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Tabula Rasa

versão impressa ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.29 Bogotá jul./dez. 2018

https://doi.org/10.25058/20112742.n29.07 

Desde el Ático

Lo colonial en la contemporaneidad. Imaginario, archivo, memoria1

The Colonial in Contemporaneity. Imaginary, Archive, Memory

O colonial na contemporaneidade. Imaginário, arquivo, memória

Laura Catelli2  3 

2 Ph.D. University of Pennsylvania (en Estudios Hispánicos). Profesora Titular de la cátedra Problemática del Arte Latinoamericano del Siglo XX en la Escuela de Bellas Artes.

3 Investigadora asistente en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades y directora del Centro de Investigaciones y Estudios en Teoría Poscolonial (IECH, UNR-Conicet). Universidad Nacional del Rosario / Conicet, Argentina. laura_catelli@hotmail.com


Resumen:

Este artículo explora preguntas en torno a los sentidos de lo colonial en la contemporaneidad. Específicamente, se abordan los temas de lo imaginario, el archivo y la memoria cultural con relación a lo colonial. Se enfatiza el potencial crítico y político de heurísticas que puedan surgir a partir de esta configuración y sean capaces de producir dislocaciones profundas en el entramado de dispositivos y formaciones imaginarias moderno/coloniales. Estas inquietudes se ponen en discusión a partir de la experiencia de mi primer seminario de estudios coloniales en Estados Unidos, simultánea con el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 y el comienzo oficial de la Guerra Contra el Terrorismo. Se valorizan los espacios institucionales en los que lo imaginario colonial instituido puede ser disputado por distintos actores, y se propone observar nuestras prácticas y posiciones en los dominios de injerencia que nos sean propios con respecto a cómo construimos imaginarios y memoria hoy.

Palabras clave: colonial; imaginario; archivo; memoria, poscolonialismo; estudios coloniales

Abstract:

This paper explores questions around the senses of the colonial in contemporary times. Specifically, I will address the topics of the imaginary, archive, and cultural memory in relation to the colonial. I will underscore the critical and political potential of heuristics that may arise from that configuration, to produce deep dislocations within the framework of modern/colonial imaginary devices and formations. These concerns are brought up in light of the experience of my first doctoral seminar in Colonial Studies in the United States, simultaneous to the attack on the Twin Towers on September 11, 2001, and the official beginning of the War on Terror. This essay highlights the institutional spaces where the established colonial imaginary can be disputed by different actors, and aims to look upon our practices and stances in the our domains of intervention, concerning how we are building upon imaginaries and memory in the present.

Keywords: colonial; imaginary; archive; memory, post-colonialism; colonial studies

Resumo:

Este artigo explora questões sobre os sentidos do colonialismo na contemporaneidade. Abordam-se, especificamente, os temas de imaginário, arquivo e memória cultural em relação ao colonial. Enfatiza o potencial crítico e político das heurísticas que podem surgir dessa configuração e que podem ser capazes de produzir deslocamentos profundos na rede de dispositivos e formações imaginárias moderno-coloniais. Estas inquietações são colocadas em discussão a partir da experiência do meu primeiro seminário de estudos coloniais nos Estados Unidos, ocorrido simultaneamente ao ataque às Torres Gêmeas em 11 de setembro de 2001 e ao início oficial da guerra contra o terrorismo. Espaços institucionais em que o imaginário colonial já instituído pode ser disputado por diferentes atores são valorizados e se propõe observar as nossas práticas e posições nos campos de ingerência, que nos sejam próprios acerca de como construímos hoje imaginários e memória.

Palavras-chave: colonial; imaginário; arquivo; memória; pós-colonialismo; estudos coloniais

Los vínculos entre el pasado, que me esfuerzo por entender, y el presente, que me motiva a hablar y escribir, no siempre son evidentes. De ahí la necesidad constante de nuevas interpretaciones (comprender el pasado y hablar el presente), ya sea de textos, acontecimientos, acciones o ideas.

Walter Mignolo, El lado más oscuro del renacimiento (2016, p. 42).

Cuando cursé mi primer seminario de doctorado en estudios coloniales corría el año 2001. La mañana del 11 de septiembre estudiaba en la cocina de mi casa para el seminario «Poder y narración: la invención de un discurso colonial en Latinoamérica», dictado por Yolanda Martínez-San Miguel, a solo 45 minutos de Manhattan, donde ocurrió el ataque a las Torres Gemelas. Tenía veinticuatro años, era mi primer seminario de estudios coloniales y me había anotado sin ganas, obligada por los requisitos del programa en Estudios Hispánicos del Departamento de Español y Portugués de Rutgers University. Este artículo, que propone una reflexión sobre lo imaginario, el archivo y la memoria cultural de lo colonial, sus funciones y posibilidades en la formación del pensamiento crítico y la vida política en nuestro presente poscolonial, tiene que ver con ese momento del año 2001. Mientras en el seminario explorábamos la cuestión colonial en el contexto latinoamericano, George W. Bush declaraba en un discurso el comienzo de la Guerra contra el Terrorismo1, diez días vertiginosos después del ataque. Con ese discurso se anunciaba oficialmente el inminente proceso de consolidación de un estado de excepción global2 para resguardar la libertad, la democracia y la forma de vida estadounidense y cristiana. En aquel momento comenzó un ciclo más de socavamiento del Estado de derecho, del orden democrático y el derecho internacional, sin dudas ligado al rol geopolítico de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Dicho ciclo respondía al declive de la amenaza comunista (Chomsky, 1991) y a la necesidad de llenar el vacío del fantasma rojo con nuevos chivos expiatorios, como el narcotráfico y el terrorismo, que justificaran la continuidad de un marco de dominación funcional a los intereses del capitalismo financiero, extractivista y salvaje.

Los sucesos vinculados al 11 de septiembre y mi experiencia en el seminario de estudios coloniales produjeron una articulación compleja que influyó en mi percepción crítica sobre el pasado. Hoy, una retrospectiva considerable me permite percibir que las historias y discursos del colonialismo que empezaba a estudiar hacían un contrapunto con el presente que se vivía y generaban una serie de comparaciones, asociaciones, también contrastes, que en líneas generales ponían a la vista la persistencia del padrón de relaciones de fuerza que Aníbal Quijano definió, por esa misma época, con la noción de colonialidad del poder3. Este texto crucial de Quiijano produjo un fuerte impacto en mi perspectiva sobre la situación que se desarrolló a partir del 11 de septiembre. El contexto en que lo leí́, por su énfasis en la clasificación de la población global en función de un proyecto de dominación económica, política, cultural, hacía visible el proceso de clasificación contemporáneo, desatado fuertemente en aquel momento sobre los pueblos musulmanes. El concepto de colonialidad del poder establecía una relación de continuidad entre la conquista del Nuevo Mundo y la globalización, que a partir de 2001 se resignificó en el marco de la Guerra contra el Terrorismo4.

Los meses que duró el seminario estuvieron marcados por la analogía entre la violencia del colonialismo pasado y la del presente5. Recordemos que hoy estamos a más de quince años de un masivo punto de inflexión en el proceso de dominación global de la potencia del norte y sus aliados. En ese lapso hemos sido testigos de múltiples actos de violencia enmarcados en la militarización de regiones geopolíticas económicamente estratégicas, el despliegue de fuerzas represivas, la vulneración de los diferentes marcos de derecho (resultantes en aberraciones como Guantánamo y Abu Ghraib), y su articulación con el dispositivo mediático. La espectacularización del ejercicio de la fuerza, como en los casos de la ejecución de Saddam Hussein (2003), el asesinato de Muamar el Gadafi (2011), o la «Operación Gerónimo» (como el guerrero apache) que culminó con la ejecución de Osama Bin Laden (2011), ha sido una marca específica de la Guerra contra el Terrorismo. Hemos sido testigos de innumerables bombardeos e invasiones de territorios soberanos. Tantos momentos tenebrosos del proceso de militarización planetaria, de la mediatización global, de la flexibilización de la economía mundial, del avasallamiento de las economías nacionales y regionales, mientras continúa el avance cada vez más intenso de grandes intereses financieros sobre recursos no renovables. Vivimos una alarmante reducción de garantías ciudadanas bajo una ideología de supremacía patriarcal, blanca y cristiana que ha vuelto a reforzar los nefastos legados de cinco siglos de colonialismo europeo y los virulentos odios religiosos de aún más larga data, en el marco del capitalismo financiero salvaje y el avance de las ceocracias6. En ese periodo fui formándome, cada vez más lejos del desinterés en lo colonial que sentía aquella mañana de septiembre, y cada vez más inmersa en una dinámica de comparaciones y analogías7 a través de las cuales el pasado se me hacía más inteligible, y el presente también8.

Lo colonial como posición en el presente

Esta dinámica de comparaciones produjo un contrapunto y un desplazamiento de lo colonial, del pasado, como «pasado». Lo colonial, más que como una suerte de «contenido» perteneciente a un archivo al que me introducía el seminario, comenzó a configurarse como una posición compleja (2000, p. 13), formulada en el presente. No era una sensación de «fin de la historia» a la Gianni Vattimo, en que «las condiciones de la historia contemporánea producen una deshistorización de la experiencia» (1986, p. 17) y «la experiencia posmoderna de la verdad, es, probablemente, una experiencia estética y retórica» (1986, p. 20), vacía y dispersa. El seminario de estudios coloniales puso en tela de juicio la universalidad de la experiencia posmoderna de la historia9 al examinar las dinámicas de poder coloniales desde la construcción de las narrativas dominantes.

Por otro lado, el curso se preguntaba por ciertos aspectos del campo de estudios con relación al campo expandido del latinoamericanismo, es decir que se sugería una conexión entre las narrativas, el poder, y los discursos críticos10. Gustavo Verdesio sostiene que en los estudios coloniales no hay lugar para un pensamiento no posicional (2002, p. 12), y efectivamente, en los estudios coloniales se producen y construyen posiciones constantemente, si bien no siempre de manera consciente. Aquel seminario fue el primer espacio institucional, académico, en el cual pude comenzar a construir una posición que, lejos de producir un vaciamiento, reveló andamiajes ideológicos e imaginarios, legados del colonialismo, que continuaban funcionando. El aula no estaba separada del resto del mundo.

En este apartado intentaré abordar algunos puntos, en el contexto específico del ámbito académico y los estudios coloniales, para dar lugar a una exploración sobre los modos en que ciertos registros críticos y analíticos confluyen y entran en tensión con lo imaginario, el archivo y la experiencia de la memoria. Sobre ellos trata el próximo apartado del ensayo. Subyacen, como se advertirá, una inquietud crítica y una búsqueda en el terreno de lo pedagógico, que intentan trascender preguntas específicamente orientadas hacia el campo de los estudios coloniales y servir como puntos de partida para propiciar intervenciones en otros ámbitos afectados por los diseños del entramado imaginario colonial y poscolonial.

Como decía al principio, mi incursión en los estudios coloniales no fue completamente entusiasta, pero, a pesar de mi desinterés inicial, una vez que el seminario empezó me volqué rápidamente a las nuevas lecturas. Recuerdo el detenimiento y la atención propios del close reading y el análisis discursivo en los encuentros del pequeño grupo en la mesa de la sala de profesores. Intentaba situar todo en contexto histórico y en distintos espacios. Estimulada por las preguntas y las discusiones, me dirigía a otras partes del archivo en busca de más insumos, queriendo concentrar espesor y especificidad en torno a mis lecturas y formulaciones.

Este proceso inicial puso a la vista grandes vacíos de información y conocimientos11. El acceso al archivo enriqueció un imaginario sobre la conquista y lo colonial que sentía como formado pero que, a la vez, carecía de contacto directo con registros textuales, documentales y materiales. Seguramente mi paso por la educación primaria sarmientina y por el sistema norteamericano jugaron un rol importante en la configuración de esos vacíos12. Las lecturas del seminario alteraron drásticamente mi imaginario sobre la conquista y lo colonial, una vez que comencé a acceder al archivo y a adquirir conciencia sobre las lagunas que moldeaban los contornos de mi memoria y mi posición en aquel presente.

A la vez, el abordaje de análisis de discurso propuesto por el seminario no nos presentaba textos literarios o documentos históricos sino discursos, sujetos, relaciones y prácticas de poder13. El conjunto de lecturas primarias y secundarias que introdujo Martínez-San Miguel abordaba el archivo colonial atendiendo expresamente a la relación entre poder y narración. El objetivo central era resaltar las estrategias discursivas de la escritura colonial para comprender algo llamado «la condición colonial» y entender cómo ella era incorporada en la producción discursiva, «resignificar la relación entre poder y narración, para identificar las estrategias discursivas distintivas de la escritura colonial latinoamericana» (Martínez-San Miguel, 2001). El énfasis del seminario en el análisis del discurso colonial produjo una desactivación del esquema binario de colonizador y colonizado14, o de conquistadores y vencidos, dando lugar a voces y perspectivas de agencias mestizas, criollas, indígenas, femeninas, presencias en el archivo que mostraban una serie de posiciones de sujeto y discursividades ambivalentes que no siempre articulaban perspectivas claramente anticoloniales. Lo colonial se iba configurando como una sumatoria de instancias vinculadas al archivo en las que la institución, o el establecimiento de las perspectivas de ciertos sujetos, se veía puesta en juego, como el caso de Felipe Guaman Poma de Ayala15, una voz indígena que, sin ser anticolonialista, desarrolla una crítica a las instituciones y políticas coloniales en el Perú en la Nueva corónica y buen gobierno (1615-1616) (un texto que «se pierde», nunca llega a manos de su destinatario, Felipe IV, y es encontrado en un archivo de Dinamarca casi tres siglos después, en 1908); o La Respuesta (1691) de Sor Juana, una voz de mujer que se inmiscuye en el archivo de los padres jesuitas para argumentar a favor de la educación de las mujeres, gracias a un virtuoso despliegue de estrategias y astucias retóricas, en un peligroso contexto inquisitorial16.

Además de producir estos y otros análisis en torno al archivo, el curso examinaba algunas operaciones críticas dentro del campo de los estudios coloniales tras su crisis, así como la relación de éste con el latinoamericanismo17. En aquel momento, esta dimensión metacrítica18 no era fácil de captar. Las preguntas que este ensayo propone en torno a lo imaginario colonial retoma interrogantes planteados por la «crisis» de los estudios coloniales en los años ochenta y principios de los noventa, y que aquel seminario presentó como un problema a seguir pensando y debatiendo: ¿cómo se ha narrado lo colonial, entendiendo la narración y la construcción discursiva y simbólica del Nuevo Mundo como funciones del poder colonial? ¿Qué vacíos y ausencias son parte aún del archivo que configura el campo de estudios? ¿Qué problematizaciones se han desarrollado al respecto de esas construcciones, y cuáles son sus posibles efectos políticos?19 Muchas de estas inquietudes ya las había formulado Walter Mignolo en la Introducción de The Darker Side of the Renaissance, publicado en inglés en 1995 y en español recién en 2016. Este libro fundamental de Mignolo produjo una dislocación crucial en mi imaginario sobre la conquista y el colonialismo. Me impresiona la persistencia que estas formulaciones sobre el locus de enunciación, que leí en el seminario, han tenido en mi conceptualización de lo colonial como problemática que excede el campo de estudios,

el locus de enunciación que se construye […] para comprender el pasado no puede separarse del hablar y comprender el presente, así como el sujeto disciplinario (o epistemológico) no puede ser separado del sujeto no disciplinario (o hermenéutico). De ello se sigue, entonces, que la necesidad de hablar el presente se origina, al mismo tiempo, en un programa de investigación que necesita desenmascarar, renovar o celebrar hallazgos disciplinarios anteriores y en la confrontación no disciplinaria del sujeto (género, clase, raza, nación) con urgencias sociales. Desde luego, no abogo por la sustitución de los apuntalamientos disciplinarios por los políticos, sino que trato de subrayar las dimensiones ideológicas inevitables de cualquier discurso disciplinario, particularmente en el ámbito de las ciencias humanas. (Mignolo, 2016, p. 41)

En los más de quince años que han pasado desde 2001 ha corrido bastante agua bajo el puente. La visibilización de los andamiajes de la colonialidad, incluyendo aquellos en las disciplinas y campos de estudios, ha requerido desarrollar nuevos imaginarios históricos y temporales para pensar en las injerencias de lo colonial en el presente. Distintas líneas cercanas a la teoría poscolonial, el pensamiento latinoamericano, los estudios subalternos y el giro decolonial han producido reflexiones de estas características, que sería imposible resumir aquí. Me limitaré a señalar dos ejemplos, además del concepto de la colonialidad del poder de Quijano, donde lo colonial es concebido como posiciones subjetivas, prácticas y estructuras de poder en el presente. La socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, por ejemplo, ha propuesto pensar el tiempo de la poscolonialidad como un tiempo abigarrado, en el que coexisten distintos ciclos, y donde «las contradicciones coloniales profundas -y aquellas que renovadas, surgen como resultado de las reformas liberales y populistas- [y] son, aún hoy, en una sociedad abigarrada como la boliviana, elementos cruciales en la forja de identidades colectivas» (2010, p. 41). La propuesta de Rivera visibiliza «momentos del pasado que despliegan su fuerza sobre el presente, ya sea como contradicciones diacrónicas no resueltas, o como esquemas de habitus20 y comportamientos colectivos arraigados en las esferas no discursivas» (2010, p. 71). Lo colonial es una temporalidad incómoda y una serie de estructuras, prácticas y representaciones que cumplen determinadas funciones de poder, a la vez que no son expresadas explícitamente o asumidas de manera consciente.

Por otro lado, Trouillot ha enfatizado que las materialidades son constitutivas del juego de huellas y silenciamientos que producen las narrativas históricas de la dominación colonial,

El juego del poder en la producción de narrativas alternativas comienza con la creación conjunta de hechos y entes por al menos dos razones. Primero, los hechos nunca carecen de significado: de hecho, se convierten en hechos sólo porque importan en algún sentido, aunque sea mínimamente. Segundo, los hechos no son creados iguales: la producción de huellas es también siempre la creación de silencios. Algunos acontecimientos son mencionados desde el principio; otros no. Algunos son grabados en los cuerpos individuales o colectivos; otros no. Algunos dejan marcas físicas; otros no. Lo que sucede deja huellas, algunas de las cuales son muy patentes -edificios, cadáveres, censos, monumentos, diarios, fronteras políticas-, limitando el grado y el significado de cualquier narrativa histórica. Esta es una de las muchas razones por las que cualquier acción no puede pasar por Historia: la materialidad del proceso socio-histórico (historicidad 1) sienta las bases para las futuras narrativas históricas (historicidad 2).

La materialidad de este primer momento es tan obvia que algunos la damos por descontada. No implica que los hechos sean objetos irrelevantes que esperan ser descubiertos sino más bien, más modestamente, que la Historia comienza con los cuerpos y con los objetos: cerebros, fósiles, textos, edificios. (Trouillot, 2000, p. 24-5)

La distinción que hace aquí Trouillot no es menor porque nos permite pensar no solamente los imaginarios históricos sino lo imaginario en un sentido más amplio, y destacar, con relación a cómo los hechos pasan a ser representaciones imaginarias, que todo hecho o acontecimiento, por pequeño que sea, pone en marcha una dinámica de huella (visibilidad) / silencio (invisibilidad) que es necesario abordar desde el análisis del poder.

Si lo colonial a todas luces tiene tanta injerencia en el presente, ¿no nos debemos una reflexión sobre qué entendemos y expresamos con esa noción? ¿Cómo lo imaginamos? ¿Por qué tantas veces lo negamos o ignoramos? ¿Cómo es afectado nuestro imaginario sobre lo colonial cuando nos posicionamos en una perspectiva poscolonial o decolonial que supone no un después sino una continuidad de dinámicas y estructuras de poder (epistémicas, políticas, institucionales, subjetivas) más allá del fin nominal del colonialismo? ¿Qué es lo que continúa? ¿Qué es lo colonial que marca el presente? Podemos, como dijimos, preguntar por persistencias materiales de lo colonial. ¿O lo colonial es una visualidad, una experiencia, una temporalidad? Hay, claramente, construcciones imaginarias de lo colonial que circulan y prevalecen, sin ser definidas, pensadas, o mucho menos analizadas críticamente.

Mi resistencia personal al seminario de estudios coloniales y algunos efectos de mi contacto con escritos de los siglos XVI, XVII y XVIII, una vez iniciado el curso, son puntos de partida para reflexionar sobre los modos en que lo colonial es imaginado, construido discursivamente e instituido, en diferentes instancias que se ponen en juego en el espacio áulico y en otros espacios académicos. Hoy hago este ejercicio ya no en Estados Unidos sino desde Argentina, un país con memoria, pero también con graves olvidos, negaciones y obturaciones (Rotker, 1999; Solomianski, 2003), y donde también han llegado los efectos de la Guerra contra el Terrorismo. La decisión de partir de la experiencia personal tiene que ver con sugerir que lo colonial se manifiesta entre lo que podríamos llamar su dimensión perceptible y/o visible (los discursos, prácticas y simbolismos que nos son familiares, que están naturalizados, que son «tradición»), y su negación e invisibilización. Las preguntas que quiero poner en juego habilitan una reflexión que excede los contornos disciplinarios y las genealogías habituales sobre archivo y memoria, y abordan lo colonial como una dimensión de persistencia imaginaria del colonialismo, que oscila entre el archivo, la memoria y las tramas de la contemporaneidad21.

Desde estas preguntas es plausible pensar acerca de los vínculos que se dan entre el estudio de lo colonial y la posibilidad de construir una posición crítica y política ante los procesos y formas actuales de dominación. Esta reflexión, como ya queda claro, no responderá positivamente a la pregunta del dossier, ¿qué es lo colonial? Más bien, apunto a valorizar el pensamiento crítico e imaginario en los espacios institucionales, mayormente académicos, donde enseñamos, debatimos y estudiamos sobre lo colonial (tal como el seminario de doctorado donde fui estudiante y becaria, o la clase de arte latinoamericano donde soy profesora, o el instituto en que soy investigadora), en los que las articulaciones del presente con el pasado están en juego en todo momento. Este artículo tiene que ver con mi acercamiento crítico a lo colonial en un momento que se tornó paradigmático como consecuencia de esos estudios, lecturas, conversatorios. Mi formación en estudios coloniales y en las genealogías críticas del colonialismo sirvió para alimentar una visión, una posición en el entramado de las relaciones de poder y prácticas de subjetivación en el actual ciclo de dominación. Pero además de dar cuenta de algunas de esas fuentes y genealogías críticas, mi experiencia en el seminario de estudios coloniales en el contexto del inicio de la actual Guerra contra el Terrorismo complejiza la discusión al visibilizar ciertos aspectos subjetivos e imaginarios. Por otro lado, mi intención no es construir un posicionamiento restringido a lo identitario sino, insisto, habilitar una reflexión sobre lo imaginario, el archivo y la memoria cultural de lo colonial, sus funciones y posibilidades en la formación del pensamiento crítico y la vida política en nuestro presente poscolonial. Dicho todo esto, continuemos con un breve recorrido por la escurridiza noción de imaginario con relación al archivo colonial y la memoria.

Imaginario, archivo colonial, lugar de memoria

Como una de las aristas de este ensayo trata sobre cómo se construyen los imaginarios y qué capacidades instituyentes tenemos como académicos, comenzaré con una pequeña anécdota sobre un tipo de borramiento frecuente de lo latinoamericano que detecté en conceptualizaciones recientes sobre los imaginarios sociales. Como es sabido, el concepto de imaginario ha sido abordado desde muy diversas perspectivas, que incluyen la rama fenomenológica de la filosofía (Gastón Bachelard), el psicoanálisis (Jacques Lacan), la sociología (Émile Durkheim), la antropología de la imagen (Aby Warburg), y desde un abordaje complejo que incluye la sociología, la filosofía y el psicoanálisis (Cornelius Castoriadis), por mencionar solamente algunas de las abundantes referencias. Dada la amplitud de abordajes, dar cuenta de la genealogía del concepto representa un extenso proyecto en sí mismo, y no es este mi objetivo. De todas maneras, procurando seguir ciertas convenciones de la escritura académica, me dediqué a investigar sobre el tema y encontré un reciente y prometedor trabajo colectivo, publicado en la introducción del número inicial de la revista Social Imaginaries (2016). Allí, los autores Suzi Addams, Paul Blokker, et al. dan cuenta del estado del arte con respecto a las teorías y principales estudios sobre imaginarios sociales y modernidad, cotejan las referencias ya mencionadas y varias más. Los autores delinean los imaginarios sociales como un nuevo campo de estudios que proponen pensar como un «paradigma en construcción»22. Se inspiran en gran medida en los trabajos del sociólogo Johann P. Arnason sobre el análisis civilizacional, publicados por la Unesco. A medida que avanzo en la lectura sobre el abordaje civilizacional, resulta impactante la radical ausencia de los pueblos originarios americanos, la diáspora africana, el colonialismo europeo y los procesos socioculturales caribeños y latinoamericanos en la geografía del nuevo paradigma, tal como lo plantea Arnason (2007), con el cual los autores establecen un diálogo directo para argumentar la necesidad de un modelo de análisis comparatista que dé cuenta de los distintos imaginarios sociales en un mundo multicivilizacional. Sin embargo, la misma obturación de lo latinoamericano y caribeño que encontramos en Arnason es notable en la cartografía de los imaginarios sociales como campo de estudios tal como la describen Addams et al., aun cuando los autores consideran frecuentemente el colonialismo como un factor central en los procesos imaginarios23. Los borramientos de lo colonial con relación a lo latinoamericano de los que trata este artículo se presentan entonces en un importante proyecto (en términos institucionales) sobre imaginarios sociales. Es por eso que uno de los objetivos de este trabajo es insistir en destacar, una vez más, el borramiento de las civilizaciones de Abya Yala y los procesos latinoamericanos como forma persistente de violencia epistémica en el ámbito institucional académico, por un lado, y desarrollar la categoría de lo imaginario en diálogo con recorridos, cartografías, procesos y experiencias coloniales y poscoloniales latinoamericanas, como decíamos poco o nada visibles en los marcos conceptuales y circuitos institucionales del mainstream académico.

Hechas estas observaciones, es posible avanzar hacia una definición operativa que permita visibilizar que lo imaginario colonial produce injerencias en la vida (política) de los sujetos, el orden social, el pensamiento crítico, en nuestra experiencia de la contemporaneidad. El argumento central, el trazo grueso de este ensayo, es que los borramientos de lo colonial en la dimensión de lo imaginario son sintomáticos de la naturalización de nuevas/viejas formas de dominación y explotación.

La línea desarrollada por Cornelius Castoriadis en La institución imaginaria de la sociedad (1977), trabaja sobre tres puntos que configuran lo imaginario y que me parecen centrales a los fines de este ensayo, a saber, la imaginación, el simbolismo institucional y la vida social. La imaginación para Castoriadis no deja de ser una facultad, y la define como «la capacidad elemental e irreductible de evocar una imagen». Sin embargo, no es tanto el sentido fenomenológico sino el ontológico, social y político que Castoriadis le imprime a la imaginación lo que me interesa destacar, en tanto la capacidad de imaginar media la relación fluida, «magmática» según el autor, entre el simbolismo institucional y la vida social. Lo imaginario es lo simbólico en movimiento y a la vez «la manera de ser bajo la cual se da la institución» (1977, p. 201), y conforma una relación que se extiende a través de diferentes sentidos, prácticas y espacios. La pregunta por lo colonial como imaginario implica considerar construcciones simbólicas e invenciones24, visibilizar diversos modos en que esos imaginarios coloniales son instituidos y, además, considerar sus efectos subjetivantes. Basta tan solo con recordar Piel negra, máscaras blancas (1952) de Frantz Fanon, o Borderlands/La Frontera (1987) de Gloria Anzaldúa, para vislumbrar el proceso al que me refiero. Al mismo tiempo, es importante destacar que si lo imaginario es la manera bajo la cual se da la institución, en la actual situación global nos urge revalorizar el poder social y político de la imaginación y lo imaginario. Se trata de una dimensión que el capitalismo tardío, como esqueje de los colonialismos modernos, pone en juego como una función de poder, y por tanto no puede dejar de disputarse. Con relación a lo imaginario colonial como problema de la contemporaneidad, el énfasis en las aristas políticas de la imaginación es quizás uno de los puntos más relevantes del pensamiento de Castoriadis.

Con la expresión lo imaginario colonial me refiero entonces al sentido que le asigna Castoriadis a lo imaginario, pero también a la memoria cultural y su conexión intrínseca con aquello que Diana Taylor (2003) denomina el archivo25 y el repertorio. Según Taylor el archivo por sí solo excluye un enorme conjunto de elementos efímeros que están presentes en la memoria cultural a través de los cuerpos. Suscribo a la afirmación de Taylor de que tanto el archivo como el repertorio participan en la configuración de la memoria cultural26. Parecería que esta afirmación va de suyo, no obstante, las construcciones que las distintas disciplinas han hecho del archivo y sus límites tienden a promover una comprensión binaria que separa la escritura y la materialidad, por un lado, de sentidos vinculados a la oralidad y la gestualidad que necesitan de los cuerpos para su transmisión, por otro. Ann Laura Stoler señala este binarismo en el comienzo de su estudio sobre el archivo colonial de los Países Bajos, donde recuerda una frase de Antropología estructural (1958) de Claude Lévi-Strauss que define el objeto de estudio de la etnografía como todo aquello que «los hombres» no sueñan con escribir. Stoler se sitúa precisamente en una grieta reproducida por la historia y la antropología que deslinda lo escrito del resto para preguntar por las tensiones que lo no-escrito (unwritten) produce en el archivo (Stoler, 2009, p. 3). En este sentido, el archivo colonial está en relación con el repertorio, es decir que no es solamente algo a ser tratado positivamente como un conjunto de objetos sino como un conjunto de procesos subjetivos vinculado a los cuerpos y la memoria cultural, política, local, afectiva (Catelli, 2013).

Por su parte, Anna Maria Guasch reconoce dos modos operativos del archivo. El primero enfatiza el principio regulador del nomos y el orden topográfico, mientras que el segundo «acentúa los procesos derivados de las acciones contradictorias de almacenar y guardar y, a la vez, de olvidar y destruir huellas del pasado, una manera discontinua y en ocasiones pulsional que actúa según un principio anómico (sin ley)» (Guasch, 2011, p. 15). En este sentido, si como sugiero lo imaginario se configura en relación con el archivo colonial, es importante remarcar que las discontinuidades y contradicciones vinculadas a almacenar, guardar/olvidar y recrear/destruir las marcas propias del archivo son capaces de reproducir tanto imágenes, gestos, voces huellas como silencios, resistencias y borramientos. Lo imaginario se roza constantemente con la memoria y con el olvido. No quiero pasar por alto la función reguladora del nomos y el orden topográfico que señala Guasch. Sabemos, por Edward Said, Anzaldúa, Fanon y tantísimos otros (y fundamentalmente por nosotros mismos) que la experiencia de la (in)migración y el exilio en situaciones poscoloniales producen múltiples dislocaciones en los imaginarios (Appadurai, 2001) y por lo tanto en las formas de construir posiciones.

Finalmente, quiero detenerme en un ensayo de Homi Bhabha que sintetiza los complejos movimientos del sujeto por el laberinto del imaginario, el archivo, el repertorio, la memoria. Escrito posteriormente al 11 de septiembre de 200127, el autor comienza el ensayo con un relato que involucra su reminiscencia personal de una visita a las ruinas nazis en Núremberg. Ante la sugerencia del anfitrión alemán, un profesor, de parar imprevistamente en la ruta para visitar las ruinas, Bhabha confiesa su reacción interna: «“¿Dónde?”, atiné a balbucear, cuando en verdad la pregunta era “¿Por qué?”, pero por supuesto que me repuse rápidamente: “Sí, claro, qué buena idea”» (Bhabha, 2013, p. 45). Acto seguido, Bhabha describe una serie de imágenes relacionadas con Núremberg que se desencadena en su mente,

una película sobre los juicios de Núremberg con Spencer Tracy y Marlene Dietrich -El juicio de Núremberg-, que había visto de niño en Bombay, mucho antes de que supiera algo acerca de Albert Speer o los millones de nazis que solían reunirse en lo que Hitler dio en llamar “la ciudad de los mítines”. Ese recuerdo distante, la abyecta ecolalia de los agudos desvaríos de Hitler y una remanida expresión de Hannah Arendt, desgastada por el uso excesivo -“la banalidad del mal” -, eran lo único que me venía a la cabeza mientras abandonábamos la Autobahn, y luego de algunas inocuas maniobras suburbanas llegábamos al Campo Zeppelín, la gigantesca plaza de armas de Hitler. (Bhabha, 2013, p. 45)

En la experiencia relatada por Bhabha, la visita al lugar de memoria28 dispara la configuración de una posición temporal compleja, «contemporánea» en el sentido en que la define Agamben. No son las sombras del pasado, la historia, sino la luz incompleta, distorsionada y contaminada de la memoria lo que despierta en el sujeto la conciencia de una condición, una experiencia de la propia subjetividad,

La vida de la memoria excede el suceso histórico manteniendo vivas las huellas de imágenes y palabras. No obstante, la memoria cultural es sólo en parte un espejo, rajado y sucio, que arroja luz sobre las zonas oscuras del presente; despierta a un testigo aquí, descubre un hecho escondido allá, y así nos pone cara a cara con esa temporalidad angustiante e imposible, el pasado-presente. Además de jugar en los planos del pasado y el presente, la memoria también es un movimiento de la mente que alterna súbitamente entre las escenas de la vida consciente y la puesta en escena de los sueños y los deseos inconscientes. Como la cinta de Moebius, la memoria no sólo transforma la apariencia de las cosas, sino que altera incluso las dimensiones de nuestras ideas y nuestros sentimientos torciendo el tiempo en formas extrañas y al mismo tiempo reconocibles, para permitir que nuestras experiencias pasadas den giros y vueltas inesperadas y abran pasajes capaces de conducirnos al presente y al futuro. (Bhabha, 2013, p. 56)

Esta descripción de «la vida de la memoria» tan sensible y cinética apela a la enigmática cinta de Moebius29 para transmitir la sensación de un deslizamiento por una estructura con una sola cara y un solo borde, recorrido que comenzamos mirando en una dirección y terminamos mirando en la dirección opuesta.

En el aula, un espacio que no es fijo y estable sino totalmente dinámico, este tipo de experiencia de memoria puede propiciarse a través del contacto con el archivo y el repertorio y el juego de la imaginación. Esto es significativo porque lo que ocurre en el aula o con relación a los ámbitos y relaciones académicas tiene potencial instituyente. En el relato de Bhabha, quizás no sea un detalle menor que la visita a Núremberg sea resultado de la propuesta del profesor alemán: Bhabha se encuentra en una situación institucional, académica. La reflexión crítica y la evocación de imágenes son una práctica habitual en ese ámbito, un ritual capaz de refuncionalizar el archivo como un horizonte de memoria que, a su vez, hace posible construir posiciones, análisis y caminos críticos para el presente y el futuro, como bien expresa Bhabha.

Este breve e incompleto pasaje por la noción de archivo y algunas experiencias relacionadas con él sugiere que la memoria cultural de lo colonial opera como una función del entramado simbólico poscolonial instituido. Las elisiones y los borramientos, a veces pulsionales, a veces efectos directos del ejercicio del poder colonial, son constitutivos de ese entramado30. Estudiar lo colonial abre espacios en esas tramas y habilita la posibilidad de reflexionar sobre dinámicas y situaciones contemporáneas de dominación. Mi afirmación conlleva una valorización de diversos espacios institucionales en los que lo imaginario puede ser disputado por los sujetos a partir de distintas posiciones, pero ellas deben ser construidas, visibilizadas, pensadas críticamente. La pregunta ahora, entonces, no es si intervenimos el entramado del archivo, la memoria, el olvido y lo imaginario, porque de hecho lo intervenimos y nos interviene todo el tiempo. La pregunta que esta reflexión nos deja es, ¿qué direcciones y posiciones, en el presente y hacia el futuro, reproducimos, o podemos construir, desde aquellos intersticios donde lo imaginario colonial es instituido?

Conclusión y proyección

Comencé este ensayo proponiendo una reflexión sobre lo imaginario, el archivo y la memoria cultural de lo colonial, sus funciones y posibilidades en la formación del pensamiento crítico y la vida política en nuestro presente poscolonial. En realidad, he insistido en varias oportunidades sobre la necesidad de hacer este tipo de reflexión. Sin embargo, lo cierto es que hasta ahora no he logrado convencer a demasiadas colegas de la idea que el archivo colonial (el cual incluye también el repertorio), posee una relevancia estratégica insustituible a la hora de formular heurísticas que sean capaces de producir dislocaciones profundas en el entramado de dispositivos y formaciones imaginarias moderno/coloniales que tienen hoy una función política, en la medida en que contribuyen a reproducir ciertas formas de dominación. Entonces quiero insistir en que el contacto con lo colonial nos permite historizar y nombrar legados e improntas que forman parte de nuestra experiencia y vida política en el presente.

Expresé mis inquietudes a partir de una experiencia personal en la que se pusieron en juego lo colonial, a través de mi primer seminario doctoral sobre el periodo, y el «presente» del inicio del último ciclo de dominación capitalista, la Guerra Contra el Terrorismo, con la intención de encontrar elementos que me permitieran visibilizar qué tipo de conexiones conceptuales, simbólicas, históricas, aparecieron en aquel entonces. La perspectiva crítica de análisis propuesta en el seminario de estudios coloniales que cursaba en 2001 muestra un deslizamiento conceptual, (reflejando lo que ocurría en un sector del campo de estudios y en verdad en buena parte de las humanidades y las ciencias sociales), de lo colonial como un objeto de estudio configurado por fuentes textuales y documentales a un archivo deconstruido, con sujetos, discursos, estrategias de poder, silencios. Esto es claro: los estudios coloniales desde fines de los ochenta no dejan duda alguna sobre la conexión entre las funciones del discurso y la construcción de poder político, cultural y económico del colonialismo. Pero el análisis de la construcción discursiva de lo colonial como conjunto heterogéneo de estrategias de poder no logra conectar esa discursividad con las profundas injerencias que lo colonial tiene en todas las esferas del presente. La mayor dificultad que he tenido a lo largo de la redacción de este ensayo ha sido intentar puntualizar qué fue lo que articuló aquel seminario que me permitió comenzar a conectar tantos elementos aparentemente distantes, y qué es lo que lo colonial puede revelarnos sobre el presente. Mi conclusión provisoria es que no hay una conexión lineal, histórica a ser trazada que pueda sistematizar, siguiendo una lógica estructural, continuidades u ontologías estables. Aparece en lugar de esta respuesta la urgencia de una proyección: hay posiciones, perspectivas críticas y un proyecto político amplio a ser construidos desde diversos espacios y prácticas en que la función archivo/repertorio de lo colonial, una función en gran medida simbólica, no puede dejar de ser disputada. Esto es así porque la memoria cultural que se construye de lo colonial opera como una función del entramado simbólico poscolonial instituido, y por tanto está siempre en tensión con el silencio y el olvido. Como bien lo advirtió Gayatri Spivak, el silencio de los subalternos es producido por prácticas académicas, epistémicas y de archivo, que reinstituyen los silenciamientos de la violencia colonial. Estudiar lo colonial, explorando archivo y repertorio desde la dinámica de visibilidad/invisibilidad, memoria/olvido, cuestionando nuestro imaginario y las instancias de su institución, puede abrir espacios en esas tramas y ayudarnos a construir posiciones de presente-pasado que nos permitan visibilizar y producir dislocaciones en habitus, dinámicas y situaciones actuales de dominación.

Claro que no es suficiente con señalar de manera general que existen situaciones de dominación en la actualidad que reproducen colonialidad. Por eso a lo largo de este ensayo me he dispuesto a valorizar diversos espacios institucionales en los que lo imaginario colonial instituido puede ser disputado por distintos actores. Para no ser meros relatores del colonialismo, aun siendo críticos, necesitamos observar nuestras prácticas y posiciones con relación a cómo construimos imaginarios y memoria hoy, en los dominios de injerencia que nos sean propios. Esta proyección va más allá de lo estrictamente disciplinario, y busca trascender preguntas específicamente orientadas hacia el campo de los estudios coloniales para ser construida como herramienta de intervención de otros diseños del entramado imaginario colonial. Los intersticios donde lo imaginario colonial reproduce y reinstituye viejas formas del poder son espacios que necesitamos hacer propios a fines de producir formas de agenciamiento y acción política desde la imaginación y la memoria. Será muy difícil resistir en el presente y construir futuro si no disputamos esa dimensión imaginaria donde lo colonial se reinstituye. Allí, donde renueva su capacidad de persistencia y reproduce entramados que contribuyen a viabilizar este nuevo ciclo de colonialismo.

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1Este artículo es producto del trabajo realizado en el marco de los proyectos «Aproximaciones poscoloniales a la problemática racial en la construcción de imaginarios culturales en América Latina» y del Proyecto de Investigación plurianual Conicet «Interpelaciones latinoamericanas a la teoría poscolonial y el giro decolonial»

1 La traducción de la transcripción del discurso completo, del 21 de septiembre, está disponible aquí http://www.filosofia.org/his/20010921.htm y puede verse aquí https://www.youtube.com/watch?v=7uODYQKAVDg

2«El significado inmediatamente biopolítico del estado de excepción como estructura original en la cual el derecho incluye en sí al viviente a través de su propia suspensión emerge con claridad en el military order emanado del presidente de los Estados Unidos el 13 de noviembre de 2001, que autoriza la “indefinite detention” y el proceso por parte de military commissions (que no hay que confundir con los tribunales militares previstos por el derecho de guerra) de los no-ciudadanos sospechados de estar implicados en actividades terroristas. Ya el USA Patriot Act, emanado del Senado el 26 de octubre de 2001, permitía al Attorney general “poner bajo custodia” al extranjero (alien) que fuera sospechoso de actividades que pusieran en peligro “la seguridad nacional de los Estados Unidos”; pero dentro de los siete días el extranjero debía ser, o bien expulsado, o acusado de violación de la ley de inmigración o de algún otro delito. La novedad de la “orden” del presidente Bush es que cancela radicalmente todo estatuto jurídico de un individuo, produciendo así un ser jurídicamente innominable e inclasificable» (Agamben, 2005, p. 26-27).

3«La globalización en curso es, en primer término, la culminación de un proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial. Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el eurocentrismo. Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico». (Quijano, 2000, p. 201)

4En ambos casos, los objetivos de la dominación eran económicos, y enmarcados por variantes complejas de lo que Lepe-Carrión define como dispositivo de etnicidad geoestratégica, «un campo de análisis que permite establecer como blanco de intercepción al sujeto singularizado a partir de una trama cronológica de actividades que giran en torno a las condiciones vitales de un colectivo identitario. En lo micropolítico, indudablemente se traduce en una red de prejuicios racistas, pero, en el ámbito nacional, dicha trama de subjetividad pone en riesgo no sólo los privilegios de un determinado grupo social, sino también la estabilidad de un país que tiene como motor de su economía la extracción indiscriminada de recursos naturales en desmedro de un irreparable daño social y medioambiental» (2018b, p. 15). Lepe-Carrión desarrolla esta noción refiriéndose específicamente al denominado «conflicto étnico» entre el Estado chileno y la nación mapuche. No obstante, creo que podemos extrapolarla para pensar comparativa y transnacionalmente en la producción de otras etnicidades geoestrátegicas, por ejemplo, la de musulmán/terrorista, que se origina en el Oriente Medio, pero se vuelve móvil una vez que se acopla con la figura del sujeto migrante. Ver además el ensayo de Lepe-Carrión (2018a) sobre la construcción del sujeto mapuche como enemigo interno en este dossier.

5Este proceso implicó el despliegue cada vez mayor de clasificaciones religiosas, étnicas, raciales y de género, que han tendido a aglutinarse en torno a la categoría «terrorista», que no es nueva en Latinoamérica, pero sí ha sido resignificada. Estas clasificaciones han demostrado ser necesarias para la aplicación de leyes antiterroristas siguiendo nuevas matrices securitarias, hoy vigentes en distintos países. Ver el trabajo de Lepe-Carrión (2018b, p. 14-15) sobre la configuración y aplicación de la categoría a sujetos mapuche por parte del Estado chileno. En Argentina, la ley 26734, conocida como Ley Antiterrorista Argentina, fue sancionada por el Congreso el 13 de junio de 2007 y modificada el 22 de diciembre de 2011. El trabajo de Muzzopappa y Ramos «retoma el hilo conductor de los intentos de aplicación de la ley en Argentina, para indagar la configuración de los sentidos que se disputan en torno a la noción de terrorismo y a las ideas de peligro, violencia y seguridad que subyacen en ella. A través de una etnografía itinerante por legislación, expedientes, medios de comunicación y trabajo in situ, siguiendo la categoría de terrorismo a través de la cual se movilizaron las presentaciones judiciales en los últimos años en Argentina, identificamos las cadenas ideológicas que confrontan entre sí para fijar vocabularios y sentidos en los lenguajes hegemónicos en contienda. Apuntamos a desentrañar los motivos por los cuales la categoría terrorismo ha tenido una particular y específica tracción política y jurídica» (2017, p. 125).

6Ceocracia (o para algunos CEOcracia) Es un término coloquial que está apareciendo en análisis políticos de gobiernos de empresarios (como Macri, Trump, Piñera), y se refiere a una forma de gobernar que produce la presencia de CEOs en la función pública.

7Ver el ensayo de De Oto (2018) sobre la analogía colonial en este dossier.

8A nivel personal, yo misma iba atravesando, con las teorías de la identidad de fondo, interrogantes sobre mi propia condición social y subjetiva, especialmente como inmigrante. En un punto, mi decisión de volver a Argentina en 2008 tuvo que ver con la posibilidad de reclamar como propia una condición legal y subjetiva, nacional y latinoamericana, anti-imperial, que imaginaba como «estable», o al menos así se veía desde mis idas y vueltas y desde trámites migratorios en los que se jugaban cuestiones afectivas, laborales, económicas, etc. En Estados Unidos hubo ajuste y se profundizaron las políticas migratorias, se intensificaron los controles de seguridad. En los años posteriores a ese 2001, antes de repatriarme en 2008, hice numerosos trámites migratorios y habité muchas de esas categorías legales que progresivamente se complicaba obtener en el contexto geopolítico que ya se perfilaba. Inclusive me naturalicé en 2002 por temor a cambios repentinos en materia de garantías constitucionales que involucraban específicamente a los resident aliens, como la suspensión de habeas corpus en caso de sospecha de actividades terroristas. 2001 fue también el año del colapso de las recetas sociales y económicas neoliberales en Argentina, un país al que parecía cada vez más difícil regresar. Sin embargo, a partir de la llegada de Inácio Lula da Silva al poder en Brasil en 2002, Néstor Kirchner en Argentina en 2003 y con la presencia de Hugo Chávez en Venezuela, la región comenzó a articularse geopolíticamente y a configurar un proyecto político económico, social y cultural sustentado por un discurso nacional-popular, regional y explícitamente anti-imperial.

9Por ese entonces Enrique Dussel había propuesto el concepto de transmodernidad y denominaba como eurocéntricas las ideas de Vattimo (Dussel, 1999, p. 31). Mignolo retoma y profundiza la crítica de Dussel (2002, p. 64-67).

10Como se expresaba en el programa de la materia, “We will conclude this course with a discussion of the crisis of Colonial Studies during the 1980s to assess the status of this field within contemporary Latin American Studies” (Martínez San Miguel, 2001).

11Debo decir que de ninguna manera los considero zanjados. De hecho, los valoro porque considero que actúan como un recordatorio constante de los diseños coloniales que atraviesan nuestras epistemologías. En la academia, ámbito institucional privilegiado para la reproducción de la colonialidad del saber, reconocer esos vacíos es vital para cuestionar las posiciones que cada unx de nosotrxs, como sujetos poscoloniales, ha podido (o no) configurar, qué imaginarios hemos podido (o no) construir, y hasta qué punto esos entramados plagados de silencios y puntos ciegos en verdad nos han construido a nosotros.

12En la escuela primaria, como premio por ser buena alumna, protagonicé dos veces como la Reina Isabel para el «Día de la Raza». En séptimo grado estudiamos los incas y los aztecas. Se presentaban como civilizaciones del pasado y no se nos hablaba de colonialismo con relación a ellas. El tiempo imaginario de la escuela era el de la nación criolla. En el patio un palo borracho plantado por el mismísimo Sarmiento muy cerca del mástil donde izábamos la bandera todas las mañanas simbolizaba las raíces y el desarrollo de nuestra comunidad imaginada. Luego, a pesar de haber cursado casi toda la carrera de Historia General en el grado universitario (carrera que luego abandoné para comenzar Literatura Hispanoamericana), sólo tuve un curso de Historia Latinoamericana, que no era obligatorio para obtener la especialidad. En Estados Unidos es posible completar los requisitos para la especialidad en Historia General sin hacer un solo curso enfocado en el área latinoamericana.

13Verdesio ha abordado la pregunta por el desinterés en lo indígena, lo negro, y el pasado colonial en el contexto de Uruguay, caso que considero pertinente en la medida en que asemeja bastante al argentino. Desconocimiento, rechazo, ausencia de interés, presencia mínima de textos y artefactos coloniales en los programas de estudios literarios y humanísticos en general, estarían vinculados a una ideología eurocéntrica, «la ideología dominante en el país es, en el presente, la que más se adecua a una población que se concibe a sí misma como descendiente de la cultura occidental —una sociedad que niega casi por completo su pasado indígena y que ve al componente afro como una especie de intromisión indeseable en un conglomerado que se imagina a sí mismo como homogéneo y monocultural» (2012, p. 180). El desinterés en lo colonial como síntoma de una negación o resistencia a visibilizar presencias y agencias indígenas y afros que observa Verdesio para el caso uruguayo han sido detectadas en otros espacios y momentos históricos.

14Desde mi punto de vista en aquel momento, el anticolonialismo y el antiimperialismo eran las únicas posiciones que parecían éticas, pensándolo desde lecturas latinoamericanistas, como por ejemplo Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano, un libro que leí en mi pubertad en Argentina en los ochenta, por recomendación de mi madre.

15En otro ensayo (2013) trabajé sobre qué hacer en los estudios coloniales con las materialidades, la ciudad, los cuerpos, lo que llamo «la ciudad real» de Guaman Poma.

16Como señala Martínez-San Miguel en el libro basado en su tesis doctoral, «En esta carta se utilizan otras estrategias para constituir el sujeto que nuevamente inciden sobre la posicionalidad del saber femenino dentro de una red institucional y social» (1999, p. 90).

17“We will conclude this course with a discussion of the crisis of Colonial Studies during the 1980s to assess the status of this field within contemporary Latin American Studies” (Martínez San Miguel, 2001). Sería interesante volver a formular este debate en la actualidad.

18En ella se cuestionaban los criterios de conformación del canon literario, la idoneidad de categorías de análisis, los lugares de enunciación, y se advertía acerca del riesgo de reproducir lógicas coloniales en los análisis y las investigaciones realizadas en el campo. La bibliografía crítica al respecto es bastante extensa. Mi introducción al dossier Tendencias, perspectivas y desafíos actuales de la crítica colonial (2012, p. 44-55) retoma preguntas del seminario y ofrece una síntesis de desarrollos relevantes en el campo de estudios.

19Al volver sobre la cuestión de la configuración ya no del canon sino del archivo colonial (Añón 2015, 2016; Gorbach y Rufer 2016, Rufer 2016), la pregunta por lo imaginario colonial se expande y permite interpelar nuevamente el campo de los estudios coloniales. Sin embargo, la exploración crítica de lo imaginario colonial implica analizar las formas y políticas de archivo más allá de los debates sobre el canon o sobre aspectos metodológicos hacia el interior de las disciplinas. Es necesario tomar bajo consideración las funciones instituyentes de los campos de estudio y las disciplinas (Gordon 2014, p. 86-87), además de las de los sujetos, con relación a los entramados imaginarios que construimos sobre lo colonial.

20Según Bourdieu, «Los acondicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia [...], sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser el producto de la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizadora de un director de orquesta» (1991, p. 92).

21Con el término «contemporaneidad» me refiero al sentido que le asigna Agamben (2009), «La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a este y, a la vez, toma su distancia; más exactamente, es esa relación con el tiempo que adhiere a este a través de un desfase y un anacronismo» (pp. 18-19); «Esto significa que el contemporáneo no es sólo aquel que, percibiendo la oscuridad del presente, aferra su luz que no llega a destino; es también quien, dividiendo e interpolando el tiempo, está en condiciones de transformarlo y ponerlo en relación con los otros tiempos, de leer en él de manera inédita la historia, de “citarla” según una necesidad que no proviene en modo alguno de su arbitrio sino de una exigencia a la que él no puede dejar de responder. Es como si esa luz invisible que es la oscuridad del presente proyectase su sombra sobre el pasado y este, tocado por ese haz de sombra, adquiriese la capacidad de responder a las tinieblas del ahora. Algo similar debía de tener en mente Michel Foucault cuando escribía que sus indagaciones históricas sobre el pasado son sólo la sombra proyectada por su interrogación teórica del presente. Y Wa!ter Benjamin, cuando escribía que el índice histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que estas alcanzarán la legibilidad sólo en un determinado momento de su historia» (pp. 28-29).

22“Our approach to the emergent field of social imaginaries involves two significant moves. The first is to recognise that debates on social imaginaries have progressed to the point where it is possible to distinguish an overall ‘field’ that address [sic] central problematics of social and political life [...] The second move is to argue that the emergence of social imaginaries as a ‘paradigm-in-the.making’, to borrow a term from Johann P. Arnason, marks a qualitative shift in the way that social, cultural and political phenomena are understood and problematised. Investigations into social imaginaries redefine overarching ontological, epistemological and anthropological problematics, on the one hand, as well a concrete political and social questions, on the other. The key interpretative frameworks encountered within the social imaginaries field provide rich, non-reductive understandings of the multifaceted aspects of contemporary world. Explorations of social imaginaries comprise inquiries not only into horizons of cultural meaning that fundamentally shape each society (and civilisational complex), but also into their further articulation as instituted (and instituting) cultural projects of power and social doing. Most approaches in the field presuppose an understanding of society as a political institution, which is formed-and forms itself- in historical constellations, on the one hand, and through encounters with other cultures and civilisational worlds, on the other” (Addams et al., 2016, p. 16). Para Caro, et al., (2016, p. 165-166) el análisis civilizacional «puede ser un enfoque útil al análisis internacional. El enfoque del diálogo debería nutrirse y complementarse con otras corrientes, fuentes y escuelas, importantes en estudios internacionales, relevantes en un mundo cada vez más interdependiente y globalizado. Cabe mencionar, entre otros, las investigaciones para la paz, los estudios sobre resolución de conflictos, la sociología de las relaciones internacionales, el constructivismo social, la corriente poscolonial, los enfoques sobre integración regional y cooperación internacional, los estudios sobre derechos humanos y derecho internacional humanitario».

23En los números publicados se encontrarán trabajos sobre América Latina, sin embargo, en la formulación del campo el área no aparece como un factor de peso.

24Una de las lecturas del seminario de 2001 fue El proceso de la invención de América (1958) de Edmundo O’Gorman. Esta obra comienza con un epígrafe que cita a Martin Heidegger, que dice, «Sólo lo que se idea es lo que se ve; pero lo que se idea es lo que se inventa» (Aus der Erfahrung des Denkens, 1954). O’Gorman señala la ontologización de América en el discurso histórico, «En el sistema del universo e imagen del mundo que acabamos de esbozar, no hay ningún ente que tenga el ser de América, como tal, no existe, a pesar de que exista la masa de tierras no sumergidas a la cual, andando el tiempo, acabará por concedérsele ese sentido, ese ser. Colón, pues, vive, y actúa en el ámbito de un mundo en que América, imprevista e imprevisible, era en todo caso mera posibilidad futura, pero de la cual ni él ni nadie tenía idea, ni podía tenerla. El proyecto que Colón sometió a los reyes de España no se refiere, pues, a América, ni tampoco, como iremos viendo, sus cuatro famosos viajes... Los viajes de Colón no fueron, no podían ser “viajes a América”, porque la interpretación del pasado no tiene, no puede tener, como las leyes justas, efectos retroactivos. Afirmar lo contrario, proceder de otro modo, es despojar a la historia de la luz con que ilumina su propio devenir y privar las hazañas de su profundo dramatismo humano, de su entrañable verdad personal. La diametral diferencia, pues, de la actitud que adoptan todos los historiadores, que parten con una América a la vista, ya plenamente hecha, plenamente constituida, nosotros vamos a partir de un vacío, todavía no-existe América» (1958, p. 3). Stricto sensu, la América de O’Gorman también es una invención.

25La bibliografía sobre el problema del archivo es muy extensa. Como no es mi intención dar cuenta del archivo como problema en sí mismo sino como arista de un problema más complejo, el de lo imaginario colonial, valga con aclarar que la noción del concepto que manejo en este ensayo está pensada a partir de estudios que en su conjunto toman como fuente principalmente las nociones de archivo de Derrida en Mal de archivo. Una impresión freudiana (1977) y de Foucault en Arqueología del saber (1969), pero las teorizan con relación a los estudios coloniales y la memoria, en un contexto latinoamericano.

26Trabajé esta formulación (Catelli, 2014b) con relación a la obra fotográfica del artista guatemalteco Luis González Palma, donde sostengo que en la Serie 1989-2000 la activación tanto del archivo (objetos y fotografías de los siglos XVI-XX) como del repertorio (la mirada de los sujetos retratados y ciertos rituales que realiza el artista) ponen en funcionamiento un dispositivo de memoria relacional en el periodo conocido como post-conflicto.

27Redundo en aclarar el año ya que el 11 de septiembre es una fecha que en América del Sur tiene otra significancia, ya que en ese día en 1973 fue asesinado el presidente de Chile, Salvador Allende. Este acontecimiento forma parte de la secuencia del Plan Cóndor, ideado por Henry Kissinger y desplegado por Estados Unidos en coordinación con las cúpulas militares de los países latinoamericanos. Por cuestiones de enfoque y espacio no se me hace posible desarrollar más esta cuestión, pero no debemos olvidar que el discurso antiimperialista, las luchas campesinas e indígenas por la tierra y la memoria de los desaparecidos, torturados y asesinados bajo el Plan Cóndor son efectos duraderos de pugnas que se libraron también en el plano de lo imaginario, y que los acontecimientos recientes demuestran que aún no se han resuelto.

28Recordemos que este concepto de Nora articula tres aspectos que revelan que los actos de memoria involucran también la imaginación y los rituales, «Son lugares, efectivamente, en los tres sentidos de la palabra, material, simbólico y funcional, pero simultáneamente en grados diversos. Incluso un lugar de apariencia puramente material, como un depósito de archivos, solo es lugar de memoria si la imaginación le confiere un aura simbólica. Un lugar puramente funcional, como un libro didáctico, un testamento, una asociación de ex-combatientes solo entra en la categoría si es objeto de un ritual [...] Los tres aspectos siempre coexisten» (Nora, 2008, p. 33).

29Una sutil alusión a la clase del 28 de mayo de 1962 de Jacques Lacan en que aborda la relación del sujeto con el significante a través de la topología de la cinta.

30Ver la cuidadosa lectura de De Oto sobre Fanon y las funciones del olvido, la memoria y la imaginación en la constitución de la agencia del sujeto colonizado (2003, p. 195-208). Este sería un punto de partida para una reflexión más matizada sobre las posibilidades de imaginar, recordar, instituir, proyectar que el colonialismo establece para distintos sujetos según su género, sexualidad, raza, etnicidad, religión, etc.

Cómo citar este artículo: Catelli, Laura (2018). Lo colonial en la contemporaneidad. Imaginario, archivo, memoria. Tabula Rasa, (29), 133-156. Doi: https://doi.org/10.25058/20112742.n29.07

Recibido: 25 de Marzo de 2018; Aprobado: 12 de Septiembre de 2018

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