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Tabula Rasa

versión impresa ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.25 Bogotá jul./dic. 2016

 

Desde el Ático

Ustedes, los blancos

You, White people

Vocês, os brancos

Houria Bouteldjaa  1

a Instituto para el Diálogo Global, España houria86@hotmail.fr


Resumen

Este artículo va dirigido al mundo blanco occidental, en particular, a los blancos franceses. Se trata de una intervención que hace visible los privilegios de blancura de los blancos situados en países imperialistas y sus mecanismos de negación y encubrimiento. Muestra cómo dichos privilegios se montan sobre la miseria del mundo. La invitación es a descolonizar los privilegios de la blancura hacia otro mundo posible.

Palabras claves: Imperialismo; blancura; indígena; colonial; amor revolucionario

Abstract

This paper talks to Western white world, particularly, French white. It is an intervention rendering visible the privileges of whiteness enjoyed by white people living in imperialist countries and their mechanisms of denial and cover-up. It shows how those privileges are set up at the expense of world’s misery. This is an invitation to decolonize whiteness’ privileges in order to make another world possible.

Keywords: imperialism; whiteness; indigenous; colonial; revolutionary love

Resumo

O artigo é dedicado ao mundo branco ocidental e especialmente aos brancos franceses. Trata-se de uma intervenção que visibiliza os privilégios da brancura dos brancos localizados em países imperialistas e seus mecanismos de negação e encobrimento. Demostra-se como esses privilégios se constroem sobre a miséria do mundo. O convite consiste em descolonizar os privilégios da brancura para fazer possível outro mundo.

Palavras-chave: imperialismo; brancura; indígena; colonial; amor revolucionário

Epígrafe 1:

Mafalda: «Hoy leí una noticia deprimente en el periódico. «En el mundo hay 43 millones de niños que trabajan en condiciones inaceptables. ¿Te das cuenta? ¡Esa información viene de la Organización Mundial del Trabajo! ¡43 millones de niños que tienen que trabajar para vivir! »

Susanita: «¿Y qué? ¿Y es culpa nuestra tal vez? ¡No! ¿Hay algo que podamos hacer? ¡No! Lo único que podríamos hacer, sería indignarnos y gritar: «¡¡Es escandaloso!! ¡¡ES ESCANDALOSO!! Ahí lo tenés, gritá vos también. ¡¡Es escandaloso!! Así, regularán el asunto y podremos jugar en paz». (Mafalda, Quino).

Epígrafe 2:

Nouvel Observateur: «¿Qué le diría al francés racista que tiene miedo?»

James Baldwin: «Le diría: buenos días».(Entrevista, abril de 1983).

Epígrafe 3:

«Mírenla (a Europa) hoy oscilar entre la desintegración atómica y la desintegración espiritual».(Frantz Fanon, Les Damnés de la terre).

Pienso, luego soy. Pienso, luego soy… Dios.

¿Quién se esconde detrás del «yo» cartesiano? En la época en que se pronuncia esa fórmula, América había sido «descubierta» cien años atrás. Descartes está en Ámsterdam, nuevo centro del sistema mundo. ¿Es concebible extraer ese «yo» del contexto político donde se enuncia? No, responde el filósofo suramericano Enrique Dussel. Ese «yo» es un «yo» conquistador. Esta armado. Tiene de un lado el poder del fuego, del otro, la Biblia. Es un depredador. Sus victorias lo embriagan. «Debemos hacernos amos y señores de la naturaleza, sostiene Descartes». El «yo» cartesiano se afirma. Quiere desafiar la muerte. Es él quien, de ahora en adelante, ocupará el centro. Pienso, luego soy quien decide; pienso, luego soy quien domina; pienso, luego soy quien somete, quien saquea, quien roba, quien viola, el genocida. Pienso, luego soy el hombre moderno, viril, capitalista e imperialista. El «yo» cartesiano va a fijar los fundamentos filosóficos de la blanquitud. Va a secularizar los atributos de Dios y a transferirlos hacia el Dios Occidente que no es otra cosa en el fondo que una parábola del hombre blanco.

Así fue como ustedes nacieron.

Nunca pude decir «nosotros», incluyéndolos a ustedes. No lo merecen. Y aún si, para forzar el destino, lo hiciera, ustedes no me reconocerían. Yo no soy de los suyos y como no soy un mendigo, no les pediré nada. Y sin embargo, no me decido a excluirlos realmente. La exclusión es prerrogativa suya. Yo no soy ustedes y me niego a convertirme en uno de ustedes. Lo único que en verdad quiero es huir de ustedes tan lejos como me sea posible.

Yo los veo, los frecuento, los observo. Todos ustedes llevan esa expresión de Inocencia. Esa es su victoria última. Haber logrado exonerarse de toda culpa. Y esa victoria se vuelve sublime en el momento en que, poniendo su mirada sobre nosotros, nos ven interrogarnos e interrogar a nuestros hermanos sobre nuestra propia culpabilidad. «Si somos colonizados, es simplemente porque somos colonizables» (Malek Bennabi). Nosotros somos culpables, ustedes son inocentes. Y ustedes hicieron de nosotros sus cerberos. Esa inocencia me golpea. Un recién nacido es menos inocente. Incluso en ocasiones podría parecer más corrupto. Ustedes se hicieron ángeles. Ángeles liberados de toda justicia terrestre. Hacen de sus víctimas verdugos y de la impunidad su reino. Son ángeles, porque tienen el poder de declararse ángeles y de convertirnos en bárbaros.

Ángeles llenos de bondad, ¿conocen el odio?

Los puños apretados en la sombra y las lágrimas de hiel

Cuando la venganza toca su llamado infernal

Y de nuestras facultades se hace capitán

Ángel pleno de bondad, ¿conoce el odio?

(Malek Bennabi).

El miércoles 8 de agosto de 1945, en la primera plana de Le Monde, pudo leerse: «Una revolución científica: Los estadounidenses lanzan su primera bomba atómica sobre Japón». Fueron ángeles quienes escribieron esas líneas. 56 años después, el 11 de septiembre de 2001, esos mismos ángeles clamaron: «Todos somos estadounidenses». Todos somos estadounidenses... Todos somos Blancos. Blancos como la nieve, como el color de la Inocencia. Inocentes. Los culpables se reconocerán. Yasser Arafat, el líder palestino, se reconoció y de inmediato entregó su sangre por los inocentes del 11 de septiembre. Les entregó la sangre de los palestinos, la mía y la de Gerónimo. Al momento de escribir este pasaje, estoy en Australia. Con un auténtico pueblo Inocente. Según las cifras, Australia es uno de los países del mundo con el más alto índice de desarrollo humano. Viven bien. Los nativos fueron exterminados casi en su totalidad. Los que quedan ahogan su culpa en el alcohol y están reducidos a la miseria. Aún hay pocos, no fueron censados de nuevo porque se los considera elementos de la fauna. Su esperanza de vida es de 46 años; el promedio nacional es de 78 años. En la calle, ellos no me miran. Siguen su camino como fantasmas. Viven en un mundo paralelo. El de los bárbaros. Yo, que lo soy un poco, los veo. ¿Qué hacer? Nada. Es demasiado tarde.

En ocasiones, pasan cosas.

«En Irán, no hay homosexuales». Es Ahmadinejad quien habla. Esa réplica me horadó el cerebro. Yo lo destaco y lo admiro. «En Irán, no hay homosexuales». Quedo petrificado. Hay personas que se quedan fascinadas ante una obra de arte. En ese momento, me pasó lo mismo. Ahmadinejad, mi héroe. El mundo sufre la conmoción. Los medios occidentales, los observadores, estadounidenses, europeos, la izquierda, la derecha, los hombres, las mujeres, los homos. La Civilización está indignada. «En Irán, no hay homosexuales». Esas palabras lastiman los tímpanos. Pero son abominables y una mala fe exquisita. Para apreciarlas hay que ser un poco tirador de zapatos. Debo admitir una emoción de oropeles.

Admiremos la escena. Nada es más sublime. Sucede en 2008 en Estados Unidos. En la universidad de Columbia de Nueva York, célebre universidad de izquierda. Ahmadinejad está de visita oficial y debe pronunciar un discurso en la ONU en el momento en que Abu Graib es el centro de todas las polémicas.

La voz: «Irán lincha a homosexuales en la plaza pública».

Ahmadinejad: «No hay homosexuales en Irán». Estupefacción. Algarabía general. O casi. Al menos yo lo supongo. Los cínicos blancos comprenden. Los antiimperialistas recogen. A los otros -la buena conciencia-se les retuercen las vísceras. El sentimiento que sigue: el odio. Y yo, exultante. Normalmente, debo capturar ese momento del relato para asegurar: «no soy homófobo y no siento ninguna simpatía particular por Ahmadinejad». No haré nada de eso. Ahí no está el problema. La única pregunta verdadera es la de los indios de América. Mi herida original. «Los cow-boys son los gentiles y los indios, los malos». Toro sentado quedó anonadado con esa mentira. El héroe de la célebre batalla Little Big Horn que fue asesinado en 1890. Y su vástago, Léonard Peletier pudriéndose en un calabozo. Sus ancestros se hicieron pedazos contra esa mentira. Ella los abatió. Para derrotarlos, habría sido preciso que cada indio tocara a la puerta de cada ciudadano del mundo para convencerlos uno por uno de que los verdaderos agresores eran los cow-boys y que les suplicaran que les creyeran. Y mientras tocaba con gran esfuerzo cada puerta:

La voz: «No hay humo sin fuego. Es más complejo».

Un gran círculo se forma al fondo de la gruta del Indio y las lágrimas le asoman a los ojos. Pero como su fe es inmensa, sucede que algunos entre nosotros lo escuchan tocar a su puerta.

«No hay homosexuales en Irán». Esa frase, pronunciada en Bamako o en Pekín, en el mejor de los casos pasaría inadvertida, en el peor, sería desafortunada. Pero fue pronunciada en el corazón del imperio. En el reino de los Inocentes. Es un indígena arrogante quien la pronuncia. En un momento de transición de la historia de Occidente: su declive. La estética de la escena, es todo a la vez. Su profunda dualidad en primer lugar. « El maniqueísmo del colonizador produce un maniqueísmo del colonizado», decía Fanón. Más adelante, eso pasa en una reputada universidad de izquierda. Sin duda a la vanguardia del pensamiento progresista. Delante de los neoconservadores, le hubiera faltado sabor, ¿no es así? ¿Qué dice Ahmadinejad? No dice nada. Miente, es todo. Miente con toda honestidad. Y eso es enorme. Al mentir, y asumir su mentira ante una asamblea que sabe que él miente, es invencible. Ante la afirmación «No hay tortura en Abu Graib», responde el eco: «No hay homosexuales en Irán». La retórica iraní que usan los progresistas blancos da en el clavo. Las dos mentiras se anulan, la verdad brilla. Y la buena conciencia se descompone. Se vuelve mosca. Solo queda la fealdad… y los poetas. Pero qué fea es esta izquierda. Qué fea es. «Los colonizados saben a partir de ahora que tienen una ventaja sobre los colonizadores. Saben que sus amos provisorios mienten», decía Césaire. El Indio sonríe y yo también. Nos guardamos nuestras lágrimas. Me regocijo con tan poco. Una mentira artesanal ante una mentira imperial. Sí, es miserable.

Yo me interrogo. ¿Tienen miedo? ¿Por qué? Tienen miedo de nosotros. Tienen miedo... Es irracional. Ustedes pertenecen a naciones superpoderosas que los protegen. Ustedes hacen parte de pueblos que dominan el planeta. Los medios que garantizan ese poder son innumerables, comenzando por los arsenales nucleares de los que tienen abundante provisión, por su corolario, la disuasión nuclear y por el corolario del corolario, el tratado de no proliferación. Entonces, ¿de quién tienen miedo?.

Ustedes lo saben.

Ustedes tienen un saber enterrado en los repliegues de su alma. En sus entrañas. Un saber que se transmite. Un legado. Si no, ¿lo llamarían «fardo»? Ustedes conocen los crímenes que se han cometido en su nombre, o con su complicidad. No se trata de una memoria consciente directamente. Es difusa. Está adormecida. En ocasiones, abre un ojo y de inmediato lo vuelve a cerrar. Sus ojos están muy cerrados. El miedo es indefinible. Es el malestar blanco. La cabeza está enjaulada, pero el corazón palpita. Reconoce en el rostro de todo no blanco, en la fábrica, en la escuela, en la calle, a un superviviente de la empresa colonial y al mismo tiempo a laposibilidad de una venganza. Es por eso que tienen miedo. ¿Debemos consolarlos?. Es inútil. Sus arsenales militares no han logrado hacerlo.

Tienen miedo, pero valoran mucho su bienestar. Ese es su dilema. No quieren renunciar a la infinidad de privilegios de la dominación colonial. Sus privilegios son materiales, estatutarios, institucionales, políticos, simbólicos. A nivel social equivalente, es mejor ser blanco. El primero de sus privilegios es de lejos el más preciso, la vida. Ella es inestimable. Está protegida por su moral, sus leyes, sus armas. Su muerte es una fatalidad que lastima su narcisismo. A escala individual, ustedes no existen. Ustedes son una potencia colectiva. No existen más que sostenidos por los poderes nacionales o imperiales que garantizan su supremacía. Ustedes son el absoluto, el centro, lo universal. Cuando usted contempla el mundo, deplora la distancia que lo relativo, lo periférico, lo particular aún debe recorrer para alcanzarlo. Ustedes saben que son blancos, cuando se casan con un antillano cuando comparten un café o estofado con salsa de maní donde su amiga senegalesa o cuando se pasean por Saint Denis, Bamako o Tánger. Ustedes siempre saben quién es blanco. Siempre saben quién no es Blanco. Nosotros también estamos provistos del mismo saber. Paradójicamente, ustedes «descubren» que son blancos -sobre todo los franceses- cuando nosotros los llamamos «Blancos». De hecho, ustedes no descubren nada. Les repugna incluso ser nombrados, situados y que de ese modo se devele su culpabilidad y se haga vulnerable su inmunidad.

La blanquitud es una fortaleza inexpugnable. Sus arquitectos la concibieron para afrontar toda suerte de desafíos y para resolver toda suerte de contradicciones. Todo blanco es constructor de esa fortaleza. En ocasiones, es preciso matar y morir de hambre. En ocasiones, es preciso acariciar. En principio, es preciso tomar y robar. Al comienzo, a la manera gángster, bruto, rufián. Con el tiempo, se aprenden los modales. Entre el beneficiario final y el despojado primero, hay toda una cadena de intermediarios. De eslabón en eslabón, de estrato en estrato, los modales se afinan. El indígena espoliado es vulgar. El blanco espoliador es refinado. En un extremo de la cadena, está la barbarie, en el otro, la civilización. Es bueno ser inocente. Eso les permite hacerse los cándidos. Y estar siempre del lado bueno. Porque además de ser Inocentes, ustedes son humanistas. Ese no es el menor de sus talentos. Ese papel, lo interpretan ustedes con un brío y una maestría que no puedo sino inclinarme.

El humanismo es una de las obras maestras de su sistema inmune. «El sistema inmune de un organismo es un sistema biológico constituido por un conjunto coordinado de elementos de reconocimiento y de defensa que discrimina el «sí» del «no sí». Lo que se reconoce como no sí se destruye». O incluso: «Sistema complejo de defensa del organismo contra las enfermedades; una de las propiedades del sistema inmune es su capacidad de reconocer las sustancias extrañas al cuerpo y activar medidas de defensa».

Atacados desde todas partes, suscitando odios en los cuatro puntos cardinales del planeta, obligados a justificar sus conquistas, debilitados por las resistencias multiformes y sobre todo por las luchas de independencia, confrontados con su fealdad intrínseca y con lo que consideran el paroxismo de su locura -el nazismo- debieron dotarse de un aparato de defensa global y estructural que asegurara la prolongación del proyecto imperial, así como la longevidad y la supervivencia de su cuerpo social. Este aparato político-ideológico, es el sistema inmune Blanco. Así se han secretado anticuerpos muy numerosos. Entre los cuales están el humanismo y el monopolio de la ética. Los más antirracistas, ustedes. ¿No ha celebrado cientos de veces la lucha de Martin Luther King contra la segregación? Los más horrorizados por el antisemitismo, son ustedes. ¿No han sacrificado mil veces a Céline, Barbie y otros tantos en la hoguera de la plaza pública?. Los más anticolonialistas son ustedes. ¿No se han postrado ante el valor y la abnegación de Nelson Mandela? Los más sensibles al «subdesarrollo» de África, ustedes. ¿No han descargado toneladas de arroz sobre el continente de la miseria y después pregonado que no había que dar un pescado al africano, sino enseñarle a pescar? Los más involucrados en las causas humanitarias, ustedes. ¿No cantaron por África? Los más feministas, ustedes. ¿No han puesto los ojos sobre la suerte de las mujeres afganas y prometido salvarlas de la barba de los talibanes? Los más antihomófobos, ustedes. ¿No se han lanzado desesperadamente a la defensa de los homosexuales del mundo árabe? ¿Cómo elevarnos a su nivel? Somos enanos, ustedes gigantes.

Pretenden incluso en ocasiones decirnos que han cargado nuestras maletas.2 No desaprovechan ocasión para recordárnoslo. Quienes lo han hecho son nuestros hermanos, pero puedo sugerir que en verdad nunca cargaron nuestras maletas. Jamás. No hicieron más que llevar las suyas... o las vuestras si lo queréis. A Sartre, quien le pedía que definiera el problema negro, Richard Wright le responde: « ¿Cuál problema negro? No hay problema negro en Estados Unidos, no hay más que un problema blanco». Replanteo entonces la pregunta: ¿Por qué no se deciden a llevar sus maletas? Por si su historia los hizo Blancos, nada los obliga a quedarse ahí.

Bertrand Poirot-Delpech: « ¿Eso hace que ser blanco sea ser culpable? ¿Una especie de pecado original?»

Jean Genet: «No pienso que sea el pecado original; en todo caso, no del que se habla en la Biblia. No, es un pecado por completo deliberado».

BPD: « ¿Usted no quiso ser Blanco, que yo sepa?»

JG: « ¡Ah! En ese sentido, naciendo blanco y estando contra los Blancos he jugado en todos los lados. Me alegra cuando a los Blancos les va mal y estoy cubierto por el poder blanco, puesto que yo también tengo la epidermis blanca y los ojos azules, verdes y grises» (Entrevista, 1982).

Es un pecado «totalmente deliberado»… Y los viejos pecados tienen sombras grandes.

Se lo concedo con gusto, usted no eligió ser Blanco. Ustedes no son culpables en realidad. Solo responsables. Si hay un fardo que valga la pena llevarse, es ese. La raza blanca fue inventada por las necesidades de sus burguesías en ciernes, pues cualquier alianza entre los esclavos aún no negros y los proletarios aún no blancos se convertía en amenaza para ellas. En el contexto de la conquista de América, nada predestinaba a sus ancestros a hacerse Blancos. Por el contrario, todas las condiciones de la alianza entre esclavos y proletarios confluían. Faltó poco. Ante esa amenaza, quienes iban a constituir la burguesía estadounidense les propusieron un trato: interesarse en la trata de negros y así solidarizarse con la explotación de los esclavos. Así fue como la burguesía inventó una comunidad de intereses entre ella y ustedes, o sus ancestros, si lo quieren. Es así como de manera progresiva, institucionalizándose, se inventó la raza blanca. De hecho, la raza, en manos de los burgueses blancos es un instrumento de gestión, entre sus manos, un salario, una distinción. Después, lo que nos separa no es ni más ni menos que un conflicto de intereses entre razas tan poderosas y tan estructuradas como el conflicto de clases.

Lo habrán comprendido, no me dirijo a ustedes de manera indiferenciada. Ustedes están atravesados por numerosas contradicciones, entre ellas las de clase. No hablo más que en dos categorías entre ustedes: En principio, los proletarios, los desempleados, los campesinos, los de clase inferior que renuncian progresivamente a la política o se deslizan inexorablemente del comunismo hacia el Frente Nacional, las minorías regionales aplastadas por varios siglos de furibundo jacobinismo y el conjunto de indeseados, sea que les gustemos o no. En una palabra, los sacrificados de la Europa de los mercados y del Estado, cada vez menos providencial y cada vez más cínico. A continuación, a los revolucionarios que tienen consciencia de la barbarie que viene. Porque ella no está sino a algunos cables de nosotros. Y va a devorarnos. Tengo la impresión de que la hora ha llegado. Todo tiene un fin. Su sistema inmune se debilita. El barniz se agrieta. Su estatus social se degrada. El capitalismo en su forma neoliberal prosigue su obra implacable. Corroe sus conquistas sociales o por decirlo de una manera más justa, sus privilegios. Hasta ahí, para salvar la socialdemocracia, es decir, sus intereses de clase media blanca, ustedes se han valido de nosotros. Ustedes nos conminaron a dar un voto útil. Nosotros obedecimos. A votar por los socialistas. Obedecimos. Después, a defender los valores republicanos. Obedecimos. Y sobre todo, a no seguirle el juego al Frente Nacional. Obedecimos. En otras palabras, nos hemos sacrificado para salvarlos, a ustedes. Dos guerras mundiales espantosas les han dejado recuerdos dolorosos. «¡Nunca más!» Ustedes siguen cantando a voz en grito ese voto pío en modo disco rayado, pero esas salmodias no tienen más impacto que los gorjeos de las aves. Ustedes no quieren alimentar ya más el vientre de la bestia inmunda, porque en el pasado ella los devoró a menos que sea la bestia inmunda la que los alimenta y con la cual ustedes devoran el mundo. Entonces, ustedes aprueban el statu quo. Nosotros pagamos la cuenta. Mientras que su vientre fofo se aferra a la socialdemocracia, sus raíces se agitan. Una parte mira hacia el fascismo, otra parte hacia nosotros. Pero esa alianza entre iguales les repugna. Por lo general, ustedes no nos toleran si no es bajo su custodia. Pero podría ser que al toque de la campana, se vean obligados a contemplarnos. Desde luego, siempre tendrán la opción del fascismo, pero como todas las elecciones, no es fatal. Aprovecho este momento de intimidad para hacerles una confidencia. Desprecio la izquierda que los desprecia a ustedes seguramente tanto como ustedes a ella -tal vez más-. La desprecio ferozmente. Al resentimiento de ustedes, a su miedo al descenso social, a sus frustraciones legítimas o no, ella se ha opuesto a ustedes, a ustedes que eran «reaccionarios» y prescindibles, la mano amarilla de SOS Racismo, especie de talismán o tal vez de diente de ajo, ¿quién sabe? ¡Miedosos! Por pereza de combatirlos, ella los nutrió. En ocasiones, los superó. Ustedes mismos han quedado paralizados ante su pasión islamófoba. En lo que respecta a la izquierda obrera, ella renunció a ustedes. Ustedes renunciaron a ella. De eso, no los culpo. De lo demás tampoco ya, porque no soy moralista. Ustedes encuentran refugio de los brazos de la santa nación contra esta Europa que los traiciona y que algunos no vacilan en calificar de «contrarrevolución por anticipación». Pero, ¿cuánto tiempo piensan que va a protegerlos de los asaltos del Capital? No por mucho.

Si las cosas estuvieran bien hechas, el deber de los más conscientes de ustedes sería hacernos una propuesta para evitar lo peor. Pero las cosas están mal hechas. Esa tarea nos incumbe a nosotros. En lugar de una nación blanca, afligida y egoísta, ¿han pensado en un internacionalismo doméstico, más armado contra los estragos del neoliberalismo? Por más que me torture el alma, no veo qué oferta sería lo bastante «generosa» para hacerles considerar esa perspectiva. ¿Qué podría hacerlos renunciar a la defensa de sus intereses de raza, que los consuelan de su descenso social y gracias a los cuales tienen la satisfacción de dominar(nos)? Exceptuando la paz, no veo. Por paz entiendo lo contrario de «guerra», de «sangre», de «odio». Entiendo: vivir todos juntos de manera pacífica. Por otro lado, recuerdo esa escena surrealista en la película Brasil. Vemos una familia burguesa, blanca que festeja en un restaurante muy elegante. A su alrededor, a pocos metros, hay una escena de guerra aterradora, cuerpos mutilados, despedazados. La familia son ustedes, la guerra son sin duda los millones de muertos en Iraq, en el Congo y en Ruanda, pero más cerca de nosotros geográficamente, está el 11 de septiembre, los atentados contra Charlie Hebdo y el supermercado kosher, el desempleo, el mártir griego. La barbarie que se acerca no tendrá consideración de nosotros, pero tampoco de ustedes.

Siempre pasan ustedes por nuestro lado y muchas veces no nos ven. Ya no creo que la sucesión de encuentros fallidos entre ustedes y la inmigración se deba a un simple azar. Empiezo a entender que el lugar del verdadero encuentro no puede hacerse más que en el cruce de nuestros intereses comunes: el temor a la guerra civil y el caos, allí donde podrían aniquilarse las razas o donde podría imaginarse nuestra igual dignidad. Como me da por ceder al sentimentalismo, me pregunto si no es ese el espacio del amor. El amor revolucionario. Las almas románticas dirán que el amor siempre es desinteresado. Pero justamente por eso. ¿Cómo concebir el amor entre nosotros, si los privilegios de unos reposan en la opresión de los otros?.

A partir de ahí, todo se permitiría. ¿Por qué quedarnos limitados a las fronteras del Estado-nación? ¿Por qué no reescribir la historia, desnacionalizarla?. Su patriotismo los obliga a identificarse con su Estado. Celebran sus victorias y lamentan sus derrotas. Pero, ¿cómo hacer Historia juntos cuando nuestras victorias son sus derrotas?. Si los invitamos a compartir la independencia argelina y la victoria de Dien Bien Phu con nosotros, ¿aceptarían volverles la espalda a sus Estados guerreros? Tenemos una propuesta muy interesante. La hizo anteriormente, hace mucho tiempo, CLR James, quien ya era partidario del amor revolucionario:

«Ellos son mis ancestros, ellos son mi pueblo. Pueden ser los suyos, si así lo desean».

James les ofrece como recuerdo a sus antepasados negros que se levantaron contra ustedes y que al liberarlo, los liberan a ustedes. Él dice en esencia: cambien de Panteón, es así como haremos la Historia y el Futuro juntos. Eso tiene sin embargo más cara que «nuestros ancestros los Galos», ¿no les parece?.

Un día, mi abuela, de visita en Francia, fue al hospital a ver a mi padre -su hijo-, que salía de una cirugía y compartía la habitación con un señor, un blanco que probablemente agonizaba. Llevada por la piedad, se inclina sobre él y lo besa, como una madre besaría a su hijo. Más tarde, lo lamentará. ¿Había pecado al besar a un impío?. ¿Iba a castigarla Dios y a cerrarle las puertas del paraíso?. ¿Ella había cometido traición?. Recuerdo que mi padre había dudado, que la había consolado, pero que se había dirigido al Todopoderoso.

Ese recuerdo ha quedado lleno de enseñanzas para mí. En primer lugar, en el arrebato espontáneo, el beso, hay una promesa, el olvido y la superación de lo contencioso colonial entre mi abuela -que vivió la larga noche colonial y los tormentos de la guerra de Argelia- y su hijo en un instante. El momento es furtivo, pero real, y luego, en un segundo momento, está el retorno de la razón nativa, la resistencia. Él no es en realidad de los nuestros.

«El Negro venía a pedir al Blanco un techo, cinco dólares o una carta para el juez. Es el amor lo que el Blanco venía a pedirle al Negro. Pero rara vez era capaz de dar lo que había venido a buscar. El precio era demasiado alto. Tenía mucho que perder. Y el Negro lo sabía. Cuando se sabe eso de un hombre, es imposible para ustedes odiarlo, pero a menos que se vuelva su semejante, les es imposible amarlo» (James Baldwin, La próxima vez el fuego).

El amor y la paz tienen un precio, que es preciso pagar.

1Es miembro del Centro de Estudios para el Diálogo Mediterráneo en Granada, España y es la portavoz del movimiento descolonial en Francia Parti des Indigènes de la République. Este artículo forma parte de la investigación que realiza acerca del racismo en Francia financiado por el Centro Internacional de Estudios Descoloniales en Barcelona.

2Se refiere a los militantes blancos que durante la guerra de Algeria llevaban las maletas llenas de dinero desde Francia al Frente de Liberación Nacional (FLN) en Algeria. Siendo blancos franceses no eran sospechosos ante las autoridades coloniales de Francia y podían pasar las maletas con el dinero para el FLN.

Recibido: 18 de Febrero de 2016; Aprobado: 19 de Agosto de 2016

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