Introducción
Donna Haraway señala que los perros comparten con nosotros un proteico, necesario y obligatorio futuro común; estamos enredados en formas de vivir que son responsables de historias heredadas y mutables, que conforman encuentros por encima de lo bueno y de lo malo: están plagadas «de excremento, crueldad, indiferencia, ignorancia y pérdida, así como también de alegría, invención, trabajo, inteligencia», juego y goce por la compañía (Haraway, 2016, pp. 19, 25). De manera que, siguiendo a esta autora, ni los perros ni nosotros mismos preexistimos a nuestras relaciones, sino que éstas nos hacen y rehacen en momentos sociohistóricos concretos. Una expresión de ello es la emergencia de las llamadas familias multiespecie que vienen a resituar el papel de algunos animales alter-humanos en el seno de las sociedades contemporáneas occidentales u occidentalizadas, generando nuevos registros sobre su lugar en la estructura social (Sáez Olmos, 2021). De manera importante, la familia multiespecie está signada por fuertes contenidos metafóricos -nominaciones filiales como hijo, hija, o perrhijo, por ejemplo- y afectivos -la manera especial en que, digamos, llenan los lugares y los corazones- que circulan entre «nuevos» significados, sentidos y sentires sobre lo que es un animal de compañía (Acero, 2017, 2019).
¿Cuál es el contenido cultural de la familia multiespecie?, ¿qué valores desafía? ¿Es o puede ser subversiva?, ¿respecto de qué? ¿Cómo funciona en la reproducción de estereotipos sobre lo que son o deben ser los perros?, ¿cómo podría la familia multiespecie superar y anular formas silentes de opresión especista al amparo del amor romántico? ¿Desafía este modelo de familia al especismo que disciplina los cuerpos-comportamientos caninos? Este trabajo es en parte resultado de mi investigación doctoral en antropología social concluida el año pasado. Si bien mi estudio no tuvo como centro a la familia multiespecie, sino que, más bien, se decantó por el análisis de la relación humano-perro desde una episteme-política contra-especista, los datos recabados a partir del registro etnográfico multiespecie facilitan la conformación de un escrito en esa dirección. Esta modalidad etnográfica, a través de un trabajo de campo, permite aprehender las relaciones humano-animal desde una perspectiva crítica (Smart, 2014). Las preguntas que abren este párrafo son una guía que traza líneas futuras para continuar con la investigación y que aquí sirven para verter algunas reflexiones en torno a un caso concreto de relacionalidad interespecie entre Mauro, un hombre de setenta y pico de años y Chabela, una perrita marcada racialmente como schnauzer.
El trabajo se divide en tres partes. En la primera expongo el marco teórico-político desde el que se enuncia este trabajo. En un segundo momento, introduzco el relato de Mauro y Chabela entendido como un evento interespecie de cuidado, compañía y amor. Finalmente, realizo un ejercicio de interlocución con Chabela que desvela su potencia para afectar y pensar-con ella la importancia que adquieren los cuerpos para transformar radicalmente las disposiciones afectivas o el orden amoroso humano, lo cual permite pensar e imaginar historias sobre futuros multiespecie en clave contra-especista y especular con lo que llamo xeno-familias.
La familia multiespecie. Apuntes críticos
Lo multiespecie excede lo humano. Se trata de un concepto para pensar otros mundos y, en este caso, remover el lugar de los perros -y muchas otras formas de vida- no solo en el interior del núcleo familiar, sino también por fuera (xeno-) de éste. «Lo multiespecie» es heredero de filosofías posthumanistas y los neo (nuevos) materialismos; en la antropología, hace su aparición ubicado en el norte global, en el 2010, de la pluma de Stefan Helmreich y Eben Kirksey, bajo la sombra del «contexto-crisis» Antropo(capitalo)ceno. Trata fundamentalmente de un quiebre onto-epistémico, -en el modo de percibir, escribir e investigar-, que resitúa críticamente el lugar de multiplicidades materiales, de seres y otras existencias al abrir «mundos demasiado humanos» al encuentro con otros (Kohn, 2021, p. 283 ), para hacerlos copartícipes y cocreadores de lo social. El término tiene al menos cinco acepciones importantes a nivel teórico y metodológico, así como de lo político, en términos del conocimiento situado de Haraway (1995), es decir, formas encarnadas de conocimiento con compromisos y responsabilidades materiales que intervienen en aquello que vale la pena preguntar y a quién beneficia el conocimiento resultante.
La primera acepción sobre lo multiespecie, trata sobre una apuesta crítica por trascender el marco de excepcionalidad humana (Tsing, 2021, p. 222 ), pues como especie somos una unidad más en la trama relacional de la vida. La segunda acepción es un énfasis en la relacionalidad como lógica que estructura y sistematiza los encuentros entre seres que no preexisten a sus relaciones; por tanto, la relación es la unidad de análisis más pequeña posible (Haraway, 2016). En tercer lugar, es otro el concepto de especie y hay un desplazamiento hacia formas de vida concretas; aunque conversa y aprende con/de la biología, los taxones son puntos de partida (Tsing, 2021) más no esencias que hablen en nombre-de. Una cuarta acepción es el presupuesto epistemológico de que muchas formas alter-humanas tienen vidas psíquicas o interiores complejas. Para la biosemiótica de Jakob von Huexküll, por ejemplo, el mundo circundante (umwelt), es el modo de percepción-acción específico que cada subjetividad animal utiliza para significar y ejercer su agentividad en el mundo (von Huexküll, 2016). En último término, si, como Helmreich y Kirksey argumentan, ahora los otros existentes tienen «biografías legibles y vidas políticas» (2010, p. 545, traducción propia), lo multiespecie deviene como una forma de investigación situada y política, lo que, desde mi lectura, se puede comprender como investigación contra-especista. Porque, como apunta José Ponce, lo multiespecie da paso a desplazamientos en nuestra comprensión del mundo y en sus disputas, el perro «no forma parte de una metáfora, tampoco es el objeto de estudio pasivo, sino que se representa como actor narrativo del encuentro intersubjetivo» (Ponce, 2023, p. 246) 2, partícipe de una producción etnográfica postantropocéntrica.
Lo multiespecie trata sobre un descentramiento serio de lo humano para incluir otras formas de vida en lo que antes era, como dijo Spinoza, «un imperio dentro de un imperio» (;1677; 2000) la vida insular, aislada y espléndida del antropo-humano cultural y social. La familia multiespecie, en este sentido, sí presupone -al menos en principio-, un desafío a los valores tradicionales sobre lo que es una familia, al transitar hacia formas de biosociabilidad más que humanas, más allá del habla y la racionalidad para prestar atención al cuerpo y sus afectos. Siguiendo a Sáez, la importancia social de las familias multiespecie se encuentra en que «los comportamientos y las manifestaciones de afecto, compañerismo y respeto, consiguen la trascendencia suficiente para llamar la atención» sobre su inserción en la estructura social y el rol que ocupan (Sáez Olmos, 2021, p. 96 , cursivas mías). Así, la familia multiespecie trata acerca del registro de lo mundano, de compartir las rutinas diarias (Leow, 2018) y adentrarse e intervenir en nuevas realidades (Carmona et al., 2018, p. 88 ).
El vínculo es la constatación material de la relación afectiva, permanente y duradera entre un perro (en este caso) y un humano; es nómada, mutable, y funciona como una tecnología para la producción de lo perro y de lo humano al actualizar valores, normas, comportamientos y expectativas sobre todo humanas, por ello, tiende a ser asimétrico. Varios autores sostienen que la vinculación es la base para la inclusión en la familia (Sáez Olmos, 2021) al satisfacer necesidades en distintos momentos del ciclo vital familiar con beneficios a través de la presencia y consistencia de la afectividad y el cuidado canino hacia los humanos y viceversa (Díaz Videla, 2015). La ausencia de críticas y juicios por parte de los canes hacen de su compañía algo deseable. Pero también, el vínculo puede dar origen a cambios actitudinales positivos hacia los perros y la generación de nuevas conexiones hacia otros animales, situándose como entidades miembros de los núcleos familiares -y no solo como sustitutos humanos-, valorados por sus similitudes y diferencias (Díaz Videla & Olarte, 2016; Díaz Videla & Rodríguez Ceberio, 2019). Sobre todo, para que un perro devenga en familia, debe ser reconocido como miembro de ésta por parte de humanos (Carmona, et al., 2019, p. 87), donde reciben afecto «cada uno en la particularidad subjetiva del núcleo a que pertenece». (Jardim et al., 2017, p. 4 ). Acero, sin embargo, precisa que «no todas las relaciones e interacciones entre humanos y animales implican vínculo afectivo ;positivo;, pues algunas de estas son puramente utilitarias», de manera que el vínculo atañe fundamentalmente a implicaciones afectivas (2017, p. 162). Estas pueden no ser positivas, por ejemplo, cuando un perro está vinculado a través del miedo, en regímenes de adiestramiento de corte militar tendientes a la alienación canina a través de la obediencia (Varela Trejo, 2022).
Desde una analítica contra-especista de la familia multiespecie, la cosificación y reducción de los perros a mera compañía -como podría ser el caso de Chabela- responde a lógicas históricas y estructurales respecto de un ordenamiento especista de lo social, mediante roles asignados a los otros animales con base en lo que Iván Darío Ávila Gaitán denomina «ontologización de funciones»; se trata de «funciones prescritas con relación al ser humano» donde, por ejemplo, «los perros quedan sujetos al dominus ;lo doméstico; como animales-de-compañía», en respuesta a determinados «ideales normativos» de lo perro que se han convertido en la razón de su existencia, con efectos materiales sobre sus cuerpos y comportamiento (2013, 2017, p. 38, 71, énfasis mío). Bajo esta lectura, la familia puede comprenderse como un dispositivo especista y patriarcal «donde la cabeza de la misma (Padre/Hombre) posee históricamente a su esposa, sus hijos y en general a sus propiedades, que históricamente han incluido tanto a los esclavos como a los animales»; por ello la idea de que los animales tienen ahora un estatus parecido al de los hijos trasforma a la familia como dispositivo y por ende al especismo, pero no subvierte su lógica de sujeción (González & Ávila Gaitán, 2022, p. 53 ). Siguiendo a Ponce y Proaño, el especismo emerge como una «estructura de pensamiento-acción, es decir un esquema de juicio práctico de aplicación universal» cuya ideología perpetúa la dominación de los demás animales, (Ponce & Proaño, 2020, p. 20; Ponce, 2023, p. 206) al naturalizar funciones concretas como la compañía o el amor a través del control. Por ello, todos los canes deben ajustar su cuerpo y comportamiento a ciertos ideales normativos de lo perro con una fuerte carga de civilidad, es decir, modales para actuar en lo público y lo privado: llamo a esto canidad.
La canidad es un conjunto de expectativas históricamente producidas e instauradas por la ideología especista, que, mediante ideales normativos de lo perro instauran una normatividad a la relación humano-perro, para regular el comportamiento canino a partir de estereotipos naturalizados (ser un buen perro obediente, fiel, mejor amigo, amante incondicional, ángel moderno). La canidad, reproduce, juzga e identifica modos correctos de ser perro que los canes performan -o se espera que performen- mediante obediencia y buen comportamiento para beneficio humano. La fuerza silente e insidiosa de la canidad descansa en su capacidad de remozar los cuerpos y comportamientos caninos al amparo de formas afectivas que lo vuelven moralmente impermeable e ilegible su estructura opresora. Estos esquemas dictan cómo debe ser/comportarse un perro tanto en el ámbito privado, del domus, lo doméstico y la familia, como en el público o social. Un perro sujeto a la canidad es o debe ser obediente, leal/fiel, un amante incondicional, el mejor amigo, preferentemente de raza, físicamente íntegro/completo (con su cola, sus cuatro patas y sus dos orejas, a menos que el canon de racialización imponga y normalice alguna mutilación corporal), «equilibrado». La canidad emerge de actos y performances de amor y control donde se produce iterativamente «lo perro» por parte del humano soberano desde una episteme colonial y especista (Varela Trejo, 2022). Pero, sobre todo, canidad es una palabra para trasformar lo que pensamos sobre los perros a través de descripciones críticas -es decir, no conformes con el mundo tal y como supuestamente es (Tsing, 2013)-, sobre la bio-sociabilidad y la naturocultura canina-humana en tiempos precarios.
¿Cuál es la razón de invocar todo esto? Porque el vínculo entre Chabela y Mauro, como quiero mostrar, es real, sí, hay amor, respeto, cuidado y confianza en su relación. Este apunte crítico sobre los riesgos de una a-crítica familia multiespecie antropocéntrica, responde a la urgencia de invocar relatos que miren al futuro con una esperanza no ingenua. Mauro y Chabela conforman un ejemplo de cómo una relación dada por la pura utilidad y conveniencia humana - especista, fundada en el propio y único interés de Mauro con base en una canidad que Chabela ya encarnaba, a priori, desde el vientre materno-deviene, por la fuerza y potencia afectiva de Chabelita, en un hondo cariño que invierte (o al menos interroga la compañía como pura utilidad especista) esas funciones ontológicas que dieron origen a su encuentro, provocando un evento de legítimo reconocimiento amoroso que perdura hasta hoy gracias a la fuerza que Chabela encarna y posee para hacer que ocurran cosas. Por último, este trabajo es una petición. Cuando estábamos por terminar nuestra charla, pregunté a Mauro si quería agregar algo más. Al final, él agregó:
Pues mira ;…; no sé si esto pueda dar pauta para algún artículo que pudiera salir en favor de las gentes que padecen la enfermedad de Parkinson, de decirles «oye, ten una mascota porque eso te cambia muchos elementos limitantes de la propia enfermedad; el ocuparte de una mascota te cambia totalmente el escenario y te puede ser de bien». Para mí eso sería muy bueno -dijo- si otras personas pueden tener un testimonio de esta experiencia y les puede servir de algo que tengan una mascota y vivir la misma experiencia que yo, yo sería el más feliz…3
El uso de la palabra mascota no me preocupa, son las otras palabras que la rodean las que interesan más. Es cierto, bajo una lectura crítica de esa palabra se advierte su carga de connotaciones especistas sobre la propiedad, la tutela y cierta forma de capacitismo, al presuponer que son incapaces o no están facultados para participar plenamente en nuestra comunidad por la «ausencia» de competencias para el habla (Suárez, 2017) y por ende la negociación de reglas y acuerdos colectivos.4 Pero lo que Mauro evoca con esa palabra no apunta necesariamente a la crítica del pensamiento animalista, él la usa por convención, sin ningún afán de cosificación. Interesa más, por tanto, con qué palabras nombra lo que Chabela le ha donado: una manera de estar en el mundo a la que permaneció negado por mucho tiempo. Importan estos nombres, lo que hacen emerger, aunque la naturaleza de su relación, su magia, permanezca oculta y misteriosa, incluso para ellas mismas. Importa en igual medida lo que Chabela tiene por contar con la ayuda de su humano; lo que él traduce de las interacciones corporales.
Mauro y Chabela: de la conveniencia a la familia multiespecie
Mauro es un varón de clase media, tiene ahora unos 72 años de edad, creció, además de educado bajo un esquema de masculinidad hegemónica, con una idea de trato y cuidado hacia los perros distante: en su casa, cuando era él un niño, el lugar de los perros era en el patio. No se daba el maltrato (físico al menos), pero dentro del hogar donde habitaban los muebles -que había costado mucho trabajo comprar- la forma de ser canina, alocada y destructora, ponía en riesgo a ese patrimonio. Quizá esta negación de Mauro por lo canino no sea solo una cuestión de personalidad, sino, más bien, de su propio ser varón, de la masculinidad que heredó. Según Ponce, el proyecto civilizatorio occidental, entendido como un humanismo antropocéntrico.
responde también a la masculinidad hegemónica. De esta manera, las conexiones entre la opresión animal y la dominación masculina: especismo antropocéntrico y sexismo/machismo, son ideologías que re/producen la dominación de un grupo sobre otro. Estos dos elementos interactúan, se complementan y refuerzan mutuamente. (2020, p. 3)
Un par de eventos con otros perros que se cruzaron antes en la vida de este humano permiten entrever cómo su llegada pudo haber sido interpretada como un desafío a su autoridad y, por ende, a su propio lugar como el pater familias en el domus. Solo así se puede comprender la intensidad del vínculo que tiene con Chabela y cómo, en cierta medida, reconfigura su ser hombre al sentirse vulnerable y necesitado al lado de alguien a quien cuidar, lo que se presenta, curiosamente, como antagónico a sí mismo, a su propio ser varón del pasado. Mauro no tenía una buena relación con los perros, es más, no le gustaban pese a vivir con ellos en la misma casa:
Yo no era muy afecto a los animales, previo… bueno, hay por ahí una situación. Es decir, hace años, viviendo en casa de mi familia, con mi esposa, mis hijos, teníamos un perro: Rasta ;un macho con cuerpo racializado como labrador, proveniente de un criadero;. Pues no nos entendíamos muy bien él y yo; o sea, realmente yo llegaba a la casa y se ponía a ladrar y no era de su agrado, como que no había una buena química. El resto de mi familia era muy cariñosa con él, con el perrito, y yo no, yo no lo acariciaba, o sea, como que lo hacía a un lado. Y esa situación prevaleció por mucho tiempo… y simple y sencillamente entre Rasta y yo no se daba esa cercanía. Pero no derivado de algún maltrato, yo diría derivado de la indiferencia, porque yo no tenía el deseo de tener un perro. Si habían traído el perro sin mi consentimiento, pues yo no le iba a manifestar algún sentimiento de…, el que fuera. Entonces, simple y sencillamente, lo ignoraba y la reacción de él era de reclamarme, seguramente el estarlo ignorando.
Al menos para él, la presencia de Rasta no conformaba a una familia multiespecie, no lo veía como tal; a Rasta le faltaba ese soberano reconocimiento humano como miembro legítimo (al menos de parte del «hombre de la casa»). Como a Mauro no se le consultó sobre su llegada, él no vio ninguna necesidad de vincularse afectivamente con Rasta. Por ello, no podemos situar la apertura de Mauro hacia los perros en él mismo, su fundamento descansa en otras; fue sembrada por esas canes con las que se fue encontrando y, en cierta medida, le han cambiado. Cuando Mauro se separó de su familia para formar otra unión conoció a Jade, una perrita obsequiada a la hija de su nueva pareja. ¡Otra vez un ser en su casa que llega en contra de su voluntad! Mauro no consintió que viviera con ellas, así que Jade fue a vivir con la hermana de su pareja. Al ser maltratada ahí, decidieron arroparla de nuevo, solo temporalmente. Este fue el primer punto de inflexión en la vida de Mauro con respecto a los cánidos, pues pasó de ser, en sus propias palabras, un «anti-mascotas», «anti-perros», «anti-todo esto», a un afecto de Jade.
Nos fuimos haciendo amigos esta perrita y yo y como que ya hubo una aceptación hacia las mascotas; pero no una aceptación así incondicional y de gran cariño como existe ahora con Chabela. Pero vamos, pasé del no tener empatía con las mascotas, especialmente los perros, a un término medio y después como parte de mi terapia, ya con el diagnóstico de enfermedad de Parkinson, pues decretamos de que debía yo de tener una mascota ¿para qué? Pues para ocuparme de algo, tener la responsabilidad de algún ser, que si yo no me quería levantar pues me tenía que levantar para darle de comer, para sacarla a hacer sus necesidades, etcétera. Y en un primer momento yo lo vi como una cuestión de terapia para mí, que me convenía a mí.
La enfermedad de Parkinson trajo el derrumbe de un cuerpo «sano», el fin de su «autonomía». Las que otrora fueron extremidades vigorosas que lo llevaron a correr largas distancias, ahora se veían mermadas, y por ello, por los recursos quizá y la impotencia, su mente-corazón ya no tenía ganas de hacer gran cosa.
La enfermedad de Parkinson tiene muchas implicaciones, no solo en la parte… del movimiento y de lentitud y demás, sino también de… de estados mentales, emm, depresivos y demás. Entonces ante este entorno siguiendo una terapia ;…; vimos la conveniencia de que yo tuviera una mascota. ¿Por qué?, porque dentro de mi estado general, es decir, la parte de la aceptación de la enfermedad, no es algo fácil y, sobre todo, cuando uno ha sido una persona que ha tenido una actividad física: yo fui corredor de maratones. Y… el ver, de repente, modificados tus parámetros en cuanto a capacidad física es difícil y eso te provoca tristeza. Entonces, como parte de una terapia ocupacional, junto con la persona que yo veo para mi terapia, un buen día dijimos: vamos a decretar que vas a tener una mascota.
El decreto se limitaba a una función de utilidad para combatir el diagnóstico de depresión, un perro, para ese entonces, no era más que una prescripción médica, una ontologización de funciones: compañía a secas porque más allá del cuidado, no suponía ningún beneficio adicional para la, en ese entonces, cachorra.5 Chabela llegó gracias a una vecina suya -la señora Elena-, con quien tuvo algún contacto previo por cuestiones de seguridad de la calle. Un buen día, alejado de los compromisos del comité vecinal, él iba pasando rumbo a su casa y se encontró con Elena colocando unos carteles; se le hizo irrespetuoso pasarse de largo y decidió hacerle compañía un rato. Se pusieron a charlar y salió el tema de su terapia y la recomendación médica de adoptar a una perra. Quería que fuera una hembra, porque toda su familia las prefiere sobre los machos, y él no iba a desencajar. Lo de «pequeña» obedecía a una lógica espacial: si tenía un departamento pequeño, lo ideal era una perrita ad hoc; un perro demasiado grande se hubiera sentido en una jaula, en su razonamiento. Pasó el tiempo y, lo que para este hombre no fue sino un comentario enteramente al margen, no pasó desapercibido para su vecina, que vive con una pareja de perros de raza schnauzer y, al parecer, «ama a los perros». Un día, Elena le llamó para darle una noticia abrumadora: ya tenía a «su perrita». Él no estaba listo y le dijo:
«… no, no, no espérame tantito, este, pues… o sea, yo no estoy preparado para tener ahorita un perro y demás». Sobre todo, estaba yo en una etapa muy depresiva, de muy poca participación. Entonces le dije: «no mira, ¿sabes qué?, que voy mejor a tu casa y platicamos». Total, que fui a su casa y pues me encontré con Chabela, y me estuvo platicando de ella y cómo que se dio una conexión muy especial entre Chabela y yo. Y bueno, para no extenderme demasiado, salí de casa de mi amiga junto con Chabela.
Chabela fue la única hembra de una camada de tres, y la última en abandonar la casa de Elena. Al parecer, sus hermanos eran demasiado bruscos con ella a la hora del juego, por lo que se le protegía y cuidaba más que al resto. La única condición para que Mauro se llevara a esa perrita color ceniza era que conservara el nombre que le habían dado. Quien diría que un ser tan diminuto como un cachorro de schnauzer pudiera hacer cambios tan significativos en una persona humana que se encuentra vulnerable, sintiéndose sola. Para Mauro la cosa de vincularse con Chabela no fue un proceso de mucho tiempo. El vínculo entre Mauro y Chabelita, brotó como si hubiera estado ahí, oculto debajo de su piel, sembrado desde algún tiempo atrás, con Jade, quizá. El encuentro fue fundamentalmente corporal, afectivo, de sensaciones en ambos sentidos.
;Sentí; una energía muy positiva entre la perrita y yo. Como que sentí que había afecto de parte de ella hacia mí… y que se quería venir conmigo. O sea, en ningún momento fue huraña. Todavía, hasta la fecha, veo a esta señora y le brinca y la quiere mucho y demás, pero ese momento de desprendimiento, de dejarla a ella y venirse conmigo como que fue una transición muy simple para la perrita, porque como que… pues ya estaba predeterminado que se viniera conmigo.
Expresiones de canidad, la predestinación de una perra a acompañar a un humano, pero, sin duda, al mismo tiempo, ahí estaba ocurriendo algo más que eso. El hombre anti-perros, un día de enero del 2017, salió de la casa de su amiga con una perra cuyo nombre él no eligió, un bote de croquetas, un colchoncito, juguetes y una gran pregunta: «¿y ahora qué hago con esta perrita?» Sabía que debía cuidarla, pero ¿cómo?
Nos fuimos conociendo poco a poco; fui conociendo quién era, y ella como que es una perrita con características muy especiales que a todo mundo le cae bien; es muy cariñosa, es una perra muy empática con todo mundo, y particularmente conmigo. Entonces, como que ella ha sido un gran apoyo en el proceso de mi enfermedad, y en los síntomas que uno siente de depresión, de querer estar… sin hacer nada; estar en cama, simple y sencillamente pasar el tiempo y demás. Y ella pues, así como que de repente me demanda que la saque a pasear. Es decir, yo creo que en ese estado depresivo que yo viví muy intensamente, ella fue un factor determinante para superarlo. Creo que está superado y, como te digo, me ocupo de ella y cuando llego, por ejemplo, a estar descansando de más, ella me protesta y quiere que la saque a pasear y quiere hacer cosas, y yo siento que se comunica conmigo, que me dice: «¡oye!, ¡vamos a hacer esto!», y bueno, pues le hago caso. Y salimos y nos divertimos y la pasamos bien en la calle ;mira hacia debajo de la mesa para encontrar la mirada de Chabela;.
Ponce sugiere que «la sensibilidad animal es antagónica con la masculinidad hegemónica» y permite cuestionar sus cimientos (Ponce, 2020, p. 25), aun sin darse cuenta plenamente. La relación entre ambas en tiempos marcadamente precarios para Mauro desvela su vulnerabilidad. La precariedad, escribe Tsing, «es la condición de ser vulnerable a otros», de ser transformados en encuentros impredecibles donde no tenemos el control de nosotros mismos (2021, p. 41). Pero esta precariedad, el cuidado y el contacto no tenía el mismo peso para ambos, él la necesitaba de un modo que ni siquiera había pensado; necesitaba de Chabela, quizá en un prístino momento de vinculación afectiva, más de lo que ella a él. De esta relación brotó energía nueva, cálida, y para Mauro otro modo de ver el mundo y encarar su enfermedad; descubren juntas el goce de la compañía y su potencia vital en lo mundano, común y corriente de un reencuentro en casa después de haber estado separados. Él continúa:
A lo mejor puede parecer u poco fantasioso de mi parte, pero yo creo que sí se da esa comunicación de que ella percibe, este, diferentes estados de ánimo en mí, no solo estados depresivos y de tristeza, sino también de alegría; y esos de alegría los compartimos sensacionalmente. Por ejemplo, cuando yo llego de la calle y ella está sola aquí en la casa se pone como loca, pero como loca y grita y brinca y demás… y una cosa que le encanta es que le rasques su pancita. Entonces por ejemplo llego en la noche y pues ya sería hora de su merienda y en lugar de irse a comer, irse a la cocina para pedir su merienda, corre a la cama y se acuesta boca arriba para que le rasques su panza y ya después de un rato que le estoy ahí apapachando y todo, se levanta y ya va a cenar. Pero, o sea, como que… antes que nada ella quiere decir: «vamos a compartir la alegría de estar juntos otra vez y voy a brincar y voy a ponerme en una posición para que me apapaches y que estemos contentos» Y digo, la verdad yo lo disfruto mucho, porque digo «vivo solo» y el llegar a tu casa y tener a alguien que te recibe de esa manera es muy agradable.
La emergencia de nuevas sensibilidades, sentires, la aprehensión por vez primera de una familia pequeña, de dos. Este cuidado, subvierte el propio pasado de Mauro y le dispone a un futuro-otro acompañado por Chabela. Cuidados interespecie que captan su participación en eso que Haraway llama «otredad significativa», la reunión de dos agencias -en este caso- inarmónicas y la construcción de formas de vivir que heredan un futuro común, donde quienes participan y colaboran se convierten en lo que son (Haraway, 2016, p. 18).
Yo diría que es mi gran compañera, o sea, ;Chabela ladra, woff, woff; eso rebaza muchas cosas, o sea no es comparable con el amor a mi hija, por ejemplo, o sea, son amores diferentes y no compite el uno con el otro. Pero en el caso de Chabela, hoy en día es un ser muy importante para mí que la califico como mi gran compañera. O sea, como que no concibo mi vida, hoy día, sin Chabela. O sea, es, es… la persona más cercana a mí, ser el más cercano a mí… Yo la veo casi casi como si fuera mi hija…
En este punto, quiero señalar que, en aquel entonces Mauro dirigió la conversación como quiso. Hasta este momento, y fue el único en toda nuestra conversación, él hablo de Chabela como si fuese su hija. Sobre todo, nunca uso la palabra familia y no era necesario. El tono de voz, su cuerpo, la cercanía de Chabela; el contacto entre ambos, la manera en que ella se desenvolvía por su casa volvía prescindible la palabra. Esta era una familia multiespecie sin nombrarse, había afecto recíproco, cuidado, cooperación, juego y goce. Mauro cambió con Chabela, devino Chabela y se volvió el perro que nunca quiso tener a partir de los cuidados mutuos. Para este caso, con una íntima interacción de los cuerpos, con intercambios energéticos y agradecimiento; el cuerpo es el medio de comunicación del vínculo interespecie para la construcción de una ética y justicia posthumana y multiespecie, que mediante se refuerce y se experimente en actos y rutinas mundanas. Según Gaard (citado en Ponce, 2020, p. 28 ), «es necesario sustituir la ética de lo despiadado, relativa a los valores dominantes de la masculinidad (racionalidad, poder, control, egoísmo, competitividad y virilidad), por una ética del cuidado de uno mismo, de los demás animales y de la tierra, que englobe el amor, el compañerismo, la compasión, la reciprocidad, el cooperativismo y la consideración por las vidas humanas y no humanas». Mauro y Chabela tienen su propia ética y momentos de mucha cercanía en los que se trasfirieren energías mediante actos de cuidado que involucran pies y lengua, una especie de ritual para descansar y drenar las cosas que del día se alojaron en el cuerpo.
Otra cosa que para Chabela es muy importante. Siempre en la noche me quito los zapatos, los calcetines, me acuesto en mi cama y… me empieza a lamer mis pies, pero un buen rato, un buen rato. Entonces muchas veces después de esas limpiezas en mis pies, que yo lo asocio, así como que es limpiar toda una energía de los pies, como que la ves que termina así agotada y así se queda echadita un buen rato; no hay vez que yo me quite los calcetines y que no me lama los pies. Capta que yo tengo alguna situación y me cuida mucho… es muy solidaria conmigo, me acompaña. Entonces, bueno, ante eso, pues se va generando una relación de mucho afecto y de mucho cariño, de mucha cercanía y de mucha atención del uno para el otro.
Chabela sabe cosas y mediante su cuidado intervino políticamente a Mauro para que floreciera; a través de su amor y el reconocimiento de la vulnerabilidad del humano que la llevó a vivir consigo, ella ha crecido y de paso lo ha transformado a través de su potencia afectiva inter y transespecie en interacciones semiótico-materiales.
… yo siento que ella sabe que hay un problema de salud, porque no puedo hacer actividades continuas, como que debo de tener un descansito entre una y otra, y ella lo ha entendido muy bien y es muy participativa, es muy solidaria conmigo: también descansa en esos momentos. Entonces, como que siento que ella percibe que hay una razón para estar conmigo y acompañarme, ¿no? Y, definitivamente, te digo, el ser más solidario y de repente me ve así con una carita como diciendo: «ya, siéntete mejor, vamos a hacer algo». ;…; Porque, además, platico con ella y le digo: «oye Chabela, ¿qué piensas de que hagamos esto y esto?» Y, entre chiste y verdad, porque yo siento que sí se da esa comunicación y que le participo cosas, y como que ella entiende de qué se trata y todo, ¿no? ¿Verdad, chiquitina? ;le pregunta a Chabela, que se sostiene con las patas delanteras sobre la pierna de Mauro;.
Cuando Chabela aparece como una persona concreta, situada y viva, y no como una representación mental de un perro genérico, se percibe la peculiaridad y originalidad de un vínculo fincado en la comprensión mutua. Percibir a los perros más allá del imperativo de la canidad, es sentirlos, ser afectados y aprender de esos movimientos enactivos y generativos de otros mundos. Al percibirlos, ellos enseñan y al percibirnos ellos a nosotros, aprenden algo. La compañía encausa, vehicula un complejo de comportamientos y sentimientos en constante actualización; y puede convertir a una extraña en una compañía que comprende situaciones que culminan en una forma de dependencia recíproca no jerárquica ni autoritaria, donde el apoyo se da voluntariamente y las donaciones se devuelven.
Chabela y las potencias del afectar
«Chabelita» inspira: interviene políticamente a través de su cuidado. Unos dos años después de nuestra charla, me encontré con ellas caminando por las calles de la colonia con un perro color blanco, -de talla pequeña, aunque más grande que chabela- y pelo rizado. Después de saludar a ambas, pregunté, ¿quién es? Es Domingo, me respondió Mauro. Resulta que, durante las últimas semanas, Domingo había estado deambulando por el vecindario hasta que ellas decidieron llevarlo a vivir a su departamento, un día domingo, de ahí su nombre. A diferencia de Chabela, lo que condujo esta adopción fue una motivación no utilitaria, el conmoverse con ese perro abandonado, perdido, quien sabe. Mauro sostuvo que no pudo continuar pensando que él estaba en las calles, solo y necesitado, -como él mismo lo estuvo, quizá- y actuó en consecuencia.
Este cambio tiene por autora y responsable a Chabela y la relación que, con su cuerpo, ayudó a construir firme. El «nuevo» Mauro -¡ahora adopta un perro por placer! -emergió de ese evento intraactivo (Haraway, 2016) donde no hay una perra y un humano claramente identificables; para devenir perro y compasivo, menos indiferente constituyendo nuevas formas de experiencia multi, inter y transespecie de estar en el mundo, uno común y corriente, con rutinas, días buenos y malos. La adopción de Domingo en la familia multiespecie de Mauro y Chabela es expresión material de la potencia afectiva que los entrelaza, ya no solo como medicina, sino como una perra-maestra que comparte su perspectiva del mundo y su punto de vista sobre quienes integran su familia. La idea de adoptar a Domingo fue una más-que-humana: colectiva y compartida, porque, como sabemos, Mauro y Chabela platican, así que ella debió estar de acuerdo en la inclusión del nuevo miembro. Al situar a Chabela como una fuente de acción, una actora social con potencia efectiva para trasformar la realidad de otros, la familia multiespecie se presenta, hasta cierto punto, como subversiva con el orden especista, porque el cuidado del otro, ya no se reduce a lo humano, sino que se desplaza para cuidar de otros en situaciones precarias.
Según Donovan, la teoría del cuidado es en el fondo una «intervención política para recuperar y articular voces suprimidas y marginadas, cuyo punto de vista forma las bases para una crítica ética, y con el propósito de revelar, criticar y enfrentar el sistema que reprime» (Donovan, 2016, p. 66). A través de su cuidado, Chabela intervino en el futuro para hacer posible la adopción de Domingo al trasformar el esquema afectivo de Mauro; lamer los pies, podemos sugerir, tiene repercusiones materiales producto del bienestar que procura, que incide en otros cuerpos. Así, mediante el cuidado, la familia multiespecie puede funcionar como una tecnología para superar formas de opresión mediante la colaboración. La potencia de la familia multiespecie radica no solamente en el bienestar dado a la familia humana, de servir como un termómetro del clima de familia y compartir la ansiedad o como válvula de escape de las presiones y fricciones familiares, es decir, la familia multiespecie es más que utilidad, funcionalidad o disfuncionalidad. Trata sobre la posibilidad de transitar hacia el reconocimiento de que lo social siempre ha sido multiespecie, siempre hemos vivido en una sociabilidad más que humana; es decir, se trata de construir con manos y patas, a ladridos y gruñidos, una familia multiespecie «donde se reconozca la naturaleza interdependiente de todo existente y, por ende, la coevolución constante entre vivientes heterogéneos que requiere tanto de cuidado como de amor mutuo» (González & Ávila Gaitán, 2022, p. 52 ).
La teoría del cuidado, sobre todo, es contextual, situada, materialmente comprometida con lo pequeño. Echa raíces en la propia situación de la persona y por ello son subjetivas y particularizadas a situaciones materiales concretas (Donovan, 2016). El cuidado no es un universal abstracto, sino que se compromete con el sufrimiento material de cada cual. En este caso, Mauro es un hombre con Parkinson y una movilidad limitada que avanza con el tiempo y la vejez, ¿cómo puede cuidar él a Chabela y Domingo desde ese cuerpo ¿Cuál es el límite de la potencia afectiva de Chabe para cuidar del otro humano? ¿Se abre la posibilidad de plantear una ética del cuidado multiespecie, además, disca, que contemple a ambas partes que son, a la vez, cuidadas y cuidadoras?
Si bien durante nuestras conversaciones Mauro no se refirió a sí mismo como persona discapacitada, desde el modelo social -no patologizante-, la discapacidad es entendida como «un fenómeno de producción y discapacitación social» relacional (Rodríguez Arango & Cardona Ortiz, 2021, p. 30 ). Es decir, las personas discapacitadas son aquellas con un cuerpo-mente no normativo ni hegemónico, que se enfrentan a barreras sociales y materiales que dificultan su participación plena en comunidad, lo cual está atravesado por variaciones culturales e históricas, así como por las lógicas modernas, capitalistas y colonialistas (Rodríguez Arango & Cardona Ortiz, 2021, pp. 31, 32). Desde estas lógicas, se configura «una biopolítica del cuerpo genérico sobre las capacidades, la potencia, el rendimiento humano y la integridad corporal» (Rodríguez Arango & Cardona Ortiz, 2021, p. 33). En este sentido, al ser el Parkinson una enfermedad crónica y neurodegenerativa, es también discapacitante en varias áreas, más allá de las motoras (Vásquez-Celaya et al., 2019).
Para Mauro, el dolor emocional, la soledad y la depresión, en su experiencia, son momentos de inacción; el cuerpo no puede seguir los tiempos acelerados de la modernidad, y los recuerdos de un pasado con una movilidad entristecen, hacen de-caer, nos vuelven frágiles. La fragilidad es compartida por todos en esta familia multiespecie a distintas escalas. Chabe y Domingo, por ejemplo, viven en una sociedad estructural y ontológicamente especista donde sus derechos están plenamente garantizados mientras sean la «propiedad» de Mauro, que funge como su representante no solo legal, sino también para participar en la rueda de consumo. La fragilidad de estos perros reside en su condición de «animales», de habitar el espacio de lo menos-que, resultado de un largo proceso de dominación. «Donde las elaboraciones fragmentarias entienden capacitado/discapacitado, humano/perro ;…; la apuesta ;…; es entender que unas y otros están enraizados “en el dominio del Otro”» (Vargas García, 2023, p. 54 ). A Mauro la fragilidad lo tocó, como a muchas otras personas afectadas por el Parkinson, en el trayecto de su vejez. La fragilidad, sostiene Vite, «la habitamos todas en diferentes intensidades, circunstancias y tiempos»; se entiende de tres formas: «fragilidad corporal que ya existe en algunos cuerpos o que en algún momento se genera; fragilidad causada por violencias o agentes exteriores que causan daño; fragilidad como una sensación de susceptibilidad» (Vite Hernández, 2021, p. 45 ).
Las potencias de afectar de Chabela en la constitución de su familia multiespecie a través de interacciones enactivas trasciende la mera utilidad. Una ética animal disca o lisiada del cuidado, como la que propone Sunaura Tylor, nos lleva a reconocer la constitutiva interdependencia entre seres y que las necesidades y adaptaciones no son iguales para todas, ni dentro de nuestra especie, ni por fuera de ella y que el mundo es más o menos fácil para muchas de nosotras (Tylor, 2021, p. 375). El devenir-con, hacer especies compañeras (Haraway, 2016) mana de la intimidad de encuentros corporales, orales, de lenguajes extraños hechos de contactos entre lengua y pies, entre intercambios energéticos. Una ética del cuidado como esta -que sigue los pasos de Donovan y Tylor-, comprende que ni la racionalidad, ni la autonomía son buenos marcadores éticos para aprender a convivir en familias multiespecie. Importan más los lenguajes incorporados en el tacto y contacto afectivo y afectante que nos exigen poner atención al otro, «escuchar a los animales, prestarles atención emocional, tomarnos en serio lo que nos están diciendo» (Donovan, 2006, p. 305). Cuando Mauro y Chabela van de visita con la familia, por ejemplo, «después de estar un rato con mi esposa, se pone... inquieta porque ya se quiere venir a su casa». Se para a su lado, lo mira, y él sabe lo que ella quiere y actúa en consecuencia, así van construyendo ese entorno suyo que tanto disfrutan.
La familia multiespecie abre una posibilidad para el encuentro con lo raro y desconocido, porque plantea modos de relación y formas de atención hasta ahora insospechadas. No porque la convivencia con animales sea algo nuevo, sino porque los registros han cambiado y el reconocimiento y ratificación de su agentividad difícilmente puede continuar siendo ignorada. El reto es construir una familia multiespecie fuera de las axiomáticas de modernidad mediante contextos y ejemplos bien situados. La cuestión para mi es que, si la familia multiespecie, para ser tal, depende del reconocimiento y nombramiento del otro animal por parte del humano, entonces no hay una subversión de la lógica antropocéntrica, porque, igualmente importante es preguntar, ¿cómo podemos saber si el perro se siente parte de la familia?, ¿no deberíamos preguntarle también a él? Si solo nos limitamos a intervenir a los humanos y restringir nuestra reflexión al bienestarismo,6 la familia multiespecie permanece como una actualización del especismo, sin plantear cara a su superación mediante una institución -la familia- históricamente violenta con aquellos miembros no reconocidos plenamente como humanos (mujeres, niños, personas esclavizadas y animales alter-humanos).
Si queremos señalar plenamente a una familia multiespecie, entonces debemos aprender a preguntar a sus miembros alter-humanos y ser críticos con las cuestiones nominativas filiales como hijo, hija, etc., no porque sean incorrectas, al fin y al cabo, el lenguaje solo intenta aproximarse a una emoción que se siente de un modo parecido, pero que, como nos recuerda Mauro, son amores que no compiten entre sí. Pretender que no se puede querer a un perro o un gato como a un hijo, es imponer otra barrera, una frontera que disciplina cierto «buen sentido» sobre los modos correctos y hegemónicos-al amparo de ciertos dispositivos como el adiestramiento, la educación canina, ciertas lógicas veterinarias que continúan viendo cosas-que-sienten- de vincularnos con ellos. Es presuponer que el amor hacia un animal tiene límites claros e identificables, cuyo traspaso supone una desviación respecto de orden afectivo interespecie impuesto por el especismo. La transición o el devenir-perra de Mauro desde un espacio de fragilidad, vulnerabilidad y heteronorma sobre el querer y los afectos, muestra el grado de influencia que un cuerpo puede ejercer sobre otro, en este caso, para generar otras formas de vida más felicitantes. Sin embargo, o, mejor dicho, precisamente por ello, hace falta pensar otros nombres, que invoquen otros modos de estar juntos y describan otras cosas, onomatopéyicos tal vez.
La familia multiespecie de Mauro, Chabela y después Domingo, he dicho ya, es la materialización de vínculos a través de formas impredecibles del nosotros. La familia multiespecie, por tanto, se construye desde fuera, es una xeno-familia. El prefijo xeno tiene que ver con lo que viene desde fuera para transformarnos. Trata sobre un sentimiento que implica incertidumbre -¿y ahora qué voy a hacer con este ser? - por lo que viene de muy lejos. Etimológicamente remite a huésped -lo que nos recuerda que somos mortales, que debemos morir bien-, un extraño, un forastero. En la terminología científica tiene que ver con simbiosis, parasitismo, enfermedades, vitalidades y convivencias trans/especie (Ireland, 2020, p. 6 ) La xeno-familia habla por los pelos y las patas, por las heces y la química, gruñe y se echa de panza; es la concrescencia de parentescos raros que expanden la imaginación y cuyos significados son distintos a aquellos ligados por ancestros y genealogías (Haraway, 2019, p. 158 ).
La xeno-familia confronta a la mercantilización de la familia multiespecie y contamina las estructuras sociales y la cultura «pet-friendly» de la mercancía y el consumo. La xeno-familia no se compra en un aparador ni se vende, mucho menos se abandona; se toma de las calles para componerse de extraños, de abandonados, de perdidos, de raros, de sucios y pulgosos, de tullidos, incompletos, inadaptados que recurren a la simpatía. Acepta que a sus miembros no les gustan las mismas cosas, se sacude las jerarquías y reconocen la vulnerabilidad de toda la vida e incluso de materia que en nuestra ontología occidental consideramos inerte o sin vida, como un pedazo de trapo favorito o una caja que sirve de guarida, cama y sala de juegos. En la xeno-familia el cuerpo es el medio de interpretación, hace que humanos y alter-humanos se vuelvan más sensibles a su capacidad de ser afectados y afectar, es anti-individualista, inhumana. Es un cuerpo hecho de cuerpos, y éstos hablan a través de enlaces entre cuerpos y afectos, favoreciendo, así, una comunicación incorporada y un agenciamiento multiespecie que posibilita el devenir creativo con el otro, «para inscribirse en una relación de intercambio y de proximidad que no tiene nada que ver con la identificación», es decir, que no aspira a una autenticidad o fusión (de amorosidad) romántica entre sus miembros. (cf. Despret, 2008, Despret, 2018, pp. 23-24).
Chabela y Domingo inspiran una xeno-familia que reconoce la existencia del otro como un acto de amor (Maturana & Verden-Zöller, 2013), juego, goce y la procuración de una felicidad acompañada, de pies, panzas e interacciones orales. Son como seres que llegan desde fuera a un mundo ignoto y lo transforman, plantan semillas desde donde a su vez crecen y se enredan. Mauro es ese mundo visitado y revisitado -no colonizado-, vuelto hogar por un acuerdo mutuo profundamente afectivo, no racional. Las xeno-familias son críticas consigo mismas, porque aceptan que no hay relación ideal ni perfecta que sirva de modelo para todas, sino que éstas con contextuales y subjetivas, auténticas. Cada xeno-familia podría aportar algo para la construcción de una canópolis, un modo de hacer referencia a una o varias comunidades de caninas junto con otras formas de vida. No se entiende como un territorio privado a la usanza humana, sino uno comunal donde las relaciones de «otredad significativa» entre perros, humanos y otros tipos de seres y materialidades conviven, coexisten y hasta cooperan, con resultados imprevistos. Hay fricción y ruido tanto como creatividad para responder al otro alzando la pata, o pegando la nariz al piso. Es una comunidad fundada en el olfato -el primer derecho legítimo de cualquier perro: a oler su mundo-, en las marcas y marcajes y otros olores, en los senderos y líneas que dibujan los cuerpos -potencias múltiples de afectación-, es una comunidad químico-semiótica cargada de vida, muerte, enfermedad, organización urbana y política multiespecie. La canópolis es el espacio de la indeterminación, de cuerpos móviles, metafóricos, invisibles y literales, es una «intrigante interacción naturaleza-cultura» que en su indeterminación «envuelven diferentes formas de oler y diferentes cualidades en los olores» (Tsing, 2021, p. 82 ). La canópolis es autoría de Chabela y todos los demás cuadrúpedos digitígrados que pasan, mean y viven las calles como una extensión de «lo doméstico» quien puede y cómo habitar la calle. Sí, el reconocimiento humano de la familia es importante, pero un desplazamiento de la figura del pater familias, implica asumir dos cosas: la primera es que el lado humano se encuentra en un privilegio de poder, y, por ello, el cuerpo importa como esa instancia que informa sobre el vínculo en toda su complejidad contingente. Quizá haya que abandonar la compañía y el amor de nuestro vocabulario multiespecie.
Alzar la pata, dejar un rastro para seguir (a modo de cierre)
Ni la xeno-familia ni la canópolis son espacios armónicos, y por ese motivo, no puede contentarse con deberes negativos hacia sus miembros alter-humanos. Tradicionalmente han sido cinco libertades que, desde el Informe Brambell, funcionan como una directriz de trato para algunos animales (ver, Bekoff & Pierce, 2018). Grosso modo, estas libertades son: (1) libres de hambre y sed, (2) libres de incomodidad, (3) libres del dolor, (4) libres de expresar un comportamiento normal, (5) libres de miedo y angustia. Sin embargo, autores como Haraway (2016) o Donaldson & Kymlicka (2018) apuntan a la necesidad de trascender estos marcos y abordar preguntas acerca de qué más podemos hacer para potenciar otras vidas que importan. Chabela, Domingo y muchos otros pueden gozar, reír y jugar. Estos gestos del cuerpo también deberían de ser obligaciones y deberes, procurar un bienestar subjetivo tanto como el objetivo. Los animales en general nos están invitando constantemente a ser creativos a inventar nuevos modos de vivir mejor.
Si el cuidado es una intervención política en el otro y por el otro, un modo radical de poner atención, es seguir el ejemplo de Chabela y dejarnos lamer y tocar por el otro para saber qué quiere y cómo nos quiere. Sin duda esto plantea importantes cuestiones sobre el acceso al mundo o subjetividad animal que no podemos tocar aquí, pero una xeno-familia o familia multiespecie postantropocéntrica está comprometida con la otredad significativa más allá del beneficio propio. Pensar en términos de una familia multiespecie en los términos aquí sugeridos otorga la posibilidad de crear una suerte de laboratorio afectivo transespecie para experimentar modos y formas de ser y sentir con otros cuerpos. La potencia afectiva de Chabelita es efectiva por la respuesta que provoca en Mauro; es posible que Chabela haya partido sin reproches con Mauro porque era aún una bebé sin posibilidad para decidir, o porque, efectivamente sintió algo en aquel humano que la motivó a irse, algo mágico quizá. Su versión es más cálida y nos prepara mejor para un futuro que pueda responder a una pregunta crucial que invoca a Spinoza: ¿qué es lo que puede un cuerpo en relación con otros?