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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.34 Bogotá Apr./June 2020  Epub Feb 25, 2021

https://doi.org/10.25058/20112742.n34.04 

Artículo de investigación

LIBERALISMO Y BIOPOLÍTICA EN LA CIUDAD DE LA PAZ A INICIOS DEL SIGLO XX

Liberalism and Biopolitics in La Paz City in the Wake of the 20th Century

Liberalismo e biopolítica na cidade La Paz nos inícios do século XX

Nadia S Guevara Ordóñez1  , Doctorante

1. Doctorante del Instituto de Estudios Culturales, de la Universidad Humboldt de Berlín., Deutschland guevara.ordonez@yahoo.es


Resumen:

Se indaga sobre la forma en la que la biopolítica se incorpora al escenario boliviano en general y en la ciudad de La Paz de forma particular a inicios del siglo XX, y sus cruces con otras corrientes de pensamiento enfocadas a un rediseño de la población y la implantación de un proyecto de modernidad, a manera de proyecto civilizatorio, en el contexto de la victoria del proyecto liberal. Para ello se expondrá el caso de la reconformación del espacio urbano paceño, especialmente el barrio de Challapampa, como ejemplo de ciudad obrera.

Palabras clave: biopolítica; liberalismo; indígenas; proceso urbano; modernidad; gubernamentalidad.

Abstract:

We inquiry here on how biopolitics is built in the Bolivian stage in general, and in La Paz city, specifically, at the beginning of the 20th century, and its crossings with other currents of thought targeting a re-design of the population and the establishment of a modernity project, like a civilizing project, within the framework of a liberal project. In order to do that, we will present a case of reshaping La Paz urban settings, especially Challapampa neighborhood, as an example of a workers‘ city.

Keywords: Biopolitics; liberalism; indigenous people; urban process; modernity, Governmentality.

Resumo:

Pesquisa-se a forma na qual a biopolitica se incorpora no cenário boliviano em geral e na cidade de La Paz em particular no início do século XX, seus cruzamentos com outras vertentes do pensamento focalizadas em uma reconfiguração da população e na efetivação de um projeto civilizatório, no contexto da vitória do projeto liberal. Para isso, expõe-se o caso da reconfiguração do espaço urbano da Paz, especialmente do bairro Challapampa, enquanto exemplo da cidade obreira.

Palavras-chave: biopolítica; liberalismo; indígenas; processo urbano; modernidade; governamentalidade.

En el curso referido a los Orígenes de la biopolítica (Foucault, 2007) realizado por Foucault en el Collège de France entre 1978 y 1979, el autor refiere en constantes ocasiones al rol del liberalismo para la conformación de este mecanismo de acción sobre la población. El cambio de visión sobre los individuos que conformaban la sociedad pasa a responder según el autor nombrado a las razones económicas, lo que denomina como el nacimiento del homo economicus, haciendo del liberalismo el «marco general de la biopolítica» (Foucault, 2007;1979, p. 368). Los individuos son pensados como engranajes de la máquina productiva liberal, por lo que no sólo su sobrevivencia sino también las condiciones de ésta fueron partes fundamentales del cambio de paradigma.

El contexto en el que Foucault identifica el nacimiento del biopoder responde a Europa a fines del siglo XVIII y gran parte del siglo XIX, de la mano de la revolución industrial. En éste escenario, se pueden identificar dos procesos relevantes que enmarcaron el cambio del soberano hacia el derecho de «hacer vivir», éstos fueron el liberalismo y la creciente urbanización. La población y todas sus cuestiones pasan al centro de las preocupaciones, junto con formas para optimizar su desempeño en el aparato económico. Honorable Concejo de la ciudad de La Paz.

El escenario analizado por Foucault referido a la biopolítica, se centra en Europa y en los procesos que ésta tuvo desde la revolución industrial. No obstante, este cambio de concepción del poder y la población no fueron exclusivos para el ámbito europeo. En el caso de las sociedades latinoamericanas, el inicio de estas políticas se topó con las guerras de independencia y posterior inestabilidad política, social y económica hasta mediados del siglo XIX, en algunos casos, o fines del mismo siglo en países como Bolivia.

En este caso, el liberalismo y el cambio de percepción en torno a la población coincidió con el cambio de siglo y se unió a otras corrientes de pensamiento como el positivismo, el darwinismo social, etc. englobadas en lo que Harms denomina como biologismo1 (Harms, 2011). Esta combinación, además de procesos históricos como el de la Guerra Federal y el cambio de sede de gobierno a la ciudad de La Paz a fines del siglo XIX, influenciaron en la forma en la que la biopolítica ingresó al escenario nacional y local. Las preguntas acerca de la población, salubridad, y especialmente el proceso de expansión y desarrollo urbano, cruzaron temas como los de la composición étnica de sus miembros y el rol que se les iba a asignar en el nuevo modelo civilizatorio. Precisamente este proceso y las formas en las que la biopolítica se incorporaron en las prácticas y la construcción de la ciudad «moderna» soñada por los liberales paceños, por medio del análisis de la forma en la que la ciudad cambia su fisonomía e incide en la vida de sus habitantes, será el objeto de las próximas páginas.

Guerra Federal y «barbarie indígena»

El inicio del liberalismo en Bolivia es situado habitualmente alrededor de 1880, tras la guerra del Pacífico y el inicio de la inserción de Bolivia en el comercio internacional con la economía del estaño. Este hecho económico, según Brooke Larson, tuvo una incidencia directa en la creación de lo que denomina como «proyectos civilizatorios» (Larson, 2002). En este sentido, siguiendo con la misma autora, puesto que para las élites se hizo fundamental la búsqueda de materias primas para insertarse al comercio internacional, se inicia un proceso de «colonización interna» basada en «narrativas de progreso y nacionalidad». Estos proyectos civilizatorios se tradujeron en cada país del área andina en distintas formas, en el caso boliviano, la solución pasó por el afán de la eliminación de las comunidades indígenas principalmente del Altiplano y el «disciplinamiento» de los indígenas (Larson, 2002).

De esta manera, para fines del siglo XIX, las comunidades indígenas en el Altiplano ya habían sufrido varios intentos de avasallamiento, por parte de los latifundistas, por un lado, y por el mismo Estado, por medio de una serie de mecanismos jurídicos que pretendían eliminar la tenencia colectiva de tierras. Ante este panorama, la guerra Federal de 1898, que en un comienzo pretende el cambio de la sede de gobierno de Sucre a La Paz, termina siendo el relevo entre dos élites económicas asentadas cada una en una región dominante. Mientras la economía de la élite conservadora sucrense se había visto afectada por la baja de la economía de la plata, la economía y élite paceña había acrecentado su poder por el comercio y el negocio de la venta de estaño a fines del siglo XIX. De esta manera, el cambio de ciudad para el gobierno significó de forma práctica la unión entre la razón económica y política. Sin embargo, y a pesar de que la contienda pudo agrietar y dividir a las élites bolivianas, los acontecimientos de la guerra logran unificarlos en torno a un enemigo común: los indígenas, concretamente, los indígenas aymaras gracias a varios hechos que avivan el relato de la «barbarie» indígena. En esta disputa las fuerzas liberales hicieron uso de alianzas con sectores indígenas diseminados por el Altiplano que separaba a Sucre de La Paz. A pesar de que estas fueron útiles al principio a los intereses liberales, dejaron de seguir sus órdenes actuando de forma autónoma tanto contra los combatientes del sur como contra sus propios aliados liberales. En el momento en el que las tropas indígenas desconocen las órdenes liberales, las élites tanto conservadoras como liberales vuelven a aliarse en torno a un enemigo común y pactan el fin de la guerra con una solución mixta, la sede de gobierno se trasladó a La Paz, pero el denominativo de capital como la sede del poder judicial quedaría en Sucre. Tras este pacto, el objetivo fue terminar con el levantamiento en el altiplano.

Tras el fin de la guerra, la cuestión indígena toma una importancia vital en la configuración del proyecto de «modernidad» de las élites liberales. Destacaron dos visiones, una que veía a los indígenas, especialmente aymaras, como incapaces de ser parte de la civilización, y la segunda que atribuía a las condiciones históricas su decadencia, viendo en el Estado un tutor para «habilitarlos». La primera opción fue expuesta por Mariano Baptista, para el que la intervención política de los indígenas era impensable (Baptista, 1975(. Del otro lado, el abogado defensor de los líderes indígenas veía en los acontecimientos de Mohoza2 un delito de carácter colectivo (Saavedra, 1901, p. 155). Para Saavedra, la solución y prevención de futuros hechos de violencia pasaban por la implantación de estrategias referidas a la incorporación de los indígenas al proyecto civilizatorio por medio de su adhesión al ejército o al aparato productivo (Saavedra, 1901, p. 155). Ya sea desde su total desahucio o desde el llamado de la tutela del Estado, como señala Irurozqui, después de la Guerra Federal los indígenas son triplemente inhabilitados, por un lado, por su supuesta falta de solidaridad, su incapacidad de entender la unidad nacional y por tener resabios animales en sí (Irurozqui, 2005). Ante esta lógica, se da su desciudanización discursiva, además de cimentar la imagen del indígena sanguinario, fanático autoidentitario y sobre todo inmóvil.

Las acciones de las tropas lideradas por Willka terminan siendo la justificación perfecta para el discurso de las élites en torno a la necesidad de «civilizar» a estas poblaciones. La razón económica es apoyada de esta forma en el imaginario de la «peligrosidad» indígena. Paz Soldán señala al respecto, y desde la literatura, cómo se conforma una imagen del indígena capaz de actos de canibalismo, como «la expresión visceral del miedo a una venganza indígena justificada: el pago a la culpa criolla por siglos de abuso y de opresión» (Paz Soldán, 2006, p. XVI). Bajo esta misma lógica, Radoslaw Powęska señala sobre los procesos de Mohoza, que en ellos se crea la imagen «monstruosa - inhumana» del indígena aymara a partir de una correlación entre relatos europeos de los primeros años de la conquista sobre caníbales y monstruos fantásticos y los hechos acaecidos en la guerra en los que supuestamente las tropas de Willka cometen hechos de antropofagia (Powęska, 2015, p. 83). De esta manera, y como el mismo autor señala, esta imagen asociada al canibalismo y barbarie los condena a su deshumanización y a mantenerlos fuera de la sociedad.

Además, este imaginario de barbarie en torno a los indígenas se asoció a los diagnósticos nacidos de corrientes teóricas englobadas en el biologismo y la eugenesia. Según Foucault, la eugenesia corresponde al mismo contexto que analizamos, es decir, al del crecimiento de las ciudades y la industrialización. Éstos procesos, según el autor, dieron paso a la acción reestructuradora de la biopolítica mediante el uso de mecanismos de control y diseño de la población como la eugenesia (Foucault, 2006a;1976;), así, ésta puede verse como procedimiento directo de la biopolítica y el biopoder (Foucault, 2006b;1978p. 15). Según Silva, la eugenesia fue la forma en la que la biología accedió a la política (Silva, 2011). Y se convirtió además en una de las principales tónicas del discurso de lo nacional. El lenguaje médico e higienista configuraron de esa manera tanto los diagnósticos de las sociedades como los posibles «tratamientos» de las mismas. Por medio de este tipo de interpretaciones el racismo se inscribió en los mecanismos y discursos del Estado, al igual que el ejercicio del poder de «hacer vivir y dejar morir». Gracias a que permitió la ruptura del continuum biológico de la raza humana, y dio argumentos para la desaparición de «razas inferiores» (Silva, 2011). Esto es lo que legitimará el derecho de matar directa o indirectamente, como por ejemplo exponiendo a algunos grupos a riesgos y condiciones que los diezmaran. Aquellos grupos e individuos «enfermos» fueron vistos en sí mismos como la «enfermedad» de sus sociedades. De allí la necesidad de desinfectar a la sociedad de individuos nocivos para ella (Harms, 2011).

En este sentido, y ante el panorama discursivo post Guerra Federal, es fácil ver cómo no sólo los discursos biologistas en cuanto a «diagnósticos», como sus posibles «soluciones», fueron pensados en términos de enfermedad - salud, higiene - suciedad, etc. Sino que también las posiciones eugenésicas se hicieron patentes, al igual que en toda la región, como se evidencia en el caso de la conferencia de 1938 en la ciudad de Bogotá (Mac-Lean y Estenós, 1952). Según estos diagnósticos, la población indígena estaba no menos que condenada a su desaparición. Sin embargo, y a pesar de estos diagnósticos no exentos de la curiosa esperanza de la desaparición de la «raza indígena», el panorama variaba a la hora de enfrentar la verdad económica. A inicios del siglo XX Bolivia contaba con poca población y no era atractiva para la migración como en el caso de Argentina, por lo que la razón económica termina venciendo a los delirios de algunos pensadores y los enfrenta con la necesidad de políticas de incorporación de la población indígena (aunque sólo como mano de obra), al proyecto de modernidad. Objetivo que se cumplió primero en las ciudades y la población que en ellas habitaba como una especie de laboratorio.

La maquinaria liberal y la ciudad de La Paz

La importancia de las ciudades como puntos de irradiación de diversos proyectos civilizatorios no era nueva, en el caso latinoamericano, desde la conquista, las ciudades son vistas como espacios desde los cuales la corona podía expandir su proyecto civilizatorio, a la vez que fundamentan la noción de la existencia de dos espacios. Esta percepción de alteridad espacial cimenta a su vez, la construcción de un espacio alterno rural - indígena como un espacio ignorado, difícil de abordar, y finalmente, como un territorio vacante (Cuesta, 2010, p. 334). Esta frontera imaginaria hace que las ciudades sean vistas como escenarios privilegiados de distintos proyectos. Como señala Hernando Sanz, «Alcanzada la edad moderna, la ciudad se presentó, ante todo, como el ámbito donde se hacía factible la idea de proyecto, el proyecto utópico de transformación de la sociedad, en donde lo material podía transformar lo social» (Hernando Sanz, 2010, p. 137). Así, y parafraseando a Sennett, las ciudades se erigen como lugares en los que el poder se ejerce sobre los cuerpos por medio de la experiencia del cuerpo en estos espacios (Sennett, 1994). De esta manera, puede verse cómo a lo largo de la historia, la ciudad es construida como un escenario en el que iban a ser implementados una serie de proyectos no sólo arquitectónicos y urbanísticos, sino de disciplinamiento, orden y jerarquización de los individuos.

Ya en el periodo que nos atañe, puede verse cómo la concepción de la ciudad, además de ser núcleo de difusión de proyectos «civilizatorios» con respecto del campo, gracias a la comunicación más fluida con el mundo rural (Kingman, 2006), también fue vista como el medio privilegiado para la modificación de patrones culturales, sociales y de comportamiento de las personas que la habitaban. Nuevos conceptos como el de la sanidad del espacio público, el ornato, etc. Que pueden englobarse bajo el concepto de higienismo, serán los justificativos primordiales para la alteración de diversas formas de comportamiento. No solo en Bolivia se debatían estas ideas. El conocimiento científico médico y urbanístico marcarían de esta manera la tónica de la readecuación física de las ciudades, con la construcción de mayor infraestructura sanitaria y de comunicación, por un lado, y por el otro, la implementación de normativas que lleven a la población a actuar en estos espacios. De esta manera, la medicina fue parte fundamental del control urbano. Como en el ejemplo de las Convenciones Sanitarias de Washington 1905 y París 1912, que buscaban la higienización de las ciudades mediante la implementación de la medicina social y la modificación del habitus de los ciudadanos para producir un individuo sano mediante la transformación de su forma de vida. Como señala, Kigman, la higienización modela el habitus (Kingman, 2006, p. 326). Las oposiciones planteadas entre salud y enfermedad, suciedad y limpieza, se convirtieron en recursos para pensar lo social en un momento de tránsito de la ciudad señorial a la «moderna» (Kingman, 2006, pp. 327-328).

Tras estas reflexiones en torno al sentido de las ciudades en el proyecto colonial y de modernidad, podemos ver las particularidades del caso elegido. En Bolivia, hasta fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, hablamos de una sociedad fundamentalmente rural y de muy baja densidad demográfica. Barragán señala al respecto, que, en el siglo XIX, sólo el 10 % de la población boliviana habitaba en ciudades capitales, villas y pueblos (Barragán, 2009, p. 18). A fines de ese mismo siglo, y gracias a la estabilización de la población y el creciente comercio, las ciudades, especialmente La Paz, iban a cobrar mayor importancia en las décadas venideras. En este caso específico, el cambio de sede de gobierno inició un proceso de urbanización acelerada y de puesta en marcha de proyectos de «modernización» e higienización de la población, de la mano de la construcción de infraestructura física al servicio de la higiene, el orden y la salubridad. Así, José de Mesa señala, sobre el periodo de 1900 a 1930, que La Paz se beneficia de las políticas de los gobiernos liberales y republicanos, por medio de inversiones urbanas y edificatorias. La ciudad llega a crecer de 75.000 a 115.000 habitantes. Según este autor, este crecimiento, sumado a ser la sede de gobierno, hace que las autoridades tanto nacionales como locales, se esfuercen por el desarrollo urbano y edilicio por medio de la mejora de los servicios de agua potable, alcantarillado, etc. (Mesa, 1989). Fuera del impulso urbanístico, las políticas y cambios a nivel social serían importantes en este periodo, según Bedregal, «la modernidad entra a principios del siglo XX» (Bedregal, 2009, p. 61).

No obstante, el concepto de modernidad fue utilizado de forma porosa, en el ámbito boliviano actuó como una bisagra entre códigos y formas heredadas de la colonia, especialmente la división jerárquica de la sociedad, con la aspiración de modernización material de las ciudades y las formas de producción acordes al proyecto liberal. Esta herencia, sumada a las visiones en cuanto a la «naturalización» de las relaciones y separaciones y la necesaria superioridad de la ciencia sobre otros saberes (Lander, 2005, p. 19). Es decir, gracias al accionar del biopoder, y a la fragmentación del contínuum biológico de la raza humana por medio de su jerarquización, y por tanto la idea de existencia de «razas inferiores» (Foucault, 2006a;1997, p. 230) marcó que por un lado el proyecto de modernidad boliviano añorara ser parte de una economía mundial y los avances tanto tecnológicos como políticos, sociales y culturales que esto implicaba para las élites, pero que por el otro lado, se mantuviesen las relaciones jerarquizadas con la población indígena hasta la revolución de 1952. En este sentido, y asumiendo esta dualidad de pensamiento, se optó por la «rehabilitación» de la población indígena por medio de la alteración de patrones de vestimenta, convivencia, producción, uso del espacio público e incluso formas de habitar el espacio (Guevara, 2017).

Dentro de este escenario, la ciudad jugó un rol central dentro de este proyecto. Siendo la parte física de los dispositivos de alteración de los patrones de comportamiento de la población (Foucault, 1991a;1985;), mediante el cual se articuló el proyecto de homogenización de la sociedad. En este sentido, es importante ver no sólo los discursos, sino también la forma en la que la parte material de la ciudad acompaña el desarrollo y la puesta en marcha de la biopolítica. Así, la visión foucaultiana sumada al análisis de las materialidades3 (Miller, 2005), permite ver cómo el proceso de la biopolítica no sólo actuó por medio de discursos y de políticas administrativas, sino que en la conformación misma de la ciudad. Así, puede verse cómo la biopolítica no sólo conformó procedimientos de poder, sino también espacios y sujetos. De facto, el surgimiento de barrios obreros gracias a la revolución industrial, son una de las razones para la implementación de la biopolítica.

Otro factor que no debe olvidarse es que la puesta en práctica de la biopolítica se dio gracias a la medicalización de la sociedad. Esta última, especialmente las ciudades, fueron el escenario en el que se pusieron en marcha diversos mecanismos de intervención sobre la población, como señala Foucault en Saber y verdad (1991b;1985;). En su interpretación, podemos ver que estas intervenciones en el espacio urbano se dieron gracias a que éste es visto como el lugar más peligroso para los individuos, por lo que, estudios en torno a la disposición de barrios, factores ambientales como la humedad, exposición al sol, etc., al igual que los sistemas de alcantarillado, y provisión de servicios, fueron vistos como factores que jugaban un rol sobre la mortalidad y morbilidad de sus habitantes, así, «La ciudad con sus principales variables espaciales aparece como un objeto de medicalización» (Foucault, 1991b;1985, p. 99). Posteriormente, no sólo se verían los factores del espacio urbano, sino la forma misma de habitar espacios privados, la sexualidad, la alimentación, etc., como factores a ser controlados (Foucault, 1991b ;1985;, pp.100-101). El discurso en torno a la higiene y la salubridad pasarían a ser determinantes a la hora de medicalizarla, ya que estas nociones justificaban la acción del poder sobre la población con el objetivo de higienizarla. Según Foucault, gracias a este concepto, la medicina sobrepasa el ámbito del enfermo, para convertirse en un ámbito que define prácticamente todos los aspectos, «medicaliza» el conocimiento (Foucault, 1996).

En el caso paceño, estas políticas de medicalización de su sociedad coincidieron con la construcción del proyecto de ciudad de la mano de los liberales, que no sólo tenía el fin de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, sino también, el demostrar su poderío económico y político por medio de la implementación de planes urbanos que demostrasen su deseo de modernización tanto física, en tanto infraestructura, como social, en tanto alteración de patrones sociales y culturales de los habitantes urbanos, por medio del control del uso de los espacios públicos y la alteración de patrones de hábitat.

Higienizando la ciudad

A inicios del siglo XX la ciudad de La Paz, como se señala en la Monografía de La Paz, estaba dividida en dos sectores, una urbana y una rural, o lo que es lo mismo, el centro «blanco» y el resto del territorio indígena. Ambos espacios estaban interconectados por 21 puentes (Crespo, 1902) que permitían no sólo la movilidad de sus habitantes, sino que facilitaban el control sobre el espacio de la ciudad blanca por medio de las operaciones4 de apertura y cierre (Schäffner, 2010). La ciudad, hasta ese momento conservaba las características tanto materiales y urbanísticas, así como discursivas de la ciudad colonial. Por lo que los cambios que se sucederían en la época liberal fueron los que llevaron tanto a la apertura del espacio urbano paceño, así como a la incorporación tanto de los territorios indígenas aledaños como su población (Guevara, 2017).

En el proceso de incorporación de estos territorios jugaron varios aspectos. Desde el punto de vista de la arquitectura y urbanismo, se enfrentó la tarea de convertir al espacio dividido por las cuencas de los ríos en una solo, por medio de la construcción de la Gran Avenida a partir de 1913 y el consecuente entubamiento del río Choqueyapu Cita (Mesa, 1989). Al unísono con la transformación del escenario físico, mediante una serie de ordenanzas municipales y de policía, se pretendió modificar las formas de habitar la ciudad desde dos ejes: el primero la estandarización de las construcciones mediante la normalización del uso de materiales y técnicas de construcción, y el segundo, mediante la modificación del gesto de los habitantes, para así, convertirlos en ciudadanos aptos de ser incluidos en el proyecto de sociedad liberal.

En esta misma etapa, inmersa en las nociones de modernidad urbana, la idea de higiene fue, probablemente, una de las más importantes a la hora de cambiar el rostro de la ciudad y de sus habitantes. Por un lado, estaba la necesidad de la extensión de la provisión de agua potable y alcantarillado, al igual que la higienización de los espacios públicos, pasando por la especialización de estos espacios, y por el otro lado, nuevamente, alterar los patrones de apropiación y uso de los espacios públicos de la población. No obstante, las nociones en torno a la higiene no se quedaron en estos espacios, al contrario, y continuando con la línea de pensamiento de Foucault, la biopolítica hizo uso de estas nociones para infiltrarse en los espacios privados, modificando de esta manera los escenarios dentro de las unidades de vivienda para asegurar que éstos también fueran higienizados para, de esa forma, acabar con lo que la comuna identificaba como «focos de infección». Al respecto, Pløger, inspirado en el trabajo de Foucault señala que el aparato administrativo y regulador, al igual que la maquinaria de seguridad fueron necesarias para poner en marcha una especie de aparato médico - administrativo que actuara sobre lo que él denomina como «ciudad patógena». De esta manera, la planificación urbana y la arquitectura pasan a ser tanto técnicas como tecnologías de políticas de higiene en pro de asegurar la salud e higiene de la población (Pløger, 2008, p.78). En este proceso se priorizó la salud pública como mejora moral e innovación tecnológica enfocada al «desarrollo» lineal y permanente, además, estuvo liderado por científicos, ingenieros y juristas (Soja, 2008, p.123). En este sentido, sumado al factor del biologismo, y ante la ausencia de una clase obrera como en los casos europeos, la población indígena en las ciudades será el sujeto a ser «re educado» por medio de su higienización, y finalmente, su «civilización». Al igual que las clases obreras sobre las que actuó la biopolítica en Europa, la finalidad de esta «incorporación» estaba no en hacerlos parte del juego político, social y cultural, sino más bien en incorporarlos como partes del proyecto liberal y el aparato productivo en general, y finalmente, como un sujeto urbano disciplinado.

De esta manera, el proyecto liberal de ciudad moderna en La Paz se operativiza por medio de la unión entre la ciencia médica, la legislación de orden y control, la ingeniería como parte práctica para la construcción física de la ciudad moderna, y la policía como brazo de disciplinamiento. Este enorme aparato fue capaz de actuar gracias a la argumentación en torno a la necesidad de «limpiar y ordenar» la ciudad. La narrativa en torno al desarrollo por un lado y la higiene como factor fundamental de ésta permitieron el juego entre los actores ya citados.

Si bien en un principio las argumentaciones biologistas dominaron el discurso en torno a la sociedad, con el tiempo, la higiene toma el lugar central como razón de actuación sobre la población. Como señala Fuster sobre el dispositivo higiénico foucaultiano, «la higiene se instalará como centro de todos los dictámenes morales sobre salud» (Fuster, 2012, p.78). Dentro del desarrollo urbano, gracias a la implantación de estos paradigmas, la ciudad no sólo debía abrirse, sino que debía ofrecer condiciones salubres para establecer una población productiva. Al respecto, puede verse las Memorias de 1902, en las que se señala sobre Policía, higiene y mercados:

La limpieza y el saneamiento de las poblaciones forman la base de la salubridad pública; y ésta con el desarrollo de algunos problemas sociales de actualidad, como los de proporcionar alojamientos cómodos y baratos al pueblo, subsistencias sanas y nutritivas al alcance de todos, trabajo para los obreros, casas de salud, etc., contribuyen a la formación vigorosa del organismo nacional. (Pinilla, 1903)

En este pequeño ejemplo, se observa la forma en la que la ciudad pasa a ser parte del dispositivo no sólo disciplinario, sino higienizador. Con el precepto máximo de la higiene, el proyecto liberal pretende readecuar a su sociedad para insertar a Bolivia al sistema económico «moderno».

Organización física de la ciudad y los barrios obreros

Luego de la primera etapa de unificación de las dos parcialidades de la ciudad, se dio un fenómeno que puede denominarse como «abandono del centro». Al igual que en otras ciudades de la región, las élites se trasladan del centro histórico y sus calles estrechas y empinadas a zonas más amplias y llanas para llevar a cabo sus proyectos arquitectónicos y de diferenciación. Tal fue el caso de la zona de Sopocachi, lugar en el que comenzaron a construirse edificaciones estilo chalet. Al mismo tiempo, comenzó el diseño y posterior construcción de la «ciudad jardín» de Miraflores, lugar en el que con los años se trasladaría gran cantidad de paceños. No obstante, y a pesar de que la zona de Sopocachi representa de forma física los proyectos de modernidad y desarrollo del liberalismo de la época, la zona que nos llama la atención es la de Challapampa, ya que ésta, fue pensada desde un inicio como el lugar donde se asentarían futuras industrias y se plantea la necesidad de dotar a sus trabajadores con ambientes que coadyuvasen a su desempeño. Esta zona está comprendida al norte del centro, en los alrededores de la recientemente construida estación de trenes a Guaqui y de la Cervecería Boliviana Nacional (CBN), al respecto, Adolfo Ortega manifiesta en las Memorias Municipales de 1906:

A medida de la mayor población, es necesario que urbanicemos las regiones inmediatas a la ciudad y por donde naturalmente se expanden buscando morada sus excedentes habitantes. Extendiendo el radio urbano por el N. E. Se ha trazado la nueva sección urbana de Challapampa, que en poco tiempo más, y tanto por su inmediación a la estación del ferrocarril como por la benignidad de su clima, ha de ser de las concurridas y ocupadas por industrias. (Ortega, 1907)

Ya en el mapa de la ciudad incluido en la Monografía de la ciudad puede observarse el sector sobre el que se extendería esta zona. Puede observarse principalmente, la ausencia de calles bien delimitadas, siendo hasta ese momento uno de los barrios denominados Extra Muros.

Para la década de 1911, el sector era ocupado principalmente por obreros de la CBN, quienes se trasladaban a ella por medio de uno de los muchos puentes que comunicaba la ciudad con las parcialidades extramuros, como el puente Echeverría. Como señala Ascarrumz, este puente fue refaccionado con el financiamiento de la empresa misma, para facilitar a sus empleados el libre tránsito sin riesgos de accidentes (Ascarrumz, 1912). A pesar de la funcionalidad de este puente, y enmarcado en el proceso de unificación del espacio urbano paceño, para 1923 se planifica y construye el embovedado del río en esta zona y la construcción de la avenida 12 de Julio.

Con los años, este sector fue planificado como una ciudad obrera, lejos de la arquitectura de chalet de Sopocachi o de las amplias avenidas de Miraflores, Challapampa se edificó desde una arquitectura austera, en la que dominaron las viviendas de entre una y dos plantas, al igual que vías que permitieran la circulación libre de transeúntes y, en ese entonces, animales. En estos espacios el principal objetivo era asegurar condiciones salubres de hábitat para los obreros que ahí vivían, para que de esa forma pudiesen seguir como parte útil al aparato productivo del sector.

El establecimiento no sólo de este, sino de otros barrios ubicados principalmente al norte de la ciudad, muestran el interés de establecer lugares que permitiesen no sólo que la población contara con una infraestructura sanitaria para así ser parte del juego económico, sino también, que eran espacios que permitían el control, y como señala Foucault, su «sometimiento y sobre todo el incremento constante de su utilidad» (Foucault, 1991b [1985], pp.95-96). Siguiendo al autor, el evidente cambio de rol del Estado en la época liberal se puede ver en las intervenciones sobre el espacio público para controlar tanto la morbilidad como la mortalidad de la población. La aglomeración de la población en ciudades, además de la revolución industrial (Foucault, 2007;1979; ) hace que la biopolítica se haga operativa principalmente en las ciudades, y en los nacientes barrios obreros. Así, la medicalización del discurso y de los espacios, escondería el objetivo máximo de la creación de cuerpos productivos en tanto fuerza de trabajo (Foucault, 1999 ;1977;), al tiempo que se ejercía control sobre los mismos para crear sujetos disciplinados y dóciles.

En el caso que nos atañe, la creación de esta fuerza de trabajo ubicada en barrios obreros tenía no sólo el fin de lograr que la economía paceña crezca y se introduzca a patrones de producción industriales, sino que además perseguía el fin máximo de hacer de tránsito entre una población de origen indígena para convertirla en clase obrera afín al proyecto de modernidad liberal.

La ciudad jerarquizada

El ejemplo del barrio de Challapampa en comparación a los otros barrios mencionados, muestra que no sólo se habla de la conformación de una fuerza de trabajo estable, sino que también, la noción de separación y orden en pro de la higienización de la ciudad consolida la separación jerarquizada de espacios. El proyecto de modernidad liberal paceño enmarcado en el rol de la actuación de la biopolítica fue capaz de consolidar a la ciudad como un dispositivo de control, orden y jerarquización de su población. En la medida en la que, si bien se encargó la construcción de una infraestructura higiénica que permitió una mejora en las condiciones de sus habitantes, por el otro, utilizó de forma funcional los preceptos de medicalización e higienización para mantener las jerarquías de su población.

Tanto las diversas normativas en torno a la vestimenta que implicaban la extinción de vestidos indígenas en el espacio urbano (Guevara, 2017), como diversos mecanismos de control e higienización de los espacios públicos, y terminando con la construcción cercana de barrios obreros a los centros de producción industrial, el aparato liberal actúa para crear un sujeto capaz de seguir los preceptos de modernidad, que sea sano para actuar como mano de obra, pero que al mismo tiempo, como señala la lógica de la biopolítica, decide la sobrevivencia sólo de aquellos que por medio de distintos mecanismos de disciplinamiento y control se incorporaban a su maquinaria. El «dejar morir»en este caso, se materializó en la elección de acción de las políticas del «hacer vivir» circunscritas a los espacios y normas impuestos para ello, mientras que los espacios y población que quedaban fuera continuaron siendo vistos como espacios alternos.

Probablemente la victoria máxima de este proyecto no fue la reestructuración del espacio urbano y la puesta en marcha del proyecto modernizador, sino más bien la adhesión voluntaria de la población que quedaba «por fuera» al proyecto. Si bien el proyecto de modernidad liberal no se aplicó sin ningún tipo de resistencias, a la larga, la lógica y el discurso de higiene, salubridad y orden enmarcados a la operatividad del biopoder, logran que los sujetos internalicen los preceptos y sean parte de esos mecanismos. La ciudad será considerada desde ese momento como el principal dispositivo de alteración de los sujetos por medio del biopoder, operativizado por las políticas de higiene, salubridad y orden. Gonazales .

En el caso que nos atañe, las primeras décadas del siglo XX y las interrogantes de las élites en torno a la readecuación de sus espacios urbanos y de la «rehabilitación» de la población indígena muestran la forma en la que éstos criterios marcaron la forma en la que se mantuvo una población por un lado jerarquizada y por el otro incorporada como mano de obra sin por ello ser considerada como sujeto político. Recién la guerra del Chaco, culminando con la revolución de 1952, serán los escenarios en los que se interrogue sobre el papel de las clases obreras, indígenas y campesinas. No obstante, ni esos escenarios pondrán en duda el rol del Estado sobre las cuestiones de población, la sociedad se mantendrá medicalizada, mostrando que el proceso de la biopolítica logró impregnarse en los mecanismos del Estado para quedarse.

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1El término biologismo utilizado por Harms hace referencia a una serie de teorías e interpretaciones científicas que van desde el darwinismo social, positivismo, etc. que la configuran como ideología. Para la cual el ser humano no es más que el resultado de su herencia y configuración biológica. Para este autor, el proceso de la configuración del biologismo se inició a raíz de la industrialización, urbanización y la proletarización en Europa. Ante el crecimiento rasante de los centros urbanos gracias a la industrialización, y los consecuentes problemas de salubridad, control de epidemias, prevención de enfermedades de transmisión sexual, etc. en el que se hizo imprescindible una acción del Estado (Harms, 2011).

2Los procesos de Mohoza hacen referencia al juicio al que se somete a los líderes indígenas, especialmente Pablo Zárate Willka por el asesinato de tropas en retirada en la población del mismo nombre.

3El enfoque de las «nuevas materialidades» se enfrenta a análisis en los que la cultura material es tomada solo desde el aspecto representativo o semiótico (Miller, 2005). Diferenciándose el materialismo histórico que ve a los objetos en segundo plano dentro de los procesos de acumulación, es decir, sin acción propia (Miller, 2005, p. 17). El énfasis en las materialidades da contrapunto a la asignación de poder que se dio a las construcciones discursivas textuales que ponían a los espacios y artefactos en un segundo lugar o como mero escenario. Llevando a cabo un análisis a través de la historia de los objetos y de las formas en las que el conocimiento se va conformando a través de ellos.

4Este enfoque operacional es el brindado por Wolfgang Schäffner, quien pone un especial énfasis en las formas de construcción de conocimiento espacial. En este sentido, la arquitectura es interpretada como disciplina espacial en la que juegan tanto el elemento técnico como el estético. Gracias a esta concepción, el autor pone a consideración el factor operativo de la arquitectura, el cual será fundamental para verla como medio. La arquitectura como sistema operativo en el que los elementos técnicos y la construcción de sus parámetros hacen referencia a su materialización. Según su enfoque, las técnicas de comunicación permitirían reconstruir el conocimiento sobre la arquitectura como medio técnico. En la medida en la que se vea a los edificios no como elementos de base, sino como operaciones mediales y su materialización arquitectónica. Lo importante en su enfoque es ver qué operaciones modelan y posibilitan interacciones. Como en el caso de las operaciones de apertura y cierre. Con ese ejemplo, se muestra la importancia de la elementarización de la arquitectura y cómo esta ayudaría a identificar las unidades de operaciones y sus combinaciones al igual que la coordinación entre ellas (Schäffner, 2010).

Este artículo es producto del trabajo doctoral La construcción del espacio urbano paceño y el espacio del otro. La Paz a inicios del siglo XX, elaborado gracias a la beca doctoral del DAAD (agencia alemana de intercambio académico).

Recibido: 17 de Junio de 2019; Aprobado: 08 de Septiembre de 2019

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