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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.25 Bogotá July/Dec. 2016

 

Desde el Ático

Caos sistémico, crisis civilizatoria y proyectos descoloniales: pensar más allá del proceso civilizatorio de la modernidad/colonialidad

Systemic chaos, civilizing crisis and decolonial projects -Thinking beyond the modernity/coloniality civilizing process

Caos sistêmico, crise civilizatória e projetos descoloniais: Pensar além do processo civilizatório da modernidade/colonialidade

Ramon Grosfoguela  1

a University of California, Berkeley , USA grosfogu@berkeley.edu


Breves aclaraciones conceptuales

En este escrito uso varios términos que es importante aclarar antes de comenzar la discusión. Me refiero a «colonialidad», «sistema-mundo», «civilización» y «modernidad».

El concepto de «sistema-mundo» es una alternativa al concepto de «sociedad». El mismo se usa para romper con la idea moderna que reduce «sociedad» a las fronteras geográficas, jurídico-políticas de un «Estado-nación». En el sentido común eurocéntrico moderno se usa «sociedad» como equivalente a «Estado-nación» y, por consiguiente, existen tantas sociedades como Estados-naciones existen en el mundo. Esta mirada eurocéntrica moderna no solamente reduce la noción de Estado a «Estado-nación», sino que reduce sociedad a esta forma de autoridad política muy particular del mundo moderno/colonial. Ya sabemos que la pretensión de un Estado de que su identidad corresponda a la identidad de la población dentro de sus fronteras es una ficción eurocéntrica del siglo XIX. No existe en ninguna parte del mundo tal cosa como un Estado cuya identidad se corresponde de uno a uno con la identidad de la población dentro de sus fronteras. Este principio de correspondencia identitaria entre Estado y población ha creado más problemas que soluciones y más confusiones que clarificaciones, no solamente en el plano conceptual y epistémico sino a nivel político, económico y social.

La unidad de análisis de las ciencias sociales eurocéntricas al asumir la correspondencia entre «sociedad» y «Estado-nación», reduce la matriz temporal/espacial del análisis al tiempo histórico de las fronteras jurídico-políticas de los Estados-naciones creados hace apenas unos doscientos años, y en algunos casos hasta menos de cien años. De manera que en las ciencias sociales eurocéntricas se impone como unidad de análisis temporal/espacial las arbitrarias y movedizas fronteras espaciales y unidades temporales de los Estados-naciones, subordinando los análisis científico-sociales a las lógicas temporales y espaciales de la autoridad política que privilegia la modernidad. Con este mecanismo metodológico se privilegian unidades temporales y espaciales limitadas para el análisis científico social. Así se producen como invisibles, procesos, estructuras y experiencias de dominación y explotación cuyas temporalidades y espacialidades trascienden el «Estado-nación» como unidad de análisis.

El concepto de «sistema-mundo» es un movimiento de protesta dentro de las ciencias sociales eurocéntricas, en contra de la unidad de análisis que usa la categoría de «sociedad» entendida como equivalente a «Estado-nación». Otra manera de decir lo mismo sería usar la noción de «sociedad-mundo», es decir, que vivimos en temporalidades y espacialidades de «sociedades globales» y no en «sociedades nacionales». La idea de la teoría de sistema-mundo es que existen procesos y estructuras sociales cuyas temporalidades son más largas y cuyas espacialidades son más amplias que la de los «Estados-naciones». Los «Estados-naciones» en todo caso capturan dentro de sus fronteras, y de forma activa/pasiva, singularidades de procesos globales de más larga duración y de más amplia espacialidad que ocurren «más allá» y «más acá» de sus fronteras y estructuras, atravesándolas transversalmente. El «más acá» se refiere a procesos comunitarios de larga duración, por debajo del Estado-nación, que en ocasiones están también conectados con procesos «más allá» que ocurren por encima del Estado-nación. La modernidad ha construido y privilegiado la “sociedad” sobre la «comunidad» practicando el destructivo «comunitaricidio» para meternos a todos en «sociedades» ficcionalmente llamadas «nacionales». De manera que la unidad de análisis eurocéntrica que se privilegia en las ciencias sociales establece un «adentro» y un «afuera» sólido, con respecto al Estado, para entender y explicar procesos histórico-sociales. Sin embargo, este sólido «adentro» y «afuera», con respecto al «Estado-nación», colapsa con la teoría del sistema-mundo haciéndose dicha relación más líquida, gelatinosa y borrosa.

Hasta ahora hemos atribuido la teoría del «sistema-mundo» a la escuela de pensamiento desarrollada por Immanuel Wallerstein. No hay dudas de que Wallerstein es el teórico del sistema-mundo más prolífero y más conocido en el mundo hoy. Sus teorías han creado un impacto importantísimo en la teoría social contemporánea. Su compromiso político con el Foro Social Mundial y las luchas de movimientos sociales a través del mundo le han dado una prominencia indiscutible como intelectual comprometido. El problema surge cuando la epistemología racista/sexista de las ciencias sociales eurocéntricas atribuye el origen de la teoría del sistema-mundo a un hombre occidental como Wallerstein, invisibilizando otros autores del tercer mundo que previamente habían originado y desarrollado esta teoría. Esto es algo que para su propio crédito, el mismo Wallerstein (2000) ha aclarado públicamente. Pero pareciera que el racismo/sexismo epistémico institucional es sordo y puede más que las propias declaraciones de Wallerstein (2000). La honestidad intelectual de este autor no corresponde con la deshonestidad intelectual del racismo/sexismo de las ciencias sociales eurocentradas. Wallerstein dice lo siguiente acerca del origen de la teoría del sistema-mundo:

Oliver C. Cox expounded in the 1950s and 1960s virtually all of the basic ideas of world-system analysis. He is a founding father, albeit one who is hardly recognized as such and is widely neglected, even today. Let us hope that this collection does something to repair this grievious oversight…. If Oliver C. Cox has a reputation it is largely for his first major work Caste, Class and Race. Few scholars are even aware that he subsequently wrote a trilogy on capitalism. I think, however, that the publication sequence is important in understanding Cox’s contribution. Cox, a Trinitarian who migrated to the United States, sought to understand the nature of racism, particularly the more virulent form he discovered here. In seeking an explanation, he decided that the principal analyses current at the time he was writing were pernicious. He was particularly unhappy for various reasons with the use of “caste” as an explanatory variable, primarily because it failed to distinguish a mode of stratification (caste) which had long existed in some pre-modern historical systems (and, of course, particularly in the Indian world) and the racism he confronted in the modern world-system. He decided that the crucial difference between caste and race as mechanisms of stratification derived from the fact that racism was an invention of the modern world, and the modern world was a capitalist world. (Wallerstein 2000, p. 174)

Luego de este comentario reconociendo a Oliver C. Cox como «padre fundador» de la perspectiva del sistema-mundo y de reconocer la centralidad que tiene el asunto del racismo en la obra de éste, Wallerstein procede a citar lo siguiente de Oliver C. Cox:

Racial antagonism is part and parcel of (the) class struggle, because it developed within the capitalist system as one of its fundamental traits. It may be demonstrated that racial antagonism, as we know it today, never existed in the world before about 1492; moreover racial feeling developed concomitantly with the development of our modern social system. (Cox 1959, p. XXX)

Contrario a algunas teorizaciones que pretenden poner a Wallerstein como el origen de la teoría del sistema-mundo, o a Quijano como el origen de la idea de que el racismo es un fenómeno producido por el mundo moderno a partir de la expansión colonial europea de 1492, estas teorizaciones ya se encuentran en el intelectual afro-trinitario Oliver C. Cox desde los años 40 y 50 del siglo pasado.

Obviamente, hay diferencias importantes entre la teoría de Wallerstein y la de Oliver C. Cox. Sería demasiado largo dilucidar este asunto en este ensayo. Lo que es importante para nuestra discusión es que contrario a Oliver C. Cox, Cedric Robinson (1981) y otros intelectuales negros que teorizaron el sistema-mundo, para Wallerstein las categorías centrales que definen un sistema-mundo (el que sea), son la división del trabajo entre centros y periferias como «modo de producción» de la riqueza y los «modos de distribución» de la misma. Para Wallerstein existen tres tipos de sistema-mundos:

  1. Mini-sistema. El mini-sistema es un sistema-mundo donde existe una división del trabajo que unifica los diversos territorios articulados en centros y periferias pero donde no existen clases sociales ni relaciones de explotación del trabajo. Todas las personas involucradas producen directamente en el proceso productivo y el excedente es usualmente apropiado por las personas de mayor edad con frecuencia hombres. El privilegio descansa del lado de estos últimos. El modo de distribución de riqueza del sistema-mundo mini-sistémico son las relaciones de reciprocidad. En los mini-sistemas existe una sola autoridad política, una sola cultura y una sola división del trabajo.

  2. Imperio-mundo. El imperio-mundo es un sistema-mundo donde existe una sola división del trabajo entre centros y periferias pero articulados a un solo Estado. En este sistema-mundo existe una elite privilegiada de no-productores que se apropian del excedente producido por los productores directos. El modo de redistribución de la riqueza es a través de mecanismos tributarios del Estado apropiado por la elite imperial. En el imperio-mundo existe una sola autoridad política, una sola división del trabajo y múltiples culturas que co-existen dentro de su espacio.

  3. Economía-mundo. La economía-mundo es un sistema-mundo con una sola división internacional del trabajo entre centros y periferias articulados a la acumulación incesante de capital a escala global. El excedente es apropiado como plusvalía por la burguesía, y es tomado de la explotación del trabajo de los productores directos a través del mercado. El modo de distribución de la riqueza es a través de mecanismos de mercado. En la economía-mundo existe una sola división del trabajo con múltiples Estados y múltiples culturas.

Si observamos con detenimiento, la teoría de Wallerstein privilegia las relaciones económicas en su definición y teorización del sistema-mundo. La obra de Wallerstein se ha centrado en teorizar y analizar extensamente la historia y las estructuras de la economía-mundo capitalista de los últimos 500 años. Para Wallerstein el sistema-mundo moderno es equivalente a una economía-mundo capitalista.

El segundo concepto es el de «colonialidad». Contrario a la idea de que el racismo es una ideología o una superestructura derivada de las relaciones económicas, la idea de la «colonialidad» plantea que el racismo es un principio organizador o una lógica estructurante de todas las estructuras sociales y relaciones de dominación de la modernidad. El racismo es un principio constitutivo que organiza, desde adentro, todas las relaciones de dominación de la modernidad, desde la división internacional del trabajo hasta las jerarquías epistémicas, sexuales, de género, religiosas, pedagógicas, médicas, junto con las identidades y subjetividades de tal manera que divide todo entre las formas y seres superiores (civilizados, hyperhumanizados, etc. arriba de la línea de lo humano) y otras formas y seres inferiores (salvajes, bárbaros, deshumanizados, etc. debajo de la línea de lo humano). Para la izquierda occidentalizada, primero viene la economía y segundo el racismo como epifenómeno de la primera. En cambio, en la perspectiva descolonial el racismo es un principio organizador, lo cual no significa que sea la determinación en última instancia que reemplaza la determinación de clase por la racial. En la perspectiva descolonial, el racismo organiza las relaciones de dominación de la modernidad, manteniendo la existencia de cada jerarquía de dominación sin reducir unas a las otras, pero al mismo tiempo sin poder entender ninguna sin las otras. El principio de complejidad es ese: no se puede reducir como epifenómeno una jerarquía de dominación a otra que la determine en «última instancia», pero tampoco se puede entender ninguna jerarquía de dominación sin las otras. Este principio de complejidad es lo que Aníbal Pinto llamó «heterogeneidad histórico estructural», Kyriakos Kontopoulos llamó «heterarquía» y las feministas negras llaman «interseccionalidad».

He dicho en otros lugares (Grosfoguel, 2016, 2013a), que la idea de la «colonialidad» no es original de Quijano. Se trata de una idea que ha estado presente - usando otros términos - en muchos autores y autoras antes de que Quijano terminara por aceptarla en los años noventa.3 La concepción de la colonialidad del poder en la cual la idea de raza o el racismo es un instrumento de dominación, o un principio organizador del capitalismo mundial y de todas las relaciones de dominación (intersubjetivas, identitarias, sexuales, laborales, autoridad política, pedagógicas, lingüísticas, espaciales, etc.), de la modernidad, ha sido articulada antes de Quijano por otros autores y autoras usando otros conceptos: capitalismo racial (Robinson, 1981), racismo como infraestructura (Fanon, 1952, 1961), occidentóxico (Ahmad, 1984), colonialismo interno (Rivera Cusicanqui, 1993; Barrera, 1979; Casanova, 1965), género como privilegio de la mujer blanca o las mujeres negras vistas como hembras y no como mujeres (Davis, 1981), supremacía blanca (Dubois, 1935, Malcolm X, 1965), relación no reduccionista entre raza y clase (Cesaire 1950, 1957), ego cónquiro (Dussel, 1994), etc. Hasta el mismo Wallerstein, unos años antes que Quijano, dice literalmente que una las características de la economía-mundo capitalista es «la importancia fundamental del racismo y el sexismo como principios organizadores del sistema» (Wallerstein 1990, p. 289). El asunto importante a retener aquí es que la modernidad no existe sin colonialidad, son dos caras de la misma moneda y el racismo organiza desde adentro todas las relaciones sociales y jerarquías de dominación de la modernidad.

El tercer concepto es el de «civilización». «Civilización» como concepto ha sido rechazado por muchos intelectuales de izquierda, debido a su uso imperialista racial en los proyectos imperiales/coloniales de los imperialismos occidentales, donde se propone una definición darwinista social que asume una civilización como superior y las otras como inferiores. En el caso particular de los imperialismos occidentales, la «civilización occidental» se asume como superior. La mayor parte de estas definiciones privilegian elementos culturalistas, y/o de conocimientos científicos/tecnológicos, para justificarse como «civilización superior». La última versión de esta teoría la tenemos en Samuel Huntington con su concepto de «choque de civilizaciones» donde se asume como nuevo enemigo, en la pos-guerra fría, a la «civilización musulmana». Sin embargo, en un sistema-mundo donde la expansión colonial europea ha destruido todas las otras civilizaciones (Cesaire 1950; Grosfoguel 2013b), resulta absurdo hablar de «choque de civilizaciones» cuando todos estamos hoy día al interior de una sola civilización planetaria que es la civilización occidentalocéntrica.

Immanuel Wallerstein rechaza el concepto de «civilización», por sus connotaciones culturalistas y epistemologicistas, que deja de lado las estructuras de dominación y explotación. Él prefiere hablar de «civilización capitalista», es decir, un sistema económico que produjo una civilización. En lo que voy a exponer a continuación, y tomando distancia de Wallerstein y Huntington, uso la noción de civilización como equivalente a sistemas-mundos que tienen una multiplicidad de estructuras de dominación que no se agotan en las estructuras económicas. Me refiero a estructuras políticas, pedagógicas, epistémicas, religiosas, económicas, ecológicas, espaciales, lingüísticas, sexuales, de género, etc. De manera que en el concepto de civilización usado aquí, toma distancia de la definición culturalista de Huntington para hablar de estructuras sociales y jerarquías de dominación múltiples y enredadas entre sí (heterarquía), y toma distancia de Wallerstein para hablar de sistema-mundos como equivalentes a civilizaciones, porque los mismos no se reducen a jerarquías económicas sino que componen una multiplicidad de estructuras sociales y relaciones/jerarquías de dominación. Es Cesaire (1950), quien en un discurso a fines de los años cuarenta del siglo pasado ya nos hablaba de la relación entre la civilización occidental imperial/moderna/colonial y la explotación de clase capitalista, concibiendo la primera como imbricada con y constitutiva de la segunda.

El cuarto concepto es el de «modernidad». La modernidad no es un proyecto emancipatorio, como gran parte del pensamiento eurocéntrico nos ha hecho creer. La modernidad/colonialidad es un proyecto civilizatorio, que se produce al calor de y se expande con la violencia a escala planetaria que generó la expansión colonial europea para producir vida (aunque sean vidas mediocres), en las zonas del ser y muerte prematura en las zonas del no ser (Cesaire, 1950; Fanon, 1952; Grosfoguel, 2012). No existe «civilización occidental» antes de la expansión colonial europea. La «modernidad» es la civilización que se crea a partir de la expansión colonial europea en 1492 y que se produce en la relación de dominación de «Occidente» sobre «no-Occidente». Como nos recuerdan continuamente los líderes indígenas del mundo, estamos ante una civilización de muerte.

La retórica de embellecimiento de la modernidad, ocultando su rostro imperial/colonial, comienza cuando el centro del sistema-mundo pasa de la península ibérica al noroeste de Europa, en particular hacia Holanda, luego de la guerra de treinta años. Luego los franceses, británicos y estadounidenses, han continuado fetichizando la modernidad y embelleciéndola para darle al ascenso de Occidente un rostro bello, dulce, intrínseco y sui generis. Así se atribuye el ascenso de Occidente a la magia de la «democracia», «libertad», «igualdad», «individualidad», «ciudadanía», «Estado de derecho», «conocimientos científicos», «desarrollo tecnológico», etc. desconectando los privilegios y la riqueza de Occidente del saqueo imperial/colonial. Sin embargo, la «modernidad» es un proyecto civilizatorio constituido por un sistema-mundo que está compuesto por múltiples jerarquías de dominación, que incluye como uno de sus ejes el capitalismo histórico. El capitalismo realmente existente es el capitalismo histórico, producido por las lógicas civilizatorias de muerte de la modernidad o, para decir lo mismo con otros términos y hacer visible lo que está en juego, por el «sistema-mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal cristiano-céntrico/occidentalocéntrico» (Grosfoguel 2011). Dicho capitalismo histórico ya está atravesado y organizado desde adentro por las lógicas civilizatorias de la modernidad/colonialidad y no al revés. De ahí que el capitalismo sea racista, sexista, heterosexista, cristiano-céntrico, occidentalo-céntrico, eurocéntrico, ecologicida, cartesiano, etc. Para poner un ejemplo, el dualismo cartesiano entre humanos y naturaleza es la cosmovisión occidentalocéntrica de la modernidad constitutiva de las tecnologías del capitalismo histórico, que han sido destructoras de la vida a escala planetaria (Grosfoguel, 2016). Si el capitalismo histórico es destructivo de la vida no es solamente por un afán de acumulación de capital y una lógica de ganancias, sino por la propia cosmovisión dualista cartersiana que concibe lo que clasifica como «naturaleza» como formas de vida inferiores, cosificadas como «objectos», que se pueden destruir sin consecuencias para la vida. La producción tecnológica del capitalismo histórico ya está atravesada por la cosmovisión civilizatoria de la modernidad, y de ahí sus efectos perversos y destructivos para la vida planetaria como ninguna otra civilización en el pasado. Por tanto, contrario a Wallerstein, no existe un sistema económico capitalista que produjo una civilización, sino una civilización-mundo o sistema-mundo que produjo y organizó desde sus lógicas civilizatorias un sistema económico. La relación entre modernidad/colonialidad y capitalismo es una donde la primera, como proceso civilizatorio, es constitutiva de y se enreda con la segunda. El capitalismo histórico, por ser producido por el proceso civilizatorio de la modernidad es moderno/colonial, pero igualmente son moderno/coloniales las relaciones de dominación de género, sexualidad, epistémicas, pedagógicas, ecológicas, espirituales, espaciales, políticas, y la subjectividad/identidad. Esto último está ya expresado en el Ego Conquiro de Enrique Dussel (1994), quien captura con este término la subjectividad imperial moderna y el elemento predominantemente dominador/colonizador y no emancipador que caracteriza la modernidad. En muchos sentidos, lo que expreso en esta introducción es una elaboración, profundización y expansión de la gran contribución a la crítica de la modernidad de Aimé Cesaire (1950) y Enrique Dussel (1994). En labios de Cesaire y Dussel la modernidad es un proyecto de muerte genocida de la vida (humana y no humana), y de destrucción epistemicida de otras civilizaciones (destrucción de formas «otras» de conocer, ser y estar en el mundo).

Una mirada descolonial de los paradigmas de la izquierda occidentalizada

Si miramos el proceso de expansión colonial europea a partir de 1492 desde la «geopolítica del conocimiento» (Dussel, 1977) de “Europa expandiéndose”, lo que se privilegia como novedad es la creación de un nuevo sistema económico mundial, cuya lógica es la acumulación incesante e insaciable de capital. Todas las demás relaciones de dominación y explotación que acompañan la expansión colonial europea son vistas como epifenómenos derivados o superestructuras de la infraestructura económica. Por ejemplo, el racismo, sexismo, eurocentrismo, cristianocentrismo, occidentalismo, heterosexismo, cartesianismo, ecologicidio, etc. son todos problemas derivados del capitalismo y solucionables una vez desaparecido el capitalismo. De acuerdo a este paradigma eurocéntrico, lo que hacía falta para solucionar los problemas de la humanidad era superar el problema económico de explotación capitalista a través de la lucha de clases y desde ahí construir una nueva sociedad más justa, más allá del presente sistema económico capitalista que algunos llamaban «socialismo» o «comunismo». Éste fue el paradigma del socialismo y de los movimientos de liberación nacional del siglo XX.

Uno de los grandes problemas de este paradigma es que no solamente no resolvió los diversos problemas de dominación que se proponía enmendar sino que ni siquiera solucionó el problema principal que se propuso disipar: el modo de producción capitalista. Si te organizas contra el capital de manera sexista, racista, eurocentrista, occidentalocentrista, cartesiana, cristianocentrista, heterosexista, ecologicida, etc. reproduces todas las lógicas civilizatorias de dominación de la modernidad/colonialidad y termina corrompiéndose la propia lucha contra el capital. Por eso el socialismo del siglo XX terminó reproduciendo capitalismos de Estado, imperialismos, colonialismos, racismos, sexismos, heterosexismos, eurocentrismo, ecologicidios, cristianocentrismos, etc. Los medios no justifican, sino que producen los fines, y si usas medios que reproducen lógicas de opresión y dominación de esta civilización moderna/colonial, terminas reproduciendo nuevamente todas las formas de dominación y explotación contra las cuales estabas luchando, porque las lógicas civilizatorias modernas/coloniales se reciclan nuevamente entrando por la puerta trasera como «medios» que justifican los «fines».

El mismo problema lo vemos reproducido en los movimientos de liberación nacional del siglo XX. Éstos eran anti-imperialistas, anti-coloniales y algunos hasta anti-capitalistas pero no eran descoloniales. De ahí que siguieran reproduciendo los paradigmas eurocéntricos de la modernidad, terminando por reproducir todo contra lo cual estaban luchando, incluido el Estado-nación como forma privilegiada de autoridad política.

El problema central del paradigma del socialismo del siglo XX, fue que al subestimar epistémicamente las demás relaciones de dominación sistémicas de esta civilización, haciéndolas todas epifenómenos de las relaciones económicas y la lucha de clases, pretendía superar el capitalismo sin prestarle atención y reproduciendo todas las lógicas de dominación que componen el sistema-mundo civilizatorio moderno/colonial. Para la izquierda occidentalizada, habitamos en un sistema económico global conocido como el capitalismo y solamente superando dicho sistema se superarían las demás relaciones de dominación. Sin embargo, el laboratorio mundial que fue el socialismo del siglo XX desmintió por completo este paradigma reduccionista económico. Si algo aprendimos de esta experiencia, es que no podemos seguir construyendo proyectos anti-capitalistas modernos que reproducen todas las relaciones de dominación moderno/coloniales, con el fin de producir un sistema socialista moderno que reproduce todas las lógicas civilizatorias de la modernidad. El horizonte político no puede ser hacia un proyecto de izquierda que cumpla todas las promesas y valores de la modernidad. Luchar por un sistema social que sea consecuente con y haga realidad las promesas de la modernidad, es luchar por producir nuevamente un mundo moderno/colonial. De lo que se trata en la descolonialidad es de producir un proyecto anti-sistémico que transcienda los valores y promesas de la modernidad como proyecto civilizatorio y construya un horizonte civilizatorio distinto, con nuevos valores y nuevas relaciones que comunalicen el poder. Necesitamos proyectos políticos anti-sistémicos que rompan con el proyecto civilizatorio de la modernidad.

La modernidad produce un mundo donde solamente un solo mundo es posible y los demás son imposibles. La nueva civilización, más allá de la modernidad, produciría un mundo donde otros mundos sean posibles o el mundo de la transmodernidad dusseliana. Esto no es equivalente a un relativismo donde todo vale. Se trata de un mundo anti-sistémico que supere las lógicas de dominación del presente sistema-mundo y construya desde los valores compartidos, por la diversidad epistémica, un mundo donde otros mundos sean posibles. Nadie en este momento puede decir con certeza cómo será en todas sus particularidades esta nueva civilización. La transición hacia ella puede durar décadas, sino siglos. Pero sí podemos anticipar principios generales de la misma.

Si cambiamos la geografía de la razón y miramos el mismo proceso de expansión colonial europea no desde «Europa expandiéndose» hacia otros lugares, sino desde la geopolítica del conocimiento de «Europa llegando» a las Américas, África o Asia, se visibilizan todo un paquete de jerarquías de dominación que desde la mirada eurocéntrica de «Europa expandiéndose» quedaban invisibles. Mirado desde la experiencia de los pueblos del sur global, la llegada de la colonización europea no fue solamente la formación y llegada de un nuevo sistema económico mundial, sino también la formación y llegada de una nueva civilización, con toda una serie de relaciones de dominación que no se agotan en las relaciones económicas. Esa heterarquía o multiplicidad de jerarquías de dominación enredadas entre sí, constituyeron en su momento la formación de una nueva civilización. Contrario a lo que dice la izquierda occidentalizada, desde una perspectiva descolonial habitamos un sistema-mundo que constituye una civilización planetaria moderna/colonial. Las otras civilizaciones que coexistían con ésta a la altura del siglo XVI, fueron todas poco a poco destruidas por la civilización occidentalocéntrica de la modernidad a través de la expansión colonial europea, siendo sus poblaciones y territorios incorporados como periferias de esta civilización-sistema-mundo o sistema-mundo que constituye una civilización (Cesaire 1950, Grosfoguel 2013b). Vivimos en una civilización que tiene un sistema económico y no en un sistema económico que produjo una civilización. De manera que no existe «el capitalismo» como sistema económico aislado, o insulado, de las relaciones de dominación que constituyen las lógicas civilizatorias de la modernidad. Por el contrario, lo que existe es un sistema capitalista histórico que está atravesado por lógicas civilizatorias de la modernidad. Por eso hablamos de un sistema-mundo civilizatorio moderno/colonial.

Esto tiene implicaciones políticas fundamentales. Defender una modernidad anti-capitalista nos mete en el atolladero de reproducir las lógicas civilizatorias de muerte de la modernidad como le pasó al socialismo del siglo XX. El proyecto de transformación tiene que obligatoriamente ser anti-sistémico, es decir, que la lucha abarque todas las lógicas civilizatorias de la modernidad, en el sentido de ser anti-capitalista/anti-patriarcal/anti-eurocéntrico/anti-occidentalocéntrico/anti-cristiano-céntrico/anti-ecologicida, pero manteniendo desde la diversidad epistémica de cada proyecto, una pluralidad de soluciones a problemas similares. No tiene que haber una sola solución a un mismo problema. Podemos perfectamente imaginar múltiples soluciones para un mismo problema.4

El reconocimiento a la diversidad epistémica no significa la vuelta al pasado. Algunos proyectos que pretenden volver al Tawantinsuyo, o al Califato, son muy moderno/coloniales reproduciendo todas las lógicas civilizatorias de dominación de la modernidad. Cuando vemos cómo estos «fundamentalismos» definen estos sistemas pasados, proyectan en ellos nuevamente las lógicas de la modernidad/colonialidad. El más allá de la modernidad del proyecto descolonial no conlleva un regreso al pasado. La vuelta atrás sería solamente en el pensamiento como parte de la búsqueda de formas más ecológicas, más democráticas, más justas, más anti-patriarcales, etc. que pudieran haber existido en el pasado y que nos permitan re-pensar el presente y el futuro hacia una nueva civilización. Ser anti-moderno o anti-occidentalocéntrico no es sinónimo de ser descolonial, porque muy bien pudiera estar definiéndose el proyecto con categorías del pasado pre-moderno, pero redefinidas con ideas y conceptos de la modernidad. Por ejemplo, el Estado Islámico en Siria e Iraq toma una categoría del pasado como la noción de «califato» y la coloniza con la idea moderna de la pureza identitaria del «Estado-nación». El que no sea parte de la nación «takfiri wahabita» es exterminado violentamente. Aquí vemos cómo en el llamado anti-occidentalismo y anti-modernidad de ciertos grupos pueden estarse colando ideas muy occidentalistas y modernas. Los «califatos» en el pasado siempre fueron multi-culturales y multi-espirituales. Nunca tuvieron la pretensión moderna de tener una identidad estatal que corresponda de uno a uno a la identidad de la población dentro de sus fronteras. Pero el pensamiento colonial no es solamente el que impone Occidente. Puede muy bien ser internalizado por los colonizados, y a nombre de una alternativa a Occidente estar reproduciéndose una visión completamente anclada en la modernidad occidentalocéntrica. Lo mismo se puede observar en cierto indigenismo que vindica el regreso al Tawantinsuyo. He dicho en otra parte que los fundamentalismos tercermundistas son variaciones del eurocentrismo, porque aceptan los binarios occidentalocéntricos de la dominación moderna/colonial y lo único que hacen es invertirlos sin cuestionarlos ni desplazarlos (Grosfoguel, 2014).5 El proceso de colonización de la modernidad trastocó todas las epistemologías, espiritualidades, cosmovisiones, colonizándolas con narrativas eurocéntricas de la modernidad. De ahí que la descolonización no sea solamente un asunto de luchar contra las estructuras externas de la dominación moderna occidental (descolonización del poder), sino también luchar contra las estructuras internas o el Occidente que llevamos adentro (descolonización del saber y el ser) y los «egos conquiros» enfermizos que nos constituyen a todos (descolonización espiritual).6

Caos sistémico

La civilización formada a partir de la expansión colonial europea de 1492, y que nombro como «sistema-mundo capitalista/patriarcal occidentalocéntrico/cristianocéntrico moderno/colonial» (Grosfoguel, 2011), se encuentra en caos sistémico desde hace varias décadas. Este sistema-mundo se caracteriza por tener ciclos de expansión y ciclos de contracción material que duran entre unos 50 y 70 años (Wallerstein, 1974). Pero la presente crisis de contracción desde los años 70 del siglo pasado y que se profundiza con la reciente crisis del 2008, viene acompañada por una caída en la hegemonía de Estados Unidos en el sistema inter-estatal global. Además de estar ante en una crisis financiera, estamos además ante una crisis hegemónica. El sistema no cuenta en este momento con ningún hegemón que ponga orden al sistema. Se trata de un momento de caos sistémico como el que ha ocurrido en momentos anteriores ante la caída de la hegemonía de Génova/España a fines del siglo XVI, Holanda en el siglo XVIII, Inglaterra a principios del siglo XX y Estados Unidos a partir de mediados de los años setenta del siglo pasado (Arrighi, 1995). En momentos de caos sistémico se produce incertidumbre en los procesos económicos, políticos y militares a escala global. En períodos como éstos la manera como históricamente se ha logrado consolidar un nuevo hegemón que ponga orden al caos sistémico ha sido a través de guerras. Por ejemplo, la guerra de los treinta años en el siglo XVII produjo la hegemonía de Holanda, las guerras napoleónicas a principios del XIX, que paradójicamente gracias a su derrota en Waterloo, produjeron la hegemonía de Inglaterra, y la Primera y Segunda Guerra Mundial en el siglo XX que produjeron la hegemonía de Estados Unidos. Las consecuencias en vidas humanas de estas guerras han sido enormes. Pero hoy día la guerra no puede ser el vehículo de resolución de este conflicto porque con las armas de destrucción masiva existentes, el planeta no sobreviviría a una guerra nuclear. Lo cual no significa que no pudiera ocurrir una catástrofe nuclear que haga retroceder la humanidad en miles de años o simplemente exterminarla, y con ella a todos los demás seres vivos del planeta.

El reciente conflicto en Siria es un buen ejemplo de caos sistémico, donde la vieja potencia hegemónica ya no tiene capacidad de imponer su voluntad. No es fácil evaluar este conflicto en unas breves líneas porque cada actor tiene su propia agenda geopolítica distinta (ver Grosfoguel 2014). El asunto se torna muy complejo cuando todos los actores buscan sus propios intereses y estos intereses no coinciden entre sí. Incluso las coaliciones del conflicto sirio no comparten las mismas razones de estar metidos en la contienda. Pero simplificando bastante, luego de la batalla de Alepo, los grandes ganadores del conflicto son Rusia, Irán, Hezbollah y el dictador Asad. Los grandes perdedores son Estados Unidos, Europa, Israel, Qatar, Turquía, y sobretodo Arabia Saudita. Pero el gran perdedor de todos es el pueblo sirio, quien ha pagado y seguirá pagando con sangre y pauperización masiva las consecuencias de esta guerra. El reciente acuerdo de Rusia con Turquía y Qatar, para pasar gasoductos con gas ruso y qatarí por territorio turco y sirio hacia el Mediterráneo, es una victoria de la diplomacia rusa que pone al imperio ruso en posición de fuerza y desplaza de manera magistral la influencia estadounidense en la región. Países como Turquía y Qatar, que hasta hace poco eran enemigos a muerte de los rusos en Siria, han pasado a ser sus aliados. Escenarios como éste que trastocan de manera radical las alianzas políticas que por décadas se han tejido en una región, los veremos emerger por diversas partes del mundo con la caída de la hegemonía estadounidense a escala planetaria.

Los períodos de crisis hegemónicas y sus nefastas consecuencias han sido estudiados de manera magistral por Giovanni Arrighi (1995). No pretendo hacer un resumen del asunto en este ensayo. Lo que intentaré hacer, teniendo como contexto la crisis de contracción y el caos sistémico actual, es analizar el momento que vivimos y los retos que se presentan para los proyectos descoloniales. De ahí que sea importante llamar la atención que las guerras producidas en el pasado, ante situaciones como la actual de caos sistémico, han sido todas guerras entre «blancos», por definir quién manda y quien toma control de la riqueza del sistema-mundo a escala global.

Cuando los blancos imperiales entran en crisis: un peligro para toda la humanidad

Siempre que se habla de crisis sistémica en la presente civilización-sistema-mundo-moderno/colonial, se está hablando fundamentalmente de crisis para las poblaciones racialmente privilegiadas en las zonas del ser a escala planetaria. Son ellas las que sufren la crisis con mayor intensidad porque son las que descienden de status y pierden privilegios. Los pueblos colonizados, clasificados racialmente como «inferiores», e incorporados como parte de la periferia a través de un proceso de violencia sistémica de muerte, han estado en crisis desde hace ya 525 años. Si hay crisis o expansión sistémica no hace tanta diferencia para estos pueblos pauperizados, dominados, explotados e «inferiorizados», excepto por los niveles de violencia y de saqueo que se expanden a nuevos territorios y se intensifican donde ya han sido colonizados.

Es importante matizar que una de las tendencias seculares que describe Wallerstein en su teoría del sistema-mundo, es la tendencia del sistema a expandirse a nuevos territorios, en busca de mano de obra y materias primas baratas, como forma de resolver las crisis cíclicas de contracción económica. Ese proceso de expansión visto, desde una mirada descolonial, es uno que conlleva la destrucción de otras civilizaciones y la expansión de esta civilización occidental a nuevos territorios. Este proceso de expansión se cerró con la caída del último espacio que constituía un sistema-mundo civilizatorio distinto y fuera de esta civilización-mundo moderno/colonial: me refiero a los otomanos.

A principios del siglo XX como resultado de la Primera Guerra Mundial, y con el acuerdo Sikes-Picot de 1916, se repartió el territorio otomano entre franceses y británicos. A partir de ese momento, todos los territorios del planeta ya habían sido colonizados y/o periferializados, cerrándose la tendencia secular de incorporar nuevos territorios y poblaciones como manera de resolver las crisis cíclicas. El sistema no tiene más territorios a donde expandirse con la crisis que vivimos hoy. De manera que la crisis de contracción y la crisis de hegemonía a quien más afecta es a las poblaciones blancas que viven el privilegio racial dentro de las zonas metropolitanas del sistema-mundo. Las poblaciones inferiorizadas racialmente han estado, y están en crisis, tanto durante los períodos de expansión como durante los períodos de contracción del sistema-mundo, desde el momento en que fueron colonizadas y sus respectivas civilizaciones destruidas.

Ante la crisis financiera del 2008, no solamente las clases medias blancas imperiales educadas y profesionales ven reducida su riqueza, sino también las clases trabajadoras blancas de los centros metropolitanos se ven afectadas significativamente en sus niveles de vida. El desempleo, los trabajos precarios, la reducción de salarios, la pérdida de viviendas de millones de familias desde el 2008, y el descenso en los servicios estatales con los proyectos neoliberales, produjeron la situación desesperante en que viven hoy los blancos metropolitanos. En momentos como éstos es cuando aparecen los líderes carismáticos de extrema derecha prometiendo re-establecer los privilegios imperiales de blancura perdidos y volver a traer “the good old days”. El “Let’s Make America Great Again”, significa en boca de Donald Trump “Let’s Make America White Again”. En una era de supremacía blanca pos-Derechos Civiles (post-Civil Rights) y pos-Apartheid en los Estados Unidos, los blancos imperiales viven hoy la nostalgia del regreso a los tiempos en que vivían con privilegios como parte de la vieja institucionalidad apartheid de la supremacía blanca. Las promesas racistas demagógicas de la extrema derecha se convierten en «soluciones» atractivas para millones de trabajadores blancos imperiales, que asocian su descenso económico con el ascenso en los derechos civiles para las minorías racializadas y la presencia masiva de inmigrantes. La demagogia racista de los líderes carismáticos cala profundamente en las mentes de estas poblaciones imperiales en momentos de crisis como los que vivimos.

En los años treinta del siglo pasado, durante la Gran Depresión que produjo la pauperización de las clases trabajadoras blancas imperiales vimos el ascenso del fascismo en Europa. Si seguimos la lectura descolonial que hizo Aimé Cesaire (1950) acerca del hitlerismo, el fascismo significó la extrapolación de los métodos de violencia y despojo, usados por los imperios europeos contra las poblaciones racialmente dehumanizadas en sus colonias, hacia las poblaciones blancas de los centros metropolitanos. Los métodos que Europa usó contra africanos, asiáticos, latinoamericanos y árabes en sus proyectos coloniales, el hitlerismo los extrapoló a las poblaciones blancas metropolitanas. El hitlerismo fue un intento del imperialismo alemán de colonizar blancos europeos en un momento de caos sistémico donde Alemania intentaba convertirse en el nuevo hegemón del sistema-mundo. Si bien ese proyecto fue derrotado militarmente, no podemos dejar de ver las continuidades de estas tendencias en Europa y Estados Unidos, hoy día, donde la extrema derecha neofascista está ganando millones de adeptos.

El Brexit en Inglaterra en julio de 2016, y la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses de noviembre del mismo año, se producen con un discurso abiertamente racista, prometiendo un mejor futuro a los trabajadores blancos imperiales a través de continuar intensificando la expulsión de millones de inmigrantes, reforzando con un discurso de ley y orden el encarcelamiento masivo de negros y latinos, y en nombre de la lucha contra el «terrorismo», militarizando las comunidades racializadas con un discurso de “America First” o “Britain First” o la «préférence nationale française» que en boca de líderes neofascistas como Marine Le Pen, Geert Wilders, Boris Johnson o Donald Trump significa “Whites First”.

Usé el término «continuar la intensificación», porque el encarcelamiento masivo de millones de minorías racializadas y la expulsión de millones de inmigrantes son políticas que no son originales de Trump, sino que ya eran políticas institucionales neofascistas de las administraciones de Clinton, Bush y Obama en Estados Unidos y de Holland, Sarkozy y Chirac en Francia. Todos hicieron, con una gran eficiencia, lo que promete Trump hacer. Pero lo hicieron sin anunciarlo. De manera que la diferencia es que Trump sería la cara más honesta de la supremacía blanca y de sus políticas neofascistas. Lo que no sabemos es si Trump va a incluir dentro de sus políticas represivas a las poblaciones blancas liberales opositoras a su gobierno, como hicieron los viejos fascismos europeos que pasaron debajo de la línea de lo humano a poblaciones enteras de blancos metropolitanos. Si nos dejamos llevar por la manera como se han comportado los fascistas en el pasado, podríamos especular que sí veremos la represión masiva, no solamente contra las minorías racializadas, sino contra blancos estadounidenses que se opongan activamente a su gobierno. Ya Trump ha anunciado la implementación de la detención en masa de ciudadanos a través de la ley neofascista de Obama conocida como el National Defense Authorization Act del 2011, que permite al presidente de Estados Unidos encarcelar en masa ciudadanos sin pasar por un juicio, ni cargos, ante un tribunal. La simple «sospecha» es suficiente para legalmente encarcelar ciudadanos en masa. Trump promete implementar esta ley contra ciudadanos estadounidenses. De manera que Trump es el resultado de 15 años de leyes neofascistas aprobadas por las administraciones Bush y Obama. La institucionalidad neofascista existía ya y lo que faltaba era el líder neofascista que la ponga en práctica. Los liberales de hoy abren el camino a los fascistas de mañana.

Pero el fenómeno Trump no es excepcional a los Estados Unidos. Es un fenómeno global que aparece en los centros metropolitanos cuando los blancos pierden privilegios. Marine Le Pen en Francia, Gert Wilders en Holanda, o Boris Johnson con el Brexit en Inglaterra, son los rostros del neofascismo europeo. La latinofobia e islamofobia de Trump tiene su rostro europeo en la islamofobia de los líderes neofascistas mencionados. Se trata de neofascismo, es decir, nuevas formas de fascismo. Si en los años treinta el fascismo europeo se enfocaba fundamentalmente, aunque no exclusivamente, contra los judíos, hoy día se enfoca contra los musulmanes. De manera que pasamos del anti-semitismo contra los judíos al anti-semitismo anti-árabe y/o anti-musulmán. Si en los años treinta buscaban expandirse militarmente, hoy aparecen bajo un discurso anti-intervencionista defensivo. Todos de alguna manera, al menos en sus discursos, ponen en cuestión las políticas neoliberales y las guerras en el exterior levantando un discurso populista a favor de los obreros blancos contra las elites, los ricos y las corporaciones transnacionales, que se llevan los contratos billonarios de las guerras y retiran sus empresas al tercer mundo dejando masivamente desempleados a los obreros metropolitanos. Aunque el discurso neoliberal nunca fue consecuentemente implementado en el norte global y fue siempre un discurso de cara a disciplinar y saquear a los países del sur global, no hay dudas que si ahora el Presidente de los Estados Unidos llama al proteccionismo, el discurso neoliberal pierde credibilidad. Si el imperio es el primero en rechazarlo abiertamente, no tendrán fuerza moral ni argumentativa de imponerlo al resto del mundo.

Si lo analizamos en clave de la larga duración del sistema-mundo,  podríamos anticipar que con el caos sistémico la elección de Trump es el último aleteo del imperio de la supremacía blanca estadounidense. El imperio ha perdido su hegemonía y Trump acelerará su caída definitiva. Además de desacreditar los discursos neoliberales, una de las cosas que va a lograr es quebrar el país con una política fiscal muy parecida a la Ronald Reagan, en los años ochenta del siglo pasado, que consiste en reducirle impuestos masivamente a los ricos y a las corporaciones, mientras incrementa los presupuestos militares. La combinación letal de cortes de impuestos a las corporaciones, junto con el incremento del militarismo keynesiano, conllevó el que durante los ocho años de la administración de Ronald Reagan (1980-1988) la deuda que acumuló el gobierno federal estadounidense fuera más grande que toda la deuda contraída por Estados Unidos en los dos siglos que van desde 1776 a 1980. La diferencia es que Reagan heredó un déficit fiscal manejable, mientras que Trump hereda un déficit fiscal de trillones de dólares imposible de administrar, por lo cual podemos anticipar que acelerará la bancarrota económica del imperio.

Si asumimos correctamente que la política no se deriva automáticamente de la economía, el colapso financiero del imperio no necesariamente conllevará políticas de cambio social progresistas. La izquierda blanca occidental en los centros metropolitanos está en bancarrota ideológica. Participan de las mismas premisas eurocéntricas y racistas de la derecha, por lo cual no pueden presentar un proyecto alternativo creíble ante la ofensiva de la extrema derecha. Como ha dicho innumerables veces el líder neofascista en Francia, el señor Jean-Marie Le Pen, padre de Marine Le Pen, «antes de votar por la fotocopia, mejor votar por el original». Y esto es lo que está pasando. De tanto hacer complicidad, los liberales y la izquierda en los centros metropolitanos, con los discursos racistas de extrema derecha contra los inmigrantes y las minorías racializadas, con los discursos neoliberales del capital financiero recortando beneficios sociales a las clases trabajadoras, con los discursos guerreristas imperiales islamófobos de eliminar derechos e invadir países a nombre de la «lucha contra el terrorismo», las clases trabajadoras blancas imperiales están ahora votando en masa por el «original y no por la fotocopia». Por eso, la crisis ha sido articulada por proyectos de extrema derecha tanto en Europa como en Estados Unidos. No existe un proyecto de izquierda, en el futuro cercano, con que las clases trabajadoras blancas puedan identificarse y con capacidad de articular una salida mínimamente progresista de cara a la crisis. Quizás Sanders y el movimiento que ha creado en los Estados Unidos sea el único con el potencial de poder generar un bloque hegemónico de izquierda con posibilidades en el futuro. Pero por el momento, esta alternativa no existe.

Debido al poderío político-militar de estos espacios imperiales, esta situación tiene repercusiones mundiales que afectará a todo el planeta. Una de esas consecuencias es el peligro de un desastre nuclear. La «maleta con los botones nucleares» pasó ahora de manos de Obama a manos de Trump, quien se ha manifestado a favor de escalar la carrera armamentista nuclear y de usar las armas nucleares cuando lo vea necesario. Tanto Trump como los personajes que ha nombrado en su administración son creyentes del uso de armas nucleares y han definido abiertamente como enemigos principales a China e Irán. El nuevo director del National Security Agency de los Estados Unidos nombrado por Trump, el ex-general Michael T. Flynn, ha dicho que detrás del terrorismo islámico está China, Cuba, Irán, Korea del Norte, y Venezuela. Esta amalgama confusa pasa como pensamiento serio en los actuales círculos de poder estadounidense. En su libro, Michael T. Flynn dice lo siguiente:

There are many similarities between these dangerous and vicious radicals [Islamists] and the totalitarian movements of the last century [communists]. No surprise that we are facing an alliance between Radical Islamists and Havana, Pyongyang, Moscow and Beijing. (Flynn, 2016, p. 28)

Mientras tanto, declara como amigos de Estados Unidos países cómplices con los grupos terroristas takfiris wahabistas como Arabia Saudita y el Estado Sionista (Grosfoguel, 2014). Estas declaraciones absurdas nos indican contra quienes van dirigidos los esfuerzos guerreristas del imperio bajo la administración Trump. El peligro de un desastre nuclear y de nuevas aventuras guerreristas del imperio están muy vivas, y en este sentido América Latina volverá a ser foco de atención prioritaria por parte del imperio. No perdamos de vista los golpes de Estado blandos (pero muy duros) bajo Obama en Paraguay, Honduras y Brasil y el regreso de la derecha neoliberal en Argentina. Podemos anticipar que si Trump cumple con eliminar durante los primeros cien días los decretos presidenciales de Obama, las relaciones con Cuba e Irán volverán a tensarse, además de intensificarse la guerra económica (y quizás militar) del imperio contra la revolución bolivariana en Venezuela.

Hacia una refundación descolonial de los proyectos de transformación radical

Las crisis son momentos de oportunidad. Ante el agotamiento de los discursos y paradigmas eurocéntricos de la izquierda occidentalizada y su incapacidad de poder generar alternativas políticas de cara al futuro, el panorama actual conlleva un momento de oportunidad para los movimientos descoloniales. El cambiar el contenido de nuestros proyectos de una lucha anti-imperialista y anti-capitalista moderna a una anti-sistémica hacia un cambio civilizatorio, constituye hoy más que nunca una necesidad y un proyecto atractivo a muchas poblaciones en el mundo hoy. La crisis terminal de los proyectos y discursos eurocéntricos de izquierda y de derecha que no les permite producir nada «alterativo» que no sea repetir nuevamente pesadillas globales, constituye un momento de oportunidad para los movimientos descoloniales en el mundo. Aún dentro de la crisis y desolación, hay signos positivos muy importantes. Por ejemplo, el trabajo político de los movimientos descoloniales en los centros metropolitanos está produciendo «blancos descoloniales» que hoy día se plantean un proyecto político distinto al de la izquierda occidentalizada más en consonancia con las «epistemologías del sur» (Sousa Santos, 2010). En Francia, como resultado del trabajo de los indígenas de la República, existen blancos descoloniales que son llamados despectivamente como «islamoizquierdistas» («islamogauchistes») y en Estados Unidos son llamados “Blacklovers”. En fin, que al mismo tiempo que entramos en una fase neofascista en los países metropolitanos con consecuencias nefastas para el resto del planeta, se abren posibilidades inesperadas para los discursos y movimientos descoloniales en el mundo. Pero para eso hay que desarrollar tácticas y estrategias políticas descoloniales adaptadas a cada lugar. No se puede derivar la política mecánicamente de principios generales o abstractos, ni del nuevo horizonte civilizatorio. Hay que conjugar la práctica política concreta con el horizonte utópico descolonial hacia una nueva civilización (Dussel 2006, 2009).

En este número especial presentamos varios ensayos producidos por intelectuales/activistas descoloniales pertenecientes a proyectos descoloniales desconocidos en América Latina. Javier García Fernández pertenece a los movimientos descoloniales andaluces del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) en el sur de España, Houria Bouteldja es la portavoz del partido de los indígenas de la República en Francia, Sandew Hira es líder del movimiento negro holandés, Roberto Hernandez es un intelectual/activista chicano en la frontera sur de California y Helios Fernández Garcés pertenece a las redes de gitanos descoloniales en el Estado español. Como activista/intelectual puertorriqueño que me ha tocado participar en las luchas descolonizadoras dentro del imperio, presento en este número especial de Tabula Rasa, diversos intelectuales pertenecientes a la red de movimientos descoloniales dentro de los espacios imperiales. Igualmente presentamos un trabajo del intelectual africano Sabelo J. Ndlovu-Gatsheni acerca del movimiento Rhodes Must Fall: Decolonize the University en Sudáfrica que ha tenido un impacto mundial. La relación entre los movimientos descoloniales dentro de Europa y Estados Unidos con Sudáfrica ha sido muy importante en ambas direcciones. La escuela de verano Decoloniality Summer School celebrada desde hace cuatro años en el mes de enero en la University of South Africa en Pretoria, ha sido muy influyente en la emergencia del movimiento Rhodes Must Fall que es ahora un movimiento nacional que abarca todas las universidades del país.

Los diálogos y alianzas sur-sur son importantes hoy más que nunca. No podemos concebir un cambio civilizatorio sin contar con actores políticos aliados del mundo africano, asiático, latinoamericano y del sur dentro del norte. Hace falta una nueva conferencia de Bandung pero que ya no sea solamente anti-imperialista y anti-(neo)colonial sino que sea radicalmente y ampliamente anti-sistémica con los giros descoloniales correspondientes. ¡Una nueva civilización es posible!

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1Ph.D., Temple University.

2Departamento de Estudios Étnicos e investigador asociado de la University of South África (UNISA) en Pretoria.

3Digo «antes de que Quijano terminara por aceptarla» porque Quijano nunca se tomó en serio el asunto del racismo y la colonialidad hasta los años noventa. Es un tema muy tardío en su carrera intelectual. No hay en principio ningún problema en aceptar el problema del racismo y la idea de la colonialidad en cualquier momento de la vida. Pero he dicho antes que el problema con Quijano es que habla como si él fuera el origen de la idea de la colonialidad y sin citar a ninguno de los autores y autoras que ya estaban trabajando la idea (usando otros términos como capitalismo racial, colonialismo interno, etc.), muchas décadas antes que él (ver Grosfoguel 2013a, 2016). De hecho, Quijano nunca cita a autores(as) negros(as) o indígenas. Toma ideas de ellos y ellas sin reconocerlos. Ese racismo epistémico no puede ser aceptado en alguien que aboga por descolonizar el poder y el saber.

4Hago la aclaración de que aquí estoy hablando del horizonte político o utópico de los proyectos descoloniales y no de la política concreta de llegar allí. Como bien aclara Enrique Dussel (2006, 2009) en su política de liberación es indispensable tener una política concreta sobre las relaciones de fuerza, la factibilidad, la pragmática, así como un horizonte utópico para caminar desde donde estamos hoy hacia donde queremos llegar. En este ensayo estoy dedicado a criticar el proyecto de largo plazo, es decir, el paradigma moderno/colonial con que hemos construido utopía y en proponer horizontes utópicos descoloniales.

5En este sentido y solamente en este sentido es que estoy de acuerdo en la crítica al «pachamamismo». Pero discrepo cuando esta crítica se hace para negar la diversidad epistémica o la posibilidad de ver formas liberadoras en el pasado que nos ayuden a repensar el futuro. Casi siempre estos últimos hacen la crítica al «pachamamismo» para negar otras racionalidades y genealogías de pensamiento y reinstaurar la razón eurocéntrica moderna como la única racionalidad o episteme posible desde el cual pensar críticamente. Vemos no solamente pos-estructuralistas sino también marxistas reproduciendo el racismo/sexismo epistemológico de la modernidad a nombre de la crítica al «pachamamismo» (Grosfoguel 2013b).

6Nuevamente insisto en que en este trabajo estoy discutiendo en qué consistiría el nuevo horizonte utópico descolonial. No estoy discutiendo la política que nos llevará allá. El horizonte político y la política no se pueden colapsar reduciendo una a la otra pero tampoco se pueden separar quitándole el horizonte político a la política concreta. Horizonte político sin pragmática política se queda en hacer moral sin cambiar el mundo, mientras que pragmática política sin horizonte se queda en el cinismo pragmatista conciliado con el mundo. Tan conservador y conciliador con el status quo uno como el otro. Hay que conjugar la práctica política concreta con el horizonte de hacia donde nos dirigimos. Para esta relación ver Dussel (2006, 2009).

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