto no niega la existencia de trabajos o monografías anteriores sobre poblaciones indígenas del país (Orellana, 1994; Berdichewsky, 1980, 2004), aun cuando muchos de ellos se encontraban dispersos y eran de difícil acceso.16 En esta línea, Carlos Porter (1906, 1910) logró identificar, de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX, 98 publicaciones que versaban sobre estas poblaciones,17 las que más tarde amplió a 200.18

Sumado a la producción de conocimiento objetivado en formato textual, se destacó la conformación de distintas organizaciones que instituyeron las prácticas investigativas. Una de las primeras fue la sociedad arqueológica de Santiago (fundada el 28 de julio de 1978), que declaró en sus estatutos orientarse hacia el estudio etnográfico, histórico, arqueológico y lingüístico de la población americana, así como generar publicaciones y recolectar objetos para la conformación de museos. A ella se sumó la fundación del Museo Nacional de Historia Natural (1830), el Museo Histórico Nacional (1911), el Museo Etnográfico y antropológico (1912), la Sociedad arqueológica de Santiago (1878), la Sociedad científica alemana (1885), la Sociedad científica de Chile (1891), la Sociedad del Folklore (1909), la Sociedad Chilena de Historia y Geografía (1911), entre otras. Además, destaca el congreso científico general Chileno (1893-1894-1895-1897-1898-1900) que tuvo siete versiones, en cada una de las cuales se incluyó una mesa de trabajo denominada historia, filología, etnología, sicología y pedagogía.

Estos aspectos serían definitorios en la institucionalización científica de la antropología nacional, relevando además la publicación, en 1880, del primer y único número de la revista de la Sociedad arqueológica. Todo lo anterior permitió establecer condiciones sociopolíticas e institucionales, así como criterios cognitivos procedimentales y normas tácitas o explícitas -marcos de referencia consensuados- que otorgaron legitimidad a prácticas y conocimientos, permitiendo discriminar entre quienes eran considerados miembros de la comunidad y configurando lentamente el campo científico (Bourdieu, 2008 [1997]), que se reprodujo en los marcos de una ciencia de raigambre colonial (Vessuri, 2007).19

Institucionalización de la antropología académica

La antropología como ciencia se consolidó en Chile a partir de la primera mitad del siglo XX (Brand, 1941; Berdichewsky, 1980, 2004; Orellana, 1997), momento en el cual se inició la especialización del campo con la incorporación de investigadores extranjeros y nacionales, quienes desarrollaron trabajos sistemáticos en prehistoria, arqueología, etnología y lingüística.20 Sin embargo, la institucionalización académica ocurrió lentamente, y hacia 1950, prácticamente toda la investigación se centró en los museos.21 Debido a ello, la mayoría de los cultores de estas disciplinas no poseían una formación profesional, sino que adquirieron instrucción de oficio en la práctica junto a especialistas extranjeros o a los pocos investigadores nacionales que recibieron formación fuera del país (Brand, 1941).

En esta etapa, se produjeron las primeras inserciones de estas disciplinas en el plano universitario; entre ellas se destacan la fundación de la Universidad de Concepción (1919) y la constitución de la Sociedad Biológica de Concepción (1927), lo que posibilitó que en torno a la primera se conformara un grupo de trabajo en antropología física bajo la guía de Karl Henckel, Alexander Lipschütz y Carlos Oliver Schneider (Brand, 1941). Además, se implementó en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y en la Universidad de Concepción (1934), la cátedra de prehistoria de América, y se desarrolló una escuela de verano en la cual se ofrecía un curso de antropología (1936), en la Universidad de Chile (Brand, 1941).

A partir de 1950 comenzaron a dictarse algunos cursos de formación general y seminarios en las áreas de arqueología, prehistoria y arqueología. Entre ellos, se destacaron los impartidos en la Universidad de Chile por Grete Mostny -en antropología-, por richard Schaedel e Ismael Silva -en antropología histórica y social- en la Facultad de Filosofía y Educación, sección Geografía (en 1953), Oswald Menghin (entre 1957-1958), Mario Orellana (en 1959), a los que se sumó, en 1962, la creación de un curso de arqueología en la sección de historia, organizado por Grete Mostny, Bernardo Berdichewsky y Mario Orellana (Orellana, 1997). Ello sirvió de base para la apertura de algunos centros de investigación en instituciones universitarias, destacando el centro de Estudios antropológicos de la Universidad de Chile (1954), el centro de antropología y arqueología de la Universidad de concepción (1964),22 y el centro de Estudios de la realidad regional en temuco (1970). En el contexto de la reforma universitaria, todos estos centros darían origen a la formación de carreras profesionales en antropología en Chile, y marcarían la institucionalización académica de esta disciplina.23 Lo anterior no niega la existencia de investigaciones, publicaciones, cursos de formación y seminarios llevados a cabo por antropólogos en distintas instituciones académicas o no. En este sentido, lo que se resalta es la institucionalización académica de la antropología, es decir, se creaba una instancia institucional que permitiera plasmar y proyectar la formación a través de un currículo conducente a un grado académico que habilitara profesionalmente al titulado, el cual era sostenido por un equipo de académicos que alternaba actividades de docencia e investigación.

El primer currículo formativo en antropología en Chile fue implementado en la Universidad de concepción en el año 1966 (Dreyfus-Gamelon, 1965; Garbulsky, 2000). Esta propuesta se inició a partir de la fundación del centro de antropología y arqueología y la puesta en marcha en 1965 de un programa propedéutico, que contó para ambos propósitos con la asistencia técnica de Simone Dreyfus-Gamelon (especialista en etnología) y Anette Emperarie (especialista en arqueología), ambas enviadas por la UNESCO (Dreyfus-Gamelon, 1965). Entretanto, en agosto de 1971, se abrió el programa de Licenciatura en antropología en la Universidad de Chile, en el marco del recién creado Departamento de ciencias antropológicas y arqueológicas (Arnold et al., 1990).24 No está de más agregar que en el contexto latinoamericano esto resultaba tardío, pues existían desarrollos formales en la graduación de antropólogos a partir de los años 1930 (ver cuadro 2).

Las escuelas universitarias de la frontera y la institucionalización académica de las ciencias sociales y antropológicas en el sur de Chile

Desde mediados de los años 1950, y animada por el debate nacional sobre descentralización y autonomía de las regiones, comenzó a canalizarse la demanda de impulsar la educación universitaria, con el objetivo de formar capital humano para generar el desarrollo a nivel local. A modo de ejemplo, en la zona norte tuvieron lugar la creación de las escuelas de temporadas, promovidas a partir de 1952 por la Universidad de Chile sede Arica, y en 1957, del centro Universitario Zona norte antofagasta, que desarrolló tareas de docencia, investigación y extensión (López, Véliz y Gamonal, s.f.). En la zona sur de Chile, y específicamente en la ciudad de Temuco, capital de la región de La araucanía se destacó la creación, en 1960, del Colegio Universitario Regional de Temuco -posteriormente sede de la Universidad de Chile y actual Universidad de La Frontera-, y un año antes, de las escuelas universitarias de La Frontera25 (a partir de 1972, sede de la Pontificia Universidad católica de Chile hasta 1991 -PUC-), hoy Universidad católica de Temuco (Uctemuco).26

Dar cabida a la formación en ciencias sociales en las EUF obedece a una visión regionalista que buscó, desde la investigación académica, impulsar el desarrollo considerando el aporte de distintas disciplinas, relevando la importancia que debe al análisis regional una visión especializada e integral. Ello contrasta con el carácter periférico y precario de esta institución, lo que se expresa en la falta de recursos económicos para sustentar el proyecto, como queda patente en varias intervenciones que realizó su director, Víctor Raviola Molina:27

Todos conocen las precarias condiciones económicas en que han trabajado nuestras Escuelas Universitarias, desde su fundación (9-setiembre-59) hasta hoy. Sin embargo, no está de más recordar que nuestro presupuesto universitario aparece financiado por una subvención estatal que sólo se percibe desde 1964 y que cubre nuestros gastos académicos en un porcentaje que bordea el 80%; nuestras tareas no han tenido otro tipo de subvención ni siquiera municipal, a pesar de ser nuestra institución eminentemente regional; aunque se han intentado, tampoco se ha logrado mayores aportes financieros de fundaciones nacionales o extranjeras o convenios que ayuden a cumplir los fines de la universidad» (discurso pronunciado el 23 de marzo de 1970).

En las escuelas universitarias de la Frontera (EUF) se inició una de las primeras experiencias de formación en ciencias sociales al sur de concepción;28 como lo expresó Maurice Hebert,29 subdirector académico de las Escuelas Universitarias entre 1966 y 1973, el contexto político y cultural del país y la región hacían ver la importancia de las ciencias sociales. A ello se sumaban las particularidades socioculturales de la región, y en especial la presencia de la población mapuche, lo que despertó el interés de investigadores de origen extranjero que veían en los países latinoamericanos una oportunidad para concretar sus proyectos académicos. De hecho, este fue un aspecto fundamental para la institucionalización y el desarrollo de las ciencias antropológicas en américa Latina y los países «subdesarrollados», mientras dentro de sus fronteras nacionales habitaban esos «otros exóticos» que permitían vivenciar la «alteridad radical».

Los antecedentes de la institucionalización de las ciencias sociales los podemos encontrar en dos instancias académicas: las semanas indigenistas y la Cátedra Juan XXIII. La semana indigenista se constituyó en una instancia de reflexión académica en torno a la situación de los pueblos originarios en el plano nacional, particularmente mapuche. Se iniciaron en 1963, y continuaron en una segunda versión en noviembre de 1969, con una tercera en noviembre de 1970 y la cuarta edición en diciembre de 1974, y se retomaron para su quinta versión en noviembre de 1983, realizando la sexta en noviembre de 1986, y la última en noviembre de 1992.30 Estas semanas congregaron a un gran número de especialistas nacionales e internacionales, convirtiéndose en la década de 1980 en una de las pocas instancias de reflexión en ciencias sociales en plena dictadura militar, con un énfasis en trabajos sobre población mapuche. Desde 1969, estas semanas se gestan al alero de distintas instancia académicas: Comisión de Estudios Mapuche (1968-1970), Centro de Estudios de la Realidad Regional (1970-1973), Centro de Estudios Regionales (1973-1978), Centro de Investigación Sociales Regionales (1983-1986).

Por otro lado, la cátedra Juan XXIII inició sus inscripciones el 6 de mayo de 1968, dictando Monseñor Bernardino Piñera la cátedra inaugural «La juventud y la religión en el Chile de hoy». Se trataba de una cátedra libre de estudios sociales que reunía la tradición humanista y social de las escuelas universitarias, con el sociólogo Maurice Hebert como profesor permanente, y con la participación de otros docentes del plantel y profesores invitados.

En la institucionalización de las ciencias sociales31 jugó un rol importante -entre 1971 y1978- la figura de dos centros de investigación: el centro de Estudios de la realidad regional (1970 a 1973), el centro de Estudios regionales (1973 a 1978).32 El primero albergó entre 1971 y 1973 la carrera de Investigadores en ciencias sociales, y el segundo, entre 1973 y 1978, la carrera de Licenciatura en antropología mención etnolingüística. cabe mencionar que a diferencia de lo que aconteció en otras regionales del país, en las cuales la antropología emergió al alero de museos, centro de investigación y departamentos donde confluyeron la antropología física y la arqueología, la conformación del CERER se articuló en torno a otras disciplinas científicas y humanas. Inició sus funciones el 1 de abril de 1970, definido como un centro de investigación interdisciplinario compuesto por un cuerpo de profesores-investigadores entre los que se contaban: Héctor alvarado, economista; Iván Carrasco, con estudios en literatura; Maurice Hebert, Raúl Perry y Alejandro Ruiz, sociólogos; Maggie Peredo, psicóloga; Daniel Rodríguez y Raquel Rojas, educadores; Milán Stuchlik, antropólogo; Adalberto Salas, lingüista-filólogo.

La dirección del centro recayó en Milán Stuchlik, quien tuvo un papel gravitante en la implementación del CERER, desempeñando funciones bajo las recomendaciones de un consejo asesor que otorgaba orientación y planificación a las tareas de investigación y establecía el nexo con los organismos extrauniversitarios.33 Milan Stuchlik (1932-1980)34 fue un antropólogo de origen checo que llegó a Chile en 1968 a través de un programa de intercambio académico que sostuvieron la Universidad de Chile y la Universidad Charles de Praga entre 1965 y 1973 (Gunderman y González, 2009),35 programa que también trajo al país al antropólogo checo Václav Solc (1919-1995). Doctorado en la Charles University, República Checa (1963), se desempeñó, antes de su llegada a Chile, como conservador en el Náprstek Museum de Praga (1956-68), y fue profesor de antropología social en la misma universidad (1962-68). En Chile, realizó una investigación de campo entre 1968 y 1970 en la comunidad indígena mapuche de Coipuco, a 35 km de Temuco, la cual contó con financiamiento de la Universidad de Chile y con una beca otorgada por el Instituto Indígena de Temuco (Stuchlik, 1999 [1976]). Además, ocupó la plaza de profesor de antropología en la Universidad de concepción (1969-70), donde, en conjunto con los antropólogos argentinos Edgardo Garbulsky y Pablo Aznar, desarrollaron en 1971 la investigación «Economía Mapuche».36

En un primer momento, esta unidad académica se orientó a desarrollar tareas de investigación y circunstancialmente de docencia,37 en el marco del fuerte compromiso regionalista de las escuelas universitarias. Ello se puede apreciar en el objetivo declarado de «examinar las realidades, tendencias y perspectivas de las provincias de Malleco y Cautín… estudiar dicha realidad regional, tanto en sus recursos naturales como en los culturales o humanos» (Raviola, 1970). De este modo, y en un comunicado del 23 de marzo de 1970 dirigido a distintas autoridades y organismos regionales y nacionales,38 el director de las escuelas, Víctor Raviola Molina, declaró que el CERER tenía como objetivos: a) confeccionar un diagnóstico sobre la realidad regional de las provincias de Malleco y Cautín; b) constituirse en un centro de investigación permanente sobre la realidad de las provincias, adecuando sus directrices y planes a organismos pertinentes; c) promover el desarrollo económico y social de las provincias de Malleco y Cautín, sugiriendo recomendaciones a los organismos pertinentes que emanaran de las investigaciones realizadas. De este modo, la unidad se orientó al crecimiento, la diversificación y el desarrollo regional y nacional de la universidad, y en tal sentido, a la planificación estratégica, en cuanto buscó apoyar desde lo académico la elaboración del proyecto de desarrollo académico, teniendo como base los estudios locales que permitieran realizar un diagnóstico de la realidad regional. con lo anterior, se buscaba responder a los requerimientos de la reforma universitaria, acentuando el diálogo interdisciplinario y la investigación, así como la vinculación de la universidad con el medio o la comunidad, con el fin de aportar elementos de juicio a la planificación y el desarrollo de iniciativas de formación profesional y servicios de consultoría en el diagnóstico y la solución de problemas regionales.

De la formación en ciencias sociales a la formación en antropología

El 30 de julio de 1971 se creó la carrera de investigadores en ciencias sociales (1971-1972), una instancia formativa de postgrado, que recibió a profesionales graduados en distintas áreas de las ciencias sociales y humanas.39 El programa fue conducido por Milan Stuchlik, y tuvo como objetivo brindar formación en el campo de la investigación con base en un currículo que incorporaba conocimientos en lingüística, sociología y lenguas extranjeras, con énfasis en la realidad regional e indígena, y con una marcada orientación a la formación en antropología. El fundamento interdisciplinario que sustentó el CERER y que se plasmó en el programa resultó innovador, considerando que recién en esa década comenzaban a cobrar relevancia internacional las discusiones académicas en torno a la interdisciplinariedad.40

Hebert señala que el programa propició un ambiente académico muy rico, donde se promovía el debate de ideas entre docentes y estudiantes a través de seminarios:

había discusiones muy interesantes, porque alrededor de la mesa había futuros antropólogos, Ph.D., había un sociólogo, por lo menos Ph.D., estaba Milan [Stuchlik] de Praga, Ph.D., estaba Patrick Donovan, Magíster en Sociología, había una señora de EE.UU., cuyo nombre no recuerdo, tenía un magíster en estudios folclóricos, de la Universidad de Berkeley, y teníamos al psiquiatra Martín cordero; entonces, era un ambiente muy rico de intercambio y de discusión.41

La formación en la especialidad de Investigadores en ciencias Sociales fue otorgada a cinco estudiantes con estudios o cursos avanzados en formación universitaria: Teresa Durán, profesora normalista y asistente Social; Héctor Zumaeta, con estudios en pedagogía; Cecilia Dockendorff, con estudios en arquitectura; Fresia Salinas, profesora de castellano; y Carlos Troncoso. De todos ellos, Zumaeta y Salinas continuaron estudios de Licenciatura en antropología en la sede Temuco (obtuvieron sus licenciaturas en 1977 y en 1978, respectivamente); Teresa Durán se dirigió a realizar su doctorado en la Queen's University, en Irlanda del Norte, bajo la tutela de Milan Stuchlik, mientras que Dockendorff continuaría más tarde su formación en licenciatura en sociología en la PUC, de Santiago de Chile.

Ya en 1973, la carrera de investigadores en ciencias sociales fue reemplazada por un programa de Licenciatura en antropología, cuya dirección inicial la asumió Stuchlik. La planta del programa combinaba académicos del antiguo plan de formación con otros que se integraron paulatinamente. Fueron en su mayoría académicos extranjeros, cuyo reclutamiento se hizo a través de las redes internacionales, y que se mostraban atraídos por desarrollar sus investigaciones doctorales en contextos mapuches42 así, formaron parte del cuerpo docente: el matrimonio de antropólogos estadounidenses richards; el sociólogo sueco olaf Jensen; el entonces sacerdote canadiense Maurice Hebert (con una especialización en sociología del trabajo); el también entonces sacerdote canadiense Patrick Donovan (magíster en sociología), Stephen Platt (antropólogo inglés), el psiquiatra Martín Cordero y el lingüista Adalberto Salas.43 a partir de 1973 se integraron: René San Martín (magíster en etnología de la Universidad de Estrasburgo), el matrimonio de antropólogos culturales estadounidense Marjorie Bradford Melville (de padres americanos pero nacida en México) y Thomas Melville44 (que formaron parte del cuerpo académico desde 1974), el Dr. Tom Dillehay (en 1976), Orlyn Ibarbe (Licenciado en antropología en la Universidad de Concepción), entre otros.

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De la primera cohorte, 1973, obtuvieron su licenciatura en antropología: Aldo Vidal Herrera, María Nelly Ramos Pizarro, Ana María Oyarce Pisani, María Raquel Márquez Bradin, Marisa del Carmen Droghetti Wilson, Fresia María Ana Salinas Silva y Héctor Ulises Zumaeta Zúñiga. A los pocos meses de iniciado el programa, el golpe de estado truncó el proyecto formativo. como relata Hebert, algunos académicos extranjeros fueron expulsados o dejaron Chile; Stuchlik abandonó voluntariamente el país en 1974, contactado por su colega y amigo Ladislav Holy47 para desempeñarse como profesor asociado del St. John's College, Cambridge University -donde ya había dictado cátedra en 1968 como profesor visitante- y luego como profesor de antropología Social en la Queen's University of Belfast (1974-1980), cargo que ocupó hasta su deceso.

Cancino y Morales (2002) señalan que «La práctica antropológica de los profesores está asociada a labores de diagnóstico sociocultural y de análisis de propuestas de desarrollo, siendo la temática mapuche central» (Cancino y Moralos, 2002: 96). Esto se reafirma, en el entendido que las unidades a las cuales estuvieron adscritos los dos programas de formación, así como el cuerpo académico, tenía esta finalidad. De hecho, los vínculos en el marco de estos proyectos permitieron generar el acceso a las comunidades mapuche en las cuales muchos de los estudiantes desarrollaron sus investigaciones de grado. La mayoría de los trabajos se desarrollaron en la zona de Chol-chol. Así, el 68% de las tesis desarrollaron trabajo de campo en contexto mapuche, con una duración entre 3 y 7 meses;48 en dos trabajos se realizó investigación de campo - en un establecimiento educacional y en una comunidad de pescadores-; dos investigaciones utilizaron investigación en base a informantes (en la línea de la etnociencia): en una de ellos se realizó trabajo con fuentes escritas, en tanto en el otro, se analizaron situaciones de juicios sobre tierras mapuche. El 70% declaró haber trabajado con observación participante alternada con entrevistas; en tanto, dos casos trabajaron sobre entrevistas y uno con un inventario a través de la aplicación de un cuestionario.

Aun cuando Milan Stuchlik dejó el país a casi un año de iniciado el programa de licenciatura, su influencia fue notoria entre sus primeros estudiantes -con quienes mantuvo contacto -49 y entre quienes continuaron en el programa.

Sin bien solo un trabajo de grado incorporó la perspectiva transaccionalista en propiedad -la tesis realizada por Fresia Salinas-,50 quince de las diecinueve tesis incluyeron trabajos de Stuchlik en la bibliografía. En los trabajos citados, Stuchlik reflejaba su preocupación central por la problematización de la relación entre la sociedad mapuche y la sociedad nacional, poniendo hincapié en los procesos de cambio social que se expresaban en los ámbitos organizativo, económico, y en la política indigenista. Estos trabajos son: La ayuda económica mutua entre los mapuches (1970); Sistema de terratenencia de los mapuche contemporáneos (1970); organización social mapuche (1971); Mecanismos de cooperación interfamiliar en la comunidad mapuche contemporánea (1972); rasgos de la sociedad mapuche contemporánea (1974); Las políticas indigenistas y el cambio social (1976); Life on Half Share (1976) y Goals and Behavior (1977). Además, se citan trabajo publicados por otros docentes del programa: Adalberto Salas (Notas sobre el verbo mapuche en Chile, 1970; Modo, persona y numero en el verbo mapuche, 1972; La enseñanza del español como segunda lengua a los mapuche-Chilenos, 1974), Thomas Melville (La naturaleza del poder social del mapuche contemporáneo, 1976), Margarita Bradford Melville (The mapuche of Chile. Their values and changing culture, tesis PhD, 1976) y Tom Dillehay (t. observaciones y consideraciones sobre la prehistoria y la temprana época histórica de la región centro-sur de Chile, 1976).

Bajo difíciles condiciones51, la carrera se mantuvo abierta al alero del centro de Estudios regionales, con ingresos en los años 1974 y 1976.52 El mismo programa otorgó la posibilidad de que, cursado el cuarto semestre, los estudiantes pudieran optar al grado de bachiller en antropología. El proyecto continuó bajo la dirección de Adalberto Salas y luego de Orlyn Ibarbe hasta el 30 de julio de 1978 (Márquez, 1978), cuando las autoridades de la PUC determinaron cerrar la carrera por motivos políticos y académicos -la viabilidad del proyecto en el escenario político del país (Cancino y Morales, 2003).53 La planta académica se debilitó paulatinamente a partir del golpe de Estado; y para la última etapa del programa, la mayoría de los profesores que figuraban en sus inicios o quienes dieron continuidad hasta 1976 se habían marchado o habían sido exonerados -René San Martín, tom Dillehay, Adalberto Salas, Gastón Sepúlveda, Patricio Ruiz Tagle, Patricia Rubilar y Teresa Durán-. Algunos de sus egresados –que ya contaban con la experiencia y la especialización- se sumaron a las tareas académicas, figurando la profesora Fresia Salinas -quien es mencionada como maestra en los agradecimientos de algunas tesis de grado- y Héctor Zumaeta, quienes se suman a otros docentes que se mantienen en la planta: Orlyn Ibarbe, Nelson Vergara, Patricio Valdebenito, Raúl Caamaño y Arturo Hernández.

Entre 1977 y 1985, obtuvieron su titulación quince licenciados y siete bachilleres; entre estos últimos, algunos continuaron su formación en antropología en otras casas de estudio, concluyendo con ello el programa de Licenciatura en antropología.54 Posterior al cierre, y a pesar de estar en pleno periodo de dictadura militar, en la misma universidad se creó el centro de Investigaciones Sociales regionales (1983), en el cual se desarrollaron trabajos en la línea de la antropología aplicada en el marco de consultorías e investigaciones en contexto mapuche, y la docencia a través de cátedra y seminarios para otras carreras y cursos de perfeccionamiento. Bajo la conducción de Teresa Durán, se continuó con la tradición de las Semanas Indigenistas -iniciadas en 1963-, siendo tal vez la única instancia académica de comunicación científico-antropológica que se desarrolló en el país en dicho periodo, y que por su contenido y participación pueden equipararse a un congreso de antropología.55

A modo de cierre

Siguiendo la perspectiva de Jacques Rancière, esta comunicación puede ser entendida como hecho político. El olvido de un sinnúmero de experiencias que no cuentan en el discurso global de la antropología en Chile -situación que se reproduce en muchos países latinoamericanos- exige realizar la inscripción de la parte que no cuenta en la totalidad. Esta reflexión inicial se enlaza con aquellas que en tal dirección se han producido en el contexto latinoamericano, y que buscan problematizar la subalterización de las antropologías -u otras disciplinas- al interior de los circuitos nacionales e internacionales. A modo de ejemplo, ni en la literatura de la época ni en los trabajos posteriores que han buscado caracterizar el desarrollo de la antropología y de las ciencias sociales en Chile, se hace precisión sobre las experiencias en investigación, formación y difusión de las antropologías a nivel regional.56

Por otro lado, de los olvidos y las ausencias también se alimentan ciertas afirmaciones que plantean la desaparición total de la antropología de las universidades regionales tras la dictadura militar. Indudablemente, las condiciones políticas y la intervención militar en los planteles universitarios alteraron significativamente el desarrollo de los programas de formación, al punto de que muchos de ellos disminuyeron su calidad o cerraron sus ingresos -por ejemplo, la sede Temuco de la Pontificia Universidad Católica (PUC) cerró en 1978, y la Universidad de Concepción cerró casi a mediados de los 1980. Sin embargo, también se abrieron programas regionales, como es el caso de la Universidad Austral de Chile -que en 1985 inauguró la Licenciatura en antropología-, pudiendo hacer mención de lo que ocurrió en la sede temuco de la PUc, donde se realizaron las Semanas Indigenistas de 1984 y 1986, y se mantuvo con intermitencia el centro de Investigaciones Sociales y regionales. Sobre aspectos históricos de la disciplina a nivel nacional y regional -como los desarrollos en las zonas norte y sur de Chile-, se hizo necesaria mayor atención, con el fin de considerar las diversas experiencias en la producción antropológica nacional -sobre todo la que buscaba generalizar-, y por otro, intensificar las investigaciones sobre la disciplina, de modo de alcanzar el nivel de discusión mantenido en México, Colombia, Brasil y Argentina.

Por otro lado, en el proceso de investigación se han explorado ciertas líneas sugerentes, que hacen posible orientar la indagación en los siguientes aspectos:

  • Como primer punto, sostener que es posible reabrir interrogantes sobre el carácter o impronta nacional o regional de una disciplina –por ejemplo, una antropología Chilena o una antropología latinoamericana. Un análisis a escala permite apreciar cómo operan la diferenciación y la diversidad a nivel interno, y como ello se expresa en la conformación de estilos teórico-metodológicos y concepciones más amplias sobre lo que implica una determinada ciencia. Al respecto, Ribeiro (2007) da cuenta de la tendencia a reificar américa Latina como una entidad, aun cuando sea posible encontrar diversidad de antropologías. Por ello, más que hablar de una antropología Chilena, resultaría pertinente hablar de una antropología en Chile, recuperando analíticamente la idea de heterogeneidad interna, con miras a la identificación de tendencias o estilos en el marco de disciplinas localizadas en tiempo y espacio, lo que sin duda exige un trabajo analítico sobre la producción científica-profesional y la formación (currículum y programas de estudio).

  • Como segundo punto, la supuesta homogeneidad nacional -que muchas veces acompaña la construcción discursiva en esta materia- impide apreciar las relaciones hegemónicas que operan en un contexto o campo. De este modo, se tiende a soslayar procesos sociopolíticos imbricados en debates teóricometodológicos que ocurren en realidades específicas, y que permiten advertir cómo se expresa el juego de posiciones y de recursos, es decir, una lucha por el capital social, simbólico y académico entre académicos y centros universitarios. En esta dirección, Restrepo (2006) sostiene la no homogeneidad de los ‘establecimientos periféricos'; hay relaciones internas de poder, posicionamientos frente a modelos antropológicos dominantes y articulaciones. La misma relación de desigualdad que opera en el concierto internacional (relación centro-periferia) puede operar al interior de un país, lo que hace necesario entrar en las dinámicas internas y las formas de sociabilidad que tienen lugar a escala local, esto es, en instituciones específicas y entre sujetos sociales concretos.

  • Como tercer punto, el trabajo sugiere explorar ciertas líneas que relativizan la visión colonialista en torno a la influencia extranjera en el inicio de la antropología en Latinoamérica; hay un evidente compromiso de muchos científicos sociales, lo que implica esfuerzos individuales dirigidos no sólo a contribuir al desarrollo de una disciplina, sino también a la formación de investigadores y al reposicionamiento de los sujetos o actores sociales locales.

  • Por otro lado, y vinculado a lo anterior, resulta sugerente la perspectiva presentada por la profesora Hebe Vessuri (1993), en cuanto se muestra crítica a la idea de antropología periférica pensada como relación asimétrica y flujo unidireccional de ideas y prácticas. Introduce la noción de interdependencia y congruencia relativa, que releva la interlocución necesaria que puede ser establecida entre antropologías metropolitanas y periféricas. Esta última no necesariamente se asume como tal, y articula el discurso metropolitano dentro de una matriz propia, donde puede existir clara complicidad entre el intelectual dependiente y el dominante.

  • Como quinto punto, señalar que se torna relevante la noción de estilo, es decir, «esos rasgos peculiares de una práctica científica realizada en contextos socioinstitucionales particulares, que comparten con otros contextos la creencia, como apropiada y natural, en la estabilidad y universalidad de las formas de pensamiento y práctica disciplinaria» (Vessuri, 1993: 727). Un estilo se entendería en la consistencia, selectividad, integración o combinaciones diversas que tienen lugar en determinados contextos, agregando singularidad o tipicidad al trabajo antropológico. En tal dirección, permite identificar «configuraciones sociocognitivas» comparables al interior de contextos disciplinarios más amplios, en el entendido de que una disciplina no es homogénea y consensual y, por ende, su desarrollo a nivel nacional tampoco adquiere necesariamente esta característica. Así, la conexión y la tensión entre contextos institucionales y estilos disciplinarios puede analizarse al problematizar las interrelaciones que se expresan en instancias académicas, universitarias o campos profesionales, visualizando cómo se definen las cátedras, se organizan los departamentos, se planifican programas de estudio, se orientan artículos, se releva un temática de investigación, o se sitúan espacios y tipos de práctica profesional en términos concretos.57

Para finalizar, planteamos que la idea fuerza de este trabajo nos lleva a pensar en posibles desenlaces en condiciones sociopolíticas e institucionales distintas, en la ficticia consolidación de un proyecto de excelencia de alcance regional y nacional, dada la trayectoria académica que desarrollaron sus docentes y estudiantes. Dicha interrupción, y en muchos casos mutilación, resulta común para nuestra américa Latina, pero requiere ser contada con el fin de develar especificidades, continuidades e interconexiones.

El proyecto de formación que acabó en 1978, a raíz del cierre de la carrera de Licenciatura en antropología como consecuencia de una dictadura militar, sólo pudo concretarse en 1992. La reapertura de la carrera de antropología -que ocurrió en el mismo año en que se abrió la carrera de sociología en la Universidad de La Frontera, Temuco- se logró gracias al esfuerzo inicial de académicos formados en la primera fase del programa, y con el apoyo de una rectoría que reinstituyó aquel proyecto en el marco de una universidad propiamente regional y autónoma. En 2013, podemos afirmar que la Facultad de ciencias Sociales se ha consolidado en la Universidad Católica de Temuco con la apertura de las carreras de trabajo social, sociología, ciencias políticas, administración pública y psicología.

Agradecimientos

Agradezco la contribución realizada a este trabajo por parte de Aldo Vidal, Fresia Salinas (quien tuvo la gentileza de dar una lectura a este trabajo), Héctor Zumaeta, Tomas y Margarita Melville, Maurice Hebert, Patricio Donovan y Jarka Stuchlikova.


Notas

4 Una iglesia con opción por los pobres y comprometida en la transformación de la sociedad.
5 Las primeras cátedras se pensaron como cursos generalistas -que dieran a conocer esta nueva ciencia- o como capacitación-preparación de administradores y funcionarios coloniales o gubernamentales. Las más tempranas referencias a cursos de formación en antropología se encuentran en Francia; la primera cátedra de antropología fue instituida en 1855 en el Musée d'Histoire Naturelle (Mercier, 1969 [1966]; Parkin, 2012 [2005]), pero a partir de 1875 se realizó en la Facultad de Medicina de París, ambas actividades respaldadas por la École Anthropologique (Parkin, 2012 [2005]). Si bien durante el siglo XIX la antropología en Europa comenzó a socializarse por medio de cursos y conferencias, y se inició una formación general dirigida a entregar herramientas para orientar la práctica amateur, fue en Norteamérica donde tuvo lugar la temprana profesionalización de la disciplina -esto, en el concierto internacional-, estableciendo sus bases en museos y universidades, lo cual se hizo posible con el fuerte respaldo recibido por el gobierno (Urry, 1984). Los primeros programas de formación profesional siguieron el modelo de graduación doctoral, y se instalaron en las universidades de Pennsylvania (1886), Harvard (1887), Clark (1889), Chicago (1892), Columbia (1896), California (1901), Arizona (1915), Utah (1926), entre otros. El primer doctor en antropología se graduó en 1891; Alexander Chamberlain llevó a cabo la disertación doctoral. "The Language of the Mississaga Indians of the Skukog. A Contribution to the Linguistics of the Algonquian Tribes of Canada", presentada en la Universidad de Clark bajo la dirección de Franz Boas (Bernstein, 2002). Por otro lado, las primeras discusiones sobre la enseñanza de la antropología en EEUU se llevaron a cabo a partir de 1916, en el marco de una reunión que tuvo lugar en la Universidad de Columbia, ciudad de Nueva York. En dicha reunión se discutió sobre el objetivo y los métodos de enseñanza de la antropología en la educación superior y las universidades (Boas, 1919). Para 1902, la formación profesional universitaria se internacionalizó; se abrieron carreras de profesionalización en Francia (París), Alemania (Munich, Berlín, Marbourg) y Gran Bretaña (Oxford, Cambridge y Edinburgh) (Mitra, 1933:142).
6 Parkin, 2012 [2005].
7 En 1884, la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia identificó la antropología como campo independiente de la biología (Stocking, 2002; Palerm, 2004).
8 Al margen de estas instituciones, parte importante de la investigación antropológica norteamericana se realizó al alero de los museos, los cuales comenzaron a proliferar hacia fines del siglo XIX (Mitra, 1933; Stocking, 1992; Beleé, 2009).
9 Los museos no eran sólo espacios patrimoniales; se inscribían en una política cultural de integración nacional, donde en el marco de una ideología ilustrada y en pos del ejercicio soberano, «las elites y los nacientes estados se dieron a la tarea de construir una nación de ciudadanos, vale decir, una nación cuyos miembros debían estar unidos por una sola cultura y por un conjunto de creencias, valores y tradiciones compartidas» (Rodríguez, 1983 en Alegría, 2004: 60).
10 Como señala Vessuri (2007), reunir colecciones y realizar inventarios tenía como objetivo «movilizar al mundo clasificándolo y ordenándolo en espacios institucionales especialmente concebidos» (p.155). Arias (2007) señala que los modelos taxonómicos, incorporados en la lógica científica del siglo XIX, se orientaron hacia la clasificación de lo que aparecía variado, disperso e irregular frente a la elite nacional, ejercicio que fundamentó el pensamiento racialista y se conjugó con la necesidad de conocer y clasificar las riquezas poblacionales y naturales. Surgieron las taxonomías poblacionales, cuya diferenciación hizo posible el establecimiento de jerarquías naturalizadas por medio de una relación incuestionable entre la constitución social-moral y la constitución física individual y del medio físico. Esto permitió estructurar el poder del Estado en el marco de la nación, articulando las relaciones desiguales entre los pueblos y territorios incorporados, donde la colonización física y simbólica hizo posible su inserción en la economía mundo capitalista.
11 En el caso Chileno, se destacaron Claudio Gay (1800-1873), naturalista francés contratado por el Gobierno de Chile -presidido por Tomás Ovalle-, con el objetivo de elaborar un catastro de los recursos de los recursos naturales y la geografía del país, y cuyo trabajo dio origen al Museo Nacional; Max Uhle (1856-1944), quien fue contratado por el gobierno para que se hiciera cargo de la sección de prehistoria del Museo Histórico Nacional en 1911. Además, se radicaron en Chile, e iniciaron un trabajo en las líneas de la arqueología, la prehistoria y la etnología, entre otros, Ignacio Domeyko (1802-1889), naturalista -graduado en física y matemáticas- y nacido en Polonia, fue profesor, decano y rector en la Universidad de Chile; Rodulfo Philippi (1808-1904), naturalista nacido en Alemania y que llegó a Chile en 1851, se desempeñó como director del Museo Nacional y realizó importantes investigaciones en el territorio nacional; Francisco Fonk (1830-1912), médico nacido en Renania, realizó en el país estudios en geografía y arqueología; Ludwig Darapsky (1857-1916), naturalista nacido en Alemania, realizó su trabajo en mineralogía y escribió un trabajo sobre la lengua araucana, y fue profesor de la Universidad de Chile, miembro de la Sociedad Científica Alemana y ayudante en el Museo de Historia Natural; Rodolfo Lenz (1863-1938), nacido en Sajonia (Prusia), llegó a Chile en 1890, donde ejerció como profesor en el Instituto Pedagógico y Universidad de Chile, realizando investigaciones y publicaciones en el área de la lingüística, particularmente el mapuzugu -lengua del pueblo mapuche-; Ricardo E. Latcham (18691943), nacido en Inglaterra y de profesión ingeniero, se desempeñó como profesor y decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, director del Museo Nacional y fue uno de los fundadores de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Con anterioridad, en la época de la colonia, se habían realizado una serie de expediciones españolas, alemanas y francesa, entre cuyos expedicionarios se destacaron: Amédée François Frezier (1712-1713); Louis Feuillée (1714-1725); José de la Moraleda i Montero (1772-1773); Hipólito Ruiz y el farmacéutico José Pavón (1777- 1788); Thaddeus Haenke (1789) en la conocida expedición dirigida por el brigadier italiano Alessandro Malaspina y el marino José Bustamante y Guerra. En las crónicas de algunas de estas expediciones se incluyen breves descripciones sobre la población indígena del país.
12 Podemos mencionar el caso de Comas en México, de Hernández de Alba en Colombia, de Valcárcel en Perú.
13 Según Shils (1970), la institucionalización corresponde al proceso de estructuración organizada y jerarquizada de la interacción en torno a una actividad intelectual, la que tiene como base cierto acuerdo respecto de normas de actuación, membresías, comunicación y proyecciones de dicha actividad.
14 El trabajo de Medina tuvo como principal objetivo caracterizar a la población nativa del país, que correspondía a una producción de corte comparativo elaborada con base en fuentes secundarias - principalmente relatos de cronistas, viajeros y análisis de propuestas teóricas de especialistas- y observación directa en territorio mapuche o araucano (Amunátegui, 1932; Orellana, 1997). Cinco de los doce capítulos (VI, XII, XIII, IX y X) tratan sobre esta última población, considerando temas como lengua, territorio, cultura material, religión, organización social; mientras el primer capítulo trata sobre el origen del nombre de Chile, el segundo desarrolla una discusión sobre los primeros pobladores contrastando distintos antecedentes y opiniones de intelectuales de la época, y el cuarto, trata sobre la raza primitiva en América y Chile. Los dos últimos capítulos (XI y XII) se refieren a los incas y las relaciones con el Perú, específicamente sobre la expansión, conquista, administración e influencia incásica en Chile. Si bien el trabajo de Medina no sigue el canon antropológico moderno -que adquiere consenso hacia 1930-, y que implica el trabajo de campo intensivo entre el grupo estudiado tal como indicaron Rivers, Haddon, Boas, Malinowski, entre otros-, tiene cierta continuidad con aquellos desarrollados en la época por los primeros antropólogos -por ejemplo, Morgan y Taylor-, quienes realizan estancias breves -de unos cuantos meses-, lo que permite generar descripciones de primera mano que acompañan con reportes de informantes-colaboradores y literatura publicada sobre las poblaciones estudiadas -fuentes secundarias. Como referencia, señalar que el trabajo de Medina es contemporáneo a las contribuciones realizadas por quienes suelen ser reconocidos como los pioneros en la antropología mundial: el inglés Edward Burnett Tylor (1832-1917) publicó "Anahuac or Mexico and the Mexican, Ancient and Modern" en 1861 y "Anthropology: An Introduction to the Study of man and civilization" en 1881; el norteamericano Lewis Henry Morgan (1818-1881) publicó "The League of the Ho-de-no-sau-nee or Iroquois" en 1851, "System of Consanguinity and Affinity of the Human Family" en 1871 y "Ancient Society" en 1877; el escocés James George Frazer (1854-1941), quien sacó a la luz en 1890 "The Golden Bough: A Study in Magic and Religion".
15 Otras figuras destacadas son Diego Barros Arana, Luis Montt, Wenceslao Díaz, Rodulfo Philippi, a quienes se suman los aportes de Ricardo Latcham, Aureliano Oyarzún, Rodolfo Lenz, Tomás Guevara, Francisco Fonk, Alexandre Cañas-Pinochet, Ramón Laval, entre otros.
16 En este sentido, Porter (1910) advierte la dificultad que tuvo que afrontar para reunir trabajos realizados en este periodo -muchos de ellos completamente desconocidos-, y la ayuda prestada para estos efectos por algunos colegas y amigos como Ramón Laval (Biblioteca Nacional), Alexandre Cañas-Pinochet y Ricardo Latcham.
17 La estimación del material se realizó para el periodo entre 1843 y 1906, el cual se encontraba en formato de periódicos y revistas que hacían referencia a poblaciones aborígenes de Chile -de ellos 21 contenían datos etnológicos y 4 libros de historia que hacían mención a aspectos etnológicos y raciales-, y había sido producido por «investigadores» nacionales y extranjeros -que habían residido o estado de visita en el país. El inventario alterna entre referencias breves -algunas líneas- a textos monográficos.
18 Este ampliado se presentó en el marco del Cuarto Congreso Científico (1° Congreso Panamericano) celebrado en Santiago de Chile entre el 25 de diciembre de 1908 y 5 de enero de 1909.
19 En el siglo XIX, América Latina podía verse como un área de influencia para Europa, desde donde se produjo la exportación del modelo de ciencia occidental y se incorporaron investigadores que fueron formando parte de las comunidades científicas locales -con posiciones privilegiadas-, y se hicieron partícipes del proyecto nacional -y del movimiento de liberación-. La cooperación científica se entendióEn la competencia en el plano internacional por la hegemonía intelectual entre potencias como Francia, física bajo la guía de Karl Henckel, Alemania y Estados Unidos.
20 En este periodo se destacó Max Uhle, quien trabajó en el Museo Histórico Nacional entre 1911-1919; Ricardo E. Latcham, profesor y decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, director del Museo Nacional; Aureliano Oyarzún, organizador y director fundador del Museo de Etnología y Antropología; Martin Gusinde, curador del Museo de Etnología y Antropología, entre otros.
21 En 1942, se fundó el Museo Arqueológico de La Serena y en 1957 el Museo Arqueológico R. P. Gustavo Le Paige, así como algunos centros de investigación (Brand, 1941; Orellana, 1997),
22 El Centro de Antropología y Arqueología fue creado el 24 de mayo de 1964, e inició su primer año de trabajo en marzo de 1965. Contó con la dirección de Carlos Henckel, la jefatura del departamento en cabeza de la arqueóloga Zulema Seguel, y la cátedra de etnología a cargo de Anny Tual.
23 En el año 1971 se reportó una serie de actividades realizadas en instituciones abocadas al cultivo de la antropología y la arqueología. Entre ellas figuraba el Departamento de Antropología de la Universidad del Norte, sede Arica, donde figuraban cursos de especialización y seminarios impartidos a estudiantes universitarios y a la comunidad en general.
24 En un reporte sobre actividades antropológicas en Chile, para el Panamerican Institute of Geography and History, se dieron a conocer una serie de iniciativas realizadas en 1971 en el Departamento de Antropología de la Universidad del Norte, sede Arica, el que clasificaba actividades de investigación, docencia, extensión y trabajos a congresos. En docencia, se informa que se impartieron asignatura semestrales como: Introducción a la Antropología cultural, Introducción a la Arqueología, Arqueología regional, Etnohistoria Latinoamericana. No se han encontrado antecedentes para determinar si se trataba de un programa de formación en antropología o cursos dictados como seminarios o cátedras abiertas.
25 Su fundación tuvo lugar el 8 de septiembre de 1959, y fue promovida por el entonces Obispo de la Diócesis de Temuco, Monseñor Alejandro Menchaca Lira. Su propósito fue promover la educación superior por medio de los denominados cursos universitarios, contando para ello con el respaldo y la supervisión de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 1968, las escuelas contaban con una formación orientada a la pedagogía (básica, media en Castellano, media en inglés, media en matemáticas), una carrera de postgrado en orientación, un curso práctico de inglés, un curso de teatro, y la cátedra libre de estudios sociales Juan XXIII.
26 El 6 de marzo de 1970, en el marco de la reforma universitaria de 1968, se dictó el Decreto supremo Nº 1.186, el cual dictaba que los centros universitarios se convertían en sedes regionales de la universidad, El texto decía a la letra: «Las sedes son las Unidades Académicas mayores en las regiones, se componen de Facultades y Departamentos, o solo de estos últimos, de acuerdo a su complejidad y volumen de su quehacer. Se vinculan normativamente con el Gobierno Central, sin perjuicio de lo cual están dotadas de un importante grado de autonomía operativa. Su existencia responde a las características de una universidad nacional, de funcionamiento descentralizado, vinculado y coordinado centralizadamente» (En López, Veliz y Gamonal, s. ref.).
27 Director titular de las Escuelas Universitarias de la Frontera a partir del 1 de enero de 1970.
28 Se constató en 1963 la apertura de la carrera universitaria de Servicio Social, carrera de ocho semestres académicos que impartió la sede regional de la Universidad de Chile.
29 Hebert reside actualmente en su país natal, Canadá, tras abandonar Chile poco después del golpe de Estado. El 9 de septiembre de 2012 visitó la Universidad Católica de Temuco, ocasión en la que dictó la conferencia central en el contexto del aniversario 53 de esta casa de estudios.
30 A partir de 1992, las semanas indigenistas fueron reemplazadas por las jornadas de antropología. Ello marcó un cambio en la orientación y el trasfondo teórico-epistemológico en el cual se concebían, lo que fue motivado por la interpelación in situ que realizó un grupo de dirigentes mapuche respecto al sentido y la perspectiva que acompañaba el espíritu y el estilo investigativo que allí se expresaba. La demanda fue terminar con el indigenismo y contribuir a gestar espacios de participación mapuche, de modo que ellos mismos pudieran plantear sus reflexiones. Teresa Durán, directora del Departamento de Antropología, fue quien, motivada por tal interpelación, generó este cambio.
31 Sumado a las condiciones ligadas al contexto político-cultural y a la particularidad regional, es cierta contingencia la que envuelve su origen. Maurice Hebert señaló que en medio de una celebración del Aniversario de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Stuchilk, en su condición de checo, realizó un contrapunto a propósito de su experiencia tras la invasión realizada a su país en lo que se denominó primavera de Praga. Así relató Hebert el primer contacto que tuvo con Stuchlik, quien se convirtiera en uno de los actores claves en la conformación del CERER.
32 Como plantea Hebert, lo que se ha ratificado en las entrevistas, el cambio de nombre del CERER obedeció a una adecuación semántica al contexto sociopolítico de la época. La palabra «realidad» podía originar ciertas suspicacias por parte de las autoridades militares. Ello mismo jugó en la decisión de utilizar la denominación de Licenciatura en antropología con mención en etnolingüística en remplazo de Licenciatura en antropología social, título original.
33 Este consejo estaba encabezado por el director de las escuelas, profesor Víctor Raviola y su sub-director académico, el profesor Maurice Hebert.
34 En 2006, Milan Stuchlik y su esposa Jarka Stuchlíkova fueron investidos con la orden Bernardo O'Higgins, por prestar servicios destacados al Estado Chileno en humanidades, cultura y ciencias. Stuchlíkova publicó en 1997 en checo «Indios - políticos - coroneles, la vida de una familia checa en Chile 1969-1973» (traducción del checo al Castellano), donde relató la experiencia de su familia en nuestro país. Esta obra se tradujo al inglés como The Song of the Cooper.
35 El convenio de intercambio fue aprobado por el Honorable Consejo Universitario de la Universidad de Chile el 21 de octubre de 1964. Según señaló en entrevista Jarka Stichlikova (julio 2014), el intercambio involucró al arqueólogo Chileno Lautaro Núñez, quien viajó a la región de Gramoravia, República Checa.
36 Ambos antropólogos, dejaron Argentina tras el golpe de estado encabezado por Ongania en 1966. Garbulsky se había desempeñado como profesor de Antropología en la Universidad del Litoral de Rosario -adonde regresó tras el golpe de estado de Chile en 1973- y encabeza años más tarde la reapertura de dicha carrera en Rosario, mientras que Aznar fue un profesor de antropología, quien tras el golpe de estado en Chile, se unió a la planta académica del departamento de ciencias económicas, jurídicas y sociales de la Universidad de Salta, y posteriormente se radicó en Nicaragua como funcionario de la Organización Internacional del Trabajo.
37 La docencia se entiende asociada a los currículos de las distintas carreras impartidas en las escuelas universitarias, bajo la modalidad de cursos complementarios o como trabajos de investigación que implicaron créditos o que se orientasen a la titulación.
38 Entre quienes acusaron recibo del comunicado se contaban: Óscar Schleyer Springmuller, diputado de la República por el Partido Nacional electo para la vigesimo primera agrupación departamental entre 1969 y 1973; Gabriel de la Fuente Cortes, diputado de la República por el Partido Nacional para la vigésima agrupación departamental entre 1969 y 1973; Alberto Baltra, senador de la República por la izquierda radical, electo para la octava agrupación provincial entre 1968 y 1973; Abner Castillo Venegas, intendente de Malleco; Gustavo Vicencio Zagal, jefe de la agencia Cautín, Corporación de Fomento de la Producción; Zenón García García, alcalde ilustre de la municipalidad de Pitruquen; Sergio Castillo Azocar, director de la XI Zona, Corporación de Reforma Agraria; Miguel Manríquez Saber, presidente de la Sociedad de Fomento Agrícola de Temuco; Fernando Aguirre Tupper, de la oficina de planificación regional.
39 Héctor Zumaeta recuerda que se realizó una convocatoria a través del periódico, en la cual se invitaba a quienes tuvieran experiencia universitaria y se interesaran en las ciencias sociales, a postular a la Carrera de Investigadores en Ciencias Sociales. Señala que Stuchlik realizó la entrevista de ingreso, estableciendo como requisito el manejo básico del inglés. Señala que a lo largo del programa ingresaron cerca de veinticinco personas, entre ellos: Cecilia Dockendorff, Fresia Salinas, Teresa Durán, Carlos Troncoso, Orlyn Ibarbe, Jarka Stuchlik, Maurice Hebert.
40 Al respecto, destaca el «Seminario Internacional sobre la Pluridisciplinariedad e Interdisciplinariedad en las Universidades», organizado por el Centro para la Investigación e Innovación de la Enseñanza (CERI) y el Ministerio Francés de Educación, y realizado en la Universidad de Niza entre el 7 y el 12 de septiembre de 1970.
41 Palabras expresadas en ocasión del Seminario de discusión de la obra antropológica de Teresa Durán, celebrado el 13 de septiembre de 2012, organizado por el Centro de Estudios Socioculturales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Temuco.
42 En entrevista sostenida con Jarka Stuchlikova en Praga, República Checa (julio de 2014), esta señaló que la intención de Stuchlik era formar un programa de excelencia en Temuco con una solida formación científica, para lo cual había iniciado contactos con la Universidad de Cambridge para recibir a profesores de esta casa de estudios. De hecho, su alejamiento de Concepción obedeció a la decepción y falta de proyección para la formación de antropólogos, dado el contexto político, donde el pensamiento de izquierda y el Movimiento de Izquierda revolucionario había establecido como un dogma de militancia que rechazaba e impedía el desarrollo de la vida académica. De hecho, señala que Stuchlik era llamado momio por muchos estudiantes, y que persistentemente se le interrumpía en sus clases.
43 Adalberto Salas, con estudios en el pedagógico de la Universidad de Chile -posteriormente Doctor en Etnolingüística en la Universidad del Estado de Nueva York, Buffalo-, llegó recién titulado a Temuco, lo que le permitió conocer la lengua y cultura mapuche, y focalizarse en su análisis de la mano de su maestro, don Manuel Loncomil.
44 Los Melville residieron en Guatemala en la década de los 50, cumpliendo labores religiosas en la congregación Maryknoll. Marjorie (hermana Marian Peter) contribuyó en tareas de alfabetización y enseñanza en la Escuela Monte María, mientras Thomas, al incentivo del trabajo colaborativo a través de cooperativas, desarrollo económico y políticas de distribución de tierras. Ambos fueron expulsados de Guatemala a fines de los 60 por motivos políticos relativos a la promoción de la participación campesina y la denuncia de la incidencia norteamericana en la política de Guatemala, y señalados como colaboradores de la guerrilla. Este hecho se conoció como el incidente Melville. Además, los Melville participaron en una acción de amplia difusión en la actualidad, que se conoce como los Nueve de Catonsville, de la que hicieron parte un grupo de ciudadanos estadounidenses vinculados con instituciones religiosas, que quemaron 378 expedientes en una acción contra la guerra de Vietnam. En entrevista realizada en 2013, Marjorie Melville señaló que su llegada a Chile obedeció al interés que tenían ella y su esposo por realizar trabajo de campo en Sudamérica; Chile fue la posibilidad luego de haber sido declaradas personas no gratas en Perú, y se interesaron por ver de qué modo la población mapuche se incorporaba a un sistema socialista. Llegaron a Chile en 1973 -en la víspera del denominado tanquetazo- con referencias de Solon Barraclough del ICIRA. Barraclough los puso en contacto con Bernardo Berdichewsky, quien los presentó al Dr. Vaclav Solc, que venía realizando trabajo de campo entre las comunidades mapuche de Isla Huapi (al este de la ciudad de Temuco). Ambos los acompañaron en vehículo hasta Temuco, donde Solc les presentó una familia mapuche que los albergó por tres años (junio del 1973 hasta agosto del 1975). Su estadía fue financiada por una beca de la Fundación Ford para estudiantes mexicano-americanos (Marjorie), y un apoyo de la Fundación Rabinowitz de Nueva York (Thomas). Después de dejar Chile, se establecieron en California, donde desarrollaron tareas académicas en la Universidad de Berkeley, donde Bradford alcanzó el cargo de decano asociado en 1995, y actualmente residen en México.
45 Corresponde a una visión aproximada en base al informe redactado por Simone Dreyfus-Gamelon (1965) para la UNESCO.
46 Dirección Admisión y Registros, UCTemuco.
47 Holy ocupaba una plaza como académico en la Queen's University de Belfast por recomendación de Meyer Fortes -a quien sirvió de guía en una visita que este realizó a República Checa- y a partir de 1976 se desempeñó como académico de la St. Andrews University de Escocia hasta su muerte en 1997.
48 El cierre de la carrera incidió en el hecho de que muchos de los trabajos tuvieron que readecuar la fase de trabajo de campo. Al respecto, Bravo y Morales señalan «Esta actividad estaba programada, primitivamente, para el año 1979, pero dadas circunstancias ajenas a los investigadores, debió realizarse a partir de agosto de 1977, para finalizar a mediados de junio de 1978. La etapa preliminar de elaboración del proyecto fue alcanzada en el mes de octubre de 1977, comenzó el trabajo de recopilación de datos a partir de esa fecha, para terminar este en abril de 1978» (Bravo y Morales, 1978: 2).
49 De hecho, Cecilia Dockendorff a través de la Fundación Soles reeditó en 1999 el libro «Vida en mediería» -cuyo original databa de 1976-, con apoyo de Fresia Salinas en su traducción. La reedición del libro se lanzó en el Museo Regional de Temuco en 1999 -el cual era dirigido por Héctor Zumaeta- y contó con la presencia de Jarka Stuchlíková (viuda de Milan Stuchlik). Si bien Teresa Durán figura como la única de las estudiantes que viajó a realizar su doctorado a la Queen's University, Stuchlik esperaba sumarse a otros estudiantes.
50 A ello habría que agregar la tesis doctoral de Teresa Durán. Ella concluyó su doctorado en 1979, con una tesis de 370 páginas titulada «Un estudio comparativo de dos cooperativas agrícolas en Chile y España», en el cual caracterizaba dos proyectos de cooperativa agrícola, uno gestado bajo el gobierno de Salvador Allende y el otro bajo el gobierno de Franco. En el estudio demostró cómo los procesos de cambio social permiten a los actores el manejo estratégico de las limitantes socialmente impuestas con acuerdo a las metas fijadas por ellos.
51 Allanamiento de casas de estudiantes, detenciones, y la desaparición de un profesor del Departamento de Educación -Omar Venturelli Leoneli, detenido el 25 de septiembre de 1973- y un estudiante de Pedagogía en Castellano -Víctor Oliva Troncoso- de la sede universitaria.
52 Se lograron licenciar de la generación 1974: Mireya Eneida Zambrano Núñez, Helia Ivonne Jelves Mella, Ofelia del Carmen Gutiérrez Medina, Mario Barrientos Martínez, Nivaldo Edgardo Liche Isla, Roberto Morales Urra, Carlos Salvador Bravo Krause, Bernarda Enriqueta Espinoza Ojeda. De la generación 1975, se licenciaron: Alejandro Hernán Herrera Aguayo, Jorge Alejandro Neira Rozas y Bernardo Arroyo Garabito.
53 El bando supremo N°49, dirigido desde la Intendencia de Cautín a los profesores y directores, comunicaba que se debía separar de sus cargos a profesores y funcionarios se hubieran dedicado o dedicaran a incitar estudios o prácticas vinculadas al marxismo-leninismo -sembrando indisciplina, violencia, anarquía y desobediencia hacia el gobierno-, lo que a través de los directores de establecimiento se debía informar a la fiscalía militar.
54 Tom Dillehay -en conversación sostenida en 2013- señalaba que después del cierre de la carrera en Temuco, un grupo de antropólogos que había trabajado y estudiado en Temuco se movilizó hacia la Universidad Austral; entre ellos se contaban Dillehay y Carlos Cabezas. Ello decantó en la apertura de la Licenciatura en la Universidad Austral a partir de 1984, a cuyo cuerpo académico se unieron René San Martín y Fresia Salinas.
55 Algunos de los trabajos presentados fueron publicados en la Revista CUHSO, de la Universidad Católica sede Temuco, y pueden encontrarse en línea en: URL: http://repositoriodigital.uct.cl:8080/xmlui .
56 Por ejemplo, Berdichewsky señala: «citar el simposio sobre cultura araucana realizado por la Universidad Católica de la Frontera en Temuco» (1980, p. 311). «Otras tienen programas cortos, cursos y seminarios» (p. 316). Arnold et al. (1990) señalan en la nota a pie de la página 7: «posteriormente [1971] se le suma, a principio de la década de los '70, la P. Universidad Católica en su Sede de Temuco» (p.109). Mario Orellana (1996) dedica un acápite a la institucionalización de las ciencias antropológicas dentro del capítulo V. Quinto periodo (1960-1990). Salvo una referencia a la creación del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad de Concepción y a la revista Rehue —institución regional— no se mencionan los centros de investigación y el programa de formación aquí descrito. Lo mismo acontece en el trabajo de Manuel Garretón (2005); no aparecen referencias.
57 Para ello, Vessuri (1993, 1996) aplica un modelo de análisis que resulta de los aportes de Jamison; en este modelo destacan cuatro niveles: a) sesgo metafísico, relativo a tradiciones filosóficas nacionales que condicionan como se piensan los problemas o resultados de investigación; b) el interés científico nacional, que se relaciona con la necesidad de desarrollar determinados aspectos o problemas relativos a imperativos de carácter nacional; c) estructuras institucionales, ligado a la dinámica que adquieren las instituciones científicas en lo relativo a proceso de institucionalización, roles científicos, funciones de los intelectuales en el ejercicio en la hegemonía de clase, ubicación social de los investigadores, el cómo se define una ciencia y como se organiza; d) la congruencia entre tradiciones nacionales, que remite a la convergencia entre el estilo nacional y aquel que se manifiesta como dominante a nivel internacional, siendo a su vez relevante apreciar la rivalidades nacionales en tanto oposición en los intereses científicos respecto de objetivos económicos, búsqueda de prestigio o condiciones ideológicas.


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