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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.28 Bogotá Jan./June 2018

https://doi.org/10.25058/20112742.n28.16 

Contra el Olvido

TERRORISMO, TECNOLOGÍA Y GUERRA ASIMÉTRICA1

Terrorism, technology and asymmetric warfare

Terrorismo, tecnologia e guerra assimétrica

ESTEFAN BALETA LÒPEZ*  2 

*Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca. Profesor investigador. Fundador y director del Grupo de Estudios sobre Estado, Sociedad Civil y Globalización., Colombia ebaleta@unicolmayor.edu.co

2 Sociólogo, Univesidad Nacional de Colombia. Especialista en Resolución de Conflictos y Magister en Ciencia Política, Universidad de los Andes.


Resumen:

Con la Guerra del Golfo, algunos generales estadounidenses llegaron a pensar que, por primera vez, la infantería no sería necesaria, ni mucho menos definitiva, para la consecución de la victoria por parte de las tropas aliadas sobre el ejército iraquí. Los avances tecnológicos en aviación, misiles teledirigidos, pulsos electrónicos y todo el despliegue de la guerra a distancia, hacían mucho más creíble que se inauguraba una nueva época en las guerras interestatales o internacionales, en las que, por una parte, no habría confrontación directa entre los contendientes, con lo cual se evitaba sufrir bajas y, por otra parte, habría una reducción casi a cero de las víctimas civiles, garantizada por la milimétrica precisión de los misiles balísticos tácticos desarrollados hasta entonces. Sin embargo, a pesar de que el peso de la aviación y el arsenal aéreo jugó un papel decisivo en esta guerra, lo cierto es que hubo más víctimas civiles que las presupuestadas como daños colaterales, y también más bajas de soldados estadounidenses de las que se habían previsto. En este artículo analizaré la relación existente entre terrorismo y las estrategias para aumentar o disminuir las asimetrías en la guerra.

Palabras clave: Terrorismo; guerra; tecnología; asimetrías estratégicas

Abstract:

In the Gulf War, several US generals came to think that, for the first time, infantry might not be necessary, not even defining, for the Allied forces to defeat the Iraqi army. Technological advances in aviation, guided missiles, electronic pulses, and all the paraphernalia belonging to war from afar, made much more credible that a new era of inter-state or international wars was in the works, in which for one, there would be no direct confrontation between contenders, which would help avoid casualties, and for another, civilian victims would be lowered near to zero, as guaranteed by the pinpoint accuracy of tactical ballistic missiles developed up to that time. However, in spite of the weight of aviation, and air weaponry played a decisive role in this war, it is a fact that there were much more civilian victims as expected, and also much more US soldier casualties than expected. In this paper, I will analyse the existing relation between terrorism and the strategies to widen or diminish asymmetries in war.

Keywords: tterrorism; warfare; technology; strategic asymmetries

Resumo:

Com a Guerra do Golfo, alguns generais estadunidenses chegaram a pensar que, pela primeira vez, a infantaria não seria necessária, muito menos definitiva, para a vitória das tropas aliadas sobre o exército iraquiano. Os avanços tecnológicos em aviões, mísseis teleguiados, pulsos eletrônicos e todo o arsenal de guerra à distancia, tornavam muito mais crível o começo de uma nova era nas guerras interestatais ou internacionais, em que, por um lado, não haveria o confronto direto entre os rivais, o que evitaria o sofrimento de baixas e, por outro lado, haveria uma redução a quase zero das vítimas civis, garantida pela precisão milimétrica dos mísseis balísticos táticos desenvolvidos até então. No entanto, apesar do peso da aviação e de o arsenal aéreo ter desempenhado um papel decisivo nessa guerra, o fato é que houve mais vítimas civis que as previstas como danos colaterais, e também mais baixas de soldados dos EUA do que inicialmente previsto. Neste artigo, analisarei a relação entre terrorismo e estratégias para aumentar ou diminuir as assimetrias na guerra.

Palavras-chave: terrorismo; guerra; tecnologia; assimetrias estratégicas

Granville - 2018

Johanna Orduz

The Global Terrorism Index (GTI)1, publicado en noviembre de 2017 señala que en términos globales el número de víctimas mortales producidas por el terrorismo con respecto al 2016, se había reducido, en cambio, el número de países afectados por acciones terroristas había aumentado, hasta marcar un pico histórico.

En 2016, 65 países registraron al menos una muerte por causa del terrorismo, y en el 2017 esta cifra aumentó a 77 países, es decir, doce países más que en el 2016. Aunque este aumento pueda parecer poco considerable, el informe advierte, además, que hay tendencias inquietantes a que aumenten los países objetivos de atentados terroristas, en tanto que, en los últimos diecisiete años, como en ningún otro momento de la historia, ha aumentado el número de países que han tenido por lo menos una víctima fatal como producto del terrorismo.

Paralela a la tendencia de un mayor número de países afectados por actos terroristas, el GTI resalta otra tendencia consistente en el aumento de las capacidades de las fuerzas de seguridad para prevenir actos terroristas, especialmente en aquellos países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE.

En el año 2015, continúa el informe, se logró frustrar el 19% de los atentados planeados, mientras que tan sólo un año después, en el 2016, se logró frustrar el 35% de los atentados planeados. Como consecuencia de tales éxitos, los grupos terroristas cada vez más han elegido realizar operaciones simples, que no requieren altos niveles de complejidad y sofisticación y que involucran a un solo individuo (conocidos como lobos solitarios) como ejecutor de la operación. Por lo general, aclara el GTI, tales ataques se orientan hacia civiles, y las armas utilizadas han sido camiones, cuchillos, furgonetas, como ocurrió recientemente en Francia, Suiza y Cataluña2. De hecho, constata el GTI, que, en los países miembros de la OCDE, los atentados protagonizados por un solo individuo se incrementaron de 1 en el 2008 a 56 en el 2016.

Si a pesar del aumento de las capacidades logísticas, tecnológicas y militares de las fuerzas de seguridad para prevenir el terrorismo, existe la tendencia inquietante a que un mayor número de países se vean afectados por ataques terroristas, a la par que aumentan el número de acciones provocadas por un solo individuo, con armas advenedizas, entonces bien vale la pena intentar dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿puede el terrorismo ser considerado como un modelo de guerra asimétrica?

Para abordar tal cuestión partiré del concepto de asimetría propuesto por Steven Metz y Douglas Johnson y el concepto de terrorismo usado por Montserrat Bordes Solana. Esto no quiere decir que en el desarrollo de la argumentación no acudiré a otros autores, se trata más bien de contrastar, criticar o complementar estas visiones, si es el caso, con la mirada de otros autores con el fin de aproximarnos de la manera más comprehensiva a esta respuesta. En ese sentido, tendré en cuenta, entre otros, a Peter Waldman y Fernando Reinares quienes pueden ayudar de manera específica en la comprensión de lo qué es el terrorismo.

El interés en analizar de forma detenida y específica las tesis de Metz y Johnson, responde a que las suyas están dirigidas de manera expresa al Departamento de Estado de los Estados Unidos, con el fin, también expreso, de justificar los costosos errores en vidas humanas que dejó la Guerra del Golfo, la misma que, según el propio gobernante de la época, George Bush, sería una guerra limpia. La primera guerra tecnológica, como difundían los medios de comunicación masiva. Para los Estados Unidos, como líder y quien aportó casi el 50% del millón de soldados de los 34 países de la coalición, además de significar el despliegue de su poderoso arsenal y sus avances en tecnología militar, significaba la oportunidad de exorcizar, de una vez por todas, el fantasma de Vietnam.

En una primera parte de este texto abordaré los conceptos de guerra asimétrica y terrorismo, para en una segunda parte explorar sus relaciones, sus diferencias y asimilaciones. Finalmente, presentaré las principales conclusiones de la discusión.

Asimetría vs terrorismo

En la mirada de Metz y Johnson, la asimetría es una herramienta más, de las múltiples existentes, para obtener ventaja o contrarrestar la ventaja del enemigo. De ahí que en su texto terminen recomendando a los Estados Unidos la aplicación de los cinco conceptos estratégicos para contrarrestar las asimetrías negativas que pudo haber despertado la guerra del Golfo.

Para Metz y Johnson una definición general y completa de asimetría estratégica puede anunciarse como «actuar, organizar y pensar de manera diferente que los oponentes con el fin de maximizar las ventajas del uno, explotar las debilidades del oponente o ganar libertad de acción» (Metz & Johnson, 2003, p. 5). Esta asimetría puede ser de dimensión positiva o negativa de acuerdo a como se usen las diferencias para obtener la ventaja. La asimetría de dimensión positiva resulta cuando se usan las diferencias para ganar la ventaja mientras que la asimetría negativa responde, por el contrario, a aquellas diferencias que podría ser usadas por el adversario con el fin de ganar la ventaja.

La preocupación de los Estado Unidos, según los autores, por el tipo de acciones que pudieron desatarse después de la guerra de Irak en la que los adversarios de EE.UU. acudirían a la guerra asimétrica, es un buen ejemplo de asimetría negativa. Ante la enorme potencia destructiva de las fuerzas armadas estadounidenses, no quedaba otro camino para los adversarios que la aplicación de la guerra asimétrica con el fin de menguar o neutralizar esas ventajas.

Las estrategias asimétricas que se adoptan en una confrontación de esta naturaleza pueden ser de carácter operacional, militar-estratégica o político estratégico, sin descartar que en determinados momentos puede adquirir y combinar estas tres características. En todo caso, el objetivo, tan antiguo como la misma guerra, sigue siendo el mismo: el aprovechamiento de las diferencias para obtener ventaja. Metz y Johnson identifican por lo menos siete formas distintas que puede adoptar la asimetría.

En primer lugar puede existir una asimetría de método consistente en el uso de diferentes conceptos o doctrinas tácticas que las del enemigo, en segundo lugar, existe la asimetría tecnológica consistente en utilizar las ventajas que otorga el desarrollo científico de una alta tecnología sobre los adversarios con una menor capacidad tecnológica, la otra forma de asimetría, denominada de voluntad, según los autores, corresponde a la importancia que los distintos adversarios otorgan a sus respectivos intereses, en cuarto lugar, la forma de asimetría moral que se expresa en el campo táctico y operacional responde al grado de convicción de obtener la victoria, en el quinto lugar, se enumera la asimetría normativa que hace énfasis en las diferencias entre los «estándares éticos» que manejen cada uno de los implicados en una confrontación, la sexta forma de asimetría, hace referencia al nivel organizacional en cuanto que nuevas formas organizacionales pueden representar ventajas frente al adversario e incluso pueden llegar a disminuir o inutilizar las ventajas de la asimetría tecnológica, por último, existe la asimetría temporal en la que juega un papel determinante la percepción que del tiempo tenga cada uno de los adversarios.

La preocupación por neutralizar las ventajas que puede dar el uso de la asimetría en cualquiera de sus formas, dio paso a una serie de formulaciones estratégicas para contrarrestar la asimetría negativa. Metz y Johnson, reseñan cinco conceptos estratégicos para el logro de este objetivo: máxima adaptabilidad y flexibilidad conceptual y organizacional, inteligencia enfocada, mínima vulnerabilidad, precisión dimensional total, seguridad integral del territorio nacional. La aplicación práctica de estos cinco conceptos termina siendo poco ortodoxa en la observación de ciertas reglas del Derecho Internacional Humanitario. Así, por ejemplo, el hecho de que la máxima adaptabilidad y flexibilidad conceptual signifique cierta permisividad en el involucramiento de civiles en operaciones militares, pone en tela de juicio la idea de observar y respetar la condición de civil en una confrontación armada. Mucho más preocupante aún, es que bajo este concepto muchos estados puedan acudir al involucramiento de civiles en una confrontación con la idea de reducir la asimetría negativa frente a los grupos que lo confrontan.

En lo referente a la inteligencia enfocada, se trata de aprovechar los nuevos sistemas de inteligencia con el fin de detectar aquellas amenazas no tradicionales, en una palabra, aplicar nuevos enfoques de inteligencia para nuevas amenazas. No obstante, podría decirse aquí que en no pocas ocasiones esta inteligencia se ha traducido en una vigilancia general de la vida privada de las personas. De esta manera, la inteligencia enfocada corre muy fácilmente el riesgo de desenfocarse y pasar a una situación de inteligencia generalizada en la que, definitivamente, los límites entre lo público y lo privado se vuelven demasiado gelatinosos. La adquisición de bases de datos con información privada, comercial, laboral y familiar de millones de personas en el mundo, por Estados Unidos y de otros países del llamado primer orden, resulta útil para mostrar la vaguedad del concepto de inteligencia enfocada, pues en últimas, los límites del foco, tal como sucede en las cámaras fotográficas, se pueden expandir de acuerdo a la capacidad de enfoque de cada estado o coalición de estados. De esta forma se explica el por qué la inteligencia enfocada en Estados Unidos, encuadra en su foco a todo el globo terrestre.

El otro concepto estratégico, correspondiente al de la mínima vulnerabilidad, consiste en una protección dimensional total y una mayor movilidad en el teatro de operaciones incluida la reconfiguración de teatros o áreas de operaciones. Aquí se corre un riesgo parecido al que se presenta en el de la inteligencia enfocada. La protección dimensional total, en tanto que busca reducir cualquier foco, por pequeño que sea, que vulnere la seguridad de un estado, culmina ineludiblemente convirtiendo a toda la población en sospechosa y a cada individuo en un potencial enemigo. Ya no se protege a las sociedades solamente de grupos y organizaciones que recurren a la violencia para cuestionar el orden político existente, sino, y a veces principalmente, de sus mismos individuos. En este sentido, la protección dimensional total toma como unidad básica de riesgo no a los grupos sino al individuo con lo que cada individuo debe ser monitoreado con el fin de reaccionar rápidamente ante cualquier eventualidad que decidan emprender en cualquier momento cada uno de ellos. Tal concepción supuso un vuelco total en la estrategia de la defensa y la seguridad de los estados cuyos potenciales enemigos no son ya solamente países, regiones internas o externas inconformes, organizaciones sino sus propios individuos aislados o cualquier individuo de cualquier parte del globo.

El concepto de precisión dimensional total se refiere a la necesidad de tener una cabal comprensión de la dimensión de la confrontación o posible confrontación. Esto comprende una completa precisión física, es decir, una total capacidad de ajustar los efectos deseados de un arma particular con el efecto producido. La ambigüedad de este concepto descansa en que el efecto producido depende del efecto deseado, con lo que, si el deseo es ocasionar daños a una gran franja de la población, el efecto producido estaría justificado. En esta lógica, los devastadores efectos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki lanzadas por los Estados Unidos con el propósito de asegurar la rendición total de sus enemigos japoneses en la Segunda Guerra Mundial, no tendrían por qué ser cuestionados, pues el efecto producido fue calculadamente el efecto deseado.

Por último, la precisión psicológica que consiste en que las operaciones militares deben estar diseñadas para obtener las actitudes y percepciones deseadas en la población y la utilización de armas no letales pero efectivas. ¿Cómo se logran estas actitudes y percepciones deseadas? ¿Cuáles son esos efectos deseados? ¿Qué significa aquello de armas no letales pero efectivas? ¿Qué quiere decirse con no letal y que quiere decirse con efectivas? Recientemente hemos asistido a la presentación en sociedad de armas sofisticadas no convencionales y a teatrales demostraciones de su aplicación por parte de la policía de distintos países, sobre todo en vísperas de eventos especiales, como olimpiadas o mundiales de fútbol, destinadas a neutralizar la amenaza delincuencial y terrorista.

Ondas de ultrasonido, electricidad paralizante, gases que anulan por instantes el sistema nervioso central, hacen parte de las armas no letales pero efectivas, del arsenal dispuesto para garantizar la seguridad colectiva e individual en la cotidianidad, pero sobre todo en los eventos de asistencia masiva.

Ahora bien, de nuevo la vaguedad que encierra la definición de precisión psicológica, en cuanto que las operaciones militares deben estar diseñadas para obtener las actitudes y percepciones deseadas en la población, ofrece un margen enorme en el que los límites de los resultados dependen de los efectos deseados. Por esta vía, repetimos, no existe ninguna acción bélica sancionable o repudiable. La experiencia del nazismo en Alemania, puede ser un buen ejemplo histórico para ilustrar esta situación. Si se trataba de la eliminación judía como prerrequisito para alcanzar la raza superior, el efecto deseado en la percepción y en las actitudes del pueblo alemán fue de un mayoritario apoyo.

Como puede verse, estos cinco criterios estratégicos conllevan ciertos riesgos que en vez de contrarrestar la asimetría negativa pueden terminar dando paso a nuevas asimetrías. Como señalamos arriba, la percepción de una excesiva y onerosa intromisión en la vida privada de las personas o un tratamiento permanente de sospechosos, puede convertirse en un bumerang en el que en vez de un sentimiento de seguridad se genere uno de alta inseguridad y desconfianza que puede dar paso a un nuevo ciclo de confrontación asimétrica. Esto es lo que suele presentarse en las respuestas a los atentados terroristas, por ejemplo, y que Montserrat Bordes llama como la «transferencia de la culpa», en donde el atacado puede aparecer no sólo como el atacante sino como un atacante excesivamente cruel (Bordes, 2000, p. 26).

Por ahora, el enunciado de estos temas nos sirve para introducirnos en la conceptualización de terrorismo, sin embargo, son ejes gruesos en la discusión que me propongo abordar en la segunda parte sobre las relaciones entre la guerra asimétrica y el terrorismo.

Terrorismo

La conceptualización del terrorismo no es una simple disquisición semántica, por el contrario, tratándose de un hecho social cuyo desarrollo puede alterar el curso de la historia, sea en el sentido que sea, su definición no sólo es una necesidad social sino un deber ineludible para los académicos. La advertencia de Bordes sobre la gran pasionalidad con la que se usa el término, nos alerta sobre su inmediata relativización semejando al terrorismo con el «mitológico Jano bifronte» en el que como en todo acto político «lo que para unos es un mero gesto de ostentación de poder, para otros puede ser un ejercicio en pro del mantenimiento de la ley» (Bordes, 2000, p. 19). De esta manera, el uso del término terrorista depende de quién lo diga y desde dónde lo diga, con lo cual el término adquiere un carácter «polisémico» como usualmente se dice por estos tiempos.

Para los académicos cuyo interés principal se supone es la interpretación acertada de los acontecimientos históricos, bien valdría la pena que ensayaran a «aproximarse al concepto de terrorista eludiendo el elemento evaluativo que comporta el color emotivo del término» (Bordes, 2000, p. 21). No obstante, en la medida en que los estudiosos y los científicos pertenecen a un determinado o determinados grupos sociales que les exigen tomar decisiones y posiciones al interior de un sistema social3, sus reflexiones no son totalmente objetivas, sino que existe cierta subjetividad de acuerdo con las prioridades de lealtad que se atribuya a cada uno de los grupos y roles que el científico y el académico desempeñan a lo largo de su vida. De esta manera, partimos de considerar que lejos de la idea de una academia aséptica en la que la objetividad elevada a principio supremo de la verdad rige monástica y falazmente la vida de los investigadores, en la academia como en todas las «instituciones constituyentes del moderno sistema mundial» confluye o puede confluir una «gran gama de grupos sociales, en contactos, en colusión, y, por encima de todo, en conflicto los unos con los otros» (Wallerstein, 2005, p. 17).

Es en este sentido, cuando una vez más Bordes no nos llama a engaño al advertirnos que «en general, las definiciones [de terrorismo] que ofrecían los organismos oficiales internacionales eran claramente filoestatalistas, es decir, protegían a los estados incondicionalmente, sin distinguir entre actos insurgentes de terrorismo dirigidos contra estados demócratas de actos semejantes perpetrados contra estados dictatoriales y pseudo democráticos». (Bordes, 2000, p. 22-23). No se trata aquí de un juicio de valor o moralizante sobre la posición que un determinado grupo social o un individuo de un grupo social tome sobre un hecho particular, sino de hacer hincapié en los usos políticos que pueden tener las definiciones de un concepto. Bordes ofrece ejemplos de cómo las «coloraciones emotivas engendraron definiciones perversas» del terrorismo, como la ofrecida por el gobierno del apartheid en Suráfrica en 1967, o la del Código Penal español en 1971, o la del Convenio de Estrasburgo en 1977 (Para consultar en detalle véase: Bordes, 2000). En conclusión, Bordes termina afirmando que la homologación del terrorismo con la barbarie es una buena forma de ocultar estratégicamente otras formas de barbarie no denunciadas.

Con estas advertencias presentes, podemos ahora ocuparnos de algunas definiciones de terrorismo. Vale la pena aclarar que el debate sobre las definiciones de terrorismo no se inaugura con la caída de las Torres Gemelas en el año 2001 como puede creerse debido al boom que ha adquirido el tema a raíz de tales acontecimientos, sino que hace parte de una tradición que bien puede remontarse al siglo XIX4, con el denominado «terrorismo clásico» (Bordes, 2000, p. 26). Sin embargo, es sólo con la experiencia jacobina, especialmente entre 1793 y 1794, cuando el uso del terror encuentra un antecedente exitoso como instrumento de «convicción política» (Bordes 2000, p. 25).

Para Bordes un terrorista es «todo activista miembro de un grupo no estatal que, desde una situación de inferioridad militar respecto de su contrincante bélico estatal y a partir del terror generado por la realización de acciones violentas propagandísticas, apunta a conseguir un objetivo político contra este último» (Bordes, 2000, p. 24). De esta forma, según la autora, es posible remarcar la diferencia entre el terrorista con el delincuente, entre el terrorista con el soldado en una guerra convencional y entre el terrorismo, como tal, y el terrorismo de Estado.

Por su parte, Peter Waldmann entiende por terrorismo «atentados violentos escandalosos contra un orden político, preparados y organizados desde la clandestinidad» (Waldmann, 2007, p. 63). La definición de Waldmann se orienta conscientemente, según él mismo, a deslindar con la opinión mayoritaria que habla de terrorismo de estado, pues las élites del estado a lo sumo pueden establecer un régimen de terror, pero no una estrategia terrorista contra la población. Además, continúa el autor, en la medida en que el terrorismo es un proceder violento contra un orden político, su aplicación por parte de ese orden político resulta un contrasentido.

Tanto en la definición de Bordes como en la de Waldmann se destaca el carácter político que atribuyen al terrorismo. Waldmann, por ejemplo, señala que «es importante la dimensión política del fenómeno, que también se expresa en las intenciones y finalidades políticas de los terroristas» excluyendo que «el uso de presión, coacción o extorsión entre particulares, como, por ejemplo, entre dos socios comerciales o dentro de una familia, no puede denominarse terrorista ya que éste tiene efecto sobre el espacio político, o sea, contiene un componente publico irrenunciable» (Waldmann, 2007, p. 62). Apuntando en esa misma dirección, Bordes afirma que contrario al delincuente cuyas actuaciones están movidas por los intereses particulares, «el terrorista suele perseguir su objetivo político contra un estado que reprime u obstaculiza su realización» (Bordes, 2000, p. 31).

Otro punto común en ambos autores es la consideración de que el terrorismo al decir de Waldmann «es la forma más extrema de lo que en la literatura especializada más reciente se denomina constelación asimétrica de conflictos» (Waldmann, 2007, p. 63). En efecto, para Waldmann «el terrorismo es la estrategia de lucha preferida por las asociaciones violentas pequeñas y débiles». Bordes por su parte atribuye la condición del terrorismo a la «imposibilidad fáctica circunstancial de organizar una revolución... o incluso una agrupación más amplia y cohesionada como una guerrilla» (Bordes, 2000, p. 32). En síntesis, para Bordes el componente asimétrico que comporta el terrorismo es casi «definicional».

Pues bien, si de acuerdo con la definición de Metz y Johnson, la asimetría consiste en utilizar las diferencias para obtener ventaja sobre un enemigo generalmente más poderoso, y si el terrorismo representa una expresión de esa confrontación asimétrica es preciso responder ¿cuáles son las relaciones que se pueden establecer entre terrorismo y luchas o guerras asimétricas? Y en ese sentido alejarnos de la moralidad en la que se incurre cuando se analizan las acciones terroristas.

Relaciones entre asimetría y terrorismo

Algunos analistas coinciden en que el terrorismo es ante todo un modelo de guerra asimétrica utilizada por pequeños grupos cuya capacidad organizativa no alcanza para pensar en la conformación de grupos más cohesionados o sólidos como una guerrilla. De esta manera, en la base de la conformación de un grupo terrorista y en el desarrollo de sus acciones, se encuentra un claro componente de asimetría que exige un alto grado de clandestinización, por ejemplo, para evitar ser golpeados por las fuerzas estatales claramente superiores a ellos.

En la mirada de Metz y Johnson, la asimetría es una herramienta más, de las múltiples existentes para obtener ventaja o contrarrestar la ventaja del enemigo. Y en razón de ello, es que en su texto terminan recomendando a los Estados Unidos la aplicación de los cinco conceptos estratégicos para contrarrestar las asimetrías negativas que pudo haber despertado la guerra del Golfo.

A este respecto, juega un papel primordial, por ejemplo, las asimetrías en el uso de las tecnologías y los medios de información, que pueden otorgar una ventaja enorme en modelar determinada percepción en la opinión pública. Bordes, reseña cómo, por ejemplo, el uso de la etiqueta terrorista resultó siendo un instrumento bastante eficaz en la política de estigmatización de los Estados Unidos en contra de sus adversarios ideológicos y cómo también, el uso del término terrorismo de Estado fue puesto de nuevo en el centro de la discusión por el presidente Reagan, con el fin de condenar ciertas acciones del aparato de Estado de Moscú durante la guerra fría. Una vez más nos encontramos con que el uso del término terrorista conlleva ciertas cargas valorativas en las que dependiendo de quien las aplique pueden resultar siendo vistas como negativas o positivas (Bordes, 2000, p. 23).

Alejarse de las apreciaciones emotivas para considerar el terrorismo como una acción colectiva que mediante la violencia indiscriminada o selectiva pretende conseguir determinados objetivos políticos a través de la aplicación del terror, entendido éste último como un miedo extremo, ayudaría a entender de mejor manera las expresiones de este fenómeno en el actual contexto de globalización. En ese sentido, lo esencial del terror del terrorismo, según Bordes, no es lo real, sino lo potencial. Es el sentimiento de vulnerabilidad que genera en la población al sentir que las instituciones destinadas a garantizar su seguridad resultan inoperantes. He aquí pues que el efecto buscado por el acto terrorista es la cara opuesta al objetivo del concepto estratégico de mínima vulnerabilidad que pretende cubrir todo punto de debilidad en la seguridad de la población.

Desde esta perspectiva nos encontramos con que la asimetría negativa que se produce con el terrorismo es contrarrestada con otras formas de asimetría que pueden ir desde un mayor aumento en el gasto militar y en el crecimiento de los efectivos para garantizar una mínima vulnerabilidad hasta las asimetrías tecnológicas a través de pulsos electrónicos, triangulaciones satelitales, dispositivos de audios telemétricos y el manejo de los medios masivos de comunicación, entre otros. Con un poco de atención nos damos cuenta que en esta mirada el terrorismo aparece como una especie de «acciones violentas propagandísticas» que cuestiona la legitimidad de un estado que enfrenta de manera desigual a unos «aparatos» con mayor poder de coacción y dominación, destinada más a conquistar la «mente y los corazones» que el territorio que ocupa determinado grupo social (Bordes, 2000, p. 28). De forma más abreviada, Waldmann termina concluyendo que el terrorismo es, en esencia, una estrategia de comunicación. (Waldmann, 2007, p. 65).

La cuestión sobre la naturaleza intrínseca de la asimetría en el terrorismo nos lleva a mirar por qué a la vez que se reconoce esta inferioridad que obliga por supuesto a aplicar la asimetría en la búsqueda de reducir las ventajas del enemigo, se termina calificando al terrorismo como un método malo en la persecución de tal fin. Esta discusión pone en el centro el viejo cuestionamiento sobre los medios y fines en los que para algunos desde una perspectiva realista de la confrontación afirman que con tal de conseguir los fines no importan los medios, mientras que para otros desde una perspectiva más moralizante el fin no puede justificar los medios. Lo cierto es que, desde una perspectiva realista, en la historia de la humanidad, las desventajas militares han sido tratadas de superar por métodos no convencionales que, aunque puedan conllevar a la reprobación moral, pueden resultar definitivos a la hora de inclinar la balanza en una confrontación militar.

El terrorismo en tanto expresión de una asimetría ha de ser visto pues, como un acto colectivo, así sea de un colectivo muy pequeño, inmerso en el entramado de las relaciones de un sistema social y no por fuera de éste. Contrario a la idea de que los actos terroristas responden a conductas de individuos desquiciados y antisociales, Bordes nos llama a mirar este tipo de acciones enmarcadas dentro de una red de colaboradores denominadas como el «campo gravitacional» del grupo terrorista sin la cual sería imposible su supervivencia (Bordes, 2000, p. 59). De igual forma resulta imposible pensar en un grupo terrorista sin ninguna cohesión ideológica, pues la experiencia histórica permite más bien pensar en que los grupos terroristas «suelen estar internamente jerarquizados según un sistema de división del trabajo apto para la organización... en el que de algún modo se imparte la formación ideológica relevante para forjar cuadros revolucionarios y difundir la ideología del compromiso con las armas» (Bordes, 2000, p. 60).

Entonces si las acciones terroristas no son el resultado de conductas individuales sino de colectivos que se organizan para hacer de las acciones violentas el principal mecanismo de información sobre su inconformidad con un determinado orden político, social o económico, y si a la vez este tipo de acciones terroristas más que a una deliberada intención responden a la debilidad estructural del adversario que se ve obligado a acudir a tales formas ante la superioridad de su enemigo, ¿qué es lo que lo hace condenable?

En primer lugar, podrá argumentarse que en la medida en que no todos los grupos que muestran inconformidad con un determinado orden han optado por la vía violenta, el componente volitivo juega un papel importante en la pertenencia a un grupo terrorista. Así parece opinar Fernando Reinares quien aclara que, por ejemplo, los adolescentes pertenecientes a ETA, uno de los considerados grupos terroristas más importantes en la historia reciente de Europa, «antes de ser reclutados por la organización terrorista, esos jóvenes casi adolescentes habían sido ya socializados, sobre todo en el seno del hogar familiar o dentro de la cuadrilla de amigos, en algunas ideas esenciales de un nacionalismo vasco étnico y excluyente...» (Reinares, 2001, p. 13).

Sin embargo, lo que aquí está presente son una serie de condiciones sociales que terminan moldeando desde temprana edad la pertenencia a unos patrones ideológicos que hacen más fácil optar por la vía violenta, en el que a veces la idea de «persecución de un mismo enemigo es el factor de cohesión único en la definición del grupo» (Bordes, 2000, p. 64). El entorno entonces entra a jugar un papel importante en la decisión de un determinado individuo para optar por la vía del terrorismo. Citando a Bion, Bordes enumera algunos aspectos psicológicos que también han de ser tenido en cuenta para analizar la decisión de un individuo de hacer parte de alguna organización terrorista: por un lado, se encuentra la convicción de su derecho a la lucha contra un orden exterior, en segundo lugar, estaría la dependencia de un líder y por último la mesiánica de salvar a la sociedad de un orden que pone en peligro a la sociedad de alcanzar un mundo mejor (Bordes, 2000, p. 65).

En conclusión, para Bordes, el terrorismo es la expresión de un repudio al sistema capitalista en el que a diferencia de lo que ella llama la etapa de crisis de confianza no se pone en cuestión a los ejecutores del sistema a través de protestas airadas, sino al sistema mismo a través de acciones aisladas de violencia por parte de «grupos que no cuentan con la fuerza suficiente para organizar una amplia campaña de guerrilla». En definitiva, remata Bordes, parece ser que, como advirtiera en su momento el viejo anarquista ruso Kropotkin, el «terrorismo es el arma de los débiles».

Referencias

Bordes, M. (2000). El terrorismo: una lectura analítica. Barcelona: Ediciones Bellaterra. [ Links ]

Metz, S. & Johnson, D. (2003). Asymetry and U.S. Military Strategy: definition, background and strategic concepts. Carlisle: Strategic Studies Institute. [ Links ]

Waldmann, P. (2007). Guerra civil, terrorismo y anomia social. El caso colombiano en un contexto globalizado. Bogotá: Editorial Norma S.A. [ Links ]

Reinares, F. (2011). Patriotas de la muerte. Quiénes han militado en ETA y por qué. Barcelona: Editorial Taurus. [ Links ]

Wallerstein, I. (2005) El Moderno Sistema Mundial. Tomo I. Ciudad de México, D.F. Editorial Siglo XXI. [ Links ]

Institute for Economics & Peace. (2017). The Global Terrorism Index 2017. Recuperado de: http://visionofhumanity.org/app/uploads/2017/11/Global-Terrorism-Index-2017.pdf. [ Links ]

1El presente artículo es producto de la investigación sobre terrorismo, adelantada por el autor en el Grupo de Estudios sobre Estado, Sociedad Civil y Globalización de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca.

Cómo citar este artículo: Baleta López, E. (2018). Terrorismo, tecnología y guerra asimétrica. Tabula Rasa, (28), 371-384. Doi: https://doi.org/10.25058/20112742.n28.16

1The Global Terrorism Index (GTI) es un estudio exhaustivo que analiza el impacto del terrorismo en 163 países y que abarca el 99,7% de la población mundial (GTI, 2017, p. 6)

2Los atentados en Barcelona y Cambrils, al producirse muy cerca de la fecha de su publicación, no están incluidos en las estadisticas del GTI 2017.

3Para una complete mirada sobre el concepto de sistema social, puede consultarse la excepcional obra de Immanuel Wallerstein, El Moderno Sistema Mundial. Tomos I, II y III. Ciudad de México, D.F. Editorial Siglo XXI, 2005.

4Para Bordes se puede distinguir un «terrorismo clásico» de finales del siglo XIX y comienzos del XX , en donde la figura del héroe libertador anarquista ruso que castiga al zarismo y su burocracia cruel se contrapone al «terrorismo contemporáneo» aparecido en los años sesentas cuya figura central es la de un «aburguesado pseudorevolucionario sin escrúpulos, de oscuros ideales partidistas que mata a sangre fría al anónimo ciudadano en la calle».

Recibido: 12 de Octubre de 2017; Aprobado: 23 de Abril de 2018

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