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Tabula Rasa

versión impresa ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.26 Bogotá ene./jun. 2017

https://doi.org/10.25058/20112742.193 

Desde el Ático

Herramientas conceptuales para un antirracismo crïtico-transformador1

Conceptual tools for an transforming critical anti-racism

Ferramentas conceituais para um antirracismo crítico-transformador

Daniel Buraschia  2

María-José Aguilar-Idánezb  3

a Orcid ID: orcid.org/0000-0001-7123-5286. Universidad de Castilla-La Mancha , España. buraschidaniel@hotmail.com

b Orcid ID: orcid.org/0000-0002-0383-4153. Universidad de Castilla-La Mancha , España. mariajose.aguilar@uclm.es


Resumen

Ante las nuevas y renovadas formas de racismo, el antirracismo en general y la acción social antirracista en particular están en crisis. La falta de impacto y eficacia de las acciones se debe tanto a razones metodológicas como conceptuales, que pueden ser comprendidas y explicadas por el modelo implícito que subyace en las mismas. El antirracismo necesita renovar su andamiaje teórico y conceptual para salir de la crisis en que está inmerso. En este artículo se presentan algunas herramientas conceptuales novedosas que pueden servir a este propósito, tanto para comprender el racismo contemporáneo frente al cual la acción antirracista clásica resulta ineficaz, como para analizar críticamente el modelo implícito que está en la base de la mayoría de estas formas de acción. Se describen algunas coordenadas para el desarrollo de una acción antirracista crítico-transformadora.

Palabras clave: racismo; antirracismo; modelo implícito; intervención social; enfoque crítico-transformador

Abstract

In the face of the novel and renewed forms of racism, anti-racism at large and anti-racist social action in particular are enduring a crisis. The lack of impact and efficacy of actions is due both to methodological and conceptual reasons, which can be understood and explained by the implicit pattern underlying/at its bottom. Anti-racism needs to renew its theoretical and conceptual scaffolding so that it is able to overcome the crisis in which it is immersed. This paper presents several novel conceptual tools that can serveto this purpose, both to understand contemporary racism, face to which the classical anti-racist action happens to be ineffective, and to analyse critically the implicit pattern underlying most of these forms of action. Several coordinates are offered to help develop a critical-transforming anti-racist action.

Keywords: racism; anti-racism; implicit pattern; social intervention; critical-transforming approach

Resumo

Perante as novas e renovadas formas do racismo, o antirracismo, em geral, e a ação social antirracista, em particular, estão em crise. A falta de impacto e a eficácia das ações se devem tanto a razões metodológicas quanto conceituais, as quais podem ser compreendidas e explicadas pelo modelo implícito que nelas subjaz. O antirracismo precisa renovar seu alicerce teórico e conceitual para sair da crise em que está afundado. No presente artigo apresentam-se algumas ferramentas conceituais originais que podem ajudar na compreensão do racismo contemporâneo, frente ao qual a ação antirracista clássica resulta ineficaz para analisar criticamente o modelo implícito que está na base da maioria dessas formas de ação. Descrevem-se algumas coordenadas para o desenvolvimento de uma ação antirracista crítico-transformadora.

Palavras-chave: racismo; antirracismo; modelo implícito; intervenção social; enfoque crítico-transformador

El mapa conceptual que presentamos en este artículo, se ha generado a partir del diálogo crítico entre la investigación científica, la intervención profesional y el activismo ciudadano, llevado a cabo desde el «sur del norte», dialogando y trabajando con quiénes habitan los márgenes de Europa y viven en las «zonas del no-ser». No pretende, por tanto, tener una validez universal. Solo intenta contribuir al avance del pensamiento y la acción antirracista. Una acción antirracista que sea emancipadora y, por tanto, crítico-transformadora.

Los nuevos rostros del racismo

A pesar de los importantes progresos que se han hecho en la lucha antirracista en las últimas décadas en Europa, el racismo no está en declive; al contrario, con la actual crisis económica y con el enorme potencial de difusión de ideas e interconexión a raíz del desarrollo de la «cultura digital 2.0» han vuelto a reaparecer algunas de las antiguas formas de racismo que parecían extinguidas, a las que hay que sumar nuevas expresiones del mismo que son más sutiles, menos explicitas, aunque no por ello menos peligrosas. Estas nuevas formas de racismo buscan su legitimación y «respetabilidad» a través de la supresión del término raza y de la utilización de términos con una connotación menos negativa, tales como cultura, identidad y etnia. Estos términos se racializan y se utilizan en la práctica con la misma funcionalidad que antaño se empleaba el de raza. Esto no significa que estemos frente a un racismo sin razas, al contrario, la raza sigue siendo una categoría social importante que, si bien no tiene una base biológica, tiene un enorme poder performativo: el fenotipo sigue siendo un marcador muy significativo y un ingrediente central de la definición de la alteridad, sobre todo en el racismo social, pero en el discurso de las élites se ha sustituido por etnia o identidad cultural.

Las ideas, los discursos y las prácticas racistas se encuadran siempre en un determinado contexto histórico y no es posible comprenderlas sin considerar algunos elementos propios de nuestra época como el final del bipolarismo ideológico entre capitalismo y comunismo, el aumento de las diferencias entre norte y sur, la globalización económica, el mercado de la comunicación, la nueva organización y división mundial del trabajo, los nuevos movimientos migratorios, la crisis de las identidades colectivas, la crisis del estado de bienestar y de la idea misma de Estado Nación, la reciente crisis económico-financiera y el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Las expresiones del racismo, su forma de externalización, son muy sensibles a las normas del contexto social. La caída de la legitimidad del racismo explicito ha implicado el nacimiento de nuevas formas más sutiles de racismo, a menudo inatacables jurídicamente.

La historia del racismo nos ensena que se trata de un fenómeno que ha sabido adaptarse y transformarse según las circunstancias y los contextos históricos, sociales, culturales y políticos: «no existe un racismo invariable, sino unos racismos que forman un espectro abierto de situaciones» (Balibar y Wallerstein, 1991, p. 67).

Un aspecto clave de las dinámicas racistas contemporáneas es la existencia de un círculo vicioso, entre racismo institucional y racismo social, que se enmarca en lo que podríamos llamar el paradigma securitario, caracterizado por la construcción social del inmigrante o del refugiado como amenaza: representa un peligro porque a menudo está en el centro del imaginario sobre criminalidad; compite por el acceso a recursos que, sobre todo en épocas de crisis son limitados (educación, trabajo, vivienda, servicios sociales etc.); y es una amenaza simbólica en el sentido que atenta contra los valores tradicionales.

Son numerosas las manifestaciones en Europa de racismo contemporáneo que se pueden inscribir en este paradigma securitario: la existencia de los Centros de Internamientos de Extranjeros (CIE), los controles policiales arbitrarios en las calles por fenotipo, las expulsiones ilegales del territorio nacional, el surgir de nuevos movimientos políticos islamófobos como Pegida, el auge de los partidos de extrema derecha y las políticas restrictivas en materia de asilo político.

De la unión del racismo institucional con el racismo social nace lo que Rivera (2010) ha denominado un racismo «democrático»: un racismo que evita la acusación de «racismo» porque se basa en dos principios aceptados socialmente: la autodefensa y la preferencia nacional (Dal Lago, 1999).

Frente a estos nuevos y múltiples rostros del racismo contemporáneo, resultado de la articulación de diferentes elementos socioculturales, el antirracismo oficial, de ordinario promovido por las instituciones y desarrollado por numerosas ONG y algunos movimientos sociales, ha entrado en crisis. El antirracismo en general y la acción social antirracista en particular necesitan llevar a cabo una profunda renovación de su identidad, de sus fundamentos, de sus métodos y de sus fines, si no quiere continuar impotente frente al resurgir de viejos fantasmas que parecen estar recorriendo Europa y Occidente aún con más fuerza. Desde hace más de dos décadas en Europa se critica al antirracismo por estar atrasado una o dos generaciones respecto al racismo, «como si la lucha fuera todavía contra Hitler» (Gallissot, 1991). Esto vale sobre todo para el antirracismo promovido por las instituciones que tiene la tendencia a reducir el racismo a sus expresiones más explicitas y agresivas. No resulta extraño que el discurso antirracista de la clase política y de los medios de comunicación lo circunscriban a las externalizaciones de los partidos de extrema derecha, a los episodios de racismo en el fútbol o a la acción de grupos de naziskin considerados marginales. El antirracismo, si quiere renovarse, necesita identificar las nuevas formas de racismo, con frecuencia alejadas de sus expresiones más extremas. Se trata de reconocer «el área de familia» que acomuna las nuevas formas de racismo, de pensar el racismo en plural, en sus formas explícitas y en sus formas más implícitas, en su dimensión, cultural, institucional e interpersonal.

En definitiva, las causas de la ineficacia y falta de impacto de la acción social antirracista son tanto de naturaleza teórica como práctica: los proyectos se sustentan en conceptos obsoletos del racismo, propios del pasado, que no se corresponden con las nuevas formas de racismo contemporáneo que son las que hay que combatir. Tampoco se tiene conciencia del modelo implícito que subyace en estas intervenciones que, con frecuencia, es lo que impide el éxito de las mismas.

Hacia una nueva definición de racismo

Proponemos una definición operativa que pueda reflejar las características y las especificidades de las nuevas formas de racismo. Se trata de superar tanto las definiciones restringidas que lo vinculan solamente a la ideología racista o a una explícita referencia a la raza o a otros aspectos biológicos, como las definiciones genéricas que abarcan cualquier forma de discriminación intergrupal, diluyendo y banalizando la especificidad del racismo.

Desde nuestro punto de vista los dos elementos fundamentales del racismo son la dominación y la racialización. Dominación en tanto que el racismo es un principio estructurador del sistema y una manifestación concreta del poder y la opresión de un grupo sobre otros. Con el concepto de racialización entendemos que las diferencias fenotípicas, sociales, culturales, religiosas etc. se piensan como si fueran naturales, esenciales, como si fueran marcadores de una supuesta raza. El racismo implica una diferenciación esencial y radical entre grupos humanos, el reduccionismo de la complejidad de las personas a pocas características vinculadas con un grupo (identidad cultural, fenotipo, pertenencia étnica, religión, idioma) y una relación determinista entre estas características y la forma de ser de una persona.

Nosotros proponemos la siguiente definición operacional:

El racismo es un sistema de dominación de un grupo sobre otro basado en la racialización de las diferencias, en el que se articulan las dimensiones interpersonal, institucional y cultural. Se expresa a través de un conjunto de ideas, discursos y prácticas de invisibilización, estigmatización, discriminación, exclusión, explotación, agresión y despojo. (Aguilar-Idánez y Buraschi, 2016, p. 34)

Por su carácter multidimensional el racismo es un fenómeno complejo ya que sus dimensiones están fuertemente relacionadas e imbricadas entre sí, retroalimentándose mutuamente. Las dimensiones fundamentales del racismo son:

Dimensión interpersonal

Incluye dos niveles o aspectos, el actitudinal (los prejuicios, las creencias, las orientaciones previas a la acción) y el conductual (que abarcan desde las micro-prácticas de rechazo cotidiano, hasta la violencia directa). Estos dos niveles no siempre están presentes conjuntamente: los prejuicios pueden no concretizarse en acciones porque las circunstancias o la presión social sancionen su expresión (es, decir, porque esté «mal visto» socialmente) o los prejuicios pueden ser automáticos, por la activación espontanea de asociaciones mentales que no son necesariamente aprobadas de manera personal, pero que se encuentran incrustados en nuestro horizonte cultural (Devine, 1989). Asimismo, se pueden dar casos de discriminación que no se basan en actitudes negativas hacia un determinado colectivo sino en el hecho de no haber tomado en consideración sus particularidades (como ocurre en algunas formas de discriminación indirecta) o los sentimientos negativos pueden ir acompañados de estereotipos de carácter positivo que sirven para mantener el sistema de dominación.

Dimensión institucional

Esta dimensión del racismo se expresa en dos niveles: sin actores (normas, leyes, reglamentos, políticas públicas, mecanismos de asignación y acceso a recursos, etc.), y con actores (prácticas de representantes institucionales, discurso político, prácticas de empleados públicos encargados de aplicar las leyes e implementar políticas, etc.). La dimensión institucional del racismo está constituida por el conjunto de políticas, prácticas y procedimientos que perjudican a algún grupo étnico (o racial) impidiendo que pueda alcanzar una posición de igualdad. Se produce en diferentes ámbitos, entre los cuales podemos destacar, por su importancia, los siguientes: 1) los discursos de los representantes institucionales y la utilización pública y con fines electoralistas de los discursos xenófobos, en particular de los discursos de «preferencia nacional» (pensemos, por ejemplo, en los mensajes que trasmiten una idea de conflicto y competencia desleal entre trabajadores migrantes y nacionales); 2) las conductas discriminatorias de los funcionarios que representan la Ley y el Estado (policía, funcionarios de extranjería, militares etc.); 3) las medidas, regulaciones, leyes y decretos que limitan los derechos sociales, políticos, económicos y culturales de las personas según su lugar de nacimiento, «raza», «etnia»; y 4) el culturalismo y etnocentrismo que estructuran las políticas sociales y orientan la intervención social de los profesionales que trabajan en contextos multiculturales en el ámbito social, sanitario y educativo.

Dimensión cultural

Visiones del mundo, doctrinas, teorías, ideas, y todos los elementos que constituyen la cultura dominante, y que cumplen siempre una función ideológica, aunque no se expresen bajo la forma de una ideología explícita o concreta. Hay que tener en cuenta que la discriminación no se basa siempre u obligatoriamente en una clara ideología racista, pero sí se encuadra siempre en un universo cultural incrustado de elementos racistas que pueden quedar latentes, pero que se recuperan fácilmente si el sistema de dominación lo necesita.

Entendemos que ha sido esta falta de comprensión de la complejidad multidimensional del fenómeno, una de las causas por las cuáles no se han diseñado acciones antirracistas realmente eficaces.

La lógica común del racismo

Otra de las razones conceptuales que han dificultado la comprensión del fenómeno en sus nuevas manifestaciones, es la hipótesis de discontinuidad entre viejas y nuevas formas de racismo que imposibilita pensar el racismo en términos de proceso histórico adaptativo y alimenta la idea de que el racismo es un fenómeno que pertenece a épocas pasadas y que las nuevas formas de intolerancia poco tienen que ver con el «viejo racismo». Si bien el racismo es un hecho social total, un fenómeno heterogéneo, dinámico y multiforme, y aunque esté basado en realidades sociales muy diferentes, nuestra propuesta es que se puede encontrar una lógica común, una articulación de elementos que nos permite reconocer el racismo: la diferenciación radical entre endogrupo y exogrupo, el esencialismo y la estigmatización.

La diferenciación

El primer «momento» de la lógica racista es la diferenciación, un proceso de producción de la alteridad y de la identidad que se realiza a través de la categorización social. Como subraya el filósofo Gabriel Bello (2006) el primer momento de la lógica racista es la definición o construcción del espacio del que se excluye: así, el desarrollo de la xenofobia europea se caracteriza por un importante esfuerzo de definición y construcción de fronteras, tanto físicas, cuanto normativas, simbólicas y morales (Buraschi y Aguilar-Idánez, 2016). La construcción de la frontera simbólica juega un papel fundamental en las nuevas expresiones de racismo, puesto que, como hemos visto, hoy en día el fenotipo no es el único marcador significativo de la diferenciación racista. El caso de la categoría social del inmigrante resulta paradigmático al respecto: el inmigrante se define socialmente a través de marcadores que no tienen que ver estrictamente con la nacionalidad o la experiencia migratoria: la raza, la etnia, la religión son todas variables que pueden trasformar a una persona con nacionalidad española en «extranjero» y que, en todo caso, hacen la diferencia a la hora de definir una jerarquía de personas inmigrantes entre personas «más integrables» y personas «menos integrables»(6).

Una vez que se asigna una persona a una determinada categoría social ésta se trasforma en referente general y universal. El dispositivo de diferenciación racista es profundamente asimétrico: el grupo dominante tiene el poder de definir la propia identidad y la alteridad (Quijano, 1991; Fanon, 2010, De Sousa Santos, 2010). Las categorías sociales como raza, etnia o cultura son el fruto de un proceso de construcción histórico e ideológico. Las diferencias que consideramos naturales y evidentes son construidas y significadas socialmente. La misma percepción de la evidencia somática depende de la historia, de la sociedad y de la cultura. En este sentido no es suficiente desmontar la idea científica de raza, porque las categorías sociales, aunque sean construidas, tienen un poder performativo (Austin, 1971), recordemos el principio de Thomas: «si las personas consideran una situación como real, reales serán sus consecuencias». Es necesario desmontar los mecanismos sociales e ideológicos sobre los cuales se basan los procesos de diferenciación categorial radical.

El esencialismo

Las expresiones más comunes de racismo contemporáneo sustituyen la raza con la etnia, la cultura o la identidad. Estos conceptos se racializan, esto es, tienen las mismas características rígidas, naturales y esenciales del concepto de raza. El nuevo racismo hace hincapié en las diferencias culturales absolutizándolas, y de ese modo las culturas son bloques homogéneos y claramente diferenciados entre ellas. Las diferencias culturales son absolutas, inconmensurables, antagonistas. Las nuevas formas de racismo se basan en la misma lógica esencialista del racismo biológico. Las personas se separan según categorías culturales, identitarias y/o étnicas, naturalizadas y esencializadas. Esta esencialización de las diferencias es, desde nuestro punto de vista, el segundo elemento fundamental de la lógica del racismo. Las categorías sociales se naturalizan: la etnia, las creencias religiosas, la identidad cultural se trasforman en esencias, constituyen el núcleo duro, estable y compartido por los miembros de un mismo grupo.

El esencialismo tiene importantes implicaciones en la forma de concebir determinadas categorías sociales entre las cuales hay que destacar el reduccionismo y el determinismo. El grupo es percibido como una entidad que tiene un estatus ontológico específico; las personas que pertenecen a una determinada categoría social no pueden pertenecer a otra, se reduce la complejidad de las personas a una única identidad; se afirma una relación entre pertenencia a una categoría social (raza, identidad, cultura, etnia) y la posesión de determinadas características. Esto significa que existe la creencia en una relación de causa - efecto entre la categoría (creada socialmente) y las características de un miembro de esta categoría. La esencia es inmutable porque se considera la parte más estable de un grupo y se trasmite: no puede elegirse. Es el resultado de la herencia biológica, cultural o social que hemos recibido (Estrada, 2003). De este modo, el estigma del inmigrante es hereditario y pasa a los hijos, como en el caso de los hijos de personas inmigrantes y a quienes se denomina inmigrantes de segunda generación (aunque nunca hayan migrado), sobre todo en la literatura científica (que tampoco está exenta de racismo).

El esencialismo tiene un importante carácter inductivo: una vez que asignamos una persona a una determinada categoría social asumimos que tiene determinadas características y excluimos otras formas de conocimiento, sobre todo si no confirman la imagen que tenemos de ella. La persona no es considerada en su individualidad, complejidad y unicidad, sino como parte de una determinada categoría social. La identidad grupal es el elemento más importante para definir un sujeto. Por ejemplo, una joven ingeniera de origen ecuatoriano antes de ser mujer, ingeniera o joven, es una inmigrante o extranjera y ésta es la categoría social más importante. Para utilizar una expresión de Frantz Fanon (2001) se niega a la persona el acceso a la subjetividad, se le niega el poder de autodefinición.

La estigmatización

En la lógica racista las características que se suelen naturalizar no son neutrales, sino peyorativas. La estigmatización se produce cuando se asigna a una persona, «algún atributo o característica que conforma una identidad social que es devaluada en un contexto social determinado» (Crocker, Major y Steele, 1998, p. 505). La diferencia se trasforma en estigma y se define una relación causal entre la pertenencia a una determinada categoría social y determinadas categorías morales. La desvalorización, la connotación negativa, la estigmatización, es la etapa final de un proceso de deshumanización que priva a una categoría social de las cualidades que le distinguen como ser humano.

Identificar las tres operaciones básicas (diferenciación, esencialización y estigmatización) de la lógica del racismo tiene una gran importancia para el antirracismo, porque nos permite identificar su lógica antes que llegue a externalizarse y concretizarse en sus formas más explícitas. En otras palabras, nos permite atacar el racismo en su proceso de desarrollo y reconocer la posible deriva racista de discursos y prácticas aparentemente ajenas al racismo, como ciertos discursos identitarios, por ejemplo.

El modelo implícito dominante en la acción social antirracista

Estas nuevas reconceptualizaciones del racismo contemporáneo, siendo necesarias, no son suficientes para replantear de forma eficaz las acciones antirracistas. Hacemos esta afirmación porque no basta con tener una clara y adecuada conceptualización de un fenómeno para atajarlo con efectividad, es preciso, además, tomar conciencia de las bases inconscientes o implícitas que sustentan la acción, ya que no siempre son acordes con las bases explícitas de la misma. Todas las personas, incluyendo las que se declaran antirracistas y llevan a cabo proyectos de intervención social antirracista, podemos tener prejuicios, estereotipos o un cierto etnocentrismo en nuestras formas de ser, pensar y actuar, sin tener conciencia de ello (Aguilar, 2011; Aguilar y Buraschi, 2012 y 2014) y nuestros valores igualitarios pueden entrar en conflicto con sentimientos negativos hacia determinados grupos discriminados (Gaertner y Dovidio, 1986). Es preciso identificar y comprender esos marcos de referencia que orientan nuestra intervención, de forma inconsciente e irreflexiva, para estar en condiciones de realizar actuaciones que aseguren el éxito de la intervención.

Nuestra forma de diseñar acciones de intervención social antirracista, nuestras estrategias y metodología de trabajo se basan en modelos implícitos formados por unos marcos de referencia que reflejan una construcción simplificada y esquemática de la realidad, que aporta una explicación de la misma y que conforma un esquema general referencial que guía la práctica, de forma irreflexiva. Aunque nos resulte incómodo, tenemos que tomar conciencia de que a veces nuestra forma de trabajar con y para las personas discriminadas, contra el racismo y para la construcción de una sociedad más justa se basa, en algunos casos, en valores, presupuestos y estereotipos que pueden legitimar y reproducir nuevas formas de racismo más sutiles, pero igualmente dañinas.

Los modelos implícitos que subyacen en la intervención antirracista dependen y se configuran a partir de la interrelación de varios elementos: cómo se define el racismo y cuáles son sus principales causas; cuáles son las estrategias que se consideran más legítimas para enfrentar el problema; como se define a las personas involucradas, en particular qué roles y estatus se les asignan. Seguidamente proponemos algunos de los elementos que, desde nuestro punto de vista, configuran el modelo implícito dominante de la intervención social antirracista en la actualidad.

El reduccionismo causal

La forma de encuadrar un problema determina la forma de resolverlo y en no pocos casos, la mayor dificultad para una eficaz intervención social estriba en un mal encuadre del problema (falso, distorsionado, erróneo, reduccionista o sesgado) que nos imposibilita e impide su correcta solución.

Como venimos advirtiendo en este texto, el discurso antirracista a menudo carece de adecuadas herramientas conceptuales para comprender el racismo, y sus acciones no se basan en un diagnóstico y un análisis riguroso de la realidad. La consecuencia inmediata es la generación de estrategias de intervención inadecuadas, o parciales en el mejor de los casos. Seguidamente presentamos algunas formas de reduccionismo causal que suelen estar en la base de los proyectos de intervención social antirracista.

El racismo como disposición, es decir la idea que el racismo sea una característica estrictamente individual propia de personas fanáticas, una patología individual más que un fenómeno social. El racismo como ignorancia y como miedo a lo desconocido identifica en la falta de conocimiento e información la principal causa del mismo. En este caso se llevan a cabo dos reduccionismos diferentes: primero se reduce el racismo al prejuicio, segundo se reduce el prejuicio a la ignorancia. La raíz del problema es la falta de conocimiento. Una de las vías privilegiadas de acción es la investigación científica y la educación (entendida como difusión de la «verdad» científica). El problema aquí es doble: por un lado, el racismo no es una teoría científica, sino que es un sistema de dominación y exclusión. El hecho que en pasado se haya servido de ideas pseudocientíficas para legitimarse no significa que hoy en día necesite de la ciencia para sobrevivir. El segundo problema es que algunas de las expresiones más mortíferas del racismo, como por ejemplo la «solución final» llevada a cabo por la Alemania Nazi, han congeniado perfectamente con la llamada racionalidad instrumental (Reyes Mate, 2003). Otra importante línea de acción que se encuadra en este marco interpretativo es el desarrollo de campañas y proyectos encaminados a «dar a conocer» supuestos aspectos desconocidos del otro (lamentablemente, casi siempre en sus versiones más folclorizantes y superficiales).

El problema no es que determinados grupos sean desconocidos, sino que son mal-conocidos. Los proyectos antirracistas que reflejan este planteamiento tienen la tendencia a ignorar los sentimientos negativos y los conflictos. El contacto con personas que consideramos diferentes puede generar miedo, ansiedad, etc. pero la respuesta no es negar estos sentimientos sino comprenderlos y saberlos gestionar: «el antirracismo ha elegido situarse en lo abstracto frente a los concreto, en lo racional frente a lo perceptual, en lo general frente a lo particular» (San Román, 1996, p. 62). Un último reduccionismo causal de las prácticas antirracistas es concebir el racismo como choque cultural. En este caso se reduce el racismo a un problema de choque entre diferentes valores culturales, esencializando así las diferencias. Paradójicamente el racismo culturalista y cierto antirracismo comparten una misma perspectiva culturalista de los problemas (Taguieff, 1988) que invisibiliza los factores personales, sociales y estructurales. Esta definición de las causas del racismo genera estrategias de intervención muy comunes en cierta educación intercultural centrada en la construcción de valores compartidos en una sociedad neutral, donde las relaciones son simétricas y el problema es la incomprensión, no la desigualdad (Calvo et al., 1996).

Finalmente hay otro aspecto del reduccionismo que ha sido denunciado sobre todo desde el «feminismo negro» (hooks, 1989; Jabardo, 2012): el hecho de considerar solamente una dimensión categorial, por ejemplo, la raza o la etnia, invisibilizando las otras categorías sociales que articulan la experiencia del grupo estigmatizado y de sus miembros. Como ha subrayado Albert Memmi (2000), el racismo es antes que todo una «experiencia vivida»: la víctima de racismo se encuentra en el centro de un sistema de clasificación jerárquico en el cuál el fenotipo se mezcla con la clase, la etnia, el sexo, las creencias religiosas y otros aspectos culturales. Los sistemas de exclusión y de dominio clasista, racista y sexista se cruzan, se integran y generan formas de dominación y exclusión complejas.

La estrategia unidimensional

La explicación o atribución causal del racismo como ignorancia, como disposición o como miedo a lo desconocido, han contribuido a limitar el racismo a su dimensión actitudinal (los prejuicios), olvidando con frecuencia las conductas y comportamientos sociales, los factores estructurales y la crítica cultural. Consecuentemente, el antirracismo se ha centrado exclusivamente en el grupo dominante, olvidando al grupo estigmatizado y a la mayoría de «indiferentes».

Como advertimos en la definición operacional de racismo, éste tiene un carácter complejo y multidimensional que con frecuencia es ignorado en las intervenciones antirracistas convencionales. Estas, además de ignorar algunas de esas dimensiones, las aborda por separado (no de forma integral), planteando una intervención estrictamente jurídica frente a las conductas racistas, así como la difusión de doctrinas antirracistas y pedagógicas frente a los prejuicios. La consecuencia es que, actualmente, el antirracismo se centra sobre todo en tres estrategias: la legal (más propia del antirracismo institucional), la denuncia, y la pedagógica (más propia de los movimientos sociales y de las ONG).

Uno de los presupuestos del modelo dominante de intervención más común es asumir una relación causal entre actitudes y conductas de las personas. Sin embargo, como muestra ampliamente la investigación en psicología social (Navas y Cuadrado, 2013), no existe una relación lineal de causa-efecto entre actitudes y comportamiento. Hoy en día sabemos que no todas nuestras acciones reflejan de manera precisa nuestras actitudes; que las acciones están condicionadas por muchos otros factores como la situación, el contexto social, la personalidad, las relaciones; y que la presión social puede inhibir una conducta. Además, como nos muestran la teoría de la disonancia cognitiva y la teoría de la autopercepción, la conducta puede a su vez influir en nuestras actitudes, porque tratamos de justificar las consecuencias mentales de nuestras acciones para hacerlas consistentes con ellas, porque la acción reconfigura nuestra forma de ver el mundo.

La percepción que tenemos sobre las personas migrantes, por ejemplo, no es genérica y uniforme, sino específica del grupo concreto. Los prejuicios son flexibles, específicos, dependen del contexto social, son sensibles a los cambios de estructura social. Grupos diferentes pueden generar sentimientos diferentes: miedo, amenaza, incomodidad, odio, que tienen implicaciones diferentes (Smith, 1993). Como nos muestran los casos de asimilacionismo subalterno, también el mismo grupo puede generar sentimientos diferentes según el contexto.

El antiintelectualismo y academicismo

Otro de los rasgos que caracteriza al modelo implícito de buena parte de la intervención social antirracista es su antiintelectualismo (Bourdieu y Wacquant, 2005), característico del tercer sector, que podríamos definir como la tendencia a dar una prioridad absoluta a la experiencia práctica (a menudo irreflexiva), la aversión hacia el uso de herramientas conceptuales para el análisis de la realidad y el desconocimiento e indiferencia hacia la investigación científica. Sin duda parte de la responsabilidad es del mundo académico que, con frecuencia, no ha sabido dialogar con los agentes sociales. El déficit bibliográfico en materia de acción social antirracista en España y la debilidad metodológica de los proyectos representan dos importantes indicios de este fenómeno. Además, si se analizan las bases metodológicas de la mayoría de acciones de intervención social antirracista se detecta fácilmente que no se basan en los avances hechos por las ciencias sociales en materia de análisis de la realidad social, cambio de actitudes, persuasión, fomento del altruismo, estrategias de comunicación. Se utilizan técnicas de difusión, sensibilización o formación sin reflexionar sobre los mecanismos en los que se basan o los efectos que puedan tener.

Además, existen importantes déficits en la planificación de acciones antirracistas: la mayoría de intervenciones para reducir los prejuicios, como los programas educativos o las campañas de sensibilización, no han sido evaluadas empíricamente con instrumentos rigurosos, no tienen objetivos claros e indicadores medibles. La investigación en laboratorio y la investigación de campo son raramente coordinados, en particular, por un lado, muchas de las teorías de reducción de los prejuicios más fundamentadas empíricamente han recibido una escasa atención por quién se ocupa de la intervención y por el otro la investigación científica se ha replegado en un elitismo académico que a menudo no ha sabido dialogar con quién se ocupa de intervención (Paluck y Green, 2009). El resultado es que la intervención social y la investigación científicas salvo pocas excepciones, se han desarrollado como líneas paralelas sin ningún punto de encuentro.

La estética intercultural

Frente a las derivas racistas del discurso dominante sobre la integración y la convivencia en contextos multiculturales se ha desarrollado un modelo de gestión de la diversidad, particularmente presente en el discurso y en las prácticas educativas, sociales e institucionales, que podríamos definir como «estética intercultural»(7) o, utilizando un concepto propuesto por Tubino (2005) y desarrollado por Walsh (2008), como «interculturalidad funcional». Se trata de un modelo que pone el acento en la interacción entre «culturas», en la tolerancia, la armonía y en el respeto y las oportunidades positivas que abre la diversidad cultural, pero invisibilizando la asimetría de poder que existe entre los grupos, la lógica racista y colonialista en el cual se encuadran las relaciones, la desigualdad estructural entre grupos y la intersección entre «raza», origen cultural, género, clase, etc. En este marco, la interacción es pensada de forma superficial e ingenua, reduciéndola a una celebración de una «estética intercultural», sin tener en cuenta la naturaleza dinámica, fluida y flexible de las culturas y la complejidad de las relaciones de dominación existentes en los espacios multiculturales.

Más allá de las buenas intenciones, este modelo tiene algunas características que pueden obstaculizar la convivencia intercultural. La primera es la folclorización de las diferencias: se trata de un culturalismo edulcorado, una visión de las culturas «de escaparate». Se corre el riesgo de reproducir una visión reducida y estática de las culturas y encerrar a las personas en categorías estereotipadas más cercanas a las guías turísticas que a su realidad personal.

La segunda característica es la invisibilización de las relaciones asimétricas de poder y de la desigualdad de derechos. Lo que conlleva inevitablemente a la ilusión que la convivencia intercultural pueda ser el fruto, simplemente, de las buenas intenciones. Los «festivales interculturales», las «comidas interétnicas», las proclamas de tolerancia y la celebración de la diferencia sirven de poco si no se reconocen los derechos básicos, si no se lucha contra la asimetría de poder y si no se empieza con la igualdad de condiciones sociales.

Como subraya Tubino (2005) el interculturalismo funcional subraya la necesidad de diálogo, sin tomar en cuenta la discriminación estructural, la pobreza, la exclusión social y moral que sufren determinados colectivos y que son los principales obstáculos para que existan las bases para un diálogo en igualdad. Es funcional porque no cuestiona el sistema vigente, sino que, al contrario, genera un discurso y una práctica que legitima las desigualdades estructurales. El interculturalismo funcional es, según Walsh, un «dispositivo de poder que permiten el permanecer y fortalecimiento de las estructuras sociales establecidas y su matriz colonial» (Walsh, 2008, p. 2). Se trata de un enfoque dominante que no busca la creación de sociedades más igualitarias sino el control y la domesticación del conflicto para mantener la estabilidad social «es una estrategia política funcional al sistema-mundo moderno y aún colonial; pretende "incluir" a los anteriormente excluidos dentro de un modelo globalizado de sociedad regido no por la gente sino por los intereses del mercado» (Walsh, 2008, p. 8).

El salvacionismo paternalista y victimista

Un último aspecto importante que quisiéramos destacar de los modelos implícitos dominantes de la intervención social antirracista es que, en muchas ocasiones, el papel de los miembros del grupo estigmatizado en las intervenciones antirracistas es secundario, reproduciendo así un tipo de intervención paternalista y salvacionista. Este rasgo del modelo implícito hegemónico piensa a las personas inmigrantes como sujetos frágiles, carenciales, vulnerables y víctimas a las que hay que «salvar» de su situación. Su descripción como «víctimas» condiciona un tipo de respuesta orientada a despertar sentimientos de compasión, lo que puede ser otra forma de minorización y estigmatización.

Las acciones antirracistas paternalistas y victimistas son una forma sutil y particularmente insidiosa de negación de la alteridad y de colonialidad (Quijano, 1991).

Se invisibilizan las experiencias de resistencia y disidencia de los grupos subalternos, tratándolos como objetos y no como sujetos protagonistas de la historia. Se les vuelve a negar su derecho de decisión y su capacidad de transformación en nombre de teorizaciones y prácticas de intervención que pretenden ser universales, pero que resultan ser etnocéntricas.

Coordenadas para el desarrollo de un antirracismo crítico y transformador

El antirracismo europeo está en crisis desde hace más de dos décadas debido, entre otros factores, a la obsolescencia e incongruencia de su bagaje teórico. Necesita, por tanto, una profunda renovación conceptual y metodológica que incorporen y permitan adaptar mejor sus estrategias de reflexión y acción tanto a las nuevas expresiones del racismo, como a la comprensión de su lógica común. Seguidamente se definen algunas coordenadas que pueden orientarnos en el desarrollo de un antirracismo crítico y trasformador.

El antirracismo como crítica cultural

Antes de estar en la mente de las personas, los prejuicios y el imaginario racista están en la cultura y en nuestro sistema social, se aprenden durante el proceso de socialización junto con otras actitudes, creencias y valores. Los prejuicios y el racismo en sus múltiples formas se reproducen y se socializan a través de diferentes ámbitos de la vida cotidiana, tanto a través de las grandes instituciones responsables de nuestra socialización, como por ejemplo la familia, la escuela, los medios de comunicación, cuánto a través de los discursos a los cuales somos expuestos o participamos de forma consciente o inconsciente.

El racismo es un discurso cultural que nos rodea desde la infancia, en el aire que respiramos, en los consejos y formas de pensar de nuestros padres, en los ritos culturales. Estamos expuestos a él en el colegio, en la calle y en los periódicos e incluso en las obras de la gente a la que se supone que se debe admirar y que de hecho pueden ser admirables [...] El racismo es un lenguaje colectivo al servicio de las emociones de cada uno. (Memmi, 2000, p. 12)

La ideología racista no es solamente (y no tiene por qué serlo) una doctrina, es un sistema de creencias socialmente compartido por los miembros de una colectividad, un conjunto de representaciones sociales que define la identidad social de un grupo, es decir, sus creencias compartidas acerca de sus condiciones fundamentales y sus modos de existencia y reproducción (Van Dijk, 2003). Renovar la intervención antirracista desde un enfoque crítico y transformador significa deconstruir, llevar a cabo un «trabajo interno» de deconstrucción de la cultura dominante fundamentalmente racista y construir una contracultura auténticamente antirracista (Tavanian, 2008).

¿Qué significa construir una cultura antirracista? Resumiendo, podríamos decir que se trata de una cultura de la rehumanización, una cultura que desmonta los mecanismos de dominación social empezando con los dispositivos que componen la lógica del racismo: la división radical entre nosotros y ellos, la esencialización y la estigmatización. Si el racismo es una concepción del mundo, un sustrato, una «sedimentación de nociones dentro de sistemas de creencias y actitudes del grupo dominante, que sirven sus intereses frentes a otros grupos raciales y étnicos» (Essed, 2010, p. 138) entonces el antirracismo tiene que ser, ante todo, un proceso de decolonización de nuestro imaginario y una redefinición de nuestra identidad. Una tarea primordial de los/as profesionales de la intervención antirracista es contribuir a la deconstrucción de la lógica racista que en muchos casos reproducen nuestros principales agentes de socialización: instituciones educativas, familias, amigos, medios de comunicación y, sobre todo, reflexionar sobre los modelos implícitos que condicionan nuestra intervención y que son el reflejo de los elementos racistas integrados en nuestro horizonte cultural.

Decolonizar nuestra cultura y, con ella, nuestras acciones antirracistas, significa reconocer antes de todo desde dónde teorizamos (Grosfoguel, 2012), evitar el etnocentrismo y el falso universalismo teniendo siempre en cuenta la particularidad de nuestras propuestas y la importancia de las epistemologías del sur (De Sousa Santos, 2010) en los procesos de resistencia a la dominación. No podemos contribuir al antirracismo sin admitir la colonialidad de nuestro saber, sin deconstruir los modelos implícitos que subyacen a nuestra forma de intervenir. Se trata, antes de todo, de dar espacio a prácticas antirracistas que se desarrollan «desde los márgenes», reconocer la capacidad de autodefinición de los grupos subalternos lo cual significa, inevitablemente, redefinir nuestra identidad.

La redefinición de una cultura antirracista necesita crear espacios de diálogo y colaboración entre las teorizaciones y las prácticas que se desarrollan en el norte y en el sur, entre personas que pertenecen a los grupos dominantes, pero que quieren romper con el sistema de opresión, y los grupos subalternos. Decolonización de su marco de referencia, diálogo y reconocimiento son los tres elementos básicos a partir de los cuales el antirracismo europeo puede reconstruir su legitimación.

Comprender para trasformar

La identificación, el diagnóstico y la visibilización de las nuevas formas de racismo, el análisis de la mutidimensionalidad de sus causas, la comprensión de su función ideológica y social son pasos necesarios para la renovación del antirracismo. Esto implica analizar cómo interactúan tipos específicos históricamente construidos de dominación social como el género, la etnicidad, la clase, la raza, la identidad cultural para producir diferentes tipos de desigualdad social (Crenshaw, 1991; Collins, 2000, Jabardo, 2012). No se trata tanto de sumar desigualdades como en el concepto de «discriminación múltiple», sino de poner al centro la experiencia vivida por las personas discriminadas y analizar el modo en que categorías como clase, raza y sexo se interseccionan creando situaciones de desigualdad y dominación complejas. Además, implica comprender la dinámica de los nuevos contextos comunicativos e informativos «2.0» donde se producen y reproducen ideas racistas y donde se crean nuevos procesos de socialización y dinámicas grupales que escapan a los esquemas antirracistas tradicionales. Finalmente se trata de comprender los procesos psicosociales e ideológicos y los elementos que intervienen en la construcción de un grupo estigmatizado como amenaza: los factores contextuales como la interdependencia, el estatus, la ansiedad intergrupal, la amenaza por los recursos limitados (empleo, servicios sociales, educación, vivienda, sanidad), la amenaza simbólica (normas, valores identitarios, tradiciones), la historia previa, las diferencias intergrupales percibidas, los factores ideológicos, la saliencia y la distintividad del grupo, los factores situacionales como la inestabilidad social o el desafío que representa el grupo estigmatizado al estatus quo (Stephan y Stephan, 2000; Esses, Jackson, Dovidio y Hodson, 2005).

Multifocalidad, reconocimiento e intersecciones

El antirracismo no puede centrar su atención solamente en las personas prejuiciosas, los colectivos que discriminan, sino también en los grupos estigmatizados y las personas indiferentes, inactivas, conformistas, que no discriminan directamente y que, sin embargo, normalizan y legitiman el racismo con su silencio. Por un lado, se trata de concebir la sensibilización como un proceso de empoderamiento y emancipación de los miembros del grupo estigmatizado, haciendo hincapié en su agencia, en sus recursos, en su resiliencia. Analizando las estrategias que llevan a cabo los miembros de los grupos estigmatizados para resistir al racismo y al impacto que tiene el estigma en su vida cotidiana. Las personas estigmatizadas no son víctimas pasivas de los prejuicios y de la discriminación, sino que llevan a cabo diferentes tipos de estrategias para enfrentarse eficazmente a los prejuicios (Brown, 1998) que hay que reconocer y valorizar para que la intervención sea más eficaz.

Por el otro se trata de centrarse también en el espectador indiferente, conscientes que la indiferencia es un ingrediente fundamental de las dinámicas racistas, pero es también un reflejo de la naturaleza misma de las relaciones sociales en la sociedad moderna. La lucha contra la cultura racista pasa, inevitablemente, por la emancipación de los grupos estigmatizados y la ruptura de la norma de la indiferencia.

Renovación metodológica

Finalmente, el desarrollo de un antirracismo crítico y transformador pasa por una profunda renovación metodológica que implica incorporar en la intervención social las evidencias científicas generadas por disciplinas como la sociología, la antropología, la pedagogía social, la psicología social y comunitaria en las últimas décadas. La intervención tiene que basarse en una planificación sistemática donde el diagnóstico, el diseño, la ejecución y la evaluación sean rigurosos y, sobre todo, participativos. La centralidad del sujeto y su participación no es una opción más de la intervención social antirracista, sino su esencia metodológica (Aguilar, 2013; Buraschi y Aguilar, 2015).

Conclusiones

La reflexividad, la horizontalidad, la corresponsabilidad, el reconocimiento de las identidades y de las competencias de todas las personas involucradas son los elementos claves para que el antirracismo pueda aspirar a una trasformación cultural que incluye la trasformación de las identidades, de las relaciones interpersonales e intergrupales y de la estructura social.

Este nuevo mapa conceptual de las renovadas y sutiles expresiones del racismo moderno, así como su nueva definición operacional, la descripción de su lógica común y la identificación de lo que caracteriza a su modelo implícito de intervención puede ofrecernos una «carta de navegación» que nos ayude a alcanzar el destino deseado por el antirracismo, que no es otro que eliminar toda forma de discriminación, trato desigual, dominación y exclusión de unas personas por otras. Sabemos que las aguas son cada vez más turbulentas y tormentosas, pero con las cartas de navegación correctas, los instrumentos técnicos apropiados(8) y el horizonte estratégico bien definido, nuestras posibilidades de llegar a buen puerto sin duda serán mayores.

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1 Este artículo es parte de la producción científica del Proyecto I+D+I DER2015-65840-R «Diversidad y convivencia: los derechos humanos como guía de acción», Programa Estatal de Investigación, Desarrollo e Innovación orientada a los retos de la sociedad, Ministerio de Economía y Competitividad (España).

2 Master en Psicología Social, Universidad Nacional de Educación a Distancia (España).

3 Doctora en Sociología y Ciencias Políticas, Universidad Complutense de Madrid.

4 Investigador del Grupo Interdisciplinar de Estudios sobre Migraciones, Interculturalidad y Ciudadanía (Giemic).

5 Directora del Giemic y Catedrática de Trabajo Social y Servicios Sociales.

6 El poder de la simple categorización ha sido ampliamente demostrado experimentalmente en el marco del paradigma del grupo mínimo (Tajfel y Turner, 1979): la asignación de personas a grupos en base a criterios arbitrarios es suficiente para producir favoritismo endogrupal, aumentar la homogeneidad endogrupal y la diferencia percibida entre grupos.

7 Un análisis detallado de las diferentes formas de gestion de la diversidad, que nosotros identificamos como «intervencionismo negativo», «asimilación subalterna», «racismo culturalista» y «estética intercultural»; puede consultarse en Aguilar y Buraschi (2012).

8 Este texto présenta muy sintéticamente nuestra reflexión y contribución teórica al antirracismo que debe renovarse en profundidad. También hemos desarrollado un modelo operativo de intervención antirracista, crítico y transformador, que es el correlato práctico de estas propuestas teóricas. Por la limitada extensión de un artículo, no se abordan aquí todos aspectos teóricos de ese modelo, que han sido tratados ampliamente en otros textos (Buraschi y Aguilar-Idáñez, 2016; Aguilar-Idáñez y Buraschi, 2016) ni los aspectos prácticos y aplicados (Aguilar-Idáñez y Buraschi, 2017).

Recibido: 08 de Junio de 2016; Aprobado: 05 de Septiembre de 2016

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