Introducción
Las investigaciones de las cuales surge este artículo, han planteado la reflexión acerca de las posibilidades/limitaciones de las políticas socioculturales públicas, para llevar adelante una real participación y democratización cultural de mujeres jóvenes, insertas en diversos colectivos sociales (País Andrade, 2016). Uno de los resultados que hemos comenzado a desglosar de las pesquisas llevadas a cabo focaliza en como las directrices socioculturales nacionales de las últimas décadas han organizado narrativas de sufrimiento (Grimberg, 2011), a través de las cuales estas mujeres legitiman su condición de «beneficiarias» de políticas de justicia social. En este sentido, las políticas púbicas intervienen invisibilizando y/o (re) produciendo las diferencias económicas, sociales, étnicas, religiosas y de género preexistentes en los territorios observados (País Andrade, 2016). Sin embargo, en ese mismo proceso las políticas públicas permiten que se generen espacios desde los cuales se redefinen identidades, se organizan iniciativas y se (re)significan agrupamientos sociales, culturales y políticos.
Esto nos llevó a relevar como las políticas socioculturales públicas (re)significan a las mujeres jóvenes como población destinataria para entender porque se ha ido (re)configurado, a esta población, como grupo de especial atención en la agenda nacional. De ahí arribamos a la necesidad de desnaturalizar tres conceptos claves en nuestras reflexiones: juventud, políticas y mujeres.
El estudio de caso
¿Del campo a la teoría?
Comenzamos entonces, en primer lugar, comprendiendo cómo desde programas socioculturales se percibe a «la juventud» como dotada de características específicas, distintivas, y determinadas a priori; y, fundamentalmente, como problemática y vulnerable. Sin embargo, el trabajo en campo, nos ha permitido observar como las (re)configuraciones identitarias de lxs1 jóvenes articulan conflictos y negociaciones presentes en los procesos identitarios de las diferentes formas de ser joven vinculadas a las distintas y desiguales (Reygadas, 2007) experiencias cotidianas según tres dimensiones fundamentales2. Los ejes a subrayar son: a) como se distribuye el poder en la sociedad/comunidad/territorio en la cual estos grupos están inmersos (Quijano, 2007); b) el espacio sociocultural habitado (Giglia, 2012; País Andrade, 2013); y c) el género con el que son percibidxs y/o autopercibidxs (del Río Fortuna et al., 2013).
De esta forma, en este proceso sinuoso y conflictivo que plantea la investigación/intervención social fuimos (re)construyendo algunas ideas acerca de cómo las políticas estatales despliegan formas de disciplinamiento y control sobre los cuerpos así como de normalización de prácticas y procesos identitarios, permeando y modelando las construcciones sobre jóvenes, juventud y lo juvenil, aún en el marco de estrategias de resistencia o apropiación resignificativa.
En este mismo recorrido, nos encontramos con un segundo momento, dando cuenta de cómo el interés de la antropología por las «políticas» implicó varios cambios de abordaje, durante los últimos años, en este campo de estudio. El método etnográfico significó la problematización de la «construcción» y los sentidos de una política determinada, pero también la construcción del «problema público» y la «población» a la que apunta. Al mismo tiempo que el interés por la vida cotidiana significó la incorporación de la población destinataria a estos estudios, tanto desde su percepción y apropiación, como desde las demandas, resistencias y negociaciones que se establecen tensionalmente.
Por tanto, nuestro tercer momento, enfocado en observar la cotidianeidad de las políticas, nos reveló la noción de «género» como dato importante a la hora de formulación de las directrices actuales y a las mujeres jóvenes como «sus actrices principales». Es sabida como esta categoría señala diversas disputas de significado traduciéndose en profundas diferencias de abordaje y consecuencias políticas a veces antagónicas. Por lo cual se nos hizo necesario comprender como las políticas socioculturales actuales significan a las mujeres. Los lineamientos más hegemónicos de cómo entienden las directrices estatales a «las mujeres» los encontramos (con matices por supuesto) en los lentes del feminismo liberal el cual ha contribuido a construir una categoría mujer homogénea, que omite las múltiples relaciones de poder y de desigualdad al interior de la categoría género y que así invisibiliza otras formas de desigualdad, al tiempo que ubica la posibilidad de su liberación en el marco de relaciones modernas y occidentales. Parecería entonces que las políticas socioculturales públicas están entendiendo la definición de género asimilada a «mujer» y a la «mujer» como una homogeneidad que invisibiliza su carácter histórico, variable y las relaciones de poder que la condicionan.
Cierto es, y lo que nos interesa remarcar en este artículo, que nuestra investigación se fue enriqueciendo con ciertos debates y reflexiones que nos iban acercando las lecturas que plantean los estudios decoloniales, el enfoque de la interseccionalidad/ interculturalidad y el feminismo crítico.
¿De la teoría al campo?
A partir de estas trazas, nos propusimos (re)construir las categorías con las que trabajamos, las nociones de otredad y las desigualdades que implican (entre otros cuestionamientos). La «originalidad» de estas perspectivas nos ha proporcionado muchas aperturas y flexibilidades metodológicas-epistemológicas pero también, desde su ojo, nos presentaba grandes complejidades a la hora de enmarcarnos en ella.
Así, comenzamos a (des)andar el camino recorrido por estos enfoques y comenzamos a (re)descubrir la existencia de dos fuertes intervenciones en el trabajo del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos británicos que reorganizaron el campo de formas concretas y que nos parecieron bases fundamentales para incorporar esta mirada a nuestras explicaciones antropológicas: los trabajos «feministas» y los de «raza». Estos estudios se convirtieron en decisivos para la reestructuración teórica-metodológica (Hall, 2010) aunque, a su pesar, el enfoque será interpelado permanentemente por las múltiples disputas y tensiones dentro de su propio campo como hacia afuera. Por tanto, dicha situación, genera gran dificultad a la hora de dar las características que lo hacen específico dentro del amplio abanico de los diversos enfoques humanos, culturales y/o sociales del campo académico, los cuales se han ganado sus reconocimientos como tales3.
De todos modos, afirmamos que es la característica de multidisciplinariedad4, de transformación y legitimación permanente que presenta este modelo de análisis la que nos permite indagar de forma creativa, novedosa y rigurosa5 lo cultural, la(s) política(s), la(s) resistencia(s), la(s)negociación(es), la(s) lucha(s) y la(s) transformación(es) internas-externas donde toman voz las personas de carne y hueso en el/los contextos donde surgen, se desarrollan y se transforman.
Por tanto, superponer nuestras etnografías desde estas nociones teóricas-metodológicas nos permitió caminar en la versatilidad de sus supuestos teóricos, metodológicos y epistemológicos dándonos oportunidad para discutir, transformar y desnaturalizar ciertos cánones enquistados en las ciencias sociales. Nos dio acceso a delinear e imbricar lo específico de estos estudios en sus relaciones intelectuales y políticas que conlleva a comprender sus diversos orígenes y articulaciones locales; en otras palabras, su propio cristalizar y explicar sus propios contextos. La objetividad justamente estuvo dada (y esto incomoda a ciertos espacios del ámbito académico) en reconocer la pasión, la emoción, lo político, es decir lo humano de nuestra subjetividad (Grossberg, 2010).
De la misma forma, en que nos enmarcamos en estos caminos para relevar y describir los elementos simbólicos contextuales en que se basan ciertas prácticas socioculturales de mujeres jóvenes, también sostuvimos que lo cultural nos permite acceder «a la vida como es vivida, en tanto se desarrolla en un contexto moral e histórico particular; nos dice qué se sentía estar vivo en cierta época y lugar» (Grossberg, 2010, p. 22). En otras palabras, la politización de la cultura (Wright, 1998) nos da amplitud para (re)producir como vivimos una época junto a la visibilización de la (re)construcción de las relaciones de poder sociales, económicas, de género y etarias; a la misma vez que, nos permite dar cuenta de cómo estás son resistidas, tensionadas, negociadas y modificadas desde los diferentes actores sociales. De aquí, repensar y reflexionar el rol político cultural y la cultura política de las manifestaciones juveniles en sus vínculos con lo que se significa por «mujer joven» y/o «varón joven» en nuestras sociedades se hace relevante. Siguiendo a Susan Wright: «La "cultura" tanto en sus viejos como nuevos sentidos ha sido introducida en muchos nuevos dominios en los años 80 y los 90, incluyendo racismo cultural y multiculturalismo, cultura corporativa, cultura y desarrollo» (1998, p. 139).
En esta complejidad metodológica-epistemológica es que proponemos relevar y (re)producir ciertos debates metodológicos-epistemológicos en su propio quehacer investigativo en relación a lo que se entiende por «jóvenes» y «mujeres» en las políticas socioculturales públicas actuales. Afirmamos que estos debates en y desde las ciencias sociales deberían abordar los problemas «del otro» desde una visión histórica y crítica desde donde se puedan (re)construir las imposiciones, negociaciones, resistencias y luchas de cómo se fue reproduciendo un «poder-saber colonial» que en muchas intervenciones socioculturales estatales legitima contextos y grupos sociales específicos como poblaciones problema (Foucault, 1978).
Consecuentemente, este escrito comparte cómo nuestra labor investigativa se encuentra interpelada por esta «revisión» metodológica-epistemológica que nos enfrenta al desafío de generar conocimiento histórico, social, localizado y «humanizado»; es decir, una teoría de la existencia social misma (Quijano, 2007)6.
¿(Re) pensando conceptos, escepticismos metodológicos o desencializando epistemologías?
Partir de afirmar que la epistemología es una teoría del conocimiento, nos lleva indefectiblemente a pensar quien es/puede/debería ser sujeto de ese conocimiento (Harding, 1987) y quien(es) lo han ido produciendo. Ante esto, dar cuenta de que el conocimiento con el que venimos interpretando «al mundo» ha sido durante siglos «generado» por «otros» invisibilizando por tanto, relaciones de poder/sometimiento; conflictividades/resistencias, acuerdos/desacuerdos, etc., es que surge la necesidad de tensionar, cuestionar y (re)construir nuestras epistemologías locales.
En este sentido, los enfoques antropológicos contemporáneos proponen una mirada de las sociedades que ponen en cuestión la noción misma de «Estado» desestabilizándolo, y optando por un enfoque procesual que se centra en las tensiones y las disputas de los actores que lo componen. En este escenario, las políticas no son meras herramientas del Estado, sino que son constructoras del mismo en un proceso en el cual el Estado, las instituciones, las poblaciones construidas por destinatarios y destinatarias de las políticas, se entrelazan e interaccionan en un marco de ejercicio de poder y resistencia. Las desigualdades sociales, las diversidades culturales, las nociones de juventud y género; junto a las relaciones que implican, los roles que legitiman y las prácticas que normalizan e impugnan, se construyen, significan y resignifican en este mismo proceso.
Desde esta mirada y focalizando en los «recorridos políticos-feministas» debemos dar cuenta de que a mediados de la década del 70 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el Decenio de la Mujer (1975/85), a fin de promover la igualdad, el desarrollo y la paz entre los seres humanos y entre los pueblos, con la incorporación plena de las mujeres y la vigencia efectiva de sus derechos (los cuales habían sido invisibles por siglos). Esta iniciativa sentó las bases para otros instrumentos internacionales de derechos humanos y comenzaron a sancionarse en ambos sistemas una serie de resoluciones, declaraciones y exhortaciones en favor de «la igualdad» de las mujeres7 Sin embargo, las diversas políticas internacionales, regionales como nacionales siguieron postulando diversos entramados que siguen (re)produciendo un pensamiento homogéneo de «mujer» -y en general «pobre»- (del Río Fortuna et al., 2013) dejando por fuera la relación de intercambio y de desigualdad con los varones y, entre las propias mujeres.
Es indudable que el camino recorrido, en términos de política(s) desde los años 70 a la actualidad, ha sido prolífero en la visibilización y problematización de las desigualdades entre mujeres y varones como también en el dar cuenta de las diferencias entre las propias mujeres. Esta visibilización ha hecho (entre otras cosas) que en nuestro siglo se observe en los espacios culturales una creciente participación femenina (estudiantes, artistas, gestoras culturales, etc.), y sus problemáticas en relación al acceso, igualdad y conquista de derechos dentro del ámbito de lo cultural. Eso sí, al imbricar críticamente los espacios, los accesos, las gestiones y las prácticas concretas con las políticas culturales desarrolladas desde el ámbito estatal, se observa en ellas un fuerte impulso en dar respuesta a las desigualdades socioculturales sin vincularlas con las desigualdades inherentes a ser varón(es) o mujer(es) jóvenes8. Por esa razón, no dan cuenta de las problemáticas genéricas y etarias que esto implica como son las relacionadas a las representaciones y significaciones de lo generacional, de las sexualidades y las diversas formas en que los sujetos significan sus masculinidad(es) y feminidad(es).
Es aquí donde las «investigaciones feministas» profundizan nuestro análisis y nos invitan (re)construir conocimiento con las mujeres de carne y hueso en/ desde la(s) política(s)9. Estos estudios dan cuenta de cómo se construye aquello que consideramos femenino, asociado a la idea de «mujer». Entendiendo desde aquí como interpelan los mandatos de la feminidad en la vida toda, teniendo en cuenta e identificando los múltiples campos de actividad de las mujeres tanto en sus ámbitos privados (desentrañando los roles y espacios ocupados al interior del hogar) como en los procesos de desarrollo social, político y económico propios del espacio social y público (donde podemos identificar la doble y/o triple jornada laboral, el «techo de cristal», etc.). Es decir, nos permiten «desnaturalizar» lo femenino para «desencializar» las implicancias que las acciones de las mujeres (re)construyen en/desde sus vínculos con otras mujeres, con los varones, como generación etaria, con la(s) política(s). En síntesis: en el mundo cotidiano10.
Ante esto, visibilizar «lo cotidiano» de lxs destinatarixs de la(s) política(s) se torna relevante ya que nos permite identificar y diferenciar las posibilidades/ limitaciones que tienen las mujeres jóvenes en el campo sociocultural. Además, nos facilita releer críticamente las políticas culturales locales, nacionales, regionales y mundiales. De esta forma, relevaríamos, por un lado, las diferencias que existen en la aplicación de determinados tipos de medidas según los espacios que observemos (desigualdad social, etaria y generacional); por otro, las diferencias culturales entre varones y mujeres (desigualdad de géneros).
Asimismo, nuestra investigación nos puso frente a la necesidad de (re) pensar el concepto de Identidad como construcción histórica y cultural. De esta manera, observamos como la(s) identidad(es), vienen siendo temas permanentes de revisión humana desde que las diversidades culturales y de (con) vivencia comunitaria se hicieron temas sociales. Desde el inicio de las penurias filosóficas primarias de explicar quiénes somos, hasta las más antropológicas y/o sociológicas de describir de quienes nos diferenciamos los sujetos han intentado explicarse como diferentes, diversos o desiguales. A los principios, desarrollos, profundizaciones y complejidades que han venido presentando las relaciones sociales en la vida cotidiana en el desarrollo de nuestro acontecer humano, se le suman las diferencias-diversidades presentes no sólo culturales sino religiosas, económicas, políticas, educativas, de género y de edad (entre otras) que generan permanentes desigualdades sociales.
De lo anterior, desglosamos la necesidad de (re)pensar la configuración identitaria de las jóvenes mujeres con las que trabajábamos en vínculo con la visibilización/invisibilización de los procesos de desigualdades cotidianas que las interpelan en sus percepciones generacionales, con los estereotipos femeninos esperados socialmente y los autopercibidos; y, con los varones y sus masculinidades.
Por tanto, surgió la necesidad de mostrar (sumándonos a otrxs autorxs) que «la juventud» es una categoría heterogénea y diversa en cuanto a sus prácticas, sentidos, representaciones y comportamientos intimada por «variables como clase, género, etnia, cultura, región, contexto sociohistórico, entre otras» (Vommaro, 2011, p. 3). Por consiguiente, entendimos que debíamos utilizar el término juventudes para dar cuenta de las múltiples formas de ser y representarse de los y las jóvenes actuales y de cómo los distintos grupos etarios y sociales representan la idea de lo juvenil (País Andrade, 2011). Es decir, la «juventud» como categoría que se significa al encuadrarla temporal y espacialmente, dicho de otro modo, toma sentido categórico en el mundo social (Chaves, 2006). En este camino, comenzamos a analizar las modalidades en que se «produce la juventud» (Martín Criado, 1998), y se (re) produce así misma, en vínculo con las diversas experiencias culturales desde las prácticas en la vida cotidiana (Pérez Islas, 2000; Bonvillani et al., 2010) de estas mujeres. Como resultado comenzamos a dar cuenta como estas jóvenes mujeres se autoperciben y se (re)producen como grupos generacionales enmarcadas en sujetxs «beneficiarias» de políticas desde sus roles de género. Aquí, retomamos y profundizamos las conceptualizaciones que han hecho los trabajos feministas ya citados.
Estas discusiones nos alertaron en la necesidad de profundizar en y desde estos enfoques para poder (re)significar la construcción y apropiación genérica como campo de lucha y acción política que han generado construcciones identitarias y prácticas sociales y culturales específicas en estas mujeres. Estas complejidades se instituyen al visibilizar que la desigualdad social, la desigualdad de género y la jerarquización al interior de las feminidades y masculinidades construidas por lxs jóvenes -que son al mismo tiempo un proceso estructural y una experiencia subjetiva- se expresan en una diversidad de modos de interpretar, actuar y responder frente a las prácticas y estrategias identitarias (Grimberg, 2003).
De hecho, intentar mostrar las nuevas configuraciones identitarias (Grimson, 2011) que las juventudes están reproduciendo en/desde la vida cotidiana, nos obligó a (re)construir la noción de identidad como un «juego de reconocimientos» que va en dos sentidos: la auto-atribución y la alter-atribución de identidad (Penna, 1992). Es la «lucha por el monopolio de la legitimidad» (Bourdieu, 1990, p. 46), lo que produce nuevas representaciones y clasificaciones en búsqueda de legitimar la propia posición, imponiendo sentidos en las prácticas cotidianas de las mujeres y varones jóvenes, modificando categorías de percepción del mundo que logran cierto consenso y son apropiadas en contextos que se (re)producen como situados. Retornamos que el observar la cotidianeidad nos lleva a entender el conjunto diverso de prácticas vinculadas con modos de (re) producir la vida (Heller, 1972). Asimismo, dichos conjuntos son aprendidos en las interacciones intersubjetivas basadas en marcos de referencia tanto compartidos (Berger & Luckmann, 1972) como de conflicto.
En este sentido, fue clave (re)significar epistemologías que vinculen niveles de análisis macro y micro para (re)significar las prácticas femeninas de estas jóvenes mujeres reconociendo en ellas las tensiones, resistencias y/o acuerdos con sus pares, con los varones y con la(s) política(s) socioculturales actuales.
A modo de cierre
Al comienzo de estas líneas, referimos a la necesidad de presentar en este artículo la complejidad metodológica-epistemológica surgida en el marco de algunas investigaciones que venimos llevando a cabo. Consecuentemente, nos propusimos reflexionar y (re)producir ciertos debates de producción teórica-metodológica que comenzaron a visibilizar de «formas novedosas» ciertos conceptos claves con y desde los cuales veníamos produciendo nuestro quehacer investigativo.
Como resultado, desnaturalizamos conceptos como política, juventud y mujeres con las lentes que nos proporciona la intersección entre las epistemologías decoloniales y ciertas miradas feministas contemporáneas. Al mismo tiempo, que nos desafía a (re)construir nuestro quehacer como investigadoras sociales en y desde la permanente dialéctica de nuestro propio trabajo de campo, militancias, prácticas áulicas, charlas, seminarios, etc., relevando -de forma histórica y crítica, las rupturas y continuidades de nuestros propios andares.
La encrucijada que se fue (re)significando en nuestros decires nos desafía a (re) construir(nos) desde las imposiciones, negociaciones, resistencias y luchas de cómo se fue (re)produciendo un poder colonial en contextos y grupos sociales específicos (Lins Ribeiro, 2005) como así también en nuestras propias formaciones académicas que nos «instruyen» en los diferentes modos del saber(nos), del ver(nos) y del ser (Quijano, 2007) mujeres.
En sintonía con los planteamientos de Krotz (2007), Lins Ribeiro & Escobar (2008), Restrepo (s/f; 2012) -entre otrxs- afirmamos que nuestras ciencias sociales actuales (en nuestro caso la antropología y la sociología) se encuentran ante grandes desafíos para (re)pensarse como disciplinas sociales (Krotz, 2007).
Esperamos que lo compartido en este artículo refleje un quehacer epistemológico que disputa a la propia «epistemología» e intenta encaminarse desde y hacia los desafíos planteados.