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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.40 Bogotá Oct./Dec. 2021  Epub Apr 05, 2022

https://doi.org/10.25058/20112742.n40.02 

Artículo de investigación

AMANSAR, FAMILIARIZAR, ANIMALIZAR: TÉCNICAS PARA HACER PERROS CAZADORES EN LA AMAZONÍA1

Taming, Familiarizing, Animalizing: Techniques to Make Hunting Dogs in the Amazon Florest

Amansar, familiarizar, animalizar: técnicas para fazer cachorros caçadores na amazônia

Gesinei dos Santos Labontê1 
http://orcid.org/0000-0002-8175-700X

Gabriel Sanchez2 

Ramiro Esdras Carneiro batista3 
http://orcid.org/0000-0003-2050-7362

felipe Vander Velden4 
http://orcid.org/orcid.org/0000-0002-5684-1250

1. Universidade Federal do Amapá, Brasil labonteg@gmail.com

2 .Universidade Federal de São Carlos, Brasil sanchezg94@gmail.com

3 .Universidade Federal do Pará, Brasil ramiro.esdras.carneiro@gmail.com

4 .Universidade Federal de São Carlos, Brasil felipevelden@yahoo.com.br


Resumen:

basado en datos de tres poblaciones indígenas de diferentes regiones e idiomas -palikur- arukwayene (arawak), kujubim (txapakura) y karitiana (tupi-arikêm)- este artículo busca dilucidar algunas cuestiones sobre la posición de los perros (Canis lupus familiaris) en los mundos amerindios. Centrándose en la preparación de perros cazadores, nuestro objetivo es discutir recurrencias en los tratamientos dirigidos a la creación de perros de caza: la diferencia entre perros que cazan y los que no cazan; el perro como compañero de caza que necesita ser hecho, y las técnicas de preparación de perros, que implican la conjunción de estos animales con partes del cuerpo de otros seres para comunicar afectos. Estos temas apuntan también a una cuarta recurrencia: si bien son animales domésticos y en cierto sentido, humanizados, los perros deben haber cultivado un devenir animal, para ser buenos cazadores. Existe un equilibrio constante entre domesticar y animalizar perros, en la búsqueda de un equilibrio precario entre lo animal y lo humano, similar a la constitución de la persona humana.

Palabras clave: perro; Amazonía; pueblos indígenas; caza; técnicas de domesticación.

Abstract:

based on data on three Amerindian populations from different regions and languages-Palikur-Arukwayene (Arawak), Kujubim (Txapakura) and Karitiana (Tupi-Arikêm)- this article seeks to illuminate some issues concerning the position of domestic dogs (Canis lupus familiaris) in Amerindian worlds. With a focus on the preparation of hunting dogs, our goal is to discuss the existence of recurrences in treatments aimed at making dogs good hunters: the difference between dogs that hunt and dogs that do not hunt; the dog as a hunting companion that needs to be made; and the techniques of preparing dogs through the conjunction between these animals and parts of other beings’ bodies. These themes point to a fourth recurrence: although domestic and ‘humanized’ animals, dogs must have induced an animal becoming, so that they can become efficient hunters. There is a constant balance between taming and animalizing dogs, in the search for a precarious balance between animal and human that is similar to the constitution of human persons.

Keywords: dogs; Amazonia; indigenous peoples; hunting; domestication techniques.

Resumo:

Com dados sobre três populações ameríndias de regiões e línguas distintas -Palikur- Arukwayene (Arawak), Kujubim (Txapakura) e Karitiana (Tupi-Arikêm)- este artigo busca iluminar questões concernentes à posição dos cachorros (Canis lupus familiaris) nos mundos ameríndios. Nosso objetivo é discutir algumas recorrências nos tratamentos destinados à hacer cachorros cazadores: a diferença entre cães que caçam e que não caçam; o cachorro como um companheiro de caça que precisa ser feito/preparado; e as técnicas de preparação de cães via conjunção entre esses animais domésticos e partes de corpos de outros seres de modo a comunicar afecções. Esses temas apontam, ainda, para uma quarta recorrência: embora animais familiares e, em certo sentido, humanizados, os cachorros indígenas devem ter cultivado um devir animal, para que logrem perseguir com eficiência suas presas. Verifica- se um balanço entre amansar e animalizar os cães, na busca por um equilíbrio, precário, entre o animal e o humano, similar à constituição de pessoas humanas.

Palavras-chave: cachorro; Amazonia; povos indígenas; caça; técnicas de amansar.

Leonardo Montenegro

Villavicencio

Introducción

Los perros domésticos (Canis lupus familiaris), como es bien sabido, son bastante numerosos en muchas de las aldeas indígenas contemporáneas de las tierras bajas de América del Sur. Sin embargo, aún son escasos los estudios sistemáticos centrados en la condición de estos animales dentro del conjunto de los demás seres con los que conviven los pueblos indígenas, las motivaciones para su adopción y las distintas funciones atribuidas a los perros (Schwartz, 1997; büll, 2018). Aunque son formidables auxiliares en las actividades de cacería para numerosos pueblos indígenas en la América tropical, aún se conoce relativamente poco sobre los orígenes, fabricación técnica o ritual, modalidades de entrenamiento, acción y destino de estos animales (Koster, 2009). Gran parte de la evidencia es anecdótica, como parece ocurrir con los animales domésticos o familiares en las aldeas en general, especialmente en lo que respecta a los no nativos de la fauna neotropical (Vander Velden, 2012). En este artículo se buscará esclarecer, mediante un esfuerzo comparativo, algunas recurrencias en los métodos y técnicas de fabricación de perros de caza en diferentes sociedades indígenas de América del Sur (Medrano, 2016; Vander Velden, 2016).

Tales recurrencias giran en torno a tres temas principales: una sensible diferencia entre perros que cazan y perros que no cazan, con la valorización de los primeros; el perro como compañero de caza que necesita ser preparado, y un conjunto de técnicas de preparación canina que implican la conjunción entre estos animales domésticos y determinadas partes del cuerpo de otros seres (animales y vegetales) u objetos, con el fin de comunicar afecciones o afectos (en el sentido deleuziano) y producir animales sumamente eficaces en la caza. Estos temas también parecen apuntar a un cuarto punto compartido por muchos pueblos con respecto al tratamiento de los perros de caza en la América del Sur tropical. Aunque sean animales domésticos o familiares, es decir, seres que participan de la convivencia permanente con grupos humanos -y, por ende, humanizados en cierto sentido, los perros nativos deben haber cultivado permanentemente una especie de devenir animal, para que puedan perseguir y matar eficazmente a lo animales de presa. Parece existir, por tanto, un equilibrio constante, aunque precario, entre amansar/ familiarizar (y, quizás, humanizar) y animalizar a los perros, que se obtiene a través de variadas técnicas y procesos rituales, pero que presentan una cierta recurrencia sistémica en las tierras bajas de Sudamerica.

Podemos resumir nuestro punto de la siguiente manera: los perros deben ser domesticados/familiarizados no para que se humanicen más, sino para que mantengan, en cierto sentido, su bravura o ferocidad -que preserven, como dicen los Karitiana, «el sentido del jaguar»-. Si no se logra con cierto éxito este delicado y en apariencia paradójico equilibrio, los perros, desde el punto de vista indígena, no se convierten en cazadores efectivos. Hay que cultivar necesariamente un cierto afecto, sobre todo en el cuerpo de los cachorros, y esto al parecer va en contravía de los esfuerzos por hacer del perro un animal plenamente familiar, totalmente domesticado, integrado en la vida pacífica y productiva de las aldeas. Por tanto, los perros serían como humanos cazadores y guerreros, para quienes la necesidad de derramamiento de sangre conlleva un cambio de perspectivas, lo que hace que su convivencia sea muy ambigua, al menos en determinados contextos (Viveiros de Castro, 1996).

En toda Sudamérica se usan perros como cazadores, incluso aunque llegaron de manera tardía (siglo XX) a varios lugares de la Amazonía (Schwartz, 1997; Koster, 2009), como entre los karitiana y los kujubim en Rondônia. Las técnicas de caza con perros en las tierras bajas de América del Sur son notablemente similares, aunque es curioso constatar cómo siendo tan eficientes, tan importantes y tan difundidas en todo el mundo, estas técnicas han recibido tan poca atención en los análisis antropológicos (fiedel, 2005). A continuación, nos centramos en las ideas de tres grupos amerindios sobre cómo hacer (o crear/ críar) un perro de caza, pero también es un hecho que las nociones y técnicas utilizadas en la «producción» o «adiestramiento» de perros de caza en la zona neotropical son muy similares (Koster, 2009, pp. 588-590). El cuidado con la disposición del pelaje de los animales señala las técnicas para «hacer un perro de caza», un conjunto de procedimientos destinados a aguzar las capacidades y cualidades cinegéticas de los perros y, en cierta medida, su «bravura». Como lo señala Celeste Medrano (2016) sobre los Qom en el Chaco argentino, un cachorro no nace cazador, sino que debe hacerse, su cuerpo debe ser construido por sus compañeros humanos, mediante un conjunto de técnicas corporales. Como se discutió en otra parte, los animales, para muchos pueblos indígenas, tienen lo que se puede llamar un «carácter artefáctico» (Vander Velden, 2012), habiendo sido moldeados, algunos de ellos (seres de la selva), mediante la acción creadora de los demiurgos de «tiempos antiguos» (la época de los mitos), y otros (los animales de cría), mediante la intervención permanente de sus dueños. De este modo, los animales son artefactos técnicos, evidencia del dominio técnico y las capacidades creativas de aquellos seres que dieron forma al mundo. De manera similar, hoy en día, los cazadores humanos deben convertir a sus perros en buenos cazadores, a través de un conjunto de procedimientos que se detallan a continuación: «hacer» en lugar de «enseñar», como pensamos en el adiestramiento de perros entre nosotros, porque los perros parecen aprender, de hecho, a cazar mediante la combinación de técnicas para su preparación y la práctica de la caza en la selva, en una especie de «educación para la atención» (Ingold, 2000) operada, fundamentalmente, sobre sus cuerpos.

Los datos etnográficos

Los datos obtenidos de la investigación etnográfica, que se analizan en este artículo comparativo, proceden de tres pueblos indígenas amazónicos con grandes diferencias lingüísticas y culturales entre ellos: los palikur-arukwayene (aarawak, amapá), los kujubim (txapakura, rondônia) y los karitiana (tupi-arikêm, Rondônia).

Los palikur-arukwayene son un pueblo que actualmente ocupa territorios en la Amazonía caribeña, entre el extremo norte de brasil, municipio de Oiapoque,2 estado de Amapá, y diferentes localidades del territorio francés de ultramar de Guyana. Suman aproximadamente dos mil individuos a ambos lados de la frontera y son hablantes de parikwaki, una lengua aruak-maipure (Capiberibe, 2007). En el contexto interétnico del bajo Oiapoque, son considerados los pueblos más remotamente ocupados de la región (Teixeira & Papavero, 2009, p. 27 ).

Los kujubim, por su parte, son un pueblo indígena que vive tradicionalmente en la cuenca del río Guaporé, que cubre brasil y bolivia, en la región suroccidental amazónica de Rondônia. Hablantes del idioma kaw tayo (Duran, 2000), clasificados dentro de la familia txapakura, actualmente se declaran pertenecientes a este colectivo unas 160 personas. Si bien los kujubim han vivido a orillas del río Cautário -territorio que reclaman hasta el día de hoy-, desde la primera mitad del siglo XX, han establecido una convivencia prolongada con diferentes lenguas y etnias en el territorio indígena del río Guaporé.3

finalmente, los karitiana (Yjxa) son un grupo hablante de la familia Arikém, perteneciente a la rama Tupi. Tradicionalmente ocupantes de las cuencas de los ríos Candeias, Jamari y Jaci-Paraná, afluentes de la margen derecha del río Madeira, los karitiana tuvieron sus primeros contactos con no indígenas (opok) probablemente en la segunda mitad del siglo XIX, cuando su territorio comenzó a ser invadido por caucheros peruanos y bolivianos. Hoy en día, hay aproximadamente 450 personas distribuidas en siete aldeas ubicadas en el norte del estado de Rondônia (suroeste de la Amazonía brasileña), en los municipios de Porto Velho y Candeias do Jamari.

Pewru-ahawkune: el perro de caza Palikur

Esbozando lo que podría considerarse una categorización taxonómica palikur para los así llamados animales, estos se dividen en dos grandes grupos principales, que son exactamente los puwikne ahavwukune (animales salvajes), también considerados axtig (animal salvaje / depredador) y puwikne paytikune (animales domésticos), que serían los sujetos a domesticación/familiarización. En la primera categoría, axtig (salvaje o de la selva), hay una subdivisión que apunta al axtigad (animal monstruoso, salvaje en grado superlativo), un ser imposible de domesticar o incorporar, como los grandes depredadores terrestres y acuáticos.

El origen del perro entre los palikur se narra en sus propios términos debido a la coincidencia con períodos de hambruna en los que la gente aún no había incorporado los campos de yuca a sus prácticas productivas, y tampoco había desarrollado bien las técnicas y armas de cacería, que incluyen a los perros, entrenados como depredadores. De manera análoga a la captura de las primeras matrices de kaneg (yuca), el origen del pewr4 palikur se atribuye a la recolección y apropiación de las crías de ciertos cánidos salvajes5 en la selva, animales que aún hoy se encuentran en la fauna autóctona local. Sin embargo, diferentes clanes narran diferentes orígenes de la incorporación/familiarización del pewru entre este pueblo. Esta variedad de narrativas del origen del perro, derivadas de la diversidad del clan, encuentran su punto de convergencia en las técnicas de preparación/construcción del perro de caza que, de interrumpirse su rito de preparación, puede terminar convirtiéndose en un animal no apto para la caza e incluso para la convivencia. Partimos aquí de la narrativa del anciano fallecido Palikur Uwetmin,6 quien propone que el origen del perro se deriva del trabajo de familiarización realizado por los antiguos chamanes sobre las crías del zorro vinagre (Cerdocyon thous), cánido salvaje observado en la fauna nativa regional (Labontê, 2018). Esta narrativa, sin embargo, no elimina la posibilidad de adquirir el «pewru de los blancos» en las redes de trueque engendradas en diferentes momentos de la historia Palikur.

El relato del anciano es tajante en la negación de que el perro de caza Palikur se haya originado a partir del perro europeo, ampliamente distribuido en el escudo de las Guayanas durante el período de colonización por diferentes agentes extranjeros (Labontê, 2018). La narrativa indígena puede superponerse al fragmento del cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón, con fecha del 17 de octubre de 1492, en el que el navegante caracteriza los primeros arawak que encontró en el Caribe mostrando, entre sus posesiones, «perros y mastines perdigueros» (Todorov, 2003, p. 47 ). Tanto Colón como los Uwetmin afirman la existencia de cánidos domesticados en el período precolombino, lo que aumenta la controversia sobre la presencia de estos animales entre los humanos en la América precolombina. Varios estudios indican la presencia del perro doméstico antes de la llegada de los europeos al Caribe y al norte de Sudamérica, al norte del gran río Amazonas (Stahl, 2012, 2013). También se sabe que la amplia red de intercambios que conectaba la región de las Guayanas desde tiempos inmemoriales incluía perros de caza, entrenados por ciertos grupos reconocidos como expertos en el tema (butt-Colson, 1973; barbosa, 2005). Sin embargo, sigue abierto el debate sobre la autoctonía del perro en esta zona.

Desde la perspectiva Palikur, la creación de un perro dfe caza es un proceso ambiguo con resultados impredecibles, por lo que un pewru no nace listo para ser un animal de caza y guardián. En este sentido, la diferenciación de un animal bueno para la caza se basa en un cuidadoso proceso de selección de sustancias que mejoren sus habilidades cinegéticas (büll, 2018). De esta manera, un cánido no es en sí un cazador nato, sino que se convierte en uno al tomar prestados elementos corporales de otros animales salvajes, reconocidos como excelentes cazadores, de quienes se pretende transferir las habilidades. En la producción Palikur parece haber un movimiento pendular entre familiarización y animalización que, hecho a medida, produciría el perro ideal, dócil y obediente al dueño, a la vez que valiente y salvaje (ahawkune) en relación con otros seres humanos y no humanos. Figura 1.

Foto: Ramiro Esdras, 2016

Figura 1 Pewru-xaiãm, cachorros de Canis lupus familiaris criados en la aldea de Kumenê para el proceso posterior de preparación de perros de caza. Río Urukauá - Tierra Indígena. Uaçá. 

En la región guayanesa se conoce el método de preparación del pueblo Waiwai, análogo al empleado por los Palikur, quienes también tratan a sus perros de caza con achiote y baños (büll, 2018). Como se viene señalando, para los Palikur, el perro de caza es producto de un proceso de preparación que no puede interrumpirse ni sufrir interferencia de nadie que no sea el futuro dueño del animal. Es así como un pewru en proceso de preparación, a diferencia de un perro común, no puede ser regañado ni maltratado por un vecino, y debe llevar una dieta específica,7 servida solo por su preparador.

Capiberibe recuerda que «los perros de caza son aliados importantes de los Palikur en la tarea de obtención de alimento, por eso son ;...; cuidados para que no se contaminen y se conviertan en inútiles» (2007, p. 59). La autora también reconoce la curiosa designación de los caimanes-perro (Melanosuchus niger) que encontró en su trabajo de campo, lo que demuestra que la frontera entre lo salvaje y lo doméstico es cambiante y circunstancial entre los cazadores Palikur. El caimán-perro, conocido en el resto de brasil como jacaré-açú, es un animal predominante en los campos inundados del territorio Palikur, y al parecer se ganó este apodo, en portugués, por su predilección por devorar los perros de caza que se movían en terreno pantanoso. Es posible asumir aquí una generalidad para humanos y no humanos involucrados en actividades de recolección y depredación en el territorio indígena: todos tienen la característica de atraer poderosos depredadores como anacondas, caimanes, nutrias y jaguares cuando ingresan a territorios de caza. Entre los cazadores Palikur hay incluso un lenguaje elaborado con miradas y signos que anuncian la presencia de depredadores sin el uso de palabras ni señales auditivas. La caza es, sin embargo, una actividad que entraña grandes riesgos, por lo que no se puede prescindir de la ayuda del pewru de caza, que es, por esa razón, muy valorada (batista, 2020).

A lo largo del trabajo de campo constatamos que existen diferentes sustancias utilizadas en la preparación del pewru Palikur, además de un calendario semanal a seguir. Como ya se mencionó, no todos los animales preparados terminan siendo buenos para la caza, y esto se atribuye a algún error durante los trabajos de preparación/construcción. Según el anciano Uwetmin, hay días de la semana aptos para la preparación del pewru, que deben coincidir con los días de la creación del universo Palikur, a partir de la intervención de Uhokr8 (Labontê, 2018).

Además del calendario, las sustancias recolectadas movilizan una serie de elementos y conocimientos sobre animales y plantas, como las hojas de pimienta y también una planta llamada localmente kaboye. El inventario continúa con la búsqueda y selección de la cabeza del makawen (buitre blanco), el pico del colimbo, la piel del pie del agutí, la nariz del venado, el cuerpo del wahbik (insecto similar a la hormiga cortadora de hojas), la piel de la pata de guagua y también la captura de una especie de hormiga arbórea, llamada kasuksaniye. También según el narrador Uwetmin, los antiguos ihamwi (chamanes) palikur entendieron cómo transferir el poder de los axtig (seres salvajes) a los puwikne paytikune (animales domésticos) y por lo tanto crearon el proceso de producción de la pasta ikewrat (Labontê, 2018).

Siguiendo el trabajo de Labontê (2018), vimos que a estos tejidos y sustancias recolectadas por los cazadores Palikur se prenden fuego junto con el achiote y producen una pasta homogénea, ikewrat, que se pasa por el cuerpo del perro, principalmente en la cabeza y las patas, con la intención de transferir los poderes de olfato, fuerza y la depredación de los animales y plantas de la selva. Un gesto curioso, observado en el proceso de aplicación del ikewrat por los preparadores, es el de pasar la pasta en forma de cruz sobre la frente del animal, varias veces, lo que recuerda el gesto de los misioneros jesuitas sobre los niños indígenas, ritual que los Palikur conocen desde hace varios siglos. Sin embargo, la observación del proceso de preparación del pewru permite inferir que, para estas personas, el nivel de satisfacción con un perro de caza y su utilidad están directamente relacionados con su grado de «animalidad», entendida aquí como una manifestación de fuerza y habilidades que no se encuentran en un animal domesticado/familiarizado (paytikune) y, sobre todo, que no caza. Actualmente, y de forma anecdótica, los cazadores Palikur se refieren a los cánidos de los parnãn (gente blanca), e incluso a los animales de otros pueblos vecinos, como flacos y débiles, por lo tanto, sin valor práctico o incluso afectivo. La ferocidad y la sociabilidad parecen constituir, por tanto, un movimiento pendular y necesario para el mantenimiento de la vida, tanto para humanos como para no humanos.

Kujubim

Si bien convivir con perros es un hecho relativamente reciente,9 hoy en día su presencia se registra en todas partes en los seis pueblos que conforman la Tierra Indígena (TI) Río Guaporé, en Rondônia. basta caminar por los senderos de una de las aldeas de la TI, baía das Onças, para ver decenas de perros deambulando entre casas y patios. Aunque los perros constituyen la vida de la aldea junto con los humanos y otros seres distintos de los humanos (en particular gallinas, patos domésticos, monos, periquitos, papagayos y ocasionalmente incluso tapires, pacas y ciervos), no siempre se los considera bienvenidos y acogidos, con excepción hecha de aquellos que demuestran cierta aptitud e ingenio para cazar.

En este sentido, existe una especie de estado ambiguo entre los perros. Por un lado, algunos son diariamente amonestados y maldecidos públicamente, hecho que los hace echar a suertes para encontrar restos de comida desechados, como espinas de pescado, bagazo de yuca utilizado en la elaboración de chicha, o incluso para sustraer la comida contenida en las ollas que se dejan al fuego encendidas en el suelo; lo cual es demasiado raro, al menos sin incurrir en castigos humanos. Por otro lado, quienes, junto con los humanos, emprenden actividades de caza, y demuestran habilidades especiales en ellas, reciben un trato especial, es decir, son respetados, bien alimentados y casi nunca reprendidos por actitudes indecorosas.

En uno de los días en que estaba haciendo trabajo de campo, me invitaron a cazar con unos hombres en una isla del río Guaporé cerca de la bahía das Onças. En esta empresa se encontraba Scooby, un animal de gran tamaño, de color blanco y que llevaba consigo varias cicatrices de las distintas cacerías que realizaba con los humanos. Luego de un tiempo esperando a todos los miembros de la expedición cerca de las canoas que nos transportarían a la isla, en la parte trasera de la casa de Manduca se pudo ver a Jorge trayendo consigo, en una mano, un galón de chicha y, en la otra, a Skol, su perro, que fue arrastrado hasta la canoa: «hoy aprenderás a cazar con Scooby», dijo Jorge.

La pretensión de Jorge es un rasgo común entre los humanos, que siempre esperan que sus perros se conviertan en buenos cazadores y puedan ayudarlos en sus incursiones selva adentro. Luego de unas horas inmersos en la vegetación, Scooby arrinconó a un agutí y un armadillo, que luego fueron asesinados por los cazadores con rifles. Lo que llamó la atención, sin embargo, fue la existencia de una serie de reglas de etiqueta o, mejor dicho, de formas de ser, que Scooby siguió a lo largo de su actividad cazadora. Después de que los humanos golpearon al agutí, el perro rápidamente agarró el lomo del animal, y lo sacudió, hasta que los humanos se lo impidieron. Sin embargo, en el caso del armadillo, Scooby ni siquiera se atrevió a morderlo. Uno de mis interlocutores, entonces, trató de explicar toda la situación: Scooby sabe que no puede comer carne de armadillo, ya que esto «es parte de su cultura», la «cultura» de los perros.

Mientras cazábamos, Skol ni siquiera se bajó de la canoa. Allí había incluso una olla de gongos (larvas de escarabajo que habitan en las palmas patoá y aricuri) utilizados como cebo, que parece haberle llamado la atención. Cuando llegamos al pueblo, Scooby recibió un generoso trozo de carne de cotia, mientras Skol salió corriendo a casa. Aunque Jorge tenía alguna esperanza de que Skol pudiera aprender a cazar con Scooby, esta no es la mejor manera de producir, fabricar o preparar un perro cazador. Como alternativa a la observación y socialización entre perros, cazadores o no, existe un conjunto de prácticas y conocimientos entre los indígenas del río Guaporé para hacer un perro de caza: el baño con hojas de bichos (bicho, en portugués, es la categoría supragenérica para «animal») y el uso de algunas especies de avispas o avispones -llamados cabas en la región- en la dieta de estos perros.

Al hacer uso de estos procedimientos, los cazadores humanos esperan que sus perros cambien el estado de panema en el que se encuentran. Pero después de todo, ¿cómo podrían los humanos producir perros de caza? Hay dos aspectos fundamentales a los que prestar atención. El primero, muy extendido en las tierras bajas de América del Sur, es lo que Vander Velden (2012) llama el «carácter artefáctico» de los animales. El segundo aspecto tiene que ver con el concepto de cualidad entre los Kujubim, que, a su vez, se remonta a la noción amerindia del cuerpo no como una fisiología distintiva, sino como un conjunto de formas y modos de ser que implica «afectos que impregnan cada tipo de cuerpo, los síntomas o encuentros de que es capaz, sus potencias y disposiciones», es decir, «el cuerpo como haz de afectos y capacidades» (Viveiros de Castro, 2014, p. 66 ). Pasemos a estos dos aspectos, entonces, para entender cómo se puede criar un perro de caza entre los Kujubim.

«Lagartija era venado», me dijo Elizabeth. Este fragmento constituye una larga historia entre los pueblos del Guaporé sobre la fabricación de animales. Capturado por los urubus que veían las lagartijas como venados y, por ende, como carne de caza, el héroe mítico tuvo que fabricar algo para saciar su hambre mediante la opción repugnante de comer la carne cruda de una lagartija. Al avistar un inmenso nido de termitas, el personaje enseguida trató de retirar algunas hojas de la palmera del aricuri: al clavar el termitero con el tallo de algunas hojas, formó brazos y piernas; a continuación, con las mismas hojas enrolladas, hizo las orejas. Cuando los buitres alzaron el vuelo, la imagen creada por el héro se transformó en un tapir. Cuando la abatió, de su sangre surgieron todos los demás animales de caza que se conocen hoy en día. De las hojas de una palmera se hizo el animal. Pero remitiéndose al inicio de los tiempos, esa historia evidencia un aspecto importante del pensamiento y de las prácticas indígenas: humanos y no humanos, tal como el universo mismo, necesitan constantemente ser transformados, producidos y fabricados. La virtualidad mítica recae sobre la actualidade que precisa ser moldeada, presentando así una naturaleza altamente transformadora de los seres y las relaciones a través de las cuales ellos actúan. Tal naturaleza transformadora implica necesariamente la idea de fabricarse, dado su caráter artefáctico, los animales y otros seres.

Ya el concepto de cualidad, para los Kujubim, constituya la forma mediante la cual se aprehenden y nombran ciertas discontinuidades en el mundo. Pero no solo eso. En otro sentido, cualidad implica, antes, las relaciones que los seres tejen en el mundo que lo que tiene que ver propiamente con el mismo ser. Dicho de otro modo, lo que los constituyen son sus comportamientos, sus afectos, sus preferencias alimentarias, dónde viven, duermen, con cuál otro animal conviven, y así sucesivamente. El acercamiento entre cualidad y «cuerpo» se da en la medida en que una cualidad no es una entidad biológica, sino el fruto de las interacciones entre los seres. Ella no está dada en el mundo, sino, más bien, se produce, se elabora en las prácticas y las acciones.

De esa forma, aunque los kujubim digan que los perros son una cualidad de animal, existen por otro lado dos cualidades de perros en las aldeas del territorio indígena Río Guaporé. Los primeros son como Skol: prejuiciosos, bulliciosos, viven esperando restos de comida e incluso se atreven a robarlos de las ollas, lo que hace que ellos sean considerados y transiten por un estado panema, que es la mala suerte en la cacería.10 La otra cualidad tiene que ver con el modo como se comprenden cachorros como Scooby: respetan los espacios humanos y constantemente reciben comidas preparadas como arroz, pedazos de carne, huesos y yuca cocida, cuando demuestran sus habilidades durante una cacería.

Desde ese punto de vista, parece haber una fuerte conexión entre el conjunto de afecciones de los perros y los afectos humanos, lo que quiere decir que, no necesariamente, se debe humanizarlo en su convivencia con ellos. Además de compartir el alimento, los humanos siempre están interfiriendo en la cualidad cazadora -o transformando una cualidad indeseable (panema) en cazadora- en la medida en que se les dan baños de hojas de bichos para que, justamente, puedan ejecutar la actividad cinegética con agilidad, inteligencia y ferocidad.

Las hojas de bicho forman un grupo de plantas que hacen parte de la categoría más amplia de medicina de la selva. Antes del contacto con la sociedad nacional, estos eran usados constantemente en expediciones de guerra por los pueblos que integran la Tierra Indígena Río Guaporé. Servían como una especie de agente potenciador de ciertas cualidades y habilidades que un guerrero debía desplegar en la batalla. Obsérvese, sin embargo, que, aunque a lo largo de los años, ellos han abandonado la práctica de la guerra, estos baños con hojas de bichos siguieron utilizándose en el contexto de la caza. Como los perros siguen a los humanos de día, principalmente en las actividades de caza, también comenzaron a tomar estos baños y a desarrollar las habilidades que estas sustancias brindan.

Las hojas de bichos tienen dos funciones principales: instaurar ciertas habilidades y atraer presas. De esta forma, cuando los humanos bañan al perro con la hoja de tapir, esperan que su cuerpo esté compuesto de agilidad y fuerza. Además, los Kujubim dicen que el olor de estas hojas es capaz de atraer al animal que da su nombre a una hoja dada. La hoja de jaguar hace al perro feroz e impetuoso, pero aumenta las posibilidades de atraer jaguares cuando caza. Las hojas del machín negro hacen que el perro sea inteligente y ágil, las hojas de paca hacen que se mueva con propiedad y agilidad etnre la maleza de la selva, mientras que las hojas del pecarí los hacen incansables y resistentes. Además de estos baños, se ofrecen algunas cualidades del avispón con la comida de estos perros, que después de comerlo, se ponen furiosos e impetuosos como las avispas.

Pude presenciar uno de estos baños con bolota, otro perro de Jorge. Mi interlocutor separó unas hojas de paca y las mezcló con agua caliente. Pasado un rato, Jorge vertió el líquido con un balde sobre el cuerpo de bolota. El agua, me advirtió, debe caer siempre desde la cabeza hacia la cola, pues de lo contrario hace que la futura presa sea incansable. Además, también insertó las raíces de estas hojas en el ano de bolota, lo que, según mi interlocutor, hace que la sustancia sea absorbida más fácilmente por el cuerpo del animal. bolota, hasta entonces considerado de cualidad panema, rápidamente se convirtió en un perro de caza cuando arrinconó a una paca en la huerta de Jorge, gracias a los efectos y a las habilidades introducidas en su cuerpo.

Como una cualidad animal nunca se da ni se acaba, sino que se produce por el conjunto de afectos de -y entre- seres, permite que se fabrique constantemente: ya sea por la actuación individual de cada cualidad, es decir, de lo que puede o no puede hacer y en qué relaciones se inserta, o sea aún, a través de relaciones afectivas como las que se manifiestan entre humanos y perros. Al dar un baño de hojas de paca en bolota, Jorge mezcló en el cuerpo del perro la capacidad de las pacas para caminar rápidamente en la maleza, pero también una cierta potencia atractiva que le da el olor que desprenden las hojas. La cualidad de los perros de caza está compuesta, así, por una infinidad de otras cualidades animales cuyos afectos pueden producirse en otros a través de hojas específicas entendidas como medicina de la selva. Es en esta mezcla de cualidades humanas, animales y vegetales que los kujubim fabrican sus fieles compañeros de caza. Figura 2

Foto: Gabriel Sanchez. «Serra Grande» en el Río Guaporé. 28/03/2018.

Figura 2 Mogli, cachorro cazador. 

Karitiana

El contacto de los karitiana con los perros, así como entre los kujubim, es bastante reciente. Se afirma categóricamente que no conocían a estos animales antes del contacto, lo que tomamos como evidencia de que los perros registrados en los Andes y el extremo norte de América del Sur (conocido, al parecer, por los Palikur, como hemos visto) no habian penetrado en esta área del suroeste de la Amazonía en la época precolonial, aunque el tema sigue siendo controvertido (Koster 2009, p. 576 ). Lo más notable es que los hombres y mujeres mayores recuerdan bien el primer perro que apareció y vivió entre ellos: fue Marreteiro, introducido entre los karitiana por un marreteiro (viajeros que comerciaban por la región) y se fue con los indios en el pueblo, probablemente hacia los años 40. Muchos de los que conocieron a Marreteiro de niños recuerdan algunas de sus características: dicen que era pequeño, blanco y «era un perro muy cazador».

La cualidad de cazador atribuida al primer perro Karitiana indica la división, ya señalada en los otros casos anteriores, entre perros que saben cazar y acompañar eficazmente a los hombres en el bosque y los que no cazan o, como se dice, «no se prestan» para cazar. De hecho, si los primeros merecen algunos tratamientos especiales - aunque nunca, o muy rara vez, reciben partes de los cadáveres de los animales cazados o restos de comidas con carne (huesos, pieles, cueros), porque el contacto de los perros con esos restos puede convertir al cazador en panema (naam o so’ndakap), -el que ya no puede cazar- a los segundos, a los que no cazan porque no saben, no quieren, no les gusta o tienen miedo, se reserva apenas el desprecio: ni alimento ni cuidado, e incluso algunos golpes a veces violentos de vez en cuando. Por lo general, los perros no son una mascota muy apreciada entre los karitiana, como es el caso de muchos otros pueblos indígenas de Suramérica, pues comen excrementos, tienen fama de incestuosos, roban comida y parecen tener una asociación general con la muerte y los muertos (Vander Velden, 2019). Figura 3.

Foto: Felipe Vander Velden, 2015

Figura 3 Cinco cachorros descansan junto a la casa del chamán Cizino Karitiana, aldea de Río Candeias (Byyjyty Osoop Aky).  

Los perros, desde el punto de vista de los karitiana, pueden demostrar aptitud para la caza desde una edad temprana. Generalmente, se especializan en determinadas presas: «este perro es bueno para matar pacas, agutíes, armadillos, etc.», dicen. Sin embargo, estos indígenas también aplican una serie de técnicas a los perros para «hacer un perro de caza», en sus palabras. Dichos procedimientos también se basan en la transmisión de propiedades de plantas y animales que se quieren atribuir a los perros. Nótese, sin embargo, que no se trata de una doctrina de similitudes, sino de hacer los cuerpos de los animales poderosos y eficientes mediante la adquisición de los rasgos que constituyen el buen cazador. Estos están vinculados a la construcción de un cuerpo amargo-venenoso (tapo), que es una condición necesaria para una caza exitosa y para la buena salud.

Entre estas técnicas se encuentra el uso de una «medicina de la selva», que consiste en las raíces maceradas de una planta llamada sokotyt, que se frota sobre el lomo del animal, desde la cola hasta la cabeza, en sentido contrario al crecimiento del pelo, para ponerle los pelos de punta y hacer que el perro «sea feroz incluso con su dueño». Las hojas de la misma planta pueden usarse en baños frecuentes en el animal, e incluso mezclarse con pimiento malagueta, un compuesto que se aplica en las fosas nasales del perro. El sokotyt se aplica para hacer que los perros cacen todo tipo de presas; sin embargo, curiosamente, el procedimiento no funciona para la caza de agutí: si el cazador pasa el caldo de raíz de sokotyt en la dirección opuesta al crecimiento del pelo del animal, el agutí siempre estará detrás del perro, y este no podrá verlos ni perseguirlos.

Otra técnica consiste en mezclar las mismas hojas de sokotyt con una masa hecha con los cuerpos triturados de un tipo de avispa grande de la selva (dopĩ kendo, «avispa grande de alas rojas» o de «hormiga tocantera grande negra, hormigón, con alas»), que, según afirman, es bastante agresiva; esta mezcla se frota en el perro: dicen que el perro pierde todo miedo a la caza. La piel del tallo de otra planta, el sojoty (una Aracea, muy similar a Dieffembachia amoena), mezcladas con pimiento malagueta también pueden aplicarse directamente en el ano y el hocico de los perros, también para hacerlos buenos cazadores -nótese que el pimiento (soj) se asocia con veneno y un sabor amargo (tapo), que debe, como se ha visto, caracterizar los cuerpos de todos los cazadores, humanos y caninos y artefácticos (como las flechas).

Existen otras técnicas para hacer buenos perros de caza, como colocar la punta de la cola del perro, o los dientes que pierden, cerca de las patas de los animales sacrificados, posiblemente para tener un efecto que impida que la presa se escape; o frotar en el cuerpo de los perros los cráneos (u orejas, como dicen) de las anguilas eléctricas (género Electrophorus) y el interior de la nariz (la fosa) de los cráneos de los jaguares, para transmitir a los perros el poder de estos dos formidables depredadores. Procedimientos como estos, dicen los karitiana, constituyen «una medicina para hacer un perro de caza»; estos permiten que los perros no tengan que «caminar mucho» o «alejarse» (de las aldeas) para localizar, acorralar o matar a sus presas, en una fórmula que conecta el espacio y el tiempo: cazar cerca de casa significa pasar poco tiempo en la selva porque se es experto en las artes de la caza. En cualquier caso, se dice que un buen perro de caza nunca se cansa y «solo quiere saber matar; es como un jaguar».

Los perros también aprenden a cazar por el «olor». El difunto Gumercindo, por ejemplo, me dijo que los perros aprenden rápido cuando se les pone a olfatear las presas sacrificadas que se llevan a los pueblos; De la misma forma, se debe llevar a los perros a oler los agujeros de armadillo cavados en la tierra o los que se forman en los troncos de árboles caídos, que suelen estar ocupados por pacas y agutíes. Algunas técnicas están diseñadas para agudizar el poder olfativo de los perros, como poner pelos del «bigote» del agutí dentro de las fosas nasales del perro hasta hacerlo estornudar. Además, alimentar a los perros con algunas porciones de los animales sacrificados, generalmente huesos y vísceras (algunos órganos internos, especialmente de agutí), también puede hacer que los perros sean «más cazadores»: se dice que los perros alimentados con carne de monte cazan mejor. Téngase en cuenta que solo los perros de caza reciben algún alimento de manos de sus dueños, lo que incluye (pero muy de vez en cuando) carne o mandioca con caldo de carne; los animales que no cazan padecen de hambre constante. Aún así, incluso si están mejor alimentados, se dice que los perros de caza no engordan, quizás porque siempre están en movimiento en el bosque siguiendo a los cazadores.

Sin embargo, existe un cuidado importante en la aplicación de estas técnicas destinadas a aumentar la capacidad de caza de los perros. El procedimiento con las hojas de sokotyt, por ejemplo, y según algunos hombres, solo debe realizarse en el bosque, lejos de los pueblos, como medida de protección, ya que el animal se vuelve bastante feroz; además, solo debe aplicarse a perros de tamaño pequeño, ya que perros muy grandes sometidos a la «medicina» podrían llegar a matar a sus dueños. De todos modos, los karitiana suelen advertir que nunca se debe peinar el pelo dorsal del perro en sentido contrario a su crecimiento, ya que esto hace que el animal se vuelva inmediatamente feroz e incontrolable. La otra técnica, el uso de las avispas dopĩ kendo, enfurece tanto al perro (pa’ira) que se dice que «el perro no se queda mucho, ;en el bosque;, la caza lo mata pronto», razonando que el animal queda tan agresivo y tan sensible a la presencia de las presas, que las ataca de manera intempestiva, lo que le conducirá fatalmente a la muerte en las garras y dientes de presas más fuertes que se atreva a atacar.

Estas precauciones sugieren un control estricto de la ferocidad de los perros: después de todo, son jaguares. El término que, en lengua indígena, designa al perro doméstico es obaky by’edna, cuya traducción literal es «jaguar criado» o «jaguar doméstico». Los perros, por tanto, son jaguares que viven en aldeas, en compañía humana y, como tales, deben modulárseles la ferocidad: se necesita quese vuelvan feroces y resueltos para cazar bien; pero esta ferocidad debe controlarse hábilmente, pues siempre se corre el riesgo de sacar al jaguar que existe en cada perro, por así decirlo, con graves consecuencias. De hecho, los karitiana rechazan el nexo entre valiente y buen cazador, y eso aplica para cánidos y humanos: ser valiente (pa’ira) es atacar, arremeter contra otros seres de forma desmedida, justo lo contrario de la habilidad. para atraer animales o perseguirlos de manera tranquila y estudiada para saber el mejor momento para descargar el ataque fatal y efectivo.

Las técnicas para «hacer un perro de caza», así, se dedican, sobre todo, a hacer un animal que los karitiana dicen que es «conocedor» (sondypywak, «el que quiere saber», derivado del verbo intransitivo sondyp, «saber, conocer»; sabido, en portugués). Se trata de perros que obedecen las órdenes de sus dueños (jongy) y respetan los límites de la sociabilidad humana, por ejemplo, acostados a las puertas de las casas, aunque entren sus dueños; o, como me dijo una vez Elivar Karitiana, «los perros conocedores son todos educados, no se quedan mirando a la gente comiendo». O, como observó Inácio, al recordar a su perro Miro, a quien yo mismo conocí en 2006: «era muy conocedor, cazador, no llegaba lejos; muy cerca encontraba caza, mataba pacas, armadillos»; en lo que completó Sarita, su esposa: «él ;Miro; no entraba a la casa, no se metía con las cosas». Los conocedores son, por tanto, y sobre todo, perros que saben cazar bien, sin exceso de bravura: los karitiana suelen afirmar que solo aprecian los perros de caza, los que saben «matar presas», y que desprecian a los animales que no cazan, aun cuando tengan algunos de estos en su compañía. Miro, por ejemplo, recibía un buen trato y su físico fuerte y su pelaje brillante contrastaban ostensiblemente con los perros escuálidos, sarnosos y enfermizos que no cazaban y deambulaban por el pueblo en busca de restos de comida.

Estos perros de caza son lo que los karitiana llaman «compañeros de la selva». Los perros son, ante todo, compañeros, yota (literalmente «mi amigo»): «mi compañero, el que camina conmigo». Se dice que los perros «ayudan mucho a la gente», como cazadores y como vigilantes cuando, de día o de noche, se dan cuenta y ahuyentan a los animales salvajes y extraños que se acercan a las casas: «ellos ;los perros; se quedan vigilando, si viene gente, ellos avisan», me relató Meireles. Y completando: «un perro es compañía, nos acompaña siempre». Entonces el punto está, en la fabricación de perros de caza, en cultivar su necesaria ferocidad, pero sin perder la sociabilidad canina, siempre en riesgo dado que los perros son, al fin y al cabo, jaguares.

Discusión

Parece innegable que, en las tres comunidades indígenas estudiadas en este artículo, los perros ocupan una posición privilegiada entre los humanos -que conlleva diferentes tratamientos-, en la medida en que juegan un rol fundamental en las actividades cinegéticas y sirven de ayudantes en las incursiones en la selva. Existe, por tanto, una clara preferencia por los perros cazadores -y se invierte mucho y se crean grandes expectativas, como hemos visto, en su producción-. Su contraparte es el relativo desprecio hacia los animales que no cazan, aun cuando estos abunden en las aldeas. Quizás esto se explique por el hecho de que los perros no nacen cazadores -aunque los perros de un pueblo pueden considerarse, en general, mejores que los de otros, como ocurre entre los palikur- sino que debe hacerse, producirse o fabricarse, su ser cazador.

La preparación de un perro de caza implica la relación con otras especies de animales y plantas. Entre los Palikur, vimos cómo el olor penetrante del makawen (buitre) se transmite a los pewru (perros) a través de una pasta (ikevrat), hecha con achiote y la cabeza de un makawen, que el humano cazador les unta en todo el cuerpo. Entre los Kujubim, vimos que era necesario que el perro de Jorge, bolota, se bañara con hojas de paca para desarrollar la capacidad de moverse ágil y velozmente entre la maleza durante una cacería. Entre los Karitiana, a su vez, el insecto agresivo dopĩ kendo y un conjunto de hojas y corteza de árbol transfieren al perro una valentía, que debe ser controlada de alguna manera, para convertirlo en un cazador. ¿Cómo entonces, en estos contextos, el uso de plantas, insectos y otros seres se articula en la confección de un cuerpo capaz de detectar, perseguir, atacar e incluso matar presas, además de demostrar habilidades especiales en las actividades cinegéticas?

La naturaleza altamente transformacional de los seres está muy extendida en las tierras bajas de América del Sur (Rivière, 1995). Ahí se aprecian dos características importantes: la primera se refiere a un proceso, siempre inacabado, de creación y, en este punto, es importante prestar atención a la ambigüedad que constituye el verbo «crear» en lengua portuguesa. Tal proceso implica necesariamente la idea de fabricar animales. Profundizando en este sentido, podemos pensar que la idea de «crear», ligada al hacer, es lo que coloca a los animales y seres en un constante proceso de devenir (becoming): es decir, porque no están completamente terminados y listos -los perros no nacen cazadores- los seres están abiertos a las relaciones que tejen o en las que son puestos, o que remite a lo que planteamos como una especie de devenir animal. Desde otro ángulo, el verbo «crear» introduce también otro proceso transformacional, basado en la práctica de la «crianza» (Vander Velden 2012), cuyas bases, a su vez, son intrínsecas al proceso de familiarización o domesticación a través del cuidado, la convivencia, las relaciones. domésticas y los afectos. A través de la idea de convertirse, digamos, como se planteó en otras ocasiones por medio de la idea de la antitaxonomía (Sánchez, 2020) y la fugacidad entre estados de ira y mansedumbre (Vander Velden, 2012), humanos, animales y otros seres, nunca son de hecho, en el sentido de una condición terminada, pero siempre están, en el sentido de un estado transitorio. Como vimos en el caso de los kujubim, en tiempos míticos, las hojas y los tallos de la palma de aricuri hicieron el tapir primordial, y de su sangre surgieron otros animales de presa. El trasfondo mítico genera un carácter transformacional que instaura la posibilidad de mezcla entre cuerpos, así como entre sus relaciones. Así, la virtualidad mítica de la transformación termina recayendo en el presente, donde los seres se encuentran en un proceso constante de transformación, mezcla y transitoriedad. Cuerpos estos que no se definen por sí mismos, sino en un conjunto heterogéneo de relaciones en las que animales, plantas y humanos se fabrican a sí mismos y a los demás.

En el caso de la preparación/fabricación de perros de caza, los datos recogidos anteriormente apuntan a recurrencias en los materiales de los cuerpos de otros seres utilizados. Se trata de plantas (hojas, corteza, savia) que portan características de animales depredadores o presas, como las hojas de bichos (animales) de los kujubim, o plantas consideradas venenosas, como la pimienta (entre los palikur y los karitiana), que parecen comunicar con los cuerpos de los perros su veneno/ picante. Estos dos conjuntos de plantas reflejan a los animales o partes de animales (o sustancias en sus cuerpos) que se utilizan en la fabricación de perros de caza. Primero, los insectos con aguijón, generalmente avispas u hormigas, que transmiten a los perros su ferocidad, habilidades depredadoras y veneno. Este uso de insectos himenópteros para hacer perros de caza, así como, también, para hacer cazadores humanos mediante rituales, está bien documentado en las tierras bajas de América del Sur. Los kayapó, por ejemplo, mezclan hormigas trituradas con jugo de achiote para frotar en los cuerpos de sus perros de caza, para que cacen con la misma determinación que las hormigas (Posey, 1979, p. 143 ). Los akawaio, el pueblo de lengua karib de Guyana, también aplican amuletos de hormigas a sus perros de caza (butt-Colson, 1976, p. 454 ). Y William balée (2000, p. 410-414 ), al discutir varios grupos lingüísticos tupi-guaraní, señala los mismos efectos de las picaduras de hormigas y avispas en el cuerpo humano y en los de los perros de caza (cf. Koster, 2009, p. 589 , para más referencias).

En segundo lugar, estas plantas útiles en la fabricación de perros de caza también tienen un paralelo, en cierta medida, con los animales de presa, los cuales, en conjunto (de partes de sus cuerpos o sustancias corporales) con los perros, aguzan la capacidad de perseguir y matar: el pelo de las presas sacrificadas, porciones de carne, huesos, órganos internos y otros transfieren el poder de los «seres salvajes» a los perros, quienes absorben las capacidades de estos seres y, por ello, se vuelven especialistas en la caza de animales específicos para adquirir esas mismas capacidades. Otra función, señalada por varias comunidades, de este fomento del contacto canino con partes de los cadáveres de las presas sacrificadas, incluye hacer que los perros conozcan los olores de los animales para que puedan identificar rápidamente su presencia en la selva (Koster, 2009, pp. 588-590 ).

Pero también se utiliza para acercar a los perros a los animales depredadores, especialmente a los jaguares. Así, los palikur buscan dar a sus perros el agudo olfato de los buitres y la precisión mortal de los golpes certeros del pico del colimbo, los karitiana buscan apropiarse, para sus perros, de las notables hazañas depredadoras de los jaguares y las anguilas eléctricas, mediante el contacto con cráneos de estas especies. Aquí, sin embargo, radica un problema, que se refiere a la cuarta recurrencia en la producción/fabricación de perros de caza mencionada anteriormente en este artículo.

Como es bien sabido, los perros fueron adoptados rápidamente en las aldeas indígenas, donde se adaptaron de manera admirable. Sin embargo, la clara diferencia, verificada en todos los casos investigados, entre los perros de caza y los que no cazan sugiere que la valoración de los primeros está ligada a su diferenciación en relación con los animales familiarizados nativos en su conjunto, como loros, monos, coatíes y otros, lo que la literatura llama mascotas salvajes o domestic wild animals. Es que estos seres, como argumentan varios autores (Yvinec, 2005; Taylor, 2000), son como niños permanentes, que no se reproducen en las aldeas y siguen necesitando del cuidado de sus dueños humanos toda su vida. Los perros parecen estar buscando un destino diferente: idealmente, al parecer, todos los perros deberían cazar; sin embargo, como hemos visto, solo unos pocos logran convertirse en cazadores hábiles; es decir, algunos animales se convierten en efectivos «compañeros de la selva», seres útiles y productivos como deben ser todos los seres humanos adultos, hombres y mujeres, para producir comunidades estables, pacíficas y social y económicamente exitosas (Overing, 1999). Por el contrario, los perros que no cazan son como fracasados en este proceso de luchar contra el eterno infantilismo de las mascotas.

Pero, al igual que los niños, las mascotas (incluidos los perros que no son cazadores) figuran como imágenes prototípicas de la familiaridad del pueblo: aquello o aquellos con quienes se convive, a quienes se alimenta y de quienes se cuida. Curiosamente, las cuestiones relacionadas con los perros competen estrictamente a sus dueños, como vimos en el caso de la preparación de perros de caza por parte de los Palikur; entre los Karitiana, de manera similar, nadie más que sus dueños puede agredir a los muchos perros hambrientos que deambulan por los alrededores, incluso si aparentemente no reciben ningún cuidado. El perro, por lo tanto, es una criatura doméstica, aunque puede ser, y está efectivamente, entrenado para ser también un animal salvaje.

Es fundamental «animalizar», por así decirlo, a los perros, para que cacen: esto es lo que hacen las plantas y animales que se utilizan en las técnicas para hacer perros de caza, que comunican a los animales los rasgos físicos de la presa que deben buscar. o de los depredadores que deben emular para, justamente, perseguir a sus presas con maestría. Pero la contraparte de esta «animalización» de los perros es la convivencia con estos seres en el espacio doméstico: al fin y al cabo, los perros vuelven a casa después de cazar. Se trata, por tanto, de la necesidad de encontrar siempre una medida justa entre la ferocidad (animalidad) y la domesticidad (humanidad) de los perros o, en otras palabras, cultivar el animal feroz y depredador sin dejar que su sociabilidad se desvanezca.

Como observan los Palikur, el perro ideal es dócil y obediente a su dueño, pero valiente y salvaje (ahawkune) ante otros seres humanos y no humanos. Los kujubim, por su parte, afirman que la llamada hoja de jaguar hace al perro bastante feroz e impetuoso, pero a la vez aumenta las posibilidades de atraer jaguares durante la cacería, lo que representa un enorme peligro tanto para ellos como para sus compañeros humanos: después de todo, lo que da ferocidad atrae ferocidad. Esta misma ambigüedad, que nos parece fundamental, se revela en el término karitiana para el perro doméstico: obaky by’edna, los perros son «jaguares», pero de un tipo especial, ya que los jaguares -el depredador por excelencia- conviven con los seres humanos en sus aldeas, jaguares domésticos, por paradójico que sea el término. Entre los pueblos del río Guaporé, el cuerpo de los chamanes está formado de jaguares que «son como perros en el cuerpo del chamán, ya que obedecen al especialista»; este concepto se repite cuando se afirma que «el perro del chamán es el jaguar» dado que «los “jaguares” le ayudan a cazar y atacar enemigos» (Soares Pinto, 2014, pp. 242-243 ): esta es incluso una de las varias razones por las que diferentes lenguas presentes en la región nombran a los perros y jaguares con el mismo nombre. término, como es el caso de la palabra kinam, usada por los kujubim.

Nótese que los perros son jaguares, o se aproximan a los jaguares, para otros pueblos indígenas de Suramérica (Lévi-Strauss, 2004, p. 83 ; Descola, 1994, pp. 84-86 ; Villar, 2005, p. 499 ). Quizás por eso desconocemos las técnicas de producción de perros de caza que utilicen su transformación en jaguares, o la apropiación de atributos, capacidades, poderes o afectos del jaguar: si los perros son jaguares, ya tienen «el sentido del jaguar», este enfoque sería ser inútil y, en el peor de los casos, muy peligroso, como afirman los mismos Karitiana.

Consideraciones finales: amansar no es necesariamente humanizar

Al ejercer su poder de caza, un perro puede recibir una contraparte, generalmente un trozo de carne o partes menos nobles del cadáver del animal sacrificado. El reparto de alimentos más o menos equitativo con los perros de caza pone en evidencia una asimetría entre tipos y formas de ser entre los propios perros, que están mediadas, precisamente, en su co-constitución como agentes con el ser humano en la actividad cinegética. Como sabemos, en las tierras bajas de Suramérica, los perros no suelen recibir el trato familiarizador que se observa en las sociedades occidentales modernas (Vander Velden, 2019). Al menos entre los kujubim y karitiana, la práctica de alimentar a los perros es extremadamente rara, con la excepción, obviamente, de aquellos que demuestran cierta aptitud para la actividad de caza.

Domesticar o amansar, en el Occidente moderno, es un acto concebido por muchos autores como humanizar, eliminar, de los animales domésticos, lo que se entiende como su animalidad, disolviendo las fronteras entre humanos y no humanos (Kulick, 2009). En los mundos amerindios, también se trata de llevar a los animales al dominio de la cultura y la sociedad. Pero, en el caso de los perros, no es posible hacerlo por completo, ya que, para que puedan cazar, también se debe producir ferocidad en ellos, lo que los convierte, al fin y al cabo, en un cierto tipo de jaguares. Un extracto de la monografía de Gesinei Labontê (2018, p. 22 ) resume admirablemente nuestro punto:

El conocimiento occidental tiende a pensar en la relación de domesticación de animales salvajes como un proceso de «humanización», pero en nuestro caso ;es decir, el de los palikur; es diferente porque en el proceso de domesticación y socialización del pewru lo que intentamos hacer es mejorar su animalidad dándole el poder de otro axtig, porque un pewru demasiado «humanizado» pierde las habilidades necesarias para capturar presas y, por lo tanto, su utilidad.

Esto nos hace entender que para nosotros la «estimación» de un animal doméstico está ligada a su grado de animalidad y no al revés. Esta podría ser la diferencia que tiene el perro para mi gente y los blancos no entienden por qué es más apreciado en la medida en que es más valiente, más fuerte y más rápido. Así que podríamos pensar que las criaturas «mascotas» que usan los parahna ;no indios; usan, muy «desanimalizados» y mansos, no tienen el mismo valor para mi gente.

Nuestra intención aquí fue, además de comparar algunas recurrencias en el tratamiento de los perros de caza y sugerir este delicado control o equilibrio de ferocidad/animalidad y domesticidad/humanidad en el tratamiento o fabricación de perros de caza en la Amazonía indígena, ofrecer nuevos materiales etnográficos en torno al tema, que deberían sumarse a estudios anteriores (Koster, 2009; büll, 2018). El perro es un animal tan común y querido en hogares de todo tipo en brasil y en todo el mundo; Sin embargo, aunque se multipliquen las investigaciones en torno al tema de la supuesta humanización o familiarización de los perros, aún sabemos poco, desde el punto de vista antropológico, sobre las relaciones dinámicas entre los humanos y sus compañeros caninos fuera de los hogares urbanos, en aquellos contextos en que, preparados o arrojados al destino de su supervivencia, y dóciles y feroces en justa medida, los perros se encuentran en los jaguares.

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1 Este trabajo contó con el patrocinio de los siguientes organismos de investigación brasileños: FAPESP y CNPq. El segundo autor recibió financiación de la Fundación de apoyo a la investigación del estado de São Paulo (Fundação de Apoio à Pesquisa do Estado de São Paulo —FAPESP), proceso 2020/02965-7. El cuarto autor tuvo apoyo de una Beca de Productividad/CNPq-PQ2.

2En la actualidad, los palikur-arukwayene dividen el territorio indígena Uaçá (Oiapoque/Brasil) con las comunidades Galibi-Marworno (Carib) y Karipuna (Tupi).

3Las etnias que habitan en este territorio indígena (TI) son (con las respectivas familias lingüísticas): Aikanã (Aikanã), Aruá (Mondé), Arikapú y Djeorometxi (Jaboti), Kanoé (Isolada), Makurap, Tupari e Wajuru (Tupari), Wari’ y Kujubim (Txapakura).

4Denominación del perro en la lengua pawikwaki. Existe la posibilidade (no confirmada) de que la palabra sea una derivación del español perro, si se considera que los invasores españoles participaban de las redes de trueque con diferentes pueblos indígenas en todo el escudo guyanés.

5El relato de los primeros pewru observados por los Palikur los describen como propiedad de Masitok, un gigante de morfología primate que andaba por la selva con un perro amarrado a una cuerda. En el plano chamánico, Masitok es considerado el «dueño» y protector de todos los perros (Labontê, 2018).

6Relatos documentados entre los años de 2016 y 2018, en el río Urukauá (Territorio Indígena Uaçá).

7Según Labontê (2018), se trata de una dieta más definida por impedimentos: por ejemplo, un perro en proceso de construcción nunca puede ingerir comida preparada, o restos de comida ingerida por una mujer embarazada, so pena de anular todo el proceso de transferencia de habilidades de los ahawkune (salvajes) al perro.

8Uhokri, en ese caso, designa al abuelo ancestral, la mayor divinidade del cielo, a quien los blancos llaman Dios.

9La creación de perros entre las comunidades del territorio indígena del río Guaporé, dicen mis interlocutores, se intensificó durante el periodo en que se los obligó a trabajar en las barracas de jeringa a las órdenes de los «patrones del caucho» a partir de los años 1930.

10No solo por medio de sus rasgos, pueden convertirse en panemas esas cualidades de los perros, por medio de la misma convivencia con los humanos. Soares-Pinto (2014, p. 209) notó que, entre los Djeorometxi, también habitantes del TI Río Guaporé, las actitudes de las mujeres después del parto afectan directamente a sus maridos y a sus perros. Así, hombres y perros deben guardar cierta distancia de las mujeres paridas y también de las sustancias asociadas a ellas, como la chicha y la sangre.

Recibido: 25 de Mayo de 2021; Aprobado: 04 de Noviembre de 2021

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