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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.39 Bogotá July/Sept. 2021  Epub Mar 29, 2022

https://doi.org/10.25058/20112742.n39.02 

Artículo de investigación

DEBATES SOBRE LA ESCALA GEOGRÁFICA EN EL MUNDO ANGLÓFONO

Debates over geographical scale in the anglophonic world

Debates sobre a escala geográfica no mundo anglófono

1 . Ph.D. in Geography, Rutgers University.University of Georgia, USA aherod@uga.edu


Resumen:

Los debates sobre la escala geográfica han cambiado radicalmente la forma de la geografía humana anglófona en las tres últimas décadas. A la cabeza de la discusión hay dos grupos de preguntas de mayor importancia: ¿cuál es el estado ontológico de la escala?, y ¿cómo las maneras como imaginamos que el mundo está escalado afectan nuestro comportamiento en él? Estas preguntas revisten especial importancia en el contexto de los argumentos sobre el carácter de la globalización, en las que ocupa un lugar central la consideración sobre la relación cambiante entre distintas escalas; por ejemplo, la globalización se ha considerado de manera variable la representación de un debilitamiento de la soberanía nacional, la deslocalización de la vida social, entre otros. En este artículo, esbozo algunos de los principales elementos de estos debates.

Palabras claves: ontología; metáforas escalares; local; global.

Abstract:

Debates about geographical scale have dramatically shaped anglophonic human geography in the past three decades. Two principal sets of questions have been at the forefront of discussion: what is the ontological status of scale?; and how do the ways in which we imagine that the world is scaled geographically affect how we behave in it? These questions have been especially significant in the context of arguments over the nature of globalization, where the changing relationship between different scales is a central consideration - for instance, globalization has variously been viewed as representing an undermining of national sovereignty, the delocalization of social life, and so forth. In this paper, then, I outline some of the main elements of these debates.

Keywords: Ontology; scalar metaphors; local; global.

Resumo:

Os debates sobre a escala geográfica têm modelado dramaticamente a geografia humana anglófona nas ultimas três décadas. Dois conjuntos principais de questões têm estado na vanguarda da discussão: qual é o status ontológico da escala? E como as maneiras como imaginamos o mundo é escalado determinam nosso comportamento nele? Essas questões têm sido especialmente significativas no contexto dos argumentos sobre a natureza da globalização, onde a relação mutante entre as diferentes escalas é uma reflexão central. Por exemplo, a globalização tem sido amplamente vista como representando uma diminuição da soberania nacional, da deslocalização da vida social, e assim por diante. Nesse artigo, então, esboço alguns dos principais elementos desses debates.

Palavras chave: ontologia; metáforas escalares; local; global.

La escala es un concepto central del pensamiento geográfico. A lo largo de la historia, se ha empleado de dos formas distintas. En la primera, la escala es un término técnico que describe la relación entre el tamaño de algo sobre la superficie de la Tierra y su tamaño correspondiente en un mapa. Este uso será familiar para cualquiera que haya usado un atlas alguna vez. En el segundo, la escala se refiere a las resoluciones espaciales en las que se constituyen o se imaginan constituidos diversos procesos sociales y naturales. Es esta segunda acepción a la que han prestado mayor atención los geógrafos anglófonos en las tres últimas décadas más o menos y la que, francamente, es más interesante de las dos. En el debate, se han impuesto dos series de preguntas. La primera tiene que ver con la naturaleza de la escala, en especial en lo que respecta a si la escala es algo «real», es decir, ¿cuál es su estado ontológico? Mucha parte de este debate sobre el estado ontológico de la escala se deriva de debates más amplios en la geografía humana, en especial entre quienes se inspiran en la filosofía idealista de Emmanuel Kant y entre quienes beben su inspiración de la filosofía materialista de Karl Marx. La segunda serie de preguntas tiene que ver con las metáforas usadas por los geógrafos y otros para describir diferentes escalas, en particular si las escalas tienen forma de área o si son fibrosas, en forma de red, y qué significa eso para nuestra concepción de cómo operan las relaciones entre distintas escalas, como lo urbano y lo nacional, y lo local y lo global.

Mi objetivo en este artículo es presentar una breve perspectiva general de estos debates en la geografía anglófona en relación con la naturaleza de la escala geográfica y lo que se ha dado a conocer como la «producción de escala». El artículo se organiza en tres partes principales. La primera contrasta las filosofías de Kant y de Marx, y muestra la incidencia de sus diferentes visiones del mundo para las concepciones de los geógrafos anglófonos sobre la escala. La segunda parte detalla diversas metáforas que se han empleado para entender las escalas y lo que significa la adopción de una representación metafórica específica de las configuraciones de las escalas en la comprensión de las relaciones entre ellas. La tercera reflexiona sobre cómo se han contrapuesto dos escalas en particular -lo global y lo local- y lo que eso significa para la comprensión de la expresión del poder.

Idealismo y materialismo en el pensamiento sobre la escala geográfica

Puede decirse que los dos filósofos que han tenido el mayor impacto en el pensamiento geográfico moderno en el mundo anglófono son Kant y Marx. Aunque ambos fueron alemanes, sus perspectivas de la comprensión del mundo fueron radicalmente distintas. Por su parte, Kant fue un filósofo idealista que creía que la forma como los humanos llegan a conocer el mundo y a construir categorías con las cuales explicarlo se basa en sus percepciones de los objetos y la manera como esos objetos se presentan al observador. Por consiguiente, en su Crítica de la razón pura, Kant sostuvo que el espacio y el tiempo no existen independientemente de nosotros y no son producto de las relaciones entre diferentes objetos de la manera como Einstein afirmaría posteriormente.2 En lugar de eso, no son más que rasgos formales de la manera como percibimos los objetos. Para Kant, los objetos en el espacio y el tiempo son «apariencias» que no nos dicen nada de la sustancia de los objetos mismos de los cuales son manifestaciones. En este aspecto, su perspectiva era muy distinta de la de Isaac Newton, quien consideraba el tiempo y el espacio como absolutos que pueden existir independientemente uno de otro y de los objetos sociales y naturales que los habitan y que sirven simplemente como marcos organizacionales en los que se disponen los objetos. El resultado fue que, para Kant, cualquier orden que percibimos como existente en el mundo es un reflejo de las categorizaciones que sobre él han impuesto nuestras mentes. No fluye desde cualquier disposición subyacente que tengan entre sí los objetos sociales o naturales. En la visión kantiana (1894), entonces, el espacio es una forma a priori de la intuición en lugar de algo creado mediante procesos naturales y sociales; «no es algo objetivo y real ;sino; subjetivo e ideal, que emerge ;; de la naturaleza de la mente» (p.65).

Nociones idealistas de la escala

La visión de Kant de que el tiempo y el espacio son, en esencia, producto de nuestras mentes fue adoptada por muchos geógrafos anglófonos en relación con la comprensión de las escalas geográficas. Puede decirse que esto se hizo más evidente en la llamada tradición de la geografía regional que dominó la geografía anglófona entre las décadas de 1930 y 1960.3 Por ejemplo, Richard Hartshorne (1939), uno de los geógrafos más influyentes de mediados del siglo XX en Estados Unidos, afirmó que la unidad fundamental de análisis geográfico es la región. Sin embargo, al sostener que «no hay reglas fijas para determinar qué fenómenos son, en general, de importancia geográfica» (p.464), al ocuparse de delinear las regionalizaciones le parecía perfectamente aceptable emplear «el dispositivo arbitrario de ignorar variaciones dentro de áreas de unidades pequeñas, para que estas unidades de área finitas, cada una distorsionada en forma arbitraria en una unidad homogénea ;es decir, una «región»;, pudieran estudiarse en su relación con otras como partes de áreas más extensas» (p.465). El resultado, afirmaba, era que la determinación de las divisiones ;geográficas; a cualquier nivel implica ;; un juicio subjetivo sobre cuáles características son más o menos relevantes para determinar las semejanzas y diferencias, y la cercanía relativa de las interrelaciones regionales (p.466).

En opinión de Hartshorne, las regiones «son por ende construcciones mentales en todo el sentido; son entidades solo en nuestros pensamientos, aun cuando las veamos como construcciones que ofrecen cierta especie de base inteligente para organizar nuestro conocimiento de la realidad» (p.275), una clásica postura kantiana. En consecuencia, Hartshorne consideraba la regionalización de la Tierra como basada no en su materialidad, sino en la lógica, «una tarea que implica una división completa del mundo en un sistema, o sistemas, lógicos, de división y subdivisión, hasta, finalmente, las unidades de áreas aproximadamente homogéneas» (p.465).4

Basado en Hartshorne, el expresidente de la Asociación de Geógrafos Estadounidenses ;Association of American Geographers; John Fraser Hart afirmó que la «forma más elevada del arte del geógrafo es la producción de descripciones evocadoras que faciliten una comprensión y una valoración de las regiones» (1982, p.1). Sin embargo, como Hartshorne creyó, Fraser Hart consideraba que escalas como la de la región eran ficciones mentales, «dispositivos artísticos subjetivos ;; configurados para ajustarse a la mano del usuario individual» (pp.21-22). En su opinión, no podía haber «reglas universales para reconocer, delimitar y describir» las escalas. En ese sentido, su visión de la región era bastante imprecisa espacialmente, lo que daba lugar a regiones que «podían ser tan pequeñas como una fábrica, un lote urbano o un minifundio, o podían ser todo el planeta» (p.23). El resultado fue un enfoque de las escalas en general -y de la región en particular- que considera los espacios absolutos de la superficie terrestre como susceptibles de amalgamarse en unidades territoriales más extensas o repartidos en áreas menores de forma más o menos arbitraria y sin consideración de si los límites de estas regiones tenían relación con alguna estructura coherente «en el terreno». Para idealistas como estos, por consiguiente, las resoluciones espaciales en las que suele dividirse el mundo -lo urbano, lo regional, lo nacional, lo global, etcétera- son meros constructos mentales, con el resultado de que la jerarquía escalar de la Tierra termina desconectada de los objetos y actividades sociales y políticos. En lugar de ello, refleja simplemente la manera más lógica y conveniente en que un investigador puede demarcar su área geográfica de estudio con fines de análisis.

Nociones materialistas de la escala

Con el ascenso del marxismo en la geografía anglófona a finales de la década de 1960, comenzaron a cuestionarse las visiones neokantianas que habían prevalecido en la disciplina desde finales del siglo XIX. Como es bien sabido, el mismo Marx disputó el idealismo de personas como Kant y Hegel para afirmar que en realidad sí hay un orden tangible en el mundo, derivado de cómo se estructura materialmente. En otras palabras, el orden en el mundo no se deriva de nuestros cerebros, sino de nuestras acciones. En el caso de las escalas geográficas, esta creencia en la base material de la existencia se manifestó en los argumentos hechos principalmente por Neil Smith (1984/1990) , quien sostuvo que las resoluciones espaciales de las que el capitalismo depende de manera más evidente para su organización se desprenden de las contradicciones internas del capital. Específicamente, Smith afirmó que el capital debe negociar varias tensiones dentro de su constitución misma. Una de las principales es la tensión entre la necesidad de movilidad geográfica del capital y su necesidad de estatismo geográfico. A partir de la obra de David Harvey (1982, en especial las pp.388-395) , quien fue su asesor en el doctorado, Smith aseveró que, por un lado, el capital siempre debe estar en busca de oportunidades de reubicación en lugares donde las tasas de ganancia sean mayores que las existentes en su ubicación del momento. Por otro lado, el capital debe estar fijo en el lugar para que pueda haber acumulación; la plusvalía debe extraerse de algún lugar y eso requiere que el capital esté inmóvil geográficamente al menos por parte de su existencia, atado a lo que Harvey había llamado su «fijeza espacial» ;“spatial fix”;. El resultado, sostenía Smith, es una oposición dentro del capital entre sus tendencias hacia la búsqueda de igualación de la tasa de ganancia espacialmente y sus propensiones a diferenciar el paisaje económico, bien sea mediante la devaluación del capital en ciertos lugares cuando huye a lugares con mayores tasas de retorno o al garantizar que la tasa de ganancia sea superior al promedio social en esos lugares en los que se ubica en el momento (como mediante el desarrollo de tasas más altas de explotación laboral para la extracción de la plusvalía), que atrae al capital desde otros lugares. Para Smith, estos antagonismos se desarrollan mediante la producción de varias escalas geográficas en las que se ordena el capitalismo.

En un inicio, Smith identificó cuatro escalas cruciales en las que se ha basado el capital colectivo para la supervivencia, aunque añadió a estas posteriormente. En un extremo de su jerarquía escalar está la escala urbana. Smith sostuvo que esto representaba la resolución espacial en la que la mano de obra se reproduce a diario está marcada por el área de desplazamiento hasta el lugar de trabajo para una sede específica, es decir, la extensión geográfica de los patrones diarios de desplazamiento promedio. Las regiones, sostuvo, representan no las ficciones de la imaginación de la manera como habían afirmado los geógrafos idealistas, sino más bien el resultado de procesos materiales. En épocas precapitalistas, las regiones estaban delineadas en gran medida por procesos o fenómenos naturales: el suelo, el clima o la fisiografía de un área, de manera tal que algunas áreas se transformaban en distritos que producían diferentes productos agrícolas, mientras que otros se convertían en zonas industriales debido a la proliferación de recursos naturales, como carbón o hematita. Sin embargo, con el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, la base de la regionalización se alejó de la naturaleza. Por ende, con los años ha disminuido la necesidad de estar cerca de los lugares de las materias primas gracias a los mejores medios de transporte y de la tecnología de las telecomunicaciones, a la par que la aplicación del capital en la forma de, por ejemplo, grandes proyectos de irrigación, ha mitigado el control que tienen aspectos como el clima o la pobreza del suelo en el desarrollo de los productos agrícolas. Quizás uno de los ejemplos más claros de esto último sea el hecho de que en un punto después de la Segunda Guerra Mundial, Islandia tuvo una pequeña industria productora de bananos, gracias al uso de invernaderos y a su capacidad de aprovechamiento de la energía geotérmica. Para Smith, estos avances han implicado que, con el tiempo, más que la naturaleza sea la lógica económica del capital lo que ha diferenciado cada vez más el paisaje en las regiones con base en la división territorial del trabajo, mientras que algunas áreas han seguido siendo agrícolas, otras han devenido regiones acereras o puntos focales para la manufactura de plástico, dependiendo de un sinnúmero de consideraciones, como el bajo costo de la mano de obra disponible, la facilidad del transporte de materias primas desde su origen hasta donde se necesitan en el proceso productivo, etc. El hecho de que esta división territorial del trabajo antes que la extensión espacial de los mercados laborales diarios marquen los bordes de una región significa que, para Smith, la región «opera a mayor escala que lo urbano, que es un solo mercado laboral geográfico, pero por debajo de la división internacional del trabajo, donde la movilidad de la mano de obra entre Estados-nación distintos está sometida a duras restricciones» (1984/1990, p.192) por medio de factores como las leyes que limitan la inmigración, si bien en algunos casos las fronteras funcionales de las regiones pueden cruzar las fronteras nacionales si hay una alta integración de las industrias a ambos lados.

La escala nacional, insistió Smith, es resultado de la conjunción histórica de diferentes capitales con algunas características compartidas; por ejemplo, un origen en una región particular del mundo o en una formación cultural especial, para crear un ente político-económico (el Estado-nación) dentro del cual pueden funcionar. De ahí que Smith señalara que el capitalismo hereda unas estructuras geográficas de Estados-ciudades, ducados, reinos, y similares -espacios absolutos localizados bajo el control de Estados precapitalistas- pero como siempre, transforma lo que hereda. Con la mayor escala de las fuerzas productivas y la internacionalización del capital, el Estado capitalista por lo general combina varios de estos Estados más pequeños en un Estado-nación (1984/1990, p.190).

El resultado es que los diversos capitales contenidos en ellos terminan operando bajo una serie de leyes específicas de su Estado-nación (como el uso de su moneda nacional) y una serie de estructuras sociales necesarias para la reproducción tanto del capital como de la mano de obra; estas incluirían leyes, como el salario mínimo, las políticas proteccionistas de la industria nacional, entre otras. Una vez se establecen, esas empresas capitalistas organizadas en la escala de esos Estados- nación muchas veces se encuentran en competencia con empresas capitalistas con organización similar de diferentes Estados-nación. Por consiguiente, aunque estos capitalistas puedan estar compitiendo entre sí por la participación en el mercado interno, con frecuencia se unen para defender sus espacios nacionales contra las incursiones de capitalistas extranjeros que buscan posicionarse en sus países de origen y con ello ponga en riesgo su rentabilidad. Smith (1984/1990, p.190) afirmó que la tensión entre la igualación y la diferenciación se desarrolla por medio de la forma geográfica del Estado-nación:

La extensión geográfica del Estado-nación está limitada en el extremo inferior por la necesidad de controlar un mercado suficientemente amplio (para la mano de obra y las materias primas) para que se impulse la acumulación. En el extremo superior de la escala, un Estado-nación demasiado grande tiene dificultades para mantener el control político en todo su territorio (1984, p.190).

Finalmente, Smith sostuvo que la escala global se crea mediante la tendencia del capital de expandir la relación salario-mano de obra por toda la superficie del planeta, transformando las relaciones entre lugares distantes que antes se habían desarrollado mediante el comercio en relaciones basadas en la búsqueda de plusvalía y la universalización de la ley del valor. De ese modo, el surgimiento del capitalismo industrial de finales del siglo XVIII comenzó a transformar la escala global de una basada en el intercambio mercantil generalizado en una cada vez más basada en la producción capitalista generalizada. Como lo plantea Smith:

El capitalismo define la escala geográfica global a su imagen y semejanza. A pesar de las fuerzas y procesos económicos que ayudan a constituirla, la definición de la escala global es en esencia política; es producto de las relaciones de clase del capitalismo (1984/1990, p.186).

Dentro de su escala global de producción capitalista, sin embargo, diferentes escalas pueden desempeñar roles diferentes en momentos distintos. Así, durante la mitad del siglo XX, la escala nacional cobró mayor importancia cuando la Gran Depresión llevó a muchos países a abandonar el patrón de oro global que había configurado las relaciones internacionales en el siglo XIX y a imponer políticas proteccionistas. En su famoso libro, Teoría general del empleo, el interés y el dinero (The General Theory of Employment, Interest and Money), que se erigió como la biblia económica para muchos gobiernos occidentales entre las décadas de 1930 y 1980, por ejemplo, el economista británico John Maynard Keynes consideró la economía nacional como la unidad territorial que debía servir como unidad básica para la implementación de políticas macroeconómicas. Sin embargo, aun en esa época, se mantuvieron las tendencias del capital colectivo de expandir su alcance territorial para devenir planetario por naturaleza.

Respuestas a la noción de escala de Smith

El planteamiento de Smith que consideraba las escalas como un producto de los conflictos internos dentro del capital colectivo entre sus tendencias tanto hacia el igualamiento como hacia la diferenciación representaron una forma fundamentalmente distinta de pensar las escalas en comparación con las exposiciones kantianas previas. Sin embargo, produjo dos respuestas. La primera de estas provino de los académicos que creían que, pesar a ser una interpretación fascinante, la explicación de Smith de la génesis de las escalas geográficas de las que depende la vida social moderna en el capitalismo era demasiado capitalocéntrica. En lugar de eso, pedían una explicación más centrada en lo humano del proceso de creación de escalas, que consideraba las escalas como el producto de luchas políticas antes que de la lógica del capital. Gran parte de esta crítica surgió de los estudios de varios autores que trabajaban dentro de la tradición emergente de «geografía del trabajo» ;“Labor Geography”;, quienes argumentaban que las explicaciones de los geógrafos marxistas sobre cómo se construye la geografía económica del capitalismo estaban demasiado centradas en las acciones del capital exclusivamente (Herod, 2001).5 Con base en el enfoque materialista de Smith, pero también cuestionando su capitalocentrismo, estos autores demostraron cómo los obreros, también, se esfuerzan muchas veces por desarrollar nuevas escalas de autoorganización como parte de sus estrategias políticas. Por ejemplo, cuando los obreros de ciertas fábricas buscan expandir sus luchas del ámbito local al regional, nacional o incluso internacional, creando una causa común con obreros de otros lugares, esto representa una reelaboración de las escalas geográficas de su praxis. Al mismo tiempo, sin embargo, algunos trabajadores ven una ventaja en no buscar ampliar su escala de organización en el ámbito geográfico sino en lugar de eso localizarla haciéndose al margen de los acuerdos laborales nacionales para beneficiarse de las variaciones locales de las condiciones -pueden tener la capacidad de negociar salarios locales más altos que el promedio nacional para su industria, por ejemplo. La producción obrera de sus escalas de organización propias, en otras palabras, puede ser un elemento central de su praxis política. De esta crítica se desarrolló un sentido mucho menos mecanicista y mucho más político sobre cómo las escalas que tienen significado para diferentes actores sociales en el capitalismo -u otras formas de organización social, para el caso- se crean y recrean como resultado de luchas entre distintos grupos para garantizar sus fines políticos.

La segunda respuesta surgió del tipo de pensamiento postestructuralista que desempeñó un rol importante en la configuración de la geografía anglófona a finales del siglo XX y comienzos del XXI. En particular, Marston et al. (2005) argumentaron a favor de lo que llamaron una «ontología plana» ;“flat ontology”;. Al ver que las nociones materialistas de la escala, de inspiración marxista, promulgadas por Smith y posteriormente por muchos geógrafos del trabajo, privilegiaban una visión jerárquica del mundo, ellos opusieron una ontología plana (en contraposición a la horizontal). Al hacerlo, adoptaron una postura conceptual en la que distintos lugares de la superficie terrestre (lo que llamaron «sitios» ;“sites”;) se conciben en interconexión, pero no en algún tipo de relación espacial jerárquica, ya sea vertical, de arriba hacia abajo, en la que se considera la escala global como superior a otras escalas o una espacialidad horizontal, en la que se considera que lo global es mayor y que puede contener otras escalas, como lo nacional y lo regional. Las escalas pueden tener efectos materiales, aseveraron, pero son meramente partes de un tropo representacional. No existen en sentido físico «en el terreno» (para conocer más detalles de su argumentación, véase Herod, 2010). No es sorpresa que el artículo de Marston et al. contuviera una serie de respuestas vehementes, donde muchos insistían en que su conceptualización era poco más que una reinvención del kantismo o que habían malinterpretado las diferencias entre ontología y epistemología (Hoefle, 2006). Otros desarrollaron una especie de postura negociada. De ahí que Moore (2008, p.213 ) planteara que «la escala es una realidad epistemológica más que ontológica» y que «no es necesario guardar un compromiso con la existencia de la escala para analizar la política de la escala». Para Moore (2008, p.203) , el aspecto central en las distintas opiniones relativas a la escala era la imposibilidad de «hacer una diferenciación clara entre escala como categoría de práctica y ;como; categoría de análisis». Esto significa que, aun si se abandonaba la concepción de la escala como realidad ontológica (y muchos sostenían que tal cosa no debía hacerse), aún puede afirmarse que es una realidad epistemológica, pues «las narrativas, clasificaciones y esquemas cognitivos escalares» pueden determinar «formas de ver, pensar y actuar» (Moore, 2008, p.214). Usando el ejemplo del concepto de «la nación», Moore planteó que si bien «la nación» es una ficción ontológica que depende para su estabilidad conceptual y política de la idea de una comunidad imaginada (Benedict, 1983), el hecho de que la gente crea en su existencia determina sus acciones diarias (Moore, 2008, p.214). En esa concepción, el problema esencial, entonces, es no aferrarse a si las escalas tienen existencia ontológica o no, sino más bien a considerar cómo los actores sociales perciben los diferentes procesos y fenómenos sociales en una escala y cómo se comportan en respuesta a ello. En consecuencia, aun cuando las escalas no tengan realmente una jerarquía ontológica, el hecho de que muchas personas crean que lo tienen determina la manera como se comportan en formas muy reales. A su vez, esto suscita preguntas importantes sobre cómo las metáforas con las que elegimos representar la escala del mundo pueden tener implicaciones importantes para la praxis política.

Metáforas escalares

Al contemplar cómo las imágenes que usamos para representar las escalas determinan la manera como pensamos que se escala la Tierra, se presentan dos posturas principales. La primera considera escalas como lo urbano y lo regional como territoriales en su forma, es decir, que abarcan unidades de espacio específicas. El marxista francés Henri Lefebvre (1974/1991, p.351) ha empleado el término gráfico «envolturas de espacio» para describir dichas unidades. En esta concepción, las fronteras de las distintas escalas en las nos imaginamos que está organizada la vida circunscriben extensiones particulares de la superficie terrestre y establecen diferencias entre los espacios que se encuentran dentro de sus límites y los que están fuera de ellos. Por ejemplo, en el caso de una región agrícola, se considera que los tipos de paisajes y actividades que se hallan en dicha región tiene más en común entre sí que con los paisajes y actividades de fuera de la región. La segunda serie de metáforas usada para describir las escalas se basa en la obra del pensador postestructuralista francés Bruno Latour. Mientras que Lefebvre había considerado las escalas en términos básicamente territoriales y topográficos, Latour las ha presentado en términos topológicos, usando la imagen de redes para describir diferentes escalas y las relaciones entre ellas. Como se verá más adelante, estos dos enfoques tienen implicaciones significativas en la concepción de los académicos sobre las relaciones entre distintas escalas.

Las escalas como envolturas del espacio

Como se indicó anteriormente, el término de Lefebvre «envoltura del espacio» presenta una forma de concebir las escalas. Dicho término describe una imagen en la que se entienden las escalas como dotadas de expansión territorial, es decir, que sus límites abarcan espacios absolutos de tamaños diferentes. Sin embargo, los geógrafos (y otros) han usado diferentes metáforas para pensar las relaciones entre lo que por lo general se consideran las escalas más importantes en el capitalismo, al menos según académicos como Smith (como lo urbano, lo regional, lo nacional y lo global). Puede decirse que la más común de estas metáforas ha sido la de una escalera. Esto puede no ser sorpresa, dado que en inglés la palabra «escalera» y la palabra «escala» se derivan del mismo vocablo latino: scala, que significa escalera o escala. En dicha metáfora, se imagina cada escala individual como un peldaño de una escalera. Por ejemplo, se sube desde, digamos, la escala urbana a la regional a la nacional y finalmente a la global o se baja en la jerarquía escalar de la escala global a las subglobales de organización, como lo urbano. En ocasiones, se usa el término escala «local» como peldaño de base de la escalera, aunque esto carece del mismo grado de precisión geográfica que el término «urbano», en tanto que hay una estructura material para los límites espaciales de las ciudades, diferentes autores pueden ver el término «local» en formas muy distintas y usarlo para describir áreas geográficas de tamaños muy variados (¿es, por ejemplo, una vivienda o tal vez un barrio o quizás incluso cualquier cosa que no sea sencillamente «global»?). En dicha metáfora, entonces, se concibe cada escala o peldaño como una entidad aparte, pero la imagen dada es de verticalidad; los actores sociales ascienden o descienden la escalera a medida que pasa de una escala de existencia y praxias a otra.

Otra metáfora muy usada en este sentido ha sido pensar las escalas en términos de una serie de círculos concéntricos. En esta imagen, la escala local o urbana reposa en el centro de una serie de círculos en expansión progresiva que representan otras escalas más amplias -lo regional, lo nacional, lo global-. Al igual que con la metáfora de la escalera, cada escala se representa como algo separado que abarca ciertos espacios absolutos. La principal diferencia entre estas dos metáforas, sin embargo, es que mientras con la metáfora de la escalera, los actores sociales ascienden o descienden de una escala a otra, en la metáfora de los círculos concéntricos, estos se desplazan hacia delante o atrás entre los círculos de diferentes tamaños en su movimiento lateral de escala en escala. De ahí que ir de la escala urbana a la regional y de la escala nacional a la global implica viajar fuera del epicentro de los círculos y reubicarse de la escala global a subglobal implica adentrarse en el punto medio de los círculos. Por su lado, la metáfora de la escalera expresa verticalidad, y la metáfora de los círculos concéntricos expresa horizontalidad. A pesar del hecho de ambas metáforas consideran las escalas como envolturas de espacio delimitadas, existe al menos una diferencia importante entre ellas. En la metáfora de la escalera verticalista, escalas como lo nacional y lo global no se representan como si abarcaran físicamente otras escalas, sino más bien, como situadas por encima de las de lo urbano y lo regional. Esto promueve la mención de «escalas superiores» e «inferiores» de la vida social. En la metáfora horizontalista de los círculos concéntricos, por otro lado, escalas como lo urbano y lo regional se asientan dentro de lo nacional y lo global. Esto promueve la mención de «escalas mayores» y «escalas menores» de la vida social. Dicho de otro modo, se entiende que escalas «mayores», como lo global o lo nacional, rodean y abarcan las escalas «menores», como lo urbano y lo regional, pero no se considera que estén por encima de ellas. Las escalas menores están contenidas en las mayores, mientras que las más grandes contienen otras menores. Este discurso de «arriba y abajo» frente a lo «contenido y conteniendo» puede tener implicaciones en la manera en que actores sociales, como sindicatos, capitalistas, ambientalistas y otros, conciben las estrategias políticas en las que podrían embarcarse en pro de sus metas: ¿imaginan que deben crecer hacia arriba al buscar nuevas escalas de praxis o imaginan que deben construir hacia afuera, por ejemplo?

Las escalas como redes

La segunda forma como se han representado las escalas de manera metafórica radica principalmente en la obra de Latour. Mientras que Lefebvre veía las escalas como envolturas de espacio distintas y aparte, Latour (1996, p.370) ha argumentado que la complejidad del mundo no puede encerrarse en «nociones de niveles, capas, territorios ;y; esferas». En consecuencia, no debe concebirse como conformada por áreas discretas de espacio delimitado que se interconectan de forma precisa para formar una gestalt escalar total. En su lugar, Latour afirmaba, debemos pensar el mundo como «fibroso, a la manera de hilos, nervudo, filamentado, como una cuerda ;y; capilar». Esa visión reemplaza la visión topográfica de las escalas como cosas que encierran espacios absolutos de diferentes tamaños con una visión topológica, conectada en red, que habla de conexiones entre diferentes escalas que no tienen un área en sí, pero forman eslabones de una parte a otra de la red, donde dichos eslabones tienen mayor o menor extensión. En lugar de ver las escalas como escenarios espaciales separados dentro de los cuales existen los actores y entre los cuales ascienden o se desplazan, entonces, una visión latouriana concibe las escalas como lugares a lo largo de varias partes de redes, con escalas como lo global y lo local o lo urbano presentadas no como extremos opuestos de algún espectro escalar, sino como un vocabulario para diferenciar entre redes más cortas y menos conectadas y otras más largas y conectadas. En dicha metáfora (una telaraña es una buena representación visual de lo que Latour quiere decir), los actores sociales se mueven a lo largo de los filamentos entre una parte de la red y otras partes, pero no se mueve de una escala a otra discretamente constituidas. El lenguaje, en otras palabras, es muy preciso: moverse a lo largo de la red en lugar de saltar entre sus diversos estratos. Esto se debe a que es imposible decir dónde termina un tramo de la telaraña y dónde empieza otro, dado que todo está conectado con todo lo demás. Lo mejor que puede decirse es que se puede ir una distancia mayor o menor para pasar de una parte a otra de la telaraña.

Además de pensar las escalas en términos de la telaraña en la que algunas partes de la estructura están más cercanas que otras, otras dos metáforas en líneas similares que se han usado comúnmente para expresar la relación entre escalas en una visión topológica del mundo son las de las galerías de las lombrices y las raíces de un árbol. En relación con la primera, las galerías de lombrices representan una red de conexiones entre distintos niveles del suelo. Algunas ahondan y otras son más superficiales. Pero todas hacen parte del mismo sistema. En términos del uso de esta metáfora para hacerse una idea de la escala, entonces, algunos geógrafos han planteado que puede tomarse la apertura de una galería para representar la escala local/urbana, mediante la cual se pasa para llegar a escalas más abarcantes, como lo nacional o lo global de manera muy similar a como la galería de la lombriz es más extensa bajo tierra de lo que podría indicar la parte visible en la superficie. De manera alternativa, la entrada a la galería puede tomarse para significar la escala global, el lugar donde confluyen y se revelan procesos subglobales que tienen orígenes mucho más profundos. Los geógrafos han usado de modo similar la metáfora de las raíces de un árbol. De ahí que, como con las galerías de las lombrices, las raíces de un árbol pueden ser más profundas en algunos lugares y más superficiales en otros. Así mismo, dependiendo del punto de vista, puede entenderse que las raíces más profundas representan a la escala global o la urbana/local: en la primera, los procesos globales se ahondan y son extensivos y se manifiestan en fenómenos locales en la superficie, mientras que en el segundo son los procesos y fenómenos globales los que son reflejos superficiales de prácticas y acontecimientos locales mucho más profundos.

Al pensar en el uso de dichas representaciones como una manera de entender cómo imaginamos que el mundo se traduce en escalas, es claro que existen algunas semejanzas entre las imágenes de las galerías de las lombrices y las de las raíces del árbol, por un lado, y con las imágenes de la escalera y los círculos, por el otro. Por ejemplo, mientras que las metáforas de la escalera y los círculos representan concepciones bidimensionales del mundo (arriba y abajo, adentro y afuera), las metáforas de las raíces del árbol y las galerías de las lombrices representan nociones tridimensionales (aun cuando se retraten de manera bidimensional sobre un papel); las lombrices no construyen sistemas de galerías y a los árboles no les crecen sistemas radiculares en planos verticales que se extienden desde la superficie de la Tierra hacia dentro del suelo, sino que por lo general reproducen estructuras cónicas, donde el ápice del cono es el punto de transición entre el suelo y el aire. Por otro lado, también hay al menos una diferencia crucial entre la metáfora de las galerías de las lombrices y la de las raíces del árbol: mientras que las segundas privilegian un solo punto de entrada al mundo en escala (el punto de donde el tronco del árbol sale de la tierra), la primera metáfora puede implicar una miríada, ya que cualquier sistema de galerías puede tener varios lugares de entrada y salida.

¿Por qué es importante esto? La deconstrucción del binario global-local

La discusión anterior sobre el estado ontológico de las escalas y cómo las distintas metáforas escalares nos llevan a pensar el mundo en formas distintas ha configurado mucha parte del debate dentro de la geografía humana anglófona durante las pasadas tres décadas o más. Este ha sido el caso en particular en cuando ha habido tanta discusión de los procesos de globalización y lo que significan para las relaciones entre la escala global y otras escalas; por ejemplo, se ha dicho de diversas formas que la globalización debilita la soberanía nacional o se considera como un proceso de deslocalización de la vida social, mientras que gran parte del activismo social ha instado a la gente a «pensar globalmente y actuar localmente». Aunque mucho se ha escrito sobre este tema, quiero centrarme a continuación de manera breve en la obra de J. K. Gibson-Graham (2002), quienes son en realidad dos autoras (Julie Graham y Kathie Gibson), que han escrito bajo este seudónimo colectivo. En particular, ellas han explorado algunas de las maneras como «lo global» y «lo local» se han contrapuesto y lo que eso significa para la praxis política. ¿Qué significa, por ejemplo, en realidad «pensar global» pero «actuar local»? Y de igual manera, ¿cómo sería «pensar local», pero «actuar global»?

Gibson-Graham se interesaron de manera específica en explorar la relación entre lo global y lo local, que para ellas representaba los dos extremos de un espectro escalar (aunque Smith, como recordaremos, contrapuso lo global no a lo local, sino a lo urbano, al menos en un principio, muchos otros han considerado lo local como el Otro escalar de lo global). Ellas se interesaron en esta relación, porque, argumentaban, el binario global-local ha estado imbuido de implicaciones políticas particulares dentro de la imaginación occidental. De manera específica, Gibson- Graham afirmaron que en este binario por lo general se ha imaginado lo global como más poderoso que lo local. Esto se debe principalmente a que, como se detalló en muchas de las metáforas que acabamos de discutir, lo global se ha considerado de maneras diversas, por encima de lo local, más abarcante que lo local o más extensivo espacialmente que lo local, y, en el pensamiento occidental, todas estas características (estar por encima de algo más, ser más grande que algo más, ser más abarcante que algo más y ser más extenso en el espacio que algo más) por lo general implican dominación y mayor autoridad y potencia. En consecuencia, lo local se ha representado en general como «pequeño y relativamente carente de poder, definido y confinado por lo global» (Gibson-Graham, 2002, p.27). En dicha representación, ellas afirmaron, «lo global es una fuerza, lo local es su campo de juego… lo global es penetrante, lo local penetrado y transformado» (Gibson-Graham, 2002, p.27). El resultado ha sido que por lo general se ha considerado lo global como sinónimo del espacio abstracto, el movimiento sin fricción del dinero y las materias primas, la expansividad e inventiva del capitalismo y el mercado. Pero su Otro, el localismo, se codifica como lugar, comunidad, defensiva, identidad delimitada, trabajo in situ, no capitalismo, lo tradicional (Gibson-Graham, 2002, p.27).

Esa serie de representaciones, como sostienen Gibson-Graham, presenta «una sensación predominante de que ;el poder político; ya está distribuido y poseído de "lo global" o puede movilizarse con mayor éxito por "lo global"» (Gibson- Graham, 2002, p.33) que por lo local. Luego de afirmar que por lo general se considera lo global, por defecto, como más dotado de significada y poder que lo local en el binario global-local occidental, Gibson-Graham intentaron desestabilizar esta noción identificando seis formas distintas como puede verse la relación entre lo global y lo local, cada una con distintas implicaciones para el análisis de cómo se estructuran el mundo y las relaciones de poder entre lo global y lo local. Su objetivo era trastocar nociones establecidas de la hegemonía de la escala global de la existencia social para abrir oportunidades analíticas y políticas a visiones totalizadoras desafiantes que considerar la construcción de la geografía del capitalismo global como el alcance indiscutido e incuestionable del capital global. Estas seis formas son las siguientes:

  1. Lo global y lo local no son cosas en y por sí mismas (es decir, no tienen peso ontológico). En lugar de eso, son marcos de interpretación para analizar el mundo. Por consiguiente, lo que se percibe como el caso desde una «perspectiva global» puede adoptar una forma muy distinta cuando se observa desde una «perspectiva local». Esa noción debilita la creencia en una escala global omnipotente de la existencia, la operación y la perspectiva.

  2. Lo global y lo local solo adoptan significado a partir de lo que no son y solo adquieren sentido cuando se contrastan con los otros, de manera muy similar a nuestra concepción de lo que es bueno solo tiene sentido si podemos contrastarlo con una noción de lo que es malo. De ese modo, Gibson-Graham plantearon que en esa representación se concibe lo global como algo más que lo nacional o lo regional o como algo distinto a lo local, mientras que se concibe lo local como algo opuesto a lo global; por ejemplo, con frecuencia se hace referencia a las naciones como «actores locales» dentro del proceso de globalización. Eso significa que lo global deriva parte de su poder analítico de su relación con lo local, y de su dependencia conceptual de él (y viceversa); en otras palabras, lo local ayuda a constituir lo global y forma la base para su articulación. Al mismo tiempo, lo global no es necesariamente planetario. Más bien, es simplemente no espacialmente universal (lo que llamamos corporaciones «globales» no necesariamente tienen operaciones que se extiendan por todo el planeta, aun si tienen operaciones en muchos lugares del globo). En esa visión, la relación entre lo global y lo local es simbiótica, no de dominación y subyugación.

  3. Con base en las concepciones conectadas de escala en las que ni lo local ni lo global son esferas distintas, sino que, más bien, simplemente «ofrecen puntos de vista sobre las redes que por naturaleza no son ni locales ni globales, sino más o menos largos y más o menos conectados» (Latour, 1993, p.122 ), lo global y lo local son simplemente different «facetas» ;“takes”; en el mismo universo de redes, conexiones, abstracción y concreción. No son extremos opuestos de un espectro escalar, sino que son, de manera más precisa, un léxico para diferenciar redes más pequeñas y menos densas de otras más grandes y más densas y ninguna es en esencia más o menos poderosa que la otra.

  4. Lo global es tan solo un simulacro de lo local, «una imagen sin parecido» (Deleuze, 1990, p.257 ), una ilusión óptica, de manera que si se desarma algo «global» se encontrará su carácter local interno. En dicha perspectiva, las multinacionales, por ejemplo, se consideran no como «global» en su estructura sino, más bien, simplemente como «multilocacionales», una representación que afirma su inserción local antes que su organización transespacial.

  5. Lo local es un simulacro de lo global, de manera tal que las particularidades de los lugares locales son simplemente las ubicaciones donde las fuerzas globales se presentan. Así como los extremos de los tentáculos de un pulpo pueden tocar puntos específicos del lecho marino, mientras que su cuerpo flota sobre él, lo local es simplemente el lugar en que las fuerzas globales «tocan tierra» y no tiene peso ontológico alguno en sí. Lo local, por consiguiente, no es un espacio absoluto delimitado y fijo que es Otro en relación con la intangibilidad del espacio global y que siempre puede ser aventajado por los flujos globales del capital, sino que es más bien una apertura al ámbito global.

  6. Lo global y lo local no son puntos extremos en una configuración escalar, sino que representan diferentes tipos de procesos que siempre están en funcionamiento en lugares específicos en momentos específicos. Los procesos de globalización y localización trabajan de manera simultánea para producir todos los espacios como híbridos, como sitios «glocales» tanto de diferencia como de semejanza. Lo local y lo global, entonces, no son entidades fijas, separadas, sino que siempre están en proceso de rehacerse entre sí. Por consiguiente, los procesos globales siempre involucran cierto grado de localización (por ejemplo, a medida que se globaliza, McDonald’s adapta sus productos a los gustos locales particulares), mientras que las iniciativas locales pueden difundirse globalmente e implementarse en innumerables lugares, aun si es con resultados ligeramente distintos debido a las historias, las geografías, las culturas y otros rasgos característicos que han hecho únicos a diversos lugares. El capitalismo contemporáneo es, por ende, glocal por naturaleza, en una situación en la que ni lo global ni lo local pueden predominar de manera unilateral.

Comentarios finales

Arriba he intentado ofrecer una muestra de algunos de los debates en la geografía humana anglófona reciente en relación con cómo teorizar la escala y la razón de su importancia. Muchos de estos debates se han derivado de cuestiones filosóficas sobre la ontología y la epistemología. Por ende, quienes beben de Kant tienen una visión de las escalas muy distinta a quienes se inspiran en Marx. Mientras que para los primeros autores, las jerarquías escalares representan simplemente la forma más lógica en la cual desmenuzar el mundo para el análisis, los segundos afirman que las jerarquías escalares reflejan divisiones reales en el paisaje, que son un producto social y que las luchas por darles su forma son elementos importantes en los conflictos políticos. Del mismo modo, las metáforas usadas para representar y discutir las escalas tienen consecuencias importantes en la manera como entendemos la naturaleza del mundo y, por consiguiente, la manera como actuamos en él. Las diferencias en cómo estas diversas metáforas se emplean para representar el mundo reflejan en sí las divisiones entre pensadores estructuralistas como Lefebvre, quien ven en gran medida las escalas en formas topográficas, y pensadores postestructuralistas, como Latour, quien las ve por lo general en formas topológicas. Estos debates sobre la escala son importantes por algo más que razones académicas. También son importantes por la manera como estructuran la forma en que los actores sociales piensan en ejercer la praxis social en el contexto de muchos procesos contemporáneos que están cambiando la geografía del planeta y de las vidas de sus habitantes; y no se hacen mucho más grandes que el proceso de globalización y lo que en realidad significa, por ejemplo, «pensar globalmente, pero actuar localmente».

Referencias

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2Es famosa la afirmación de Einstein de que el tiempo y el espacio solo existen en relación: el paso del tiempo tiene relación con la velocidad en la que un objeto viaja por el espacio. De hecho, para él, el tiempo y el espacio están tan interrelacionados que solo puede hablarse de ellos como una entidad única —espacio-tiempo— y no como entes independientes.

3Para quienes no estén familiarizados con el desarrollo histórico de la geografía anglófona, Johnston & Sidaway (2016) ofrece una buena perspectiva.

4Es importante señalar que no todos los geógrafos de esta época adoptaron la misma postura de Hartshorne. Por ejemplo, Carl Sauer (1925, pp.22-25) propendía por una visión más materialista que afirmaba que «los fenómenos que constituyen un área no son simplemente variados, sino que están asociados o son interdependientes. Descubrir esta “conexión ;areal; de los fenómenos y su orden” es una tarea científica… ;y dicha tarea falla; solo si no se muestra la no realidad del área... Los objetos que existen en conjunto en el paisaje existen en interrelación. Afirmamos que constituyen una realidad en conjunto que no se expresa mediante una consideración de las partes constitutivas por separado, esa área tiene forma, estructura y función, y por ende posición en un sistema, y eso está sujeto a desarrollo, cambio y compleción». Sin embargo, mientras que Hartshorne estaba interesado principalmente en la singularidad de diferentes regiones, Sauer tenía más interés en entender cómo evolucionada el paisaje cultural a partir del paisaje natural. Como este lo planteó (1924, p.22), «el reconocimiento de las características, no el trazado de fronteras, es la tarea urgente en el estudio de la región natural».

5La geografía del trabajo se centra básicamente en cómo la praxis de los trabajadores está determinada por los contextos geográficos en los que deben vivir y en cómo, mediante su praxis, los trabajadores también determinan la geografía del capitalismo (para más detalles, véase Herod 2001 y Castree 2010).

1 Distinguished Research Professor, Department of Geography, Franklin College of Arts and Sciences.

Recibido: 07 de Julio de 2020; Aprobado: 09 de Enero de 2021

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