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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.31 Bogotá May/Aug. 2019

https://doi.org/10.25058/20112742.n31.05 

Artículos

CORALES GUARDERÍA: SOBRE EXTINCIÓN, CAPACIDADES Y FORMA1

Coral Nurseries: On Extinction, Abilities, and Shape

Berçário de corais: sobre extinção, capacidades e forma

AÍDA SOFÍA RIVERA SOTELO2 

2 Candidata a doctora en antropología social, University of California, Davis, USA. Orcid ID: orcid.org/0000-0003-2315-2851. ariverasotelo@ucdavis.edu


Resumen:

Este escrito contribuye a la divulgación de dos cuerpos de literatura al público hispanohablante: estudios sociales de la extinción y la «capacidad de responder». Argumenta que los estudios sociales de la extinción enfatizan la violencia y el sufrimiento como la principal conexión entre humanos y otros animales extintos y amenazados. Inspirada en filósofas feministas como Vinciane Despret y Donna Haraway, quienes cuentan historias de animales capaces de responder y no simplemente de reaccionar, este escrito pregunta qué más hay en los procesos de extinción además de sufrimiento y de violencia. Esta aproximación es importante en cuanto invita respuestas individuales y colectivas que pasan más por la curiosidad que por la culpa y la lástima. Esta propuesta es inseparable de la escritura creativa que permite contar corales que hoy son guardería. Estos mundos marinos están haciendo algo más que simplemente desaparecer. Son las formas materiales de redes de vida humana subacuática.

Palabras clave: extinción; capacidad de responder; forma y corales

Abstract:

This paper helps spread two bodies of literature among a Spanish speaking audience, that is, social studies of extinction and 'response-ability'. It argues that social studies on extinction highlight violence and suffering as the primary connection between humans and other extinct and endangered animals. Inspired in feminist philosophers, such as Vinciane Despret and Donna Haraway, both of whom tell stories of animals who are able to respond rather than merely reacting, this paper asks what else we can find in processes of extinction besides suffering and violence. This approach is important as it calls for individual and collective responses sprang from curiosity rather than guilt and pity. This proposal go hand in hand with creative writing, which enables telling about corals that have become nurseries. It suggests that these sea worlds might be doing more than simply disappearing. They are also the material shapes taken by underwater human living networks.

Keywords: extinction; response-ability; form and corals

Resumo:

Este escrito contribui para a divulgação de dois corpos de literatura para o público de língua espanhola: estudos sociais sobre a extinção e a "capacidade de responder". Argumenta-se que os estudos sociais sobre a extinção enfatizam a violência e o sofrimento como a principal conexão entre humanos e outros animais extintos e ameaçados. Inspirado em filósofas feministas como Vinciane Despret e Donna Haraway, que contam histórias de animais capazes de responder e não simplesmente reagir, esse artigo indaga sobre o que mais está por trás dos processos de extinção, além de sofrimento e da violência. Essa abordagem é importante na medida em que traz respostas individuais e coletivas que passam mais pela curiosidade do que pela culpa e pela pena. Esta proposta é inseparável da escrita criativa que permite contar sobre os corais que hoje são um berçário. Esses mundos marinhos estão fazendo mais do que simplesmente desaparecer. Eles são as formas materiais de redes de vida humana subaquática.

Palavras-chave: extinção; capacidade de resposta; forma e corais

En 2017 por primera vez se publica en la Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales un artículo de José Miguel Esteban Cloquell sobre la sexta extinción. El artículo parte del Informe Planeta Vivo 2016 de la Fundación Mundial para la Defensa de la Naturaleza (WWF). Según este informe desde 1970, el 39% de especies marinas y terrestres y el 75% de especies de agua dulce se han extinguido. Además, la población de especies salvajes se ha reducido en un 58%. Las cinco extinciones masivas de especies que precedieron a la actual respondieron a eventos geológicos y biológicos y dieron paso a otras formas de vida. La diferencia que constituye la sexta extinción es la influencia de modelos de desarrollo industriales que han acelerado estos procesos de cambio (Esteban Cloquell, 2017a).

En 1998 el Departamento Administrativo de Estados Unidos de los Océanos y la Atmósfera (NOAA) anunció un evento sin precedentes: el primer blanqueamiento masivo de corales en los tres Océanos. 16% de los corales alrededor del mundo murieron. A este evento le siguió un segundo en el 2010 y un tercero entre el 2015 y el 2017. Este último evento no sólo ha sido el más largo, sino que ha reducido la Gran Barrera de Arrecifes en Australia en un 93% (Braverman, 2018). Desde la década de 1980, la cobertura de corales en el mar Caribe se ha reducido hasta en un 90% (Zarza et al, 2014). Así como los corales, muchos animales que dependen de ellos también han desaparecido en Colombia y alrededor del mundo. Con un cubrimiento de 0,1% en los océanos, de los corales depende al menos el 25% de la vida marina (Braverman, 2018).

La extinción no ha sido una pregunta apremiante para enfoques predominantes en el pensamiento social ambiental en América Latina como son: la ecología política, la historia ambiental, el extractivismo, los bienes comunes, el buen vivir y las alternativas al desarrollo. El objeto principal de este texto es divulgar dos cuerpos de literatura al público hispanohablante. Por un lado, los estudios sociales sobre la extinción, los cuales han sido prolíficos en el campo de Environmental Humanities1 en América del Norte, Europa y Australia. Por otro, la aproximación de la «capacidad de responder»2 de filósofas feministas como Donna Haraway y Vinciane Despret a los estudios críticos de los animales.

Además de presentar ambos enfoques, este artículo propone una conversación entre estos que se extiende a una discusión sobre qué y cómo hacer preguntas a sociedades compuestas por humanos y otros animales, y cómo contar historias de procesos sociales que no solamente están atravesados por sufrimiento y por violencia. Esta invitación es importante para apelar a otros sentimientos como a la curiosidad antes que a la culpa y a la lástima.

El artículo se divide en otras cuatro secciones. La primera sección, Sobre la extinción, cumple con dos propósitos. Primero, ofrece una revisión de la literatura sobre estudios de la extinción y busca la divulgación de los diferentes enfoques y preguntas. Segundo, en esta sección argumento que dicha literatura comparte el énfasis en la violencia y el sufrimiento como el principal modo de relación que vincula a los humanos en los procesos de extinción. La segunda sección, Sobre capacidades, expande sobre la «capacidad de responder» y señala que esta aproximación nos exige cuestionarnos, ¿qué más hay además de violencia y sufrimiento? Esta discusión pasa por una reflexión sobre la forma de la escritura que permite contar historias en las que los animales son capaces de responder y proponer preguntas.

La tercera sección, Sobre forma, es un ejercicio de composición que cuenta corales que hoy son guardería de futuros inciertos. La forma de la escritura es inseparable del concepto de corales guardería y de una conceptualización matizada sobre el proceso de extinción de los corales. Finalmente, la última sección es una invitación antes que una conclusión e incluye ideas sobre las posibles contribuciones de estos enfoques al pensamiento y accionar político en América Latina.

El texto reúne lo que bien podrían ser textos distintos. Sin embargo, en conjunto las diferentes secciones permiten simultáneamente: la divulgación de literatura, avanzar un argumento e ilustrar una propuesta. En últimas, antes que respuestas definitivas, el texto ofrece preguntas sugerentes y provocadoras para discusiones abiertas.

Sobre la extinción

En la literatura que voy a presentar a continuación, los animales aparecen como indicadores de procesos evolutivos en la forma de especies amenazadas, especies carismáticas y no amadas, especies invasoras, individuos que viven y mueren lentamente en otros espacios también amenazados, en laboratorios y zoológicos, como sujetos de nostalgia y de cuidado por ciertos humanos. Otros aparecen extintos o como proyectos de des-extinción. Buena parte de dichos estudios apunta a como los animales entran a hacer parte de formas de valoración que discriminan entre diversos seres. Mientras unos entran a ser objeto de cuidado, otros se convierten en objeto de exterminio con fines de conservación. Sólo ciertos animales movilizan financiación, voluntarios y turistas, así como abren posibilidades de compensaciones y créditos sin precedente. La decisión de conservar y proteger algunas especies e individuos, es inevitablemente también una decisión de dejar morir e incluso matar a otros.

Diversos tipos de especies

Algunos trabajos han situado históricamente la emergencia del concepto de la extinción a principios del siglo XX como parte de un ambientalismo que en Europa y Estados Unidos se preocupa por variaciones de especies. Las especies sirven como una unidad de análisis, de comparación y de medida. La categoría de especies amenazadas crea y mantiene la necesidad de identificar y de contar individuos, como parte de evaluaciones de riesgo que van de la vulnerabilidad a la extinción. Hoy en día las listas, entre las que se encuentra la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), guían regulaciones y acciones internacionales y nacionales. Asimismo, brindan lineamientos de manejo y control sobre aquello que se concibe extinguible, así como sobre especies prescindibles. Los animales aparecen enlistados como números (población) vinculados a: taxonomía, evaluación de la información, distribución geográfica, hábitat y ecología, amenazas y acciones de conservación (Chernela, 2012; Lorimer, 2015; Heise, 2017).

Sólo algunas especies amenazadas son consideradas también especies carismáticas y emblemáticas, mientras las otras pasan a ser simplemente especies no amadas.Lorimer (2015) conceptualiza las especies carismáticas como aquellas con la capacidad de generar empatía entre humanos. Principalmente mamíferos como osos panda y delfines se convierten en especies que captan recursos para su protección. Dichos recursos se colectan a través de la mercantilización de encuentros en planes de turismo y voluntariados, así como en variedad de mercados que van desde bancos de especies a compensaciones por biodiversidad. Las especies carismáticas implican tanto una ética como una economía de aquello que vale la pena protegerse. El enfoque de la protección de especies carismáticas ha sido cuestionado porque en muchos casos se limita a la reproducción asistida de especímenes, sin mayor reflexión sobre el sentido de prolongar sus vidas.

Al lado de los animales carismáticos se encuentran quienes hacen parte de las especies no amadas, aquellas que no recaudan fondos, por las que nadie paga para ver o para proteger. Estas son las especies cuyos científicos se esfuerzan por reivindicar siempre en términos de sus funciones ecológicas. Es decir, a diferencia de las especies carismáticas que parecieran valiosas en sí mismas, los no amados siempre aparecen en términos de los servicios que prestan o los perjuicios que causan. El énfasis en la capacidad de las especies carismáticas de generar empatía, si bien enfatiza cierta capacidad propia de algunos animales, distrae la atención sobre el aspecto relacional del amor hacia unas especies y no hacia otras.

El mensaje principal de los estudios de especies no amadas es que toda muerte es relevante. Deborah Bird Rose y Thorn Van Dooren (2011) se preguntan: si las creaturas que amamos están al borde de la extinción, ¿qué sucede con aquellas menos visibles, bellas y con las que estamos menos familiarizados? ¿Qué sucede con aquellos que no se cuentan y que pueden desaparecer por negligencia? (Rose and Van Dooren, 2011, p. 5).

Algunas especies son no amadas y además son objeto de exterminio y control en nombre de la conservación. Es el caso de las especies invasoras. Estas especies son consideradas ilegítimas en ecologías contemporáneas (cambiantes), y como tal sus muertes son solicitadas sin condena. El discurso sobre su carácter invasivo se nutre de una forma particular de entender las relaciones ecológicas. Van Dooren (2011) invita a pensar qué ecologías intentamos proteger y por qué, así como cuándo y cómo estamos dispuestos a matar por ellas (Van Dooren, 2011, p. 2).

Un ejemplo de especie invasora es el pez león, una especie del Indopacífico que llegó al Caribe posiblemente a través de aguas de lastre y acuarios. Es considerado un devorador de peces pequeños, de rápida reproducción y sin predador natural. El pez león no es un animal que se protege, sino en cambio que se maneja a través de un discurso militar orientado a su exterminio (Cardozo & Subramanian, 2013).

Su destrucción se propone a través de la pesca selectiva, recreativa y competitiva, así como de la creación de una gastronomía y del diseño de artesanías con sus escamas. Indistintamente de su tiempo en el Caribe, el pez león mantiene su condición migratoria como una especie foránea.

Algunos trabajos sugieren otras aproximaciones a las especies invasoras. Por ejemplo, el pez gobio en los Grandes Lagos en América del Norte también ha sido considerado como un centinela de toxicidad en el agua (Murphy, 2013). Sin embargo, para que otras aproximaciones sean posibles se necesitan científicos con interés y financiación para explorar qué más puede ser una especie además de invasora.

Otras investigaciones señalan las paradojas del sistema de protección de especies amenazadas que vincula investigación, reconocimiento oficial, legislación, financiación y programas de protección. Choy (2011) ilustra la dificultad para que los científicos puedan probar el estado de una especie como amenazada antes que los gobiernos tomen medidas para la protección de los lugares donde viven. La protección en el esquema de especies amenazadas está condicionada a la evidencia científica, cuyos tiempos superan la urgencia de frenar medidas puntuales que comprometen las formas de vida de sus individuos. Asimismo, Friese (2013) sugiere que ni las especies ni la protección son condiciones estables, y señala que, en programas de reproducción de especies amenazadas, tanto los números de individuos como la variabilidad genética de los mismos afectan el estatus de estos como amenazados. Esto tiene implicaciones en términos de su protección legal y financiera.

Espacios igualmente amenazados y laboratorios

Van Dooren (2014) se refiere a las especies en un doble sentido: como largos linajes evolutivos a través de millones de años, así como individuos en cuyas vidas y trabajo se hace posible la continuidad genética de su tipo. Él conceptualiza la extinción como un proceso prolongado de pérdidas que ocurren en múltiples registros antes de la muerte del último espécimen. Un ejemplo puntual son los animales que alrededor del mundo retornan de manera fiel a los sitios donde nacieron, aunque ya estos no existan de la misma forma. Es el caso por ejemplo de tortugas de mar, ballenas y pingüinos. A través de historias de animales extintos y en proceso de extinción, este escritor busca expandir en las conexiones entre las vidas humanas y las de otros animales. ¿Qué es de la vida de ciertos humanos y otros animales cuando alguien desaparece? Esta conceptualización ofrece una aproximación matizada en la cual la extinción de una especie conlleva un dolor por la muerte de la especie, pero también por los mundos relacionales que desaparecen con esta.

Algunos trabajos apuntan a conexiones históricas y comerciales que han conducido al exterminio (Choy, 2011; De Vos, 2017). Otros trabajos profundizan en el aspecto relacional entre especies amenazadas. Por ejemplo, Bastian (2017) señala que la presión en las condiciones de vida de jaguares y de tortugas marinas ahora les reúne como predador y presa. La abundancia del alimento para uno puede representar la disminución de alimento para el otro, y cada vez más individuos asumen nuevos riesgos al comer, por ejemplo, plásticos.

Braverman (2018; 2016) orienta la atención hacia los científicos: ¿qué es de su vida ante la posibilidad de que desaparezcan los corales? Ella expande sobre lo que implica en sus propias vidas debatirse entre la esperanza de la reproducción asistida, y el desespero que les produce pensar que incluso los corales más fuertes morirán en mares que se están calentando y acidificando.

Van Dooren (2014) y Chrulew (2017) profundizan sobre los casos de reproducción asistida de las grullas ferinas y los titís león de oro y la manera como los animales y los científicos aprenden en el proceso. La habilidad de las grullas y de los titís de sobrevivir a las migraciones y a la selva, no solamente es innata, sino aprendida. Asimismo, los científicos aprenden a implementar nuevas prácticas. Por ejemplo, algunos han incorporado disfraces para que las grullas no les tomen como sus modelos de comportamiento, y otros han creado laboratorios con mayores estímulos para que los titís aprendan a ser más recursivos y cuidadosos al conseguir su comida.

Van Dooren (2014) también señala que dichas prácticas de cuidado no están exentas de coerción y de violencia. No se pueden olvidar las «poblaciones sacrificadas» en cautiverio, las grullas incapacitadas para entablar relaciones sociales con otros miembros de su especie. De manera similar, Chrulew (2017) se pregunta: ¿a qué precio, asumiendo qué riesgos y tolerando qué fallas los titís león de oro son rescatados de la extinción? La muerte, el cautiverio y la reintroducción aparecen como una fatalidad, al tiempo que crean otra posibilidad: ¿y si les dejamos morir?

A diferencia de estos autores, Irus Braverman (2015) complica el concepto de cautiverio hoy cuando los zoológicos son instituciones de conservación de especies amenazadas. Ella interroga como se ha llegado a la dicotomía entre lo salvaje (in situ) y el cautiverio (ex situ). Argumenta que dichas distinciones justifican la muerte de individuos en espacios que conjugan tanto intervenciones activas como ideas clásicas de autorregulación. Asimismo, interroga por qué se piensa que las vidas de individuos entre más salvajes son más valiosas y merecedoras de conservación.

Otros trabajos han indagado sobre los proyectos de des-extinción que buscan retornar a la vida especies ya desaparecidas como el mamut y la paloma viajera a partir de la información genética en especímenes en museos y fósiles. Las discusiones al respecto giran en torno a los impulsos conservacionistas que pretenden restaurar especies y ecosistemas a un momento pasado (Heise, 2017).

Con respecto a programas de reproducción asistida y des-extinción, Yusoff (2012) advierte que estos programas son presentados como una solución tecno-científica que hace invisible las historias de muerte, violencia y exterminio. De esta manera, estos discursos pueden generar poca sensibilidad hacia la muerte de los animales extintos y en proceso de extinción. Para ella es importante resaltar las historias de violencia que comprometen a los humanos en la extinción de otros animales.

Gran parte de la literatura sobre la extinción es fiel a la siguiente premisa: la violencia y el sufrimiento son el principal vínculo que une a los humanos con las vidas y las muertes de otros animales. La literatura sobre la extinción cuestiona los procesos que han conducido a la desaparición de especies y de mundos relacionales, y enfatiza la responsabilidad de las prácticas humanas en estos procesos. Los contornos de lo animal y lo humano se redefinen en entramados del tipo «junto a» o «en ausencia». Este es un ejercicio sutilmente diferente al que proponen filósofas de «la capacidad de responder», como son Vinciane Despret y Donna Haraway. Dicha aproximación cuestiona los fundamentos ontológicos de la categoría de lo humano y de lo animal.

Siguiendo a Heise (2017), es importante interrogar el tipo de relaciones sociales que las categorías de lo humano y de lo animal permiten y proscriben. Críticos post-coloniales como Graham Huggan y Helen Tiffin (2010) sugieren que para entender la continuidad y legados del colonialismo se necesita re-considerar la categoría de lo humano con respecto a lo animal. Las concepciones de lo humano han tenido repercusiones perjudiciales no solamente para otras especies, sino también para algunos que hoy son pensados como humanos, aunque en otro momento fueron considerados como animales. La categoría de lo animal históricamente ha legitimado una condición subalterna y prescindible.

En lo que sigue, profundizo en el trabajo de Vinciane Despret (2016 [2012]) y Donna Haraway (2008). Argumento que este énfasis puede aportar a la literatura sobre la extinción otras historias que vinculan a los humanos y a los animales y que no son únicamente de muerte y de sufrimiento.

Sobre capacidades

Vinciane Despret (2016 [2012]) pregunta: «¿Qué responderían los animales si hiciéramos las preguntas correctas?» La pregunta puede generar algo de ruido. Implica animales que son capaces de responder a preguntas. La premisa que cuestiona es que los animales simplemente reaccionan, que son incapaces de comportarse de otra manera diferente a lo que les ofrece el instinto. Esta es una pregunta sutilmente diferente a: ¿qué hablarían los animales? La capacidad de responder no depende de la capacidad de hablar dentro de cierta gramática humana, aunque la misma pregunta implica una intervención lingüística que crea la posibilidad de pensar e imaginar animales capaces de responder, no sólo a través de la palabra. Además, la forma como se enuncia la pregunta condiciona el tipo de respuesta. ¿Quizá no estamos haciendo las preguntas correctas o quizá las preguntas que hacemos no les interesan?

Vinciane Despret así como Donna Haraway y otras filósofas feministas de la ciencia heredan esta pregunta de Jacques Derrida (2008 [1997]). Es una pregunta además cargada de cierta sensibilidad. Una mañana Derrida se siente observado por su gata mientras está desnudo en su baño. Esa gata que lo inquiere con su mirada es singular, no es cualquier gata, ni mucho menos el animal como categoría que define los contornos de lo humano. Es a partir de ese encuentro íntimo entre Derrida y su gata, que él se pregunta algo que quizá la filosofía occidental olvida: la capacidad de esta gata (singular) de interrogar al filósofo (Derrida) con su mirada. Él argumenta que dicho olvido hace posible que el humano instale su superioridad sobre todo aquello que denomina vida animal. Y se interroga: «¿Es el animal definido como uno y sólo uno una quimera? ¿Es el animal más que animal u otra cosa que animal? O como uno frecuentemente dice de la quimera, ¿puede haber más de un animal en uno?» (Derrida, 2008 [1997], p. 392)3.

Siguiendo a Derrida, no se puede negar que el proceso de convertir lo animal en subalterno disimula una crueldad y organiza al mundo en el olvido de una violencia comparable a los peores genocidios. Él recurre a Jeremy Bentham quien propone un cambio en la forma como se pregunta sobre lo animal: ¿Puede sufrir? La forma de la pregunta lo cambia todo, en tanto no concierne simplemente al logos o la palabra. Es decir, no depende de que el animal pueda articular palabra o hablar como el humano. Para Derrida la discusión se hace interesante cuando en lugar de preguntar si hay un límite abismal entre lo humano y lo animal, se piensa: ¿qué viene a ser el límite cuando es abismal, y también cuando la frontera no es única e indivisible sino más de una, y por tanto, no puede ser ni rastreada ni fijada? (Derrida, 2008 [1997], p. 399).

Aunque Haraway y Despret heredan esta curiosidad, toman un camino diferente al sufrimiento. Muchos experimentos se han diseñado para probar que ciertos animales reaccionan a estímulos o que son capaces de sufrir, lo que tiene implicaciones en términos de sus usos industriales y en investigación. El mismo diseño del experimento determina un resultado que decide la premisa según la cual para sufrir se requiere una neocorteza. Lo que es otra forma de decir: no se sufre sino en los términos que satisfacen los mamíferos vertebrados. Todos los demás se asumen no sólo como incapaces de sufrir, sino en una condición de algo antes que de alguien. Algunos grupos de científicos se han reunido para rechazar dicha premisa. El reconocimiento de la capacidad de sufrir para un grupo amplio de animales ha implicado en algunos lugares leyes de bienestar y protección animal (Balcombe, 2016; Gagliano, 2016; Lien, 2015).

Sin embargo, la forma cómo socialmente hacemos admisible el sufrimiento de alguien resulta incluso más compleja. La pregunta no es trivial en tanto que pareciera que la capacidad de sufrir marca hoy el ingreso al terreno de algunos y no simplemente de algos. Esta sigue siendo una pregunta vigente en estudios sociales entre humanos, lo que a su vez sugiere que una neocorteza no es garantía suficiente de admisibilidad en la humanidad de algunos. Autoras como Veena Das (1996), Cristiana Giordano (2014) y Lisa Stevenson (2014) han llevado la discusión de la prueba, la evidencia y el conocimiento sobre el sufrimiento de otro, a un tipo de sensibilidad y lenguaje que no lo condiciona.

Para Haraway, la cuestión del sufrimiento no es una cuestión menor, sin embargo, ¿qué tal si nuestra consideración hacia otros seres no dependiera únicamente de su capacidad de sufrir? ¿Y qué pasaría si pensamos que los animales no sólo pueden sufrir, sino también jugar, trabajar y que incluso podemos aprender a jugar con ellos? Quizá esto y no sólo la violencia como modo de relación permita contar historias sobre las formas como estamos implicados unos en otros y que evoquen otras virtudes diferentes a la lástima. Parafraseando a Haraway, ¿tenemos la capacidad de responder a dicha invitación o de reconocerla cuando se nos ofrece? (Haraway, 2008, p. 22). A la par de las historias de sufrimiento, Despret nos previene sobre las historias de explotación. Confinar todas las relaciones entre los humanos y los animales exclusivamente a la explotación y al sufrimiento, es también negar la capacidad de los animales de ser algo más que víctimas e idiotas sociales.

Contar otras historias, si se quiere, también es contar historias de lo imposible. Siguiendo a Despret, en circos, granjas, zoológicos y laboratorios, los momentos en los que los animales han actuado de una manera que no se espera de ellos, han pasado trivializados en su mayoría como excepciones o accidentes. No hay un archivo sistemático sobre estos momentos. Contar historias de animales capaces de responder es contar historias en contra de la Historia del Animal sólo capaz de reaccionar. En la mayoría de los casos, cuando se recurre al «accidente» como explicación, se cierra la posibilidad de seguir haciendo preguntas. A través del arte de preguntas y articulaciones, Despret lentamente nos lleva a desaprender los supuestos sobre lo animal al tiempo que, sobre lo humano, y también sobre aquello que separa a los humanos y a los animales.

Transición a la discusión sobre la forma

En buena parte de los estudios sobre la extinción, los animales aparecen como sujetos de consideración en entramados de más que humanos, pero no es claro en qué medida son interlocutores capaces de responder posibles preguntas. La aproximación de la «capacidad de responder» busca que en sus historias los animales sean propositivos. Este ejercicio es inseparable de la forma como se cuentan las historias. El lenguaje en las ciencias sociales y naturales está en su mayoría permeado por la imposibilidad de animales capaces de responder. De ahí que otros géneros y formas creativas de escritura pueden cumplir un doble objetivo: facilitar que tanto quien escribe como quien lee esté menos a la defensiva frente a aquello que está en disposición de aceptar como legítimo. Estas intervenciones en la forma de la escritura pueden lentamente incidir en lo que socialmente hemos construido como una imposibilidad: los humanos son los únicos actores de la historia (Latour, 2016 [2012]; Pereira da Silva, 2017).

No es simplemente una cuestión de contar historias de científicos y sus especies extinguibles y de estas especies y sus científicos también extinguibles con ellas. Es crear historias del quehacer científico contadas de formas que no permitirían sus artículos publicables. Es crear la posibilidad de un pensamiento social para el que la ciencia no es ajena (y viceversa). Es contar también historias en las que la ciencia no constituye un registro distinto y donde diversidad de humanos y otros animales no se agota en el concepto de especie. Esta aproximación no nos exige renunciar a lo que se ha aprendido sobre diversidad humana. Nos pide expandir nuestras posibilidades para pensar sobre las diferencias, así como sobre lo común dentro y más allá de lo humano.

Esta aproximación exige un gesto especulativo. La cuestión aquí no es la certeza. Tampoco lo es entre quienes hoy consideramos humanos, como lo señalan Veena Das (1996), Cristiana Giordano (2014) y Lisa Stevenson (2014). Es una apuesta a pensar que no sólo los otros animales, sino que también los diversos humanos son capaces de responder no sólo a través de la palabra. Esto también implica que no sólo las personas indígenas son capaces de conversar con los animales, dado que hay múltiples formas de conversación y de actores.

Las prácticas experimentales pueden entenderse como conversaciones de preguntas y respuestas. En otras palabras, los diálogos y conversaciones tienen lugar en prácticas relacionales como la biología de la conservación y la restauración de corales. Por ejemplo, los embriones de los corales (así como su animalidad) no son anteriores a la relación con el científico y el microscopio que les hace posible. Tampoco lo son el científico de corales y su microscopio. Y en esa relación que activa mutuamente a embriones, microscopio y científico, este último observa por el microscopio y pregunta: ¿estás bien? ¿estará bien la temperatura? ¿necesitas que limpie el medio? Y toma decisiones, modifica la temperatura, les cambia de lugar, les limpia el agua y espera a qué estos respondan con el olor, el color, la textura del agua, bajo el microscopio.

Esta es una aproximación que nos invita a incomodarnos en nuestras posiciones y certezas que crean y mantienen el mundo en el que vivimos, y en el que muchos seres hoy están muriendo de manera lenta y acumulativa. Si bien «la capacidad de responder» reconoce como en toda relación social que hay violencia y coerción, nos invita a preguntar: ¿y qué más hay? ¿Qué hace que los animales sean tan interesantes que nos invitan a prestar atención a sus formas de vida, las relaciones en las que sus vidas se soportan y también las relaciones que sus vidas hacen posibles?

En los estudios de la extinción hay cierta teleología e inevitabilidad en la anticipación de otro tiempo en el que muchísimas especies se han perdido. Despret y Haraway nos retornan al momento en el que los humanos y los animales se encuentran, en calles, en casas, en acuarios, en laboratorios, también en lo que comemos y en lo que consumimos. Cotidianamente nuestras vidas y formas de vida se soportan en la muerte de algunos, no simplemente de algos. No es simplemente su muerte la que nos compromete, sino la forma cómo históricamente les hemos convertido en seres fácilmente prescindibles (algos/cosificados). La invitación de estas filósofas, así como la de Yusoff, es a heredar estas complejas relaciones. Pero a diferencia de Yusoff, Haraway y Despret también nos advierten, las historias que heredamos no sólo han estado atravesadas por violencia y por muerte.

Despret (2017) cierra el libro sobre los estudios de extinción con su texto: «Es un mundo entero que ha desaparecido» (Rose, Van Dooren, Chrulew, 2017). Y comienza:

¡Bang!

Septiembre 1899, Babcock, Wisconsin

La última paloma viajera americana (Ectopies migratorius) en estado silvestre muere por el disparo del último cazador americano de palomas viajeras.

Septiembre 1, 1914, 1:00 pm, Zoológico de Cincinnati, Ohio.

Martha, la última hembra milagrosamente preservada en cautiverio muere en el piso de su jaula. Tenía veintinueve años. Su compañero, George, había muerto cuatro años antes. Ambos fueron la última oportunidad de su especie. Declinaron. Prefirieron no dejar descendientes4. (Despret, 2017, p. 217)

Despret imagina que Martha murió tranquila emprendiendo su primer gran viaje y el último de su especie. Quizá Martha y George guardaban en su memoria, aquella que se escapa al conocimiento de los humanos, el recuerdo de las masacres, los rifles y los árboles incendiados durante la noche. Para Despret, los humanos han perdido la presencia de estos pájaros, han conservado sus nombres, pero han olvidado lo que estos evocan. El mundo ha perdido parte de lo que le hace y le mantiene como mundo. El mundo muere en cada ausencia. ¿Quién re-descubrirá las palabras cuando las sensaciones se han perdido? El sol siente nostalgia de aquellas nubes de alas con las que aprendió a jugar a escondidas con la tierra. Ahora sólo le quedan algunas tormentas. Los humanos lloran a las palomas viajeras. Debió preocuparles cuando al pasar por el cielo, el sol todavía brillaba. Y, sin embargo, mientras los humanos lloran su pérdida, es el mundo el que muere con su ausencia (Despret, 2017).

En este texto, Despret de-centra a los humanos y a su sentido de pérdida, para re-dirigirlo a un mundo que pierde en sensaciones con la ausencia de las palomas viajeras. No sólo ellas se han perdido, sino también los eclipses que formaban al sobrevolar el cielo. Se han perdido también sus cazadores y con ellos sus prácticas, no simplemente las técnicas, sino lo que ellas evocan. Hemos quedado con los nombres, una memoria que se escapa al conocimiento humano también se ha ido, aquella que pasó a través de largos linajes evolutivos. Queda en la memoria del mundo, una memoria que quema en su ausencia, una memoria que se escapa a la contabilidad humana.

Sobre forma

¡El mar está pariendo!

En el archipiélago del Rosario, en la costa Caribe colombiana, los mayores cuentan que de luna en luna el mar pare. El mar se viste con millones de bolsitas blancas que flotan hacia la superficie. Ninguno ha visto a un pez parir, pero los pescadores sugieren que las bolsas son los huevos de los peces, pues los han encontrado en los cuerpos de los pescados. Nadie imagina que los corales, así como los peces, también paren.

Se acerca la luna llena de agosto. En el laboratorio del Centro de Investigación, Educación y Recreación (Ceiner) los investigadores cortan fragmentos de Acropora cervicornis. La abundancia de un tipo de semillas blancas que no se había visto en los últimos tres años disipa todas las dudas; los corales en la guardería están listos para desovar.

A partir de la segunda noche después de la luna llena, los investigadores instalan unas trampas esperando colectar huevos de diversas colonias y morfotipos. Esa noche no se colectan bolsitas, pero en la mañana siguiente se conoce a través del Coral Spawning Research Group que algunas colonias del mismo tipo desovaron en Curaçao. La siguiente noche se instalaron las trampas nuevamente. En esta oportunidad se colectaron bolsitas de una colonia. No es suficiente para que haya fertilización, pero es esperanzador junto a la noticia de desoves masivos en otros lugares del mar Caribe. Corales y desoves en otros lugares anuncian la gran noche.

Es la quinta noche después de la Luna Llena. A las 11 pm un pescador se prepara para su jornada. El tiempo está tranquilo. Es una buena noche para pescar. El mar está pariendo; el pescador nota las bolsas blancas. Prepara el marisco, una mezcla de sardina y arena, lo arroja al mar, lanza una a una las líneas de nylon que amarra a los dedos de sus manos y de sus pies, y se dispone a sentir. La pesca con nylon es un arte de sentir los pesos: del ancla cuando toca fondo, del nylon junto a la pesa y los anzuelos, del pez mordiendo al anzuelo. Los diferentes peces pican distinto. El pescador reconoce al pez por la forma como pica. El pargo, por ejemplo, aprieta y corre, mientras el mero se deja traer moviendo su cabeza de lado a lado. Es una buena noche. El pescador regresa a su casa con pescado.

De regreso al laboratorio, luego de la emoción del desove masivo, todos están cansados. El menor descuido al monitorear el medio de los embriones y todos pueden morir. Se intenta salvar a todos, pero luego de un día los embriones empiezan a verse y a oler mal. Lucen como una nata blanca y huelen a coral podrido. Bajo el microscopio los investigadores observan el colapso de las células. Entre millones de bolsitas en el mar, sólo se colectaron unas pocas. El resto de bolsitas continúan sus propios cursos en un océano de temperaturas variables. Quizá los corales no perdieron mucho, mientras los científicos perdieron la oportunidad de presenciar la embriogénesis de sus corales. Sólo queda la memoria de la noche en la que el mar parió. Otro evento como estos implica esperar al menos un año, probablemente mucho más, para que las sincronías de estas personas coincidan con las de los corales. La escena fue conmovedora. Incluso corales enfermos desovaron con sus pólipos expandidos y abiertos. Agujetas, sardinas y delfines celebraron entre cielos estrellados arriba y abajo. La fiesta duró poco. La noche del desove los investigadores contaron en el laboratorio: primero, segundo, trigésimo sexto clivaje. Un día después todos los embriones murieron.

En otro tanque del laboratorio, los últimos meros (Epinephelus itajara) del archipiélago y quizá de los últimos del mundo se mantienen vivos. Los pescadores piensan que son los últimos no porque sean los únicos, sino porque en sus palabras «se han retirado». Piensan que se han ido a arrecifes más profundos y lejos donde ni los pescadores ni los científicos pueden encontrarles. Este año no se reprodujeron en el laboratorio. Hace un año los mayores murieron de una enfermedad, y los adultos que quedan no mostraron ni huevos ni semen durante la temporada de reproducción entre mayo y julio. Algunos pescadores piensan que quizá hacia la Luna Llena de octubre o de enero los meros se congregan en «aguas sucias» -cenagosas- para reproducirse antes de regresar a sus refugios. Quizá entonces un pescador afortunado captura a un mero al tiempo que entra junto a este a la lista de los últimos.

Temprano en la mañana un joven sale a trabajar. Ya no pesca como lo hacen sus padres. Ahora es eco-guía submarino capacitado para nombrar especies y su importancia en el ecosistema. Explica que el coral no es sólo roca, sino también animal, que el pez loro es el jardinero del mar, que la bioluminiscencia la producen unos animalitos pequeñitos llamados dinoflagelados. Pero si mueren los últimos pescadores, los jóvenes dejan de pescar y se capacitan sólo en biología, entonces la memoria de lo que evoca el mero guasa morirá con los años. Si los Epinephelus itajara mueren en cautiverio, los científicos nos legarán sus protocolos y artículos sobre los intentos de reproducción de una especie extinta. ¿Quién recordará los guasas de más de 200 kilos que alguna vez habitaron el caño que conserva su nombre? ¿Quién recordará los meros curiosos que siguen de cerca a los buzos? ¿Quién recordará las olas que crean en el mar las vibraciones de sus sonidos? No solamente morirán los meros sino también todas esas experiencias sensoriales que hacen mundos.

La noche en la que el mar parió, una colonia de coral con banda blanca desovó masivamente. Cuando los corales desovan crean futuros inciertos: su continuidad en el tiempo, islas e isleños, refugios para meros, bajos de pesca, senderos de careteo e investigación científica. Hoy los corales son guardería de estos y otros futuros innombrados.

Una invitación más que una conclusión

Con este texto quise contribuir a la difusión de dos cuerpos de literatura que están pensando sobre cómo contar y cómo hacer preguntas a sociedades compuestas por humanos, otros animales y otros seres. ¿Cuánto más rica de vivir, pensar, contar una sociedad en la que no somos los únicos miembros?

Las historias que se han contado y que se pueden contar son diversas y responden también a diferentes motivaciones. Estas historias no son descripciones ni representaciones de una realidad objetiva. Surgen como un ejercicio de composición sobre lo posible. Despret y Haraway nos invitan a pensar qué más podemos contar además de la violencia y del sufrimiento. ¿Qué más hay? Lo cual también es una invitación a imaginar para nuestras vidas: ¿qué más puede haber? Animales capaces de responder son mucho más interesantes que animales predecibles que se cuentan como víctimas. Esta que es una invitación que viene de los estudios críticos de animales, también nos lleva a cuestionar cómo contamos historias sobre diversos humanos. La aproximación etnográfica además ofrece una gama de matices sobre nuestros conceptos. Por ejemplo, es diferente hablar de extinción a hablar de «peces que se han retirado».

Si bien este texto está inspirado en discusiones que se están dando en Estados Unidos, Europa y Australia, está también motivado por movimientos latinoamericanos en defensa de mundos. Hacia el 2005 se conformó el Consejo Comunitario de Comunidades Negras de las Islas del Rosario y en el 2012 el Consejo logró la titulación colectiva de parte de Isla Grande. Una de las demandas actuales es el reconocimiento de «maritorios» que se extienden más allá de las islas. Invitar a los corales a participar en esta discusión puede presionar sobre las premisas de desarrollo continental que definen qué y quiénes cuentan como redes de vida humana. Humanos anfibios tejen sus vidas en mundos subacuáticos que hacen posibles corales y que a su vez los corales hacen posibles. Los corales constituyen la materialidad tanto de archivos históricos alternativos5 como de toda propuesta de desarrollo propio.

Esta es también una invitación para las instituciones de Parques Nacionales y del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible a abrirse a corales que no son sólo lo que definen los biólogos marinos. Este reconocimiento de corales múltiples6 también es crucial en un momento en el que las explotaciones offshore se asumen sin dolientes.

He encontrado sólo algunas referencias a la extinción en la Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales (Esteban Cloquell, 2017a; 2017b). Una de las preguntas que me genera es por qué la extinción no aparece como una de las preguntas apremiantes en el pensamiento social y ambiental latinoamericano. En América Latina el ambientalismo parece responder más a la urgencia de demandas a los estados nacionales. Esto también ha permeado el lenguaje y la forma como pensamos y hablamos al respecto. No obstante, las traducciones en términos de recursos naturales y servicios ambientales (lenguajes legibles para el estado) pierden en contenido y fuerza cuando intentan articular la defensa de territorios, por ejemplo, frente a grandes proyectos de minería e hidroeléctricas.

Lo que se podría problematizar en otros espacios académicos como la supremacía del discurso sobre la extinción, no se sostiene como supremacía para espacios en América Latina donde la extinción ni siquiera surge como pregunta. Al presentar esta inquietud en diferentes foros de discusión, algunas personas me han sugerido que quizá la extinción no aparece como pregunta porque la premisa es la abundancia asociada a discursos de biodiversidad. Otras personas apuntan a la falta de diagnósticos. Y otras personas señalan como más apremiante la presión sobre humanos considerados también extinguibles. Sin embargo, ¿en qué medida estas explicaciones mantienen y justifican un hábito de pensamiento, el humano desvinculado de otras vidas animales?

Hay también quienes muestran recelo frente a lo que puede ser un impulso colonizador por discursos del Norte. Sin embargo, ¿el mismo concepto de naturaleza no guarda trazas coloniales? Este tipo de respuestas defensivas no sólo son victimizantes, sino que también atomizan el pensamiento y justifican la ausencia e invisibilidad de otros seres en nuestros análisis sociales. Quizá la invitación no es a contar historias sobre la extinción como se han contado en otros lugares. Quizá podemos proponer otras historias situadas en nuestras propias cotidianidades. En mi caso, propongo historias de corales que desovan sincrónicamente de luna en luna, ¿qué historias quiere contar usted?

Reconocimientos

Agradezco al laboratorio del Centro de Investigación, Educación y Recreación (CEINER) ubicado en el Oceanario de las Islas del Rosario, por permitirme participar en sus programas de guardería y de reproducción de corales (Acropora cervicornis y Acropora palmata), y del pez mero guasa (Epinephelus itajara), todas especies en peligro de extinción. Igualmente agradezco a todas las personas humanas y no-humanas que me han transmitido amor hacia esos mundos que se extienden más allá de las orillas.

Agradezco a Juan Camilo Cajigas, a César Camilo Castillo Estupiñán, a Andrés Felipe Sierra, a Marcela Cely, a los participantes del III Seminario Latinoamericano de Alternativas al Desarrollo, al Semillero de Investigación Interdisciplinario en Cultura y Naturaleza de la Universidad Javeriana y al Grupo de Estudios Sociales de la Ciencia, la Tecnología y la Medicina (GESCTM) de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá, por sus comentarios a versiones preliminares. Una versión más corta y preliminar de la tercera sección fue publicada en inglés en Reef Encounter: The News Journal of The International Society for Reef Studies, Vol. 33 No. 1 septiembre 2018 No. 46: 32-23. Kristi Onzik, Joseph Dumit y Rupert Ormond hicieron valiosas contribuciones a dicho texto. Finalmente, asumo toda la responsabilidad sobre el contenido del texto.

Referencias

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1 Este artículo es resultado de mi investigación de doctorado en antropología social en University of California, Davis. Mis estudios, así como 18 meses de trabajo de campo en las Islas del Rosario han sido financiados parcialmente por el programa de Colciencias Doctorados en el exterior, el Departamento de Antropología de la Universidad de California-Davis, el Instituto Hemisférico de las Américas, La Sociedad Internacional de Estudios de Arrecifes, y la beca Miguel Vélez.

1Environmental Humanities es un campo de investigación interdisciplinaria entre humanidades, ciencias sociales y naturales sobre cambios sociales y ambientales. Está asociado igualmente a la revista indexada que lleva este nombre. Para mayor información, ver: http://environmentalhumanities.org/

2En inglés la palabra es reponse-ability. La he traducido como «capacidad de responder» para hacer énfasis en la capacidad y para evitar confusiones con las diferentes acepciones del término responsabilidad en español.

3Traducción personal de: "Is it an animal, this chimera, an animal that can be defined as one, and only one? Is it more or other than an animal? Or, as one often says of the chimera, more than one animal in one?" (Derrida, 2008 [1997], p. 392).

4Traducción personal de: "BANG! September 1899, Babcock, Wisconsin. The last American Passenger Pigeon (Ectopistes migratorius) in the wild is shot by the last American hunter of Passenger Pigeons... September 1, 1914, 1:00 pm, Cincinnati Zoo, Ohio. Martha, the last female, miraculously preserved in captivity until then, passed away on the floor of her cage. She was twenty-nine years old. Her companion, George, had died four years earlier. The two had been the species' last chance. They declined. They preferred not to leave any descendants behind" (Despret, 2017, p. 217).

5 Trouillot (1995) se interroga sobre por qué la revolución en Haití es impensable dentro del pensamiento europeo de su época y cómo se hace imposible como historia al ser trivializada como un evento dentro del archivo. En la actualidad, el reconocimiento estatal de maritorios está condicionado a la evidencia de archivos históricos (documentos) inexistentes. Ahora bien, pensar los corales como archivos alternativos fósiles y vivos, repositorios de experiencias humanas y no humanas, es más una invitación a imaginar juntos cómo podría ser.

6 Mol (2002) se refiere a la multiplicidad de la arteriosclerosis como la coexistencia de diferentes enfermedades en las prácticas de un mismo hospital. Aquí cuando sugiero la multiplicidad de los corales me refiero a la coexistencia de los corales de la biología de la conservación y a los bajos de pesca que tampoco son independientes de los corales que protege Parques Nacionales desde finales de los años 70.

Cómo citar este artículo: Rivera Sotelo, Aída Sofía (2019). Corales guardería: sobre extinción, capacidades y forma. Tabula Rasa, 31, 119-138. DOI: https://doi.org/10.25058/20112742.n31.05

Recibido: 29 de Noviembre de 2018; Aprobado: 15 de Marzo de 2019

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