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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.45 Bogotá Jan./Mar. 2023  Epub Aug 16, 2022

https://doi.org/10.25058/20112742.n45.08 

Artículos de Investigación

BÁRBAROS DE PUERTAS PARA ADENTRO: UNA ETNOGRAFÍA SOBRE LO SALVAJE EN UN COLEGIO TRADICIONAL DE LAS CLASES ALTAS BOGOTANAS

Barbarians Behind Doors: An Ethnography of the Wild at a Traditional Bogota Elite School

Bárbaros de portas para dentro: uma etnografia sobre o selvagem em um colégio tradicional das classes altas bogotanas

Santiago Pinzón Alvarado1 

1https://orcid.org/0000-0003-0408-8129 Estudiante de doctorado.Universidad de los Andes, Colombia s.pinzon38@uniandes.edu.co


Resumen

En el presente artículo intento entender cómo opera una «blanquidad» masculina, bogotana y propia de las clases medias altas y altas. Para esto, parto de lo disperso que puede resultar este concepto y lo anclo a una etnografía vivida en un colegio tradicional de Bogotá. En esta etnografía, analizo los escenarios en los que se habita, performa y reproduce esta blanquidad (el fútbol, la banda de guerra y los «comités»). Finalmente, concluyo que la característica central de la blanquidad es la legitimación y el ejercicio de una dominación naturalizada y violenta hacia la mayoría de la población colombiana.

Palabras clave blanquidad; relato; clases altas; dominación naturalizada; Bogotá; masculinidades

Abstract

This article aims to explain the inner workings of male “whiteness” among medium and higher classes in the city of Bogotá. To do this, I will draw from the scattered this concept may be anchoring it to an ethnography lived at a traditional elite school in Bogotá. In this ethnography, I will analyze the settings where this whiteness inhabits, is performed and reproduced (soccer, martial band, and “committees”). Finally, I conclude that the main characteristic of whiteness is the legitimation and the practice of a violent naturalized domination upon most of Colombian population.

Keywords whiteness; account; higher classes; naturalized domination; Bogotá; masculinities

Resumo

No presente artigo tento compreender como opera uma “branquidade” masculina, bogotana e própria das classes médias altas e altas. Para tanto, parto do disperso que pode resultar esse conceito e o ancoro a uma etnografia vivida em um colégio tradicional de Bogotá. Nessa etnografia, analiso os cenários em que se habita, performa e reproduz essa branquidade (o futebol, a banda militar e os “comités”). Finalmente, concluo que a característiva central da branquidade é a legitimação e o exercício de uma dominação naturalizada e violenta sobre a maioria da população colombiana.

Palavras-chave branquidade; relato; classes altas; dominação naturalizada; Bogotá; masculinidades

Incategorías

¿Puede la blanquidad existir sin un proyecto para aniquilarnos? (Natalia Santiesteban-Mosquera)

¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? Quizá ellos fueran una solución, después de todo. (Constantino Kavafis)

En el décimo capítulo del bastante referenciado libro Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, Benedict Anderson señala una transición histórica clave a finales del siglo XIX. En este cambio, los colonizadores europeos intentan crear una ficción, a través del mapa, el censo y el museo, con la que puedan aprehender las escurridizas categorías populares de las poblaciones, para así poder cuantificar y medir el «dominio real o supuesto del Estado» (1993, p.257), cosificando a unas poblaciones y así permitiéndose imaginarlas como patrimonio:

Estas «identidades» imaginadas por el espíritu (confusamente) clasificador del Estado colonial, aún aguardaban una cosificación que la penetración administrativa imperial pronto haría posible. Además, podemos notar la pasión de los empadronadores por lo bien elaborado y lo claro. De ahí su intolerancia ante las identificaciones múltiples, políticamente «travestidas», borrosas o cambiantes. De ahí la tenebrosa subcategoría, bajo cada grupo racial, de «Otros» que, no obstante, no deben, en absoluto, confundirse con otros «Otros». La ficción del censo es que todos están incluidos en él, y que cada quien tiene un lugar —y solo uno— extrañamente claro. Nada de fracciones. (Anderson, 1993, p.231)

He querido recordar esta ficción colonial rápidamente porque considero que todavía creemos que si un Estado-nación agrupa con sus herramientas estadísticas una categoría frente a una identidad, esta existe. Sin embargo, al ubicar el origen de este carretazo en un eje de poder colonial, con unas intenciones claras de cosificar a unas poblaciones y así fijarlas como un patrimonio estatal, podemos dejar en suspenso esta verdad cuantitativa que nos hizo creer con números que existía una categoría estable de chinos, malayos, negros o indígenas y, a la inversa, nos hizo creer que los dueños de estos patrimonios, llámense europeos, blancos o criollos, no podían ser agrupados ni caracterizados. Analizar cualquier población sin esta visión aplanada, resulta mucho más complejo.

En la cotidianidad, las categorías más elementales las ponemos en cuestión constantemente: nos cuesta saber si en realidad nuestra familia es familia, quiénes son los amigos de verdad, y cuando vamos caminando con alguien muchas veces no logramos consensuar una categoría frente a una supuesta raza, etnia, sexo o género de alguna persona que acabamos de ver:

Por supuesto, hacemos grandes esfuerzos para fijar el significado —eso es precisamente lo que las estrategias del estereotipo están aspirando hacer, a menudo con considerable éxito, durante un tiempo—. Pero finalmente, el significado empieza a hendirse y a resbalar; empieza a ir a la deriva o a ser tergiversado o inflexionado hacia nuevas direcciones. Se injertan nuevos significados en significados viejos. Las palabras y las imágenes cargan connotaciones sobre las que nadie tiene control completo y estos significados marginales o sumergidos vienen a la superficie permitiendo que se construyan diferentes significados, que diferentes cosas se muestren y se digan. (Hall, 2010, p.439)

Por esta intuición, en el siguiente texto intentaré agrupar una serie de narraciones, chismes y experiencias a partir de una etnografía, una que arroje algunos olores sobre una blanquidad masculina, bogotana, y propia de las clases medias altas y altas. No quiero crear una ficción estadística, plana y estática sino un breve relato que, aunque sea complejo y poroso, se asemeje más a la verdad incierta que vivimos todos en el día a día. Lo anterior, con el propósito de fijar un significado de esta blanquidad, pero siempre reconociéndolo impuro y presto a reproducirse de manera compleja.

Un relato encarnado

Cuando hablo de escribir un relato y no el relato sobre el posible significado de la blanquidad, no solamente aludo a que se trata de una entre muchas historias que parcialmente crean verdades. Inevitablemente pienso en tres referentes que me nutren para analizar el significado a partir de esta construcción narrativa.

El primero es el texto de El narrador (1991), escrito por Walter Benjamin en 1936 y que, de manera retadora, considera que las narraciones se han venido convirtiendo en unos ejercicios solipsistas y de escritorio, carentes de toda experiencia. Mientras que antes los narradores hablaban de sus acontecimientos personales, o rescataban los acontecimientos personales de otras personas, ahora escriben una suerte de montaje carente de voces encarnadas.

Aunque Benjamin no lo afirma, creo que alejarse de lo encarnado es, nuevamente, entrar a unas abstracciones de índole más hegemónico, más institucional, que impiden captar, así sea de manera efímera, los significados. Por esto intento, por un lado, contar experiencias que me atravesaron durante catorce años (desde principios de 1994 a finales del 2007) como estudiante y, por otro lado, contar lo narrado por otras experiencias vivenciales dentro del Gimnasio Moderno, un colegio en Bogotá exclusivo para hombres de clases medias-altas y altas, y reconocido en la historia nacional como un espacio en el que se educaron varios miembros de las élites políticas liberales del siglo XX.

El segundo referente es el texto de Ricardo Piglia, Tres propuestas para el próximo milenio y cinco dificultades. Él considera que la literatura tiene que contrarrestar las narrativas del Estado: este narra, presume aglomerar historias y, como en el caso argentino, puede contar «la historia de las historias que se cuentan para ocultar esa violencia sobre los cuerpos» (Piglia, 2019). Entonces, el literato será aquel que oiga atento esta «narración» social con «contrarrumores», y cree así un relato verdadero:

La verdad está en el relato y ese relato es parcial, modifica, transforma, altera, a veces deforma los hechos. Hay que construir una red de historias alternativas para reconstruir la trama perdida. Por un lado, oír y transmitir el relato popular, y al mismo tiempo desmontar y desarmar el relato encubridor, la ficción del Estado […]. Ese sería el resumen: desmontar la historia escrita y contraponerle el relato de un testigo. (Piglia, 2019)

Espero plasmar a continuación, así sea de manera parcial, un contrarrelato. En principio puede no parecerlo, porque a fin de cuentas muestra lo que parece un secreto a voces: esta blanquidad siempre ha sido adjetivada cotidianamente como la malvada y la dominante. Sin embargo, creo que, como bien lo afirma Michael Taussig, y este es mi tercer guía, en su texto Defacement: Public Secrecy and the Labor of the Negative (1999) existe una serie de «secretos públicos» que no son destruidos al mostrarse, sino todo lo contrario: se banalizan, y al hacerlo pierden importancia. Resulta necesario volver a sacralizar esta blanquidad dominante para seguir oliendo su modus operandi.

Pero antes, y para entender con mayor facilidad la blanquidad en el contexto que me concierne, exploraré los rastros históricos de esta.

La mancha del otro

Hering señala (2007, 2010), en un análisis histórico sobre cómo Europa ha clasificado racialmente a las poblaciones, que el factor que siempre ha estado presente en la creación racial es la construcción de un otro anormal e inferior que no se ajusta a la universalidad humana. Esto, casi que sobra decirlo, no es más que una otredad ficticia que, acorde a ciertos momentos histórico-espaciales, se crea de manera distinta, pero siempre acude a legitimar la subordinación de un grupo por supuestas características anómalas.

Así para Hering, alrededor del año 1449 en España, fue la primera vez que se creó un método jurídico de exclusión teológica anclado a un linaje, cuando se crearon los «Estatutos de limpieza de sangre» para impedir que los judíos accedieran a espacios de poder y saber con su conversión al cristianismo. La blanquidad, en esa primera instancia, sería entonces carecer de «mácula»: una mancha que ensuciara el linaje cristiano, mancha que se podía producir incluso en un cuerpo que tuviera tan solo una veintiunava parte de sangre judía (2007, p.18).

Los siglos venideros siguieron sosteniendo de otras formas la invención de unas razas-otras, inferiores siempre a la blanca. Los siglos XVII y XVIII produjeron unas reflexiones largas y tendidas sobre las razas, después del contacto con América. Y, una vez más, se sostenía la «creación de referentes culturales de carácter negativo y, por ende, la imagen del “Otro” se determinó a través de la imagen de lo “Propio” con el fin de enaltecer el propio “Yo”: donde un “vos-otros” negativo, un “nos-otros” positivo» (Hering, 2007, p.20); científicos como Carlos Linneo y pensadores «ilustrados» como Inmanuel Kant y Voltaire construían ya una taxonomía racial en la cual, de todas las razas humanas, la blanca era la perfecta.

Luego, el siglo XIX sería la época de la antropometría, más conocida hoy en día como «racismo científico» que buscaba demostrar la superioridad de la raza blanca, poniendo el énfasis en la medición del tamaño de los cráneos, bajo el impulso del anatomista norteamericano Samuel Morton. Este siglo, una vez más, podría mostrar que la antropometría, más allá de un método de estudio riguroso, se trataba de «un intento de racionalizar el prejuicio y el miedo ante lo foráneo» (Hering, 2007, p.24).

La blanquidad, por tanto, puede ser entendida históricamente y de manera general como estar libre de unos rasgos negativos que sí posee la otredad imaginada, en su corporalidad.

La blanquidad en Colombia

La literatura que más se ha acercado a entender la blanquidad y los procesos de racialización en Colombia inicia su estudio a partir de los siglos XVII y XVIII en la Nueva Granada. Según varios autores, en este periodo colonial se habría traslapado el discurso de la península ibérica creado para excluir a los judíos: los criollos habrían traído la invención de la pureza de sangre a tierras americanas para demostrar que los blancos, y por ende la raza superior, eran los que pudieran probar que su descendencia venía de los españoles.

Sin embargo, lo que más interesa sobre esta literatura es que todos concuerdan en que, más allá de un proceso de racialización creado a partir de características fisionómicas, lo que definía quién era blanco o no estaba supeditado a cuestiones como un «habitus de blanquidad», una «gramática corporal» o, en términos más materiales, unas actitudes y virtudes distintivas asociadas a distintos capitales, exhibidos en formas variopintas que incluían la forma de hablar y gesticular, la lengua, la vestimenta, el tipo de educación o el modo de expresar y moderar las emociones[1].

Por su parte, en el siglo XIX la imaginación racial tiene unos tintes más marcados y condicionados por la búsqueda de una identidad nacional. En este momento, «los criollos debieron enfrentarse a la definición de su identidad racial entre los europeos, como semejantes, y los nativos americanos, como distintos» (Arias, 2005, p.66). Para esto, los criollos acudieron a los mismos argumentos que se estaban utilizando en Europa para hablar de la degeneración que producía el clima en las especies americanas, la humana incluida. Sin perder de vista a una otredad de lo blanco constituida en dos razas, los indios y los negros (Garzón, 2020), se creaba también una topografía racializada a partir de pisos térmicos en el cual el altiplano cundiboyacense formaba un criollo semejante al europeo, mientras que las tierras bajas como los llanos y las costas, pero sobre todo la selva, creaba a esta otredad, perezosa o fea, o las dos (Arias, 2005). Así, la nación se pintaba a finales del siglo bajo una unidad diversa, pero con un orden criollo andino al mando que le permitía librarse de la mácula que traía consigo el Caribe: salvajismo y atraso en estado puro (Bassi, 2016).

Entradas ya las dos primeras décadas del siglo XX, la idea del mestizaje como unidad nacional, que ya se esbozaba a finales del XIX (Arias, 2005), se consolidaba y empezaba a darse un proceso en el que se diseñaron estrategias de blanqueamiento de la nación a partir de un supuesto entrecruzamiento de las razas (Santiesteban-Mosquera, 2021). Acá, lo importante era hacer implícito el orden racial explícito que se había diseñado previamente para normalizar el privilegio de la blanquidad. Ahora, el mestizaje invitaba a una mezcla idílica entre las razas europeas con las indígenas, pero siempre resaltando un listado de virtudes mucho mayores en la primera raza que en la segunda (Navarrete, 2022); así, se volvía y se erigía la aparente neutralidad de la blanquidad en la figura del mestizo. Como bien lo presenta Navarrete para el caso mexicano:

Podemos proponer que la ideología del mestizaje definió una nueva forma de blanquitud más incluyente y más hegemónica que en el siglo XIX, encarnada en un pueblo mestizo plenamente moderno, que definía sus subjetividades de acuerdo a su consciencia de clase y su identidad nacional, a la que añadía el toque decorativo, pero nunca definitorio, del pasado indígena. (2022, p.145)

Por último, Leal (2010), quien observa que este proceso del mestizaje soñado se observaba ya en las élites colombianas desde mediados del siglo XIX, señala un cambio importante a partir de la segunda mitad del siglo XX, y es que «“raza” deja de ser un concepto aceptado en los ámbitos académico y oficial después de los extremos a los que llegaron los nazis y como resultado del reconocimiento de que las categorías raciales no remiten a una realidad objetiva» (p.421). Así, conceptos como cultura y etnia toman más vigencia para analizar a ciertas poblaciones (indígenas, principalmente) desde el ámbito institucional, se despoja a las razas de su carácter comportamental y se realza su parte fisionómica:

La creación de un ámbito particular para el estudio de la cultura —la antropología—, con sus conceptos especializados, contribuyó al segundo cambio: la fuerza que tomó la idea de que el concepto raza se refiere solo al fenotipo. En otras palabras, la opinión generalizada de que la raza se define básicamente a partir del color de la piel, los rasgos de la cara, las características del pelo y la forma del cuerpo es reciente —y errada—. Las categorías raciales siempre han estado definidas parcialmente en función del comportamiento, los valores o el carácter que se supone caracterizan a un grupo dado. La supuesta potencia sexual de los negros y todos los demás estereotipos raciales son ejemplos de este fenómeno. Aunque equivocada, la idea de que este concepto se refiere solo a la apariencia tiene su justificación: en esta nueva etapa de la historia del uso del concepto «raza», el aspecto sí ocupa un lugar preponderante en relación con lo que observamos en los autores del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Hoy las categorías raciales suelen definirse en términos primero físicos y luego culturales. Por lo tanto, la subordinación de lo cultural a lo físico es producto del quiebre de mediados del siglo XX, no una característica que siempre ha tenido la noción de raza. (Leal, 2010, pp.423-424)

Con este último giro en la definición de la raza, es posible interpretar a partir de Leal que la blanquidad en la actualidad tendría que estar limpia de ciertos rasgos físicos, y no solamente culturales: aquellos que tengan trazos de una raza negra puesto que, como también lo muestra la autora, mientras lo indígena empieza a conectarse con la cultura y la etnia, «“negro” se convierte en la categoría racial por excelencia» (p.424).

La blanquidad en el Gimnasio Moderno

Luego de haber estudiado catorce años en el colegio Gimnasio Moderno (desde 1994 a 2007), empecé en el 2016 a etnografiar a esta población para mis estudios de maestría: a entender sus prácticas cotidianas, el modo en que eran percibidas y cómo era el deber ser de estas prácticas (Restrepo, 2018). Esto sucedió por dos razones: primero, porque quería saber qué tanto podía haberme afectado (negativa o positivamente) y constituido estudiar ahí, luego de haber padecido un acné severo en este espacio[2]. Pero, sobre todo, porque dentro de los tiempos apretados que ofrece una investigación de maestría, yo ya tenía una condición clave para hacer trabajo de campo: que la población con la que iba a trabajar me aceptara (Restrepo, 2018).

En este camino, dos textos operaron como mis mejores olfatoscopios para aprehender las vivencias en este colegio: Sketching Whiteness in a Mestizo Nation (2021), escrito por Natalia Santiesteban-Mosquera, y Género, raza y nación. Los réditos políticos de la masculinidad blanca en Colombia (2013), escrito por Mara Viveros. Estos dos estudios, interesados en entender procesos de blanquidad en Colombia, me ayudaron a reconocer la importancia que tiene anclarse a un contexto particular para saber en cuáles prácticas podría residir la blanquidad.

Santiesteban-Mosquera se aseguró de reconocer que en el colegio en el que ella estudió, ubicado en Bogotá, la blanquidad no solamente tiene rasgos semejantes a los que vio en otros estudios, como una fisonomía imaginada como blanco-mestiza, una vida urbana y un estilo de vida propio de las clases medias (2021, p. 36), sino también un carácter católico de la institución, anclado a la nación que todavía es reconocida como el país del Sagrado Corazón de Jesús; la blanquidad en este caso, y las búsquedas de blanqueamiento, requerían de una devota búsqueda de feminidad y de cumplir con los sacramentos y mandamientos católicos.

Y por su parte Viveros, al «explorar el uso mediático que hizo el presidente [Álvaro] Uribe de los valores asociados a la masculinidad y a la “blanquidad”, como fuentes de legitimidad política y popularidad de su gobierno», encuentra también una particularidad en la blanquidad que estudia: que además de que estos valores estén conectados a una blanquidad más mundial, en la que prima una sinonimia con la modernidad y el progreso bajo la apariencia de unas buenas maneras, hábitos y gustos, y una fenotipia blanco-mestiza, la blanquidad antioqueña, la zona que escenificó el entonces presidente, requeriría también entender que esta región ha tenido la suficiente importancia a nivel nacional para que sus valores particulares se vendan como blanquidad (2013, pp.81-82).

Existe, en estos dos casos, una aproximación a unas blanquidades particulares encontradas en valores y prácticas que se vuelven obligatorios, neutralmente dominantes, para ser un sujeto con ciertas ventajas naturalizadas por encima de otros.

Para mi caso, describo las prácticas cotidianas en tres escenarios del colegio, en los que se habita, performa y reproduce blanquidad y blanqueamiento. Estos son el fútbol, la banda de guerra y los «comités» (deportivo y cultural). Acto seguido, analizo en qué grado estos espacios otorgan blanquidad, así como sus limitaciones. Por último, para acabar con el relato, muestro en un epílogo lo que considero como una característica central de la blanquidad en el colegio: la reproducción de una dominación naturalizada y violenta, aunque muchas veces hipócrita, hacia la mayoría de la población colombiana.

El fútbol

La actividad física en el colegio es el fútbol por antonomasia. En educación física se intercala siempre algún deporte con fútbol: en una clase de la semana se practica un deporte o una actividad física, pero la que sigue siempre es fútbol. Es tal la pasión, que el fútbol se juega antes y después de empezar la jornada escolar, y en todos los descansos: de 8:40 a 8:50, de 9:30 a 10:00, de 11:30 a 11:40, de 12:20 a 1:20, de 2:10 a 2:20; es tal la fiebre, que en el colegio hay alrededor de unas doce porterías de fútbol y no bastan, por lo que toca buscar las canecas grandes y utilizarlas como arcos: pegarle a la caneca es semejante a anotar un gol en las canchas tradicionales. Y como si esto no fuera suficiente, se arman juegos como paredón, que requiere solamente de una pared; mosquita, que basta con una fisura en el piso que cree una división; o cucapatada, que se puede jugar con cualquier pelota: en la modalidad de todos contra todos, se intenta simplemente meter la pelota entre las piernas de alguien y, cuando esto sucede, cualquiera grita «cuca» y se empieza a patear a la persona hasta que logre llegar a un punto designado.

Entre la fiebre y la pasión, las sanciones a los malos jugadores reinan, recibiendo ponchadas durante los juegos, o con el famoso caminito del infierno: se delinea un sendero con personas a cada lado de este, y una vez entran los perdedores, tienen que aguantar las patadas de estas personas mientras avanzan en el caminito.

El fútbol es el modo en que los estudiantes ejercen una suerte de disciplinamiento de corte militar desde el principio, produciendo crudos modos de diferenciación entre unos seres idóneos para dar golpes y unos cuerpos infantiles idóneos para recibirlos. Dos profesoras tienen claro este modelo militar que les exigía una forma de enseñar en el colegio. Tanto Diana como Marcela[3] se hartaron de esto:

Marcela: yo me di cuenta que tenía que comportarme como ellos para no caer en ese rol de mamá, o de niñera, siendo entrenadora.

Diana: una tenía que masculinizar sus relaciones con ellos. Entras a una clase, «rápido, vamos, tal, haciendo, pap, pap» (aplausos).

Marcela: «Vamos, haciendo». Yo llegué a silbar en la clase. Esto era como «jei, fuit, fui», Y ellos (hace como si se movieran, parándole bolas)… pero atienden.

(Entrevista personal, enero de 2018)

Las profesoras se dan cuenta rápidamente de que la figura de autoridad es la figura del entrenador deportivo, del profe de educación física. Son los más severos, pero a quienes más se obedece. En palabras del fundador y rector del colegio hasta sus últimos días:

Mitad en serio, mitad en broma, hemos dicho que la única dictadura que aceptamos en el Gimnasio es la del profesor de Educación Física. La realidad es que ésta es una asignatura de características bien distintas de las demás. En una clase diferente se puede, y se debe, dialogar; se puede interrumpir al profesor para pedir un dato o una mayor explicación. En la gimnasia no sería posible tal actitud. El alumno debe obedecer sin argumentar. (Nieto, 1966, p.258)

Mientras que en las aulas no hay garantías de que el estudiante tenga un mínimo de respeto hacia el profesor (cómo recuerdo los profesores que sufrieron a costa nuestra hasta el punto de llorar en el aula, lo cual también sucedía en otros salones), en las canchas se soporta grito tras grito, con total sumisión.

Pero, más allá de lo que esgrime el fundador del colegio, este aguante y silencio tiene mucho o todo que ver con que es ahí donde se está empezando a forjar una dura división entre quienes serían los portadores de un cierto grado de blanquidad y quienes no: ser un buen futbolista es ya un muy buen paso para recibir admiración y respeto por parte del grupo; quejarse por el maltrato frente a quien nos forma para un ideal al que todos deberíamos aspirar implícitamente significa que no respetamos ese ideal.

Conforme con lo anterior, quien consiga entrar a la selección de fútbol de mayores, todo lo puede: todos lo respetan, siempre y cuando vaya adquiriendo ciertas actitudes heteronormadas: en particular, conseguir exhibirse como todo un cazador de mujeres. Así se puede notar en las descripciones y charlas que tuve con el entrenador del colegio que siguen a continuación.

Los estudiantes entrenan martes, jueves y viernes a las 6 de la mañana, y si llegan cinco minutos tarde, González, el entrenador, no los deja asistir al entrenamiento. Comienza el entrenamiento. Se respira disciplina en el ambiente. «Le quedan dos minutos», le dice González a uno, «veinte segundos», le dice a otro. «Ojo que no se puede llegar tarde y lo está cogiendo de maña; si sigue así, lo saco del equipo».

La primera media hora es siempre de trabajo físico de sacada de jugo o de leche, y es el preparador físico, y no González, quien está cargo, así que aprovecho para hablar con él.

Yo: Oiga, cómo hay de exalumnos trabajando en el colegio, ¿no?

González: Sí, usted debería meterse.

Yo: Sí, yo quiero, yo mandé la hoja de vida a ver si me dan trabajo en español o literatura.

González: Oiga, ¿sabe quién está dando español? Álvarez, ¿sí se acuerda de él, que era gay?

Yo: Sí, de hecho, he hablado un par de veces con él, para mi tesis… ¿cómo le ha ido de profesor, no se la han montado?

González: Bien, muy bien. A Álvarez se la montaron al principio, pero es que lo pusieron con los grandes. Para eso hay que tener más carácter. Yo en cambio no puedo con los pequeños, porque si yo voy y les hablo fuerte, o les digo «no sea marica», de una un papá llega y me demanda. (Notas de campo, febrero de 2018)

González es consciente de las libertades, e incluso requisitos, que se han de tener en su rol como entrenador de fútbol. A un lado está el profesor gay que da español y que, además, tuvo que pasar de dar clase a los grandes para dar a los pequeños y, en el otro lado, en donde se forjan ejemplos a seguir, tiene que estar González, quien sí tiene carácter, voz gruesa y, obviamente, se define heterosexual. Acá tiene que estar un orientador hacia lo heteronormado.

Silencio en el círculo que rodea a González, hasta que da una orden. Se levantan, se dispersan, corren a toda mecha por la cancha, se colocan en los puestos que el entrenador va indicando mientras grita: «rápido, ya, tóquela, vaya», y de pronto un chiflido, el chiflido que le pedíamos a González que hiciera cuando entraba una colegiala, porque era el que más duro chiflaba, y porque siempre, absolutamente siempre, el colegio estallaba en chiflidos y silbidos cuando entraba una colegiala, sola: cuando entraba acompañada de un chico, esto tendía a disminuir.

Continúan los alaridos a medida que avanzan las rutinas; en un momento, los veo pagando con ejercicios repetitivos que ponen a prueba su estado físico. «21, 22, 23… Samper, ¿qué?, ¿usted cree que estamos en la playa o qué?… 24, 25, 26… van a trabajar bien todos o no van a trabajar»: están todos sentados, pero con las piernas levantadas, deben aguantar hasta que el entrenador diga que pueden descansar, y si alguien llega a dejar caer las piernas, pues sencillo, todos vuelven a empezar.

Si en educación física el disciplinamiento físico tiene que ser tolerado, en la selección de fútbol tiene que ser aceptado y de manera colectiva: así como observaremos que sucede tanto en la banda como en el comité (y acaso en estos espacios de manera más exacerbada), existen unas jerarquías estandarizadas que pueden producir maltrato y que deben recibirse sin queja alguna si se desea estar en estos círculos de blanquidad. En esta descripción, se observa con el maltrato impuesto por el entrenador, pero puede ejercerlo también el capitán de la selección.

Cuando se acaba el entrenamiento, aprovecho para hablar un último rato con González. Me hace un gesto de complicidad y señala con los labios a lo lejos:

González: Vea, a esa profe los estudiantes se la morbosean, pero mal, a veces me toca decirles «oiga, ya, bájenle». Es que se pasan: están al lado de ella y empiezan: (suelta una especie de gruñido, grrrr, agita la respiración y se muerde el labio). Y lo peor es que la vieja es una perra. Ya se ha comido como a cinco profesores.

Yo: ¿Y de qué da clases?

González: De inglés.

Yo: ¿A los chiquitos?

González: Sí.

Yo: Oiga, pero, ¿por qué dice que los estudiantes de ahora son más lacras que nosotros?, ¿cómo son los chinos ahora?

González: Pues no sé, es que son como más caspas. Uy, pero si viera octavo, es un curso muy chistoso: una mitad son así como nosotros, deportistas, y la otra mitad…

Yo: ¿Ñoños, o qué?

González: No: maricas. Entonces vamos a jugar cualquier deporte, y la mitad deportista les pega duro, y ellos: aaaaayyyyyyyy. (Notas de campo, octubre y noviembre de 2017)

En la selección y sus prácticas, estamos como comunidad anhelando ser como ellos: unos futbolistas capaces de aguantar maltrato físico por parte del entrenador, y que a su misma vez han de reconocerse como superiores a los maricas, los ñoños, e incluso a una profesora a la que de manera explícita pueden acosar sexualmente.

Santiesteban-Mosquera halla en su colegio que una de las estudiantes: «Giovanny», a pesar de ser devota, la mona linda en los recreos, y sin muestras de habitar un contexto precarizado, su voz gruesa, sumada a un nombre que parecía más de hombre que de mujer, le cancelaba su blanquidad. De manera semejante, no jugar fútbol en mi colegio puede quitar grados de blanquidad, en este caso, por no mostrar una masculinidad heterosexual.

El fútbol es un mundo heteronormado y así mismo produce blanquidad. Simbólicamente, ofrece heterosexualidad, así como la banda de guerra. En cambio, prácticas como el coro y el voleibol, quitan en blanquidad porque homosexualiza, como lo cuenta Miguel:

Pasó el tiempo y yo empecé a tener fama de marica en el colegio de una forma muy fuerte, muy muy fuerte, y yo se lo atribuía más a cosas como que a mí nunca me gustó el fútbol, pero me gustaba más el volibol. Y el volibol, aunque había un equipo de volibol que era muy bueno, el volibol era el deporte que jugaban en la semana cultural el Femenino y el Clara Casas. Eran los equipos de las niñas, de los colegios de las niñas. Y a mí me encantaba el volibol.

Yo me acuerdo en estas famosas «mañanas del talento gimnasiano», yo debía estar en noveno. Me inscribí para cantar y me tocó esperarme diez minutos a que el auditorio entero me parara de chiflar, antes de empezar. Y me gritaban «maricaaaaaa, maricaaaaaaaa». Jueputa, yo no podía tocar guitarra, se me durmieron las manos de la angustia de todo el colegio gritándome marica. Me acuerdo de los profesores, de don Guillermo gritándoles que se callen, pero ante 400 desgraciados gritando… (Entrevista personal, enero de 2018)

Incluso, la masculinidad heterosexual que se presume por la práctica futbolística puede permitir unas prácticas que podrían juzgarse como homosexuales, si la persona no pertenece a este círculo concreto de excelentes futbolistas. Este ejemplo que me cuenta Álvarez ayuda a entender esta situación:

Apenas entré conocí a Guerrero, un chino muy pilo y muy afeminado, y esas son dos cosas de las que yo me doy cuenta de entrada. Y el tipo lo asumía así de una manera tan fresca y yo decía, «yo estoy en el Gimnasio Moderno»… quedé impactado.

Después me enteré de la historia del man. Tengo entendido que al man lo cogieron una vez en uno de los baños del colegio. Estaba mamándosela a otro y se formó todo un escándalo, así como usted sólo se pueda imaginar que puede suceder. Pero lo chistoso es que todo el mundo le caía a él[4], era el mamador. Al otro no, era, al contrario, como que la gente lo aplaudía: «jueputa, eres un crack». Además, que era el cliché de un man: futbolista.

A partir de eso fue otra persona. El man andaba en su cuento, y, además, brillante el man. Es de los mejores estudiantes que yo he tenido. Muy pilo. (Entrevista personal, diciembre de 2018)

Más allá del esperanzador modo en que el estudiante pilo resiste a las violencias de discriminación ejercidas sobre él, acaso por asumir un rol «pasivo», queda la duda: ¿le hubieran llamado «crack» a él, de haber sido el mamador?

Ya empieza a llegar gente para iniciar la jornada de clase. Casi todos pasan y admiran unos minutos el entrenamiento antes de seguir su camino. Tres personas se detienen muy cerca de donde yo estoy ubicado:

—Qué jugadota, parce.

—Marica, ese man tiene muuuucho fútbol.

—Y ese Rocha es un monstruo. (Notas de campo, febrero de 2018)

La banda de guerra

Todos los lunes en La Raqueta, que es el centro del colegio, se honran las banderas del colegio y de la nación. Plantados ahí con uniforme de gala, corbata y todo, los estudiantes miran a las banderas mientras cantan el himno del colegio y el himno nacional[5]. Todos están ordenados por cursos, mirando a las banderas levantadas. Es el único día de la semana en que la libertad para vestirse está restringida: es lunes de uniforme de gala porque hay izada de bandera.

Pero pareciera que el verdadero honor en la cotidianidad se rinde a la banda marcial o la banda de guerra, como suele llamarse. La banda, conformada por ciertos estudiantes, entra todos los lunes por el centro de La Raqueta y retumba con sus instrumentos y maromas, mientras el resto del colegio los observa. Allá en el fondo, cerca de las banderas, a lo lejos se ven unos estudiantes separados del resto: son algunos pocos juiciosos que han sido seleccionados por los profesores por su excelente rendimiento académico. Pero a quienes se observa de cerca y se admira es a los integrantes de la banda.

Al igual que la selección de fútbol del colegio, los grandes de la banda son nuestros modelos a seguir. Y así como en fútbol, estos empiezan no solo a exhibir sexualidad, sino a brindarla, ya que son los que deciden quiénes pueden ir y exhibir sus bellos cuerpos uniformados en colegios femeninos. Ellos son además portadores de trago y distribuidores para los menores. Acá la blanquidad empieza a darse no solo por el consumo de mujeres sino también por el consumo de trago.

Es la banda marcial, de marcha y de Marte, el dios de la guerra. Hay que entrenarse para la guerra, tres veces a la semana, alrededor de ocho horas en total, pero cuando se acerca la guerra, como en el famoso concurso por la Batuta, la intensidad aumenta. Y, ay de que tengan otros compromisos, como el estudio, o incluso tener que asistir a un partido con la selección de fútbol: la asistencia a los entrenamientos es incapable, sin importar el sacrificio.

Son los grandes de los grandes, sobre todo los jefes: tras mucho esfuerzo, horas y horas de someterse a la disciplina marcial, ejercida a través de numerosas reprimendas a punta de gritos y castigos físicos[6], han logrado destacarse por encima del grupo para, ahora que están en su último año de colegio, llegar a ser los jefes de instrumento o, el premio mayor, el jefe de banda.

Cuidado: notificar tal honor, el de quedar nombrado como el jefe de banda o instrumento, no puede ser comunicado así no más. Los posibles candidatos, en fila, están en bóxers o calzoncillos, con sus ojos vendados, a la espera de saber si fueron o no los elegidos. Los perdedores no reciben el líquido dorado, se lamentan, mientras que los ganadores y futuros jefes son bienvenidos con el baldado lleno de orines de los otros miembros. Hay algo desde el principio hasta el final del proceso a ser lo más blanco dentro de lo blanco, en donde siempre hay que permitirse la humillación de un superior para poder seguir escalando.

Tanto González como Álvarez, ahora que son profesores y no alumnos, detestan a la banda. Álvarez considera que la banda es una entidad poderosa de formación, pero forma de manera negativa. Por eso, ha sido uno de los críticos de la banda y consiguió que desde el 2016 les prohibieran el ingreso a los estudiantes de primaria, luego de que varios niños llegaran borrachos a las presentaciones en otros colegios, porque casi siempre en el bus llevan trago, escondido en sus instrumentos.

Se planteó a las directivas, tocó exponer las razones, hablar con los dirigentes de banda, y dijimos que además de los episodios disciplinarios que eran muy graves, sencillamente la banda no era un espacio para los niños. Ellos [la banda] tenían unas inquietudes e intereses propios de un adolescente que no comulgan con lo que requiere un niño para su cuidado. No esperábamos que dejaran de hablar de sus fiestas, de alcohol, en fin, de su vida cotidiana, pero que por eso un niño no va acorde con eso, y eso fue lo que argumentamos en ese momento. Pero eso ha generado ruido en el colegio, entre padres de familia, profesores, la banda y primaria, y eso se sigue discutiendo hoy en día en el colegio. (Entrevista personal, abril de 2018)

Álvarez tiene su propia historia con el colegio. Recuerdo que cuando me contó que para él fue difícil encajar dentro de la masculinidad tan definida en el colegio, cuando entró en sexto, quise retarlo, cuestionarlo. Le dije, de manera muy ingenua, que a todos nos la montan, sin importar quiénes seamos, y le hablé de varios casos. Sin embargo, él rápidamente me preguntó:

«¿Sabe con quién entré yo?». «No, ni idea», respondí. «Con Pradilla», culminó, porque ya no había nada más que decir. Su argumento era contundente y concluyente.

Pradilla fue sujeto de admiración de inmediato. En ese entonces, porque luego no creció mucho más, era de los más altos del curso y quizás el más espaldón. Le llevaba una cabeza a González, y mientras que González venía de un colegio de hombres, Pradilla venía del Andino, un colegio mixto. Rápidamente, Pradilla se convirtió en los pocos hombres que ya habían tenido novias, cuentos sexuales y, mejor todavía, tenía amigas para presentar y rumbear y rumbearse con ellas. Era otro proveedor de mujeres y de posibles futuros heterosexuales. Súmele a esto que ya había rumbeado, no con nosotros, sino con gente de cursos mayores que lo conocían y querían. En palabras más precisas, eran su respaldo, en caso de que llegara a necesitarlos para alguna pelea.

«Ese Pradilla es un bacán», dijimos siempre. Nunca nadie se la montó, y nunca nadie se la iba a montar. Terminó siendo, por supuesto, el jefe de la banda de guerra de nuestra promoción, en el año 2007.

La banda pareciera producir una blanquidad al final del colegio, y proporcionarla en un mayor grado que el fútbol. Aunque el fútbol está disperso y estamos creando discursos y practicándolo o sufriendo por no practicarlo desde los primeros años, la masculinidad heterosexual que uno pudo no adquirir jugando fútbol puede ser negociada y superada al ser un miembro de la banda de guerra; ni qué decir si se llega a ser alguno de los jefes o, de ser el jefe mayor, sí o sí se es blanco[7].

Los comités

Llegado el momento de posicionarse como los grandes de grandes en el colegio, en el último grado, ciertas personas, aunque no sean las mejores en fútbol ni pertenezcan a la banda de guerra pueden verse como blancos o ganar en blanqueamiento ingresando al Comité.

Desde este Comité los estudiantes cumplen con el oficio de administrar; de alguna u otra manera, es una exhibición de las capacidades de manejar y acaparar recursos económicos. Los comités organizan los dos eventos más importantes del año para la comunidad, y esto los colma de prestigio: la Copa Tradición y, posteriormente, el Concurso de Porristas. Y digo eventos culturales porque justamente se dan durante la semana de mayor alcoholismo en el colegio: «la semana cultural».

En esta semana no se dictan clases, sino que surgen una serie de actividades que definen lo que vendría siendo el concepto de lo cultural en el colegio. Observemos la programación del año 2017:

(Imagen tomada de la página del colegio: https://gimnasiomoderno.edu.co/semana-cultural-2017/)

Abajo del programa, dos logos de las dos organizaciones que se reúnen en el espacio del Comité: el deportivo y el cultural. Y el programa, edicto cultural: la tradicional «mañana del talento» en la que Miguel fue chiflado y tildado de marica, como conté; «intercursos», en donde se miden representantes de cada curso en juegos como el de ver quién es capaz de tomarse primero una gaseosa de dos litros; «la política», un espacio en el que suelen ir a hablar reconocidos políticos de la élite colombiana para publicitarse, y que en el caso de esta programación se trató del expresidente Iván Duque. De resto, la cultura consiste en diversas actividades que varían según las entidades o personas que estén interesadas en participar o acaso también en publicitarse como empresa.

Es el concurso de porrismo el que arrecia con casi una fila en el programa, interrumpida únicamente por, claro está, la copa de fútbol. Este concurso es un evento tan anhelado y esperado como la Copa Tradición[8], con la diferencia de que para asistir a ver porristas se tiene que pagar para ingresar.

Observar a las porristas es ir a mostrarse como seres deseosos de morbosear, de imponer una mirada de deseo sexual sin consenso. Así explica la situación Ana, una excapitana de porrismo del Gimnasio Femenino:

En cuanto al acoso, personalmente a mí no me pasó nada, pero ahora más grande sí me doy cuenta de que pasaban cosas que hoy en día entiendo más y dimensiono más. Por ejemplo, a uno la dejaban ir a los espacios para entrenar y adecuarse, e iban los niños y a veces lograban como colarse. Y el juego era sentarse en el piso para poder ver debajo de las faldas de las niñas, que así tuvieran bikers pues es agresivo. Ese tipo de cosas están mal y uno siente cierto nivel de agresión.

Ahora, hay un juego, un piropeo no malsano detrás de eso, que los niños lo vean a uno bailar o vean en esa exposición y reconozcan el talento, pero yo creo que hay un tinte machista ahí que de cierta manera permitía que los niños morbosearan a las niñas. No sé cómo explicarlo.

A mí directamente no me pasó, siempre conté con un entorno muy respetuoso frente a eso y éramos muy conscientes de proteger a las niñas de eso, pero se sabía que pasaba y era maluco: que los niños no estuvieran ahí por verte a ti bailar y disfrutar del arte, entre comillas, que se representaba, sino tratar de verte la cola. Eso era especialmente en el Moderno y eso sí lo debo decir, por dos cosas. Uno: el escenario era súper pequeño, entonces donde se sentaban los niños era muy cerquita a donde estaba uno bailando; en los otros colegios no pasaba eso porque era mucho más espaciado y mucho más organizado. Y lo segundo es eso: el orden. Aunque era más emocionante y más concurrido era mucho más caótico. Todo era organizado por los niños, y aunque ellos sentían que lo hacían de forma perfecta en su momento, en los otros colegios sí había intervenciones de padres y de profesores que ayudaban a controlar y organizar. Entonces eso daba pie para que los niños hicieran ese tipo de cosas. (Entrevista personal, abril de 2018)

Además de ofrecer esta suerte de servicios de morboseo, por los tiempos en que Ana se esmeraba porque su equipo bailara, alguien acababa de descubrir un video porno llamado El volcán. Las personas del Comité empezaron a mostrar ese video a cualquier niño pequeño: lo ingresaban al Comité a la fuerza, lo forzaban a verlo, y luego lo sacaban de ese espacio. De alguna u otra forma, los miembros del Comité hallan la manera de monopolizar heterosexualidad. Es también, como ya algunos ávidos lectores podrán sospecharlo, el espacio en el que más es posible crear actos heterosexuales:

Eso era un motel, huevón, eso era una vaina impresionante, de la cantidad de sexo que había ahí, incluso droga, y muchas veces se volvía un expendio de todo tipo de cosas. (Cruz, entrevista informal, agosto de 2022)

El Comité se usaba para tirar[9], mucho. Los presidentes del Comité tenían las llaves, entonces claro, los manes tenían ese privilegio de ir en cualquier momento al colegio a hacerlo. Se hacían fiestas del Comité, como cuando ganó la banda, se hizo una fiesta ahí. (Díaz, entrevista informal, agosto de 2022)

Los Comités son explícitamente un espacio cerrado: debajo de la sala de profesores, tienen su propio sótano, con sus propias llaves para entrar o salir, en el que pueden organizarse de manera todavía más autónoma y exclusiva que con la banda de guerra o de fútbol. Si a esto le sumamos que la cantidad de miembros es mucho menor[10] a quienes pertenecen a la banda de guerra o al fútbol, de los tres escenarios este se convierte en el más selecto.

En términos generales, este escenario posee unas diferencias marcadas en comparación a los otros dos espacios. Acá el aguante para asegurar el ingreso consiste en ayudarle al de arriba con las tareas que no quiere hacer. Así, los presidentes de once le exigen tareas a los miembros de once que no son presidentes, los de once les exigen tareas a los dos miembros de décimo y, como estos casi seguro serán los presidentes el otro año, piden la colaboración de otros no miembros, que podrán llegar a serlo en el futuro. Como los Comités no solo tienen que organizar la semana cultural, que no es poca cosa, sino también eventos como la becerrada[11], el bazar[12] y el prom[13], existen numerosas tareas que se van delegando por ser relativamente mecánicas pero que no dejan de ser extenuantes, como armar las carpas que hay que instalar, o cargar cajas con mercancías que hay que transportar.

Pero, sobre todo y como dije antes, la mayor diferencia entre este espacio con los demás es que entra en juego la importancia de saber «administrar» dinero. Aunque la tesorería de la institución está conectada con las ganancias y costos de los eventos, la autonomía que manejan los miembros de los Comités les asegura la capacidad de producir corrupción. El privilegio de ser del Comité permite el manejo de unos capitales económicos que ningún otro estudiante puede tener.

Tanto Salazar como Carvajal (agosto 2022, charla informal), profesores actuales del colegio, me dicen que actualmente no han sabido organizar muy bien los eventos, y que entonces le han producido grandes deudas al colegio, ya que todo lo que hacen es a nombre de la institución y si los miembros del Comité no responden, el colegio tiene que hacerlo. Sin embargo, en épocas más prósperas, como el caso de mi promoción (2007), organizaron una fiesta del Comité para ellos mismos, a manera de premio por el trabajo que habían realizado durante todo el año, y tuvo un costo aproximado de 20 millones de pesos, 20 salarios mínimos mensuales en el 2022 (Londoño, exestudiante, charla informal en agosto de 2022). Sobre unas promociones más adelantadas, se contaba el rumor de que habían comprado un carro y se habían ido a Cartagena de paseo, por el mismo motivo.

La blanquidad, en este caso, empieza a performarse, simple y llanamente, por la capacidad de robar el dinero que debería recibir el colegio como institución:

La plata grande se mueve de una forma limpia… por ejemplo, la venta de boletas del concurso de porristas, los vales en el bazar, etcétera, etcétera. De ahí para abajo empiezan unas platas más chiquitas, como interroscas, cada equipo de interroscas pagaba, yo no me acuerdo, póngale 120 mil pesos… entonces esa plata la tenía el contador, pero usted se podrá imaginar que esto es una caja menor ahí: que eso le pagó Fernández y Fernández le pagó a uno… yo sé que ahí había mucha plata que no tenía trazabilidad, y hay gente que se iba a comer una dona con esa plata. (Charla informal, agosto de 2022)

Incluso, Cruz me recuerda que, luego de hablar con otros miembros del Comité de su promoción, existió durante algunos años un instructivo sobre cómo manejar los recursos de esa caja menor para que se pudiera sacar el dinero de esta sin que la tesorería del colegio se diera cuenta; este instructivo, al parecer, era entregado de un presidente a otro.

¿Quiénes son los blancos?

Hasta el momento, he presentado tres escenarios en los que se consigue blanquidad si se siguen e incorporan unas reglas de comportamiento. A grandes rasgos, estas son: exhibir heterosexualidad, aguantar maltrato para luego reproducirlo y, finalmente, reproducir una otredad negativa, bajo calificativos como gordo, niña, feo, ñero, guiso, negro, marica, entre muchos otros más, o bajo prácticas más directas hacia la otredad en las que se puede golpear o abusar[14].

Sin embargo, existe una serie de características por fuera de lo actitudinal que despoja a ciertos cuerpos de participar en esta obtención de la blanquidad o, al menos, de conseguirla en un grado avanzado. En otras palabras, ciertos cuerpos poseen una mancha indeleble en sus cuerpos que pueden blanquear, pero nunca borrar por completo, así incorporen las reglas del párrafo anterior.

Como expuse antes, esta mancha ha sido creada históricamente a partir de una matriz colonial, pero de maneras muy distintas a lo largo del tiempo y el espacio, para normalizar una «persistente redistribución inequitativa de recursos» (Vásquez-Padilla y Hernández-Reyes, 2020, p.64): desde la religión de alguien hasta el linaje, desde su modo de hablar hasta de vestir, desde su lugar de nacimiento hasta su color de piel. Así mismo, en el colegio existen múltiples maneras de crear estas marcas indelebles. Me limitaré a señalar solo dos formas, por las limitaciones del espacio.

En el caso de la racialización, esta se expresa a través del tatuaje/adjetivo «negro», principalmente, y las prácticas hacia este cuerpo aseguran, como dije antes, que pueda blanquearse pero nunca hacerse blanco. Por ejemplo, en mi promoción existieron tres negros, uno por cada salón, porque «todo salón debía tener un negro, así no fuera negro negro, negro chocoano, así como de raza realmente»[15] (Torres, charla informal, agosto de 2022). Así lo cuenta Alvarado, un exestudiante con el que compartí aula, al padecer su condición de ser racializado como negro:

Lo de negro… pucha, pues de chiquito sí era una mierda, marica. Yo sí me acuerdo, en tercero, cuarto… era una puta mierda. Yo sufría bastante, porque eso sí lo marginaba a uno un poquito. Yo siempre los veía a todos, todos blanquitos y monitos, y yo como por ser más trigueño era el negro. No importaba qué hiciera o cómo fuera, pero siempre era un pretexto para que cualquiera se pusiera por encima de mí. Al que se la montaban, como por ejemplo Cardozo, que se la tenían hasta el ano, me miraba a mí como el negro […].

Uno se sentía feo todo el tiempo. Yo nunca me sentí bonito ni atractivo ni nada de esas cosas. Siempre crecí sintiendo que los bonitos eran ellos y que eso no era para mí. Me sentía menos, pordebajeado y feo, marica. Y son vainas de las que uno no se recupera completamente. La gente me dice que churro, que tan guapo, pero uno no se lo termina de creer. (Conversación informal, mayo de 2018)

Sin embargo, a pesar de carecer de blancura, Alvarado pudo ingresar al Comité, a la banda y a la selección de fútbol, la cual le produjo un blanqueamiento, pero nunca perdió la mancha del todo, la de ser negro:

Igual pienso que fui creciendo, y entonces jugaba fútbol, estaba en el equipo, en el Comité, en la banda… Entonces la gente me empezaba a respetar más. Ya el bullying era como con más respeto e igual los más pequeños, aunque saben que uno es el negro Alvarado, no lo decían con sentido ofensivo. Sí hubo un cambio, entre comillas, de volverse más popular por estar en mierdas del colegio. (Conversación informal, mayo de 2018, énfasis agregado)

De igual manera Torres, la persona señalada como negra en otra aula, pero de nuestra misma promoción, cuenta que, aunque estuvo en la banda de guerra y en el Comité, los chistes en torno a su raza siguen latentes:

Cuando hacíamos educación física, o cuando montábamos estas carpas [las que levantan para los eventos del Comité] y demás, si alguno tenía chucha u olía un poco fuerte, de una decían: «uy, fijo es el negro». Como que lo marcaban, diciendo: «fijo es el negro el que huele feo…».

También el tema de echar culpas llevaba a decir que era el negro. Decían «oiga, se perdió esto», y por el chiste, nunca fue muy directo o real, pero sí decían: «se perdió, o falta un millón de la plata del Comité… puta, fijo uno de los negros se lo robó», en chiste, pero pues ese era el tipo de chiste… fuera el negro Patiño, el negro Torres o el negro Alvarado, alguno era el culpable. (Charla informal, agosto de 2022)

Aunque no he podido nunca charlar con Patiño al respecto, el tercer «negro» de mi promoción, lo recuerdan muchas personas como al que le decían que tenía «piel de color charco», o al que le llamaban «pupiñé»: pura pinta de ñero[16]. Además, desde muy pequeños se señalaba que los papás de él, pero sobre todo el papá, eran «pobres».

Mientras que la racialización de Torres y Alvarado se genera principalmente por las características fisionómicas que Leal (2010) considera tan propias de la actualidad, el caso de Patiño es ejemplar para mostrar el modo en que la mancha racial se puede generar rápidamente bajo parámetros económicos, que es la segunda forma explícita para impedir la blanquidad: todo ser que sea precarizado económicamente, queda con marca indeleble.

A pesar de que para ingresar y permanecer como estudiante del colegio se ha requerido siempre de una suma alta de dinero[17], las marcas de clase para señalar y segregar de la blanquidad a otros estudiantes son crudas y explícitas. Las charlas en torno a los lugares a los que se viaja, las propiedades (en particular fincas o casas de campo) que los papás tienen o los clubes sociales a los que pertenecen señalan quiénes sí pueden ser blancos, y entre estos blancos es que, precisamente, se forman unos círculos de socialización inmaculados que crean a esa otredad negativa, «pobre». Si como también lo notó Santiesteban-Mosquera en su colegio de clase media, su compañera fue precarizada y despojada de la blanquidad por su diente roto, ¿cómo no ser precarizados en un colegio de clase media alta y alta por no ir a Estados Unidos (incluso a Europa), no tener una finca o una membresía en un club social? Resulta muy difícil, así como cuesta mucho no sentirse precarizado cuando uno se entera, como me enteré recientemente, que una de las personas que se graduó conmigo se casó y gastó 300 millones de pesos en su matrimonio, y a otro que se graduó un año antes no le incómoda deber 2.700 millones de pesos (2.700 salarios mensuales mínimos), porque tiene con qué pagarlos (charla informal con un amigo que es amigo de ellos, septiembre 2022).

Epílogo: barbarie blanca

Si las dinámicas de segregación en este colegio van precarizando y racializando a personas a las que no se segregaría en otros escenarios, por fuera de este claustro es fácil imaginar la naturalidad con la que pueden maltratar y abusar de una persona que es todavía más racializada y precarizada. Sobre todo, si en los espacios en los que se habita, performa y reproduce la blanquidad se practica constantemente el maltrato de unos seres que están un poco más abajo en su escala de blancura.

Creo que la blanquidad del colegio va legitimando la naturalidad de una dominación como la perpetrada por Rafael Uribe Noguera, un exalumno del Gimnasio Moderno, quien el 4 de diciembre de 2016 violó y asesinó a Yuliana Samboní, una niña precarizada y racializada.

Pese a la insistencia de las noticias mediáticas por hallar la anormalidad que había llevado a que Noguera asesinara y violara sexualmente a una niña, las directivas y los profesores del Gimnasio Moderno tomaron riendas en el asunto de inmediato, considerando la posibilidad de tener cierta responsabilidad en el asunto, y dentro de una de sus soluciones pedagógicas, a los estudiantes se les puso a leer una novela: Los divinos, escrita por Laura Restrepo (2017).

En esta novela, Restrepo trata de retratar un panorama semejante al contexto socionatural de Noguera, porque no la dejaba dormir el crimen que él había cometido, porque tenía que narrarse un modo de explicar esta situación. Y así, describe a El Muñeco, el personaje basado en Noguera, con fragmentos como este:

La batuta remolineaba en sus manos en un despliegue de habilidad extraordinaria. Y luego volvía a salir disparada hacia arriba, un poquito más alto. Entre tanto, la bandera patria pretendía cumplir con su protocolo, buscando presencia, pero nada lograba al lado de la batuta del Muñeco, lanzada al aire contra un fondo de árboles y subiendo más alto que la propia bandera, desluciéndola, empequeñeciéndola, restándole significado.

Va para arriba esa batuta, erguida como un falo y restallando al sol por encima de los tejados, por encima incluso de los cerros orientales que espejean detrás.

Mientras tanto en el balcón, ensombrecidos, el rector y el exalumno esperan una expresión de reconocimiento. Pero nada puede competir contra la batuta absoluta del gran Chuky [apodo del Muñeco], que vuelve a lanzarla más alto, y más todavía, y otro poco, ya rascando el cielo, ya rozando el infarto. (2017, p.39)

La blanquidad es del jefe de banda del colegio, que es quien porta esa batuta: el jefe de banda que fue Noguera en su momento. Y la batuta enseña que, llegado a este grado máximo de blanquidad, «rascando el cielo», está permitido dominar de manera natural y violenta a la mayoría de la población colombiana.

Aunque Restrepo dice que no investigó tanto para su novela, tiene ciertos conocimientos de primera mano que no puede evitar tener presentes al momento de imaginar: el abuelo de su cuñado compuso el himno del colegio; el cuñado estudió y trabajó en el colegio en el cargo de procurador, y el hijo, que es el sobrino de ella, estudió conmigo. Por eso, su novela permite ver ese conventículo de blanquidad en los que se forjan estos, no niños, sino hombres bien hechos y muy derechos.

Rafael Uribe Noguera es considerado un monstruo por los medios de comunicación, un anormal, pero no por la anomalía presentada en los medios, sino porque exhibió la naturalidad salvaje de la blanquidad, en lugar de mantenerla de manera soterrada, como suele estar. Por eso, comparto el mismo pensamiento que tiene Santiesteban-Mosquera a partir del análisis de su propio colegio:

Me tienta pensar que la condición de posibilidad de la blanquidad en nuestro contexto está dada por la desherencia, el desplazamiento, la desposesión y la deshumanización de la negridad y de quienes la habitan, especialmente si son mujeres y femmes. (2021, p, 39)[18]

Si bien la blanquidad puede asociarse a una serie de elementos dispersos y numerosos a lo largo de la historia, pareciera que su carácter salvaje es uno fijo y, hasta el momento, eterno.

Referencias

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1Véase, por ejemplo: Böttcher, Hausberger & Torres, 2011; Castro-Gómez, 2014; Pedraza, 2010.

2En un texto más narrativo, me refiero a esta relación entre el colegio y el acné: «La piel política: resistir purulentamente» (Pinzón, 2021).

3Los nombres de todas las personas han sido cambiados, para conservar su anonimato.

4Por «caerle a él», Álvarez hace referencia a que lo están matoneando.

5También tocan un repertorio de canciones escogidas por ellos, y que varían años tras año. Por eso, este evento dura aproximadamente 45 minutos, y así lo escuchamos durante 14 años, todos los lunes que asistimos a la jornada escolar.

6Acá los castigos pueden darse de manera más exacerbada que en el fútbol porque en principio no hay ningún profesor que regule estas prácticas: si el jefe de banda decide que deben quedarse horas parados bajo la lluvia, como sucedió varias veces mientras estudié allá, todos tienen que acatarlo. Quien no lo haga será expulsado, y quedar fuera sería perder en blanquidad.

7Utilizo el calificativo de blanco para señalar a ese sujeto que recibe una serie de ventajas sociales que no obtiene la mayoría de la población y que, además, considera como naturales estas ventajas que posee.

8La Copa Tradición es un solo partido contra otro colegio, el Gimnasio Campestre, y por tratarse de una rivalidad «amistosa» de hace muchos años, es más importante esta Copa que cualquier otra que se juegue durante el año escolar.

9Tener sexo.

10Aproximadamente, suelen ser 2 miembros de décimo (quienes probablemente serán los presidentes en once, el último grado), 2 presidentes de once y 6 miembros más, de once.

11En este evento, se crea una fiesta para el colegio con un becerro, y se juega a torearlo.

12Este es un evento más familiar, en el que se venden distintos tipos de comida, hay juegos infantiles, y siempre se vende «ternera a la llanera».

13La fiesta de fin de año para los que se van a graduar del colegio.

14De manera semejante a como las porristas se sienten abusadas por la mirada en el concurso, muchas mujeres, profesoras actuales o del pasado, me han comentado sobre abusos semejantes. Por ejemplo, les toman fotos con el celular, por debajo de la puerta, cuando van al baño, o han sido manoseadas en las aulas de clase.

15Aunque se les llamaba «negros», estos no eran considerados de una «verdadera» raza o etnia negra, ni ellos así lo creían.

16Ser ñero suele ser un modo para referirse a ladrones de a pie, o a habitantes de calle, y probablemente de ahí sirve como un modo para calificar y juzgar las prácticas de alguien como propias de un contexto precarizado económicamente.

17Actualmente, la matrícula mensual del colegio cuesta más de tres salarios mínimos mensuales.

18Traducción de la autora, para este artículo.

Recibido: 30 de Mayo de 2022; Aprobado: 16 de Agosto de 2022

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